Un
miércoles por la mañana...
Ayer.
Sobre las 9:30 am he dejado
a mi hija pequeña en la escuela infantil, la guarde de toda la vida, vamos.
Solo le quedan dos días más, hasta el viernes… y se acabó. Estrenará el colegio de su hermana mayor. Cambio de ciclo.
Mi hija
mayor se ha quedado con la abuela (mi madre), vivimos muy cerca. Mi mujer,
Araceli, trabaja hasta las 17:00 h, por lo general me encargo yo de las niñas.
La abuela
se la llevará a desayunar a una cafetería del vecindario. Sé lo que pedirá a su
abuela, un colacao con la leche fría (dejará un poco menos de la mitad). Una
tosta con aceite y tomate que, al ser respetables, comerá buena parte aunque
sin acabarla. Seguramente pedirá un zumo de naranja recién exprimido, tampoco
lo terminará.
En estos
casos siempre la doy 6 euros para que se los de a la abuela y pague su parte.
Invariablemente vuelve con el dinero intacto y, además, con algún cachivache
que le ha comprado la abuela en un chino.
Un día trajo un
yoyó de esferas trasparentes verdes, las más grandes, y naranjas, más pequeñas e insertadas en las
verdes.
En la naranjas ponía Yoyó Super Tornado, esa misma noche
las esferas naranjas Super Tornado ya se habían escacharrado, desencajándose
de las verdes, era una noche en la que, lejos de haber tornados, solo reinaba
el sopor de la calma chicha amenizado por los grillos. Yoyó Super Tornado.
Normalmente
Izaskun me acompaña cuando llevo a su hermana, pero hoy tenía que acercarme a
Madrid. Nuestra localidad está en la zona noroeste de la comunidad, la “parte
pija” dicen, pero nosotros residimos en un piso normal y corriente, el
patrimonio no nos da para mudarnos a la Urbanización La Finca, el fortín donde
se recluía Cristiano Ronaldo, bastante próxima a nuestro domicilio, eso sí.
Bueno, he
dejado a la enana y enfilo el camino de vuelta a paso ligero, son diez
minutos andando, pero con leves molestias de espalda, la explicación es que a la pequeña se le antojó salir con el patinete, pero su equilibrio es aún
precario, por tanto no me queda otra que sostenerla a fuerza de riñón y empujar
el vehículo de cero emisiones contaminantes… pero un sinfín de dolores
lumbares.
Me
introduzco en el coche y rumbo a Madrid.
En la capital con Las Ciudades invisibles de I. Calvino... creo que se refería a Madrid en agosto. Foto, Paco Castillo.
La verdad es que me pilla cerquita, doce o catorce minutos con tráfico normal.
Foto, Paco Castillo, Madrid.
Con Julio Camba, un genio literario de la crónica humorística. "La Ciudad Automática". Aquí, viendo la foto, se ha vuelto invisible, como la de Calvino.
Me meto en la Ciudad Universitaria, que conozco al dedillo por mi época estudiantil, y
podré aparcar en zona libre de pago. La querencia sentimental me empuja hacia mi
antigua facultad, la de Ciencias de la Información en la “Complu”. Hay sitio de sobra.
Un otoño cualquiera, aparcando por la Facultad.
Campo de rugby. Ciudad Universitaria, Madrid. Foto, Paco Castillo
Desde
allí me iré caminando hacia mi objetivo, a unos cuatro kilómetros, un poquito
más lejos del mismo centro capitalino. Rara vez monto en el metro, yo a pata
si es posible.
Inicio la
caminata, dejo atrás el Faro de Moncloa, el Arco de la Victoria y el Museo de América (hace tiempo que
no lo visito, es uno de mis preferidos y suelen mandarme emails con las próximas exposiciones).
Fotos, Paco Castillo. Arco de la Victoria, Faro de Moncloa, Museo de América
Paso
junto a una cafetería y en la puerta escucho fugazmente la conversación de dos
hombres maduros, ambos con escasa pelambrera, unos sesenta y pico años gastan:
“Buah,
y si te descuidas te lo quitan los moros”
Es la
frase que he retenido.
Paseando con el tunecino (moro) Mustapha Tlili. Foto, Paco Castillo.
Cerca de La Ciudad Universitaria, acompañado de Van Gogh. Una marquesina con fotografía actual y real... unos padres y sus niños (¿moritos?) de "excursión" por la playa. Los dos "señores" del bar dicen que "si te descuidas te lo quitan los moros"... hay que joderse, lo que sueltan los tipos.
¿Y el mar, a cuántos moritos se ha quitado de en medio? Repito; hay que joderse...
Me agrada
ver a un abuelo en la terraza de otra cafetería, está con su nieto, es de
suponer, un pequeñajo con semblante adormilado.
“Bebe
despacito para que no te mojes”. Dice el abuelo.
Foto, Paco Castillo (El Poder de las Palabras... es algo destacable)
Al final
acaba sosteniendo él la botella, pues el chavalín apenas podía aguantar el botellón de
agua mineral, por lo menos de litro y medio.
Casualidad
o no, mi siguiente episodio también involucra a un abuelo y su nieto, en una
zona ya distante de la anterior.
Estaban
sentados en un parque con buenas sombras por los castaños de indias y unas
moreras. Detrás del banco que ocupaban había unas jardineras con lavanda. No han
elegido mal sitio, desde luego.
Andrés Amorós, Introducción a la Literatura, Foto de Paco Castillo.
El abuelo está sonriendo ante el ímprovo esfuerzo
del chiquillo por ascender al banco, le anima cariñosamente con unas palabras que
no he escuchado con claridad.
Transcurridos unos metros echo la vista atrás y observo al niño, feliz, subido en el banco. Cima coronada. Le quedan unas cuantas... bueno, ha empezado con buen pie, y un abuelo al lado.
Retratado por mi mujer, Araceli. En la "cima" del banco, un parque cerca de casa... no me acuerdo que libro tenía.
Prosigo
la ruta, satisfecho con estas escenas.
Paso
junto a un solar en obras con yerbajos resecados por la canícula, también hay
unos tubos de hormigón tumbados en el suelo, y albañiles en una esquina
del recinto midiendo unas láminas metálicas. Lo que veo entre material de obra y matojos me deja
descolocado, parece un petirrojo, el
aspecto es el de un petirrojo, espalda parduzca y pecho anaranjado, y eso no me
cuadra en estas fechas.
Petirrojo. Foto de Paco Castillo.
Soy un apasionado de la ornitología, así que
investigaré más esto de las migraciones avícolas, se supone que dicha especie
se refugia en el estío más suave del norte europeo.
Fotos Paco Castillo, por ahí con una de mis guías de aves y los prismáticos.
Parada en
mi destino.
El librero, mi librero podría decir (uno de ellos), está atendiendo
a un matrimonio, sobrepasan con creces la edad de la jubilación, preguntan por
unas obras de Camilo José Cela y Álvaro Cunqueiro… no hay que ser muy lumbreras
para saber que ambos autores son dos gallegos de pro.
Esas viejas librerías madrileñas... Foto, Paco Castillo
Eso barruntaba cuando la
esposa comentó algo al marido, su marcado
acento gallego aclaró, en buena medida, el interés por dichos escritores. Por
cierto, el verano pasado, aprovechando que nos acercamos a Foz para ver a unos
amigos, bajamos hasta la cercana localidad natal de A. Cunqueiro, Mondoñedo, pasamos unas horas, un
lugar encantador y, acaso, encantado como Las Crónicas del Sochantre.
Por mis estantes, Paco Castillo.
Detrás
del matrimonio hay otro chico esperando, más joven que yo, rondará los treinta y tantos.
Lleva esas sandalias tipo trekking a las tengo una manía terrible (tonterías mías) y
mira que pateo el campo, pero nunca me gustaron. Su larga melena acaba
recogida en una coleta, usa gafas graduadas y tiene una barba que no es de tres días, se da un aire
a J. Lennon. Pienso que el tipo se aplica un "estudiado desaliño". Sus bermudas son casi iguales a las mías, de color beige, o terroso, sin embargo lleva una camiseta técnica de licra, blanca. Yo una de
cuadritos estilo leñador, pero de senderismo… no sé si me explico, da igual.
Mi
librero me indica con su mirada los tres
libros apilados en un rincón del mostrador, los que he venido a buscar, y me
guiña el ojo en un gesto de complicidad.
Es
evidente que aún tardará en departir conmigo. Como pretendo deshacer el camino
del mismo modo, andando, tengo prisa.
He de retornar a casa antes de las 13:00
pm, cual Cenicienta, para estar en la guarde y llevarme a la niña.
Retiro los libros y me despido dejando a mi consejero con el amigo Lennon… me
hubiese gustado saber que libro se llevaría. No me hagáis mucho caso, pero le pegan los Apócrifos de Karel Capek.
Paco Castillo.
A mitad
de trayecto me cruzo con una mujer más o menos de mi edad, habla por el móvil:
“A ver,
cielo, antes de echar los pimientos mira que el ajo esté doradito pero sin
freír mucho”.
Foto, Paco Castillo.
Lo he escuchado bien... la gente habla por el móvil como si estuvieran dando el pregón de unas fiestas.
Empiezo a salivar… me ha entrado apetito, no para degustar un guisote, no, pero
me tomaba un montadito con Pimientos del Piquillo, tan ricamente, oye.
Acelero
la marcha.
Ya en la
Ciudad Universitaria voy en el mismo sentido que una chica negra, apunto de
rebasarla. Es muy alta, metro ochenta y pico. Habla también por el móvil, su
castellano es como el mío, ausencia de acentos foráneos, tal vez nacida aquí de
padres africanos, quizás:
Venga
tía anímate y vamos esta tarde a la piscina, nos damos un chapuzón y nos
echamos unas risas (…) mañana tengo que estudiar, es el último examen … (ríe).
Hace un
calor del carajo.
Ya estoy
en la Facultad. Mi coche está cubierto con innumerables goterones arenosos,
debido a la tormenta pasada. Me consuela ver que los vehículos situados junto
al mío no están mucho mejor, los inconvenientes compartidos son más llevaderos,
que le vamos a hacer, nos han dibujado así…
He visto
que en mi matrícula todavía quedan mosquitos e insectos espachurrados de la
última excursión. Hemos comprado el coche recientemente, uno de esos bonitos y
espaciosos SUV, ni muy caro ni muy barato.
Viendo el
potente vehículo que está estacionado junto al mío… me alivia que mi matrícula
acabe en KTK. Este coche que refiero, un todo terreno de gran cilindrada,
imponente color negro metalizado, tiene algo que me da mal rollo… su matrícula
es KKK.
Me
imagino dentro a una familia con la cabeza escondida en unos siniestros
kukuruchos (cucuruchos, entiéndase capirotes). Las avestruces también esconden
la cabeza, si no ven el peligro éste deja de existir… así actúan los
nacionalismos.
Los KKK
si lo ven, el peligro, poseen dos agujeritos en los capirotes a la altura de los
ojos, dos rombos similares a los que aparecían en las películas eróticas
de Sylvia Kristel, Emmanuelle. No hay ninguna erótica en el poder de los encapuchados, solo repulsión.
Acabo de
llegar a casa.
Voy a
leer la primera palabra de cada libro, según los vaya sacando de la mochila. Ya os explicaré, si puedo el domingo, esta elección tan portuguesa.
Entre ellos está mi adorado Fernando Namora, su libro "La llanura de fuego", de lo más entrañable que he leído nunca, maravilloso. Por la derecha del blog tenéis su nombre y enlace.
Primeras Palabras de las novelas, según las he sacado de la mochila.
El ejemplar de David
Mourão-Ferreira:
Llegar (...)
El de Fernando Namora:
El 14 de noviembre (...)
El de José Rico Direitinho:
Después (...)
Llegar (...), El 14 de noviembre (...), Después (...)
¡Joder, la una menos diez! Me voy escopetado a por la enana.
¿Después?
Bueno... ahora
solo pienso en acostar un rato a mi hija, el madrugón matinal la predispone a
una placentera siesta.
Yo me
recostaré a su lado, pues así se duerme antes, y me entregaré al ritual,
tumbado a su lado y leyendo algún libro breve, tan corto como la Breve Historia de la Humanidad.
Ocurre
que también me quedo roque, la suave respiración de mi hija dormitando me vence
lentamente, una dulce derrota. Y el libro termina reposando sobre mi corazón.
Tampoco
es mal lugar para un libro…