P. Castillo

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sábado, 19 de marzo de 2022

 

Guerra y lenguaje...


Me ha parecido muy apropiado recuperar una entrada, dado el contexto bélico actual.

La cuestión gira en torno a la función/manipulación del lenguaje en tiempos de guerra, tema del ensayo que publicó, allá por el 2007, Adan Kovacsics.

Escribí el comentario del libro hace seis años… pero podría referirse a ayer mismo, con el foco puesto en Ucrania versus Rusia.

Precisamente la inmensa y compleja Rusia, esa gran desconocida para los occidentales, ha motivado uno de esos arrebatos míos, y me he lanzado a desentrañar algunas claves pasadas para atisbar algo el presente (de aquellos barros, estos lodos), aunque sea un poco a través de lecturas. En ello ando, pero ahora no serán las protagonistas.


De izquierda a derecha; Wladimir Weidle. “Rusia ausente y presente” (1950)

Yuri Afanásiev. “Mi Rusia fatal” (1992).

Fernando de los Ríos Urruti. “Mi viaje a la Rusia sovietista”, (escrito en 1921, publicado por esta edición de Alianza en 1970). Foto, Paco Castillo.


En cuanto al ensayo de Kovacsics. Cámbiense algunos datos; la guerra de Irak por la presente de Ucrania; las manipulaciones informativas de Colin Powell en su momento, por las del Kremlin de Putin ahora, y algún que otro aspecto más, y todo encajará en el marco actual de manera asombrosa. Me he permitido unos mínimos retoques. Os lo dejo ya.


Jueves, 21 de enero de 2016

Guerra y lenguaje. Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953)

Libro. Editorial El Acantilado, primera edición, 2007. Ensayo. 160 páginas.


                                         Foto, Paco Castillo, 2016

Ayer terminé este libro de Adan Kovacsics. Si alguien no conoce al autor es posible que se cruzara con su nombre en algún ejemplar de Acantilado o Minúscula, pues es el excelente traductor de varios escritores en lengua húngara y alemana que forman el catálogo de dichas editoriales. Kovacsics es chileno e hijo de inmigrantes húngaros, aunque nacionalizado español desde hace muchos años (vive en Barcelona).

El debate suscitado en cuanto a la reducida capacidad que tiene el lenguaje para representarnos la realidad ya tiene un largo recorrido histórico. La filosofía, entre otras disciplinas, lo ha reflejado ampliamente.

En el transcurso de la cultura europea se han sucedido casos relevantes de intelectuales muy críticos contra el modo de entender el lenguaje y, sobre todo, contra las formas de pervertirlo para originar un discurso dominante, y crear corrientes de opinión conniventes con las esferas del poder económico y político.

Bajo el título de “Guerra y lenguaje”, Kovacsics ha desarrollado cuatro interesantes ensayos, cuyo contexto abarca, mayoritariamente, el espacio geopolítico de la Europa Central durante la I Guerra Mundial:

Crisis del lenguaje

Matuschka

Guerra y lenguaje

Danubio

Uno de los escenarios principales a donde nos adentra es la  Viena de dicho período, concretamente al Cuartel de Prensa creado por el ejercito austro-húngaro. Allí trabajaron escritores elaborando propaganda que ensalzara el esfuerzo de los soldados en el frente. Todo un organigrama para revestir de heroicidad a aquellos desvalidos jóvenes que morían en el frente sin gloria alguna, a los altos mandos, etc.

También nos presenta diferentes episodios de esta problemática de la lengua, por ejemplo la relación traumática que algunos escritores han tenido con el lenguaje, o la crítica de otros denunciando su manipulación en el estamento periodístico y político, como si se experimentase con un animal de laboratorio para comprobar sus efectos en terceros. Críticas de algunos escritores hacia aquellos colegas que pusieron su pluma al servicio de la infame propaganda bélica.

Si uno reflexiona sobre la naturaleza e historia de las guerras, constata que las grandes contiendas necesitan crear previamente un discurso ad hoc, no tanto para justificarse ante el mundo, pues sabemos que los señores de la guerra ni tienen ni necesitan justificación, como para crear el mayor número de acólitos en la sociedad, pues de ella se nutre la maquinaria belicista.


                                            Foto, Paco Castillo, 2016

Es ahí donde interviene el lenguaje, y los que mejor saben persuadir con él son, sin lugar a dudas, los escritores.

Se crea una retórica que tiene el esperpéntico fin de elevar la mentira a la categoría de axioma (hoy fake news), y por tanto premisa que se asume sin necesidad de demostrarla.

En dicho sentido, ¿Os suena la Guerra de Irak y sus armas de destrucción masiva? Lo menciono ya que aparece en el libro como moderno paradigma del tema que nos ocupa.

(Sustitúyase ahora por los argumentos iniciales de Putin, centrados "únicamente" en objetivos militares y en las regiones prorrusas de Ucrania, sabiendo ya la verdadera intención; la destrucción en todo el país, y extendida a la población civil. Valga lo mismo para el párrafo siguiente).


Y nos viene a la memoria la “opereta” de Colin Powell ante la ONU, mostrando unas fotografías “manipuladas” de “fábricas de armas”, “enclaves estratégicos en el área oeste”, "depósitos de arsenales en la región sur” del territorio enemigo. Digo manipuladas porque luego se comprobó que los encabezados de las fotos no se correspondían exactamente con las imágenes (lo refleja Kovacsics). El caso era sencillo, los encabezados (titulares) de las fotos ya estaban creados antes de las propias fotos, de tal suerte que la cuestión no era buscar un título para cada fotografía, sino preparar una fotografía para cada titular. Así funcionan tantas guerras, todo empieza con una mentira, la historia está escrita con montones de ellas.

En cuanto a las crisis de algunos intelectuales con el lenguaje, se expone el caso, entre otros, de Ingebor Bachmann, la célebre poeta austriaca, para muchos la más brillante de su generación, cuya profunda crisis de identidad literaria, al punto de abandonar el género poético (se centró en la narrativa, sobre todo), la llevó a considerar la poesía, supongo que su poesía, una vía muerta para la expresión del lenguaje.

Significativo lo que refiere de su poema «Ihr Worte»  («Vosotras las palabras») :

“Lo escribí después de que durante cinco años no me atreviera a escribir un poema, no quisiera escribir ninguno, me prohibiera crear una estructura llamada poema. No tengo nada en contra de los poemas, pero debe imaginar usted que de repente una lo puede tener todo contra ellos, contra cada metáfora, cada sonido, cada obligación de juntar palabras, contra ese gesto absoluto y dichoso de hacer aparecer palabras e imágenes. Que dan ganas de asfixiarlo para volver a revisar qué hay en ello, qué es, qué debería ser. Todavía sé poco sobre los poemas, pero a lo poco que sé pertenece la sospecha. Sospecha bastante de ti misma, sospecha de las palabras, del lenguaje, me decía a menudo, profundiza en la sospecha para que algún día pueda surgir, quizá, algo nuevo. Si no, que no surja nada más" (p. 31).

Magnífica reflexión.




Pero el pasaje del libro que me ha resultado más fascinante tiene que ver con las referencias a dos autores, el austríaco Karl Kraus y el alemán Walter Benjamin, férreos acusadores del maniqueísmo de la prensa, especialmente K. Kraus, por la vil instrumentalización del lenguaje.

También K. Kraus es al que más párrafos ha dedicado Kovacsics, muy merecidos sin duda.

La reacción de ambos intelectuales frente a las proposiciones de colaboracionismo con el ejército austro-húngaro, fue el silencio como respuesta intelectual. Mal entendido por algunos coetáneos y críticos al interpretar con ello irresponsabilidad cívica, ausencia de compromiso, encubrimiento, entre otras afirmaciones.

En alusión a la alianza entre lenguaje y guerra, nos apunta Kovacsics unas consideraciones que esclarecen la posición de K. Kraus y W. Benjamin :

"(…) se había producido una avalancha de un determinado lenguaje, que exigía una respuesta precisa. Expresarse en contra sin más no era tal vez la fórmula más adecuada. Habría significado añadir una voz más al discurso. La percepción a la que se debía el silencio  era que hasta el eje de la lengua se había movido. Callar debía definirse, en consecuencia, como la respuesta de quien se apartaba ante el alud. (…)

El silencio: el lugar donde se guarda y se protege el verbo ante el arrasamiento, el cajón donde se esconde el tesoro ante las tropas." (p. 70).

En sus escasas apariciones públicas K. Kraus (siempre azote para las instituciones del poder), se expresaba en estos términos, en donde el silencio era una reacción al:

«Tiempo ruidoso que retumba por la horrenda sinfonía de los actos que generan informaciones y de las informaciones que generan actos»

Y denuncia la alianza entre escritura y guerra de esta manera tan poética:

«Las plumas se sumergen en sangre y las espadas en tinta»

O alude a la relación entre palabra y acción (acción bélica):

«Quien alienta las acciones, profana la palabra y la acción y es doblemente despreciable. La vocación a ello no se ha extinguido. Los que ahora nada tienen que decir, porque la acción tiene la palabra, siguen hablando. Quien tiene algo que decir, ¡que dé un paso al frente y calle! (p. 70).

K. Kraus mencionará la figura del autor Henrich Heine como ejemplo del uso literario que repudia, es decir, la literatura entregada al discurso periodístico afín al poder. Si bien, reconoce la  genialidad del poeta alemán.

En el libro también se menciona, ojo al dato, a Stefan Zweig y Rainer Maria Rilke, ya que ellos sí pusieron su talento a trabajar para El Cuartel de Prensa del ejército austro-húngaro, sea por sus convicciones personales, o sin ellas, suponen la antítesis de lo que pensaban y hacían K. Kraus y W. Benjamin, para quienes ponerse al servicio del ejército era como claudicar ante la mentira por antonomasia; la guerra. En una época en la que el pacifismo era mal visto y censurable no se amilanaron en defender su ideal.

Otro nombre célebre que aparece es Ludwig Wittgenstein, aunque el filósofo vienés sí participó en la Gran Guerra, de hecho se alistó voluntario, pero era visible su perturbación por la banalización rápida e imparable del lenguaje en su sometimiento a la guerra. Desde esa conciencia angustiosa L. Wittgenstein escribe su Tratactus, centrándose en el sentido que tienen las palabras y su uso u omisión en el lenguaje, una obra que sigue la estela de K. Kraus, autor a quien el propio L. Wittgenstein admiraba y leía profusamente.

Hay párrafos que no me resisto a mostrarlos:

"El periodismo se ha apropiado de la literatura, constata Kraus. Y la guerra se apropia del primero y, de paso, también de la creación literaria. La campaña militar necesita exaltadores, divulgadores y portavoces, necesita la propaganda, necesita a los escritores. La literatura debe convertirse en medio. El fin: la difusión positiva del esfuerzo bélico propio (y de sus razones) y la negativa del ajeno. (…)

Previa a la palabra existe una voluntad, que declara qué es lo bueno y qué lo malo, quién es el amigo y quién el enemigo, (…)". (p. 80)

O este otro:

"Una guerra es, además de sus actos y sufrimientos, un torrente de palabras. Quien lo percibe no puede menos de sentir un escalofrío. A la crueldad se suma la frivolidad verbal, que impregna hasta a quien la escucha, mancha incluso a quien piensa sobre ello" (p. 124).

Entre pasaje y pasaje salgo a dar un paseo para asentar lo leído, y me pongo  a pensar sobre la asociación del lenguaje y el discurso político. No tardo en ver señales" :

 

                                          Foto, Paco Castillo, 2016


Ilusión. ¿Es eso lo único que nos piden los políticos para votar? Poca actitud reflexiva nos reclaman. Y con poco parece que nos conformamos.

Extraigo un mensaje claro en este ejercicio de reflexión que supone leer “Guerra y lenguaje”; las palabras tienen la capacidad de “encajarnos” en su realidad cuando son utilizadas por un experimentado manipulador de conceptos (un trilero de palabras), un demagogo que desde el púlpito sabe sintonizar con la emoción popular.

Las palabras han de tener un sentido para la realidad desde nuestra reflexión, uno ha de ser sujeto activo con el uso del lenguaje, desde un diálogo interno, sereno y crítico entre nuestro pensamiento y nuestro lenguaje, la inadecuación entre ambos nos resta amplitud, perspectiva.

Los políticos, los líderes del cotarro, lanzan sus proclamas y pretenden que se asocien con la voz mayoritaria de la ciudadanía… “Los españoles han hablado en la urnas…”, “Los españoles han dicho que quieren esto…”, “Los madrileños han decidido con el resultado aquello otro…”, “Los catalanes han expresado en las urnas lo de más allá..”

Todas esas cosas, y más, dicen los políticos que decimos el resto, seamos sus votantes o no lo seamos, tanto da que da lo mismo.

Pero me temo que el grueso de ciudadanos no ha dicho absolutamente nada, ni esta boca es mía, solo han recorrido unos centenares de metros hasta el colegio más cercano, han depositado unas papeletas en las urnas, y se han largado de ahí, de la misma forma mecánica con la que acuden a comprar el pan, sin más.

Si los políticos se apropian con tanta facilidad de nuestro discurso tal vez sea porque no tengamos discurso alguno… Solo unos centenares de metros de ida y vuelta que recorrer.

Este comentario fue escrito por Paco Castillo, el 21 de enero de 2016.

 


domingo, 6 de marzo de 2022

 

“Imaginaba yo (…) qué poca importancia para las grullas el Telón de Acero”,  Félix Rodríguez de la Fuente



Las grullas retornan al norte. Fotografía de Paco Castillo

Hace pocos días volví, después de mucho tiempo, a las Dehesas de Majadahonda, en la localidad vecina.


Camino a las Dehesas desde el Monte del Pilar. Tuve la gran fortuna de captar este momento, arcoíris mediante. Fotografía de Paco Castillo.


Las lluvias recientes habían mullido la tierra e incipientes brotes de hierba cubrían las lomas.

La luz matinal de las primeras horas irrumpía tibia sobre el paisaje, y clareaba en la verde lejanía las copas de encinaspinos resineros, quejigos y otros árboles. Muchos troncos presentaban un musgo suavísimo por la humedad ambiente, y los fulgores reverdecidos resaltaban a contraluz.



Fotografías de Paco Castillo


Ya en el comienzo siento los pulmones henchidos de brisa limpia, respirando la fragancia de las jaras, rociadas aún de las últimas lloviznas.

En los taludes que hay a ambos lados del sendero se impone, sobre otros, el graznar de las urracas, pero herrerillos, carboneros, pinzones y algún pito real no se amilanan (nunca mejor dicho, etimológicamente hablando) ante la estridencia de los córvidos, y detecto sus cantos entre las oquedades de ramas y arbustos, sus tonos crean un allegro moderato que se disfruta por toda la campiña; no en vano cuando el gran Sibelius paseaba por los bosques finlandeses se inspiraba en los cantos de los pájaros para componer su música, sus allegros moderatos sin ir más lejos.

Dehesas de Majadahonda, panel ornitológico. Fotografía de Paco Castillo

Y ya que he escrito amilanar, cuya etimología proviene de la palabra milano, referida a la rapaz… eso mismo es lo que me sobrevolaba, un magnífico milano real, pues suelen invernar en la península.

Milano real por las dehesas. Fotografía de Paco Castillo

Tampoco faltó a la cita el bello ratonero común, éste más numeroso que el anterior. Fotografía de Paco Castillo



Más adelante se iría sucediendo el trinar de otros pájaros, aunque a los jilgueros es más difícil verlos por aquí (pero haberlos haylos) prefieren las eras del campo abierto, como algunas cerca de mi casa (lo comprobaréis en la foto que os dejo debajo) en donde abundan gramíneas como el cardo (flor nacional de Escocia), uno de sus manjares.

Jilgueros. Fotografía de Paco Castillo


Pero no solo  flores, pájaros e insectos me prodiga el campo, también brotaban bonitas palabras a mi paso… claro, en los carteles identificativos de lo que allí se encuentra. De tal modo que a mi saca de hallazgos fueron a parar unas cuantas.



Gneis

Mioceno

Piedemonte

Campiña

Fluvial

Vegas


Legumbre

Retamas

Melojos

Hayas

Pinos


Cantueso

Aromático

Jara

Tomillo


Quejigo

Robles

Alcornoques

Lobuladas

Bellotas




Mediterráneo

Península

Ibérica

Madera

Leña

Carbón

Ebanistería

Fauna

Dehesa

Dulce

Cereales



Aparasolado

Corteza

Aciculares

Polen

Piña 

Taninos

Resinosa

Tren

Barcos

Y ya en el Monte del Pilar, algo más cerca de casa.



Hortelano

Vaquero

Herrero

Pastor

Majada

Lechería


Otras me las proporcionaba “El viajero y su sombra”, de Nietzsche, apropiado ejemplar para andariegos, pero yo daba prioridad a la “lectura” del entorno antes que a la del libro, segurísimo que tendría el beneplácito del filósofo alemán.


Saber ser pequeño...


No olvidé los prismáticos, ya que dos días antes divisé, y fotografié desde mi ventana, una bandada de grullas en el retorno a sus enclaves septentrionales. Pero ni rastro, esa mañana el único inquilino del firmamento fue el milano real.

Fotografías de Paco Castillo

Y, como la dolorosa actualidad es una enorme corriente desbocada que a todos nos arrastra, me pregunto si las grullas que retornan a sus moradas del norte, como los países escandinavos, bálticos, o la muy actual Polonia, se sorprenderían con la visión de otros flujos migratorios contemplados desde el cielo, por ser para ellas una visión inusual en aquellos lares.

Sí, bandadas de humanos desplazándose con un caminar errante ante los ojos de las grullas, miles de refugiados huyendo de la muerte y la guerra.

Y me vuelvo a preguntar si las majestuosas aves percibirán en el aire, en el ambiente, un estado de alerta desde la distancia, el miedo, como hacen los canes, si esa angustia reinante se convertirá en un efluvio que la brisa elevará hasta las nubes que surcan las grullas.

Observarán una danza humana, seres autómatas moviéndose al son de la desesperanza; como si fueran los componentes de “Danzad, danzad, malditos”, aquellas gentes sin horizonte vital en la Gran Depresión norteamericana, que se apuntan a un extenuante maratón de baile con el fin de ganar los 1500 dólares del premio, y atenuar por unos días el hambre y la miseria que los consumen… pero el inacabable baile los pone al límite de su resistencia física y mental.

Ya me gustaría que esa V victoriosa con la que aparecen las grullas fuera premonitoria de una derrota de la sinrazón bélica.

Fotografía de Paco Castillo

 Pero ahora mismo nada es seguro.

A todo esto; qué extraordinarias fueron las palabras de Félix Rodríguez de la Fuente sobre la marcha de las grullas, qué narrativa tan portentosa atesoraba, posiblemente cincelada por su otra pasión; la lectura de los clásicos grecolatinos de los que era un profundo conocedor. Cuan vigentes son ahora esas sabias palabras sobre las grullas (palabras que Félix arroja al “homo sapiens”), en medio de la guerra, cuando el inolvidable naturalista decía con ese énfasis cautivador…

“Y pensaba yo en las grullas (…). Me las estaba imaginando yo volando en una etapa sin descansar en todo el día ni en toda la noche, hasta pasar los Pirineos,

hasta meterse en el corazón de Francia, hasta pasar sobre grupos humanos separados muchos de ellos por el odio, por las fronteras, por la incomprensión (…). Qué poca importancia para las grullas el Telón de Acero (…)”

 

Félix Rodríguez de la Fuente.


Y continúa el vídeo con esta proclama, auténtica joya sobre nuestra sinrazón a través de las grullas. El gran Félix no arremete contra rusos y ucranianos, palestinos e israelíes, musulmanes y cristianos… sino contra el HOMBRE como ser genérico de una especie hostil para sí misma y para el resto de especies.

Imposible decir tanto, y de manera tan sublime, poética, en poco más de 3 minutos. Y atención a la mención del telón de acero.

No os perdáis este tesoro, poesía de un visionario, como han escrito certeramente a pie de vídeo. 




martes, 1 de marzo de 2022

 

La nieve es blanca y el cuervo es negro…




Fotografía: https://www.elconfidencial.com/tecnologia/2014-11-23/la-ciencia-demuestra-que-los-cuervos-son-casi-tan-listos-como-tu_500331/



El pasado 25 de febrero, mientras desde un cielo nublado llovían bombas rusas para sembrar el terror en suelo ucraniano, yo me tumbaba en la camilla del hospital Puerta de Hierro de Majadahonda, para dirigirme a quirófano, allí me extraerían el reservorio insertado bajo la piel del pectoral.

Esto es un reservorio.




Me lo pusieron en 2011, es un sistema muy eficiente para recibir la quimioterapia sin el riesgo que supone, por posibles quemaduras, haciéndolo por vía intravenosa.

Once años con un cuerpo extraño bajo la piel son muchos años, debería de habérmelo quitado hace varios, pero por razones que no vienen el caso ahí se quedó instalado sin tener necesidad de ello.

Estuve esperando en una salita vacía una hora, desde las 7:40 hasta las 8:40 a.m. Al fin se acercó una amable enfermera, mayor que yo, y me preguntó:

 “Bueno, qué tal está, Francisco, ¿tranquilo?”

En ese momento leía un libro, un ensayo sobre el budismo zen del maestro Daisetz Teitaro Suzuki.



Capté como su atención se desviaba silenciosa hacia el libro. Contesté a su pregunta.

“Sí, estoy tranquilo, a estos sitios suelo venir con mis propias medicinas (enseñándola el libro) para serenar la mente”. Respondí.

La enfermera sonrió.


A la espera con Daitsetz T. Suzuki

Ya me tumbo en la camilla, ahora es una celadora corpulenta la que me dirige con una mano (impresionante), a la vez que utiliza la otra para hablar con el móvil.

De alguna manera percibo mi vulnerabilidad frente a ella, yo tendido en la camilla, ella con paso firme y sin titubear sortea las contingencias, me veo bajo su manto protector, la siento cual diosa Atenea (diosa griega de la fuerza, entre otras virtudes), conduciéndome por las estancias.

No atiendo a su conversación telefónica. Miro absorto al techo de los diferentes pasillos que atravesamos, y sus luces, ora paneles cuadrados, ora redondos. Estas luces me parecen lo que son, frías y artificiales.

Oigo un rumor de voces, nos aproximamos más deteniéndonos unos instantes.

Esta vez sí pongo interés en la charla, escucho términos médicos que me suenan complicados, palabras que tienen que ver con patologías específicas y una conversación en la que concluyo que la hablante es una doctora, lo curioso es que refiere algo de su padre, por lo que escucho, un señor de noventa y tantos años creo oír, que presenta un serio problema pulmonar a tenor de lo que dice la doctora, es decir, su hija…

“Bueno, veremos lo que sucede, a esperar…”

Retumba esa conclusión, pero el tono de las palabras es tranquilo, transmitido por alguien que está familiarizado con el milagro de la vida y la presencia inevitable de la muerte. Todo se dirime entre  esas dos variables.

Iniciamos de nuevo la marcha y me percato del diferente color de los techos que he ido divisando; de color azul, luego naranja, después verdes, amarillos, etc.

Supe luego que cada tonalidad tenía su razón de ser, creí entender que cada una respondía a una especialidad; oncología, cardiología, pediatría, etc. Aunque no estoy del todo seguro.

Llegó el momento. Se presenta Arieta, así se llama la sanitaria que me quitaría el reservorio. Para la anestesia local me dieron una serie de pinchazos bordeando el aparatito, creo que fueron seis o siete. 

Durante los aproximadamente 25 minutos de la intervención, que en realidad era un procedimiento sin gran dificultad, Arieta resultó ser una buena conversadora, lo que agradecí.

Comenzó diciéndome que vivía en la sierra madrileña, y que una de sus rutinas también era pasear por el campo, como hago yo. En definitiva hablamos de la vida, sin más. En un hospital no se empieza hablando de la muerte, sino de la vida.


Mis hijas, pletóricas al encuentro de las olas. Asturias 2020.

“Bueno, casi hemos acabado”, me confirmó Arieta.

Noto que se aleja, puede que a una estancia aledaña, y comenta algo con una compañera, el silencio me permite escuchar bien.

“Pero bueno, ahora que hay llovizna abrid un poco alguna ventana, que entre el olor a lluvia".


Fotografías, Paco Castillo

Es una mujer de campo, sí…




Se me acerca, da un último retoque y me dice: “ya está Francisco, todo muy bien. Ahora te llevan a recoger tus cosas. Qué tengas un buen fin de semana”.

“Muchas gracias, Arieta”, es todo lo que acierto a decir. Ella sonríe afectuosa ante mi sentida muestra de gratitud.

Acto seguido pienso en el libro, recordando que lo dejé guardado en un amplio bolsillo del chaquetón. Me acucia el deseo de leer algún pasaje mientras abandono el edificio.

El libro del zen. El aroma a lluvia. Bombas que caen desde un cielo distante.

La realidad es extraña, a veces se convierte en un manto nebuloso en donde todo se (con)funde.

Mañana brumosa en la Casa de Campo, con vistas al Palacio de Oriente, Madrid. Fotografía de Paco Castillo.


Daisetz afirma que vivimos aprisionados en nuestra dualidad:

 “La nieve es blanca. El cuervo es negro.”


Y a partir de ahí juzgamos y analizamos la realidad.

 “Pero la nieve no es blanca. Ni el cuervo es negro.”

Y dice, más o menos; es aquí donde nuestro leguaje cotidiano falla para transmitir con rotundidad el significado exacto de las cosas.

Por eso el maestro zen no juzga ni analiza la realidad, solo observa en silencio.

Pero claro, yo no soy Daisetz, ni lo pretendo.

No obstante, me resulta enriquecedora su lectura, aunque solo sea para zafarme un momento de la endogamia intelectual, contemplando el panorama desde otro punto de vista, un saludable intercambio de perspectivas. Sumar.

Sí, enseguida me viene a la cabeza el asunto de Ucrania… y me digo que allí lo que cae del cielo son bombas, y que el aroma de lluvia se ha convertido en un terrorífico olor a pólvora y muerte. Y esto no es un juicio, es una siniestra certeza.

Pasado un rato llamo a mi mujer, sobre las 9:45 am

 

“Todo ha ido perfecto”

 

“Ay, qué bien”. Responde ella.

 

¿Y las niñas?

 

Siguen durmiendo, dice Araceli.

 

Bueno, salgo para casa.

 

Me voy a casa… y algo tan cotidiano se transforma en un inmenso privilegio.

Regreso a mi hogar, donde posiblemente encontraré a mis hijas en un cándido sueño aún.

A la par, miles de personas salen de sus hogares en Ucrania, atemorizadas, ignorando si podrán volver a su casa, si se mantendrán en pie tras las bombas que los asedian, o solo quedarán escombros chamuscados.

Dejan a sus espaldas toda una vida, se percibe la angustia con el ruido de las sirenas.

Llego a casa, a unos pocos metros de entrar. Ningún ruido. En los alrededores reina la calma y el silencio, amenizado por el trino de los mirlos, hermanando sus cantos, como decía Valle Inclán en "Sonata de primavera":

"Los mirlos cantaban en las ramas, y sus cantos se respondían encadenándose en un ritmo remoto como las olas del mar"

Antes de acceder al calor hogareño alzo la vista hacia el perfil montañoso de la sierra. En las cumbres más altas de Guadarrama la nieve hizo acto de presencia por la noche, extendiéndose cual fantasma sigiloso por los riscos.

Al aproximarme al portal veo la luz de la cocina encendida. Sé que mi mujer acaba de preparar café para los dos.

Empieza a llover suavemente, respiro hondo el aire limpio y recién lavado, una intensa fragancia a arizónicas  flanquea mis pasos.

 

“La nieve no es blanca, el cuervo no es negro.”


 



La lluvia me moja con delicadeza, como una caricia de rocío… Qué complejo es todo.



Cavatina...