Guerra y lenguaje...
Me ha parecido muy apropiado recuperar una entrada, dado el
contexto bélico actual.
La cuestión gira en torno a la función/manipulación del lenguaje en tiempos de guerra, tema del ensayo que publicó, allá por el 2007, Adan Kovacsics.
Escribí el comentario del libro hace seis años… pero podría referirse a ayer mismo, con el foco puesto en Ucrania versus Rusia.
Precisamente la inmensa y compleja Rusia, esa gran desconocida para los occidentales, ha motivado uno de esos arrebatos míos, y me he lanzado a desentrañar algunas claves pasadas para atisbar algo el presente (de aquellos barros, estos lodos), aunque sea un poco a través de lecturas. En ello ando, pero ahora no serán las protagonistas.
De izquierda a derecha; Wladimir Weidle. “Rusia ausente y
presente” (1950)
Yuri Afanásiev. “Mi Rusia fatal” (1992).
Fernando de los Ríos Urruti. “Mi viaje a la Rusia sovietista”, (escrito en 1921, publicado por esta edición de Alianza en 1970). Foto, Paco Castillo.
En cuanto al ensayo de Kovacsics. Cámbiense algunos
datos; la guerra de Irak por la presente de Ucrania; las
manipulaciones informativas de Colin Powell en su momento, por las del Kremlin
de Putin ahora, y algún que otro aspecto más, y todo encajará en el marco
actual de manera asombrosa. Me he permitido unos mínimos retoques. Os lo dejo
ya.
Jueves, 21 de enero de 2016
Guerra y lenguaje. Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953)
Libro. Editorial El Acantilado, primera edición, 2007. Ensayo. 160 páginas.
Ayer terminé este libro de Adan Kovacsics. Si alguien
no conoce al autor es posible que se cruzara con su nombre en algún ejemplar de
Acantilado o Minúscula, pues es el excelente traductor de varios escritores en
lengua húngara y alemana que forman el catálogo de dichas editoriales. Kovacsics
es chileno e hijo de inmigrantes húngaros, aunque nacionalizado español desde
hace muchos años (vive en Barcelona).
El debate suscitado en cuanto a la reducida capacidad que tiene el lenguaje para representarnos la realidad ya tiene un largo recorrido histórico. La filosofía, entre otras disciplinas, lo ha reflejado ampliamente.
En el transcurso de la cultura europea se han sucedido casos relevantes de intelectuales muy críticos contra el modo de entender el lenguaje y, sobre todo, contra las formas de pervertirlo para originar un discurso dominante, y crear corrientes de opinión conniventes con las esferas del poder económico y político.
Bajo el título de “Guerra y lenguaje”, Kovacsics ha desarrollado cuatro interesantes ensayos, cuyo contexto abarca, mayoritariamente, el espacio geopolítico de la Europa Central durante la I Guerra Mundial:
Crisis del lenguaje
Matuschka
Guerra y lenguaje
Danubio
Uno de los escenarios principales a donde nos adentra es la Viena de dicho período, concretamente al Cuartel de Prensa creado por el ejercito austro-húngaro. Allí trabajaron escritores elaborando propaganda que ensalzara el esfuerzo de los soldados en el frente. Todo un organigrama para revestir de heroicidad a aquellos desvalidos jóvenes que morían en el frente sin gloria alguna, a los altos mandos, etc.
También nos presenta diferentes episodios de esta problemática de la lengua, por ejemplo la relación traumática que algunos escritores han tenido con el lenguaje, o la crítica de otros denunciando su manipulación en el estamento periodístico y político, como si se experimentase con un animal de laboratorio para comprobar sus efectos en terceros. Críticas de algunos escritores hacia aquellos colegas que pusieron su pluma al servicio de la infame propaganda bélica.
Si uno reflexiona sobre la naturaleza e historia de las
guerras, constata que las grandes contiendas necesitan crear previamente un
discurso ad hoc, no tanto para justificarse ante el mundo, pues sabemos que los
señores de la guerra ni tienen ni necesitan justificación, como para crear el
mayor número de acólitos en la sociedad, pues de ella se nutre la
maquinaria belicista.
Es ahí donde interviene el lenguaje, y los que mejor
saben persuadir con él son, sin lugar a dudas, los escritores.
Se crea una retórica que tiene el esperpéntico fin de elevar la mentira a la categoría de axioma (hoy fake news), y por tanto premisa que se asume sin necesidad de demostrarla.
En dicho sentido, ¿Os suena la Guerra de Irak y sus armas de destrucción masiva? Lo menciono ya que aparece en el libro como moderno paradigma del tema que nos ocupa.
(Sustitúyase ahora por los argumentos iniciales de
Putin, centrados "únicamente" en objetivos militares y en las regiones
prorrusas de Ucrania, sabiendo ya la verdadera intención; la destrucción en todo
el país, y extendida a la población civil. Valga lo mismo para el párrafo
siguiente).
Y nos viene a la memoria la “opereta” de Colin Powell ante la ONU, mostrando unas fotografías “manipuladas” de “fábricas de armas”, “enclaves estratégicos en el área oeste”, "depósitos de arsenales en la región sur” del territorio enemigo. Digo manipuladas porque luego se comprobó que los encabezados de las fotos no se correspondían exactamente con las imágenes (lo refleja Kovacsics). El caso era sencillo, los encabezados (titulares) de las fotos ya estaban creados antes de las propias fotos, de tal suerte que la cuestión no era buscar un título para cada fotografía, sino preparar una fotografía para cada titular. Así funcionan tantas guerras, todo empieza con una mentira, la historia está escrita con montones de ellas.
En cuanto a las crisis de algunos intelectuales con el lenguaje, se expone el caso, entre otros, de Ingebor Bachmann, la célebre poeta austriaca, para muchos la más brillante de su generación, cuya profunda crisis de identidad literaria, al punto de abandonar el género poético (se centró en la narrativa, sobre todo), la llevó a considerar la poesía, supongo que su poesía, una vía muerta para la expresión del lenguaje.
Significativo lo que refiere de su poema «Ihr Worte»
(«Vosotras las palabras») :
“Lo escribí después de que durante cinco años no me atreviera a escribir
un poema, no quisiera escribir ninguno, me prohibiera crear una estructura
llamada poema. No tengo nada en contra de los poemas, pero debe imaginar usted
que de repente una lo puede tener todo contra ellos, contra cada metáfora, cada
sonido, cada obligación de juntar palabras, contra ese gesto absoluto y dichoso
de hacer aparecer palabras e imágenes. Que dan ganas de asfixiarlo para volver
a revisar qué hay en ello, qué es, qué debería ser. Todavía sé poco sobre los
poemas, pero a lo poco que sé pertenece la sospecha. Sospecha bastante de ti
misma, sospecha de las palabras, del lenguaje, me decía a menudo, profundiza en
la sospecha para que algún día pueda surgir, quizá, algo nuevo. Si no, que no
surja nada más" (p. 31).
Magnífica reflexión.
Pero el pasaje del libro que me ha resultado más fascinante
tiene que ver con las referencias a dos autores, el austríaco Karl Kraus
y el alemán Walter Benjamin, férreos acusadores del maniqueísmo de la
prensa, especialmente K. Kraus, por la vil instrumentalización del
lenguaje.
También K. Kraus es al que más párrafos ha dedicado Kovacsics,
muy merecidos sin duda.
La reacción de ambos intelectuales frente a las proposiciones
de colaboracionismo con el ejército austro-húngaro, fue el silencio como
respuesta intelectual. Mal entendido por algunos coetáneos y críticos al
interpretar con ello irresponsabilidad cívica, ausencia de compromiso,
encubrimiento, entre otras afirmaciones.
En alusión a la alianza entre lenguaje y guerra, nos apunta Kovacsics unas consideraciones que esclarecen la posición de K. Kraus y W. Benjamin :
"(…) se había producido una avalancha de un determinado lenguaje, que
exigía una respuesta precisa. Expresarse en contra sin más no era tal vez la
fórmula más adecuada. Habría significado añadir una voz más al discurso. La
percepción a la que se debía el silencio era que hasta el eje de la
lengua se había movido. Callar debía definirse, en consecuencia, como la
respuesta de quien se apartaba ante el alud. (…)
El silencio: el lugar donde se guarda y se protege el verbo ante el
arrasamiento, el cajón donde se esconde el tesoro ante las tropas." (p. 70).
En sus escasas apariciones públicas K. Kraus (siempre azote para las instituciones del poder), se expresaba en estos términos,
en donde el silencio era una reacción al:
«Tiempo ruidoso que retumba por la horrenda sinfonía de los actos que
generan informaciones y de las informaciones que generan actos»
Y denuncia la alianza entre escritura y guerra de esta manera
tan poética:
«Las plumas se sumergen en sangre y las espadas en tinta»
O alude a la relación entre palabra y acción (acción bélica):
«Quien alienta las acciones, profana la palabra y la acción y es
doblemente despreciable. La vocación a ello no se ha extinguido. Los que ahora
nada tienen que decir, porque la acción tiene la palabra, siguen hablando.
Quien tiene algo que decir, ¡que dé un paso al frente y calle! (p. 70).
K. Kraus mencionará la figura del autor Henrich Heine como ejemplo del uso literario que repudia, es decir, la literatura entregada al discurso periodístico afín al poder. Si bien, reconoce la genialidad del poeta alemán.
En el libro también se menciona, ojo al dato, a Stefan Zweig y Rainer Maria Rilke, ya que ellos sí pusieron su talento a trabajar para El Cuartel de Prensa del ejército austro-húngaro, sea por sus convicciones personales, o sin ellas, suponen la antítesis de lo que pensaban y hacían K. Kraus y W. Benjamin, para quienes ponerse al servicio del ejército era como claudicar ante la mentira por antonomasia; la guerra. En una época en la que el pacifismo era mal visto y censurable no se amilanaron en defender su ideal.
Otro nombre célebre que aparece es Ludwig Wittgenstein, aunque el filósofo vienés sí participó en la Gran Guerra, de hecho se alistó voluntario, pero era visible su perturbación por la banalización rápida e imparable del lenguaje en su sometimiento a la guerra. Desde esa conciencia angustiosa L. Wittgenstein escribe su Tratactus, centrándose en el sentido que tienen las palabras y su uso u omisión en el lenguaje, una obra que sigue la estela de K. Kraus, autor a quien el propio L. Wittgenstein admiraba y leía profusamente.
Hay párrafos que no me resisto a mostrarlos:
"El periodismo se ha apropiado de la literatura, constata Kraus. Y la guerra se apropia del primero y, de paso, también de la creación literaria. La campaña militar necesita exaltadores, divulgadores y portavoces, necesita la propaganda, necesita a los escritores. La literatura debe convertirse en medio. El fin: la difusión positiva del esfuerzo bélico propio (y de sus razones) y la negativa del ajeno. (…)
Previa a la palabra existe una voluntad, que declara qué es lo bueno y qué lo malo, quién es el amigo y quién el enemigo, (…)". (p. 80)
O este otro:
"Una guerra es, además de sus actos y sufrimientos, un torrente de
palabras. Quien lo percibe no puede menos de sentir un escalofrío. A la
crueldad se suma la frivolidad verbal, que impregna hasta a quien la escucha,
mancha incluso a quien piensa sobre ello" (p. 124).
Entre pasaje y pasaje salgo a dar un paseo para asentar lo leído,
y me pongo a pensar sobre la asociación del lenguaje y el discurso
político. No tardo en ver señales" :
Ilusión. ¿Es eso lo único que nos piden los políticos para
votar? Poca actitud reflexiva nos reclaman. Y con poco parece que nos
conformamos.
Extraigo un mensaje claro en este ejercicio de reflexión que supone leer “Guerra y lenguaje”; las palabras tienen la capacidad de “encajarnos” en su realidad cuando son utilizadas por un experimentado manipulador de conceptos (un trilero de palabras), un demagogo que desde el púlpito sabe sintonizar con la emoción popular.
Las palabras han de tener un sentido para la realidad desde
nuestra reflexión, uno ha de ser sujeto activo con el uso del lenguaje, desde
un diálogo interno, sereno y crítico entre nuestro pensamiento y nuestro
lenguaje, la inadecuación entre ambos nos resta amplitud, perspectiva.
Los políticos, los líderes del cotarro, lanzan sus proclamas y pretenden que se asocien
con la voz mayoritaria de la ciudadanía… “Los españoles han hablado en la
urnas…”, “Los españoles han dicho que quieren esto…”, “Los
madrileños han decidido con el resultado aquello otro…”, “Los
catalanes han expresado en las urnas lo de más allá..”
Todas esas cosas, y más, dicen los políticos que decimos el resto, seamos sus votantes o no lo seamos, tanto da que da lo mismo.
Pero me temo que el grueso de ciudadanos no ha dicho absolutamente nada, ni esta boca es mía, solo han recorrido unos centenares de metros hasta el colegio más cercano, han depositado unas papeletas en las urnas, y se han largado de ahí, de la misma forma mecánica con la que acuden a comprar el pan, sin más.
Si los políticos se apropian con tanta facilidad de nuestro
discurso tal vez sea porque no tengamos discurso alguno… Solo unos centenares
de metros de ida y vuelta que recorrer.
Este comentario fue escrito por Paco Castillo, el
21 de enero de 2016.