P. Castillo

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miércoles, 11 de agosto de 2021

 

Mis libretas, y otras cosas…




 

Estoy leyendo muy poco en estos últimos y convulsos tiempos, pero no me preocupa, todos transitamos por ciclos variables en la vida, y se deben afrontar con toda la templanza que nos sea posible, y si algunas cosas se contraen… otras se expanden.

Vivimos en ese vaivén, nos contraemos pero luego nos expandiremos, somos olas a merced de la bajamar y la pleamar, subimos y bajamos, bajamos y subimos…


Foto de Paco Castillo, Asturias.

 

El ejemplo del mar me parece una acertada metáfora sobre nosotros; las olas pueden borrar un corazón que dibujaste pensando en alguien, deshacer un nombre que escribiste sobre la arena, en definitiva arrastrar tus recuerdos a las profundidades, y en un momento inesperado te entrega una caracola que ha recalado junto a tus pies, te la acercas al oído y escuchas el susurro marino, que no es otra cosa que escuchar tus silencios, sí, esos mismos que vuelcan a tu memoria recuerdos distantes que salen a flote, emergiendo de aquellas profundidades. 

Escuchar a la caracola es como recordar un viejo cuento que te contaba tu padre, o tu abuela, es regresar a tu raíz tirando de un sutil hilo enredado en tu alma. Así es, la caracola te llama como las sirenas a Ulises, es una suerte de reminiscencia que te cita con tu “Alma primitiva”, tal cual escribiera Lucien Levy-Bruhl, y que vengo catando, sorbo a sorbo, despacio.




"(...) la mentalidad primitiva piensa y siente a la vez todos los seres y los objetos como homogéneos, es decir, participando de una misma esencia o conjunto de cualidades. Lo que más le interesa no es disponerlos en series de clases, de géneros y de especies netamente distintas las unas con respecto a las otras, correspondientes a una cadena de conceptos (...). Intenta ante todo desgajar (...), por mucho que esto nos parezca extraño a nosotros, las disposiciones benéficas u hostiles de esta esencia."

Alma primitiva, Lucien Levi-Bruhl

Decía que no me preocupaba cruzar ese desierto lector (ahh… todos tenemos algún desierto que atravesar), la explicación es sencilla; siempre que mi mirada se aleja de los libros se refugia en el campo, en la contemplación de sus acontecimientos, sean majestuosos como el ocaso tras las montañas o apenas perceptibles como una mariquita encaramada al junco, y para mí observar es un alimento vital tan nutritivo mentalmente y poderoso (a veces más) como leer.


Por los Andes peruanos, foto Paco Castillo


 

Foto, Paco Castillo

Si acudo al campo es porque apenas recalo en el mundo virtual, no poseo eso que llaman "redes sociales", exceptuando el blog que para mí es un grato rincón, las únicas redes que me entusiasman son las telarañas adornadas con el rocío, o con gotas de lluvia, que habréis visto ya en mis fotografías.


                                    Foto, Paco Castillo

Yo ansío lo físico, el sentir mis pies pisando la tierra del campo, oler y tocar, escuchar y mirar la vida que allí acontece, también el drama de la muerte; el otro día presencié el desagradable episodio de un gazapito (cría de conejo), agonizando en sus últimos instantes de vida. De todo aprendo, todo me enseña y nutre mis pensamientos. Ese es un tiempo de calidad. Algunos creen que caminar por el campo y observar lo que te rodea, solo, con calma, sin hablar con nadie,  es como… no hacer nada, y sin embargo es cuando más me empleo, cuando los sentidos están más radiantes y despiertos, y no abotargados de ir aturdido en el metro, de transitar entre mil estímulos urbanos… escaparates, semáforos, atascos en el coche, el ruido de los bares, perdido entre trámites burocráticos, gentes corriendo a las rebajas, o a coger un sitio en un cacho de playa, o absortos en una pantalla de móvil deambulando por la ciudad como autómatas, etc, etc. No es que aborrezca la ciudad, con ello me refería a las grandes urbes, en donde impera más la hostilidad que la serenidad, casos aparte son otras perspectivas de ciudad con enorme encanto como Toledo, Segovia, Santiago de Compostela o la antiquísima Cádiz; ¿quién no se perdería en sus callejuelas con gran placer?

¡Zasss! de repente toda esa megaciudad se va al carajo, estoy muy lejos del cemento y el hormigón a gran escala, mis ojos persiguen a una mariposa monarca, tal vez estoy acercándome a unas genistas en donde revolotean abejas, o admirando a unos murciélagos haciendo sus acrobacias bajo una imponente luna llena.


                                    Foto, Paco Castillo


Y mis libretas.






No falta oportunidad en que me lleve una a caminar. Del mismo modo que no concibo la lectura sin una a mano.

En verdad las he usado en todo tipo de situaciones y escenarios; en el hospital como acompañante o paciente, en las esperas del colegio de mis hijas, escribiendo en un tren noruego rumbo a las montañas de Telemark y tomando notas sobre los pasajeros noruegos… porque iban todos descalzos y tomaban vasos enormes de café en un solemne silencio. O sentado en el cesped de Central Park mirando a los neoyorkinos y demás turistas, como yo, pasar ante mí. En fin, no pocos países están metidos entre mis libretas.

Escribiendo en ellas, recuerdo algunos momentos con especial nitidez. Por ejemplo cuando anotaba impresiones de “La escalada” novela de Ludwig Hohl (1904-1980). Y no tanto por la novela, que también, sino por el paisaje que me rodeaba; zigzageando por las imponentes moles de los Andes peruanos, cuando atravesaba en un interminable viaje en bus la región de Cajamarca, admirando su grandiosas montañas apuntaba notas sobre la lectura.

No sé hasta que punto reflejaba lo que me sugería la lectura… o las inmensas montañas que nos circundaban y hacían al bus, y a todos los que estábamos dentro, tan ínfimos.

Algunos de mis apuntes, impresiones, sobre La escalada:

"Asistimos a una conversación íntima con aquello que más aman los escaladores, la cumbre, palabra con una caprichosa ambivalencia metafórica; para los “escaladores” que pretenden ascender en el escalafón social y financiero, cumbre es sinónimo de poder económico y estatus social. Para los escaladores que intentan coronar el pico nevado, la cumbre es el lugar definitivo donde sentir la soledad de todo y de todos. Cada uno busca sus cumbres." (Paco Castillo)


Leyendo “La escalada” en la Cordillera Andina, Perú. Foto, Paco Castillo


No existe mayor resignación ante la muerte que la de un montañero, y no es claudicación, sino aceptación, pues reconocen con humildad que frente a la Montaña son muy poquita cosa. 

La intensidad de sus vidas radica en lo cercana que siempre tienen a la muerte, he ahí la fascinante paradoja que los configura.

O que decir de mis notas sobre la puertorriqueña Rosario Ferré, allí mismo en su tierra, Puerto Rico… asomado a un hermosísimo camposanto custodiado por el mar del Caribe.


Puerto Rico, foto de Paco Castillo


Decía en mi libreta que su escritura, entre otras cosas, es como un aguacero caribeño, y hay que dejarse empapar, sentir las gotas (las palabras) surcando tu piel.

U otras palabras que me surgían junto a un faro asturiano, leyendo a Sten Nadolny en el Elogio de la Lentitud (acercamiento novelado a la vida del marino John Franklin, el peculiar capitán del mercante HSm Terror).

"J. Franklin, la vida discurre ante sus ojos con una lentitud que exaspera a quienes le rodean y demasiadas veces a él mismo, pues no es de lento proceder por voluntad, sino por naturaleza.

(…) de cadencia relajada en su forma de estar en este mundo, en el hablar, en responder, en pensar, en reaccionar, en reír, en llorar… incluso en besar.

Esto le irá obligando a asumir los acontecimientos y resolver las vicisitudes de la vida con una actitud como mínimo especial.

Al fin y al cabo, ¿Quién se detendría, noche tras noche, hora tras hora, minuto tras minuto, a contemplar las estrellas y trazar mapas mentales en sus equidistancias?" (Paco Castillo)


El faro asturiano de Cabo Vidio es un buen lugar para leer “El elogio de la lentitud”. Foto, Paco Castillo

En mis libretas, en definitiva, conviven títulos de libros, impresiones literarias, pensamientos cazados al vuelo, ideas, momentos de inspiración, esas notas de campo, y que sé yo...






Y termino ya, dejándome aún muchos aspectos variopintos registrados en mis libretas, os dejo con unas impresiones que escribí en Perú, y aunque tenía en esa ocasión unos libros de Julio Ramón Ribeyro y César Vallejo junto a mí, no fueron ellos los protagonistas (lo serían en su momento), sino unos amigos cafetaleros reunidos en un chamizo, esperábamos a que escampara un diluvio universal que se abalanzó sobre nosotros. Entre trago va y trago viene de cañazo (aguardiente de caña) que yo evitaba como buenamente podía, saqué mi libreta, igual que Johnny tomó su fusil, y me puse a escribir…

 

Autorretrato, Cesara, Perú, 2015

"Una magnífica lluvia tropical repiquetea con gran estruendo sobre los techos de calamina, el golpeteo violento me hace pensar en una catástrofe inminente.

La angustia que a duras penas puedo disimular contrasta con la indiferencia absoluta de los allí presentes, atrapado entre una sucesión interminable de cumbias (género musical latinoamericano) que se reiteran más allá de lo soportable en la melodía y letra:

 

 ♫ (…) mi amor nunca ya tendrás, ya nada te consolará… (…)  

 

Y por supuesto un trago de cañazo, aguardiente peruano, por aquí y por allá, para los compadres no hace falta un motivo de celebración previo por el que mojarse el gaznate, se toma… y luego ya se buscará.

Y es muy probable que mañana suceda lo mismo, igual que dentro de dos meses, y tal vez siga ocurriendo 30 años después.

Es como si el futuro no tuviese potestad para escribir un relato diferente a estas gentes, nada ni nadie descompone la escena, pues no conceden ni una mínima oportunidad a que un tiempo inexistente altere las melodías y letras de sus cumbias… "

 

 “♫ ♫ (…) me duele sentir tu ausencia

me mata la soledad

me hace falta tu presencia (…) ♫”

 

Cumbia de Corazón serrano

 

 

 

Paco Castillo, Cesara, Perú, sábado 3 de octubre, 2015.