P. Castillo

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martes, 18 de octubre de 2016

El descubrimiento de la lentitud. Sten Nadolny (Alemania, 1942).

Libro, Editorial Debate (bolsillo) 1993. Portada, The Lookout, Jonh P. Benson

Traducción de Teófilo de Lozoya. Narrativa, 395 páginas.




Asturias


Días atrás me enteré de la siguiente noticia, ocurrida a mediados de septiembre del año en curso:

“Hallan el HMS Terror de John Franklin hundido en el Ártico hace 170 años”


Mi sorpresa no hubiera ido más allá de la curiosidad inicial por este hecho sino no fuera por una circunstancia; muy poco antes de producirse el hallazgo de esta fragata inglesa, cuando sus avatares solo eran un secreto enterrado en el polvo de una vieja librería, y de unos pocos estudiosos, yo había concluído esta lectura de Sten Nadolny en donde se novela la vida de sir John Franklin, persona que existió, nacido hacia finales del s.XVIII, explorador británico, capitán de la Royal Navy y por un tiempo gobernador de Tasmania, función que abandonó para liderar, ya con sesenta años y tras varios intentos fallidos en el pasado, una expedición al Ártico de la que nunca regresaron, ni siquiera se los encontró. Él capitaneaba el… HMS Terror.


No sé muy bien como interpretar estas cosas, me explico; termino de leer el libro, su historia, e intrigado me pregunto que sería de aquellos hombres, de sus barcos, pues seguían desaparecidos cuando acabé la lectura a principios de septiembre… y transcurridos unos días, después de 170 años… ¡Zás! Encuentran, para mi estupor, la fragata, el HMS Terror.

¿Por algún designio inexplicable, tenía que leer este libro caído en el olvido, sobre el que mi mano se posó entre centenares de la vieja librería allá por agosto,  para que hallasen al fin la fragata desaparecida 170 años atrás en el inhóspito Ártico? Es posible, más no explicable.

¿Y si aún no hubiera leído el libro seguiría oculta  en el gélido mar? Idéntica conclusión.

Para empezar las impresiones sobre el libro, no está mal…

El descubrimiento de la lentitud, precioso título, ¿verdad? Además es de esos que expanden tu pensamiento mucho más allá de su vinculación con el libro y te obligan a hacerte preguntas.

En la mitad del mundo, “el acelerado” la lentitud debe ser tan escasa como un animal en peligro de extinción, en estos tiempos vertiginosos de “progreso”, la dinámica de  tales sociedades, de insaciable apetito por la “última novedad”, actúa como un superdepredador que todo aniquila, incluso a la lentitud. Es decir, no solo aquello tangible, como un bosque convertido en una urbanización, también lo intangible, como la lentitud, o el acto de conversar.

Os voy a contar algo, hace poco estuve en un restaurante con mi familia, en una mesa contigua se sentó un padre y sus dos hijos (dos chicos adolescentes), nada más pedir al camarero, sacaron los tres sus respectivos teléfonos móviles y ya no se dirigieron la palabra, ni se miraron a la cara, durante un cuarto de hora o veinte minutos.

¿Qué nos está pasando? 

Si un petirrojo se posa en el banco de un parque, junto a un grupo de jóvenes, sabrá alguno que ese pajarillo es un petirrojo? Más aún, lo mirarán siquiera.

Todo esto viene por preguntas que me ha suscitado el título
de esta obra.

En fin.

De algún modo, esto es cierto, me embarcado allende los mares con Sten Nadolny y su peculiar enfoque sobre la vida de J. Franklin, fascinante desde luego. Digo peculiar ya que el autor se permite una licencia literaria, es escritor y puede trastocar la realidad, faltaría más, y atribuye al personaje una desconcertante lentitud para todo. En realidad parece que J. Franklin no era más lento ni más rápido que cualquiera de nosotros. Pero eso poco importa.


Contaba mi itinerario con el libro, huimos del hostil verano madrileño y emulamos los grandes viajes del protagonista realizando una travesía memorable, que nos llevó de Madrid a Asturias, en busca del frescor cantábrico, para al cabo de una semana atravesar el Atlántico y recalar en esa preciosa isla caribeña llamada Puerto Rico, hasta el regreso a casa.





Cabo Vidio, Asturias

Es como si los personajes de la historia me hubiesen pedido un último deseo, una singladura oceánica antes de encallar indefinidamente en mi librería. Deseo concedido. Eso sí, siempre guiado por el carismático J. Franklin, explorador marino y el protagonista del relato. El propio libro recoge en las páginas finales unas notas biográficas de este aventurero, no otra cosa puedo considerarle.




Puerto Rico

Presumo que Sten Nadolny tampoco será muy conocido. Reproduzco la semblanza de contraportada. 

Sten Nadolny nació en Alemania en 1942. Es licenciado en historia y vive en Berlín. En 1981 apareció su primera novela, Netzkarte. Ganó el premio Ingeborg Bachmann en 1980. Más adelante, ha sido galardonado con los premios Hans Fallada (1985) y Vallombrosa (1986).

Es todo lo que dice.

J. Franklin es un auténtico lobo de mar sin apariencia de ello. Desde los catorce años se adentró en todos los océanos y mares conocidos, participó en varias contiendas navales, contra Napoleón, los daneses en el puerto de Copenhage, los norteamericanos que clamaban por la independencia de Inglaterra y algunas más.





San Juan de Puerto Rico

 Lo  sorprendente de este trajín bélico es que el bueno de John, aparte de salir vivo, ya nos revela al principio su dificultad para comprender que significa ir a una guerra, atacarse unos a otros hasta morir por una entelequia llamada “el honor de la patria”.

De hecho nunca lo entendió. Claro, una vez ahí, defendió su vida. El solo quería navegar hasta los rincones del orbe, descubrir nuevos territorios, y la vía más rápida fue ingresar en la Royal Navy para formarse como oficial, entonces algún día comandaría su propia fragata en busca de lo desconocido. El altísimo precio a pagar era jugarse el pellejo en las batallas navales para salvaguardar el buen nombre de Inglaterra.

Dicho todo esto, lo que muestra el libro de Sten Nadolny no va de esto.

El escritor ha planteado la obra desde una perspectiva muy peculiar, lo que revierte en una lectura original. No es tanto el desarrollo de los grandes viajes marinos y los enfrentamientos navales, que están, como lo que se intuye bajo el sugerente título, “El descubrimiento de la lentitud”, por ahí va el asunto…


Todo lo que a uno le provoque el enunciado configura la esencia de esta historia entrañable. La de un niño, J. Franklin, que ya en su Spilby natal, villa de marinos, parece que la vida discurre ante sus ojos con una lentitud que exaspera a quienes le rodean y demasiadas veces a él mismo, pues no es de lento proceder por voluntad, sino por naturaleza.

Él se revela contra su naturaleza, pero ésta es sabia y será consciente de ello en futuros episodios. Así que tenemos un chiquillo de cadencia relajada en su forma de estar en este mundo, en el hablar, en responder, en pensar, en reaccionar, en reír, en llorar… incluso en besar.

Esto le irá obligando a asumir los acontecimientos y resolver las vicisitudes de la vida con una actitud como mínimo especial.

Se entrega a la observación de las cosas con una minuciosidad patológica… lo que salvará vidas en las batallas. Y en alta mar, cuando las fragatas surquen mares violentados por las tormentas.




Playa Vallina, Asturias

Al fin y al cabo, ¿Quién se detendría, noche tras noche, hora tras hora, minuto tras minuto, a contemplar las estrellas y trazar mapas mentales en sus equidistancias?

¿U observar el desplazamiento de las nubes hasta tomar buena nota de sus direcciones… según el viento que sople?

J. Franklin ve mapas en el cielo, si un sextante se malogra detecta señales en las nubes que le anuncian la latitud, una mirada al ralentí registra muchos acontecimientos.

¿Y quién se queda en silencio ante una pregunta relevante para responderla al día siguiente, después de haberle dedicado 24 horas a pensar su respuesta desde todas las perspectivas posibles?

Pensar lento no significaba ser estúpido, al contrario, la lentitud de pensamiento hacía que dicha facultad considerase una multitud de detalles inapreciables, inverosímiles para la mayoría, sobre una idea o hecho concreto. Luego sucedía que todos presenciaban boquiabiertos una solución impensable a un problema determinado. 

Observar la vida es una destreza de los lentos. Pasar por la vida sin detenerse es una torpeza de los rápidos. Sin embargo unos y otros se necesitan. J.Franklin sabía que necesitaba a los otros. Los otros, en su mayoría, no eran conscientes de cuánto necesitaban… al lento. Llegarían a saberlo. 

Sí, J.Franklin solía dejar atónita a su concurrencia, a medio camino entre la fascinación y la ofuscación. 

Para un auténtico marino la tierra firme puede ser más ingrata que el mar: 


“Dudas y nada  más que dudas. En el mar no las había.”



Bahía Fajardo, Puerto Rico

Pero en realidad, ¿cómo era este hombre? 

He buscado largo rato por el libro, husmeando párrafos por aquí y por allá para mostraros algo fiable, y lo he encontrado en unas líneas, de repente me he sumido en esa misma lentitud y advierto un fragmento en el que J. Franklin, de regreso al pueblo tras uno de sus largos recorridos marinos, es abordado por un niño para que le cuente como son los animales que había en el otro confín del mundo. 

“John se sentó y le contó una historia sobre un varano gigante, un lagarto que llamaban salvator. 

Había visto el varano en Timor, pero ahora se asombraba incluso de que involuntariamente se le ocurrieran tantas cosas tristes sobre aquel extraño animal. 

- El salvator no huye, pero tampoco le gusta luchar. Va contra su naturaleza. Es tan listo como un hombre y le gusta tener amigos. Pero a penas si se mueve, casi siempre se está ahí quieto, por eso no tiene muchos. Vive más que todos los animales. Sus amigos mueren antes que él. 

- Entonces, ¿qué sabe hacer? –preguntó con impaciencia el niño. 


- Es modesto y pacífico. Solo le molestan las gallinas. Se las come siempre que puede. Muchas veces no ve bien lo que tiene delante de los ojos… "







Puerto Rico


Imagino que esta es una sutileza de Sten Nadolny, una descripción camuflada, creo yo, del propio J. Franklin. En las características de este lento animal se reflejan los rasgos que definen al protagonista. 

Y ahora la pregunta del millón. 

¿El descubrimiento de la lentitud es un libro de esos que se dicen “lentos”? 

Es una pregunta trampa, pues no tengo una respuesta específica a dicha cuestión. Lo cierto es que, a pesar de haber escuchado multitud de comentarios o teorías al respecto, nunca he tenido claro lo que significa un “libro lento”. ¿Escaso de acción, introspectivo, un ritmo narrativo sin mucha fluidez, un clásico japonés, o… ? Ya digo que escuchado o leído bastantes opiniones y no me convencen del todo. Lo que si me consta es que tal apreciación de una lectura casi siempre es expuesta en sentido peyorativo, como una desventaja. 

No sé si de la misma forma que hay personas lentas (que haberlas haylas) cabe considerar  libros lentos (¿en oposición a libros rápidos? 

A veces creo que cuando alguien afirma dicha particularidad, en realidad lo que está revelando es la celeridad de su vida. No deja de ser una percepción tamizada por el subjetivismo de cada uno, caben tantas consideraciones como maneras hay de vivir. Ahí lo dejo. 


Asturias


Sin embargo tras concluir esta historia, me ratifico en lo que ya pensaba; existe todo un mundo de matices, de detalles que solo puede ser percibido por alguien como J. Franklin. 

Imaginad de qué forma tan profunda se muestra el mar, el cielo, un recuerdo, un amanecer, una lágrima, una palabra, un beso… para la lentitud de J. Franklin.


Ya que estamos con lo lento, el otoño es ideal para entregarse al placer de pasear, caminar despacio, mirar a tu alrededor...










Y Como sucede año tras año...

Los que se van





Los que vuelven




Los que se quedan




Conversación con mi hija Izaskun de cinco años, hace unas horas mientras contemplábamos las nubes otoñales desde la terraza, descubriendo la lentitud a nuestro modo:

¿Papá, el cielo es tan enorme que llega hasta Francia?







- Incluso más lejos, cariño.