Mi punto de vista. Søren
Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855)
RBA Editores, 1985.
Traducción de José Miguel Velloso. 203 páginas.
Estos días días
parecían propicios para acompañarme de Kierkegaard, lo rescaté de mi escritorio
y tras encarar unas primeras líneas se acrecentó mi curiosidad, total; decidí
llevármelo a los caminos y leerlo por ahí...
El vehemente Kierkegaard
se proponía en su “Punto de vista” que no nos llevemos a engaño respecto
al tipo de escritor que es y evitarnos falsas expectativas, que nos enterásemos
de una vez por todas; él no es un “escritor estético”, lo que en su orden de
cosas viene a ser literario.
No, por encima de todo
hemos de saber que es un escritor religioso. Eso sí, deja claro que se ayuda de
la estética por aquello de de resultar más efectivo en su mensaje.
Se proclama autor
religioso por una sencilla razón, le duele en el alma ver como sus coetáneos
dicen ser cristianos… cuando él observa que solo lo son a rebufo de la
costumbre, porque así son las cosas y “eso” tenemos que ser en el rebaño ovejuno.
Pero a un pensador
como él, que desde su propio cuestionamiento cuestiona todo lo demás, le enerva
la situación; ¿la gente afirma ser una cosa sin conocer la cosa en sí? Y lo que
es peor; ¿sin tener el mínimo interés en conocerla?
Preguntas, me digo,
que podrían ser colocadas junto a un nacionalista de nuevo cuño, a otro que se
proclama liberal, a este que se nombra conservador, a uno más que está en contra del sistema y se identifica antisistema, al de más allá que jalea su
patriotismo frente al nacionalista, etc, etc.
¿Sabrá cada uno el
exacto significado de lo que dice ser?
Ocurre que la férrea
insistencia de Kierkegaard por proclamar su verdadera condición de autor me llega a
fatigar, o exasperar. Página tras página se agarra como una rémora a su verdad
cristiana, a su cruzada, y mi ánimo ahora está lejos de atravesar una crisis
mística y sacarle jugo a la obra. Decido saltarme algún capítulo, algunas
páginas, y hacer una lectura muy sui géneris.
De lo que no me cabe
duda es del compromiso adquirido por Kierkegaard en favor de sus
ideales, tanto es así que no titubea en abandonar a su prometida; Regina
Olsen, al considerar que la relación y el futuro matrimonio podrían
desviarle de su particular cruzada ideológica. Él confesaría más tarde que la
dejó por un “mandato divino”.
Como no puede ser de
otra manera, pienso que ante Kierkegaard el equivocado soy yo con mi desgana, no es demérito del pensador danés, sino un momento de mi existencia que
se convierte en muralla infranqueable para el libro.
Por eso digo que en
esta lectura me hubiera venido fenomenal padecer una crisis de fe, pero no ha
sido el caso, qué le vamos a hacer. No obstante dejo el libro cerca, pues
nadie esta a salvo de la zozobra, y sé lo que digo.
Pero colegir de esto
que el encuentro con Kierkegaard ha sido un ejercicio baldío sería
erróneo, para nada es así.
Siempre hay unas
palabras deslumbrantes, o dos o tres frases que crecen como una ola enorme de
pensamientos, y ahí el campo florece con algunas flores dignas de entusiasmar
al más reticente.
“Este es el secreto de
ayudar a los demás. Todo aquel que no se halla en posesión de él, se engaña
cuando se propone ayudar a los otros. Para ayudar a otro de manera eficaz, yo
debo entender más que él, pero ante todo, sin duda debo entender lo él
entiende. Si no sé eso, mi mayor entendimiento no será de ninguna ayuda para
él. Sí, de todos modos, estoy dispuesto a empenacharme con mi mayor
entendimiento, es porque soy un vano o un orgulloso, de forma que, en el fondo,
en lugar de beneficiarle a él, lo que deseo es que me admiren.” (p.55)
“Cuánto he escrito
hasta ahora no ha sido, en un sentido, agradable de escribir. Hay algo doloroso
al estar obligado en hablar tanto de uno mismo.” (p.109)
Toda una declaración.
En verdad, hay una
cuestión en la que no me siento distanciado de Kierkegaard; las crisis
de uno jamás las alcanzan a comprender los otros, valga esto para todo el que
atraviese su desierto. Así sea, larga vida al enigma que somos.
Y también fueron
instantes provechosos porque en los caminos la lectura es como un río con sus
meandros, lees un pasaje, cierras el libro y observas un acontecimiento que te
sumerge en otro; unas ovejas que ya no hacen trashumancia, al menos por aquí, y
adviertes la mirada del pastor en la tuya, buscando un afectuoso saludo que,
por unos momentos, lo despierte de su bucólico ensimismamiento, y su otredad es
ahora la tuya, deambulas con un libro en la mano y alma de pastor solitario.
O te sorprenden un par
de pajarracos, viejos amigos, que parecen haberse reunido después de largo
tiempo, cada uno con su credo, diferentes en su estampa, pero ambos en una
misma convicción, el sincero interés por conocer las vicisitudes del amigo; tan
distinto y cercano a la par.
Me convierto en
observador privilegiado y pongo palabras al acontecimiento.
¿Qué tal va todo,
compadre?
- Ahí vamos, un otoño
más.
Y un verano menos, remacha
el grandullón.
No necesitan decirse
más para saber el uno del otro.
Desgraciado de mí y de
kierkegaard, aprisionados en nuestras diatribas existenciales.
Después, los camaradas se entregan a un silencio amistoso, cayendo en una placentera somnolencia que
les hace mirar vagamente el horizonte.
Estornino y paloma
torcaz. Fotos, Paco Castillo
Es lo que tiene una
amistad fraguada en los veranos que mueren y los otoños que arriban con viento
frío, el mismo que mece a unas cuantas espigas que el estío, por esta vez, no
pudo doblegar, igual que a esos dos viejos amigos alados, encaramados en la
cumbre desnuda del cedro.
De repente constato
que ya se han despedido, raudos, un poco al modo de Hamm y Clov,
esos extraños personajes de Samuel Beckett (adoro la literatura
irlandesa), en “Fin de partida”:
Clov.- Te dejo.
Pausa
Hamm.- Antes de
partir, di algo.
Clov.- No hay nada que
decir.
“Fin de partida”,
Samuel Beckett
El menudo (estornino) se
impulsa y sigue con su vida, allá donde le lleven sus alas al viento.
El otro apura la
caricia otoñal del sol.
Vete a saber si
volverán a encontrarse ese del Norte y el otro del Sur, o si yo estaré allí en
el justo instante del retorno. Todo es inconsistencia, como el aire que surcan.
He aquí lo que dio de
sí esta historia con Kierkegaard
y mi lectura incompleta, o tal vez completísima, es fascinante lo que se extrae
de esa parte del libro no leída…
Me van a permitir
estos dos viejos dinosaurios emplumados que les dedique un poema, bellísimo, de Joan
Margarit, para que lo canten cuando descansen en los tejados.
Crónica, Joan Margarit.
Un libro que llegó a mis manos de una manera especial, regalo de mi amigo
Wineruda, pero eso es otra historia.
Es hermoso el crespúsculo,
los pájaros
guardan silencio entre
los grandes pinos;
el tiempo de elegir ya
se ha perdido
y en la taza vacía
queda ahora
el limón oxidado por
el té.
El bosque se oscurece,
la ladera
es una sombra verde
que se extiende
hasta lo más profundo
de mis ojos,
donde se guardan
los atardeceres,
silencios más antiguos
donde moran
los pájaros cansados
de volar,
los solitarios pájaros
exhaustos.