P. Castillo

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jueves, 25 de noviembre de 2021

 

La amplitud de lo diminuto…


Arriba, renacuajos en la charca, abajo, un insecto volador (himenóptero) escudriñando las flores primaverales. Fotos, Paco Castillo


Por cada escarabajo que han  pisoteado en el camino, deshaciendo sin miramientos su existencia, yo me tumbé junto a cientos en las veredas, y cuando me puse de nuevo en pie, lamenté todas las veces que no me arrastré sobre la tierra, que mi cuerpo no se mezcló con el barro,  dejando que el frenesí que nos asola sucumbiese sin violencia, simplemente seducido, a  ese mundo que el escarabajo dibuja en los senderos con la lentitud de sus pasos, como las ondas expandiéndose serenamente en los charcos al caer  las hojas derrotadas del otoño.


                                                          Escarabajo. Foto, Paco Castillo

Situar mis ojos a ras de su cuerpo, y adentrarme en  mundos diferentes dentro de nuestro propio mundo, y saber que una parte del Universo está dentro de ese escarabajo, que porta un enigma tan insondable  como el mío.


                                                     

Escarabajos. Fotos, Paco Castillo



Al final siempre sucede igual; me quedo quieto y él va apartando diminutos granos de arena e imponiendo una apacible lejanía, una distancia amistosa, sopesando si atravesar una antigua escorrentía de  lluvias pasadas, y en vez de agua sortear guijarros pulidos que brillan al sol. Acabamos  separados por dos mundos que no dejan de ser el mismo.




Escarabajo y escorrentías. Fotos, Paco Castillo


Ninguno de los dos alcanzaremos una respuesta definitiva de lo que somos el uno para el otro, no hay explicación filogenética que valga, pero en ese  tiempo y lugar nos hermanó idéntico  misterio; existir. 

Y aunque cueste creerlo,  ambos somos  hijos de los millones de trozos de estrellas muertas en lo remoto y primigenio del Universo.


¿Por qué nuestra desesperada ansia de inmortalidad, si hasta las Estrellas mueren…?


Leyendo poesía china al paso de un caracol. Foto, Paco Castillo

Fugitivo relámpago es la vida,

que apenas si da tiempo a sentir su pasar.

Inmutable es la faz de la tierra y el cielo;

mas cuán súbito el cambio de nuestro propio rostro.

Poesía china. Li Po (701 d. C., China)



Otoño. Foto, Paco Castillo


Cierto, son pensamientos que me brotan en ese deambular campestre, como afirma el escritor británico Robert MacFarlane; “podría decirse que hay pensamientos específicos del lugar y sensibles al movimiento” (en mi caso el caminar).

(…) los pensamientos, sentimientos y sensaciones crecen en ciertos lugares como lo hacen las plantas (…)

Cuando uno desciende hasta lo diminuto y  admira aquello que se considera insignificante, amplía el horizonte existencial de un modo insospechado, sorprendente, pues plantea su posición  en el mundo desde la humildad (y la humildad no deja de ser un hallazgo sorprendente), comprendiendo que no es el amo absoluto de esta casa; la Tierra, y que tan legítimos inquilinos como nosotros, incluso más por antigüedad, lo son un escarabajo, una ballena azul o una amapola.

Fotografía, Paco Castillo

A partir de ahí, comienza el aprendizaje de lo que  verdaderamente es importante…



Paco Castillo.



Os dejo con la hipnótica voz de Eivør cantando a los bancos de niebla,  y unas pocas palabras extranjeras para cuyos significados nuestro idioma no tiene palabras, son  intraducibles, las acompaño con fotos de mi autoría. 

 

´inapoiri (maorí, Islas Cook) noche sin luna



 hanibaram (coreano) los vientos secos y fríos que corren del oeste en un día sereno

 


serein (francés) llovizna que cae de un cielo despejado

 


rionnach maoim (gaélico) las sombras proyectadas en el páramo por las nubes que se mueven por el cielo en un día brillante y ventoso



 tojji (tulu, India) burbujas que forma la espuma del agua

 


Komorebi ( japonés): destellos de la luz que danzan entre las hojas de los árboles



gökotta
(sueco) despertarse temprano en la mañana simplemente para ir afuera y escuchar los primeros cantos de los pájaros





No se me ocurre mejor cierre que la deslumbrante voz de Eivør  con Mjørkaflókar (Bancos de niebla, en feroés...)






 


 

viernes, 15 de octubre de 2021

 

Mi punto de vista. Søren Kierkegaard (Copenhague, 1813-1855)

RBA Editores, 1985. Traducción de José Miguel Velloso. 203 páginas.


Estos días días parecían propicios para acompañarme de Kierkegaard, lo rescaté de mi escritorio y tras encarar unas primeras líneas se acrecentó mi curiosidad, total; decidí llevármelo a los caminos y leerlo por ahí...




El vehemente Kierkegaard se proponía en su “Punto de vista” que no nos llevemos a engaño respecto al tipo de escritor que es y evitarnos falsas expectativas, que nos enterásemos de una vez por todas; él no es un “escritor estético”, lo que en su orden de cosas viene a ser literario.

No, por encima de todo hemos de saber que es un escritor religioso. Eso sí, deja claro que se ayuda de la estética por aquello de de resultar más efectivo en su mensaje.

Se proclama autor religioso por una sencilla razón, le duele en el alma ver como sus coetáneos dicen ser cristianos… cuando él observa que solo lo son a rebufo de la costumbre, porque así son las cosas y “eso” tenemos que ser en el rebaño ovejuno.




Pero a un pensador como él, que desde su propio cuestionamiento cuestiona todo lo demás, le enerva la situación; ¿la gente afirma ser una cosa sin conocer la cosa en sí? Y lo que es peor; ¿sin tener el mínimo interés en conocerla?



Preguntas, me digo, que podrían ser colocadas junto a un nacionalista de nuevo cuño, a otro que se proclama liberal, a este que se nombra conservador, a uno más que está en contra del sistema y se identifica antisistema, al de más allá que jalea su patriotismo frente al nacionalista, etc, etc.

¿Sabrá cada uno el exacto significado de lo que dice ser?




Ocurre que la férrea insistencia de Kierkegaard por proclamar su  verdadera condición de autor me llega a fatigar, o exasperar. Página tras página se agarra como una rémora a su verdad cristiana, a su cruzada, y mi ánimo ahora está lejos de atravesar una crisis mística y sacarle jugo a la obra. Decido saltarme algún capítulo, algunas páginas, y hacer una lectura muy sui géneris.

De lo que no me cabe duda es del compromiso adquirido por Kierkegaard en favor de sus ideales, tanto es así que no titubea en abandonar a su prometida; Regina Olsen, al considerar que la relación y el futuro matrimonio podrían desviarle de su particular cruzada ideológica. Él confesaría más tarde que la dejó por un “mandato divino”.

Como no puede ser de otra manera, pienso que ante Kierkegaard el equivocado soy yo con mi desgana, no es demérito del pensador danés, sino un momento de mi existencia que se convierte en muralla infranqueable para el libro.



Por eso digo que en esta lectura me hubiera venido fenomenal padecer una crisis de fe, pero no ha sido el caso, qué le vamos a hacer. No obstante dejo el libro cerca, pues nadie esta a salvo de la zozobra, y sé lo que digo.

Pero colegir de esto que el encuentro con Kierkegaard ha sido un ejercicio baldío sería erróneo, para nada es así.

Siempre hay unas palabras deslumbrantes, o dos o tres frases que crecen como una ola enorme de pensamientos, y ahí el campo florece con algunas flores dignas de entusiasmar al más reticente.


“Este es el secreto de ayudar a los demás. Todo aquel que no se halla en posesión de él, se engaña cuando se propone ayudar a los otros. Para ayudar a otro de manera eficaz, yo debo entender más que él, pero ante todo, sin duda debo entender lo él entiende. Si no sé eso, mi mayor entendimiento no será de ninguna ayuda para él. Sí, de todos modos, estoy dispuesto a empenacharme con mi mayor entendimiento, es porque soy un vano o un orgulloso, de forma que, en el fondo, en lugar de beneficiarle a él, lo que deseo es que me admiren.” (p.55)

“Cuánto he escrito hasta ahora no ha sido, en un sentido, agradable de escribir. Hay algo doloroso al estar obligado en hablar tanto de uno mismo.” (p.109)

Toda una declaración.

En verdad, hay una cuestión en la que no me siento distanciado de Kierkegaard; las crisis de uno jamás las alcanzan a comprender los otros, valga esto para todo el que atraviese su desierto. Así sea, larga vida al enigma que somos.



Y también fueron instantes provechosos porque en los caminos la lectura es como un río con sus meandros, lees un pasaje, cierras el libro y observas un acontecimiento que te sumerge en otro; unas ovejas que ya no hacen trashumancia, al menos por aquí, y adviertes la mirada del pastor en la tuya, buscando un afectuoso saludo que, por unos momentos, lo despierte de su bucólico ensimismamiento, y su otredad es ahora la tuya, deambulas con un libro en la mano y alma de pastor solitario.




O te sorprenden un par de pajarracos, viejos amigos, que parecen haberse reunido después de largo tiempo, cada uno con su credo, diferentes en su estampa, pero ambos en una misma convicción, el sincero interés por conocer las vicisitudes del amigo; tan distinto y cercano a la par.

Me convierto en observador privilegiado y pongo palabras al acontecimiento.


¿Qué tal va todo, compadre?

- Ahí vamos, un otoño más.


Y un verano menos, remacha el grandullón. 


No necesitan decirse más para saber el uno del otro.

Desgraciado de mí y de kierkegaard, aprisionados en nuestras diatribas existenciales.

Después, los camaradas se entregan a un silencio amistoso, cayendo en una placentera somnolencia que les hace mirar vagamente el horizonte.

Estornino y paloma torcaz. Fotos, Paco Castillo

Es lo que tiene una amistad fraguada en los veranos que mueren y los otoños que arriban con viento frío, el mismo que mece a unas cuantas espigas que el estío, por esta vez, no pudo doblegar, igual que a esos dos viejos amigos alados, encaramados en la cumbre desnuda del cedro.

De repente constato que ya se han despedido, raudos, un poco al modo de Hamm y Clov, esos extraños personajes de Samuel Beckett (adoro la literatura irlandesa), en “Fin de partida”:


 Clov.- Te dejo.

 Pausa

 Hamm.- Antes de partir, di algo.

 Clov.- No hay nada que decir.

 

“Fin de partida”, Samuel Beckett

 



El menudo (estornino) se impulsa y sigue con su vida, allá donde le lleven sus alas al viento.




El otro apura la caricia otoñal del sol.



Vete a saber si volverán a encontrarse ese del Norte y el otro del Sur, o si yo estaré allí en el justo instante del retorno. Todo es inconsistencia, como el aire que surcan.

He aquí lo que dio de sí esta  historia con Kierkegaard y mi lectura incompleta, o tal vez completísima, es fascinante lo que se extrae de esa parte del libro no leída…

Me van a permitir estos dos viejos dinosaurios emplumados que les dedique un poema, bellísimo, de Joan Margarit, para que lo canten cuando descansen en los tejados.


Crónica, Joan Margarit. Un libro que llegó a mis manos de una manera especial, regalo de mi amigo Wineruda, pero eso es otra historia.


Es hermoso el crespúsculo, los pájaros

guardan silencio entre los grandes pinos;

el tiempo de elegir ya se ha perdido

y en la taza vacía queda ahora

el limón oxidado por el té.

El bosque se oscurece, la ladera

es una sombra verde que se extiende

hasta lo más profundo de mis ojos,

donde se guardan los  atardeceres,

silencios más antiguos donde moran

los pájaros cansados de volar,

los solitarios pájaros exhaustos.






 


miércoles, 22 de septiembre de 2021

 


Alguien dejó volar a su caballo...


El otoño acaba de abrir sus puertas.

Ya estoy impaciente por alzar la vista y encontrarme con la llegada de un vuelo victorioso, este adjetivo no es baladí, pues el signo de la victoria puede apreciarse de modo ostensible, con su trazo caligráfico, surcando el cielo. Como ya supondréis me refiero a las grullas.


Grullas, llegada triunfal. Foto, Paco Castillo.

Un dato curioso, me entero de que las grullas a su paso por la capital utilizan el eje de la Castellana como una especie de hito, pues es una de las principales vías de Madrid (atraviesa la ciudad de norte a sur), y esto divisado desde el cielo tiene una interpretación para las aves; las sitúa y orienta en su rumbo hacia Extremadura, fin de la etapa.


Desde la Casa de Campo, panorámica distritos norte de Madrid, Paseo de la Castellana y otros. Foto, Paco Castillo. 

Mirar al cielo nos proporciona una sensación de amplitud que la vida a ras del suelo nos niega, dado lo constreñido de nuestra terrenal existencia; nacer, vivir y morir. Uno contempla el cielo, o el mar, y piensa que la vida, su vida, se despliega sobre un lienzo sin límites, deshaciendo en esos instantes la finitud que nos oprime, angustia que tantas vocaciones filosóficas y poéticas ha creado.


Al fondo la Sierra de Guadarrama, intimidada y empequeñecida ante la majestuosidad del cielo. Foto, Paco Castillo.


Foto, Paco Castillo.

A veces el firmamento confiere al paisaje una fantasmagórica belleza. Foto, Paco Castillo 


Cuando levantamos la mirada en una noche plagada de estrellas la sensación de expansión es más acusada todavía, pues el cielo nocturno es insondable y esto es una tentación irresistible para la imaginación, ejercicio expansivo donde los haya, la noche se nos insinúa con lo que oculta, así es como se crea también la poesía, al menos Novalis creó sus Himnos a la noche, o la pintura…


Últimas golondrinas revoloteando nerviosas antes de partir. Foto, Paco Castillo.


Viajar guiándose por las estrellas ya lo hacíamos desde la antigüedad, que se lo digan a esos magníficos navegantes sin gps de última generación ni sofisticados satélites, los fenicios de hace 3200 años.

Pero mucho antes que nosotros ya lo hacían las aves, algunas de apariencia tan frágil como los petirrojos, migrante nocturna (como otras pequeñas aves canoras, evitando depredadores), impresionantes cartógrafos construyendo con las estrellas de la noche su mapa. 

Unos llegan y otros se van, ley de vida; como el escribano hortelano (bellísimo nombre, prepararé algún post con nombres de pájaros), que pronto volará a África, siguiendo la estela dejada por las golondrinas.


           Petirrojo. Foto, Paco Castillo.

Con una de mis guías de pajáros. Foto, paco Castillo.

El cielo diurno se presta menos a este viaje imaginativo, ahí todo es diáfano, regalado a la vista, es un estímulo diferente. Las cigüeñas lo prefieren en su periplo.


Foto, Paco Castillo.


Dicho esto, es fácil adivinar que miro al cielo con frecuencia, y si hay nubes errantes mis ojos se abren aún más, como los de un niño cuando descubre el mar.

Mirando al mar con mi hija, hace algunos años. Foto, Paco Castillo.

Es por ello que al despuntar un nuevo día, me gusta abrir una ventana para observar eso mismo, el cielo. Y los otoñales me atraen sobremanera. Momentos más tarde, si tengo oportunidad, me apresuro a salir al campo cámara en mano, sabiendo que los estorninos, con la fresca y el cielo plomizo, estarán esperándome con sus bandadas sobre los tendidos eléctricos.



 


El otoño, los estorninos. Fotos, Paco Castillo.


Y de paso observo las nubes a ver que me encuentro…

Gaviotas reidoras, casi inapreciables, disfrutando del invierno madrileño. Foto, Paco Castillo.


Nunca he dejado de mirarlas, y eso que siendo escolar había algún profesor que otro empeñado en que desistiera:

 “Deje ya de mirar a las nubes y aplíquese con la Teoría de Conjuntos. Mañana será el primero en explicarme el Sistema Binario”.

Al día siguiente explicaba con exactitud el Sistema Binario. En lo que respecta a las nubes… Jamás hice caso.

Bueno, el asunto es que mi hallazgo en esta mañana ha sido muy, muy singular, superó todas mis expectativas…

Un simpático caballito volador, dejémoslo ahí… Foto, Paco Castillo.

Quiero pensar que esta visión ha sido el producto de un pacto; el que hicieron una niña y su caballito.

Ella acordó con su amigo que aflojaría las riendas entre sus dedos para que él echase a volar. Y una vez allí arriba, siguiendo el rumbo marcado por el viento, habría de hacerse una idea de como se ven las cosas desde el cielo, en ese mundo silencioso carente de discursos, proclamas y conversaciones callejeras al albur de los telediarios. Todo lo que llega arriba es parodia mímica, teatro mudo.

La promesa es que el caballito, cuando tenga a bien finalizar su aventura, cual Nils Olgersson en su maravilloso viaje, regresará para contarle a la niña como vio las cosas desde allí, meciéndose en las brisas.


No descarto que el caballito después de subir y subir hasta hacerse brumoso, tenga encuentros insospechados para quienes estamos abajo. Quien sabe si compartirá confidencias con el Barón de Munchhausen, que inmortalizó Rudolf Erich Raspe, y como tal inmortal aún siga volando por acá y por acullá haciendo crónicas de sus extravagantes lances.

Foto, Paco Castillo.

 

En este punto dejamos al caballito (luego volveremos), y vamos a fijarnos unos instantes en esa historia del Barón Munchhausen para remarcar un aspecto interesante. No olvidemos que el tal Barón fue un personaje real, contemporáneo a Rudolf Erich Raspe, y cuya vida vida fue parodiada por la literatura.

El protagonista vive en una fascinante subversión de la realidad, Rudolf hace toda una oda a la ficción literaria con su personaje, es decir, a la mentira como producto fantástico; pues el Barón era en definitiva la quintaesencia de la mentira, pero elevada a categoría literaria de primer orden.

Así es, la literatura, en esta y tantas obras, subvierte esa naturaleza negativa de la mentira; uno lee el Quijote sabiendo que sus andanzas son pura fantasía, una mentira literaria, pero en este ámbito su efecto no deja de ser sorprendente; cierras el libro del ilustre caballero andante y el mensaje que trasciende al lector es una incontestable verdad sobre nuestra condición e idiosincrasia, es una verdad que alcanza de lleno al lector, que la hace suya, y lo maravilloso es que esa verdad ha cobrado entidad y se ha elevado desde la pura fantasía. Una verdad que se hace más aprehensible cuanto mayor es la fantasía que la sustenta. He aquí la huella genuina de la literatura, su fuerza y su magia, proyectadas sin igual en los cuentos y relatos, que alguien lea los cuentos de Julio Ramón Ribeyro, de Cortázar, Karen Blixen, Edgar Allan Poe, Chejov, Emilia Pardo Bazán, etc, etc, y comprobará esa verdad. 

En ese sentido recuerdo un libro que leí de Julio Cortázar, una recopilación de experiencias en sus clases de Literatura; en la Universidad de Berkeley. Cortázar fue uno de los escritores más entusiastas del componente fantástico en su obra, pero el aclaraba con maestría el tipo de fantasía que exploraba:

 “(…) no acepto nunca ese tipo de fantasía, de ficción o de imaginación que gira en torno así misma y nada más (…)

La fantasía, lo fantástico, lo imaginable que yo amo y con lo cual he tratado de hacer mi propia obra es todo lo que en el fondo sirve para proyectar con más claridad y con más fuerza la realidad que nos rodea.”


                                          Foto, Paco Castillo.

No dejo al Quijote, porque de esa mentira literaria, de la fantasía, parte también el inolvidable personaje; historias inverosímiles cuyos mensajes encierran profundas verdades, como decía antes. Por eso no es extraño que el Barón Munchhausen se encontrase con el Quijote, que fue de gran influencian para esta obra, y para tantas…

 

“Iniciamos nuestro galope (…). Desde allí se extendía ante nuestros ojos un panorama de incomparable belleza; África ofrecía un color quemado, sometida como está a los rayos inclementes del sol; España tendía, en cambio, al amarillo, a causa de los campos de trigo diseminados por todo el territorio; Francia tendía al color de la paja, con manchas de un verde intenso, e Inglaterra se presentó ante nuestra vista llena de la más exuberante vegetación. (…)

Me hallaba sumido en estas consideraciones cuando vi venir hacia mí a un hombre provisto de armadura, con una lanza en la diestra, a lomos de un brioso corcel. A través de mi telescopio, que nunca abandonaba, me di cuenta de que no podía ser más que Don Quijote. Y me pareció que aquel encuentro me proporcionaría grandes diversiones.”




Y doy fe que es así, en el siguiente capítulo se producen una serie de actuaciones entre el Barón y don Quijote de lo más hilarantes, todo ello sazonado con otros personajes a la par de extravagantes.


No me cabe duda, si Rudolf Erich Raspe, mientras escribía sus memorables Aventuras del Barón de Munchhausen, se hubiese topado con semejante espectáculo, un caballito trotando por el cielo otoñal, habría dedicado a este episodio un puesto de honor en el libro, pues su imaginación se dispararía hasta las mismas alturas que surcaba el Barón.

Bueno, ¿y el caballito?, pues siendo honestos no tengo mucho más que decir, yo no puedo saber que asuntos le podrá contar un caballo volador a una niña, a su amiga. 

Mi única certeza es que todo aquello que le cuente será un desafío a la realidad cotejable, él viene de trotar, volar mejor dicho, por lo inmensurable; un territorio que conocen bien los pequeños.

Pero todo eso quedará entre la niña y su amigo volador, para ellos dos. Es su secreto.




En fin, esto fue lo que me sucedió hace tres días. Se me ocurrió mirar al cielo y vi un secreto que se llevaba el viento...




 Lo cuento hoy porque se presenta el otoño. Y es mi cumpleaños.

 

Ah, yo me haré un regalazo, la maravillosa voz de Eivør, nuestra amiga feroesa, una clásica ya por este blog desde hace unos años.

                                    Eivør - Natureboy




P. D. Mi pensamiento con los damnificados de Palma, conmocionado por lo que estamos viendo.