P. Castillo

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jueves, 30 de agosto de 2018


La investigación. Stanislaw Lem (Polonia, 1921-2006)

Bruguera Libro Amigo, 1986. Traducción: Jadwiga Maurizio. 220 páginas.






Aquí estamos.

Hace varios días que tenía acabada esta entrada, pero antes necesitaba “centrarme” de nuevo, tras el paréntesis veraniego. 





Casualidad, o las meigas, mi admirada Ana (Blasfuemia) y yo coincidimos en plasmar impresiones sobre el gran Stanislaw Lem de forma casi seguida, aunque con diferentes títulos, resaltando por igual algunos aspectos de su estilo, lo que tampoco es raro, pues son elementos destacados en la obra del polaco. También son dos creaciones alejadas de la ciencia ficción que tantos réditos le ha proporcionado.

Adonde quiero llegar, espero que nuestros visitantes/comentaristas comunes no acaben saturados con el amigo Lem, no es lo deseable.



Stanislaw Lem. http://krakow.wyborcza.pl


Así pues, vamos allá (en realidad mi escrito original empezaba a partir de lo que sigue).

Trasladar todo lo que condensa una novela de Stanislaw Lem, y da igual si es breve, tiene su miga…

Sus seguidores (que son legión) conocerán, siendo el genio literario que es, su destreza en otro tipo de registros que no sean propiamente la ciencia ficción, género en el que ha alcanzado tal notoriedad, por la calidad literaria de ciertos trabajos, que muchos lectores reticentes han acabado leyéndolo con entusiasmo.

Por ejemplo con “Solaris”, considerada obra maestra no ya de la ciencia ficción, sino de la literatura en general. 





Os imaginaréis que Lem, sobre el argumento de sus novelas distópicas o no, sitúa cuestiones que sobrepasan los clichés al uso para valorar éste u otros géneros (por ejemplo novela negra y/o policíaca, etc), yo mismo he recurrido a ellos…

Hecha la autocrítica, me pongo manos a la obra con “La investigación”, inequívocamente policíaca (que me atrae poco), aunque tratándose de Lem, la cosa no se queda en policías y delincuentes…





Aún así, insisto en la identificación con la narración policíaca. Podría ser que al lector más devoto por esa ciencia ficción que responde a los cánones oficiales, le provoque sentimientos encontrados, algo así como una novela a medio camino de su destino final. Le sucedería esto por la obcecación en buscar una cosa que no es, generándole confusión. 

Aquí tenemos a unos policías de Scotland Yard que investigan unos hechos concretos. Esto no va de “Solaris”, nada de proyectar un escenario plausible en un futuro hipotético.


Obviamente Lem dedica ciertos guiños al ámbito que lo encumbrado, que da rienda suelta a sus ideas, pero son un tipo de señales menos identificables para la ortodoxia de la ciencia ficción. Estamos ante un asunto más terrenal, tanto que podría afirmarse del subsuelo, como veréis en breve. 




Bajo este título nada rebuscado, y esa portada que parece un LP de los Iron Maiden, tenemos una narración no muy extensa que refuta la solvencia literaria del autor.

Acompañaremos al inspector Sheppard de Scotland Yard comandando un equipo de investigadores, forenses y demás oficiales, dirigido por el joven e inestable teniente Gregory como segundo de a bordo (y protagonista principal), para resolver un gran enigma, la desaparición de varios cadáveres recientes de los depósitos forenses, en un radio de acción que abarca determinados condados cercanos a Londres.

Junto a estos dos hombres, también despunta la presencia de Sciss, uno de los médicos forenses, profesional de una seguridad apabullante y extensos conocimientos... un colega ciertamente antipático a ojos de Gregory, que suele sentirse intimidado por esa especie de "sabelotodo" pagado de sí mismo.

Se forma un triángulo psicológico que da mucho juego durante la trama. La impasibilidad del inspector, la inseguridad del teniente Gregory y el ego desmesurado del forense Sciss... (¿alter ego de Lem?).

Unos hechos delictivos cuyo modus operandi tiene desconcertado a todo el comando. A la propia naturaleza del caso, se une la escasez de pruebas incriminatorias que determinen una línea principal de investigación. Además existen circunstancias que escapan al juicio analítico de los investigadores. Son conscientes de estar ante un desafío inédito en sus carreras.

Actos cometidos sin torpezas aparentes, sin dejar pistas de los autores, algún fallo, un pequeño desliz. Es algo inaudito.





Lem exhibe su arsenal, su imaginación poderosa, su cualidad de observador sagaz al que no se le escapa el mínimo detalle, una mirada escrutando el ángulo más insospechado, una apreciación, por nimia que parezca, de sus colaboradores, aspectos que en principio parecen ridículos al inexperto (llámese lector, yo mismo), pero importantes para el investigador. Encontrar un hilo, por fino que sea, de donde tirar. Todo es relevante cuando no hay nada.

Lem crea magistralmente esa atmósfera tensa de los despachos policiales, donde a veces se respira la hostilidad entre los mismos compañeros, invadidos por la frustración, o acentuándose la intriga ante la posibilidad de convertir una hipótesis, por descabellada que sea, en algo tangible que dirija las pesquisas, poner algo de luz en la penumbra.




De ahí se derivan unos diálogos genialmente elaborados, trepidantes por cuanto manifiestan la agilidad mental que caracteriza a un inspector curtido, a la hora de intercambiar impresiones con sus colaboradores y sopesar multitud de aspectos, interrogando a sus hombres sobre la más insospechada probabilidad.

El jefe haciendo preguntas de una lógica aplastante a su equipo y que, precisamente por ser muy lógicas, la mayoría no hubiésemos tenido en cuenta, pero una vez conocidas en boca del inspector adviertes su pertinencia. Valga este fragmento en el inicio de una reunión para ver como van las cosas:

“Gracias –dijo el inspector general-.
Quizás usted, teniente, nos resuma el curso de su investigación.

-Sí, señor inspector.

(…) En todos los casos, los cadáveres desaparecieron durante la noche. No hubo ni huellas, ni señales de violencia. Por otra parte, esto no es necesario en un depósito. No se acostumbra a cerrarlos o, si se hace, hasta un niño podría abrir la puerta con un gancho.

-La sala de autopsia estaba cerrada- intervino por primera vez el médico forense Sörensen. (…)

Gregory (el teniente) tuvo tiempo de pensar que Sörensen había acertado escogiendo una profesión en la que tenía que tratar casi siempre con difuntos. (…)

-Me leyó usted los pensamientos, doctor. En la sala a la que se refiere hemos encontrado una ventana abierta. Mejor dicho, estaba entornada, no cerrada, como si alguien hubiera salido por ella.

-Primero tendría que haber entrado- dijo Sörensen con impaciencia.

-Es una observación muy brillante- repuso Gregory. Arrepentido, echó una rápida mirada al inspector general, que guardaba silencio, inmóvil, como si no hubiese oído nada. (…)

-¿Hay donde esconderse en esa sala de disección? –preguntó el inspector general. (..)

Bueno… eso queda prácticamente excluido, señor inspector. Exigiría la complicidad del conserje. (…)

No hay allí muebles salvo las mesas de autopsia, ni rincones oscuros, ni escondrijos de ninguna clase…
Solo pequeños armarios empotrados para las batas de los estudiantes (…) pero ni siquiera un niño cabría en ellos.

-¿Lo entiende usted en sentido literal?

-¿Perdón?

-O sea: ¿no cabría ni un niño? –preguntó calmosamente el inspector.

-Bueno… -el teniente frunció el ceño-. Tal vez un niño, señor inspector cabría, pero no mayor de unos siete u ocho años.

-¿Midió usted esos armarios?

-Sí (…) los he medido todos (…)”





Otro ejemplo:

“¿Y el último cadáver?

El último… pues no llevaba ropa, pero al mismo tiempo (cabe suponer) desapareció una cortina que tapaba un pequeño hueco en la pared del fondo del depósito. Era un trozo de tela negra que corría sobre una varilla, colgado de unas anillas de metal cosidas a la tela. En las anillas quedaron unos jirones de tela.

¿Fue arrancada?

No. La varilla es demasiado delgada para aguantar un tirón fuerte. Aquellos jirones…

¿Usted ha intentado quebrar esa varilla?

No.

¿Cómo sabe, pues, que no hubiera aguantado?

Se aprecia a simple vista.

(…) Bien, -concluyó el inspector- ¿Fueron examinados esos jirones?

Sí.

-Sörensen- : La tela fue rota, o más bien roída trabajosamente, y no cortada. Es indudable. Como si alguien lo hubiera hecho a mordiscos. Hice incluso algunas pruebas. La imagen microscópica es idéntica.

Un corto silencio reinó en la estancia, interrumpido por un lejano ronroneo de un motor de avión ahogado por la niebla.

¿Desapareció alguna otra cosa (…)? –preguntó el inspector.-

(…) Sí. Un rollo de esparadrapo, un gran rollo de esparadrapo, olvidado encima de una mesita junto a la puerta de entrada.

¿Esparadrapo? -repitió el inspector enarcando las cejas.-

Lo utilizan para sostener la barbilla… para que no caiga la mandíbula –aclaró Sörensen-. Cosmética mortuoria –añadió con una sonrisa sardónica.”

Y esto no es nada comparado con otros pasajes, pero son más largos.

Ahora la pregunta la hago yo.

¿Habría algo que se le escapara a este tío (Lem) ?





Como ya he indicado, un retrato de lo que podría suceder en cualquier comisaría del mundo, y que Lem compone con su proverbial habilidad.

Con varios personajes en liza, un escritor debe saber penetrar en sus mentes y, desde ahí, hacerlos crecer y definir su particular cosmovisión. En suma, revestirlos de su propia personalidad y complejidad, tal como somos.

No es raro encontrar libros en donde el escritor mete toda una variedad de personajes en un único molde expresivo, como si existiera una sola voz para todos. No es tan fácil hallar esa voz distintiva de cada personaje, una fase peliaguda para el escritor, y cuando no hila fino… nos chirría.

Lem supera la prueba con creces.





Las discrepancias que surgen en el seno del equipo son nítidas, fruto de la diferente percepción de las cosas que tiene cada uno. Duelos psicológicos, miradas sostenidas, confrontación de egos, combates dialécticos que escenifican la seguridad de unos y el vértigo de otros ante la que se avecina.

La presión social puede desbordarse, y es una variable poco controlable por la policía (como en el mundo real), así que han de trabajar bajo la tiranía del cronómetro. Un estrés que se convierte en compañero indeseable de los profesionales, y que Lem nos transmite con un vertiginoso ritmo narrativo.

Un buen cinéfilo puede reconocer los elementos propios del thriller psicológico que Lem combina en la novela, construyendo un eficaz engranaje literario. Detalles como las habitaciones casi siempre escasas de luz, el propio ambiente exterior con la neblina, la lluvia, el cielo gris… por no hablar de las propias morgues, lugares reducidos y siniestros donde los haya. 
Todo esto induce una notable sensación de claustrofobia que toca de lleno al lector.





También otras apariciones asociadas al suspense psicológico; sueños, alucinaciones, un panorama que por momentos trastoca la realidad. Percepciones que se deslizan en el limbo de lo real y lo irreal. Sin faltar notas de humor ácido.

Lem logra este resultado porque es dueño de una mente brillante. Uno de los escritores más cultos que ha dado la época contemporánea, prestigioso intelectual bregado en la ciencia y el humanismo.

Médico, psicólogo, profesor de literatura, miembro fundador de la Sociedad Polaca de Astronáutica, aparte de sus incursiones profesionales en el área de las matemáticas (ámbito que dominaba con soltura), la cibernética y la filosofía.

Todo ello puesto al servicio de la creación literaria con un resultado fascinante.




Se sabe que su perfeccionismo rayaba en lo obsesivo, depuraba hasta el fallo más imperceptible.

Fijaos en esta perla de la Wiki:

«Lem fue miembro honorario de la SFWA (asociación de escritores norteamericanos de ciencia ficción y fantasía) en 1973, pero fue expulsado en 1976 tras declarar que la ciencia-ficción estadounidense era de baja calidad literaria y estaba más interesada en el aspecto comercial que en desarrollar nuevas ideas o formas literarias.»

Sonados fueron sus más y sus menos con Philip K Dick. A quien por otra parte considera gran escritor, desde luego, según él, superior a Bradbury y Asimov. Sobre éstos últimos decía, para entendernos, que no eran para tanto, como manifestó en una entrevista:

“Creo que los rusos, los hermanos Arkadij y Boris Strugaccy, han sido mejores.”

Interesante apreciación, pero yo ahí, ni pincho ni corto, ese debate lo dejo para los aficionados duchos en la materia.





Huelga decir que traducirlo siempre ha sido complicado, debido al encaje de los conceptos que maneja en el universo creador que concibe.

Sin embargo, como ocurre con las gentes dotadas de sabiduría, sabe transformar toda esa “entropía” inasible en una prosa clarividente.

En ese sentido, impresionan las hipótesis que desarrollan los investigadores, pues al no tener una base racional sobre la que ir atando cabos, han de establecer otras de carácter empírico.

Se ven forzados a buscar explicaciones en la última frontera de lo racional, y más allá. Sopesar el envés y revés de la realidad.





Otra interpretación válida de “La investigación” pasaría por ser una propuesta filosófica bajo el formato de una intensa novela policíaca, pero Lem es astuto y evita crear un híbrido con interminables divagaciones metafísicas.

No, la novela no es un híbrido, tiene la identidad reconocible de una narración policíaca (por enésima vez lo recalco, soy cansino).

Por ello te hace pensar desde la óptica de unos investigadores policiales, luego uno bifurcará su pensamiento por donde considere.

Esa peculiar simbiosis entre narraciones muy dinámicas, fluidas, con la vertiente filosófica (es el sello de Lem), le ha dado al autor miles de lectores. Una conjunción muy atractiva de estilos por atípica.

Atípico, buena palabra para definir a este escritor.

Leer a Lem es una invitación directa a poner en tela de juicio muchas cosas que hemos elevado al púlpito de lo “racional”. Y sí, visto el panorama ahí fuera… proceden las comillas.

Una mente privilegiada unida a la pasión por la literatura, imaginad lo que puede hacer alguien así frente a una hoja en blanco. Sencillamente, lo que le de la gana...