Dos antisemitas y otras narraciones. Sholem Aleichem (Ucrania, 1859- Nueva York, 1916)
Editorial Magisterio Español S. A. (Serie narraciones judías), 1969.
Traducción de José Luis Sobrón. 170 páginas.
Abro este pequeño libro (Dos antisemitas...) y paso despacio la hoja de
cortesía, esa que los editores dejan en blanco por deferencia al lector, y éste
en ocasiones rubrica y/o testimonia una dedicatoria con la fecha, dejando un
poso de humanidad en el libro que, por lo común, sobrevive al propio lector, tal Lord Byron.
Recuerdo un caso singular, adquirí una novela de Luis Pancorbo en una
librería de viejo madrileña, y, ya en casa, descubrí unas líneas manuscritas del periodista
fechadas en 1981 dedicadas a un compañero de RTVE, otro insigne reportero por sus crónicas desde Latinoamérica, Oriente
Medio, etc, me refiero a Manolo Alcalá.
Curiosa ironía de los tiempos, ya por entonces Pancorbo le transmitía en
esa dedicatoria sus deseos de cambio para RTVE… qué cosas.
La obra de Aleichem ha sido una de las principales introductoras de la
cultura yiddish allende sus orígenes. Pero además lo ha hecho arrimándose al
paisanaje popular como ninguna otra.
Si os suena la famosa película musical norteamericana El violinista
en el tejado, sabed que está basada en una novela de Aleichem, Las
hijas de Tevye (Tevye, el lechero).
Sholem Aleichem. Foto internet.
Junto a este título también os presento “Cuentos de Odesa y otros
relatos”, de Isaak Bábel (Odesa, 1894 - Moscú, 1940).
Pese a las grandes diferencias entre ambas obras, existen algunos puntos de
unión significativos, por eso las entrelazo… y porque me apetecía seguir
deambulando por la Odesa de Isaak Bábel, después de haberla caminado en varios
relatos de Sholem Aleichem. Bábel nació en Odesa, y Aleichem llegó a residir
ahí.
Pues ya digo, para empezar la ciudad de Odesa, si bien no adquiere
categoría de protagonista en la lectura de Aleichem, es verdad que aparece
numerosas veces en diversos relatos.
En el caso de Bábel, sí, ésta tiene un estatus relevante en casi todos los
cuentos (los que pertenecen a la primera parte, que son la mayoría de historias).
Otra confluencia viene dada por una palabra de siniestra existencia, el
progrom, cruentos acontecimientos (me ahorro explicarlos) que ambos escritores vivieron,
aunque sin sufrir fatales consecuencias.
El tratamiento que le da Aleichem a estos sanguinarios episodios es como
algo aledaño a la trama principal del cuento, le sirve para ironizar sobre las
dificultades de ser comerciante, profesor… o lo que sea en tan ingrata
atmósfera. Produce una extraña sensación de humor y congoja. En el fondo es un hombre afable y campechano, no se sentía cómodo explicitando la violencia, eso quedaba para autores como Isaac Bashevis Singer o el mismo Isaak Bábel.
Bábel convierte el progrom en relevante e inesperado protagonista que
revela su siniestra cara al final. Lo hace con un cuento memorable, una obra
maestra, “Historia de mi palomar”, a través de los ojos confusos de un niño,
que atravesando la ciudad para cumplir su sueño de comprar unas pocas palomas…
empieza a advertir un enorme barullo, caos, golpes, gritos, lamentos… y
no sabe que está ocurriendo, solo que tiene que salir corriendo ante el pavor
que lo invade. Impresionante.
Isaak Bábel. Foto internet
Ambos autores nos sitúan en unas ciudades, Odesa, Kiev, San Petesburgo…
despojadas de todo su misticismo, aquí transitamos por los lugares que habita
el populacho, ciegos al esplendor que la simple mención de esos nombres evoca. Así
que vamos pisando la fealdad, los tugurios, las calles malolientes y sucias,
un viaje a las cloacas en donde reina el hampa, la gente de mal vivir, los gansters…
que los del este, tela.
Si indagáis sobre Odesa seguro que más de uno os asombraréis, como yo. Su
fundación moderna y la de su célebre puerto, en 1795, se debe a la iniciativa
de un español, José de Ribas, un avispado militar que andaba por la Rusia Imperial
y muy bien relacionado con la corte real. Logró convencer a Catalina la Grande
para aprovechar la bahía como magnífico enclave estratégico. Él dirigió toda la
construcción y planificación de la ciudad, y así se reconoce en la región
actual.
Odesa. Foto internet
Retomando los libros, también hay barrios modestos donde campa la
concordia y tienen más tranquilidad. Los bajos fondos están, sobre todo, en Los Cuentos de
Odesa de Bábel. Con Aleichem vemos algo
también, pero de pasada, en un tono socarrón que funciona como una barrera ante lo sórdido, sin que ello desmerezca el
excelente retrato que hace a las gentes de todo tipo y condición.
Pero el nexo más nítido entre los dos, es la reconocible influencia que tuvo S. Aleichem sobre Bábel, a la sazón editor de las traducciones rusas de los cuentos de S. Aleichem.
Pese a que mi intención inicial era comentaros también el libro de Bábel, creo que es mejor no apabullaros con tantas líneas, lo dejamos para
la siguiente entrada. Nos acompañará Sholem Aleichem.
Bajo su seudónimo (Shalom aleichem = La paz esté con vosotros), tenemos a Sholem Yakov Rabinovitsh, su verdadero nombre, hijo de una familia judía pobre y crecido en una población cercana a Kiev.
Su entusiasmo por la escritura ya despuntaba desde jovencito, fascinado con lecturas como Robinson Crusoe.
Buena parte de su narrativa está escrita en yiddish, reflejando magistralmente la idiosincrasia de esta comunidad en su vertiente más popular.
Su entusiasmo por la escritura ya despuntaba desde jovencito, fascinado con lecturas como Robinson Crusoe.
Buena parte de su narrativa está escrita en yiddish, reflejando magistralmente la idiosincrasia de esta comunidad en su vertiente más popular.
Historias a pie de calle, en los mercados de las plazas, dentro de las
casas en una barriada cualquiera, en bodas, festividades, en las escuelas, en las cantinas de
estaciones ferroviarias, dentro de los propios vagones frecuentados por la
clase asalariada, trayectos que son fuente inagotable de chismes, dimes y
diretes sobre el pueblo llano, altavoz inigualable de esa filosofía de cantina
que llega a lo profundo del ser tomando el atajo más corto… oséase, un chato de
vino peleón.
Sholem Aleichem se inmiscuye en los asuntos de un comerciante vulgar, o
un joven judío estudiante, o unos tahúres que hacen de las suyas con las
barajas de cartas en el trayecto de un tren, etc, etc.
En esos vagones de tercera discurren no pocos lances de sus cuentos,
entrometiéndose con su original y burlona verborrea en cotilleos varios.
Un humor llano, que no fácil, para desvelar de forma inmediata el envés de
una cultura. Ahí está él, donde no llegan otros, por que no han querido, no han
sabido o no han podido hacerlo con tan peculiar humor. Por todo ello este libro
tiene su punto de extravagancia.
Y es que Aleichem fue pionero en dar un aire satírico y humorístico a la
literatura hebrea y yiddish. Fijaos que incluso me ha recordado, con todas las cautelas, al tono picaresco, burlón y, por qué no, entrañable del “Lazarillo
de Tormes”, pues muchos cuentos de Aleichem tienen un carácter moralizante que
se desvela al final.
Pero son historias de corte realista, relatos pegados a la cotidianidad.
Estas líneas del prólogo lo aclaran:
“El tipo de humor literario de Sholem Aleichem era en su tiempo
verdaderamente revolucionario. Antes de su advenimiento, la literatura hebrea y
yiddish había sido fundamentalmente seria. (…)
Fue una de sus grandes innovaciones (…) llevar a obras de alta inventiva el
humor irónico (…) de los judíos que había sido hasta entonces parte del acervo
popular oral.
(…) Sholem utilizó sobre todo el folklore, la herencia de todo un pueblo:
humor popular, anécdotas, acertijos, chanzas, dichos y tretas de los chicos de
la Talmud Torah, los primitivos juegos cómicos de Purim, los cuentos hasídicos
(véase “el pueblo de Habne”), la tradición popular de parodiar versos sagrados
de la Biblia y frases del Midrash y el Talmud, y en fin, el lenguaje mismo del
pueblo, desde el lenguaje del carretero hasta las maldiciones de la arpía”.
Y doy fe que así es. Lo alucinante de estos cuentos es como te meten de
lleno en el relato, parece que tú mismo vas viajando en uno de esos vetustos
trenes llenos de provincianos que acudían a la gran ciudad, Odesa, Kiev, Moscú,
etc. Y lo cuenta con una gracia de lo más original. Ya solo por eso estamos
ante un libro exótico.
En realidad Aleichem repasa a todos los estratos sociales, fervorosos creyentes, dubitativos, custodios de la fe, flagrantes detractores, ricos, pobres, militares, rabinos, niños, viejos, aguerridas esposas, tramposos, honestos vecinos... Nada escapa a su mordacidad.
Un fragmento del primer cuento, “Los antisemitas”, en donde un comerciante
judío, Max, llega a la ciudad de Kishinev, asolada por un violento progrom. (Nótese como evita caer en el flagelo con el progrom).
Recién llegado al destino se entrega a todas las prohibiciones habidas y
por haber que decreta la Torá.
Lo cierto es que pudiera parecer un estrategia para pasar desapercibido,
pero obra con un entusiasmo nada… disimulado:
“Max sabía que en Besarabia y alrededores habría de oír de los judíos
historias lastimeras y lúgubres acerca del progrom de Kishinev –e insultos y
pullas sarcásticas de los no judíos-. Cuanto más se acercaba a esa región, más
buscaba un medio de escapar y una forma de esconderse de sí mismo.
Al acercarse a su destino pensó primero quedarse recluido (…). Luego lo
reconsideró (…) saltó al andén de la estación y se dirigió al restaurante con
aire de animosa confianza.
Se tomó un whisky, comió un surtido de bocadillos
prohibidos, bebió un vaso de cerveza para aclarar la garganta y encendió un
cigarrillo.
A continuación se encaminó, echando garbosamente bocanadas de
humo, hacia el quiosco de los periódicos, donde descubrió El Besarabiano, la
notoria gaceta antisemita del infame Krushevan, odiador de judíos. (…)
Max Berliyant fue el único viajero que se aproximó al puesto de periódicos
y pidió un ejemplar de El Besarabiano.”
Un “crack”, el tal Max.
En el fondo, esa caterva de personajes inclasificables que desfilan por el libro configuraban la esencia del propio Aleichem, en todos ellos había un remanente de humanidad.