El jardín de las mujeres. Aminatta Forna (Escocia, 1964).
Título original: Ancestor Stones. Punto de Lectura, 2007.
455 pp.
Traducción de Íñigo García Ureta. Ilustración de portada:
To the Island. Tilly Willis.
Dunas, Caños de Meca. Faro de Trafalgar al fondo. Cádiz
Paco Castillo, 2017
Contraportada:
“Aminatta Forna reivindica la fuerza de la mujer africana.
Abie vuelve a África para reclamar una herencia que su
abuelo le legó al morir: los cafetales en los que solía jugar de niña en una
aldea ancestral. Allí le aguarda un tesoro aún más grande: los recuerdos de las
mujeres de su familia, un acervo de relatos orales, experiencias y placeres
vividos por varias generaciones en un continente en perpetuo cambio.
El jardín de las mujeres es una intensa novela coral e
íntima, en las que las raíces del colonialismo y las inquietudes sociales tejen
el tapiz de un África mágica.”
«Las cuatro narradoras de El jardín de las mujeres tienen
la misma resistencia al soportar guerras, explotación sexual, traición
masculina y pobreza a lo largo de medio siglo.»
Aunque reside en Inglaterra hace años, y además nació en
Escocia, lugar en el que el padre, un
sierraleonés, estudiaba medicina, Aminatta Forna es una escritora con
raíces africanas, regresó allí siendo bebé, pasando toda su infancia en Sierra
Leona. Un país devastado por la guerra civil y las espeluznantes batidas de los
niños soldado.
Pero el conflicto solo acapara unas pocas páginas del
relato, llegando ya al final, que es cuando se cruza en la trayectoria de las
protagonistas. Antes de eso hay un largo y fascinante recorrido por la historia
de unas mujeres; abuelas, madres, hijas, hermanas, tías, amigas… que han
formado la red vital de esta autora.
Faro de Cudillero al fondo. Asturias. Paco Castillo, 2017.
Si las manos de estas mujeres te regalasen una suave
caricia en la cara, se podría oler el delicioso aroma del cacao que recolectan
en sus cafetales.
Cafetales… una palabra talismán para mí.
Las vivencias que cuentan comprenden un periodo que
arranca en 1926 y concluye en 2003. No es un libro de memorias, sino una novela
con raíces autobiográficas.
Tras la portada de este libro, ilustrado con un cuadro de
Tilly Willis (To the island), hay unos pasajes cuyas palabras refulgen con la
misma luminosidad, hermosa y cautivadora, que las pinturas de Tilly.
By the beach, Tilly Willis. Foto internet.
Un libro magnífico. Quizás el que más me ha gustado
en este año a punto de concluir.
Aminatta Forna. Foto internet
Aminatta tiene una sonrisa bonita, me digo al contemplar
su fotografía. Similar a la que tienen las niñas y niños africanos, un gesto
que brota sin esfuerzo y resalta ese pequeño fulgor brillante en los iris
negros de los ojos.
Voy al libro. Así irrumpe Asana, la narradora de un lejano 1926.
Sombras de la luna
Yo deseaba venir al mundo, al lugar donde sucedían las
cosas. No quería seguir allí donde estaba. Siempre tuve los ojos grandes para
ver el mundo y llegué a él con los dos bien abiertos. Mi madre jamás temió por
mí. Hay niños, y una lo sabe, que vienen con hambre de vida. Llegué tan deprisa
que a mi madre no le dio tiempo a beber la infusión de hojas de limonero. Nací
acompañada por el coro de sus dedos, como grillos que anuncian la lluvia.
Caños de Meca, Cádiz. Paco Castillo, 2017.
Aminatta transforma la escritura en materia viva. Las
palabras rompen la crisálida y salen al mundo, se llenan de aire, la luz les
otorga una forma reconocible, y uno ya no lee tipografías, esas letras de inmóvil presencia, ya no tienes el libro en la mano, sino que estás dentro
de su mundo… miras al cielo amenazante que te anuncia la inminente tormenta, esquivas
la mirada violenta, de una oscura humanidad, que lanzan muchos hombres
africanos (y tantos otros en distintos lugares) a los ojos cansados, y sin
embargo brillantes, de la mujer africana, comes sopa con pimiento picante y
sientes un aguijón en la garganta, y te deslumbra el colorido de las telas,
esas lappas estampadas que solo saben lucir las mujeres africanas.
Sí, los libros son crisálidas que dejan escapar a las Mariposas
Palabra para que vuelen lejos, y aunque no sea afuera de este mundo… a
veces lo parece.
Al encuentro de la Luna llena, Monte del Pilar, Pozuelo. Paco Castillo
Crisálidas de chicharra. Paco castillo, 2017
Como suele pasar en la literatura africana, Aminatta nos
seduce con una prosa exuberante por la variedad de matices y sensaciones que despliega gracias, entre otras cosas, a la destreza con que tales autores manejan la metáfora, nunca es un
uso indiscriminado ni arbitrario, sino que éstas muestran una precisión
asombrosa para revelarte la medida de lo que eres, basándose en detalles (y
esto es lo fascinante) que bien pudieran estar en las antípodas de nuestra
idiosincrasia, pues pertenecen al acervo africano.
Pero la buena literatura sabe atravesar todas las capas, hasta
hacernos ver ese “sedimento” que a todos une.
Me reconforta regresar a las letras africanas, pues el
desapego con la tierra aún no ha llegado a esa distancia casi insalvable
que hay en Occidente.
Faro de Trafalgar. Caños de Meca, Cádiz. Paco castillo, 2017
“El cielo se llena de nubes. De noche la fruta madura se
cae del árbol, y la mañana trae el aroma de la tierra húmeda y el hedor dulzón
de la pulpa que se pudre. El río tiene un dique. Suben las aguas. Cuando
anochece, los niños de la casa –lagartijas de ojos negros- se ponen las botas
con las nubes de mosquitos” (p.79).
Caños de Meca, Cádiz. Paco Castillo, 2017.
Asana también protagoniza uno de esos pasajes que
atraviesan el libro con la potencia de un ciclón, dejando una huella
perdurable, sobre todo la parte final…. de las que no se olvidan. Contundente.
Os pongo en antecedentes. Asana está en edad de casarse, y
formar uno de tantos matrimonios polígamos en tierras africanas. Asana tiene
una buena posición social y no tiene problemas económicos. Se decide por un
hombre cuya posición social y monetaria no es la mejor, desoyendo los consejos
maternos. Ella siente una fuerte atracción por Osman Iscandari, guapo y de
cuerpo fibroso. Al principio todo bien, ningún problema con sus coesposas,
Balia y Ngadie, algo mayores que ella.
Asana se siente satisfecha con un varón de tan buena planta,
un buen amante, aunque pase varios días fuera de casa. Al cabo de unos meses se
da de bruces con la realidad, ante la verdadera naturaleza de su esposo…
Durante el embarazo de Asana, a Osman le parece divertido
asaltar el cuarto de ella en la madrugada, la despierta y la pide que se
desnude y pose de pie para él, o que se ponga en el suelo en cuclillas,
simplemente la observa largo tiempo, hasta el límite del agotamiento de la
esposa embarazada, luego él se cansa de la escena y se va por donde entró.
Ahí va, es largo, pero, insisto, de los que no se olvidan.
Y con ello cierro el comentario. Ni en sueños hubiése
creado yo mejor colofón… Contundente.
“- ¡Levántate! –me ordenó.
Me apresuré a hacerlo.
¿Qué pasa? ¿Qué
sucede?
Entonces me dijo que me quitara la ropa. Lo miré en la
oscuridad. Me pregunté si le había oído bien. (…)
Me hizo estarme quieta frente a él hasta que dejó de
llover. Miró mi cuerpo, mis pechos, mi vientre y lo que había debajo. Las nubes
dieron paso a la luna y pude distinguir su expresión, me recordó a cuando era
niña y pasamos delante del cadáver de un perro. Lo miramos, lo golpeamos con
palos, con fascinación y repugnancia a partes iguales.
Me habían enseñado que una mujer no debía decirle que no a
su marido.
-Osman- comenté-, es tarde. Y estoy dormida. (…)
Por favor, no me desobedezcas. Me prometiste que serías
buena esposa. (…)
Las primeras veces Osman solo miró, y nada más. (…)
A medida que avanzó el embarazo me obligó a posar para él
durante más tiempo. Se me hincharon los pies, en una ocasión casi perdí el
equilibrio. Estaba temblando, desnuda. Le rogué que me dejara dormir. Y luego
llegó la vez en que el cansancio pudo al miedo y caí al suelo.
- ¡Levántate!- me ordenó en voz baja. (…)
No, Osman, ya es bastante por hoy.
-¿Qué? ¿Cómo te atreves a responderme? ¿Quién te crees que
eres? Eres mi esposa. (…)
Mírate, Osman –añadí-. ¿Qué clase de hombre eres? (…)
Quise ponerme en pie. Ahí fue cuando me dio una patada. En
la nalga, el dolor me recorrió la espina dorsal. Me eché a temblar. Estaba de
rodillas y caí de bruces. Ahora estaba a cuatro patas. Antes de que pudiera
levantarme me golpeó de nuevo en la base de la espalda. (…)
Osman me tiró del pelo, me hizo volver la cara hacia él y
me abofeteó. (…)
No había adónde ir. Empecé a dar vueltas por la habitación
mientras él me lanzaba puñetazos. Resoplaba de forma cada vez más ronca a medida que le fallaban
las fuerzas. Al final le dejé ganar.
Me eché a llorar. Le supliqué que parase.
Y abrí los ojos.
Y cuando por fin los tuve abiertos aprendí muchísimo sobre
mi marido en muy poco tiempo. (…)
Mi esposo tenía tres hermanas, todas casadas, que vivían
cerca de allí (…), pero rara vez las vi visitar a su hermano. Y cuando la menor
lo hizo, advertí que casi no hablaba, y si lo hacía era solo para responder «Sí,
hermano». No se atrevió a mirarle a los ojos ni a quedarse a comer.
También vi el modo en que Balia (una de las coesposas) se
estremeció cuando Osman levantó un brazo (…)
Por último comprendí por qué la perra que venía a pedir
sobras desaparecía cada vez que mi
marido regresaba a casa. (…)
¿Qué había hecho al casarme con Osman?
Al final fue Ngadie (la otra coesposa) quien tomó la
palabra (en una de las ausencias de Osman):
-De modo que ya te has enterado. Pero quieres saber que te
espera ahora, ¿no?
Asentí con la cabeza. (…)
-Cuando llegaste, me fijé en ti. Estabas tan satisfecha de
ti misma… Me pregunté cuánto te duraría.
Bajé la cabeza.
-Cada vez que trae a otra le dice a Balia que está harto
de nosotras, que no tenemos fuego dentro. Aunque solo Dios y nosotras sabemos
cómo hemos llegado a esto. Le damos asco. Pero no entiende nada, ni siquiera
entiende qué clase de hombre es.
Me enteré que yo no había sido la primera. Había habido
otras. (…)
El error era solo mío, (…). Me dije que me enfrentaría a
Osman a mi manera.
Frente a mí, la hija de Balia agarró un pollo y se dispuso
a rajarle la garganta con un cuchillo. El ave se encrespó, volaron las plumas.
Recordé que en la aldea solíamos retorcerlos el pescuezo: eso era algo que
había que aprender. Una tenía que ejercitar su paciencia, permitir que el
animal se calmase para poder agarrarlo bien. (…)
Aquella casa en la que vivía contenía más de un tipo de
infierno, y yo había encontrado la forma de lidiar con uno de ellos. (…)
Pasaron varias semanas. Cuando Osman estaba en casa
entraba en mi habitación a su antojo y me forzaba a hacer mi parte en su juego
monstruoso.
No ofrecí la menor resistencia. A medida que pasaron los
días se fue relajando, creyendo que me había domado.
Algunos días más tarde… (…)
Osman –susurré-
Despierta, Osman. Despierta.
Esperé un poco. Con delicadeza (…)
¿Asana? Eh, Asana. ¿Qué sucede? –murmuró- (…)
Despierta y mira esto. Mira lo que tengo para ti. (…)
A tientas, mis dedos palparon el suelo hasta dar con el
mango del cuchillo. Lo alcé para permitir que la hoja brillase en la penumbra.
Acerqué los labios a su oreja, le toqué el lóbulo. Puse
voz suave y persuasiva. Osman abrió los ojos.
Le coloqué el filo del cuchillo bajo la barbilla: la punta
le robó una gota de sangre.
¿Ves lo que puede pasar, Osman? Tan fuerte como eres,
¿para qué te sirven los músculos ahora?
Sentí como se le tensaba todo el cuerpo (…)
Sin hacer ruido, dejé caer la mejilla contra la almohada y
el cuchillo sobre el suelo. (…) Permanecí tumbada. A la espera.
Pasó justo lo que esperaba que sucediera. Momentos
después, Osman saltó como un muelle de la cama. (…) Estaba desnudo y temblaba,
espantado. (…) Acto seguido se agachó y me miró de cerca. (…) le miré, y le
acaricié la mejilla:
-¿Qué te pasa, esposo? –pregunté como si estuviera muy
preocupada. Su desconcierto era ahora mayor. Le tomé de la mano y le ayudé a
volver a la cama. Ha sido solo un sueño, nada más. Solo un sueño. Vuelve a
dormir.
Osman dudó y luego se dejó caer sobre el lecho. Yo me puse
de costado y fingí dormir. Un rato después lo sentí a mi derecha, hundido sobre
el colchón, al otro lado de la cama.
(…) Desde aquella noche, Osman jamás volvió a ponerme la
mano encima. Me felicité a mi misma por mi astucia. Me tiré en la cama y me
froté el vientre con vaselina.
-Osman Iscandari- me reí-, ng ba
kerot k´bana, kere ng baye erith.-
-TIENES UN GRAN PENE, PERO NO TIENES HUEVOS.-“