P. Castillo

Safe Creative #1802170294390

jueves, 20 de junio de 2019


Cuentos. Julio Ramón Ribeyro (Lima, 1929-1994)

Cátedra. Edición de Mª. Teresa Pérez, 2008. Ilustración de cubierta, George Grosz, “Escena en la Kufurstendamm”. 320 páginas.



Por San Ignacio, Cajamarca, Perú. Foto, Paco Castillo.


Llegó Ribeyro, y sus Cuentos.

Ribeyro en París. Archivo internet.




Como uno de esos pistoleros del celuloide, aquí, en los cuentos, encontramos al Ribeyro rápido y certero manejando su colt particular; la palabra, esa es su arma de construcción masiva, con ella dispara una prosa ágil, apoyada en un sentido del humor sombrío que el peruano dominaba con virtuosismo. Enemigo acérrimo del exceso descriptivo, defensor de la concisión como todo buen cuentista.
Ejemplo de lo que digo es este fragmento del prólogo, y aunque alude a otra de sus obras, “Dichos de Luder” es muy elocuente:

-Luder lo expresa sin remilgos:

«-Cuando a Balzac le entra la manía de la descripción –observa un amigo- puede pasarse cuarenta páginas detallando cada sofá, cada cuadro, cada cortina, cada lámpara de un salón.

-Ya lo sé -dice Luder-. Por eso no entro al salón. Me voy por el corredor.»
Dichos de Luder.

Queda patente el parecer de Ribeyro a través de su célebre personaje, Luder.


Por Lima, Paco Castillo


Ya comenté en la entrada preliminar sobre Lima y el autor peruano, esa correspondencia unívoca entre sus cuentos y su ciudad natal. Así, Lima es tan ficticia como un cuento de Ribeyro, y éstos son tan “reales” como la “irreal” capital. 

La prosa pulida que pretendía Ribeyro no podía tener aposento más idóneo que el cuento, actuando como una lupa sobre el desaliento y la cara ingrata de la vida que Lima no podía esconder, pues siempre se vio sobrepasada por la magnitud y extensión de sus dolencias.

No existe mayor gloria, o victoria, para esta caterva de personajes ribeyrianos, seres doblegados por la vida, acosados sin tregua por el fracaso, que sobreponerse, un día más, a su mezquina existencia. 

Pero Ribeyro perfila los contornos de estos personajes acentuando su carácter excéntrico, y por ello nos resultan atrayentes. El propio autor así era visto por sus colegas, un hombre instalado siempre en la excentricidad.

Por la costa del Pacífico, Perú. Paco Castillo.

Son las barriadas populares de la clase media el material predominante de estos cuentos. Es la capa que él conoce mejor.
Y no tanto aquellos poblados directamente marginados, míseros de solemnidad, como los cerros y la periferia… de la periferia, aunque fue captada por la retina de Ribeyro, pero en menor proporción.

Del mismo modo que la “Lima noble”, de barrios elitistas como San Isidro y Miraflores, tuvo en Bryce Echenique a su cronista más agudo.

Hay una atmósfera de tintes kafkianos en muchos de estos cuentos, pues el peruano era un gran admirador de Kafka, por ejemplo el cuento “Nada que hacer, Monsieur Baruch” se da cierto aire a “La Metamorfosis”. Sin olvidar también la huella de Faulkner, Joyce, por supuesto Cervantes, y alguno más. A todos ellos leía y releía con renovado entusiasmo.

Aunque muestra un mundo ingrato, conviene señalar que Ribeyro no quiere ejercer de moralista en sus cuentos, nos muestra las situaciones que conoce, pero elude emitir juicios de valor sobre la pobreza, la corrupción, la violencia, etc. La toga de juez se la deja al lector.

Foto, Paco Castillo, Perú.

El realismo será la corriente predominante en sus cuentos, sin ignorar que todo se asienta en un fino manto de fantasía, como las cenizas de un volcán adheridas al entorno, no moldea su geografía pero obtenemos una visión distorsionada del paisaje.

Él, con su peculiar ingenio, lo matizó así en uno de sus preceptos acerca de los rasgos del cuento:

“La historia del cuento debe ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real.”

Ni de lejos voy a comentar los dieciséis cuentos de la edición, menuda sobredosis, expondré algunos representativos del universo ribeyriano.







El que abre esta antología es sin duda el más famoso de su carrera; “Los gallinazos sin plumas.”

Vamos directos a una situación brutal que afecta a dos niños, hermanos para más señas, huérfanos y explotados por un pariente sin escrúpulos.

Efraín y Enrique, los hermanitos huérfanos, viven bajo la tutela (la tiranía más bien) de un abuelo desalmado, éste los muele a golpes y los obliga a husmear entre montañas de basura, como hacen los gallinazos, ave carroñera muy común allí, con el único objetivo de encontrar comida putrefacta, y así alimentar al insaciable chancho (gorrino), que campa a sus anchas por la cochambrosa azotea de la casa.

El porcino, como si de un rey se tratara, es el bien más preciado para el abuelo. Ribeyro nos mete de lleno en un panorama sórdido, mitigado en parte por la fina ironía y ese humor negrísimo suyo tan genuino. 

Otro cuento memorable, o así me lo ha parecido, es “Fénix”.

Perú, Paco Castillo

Nos situamos en el acontecer de un circo itinerante por diversas ciudades peruanas. Los integrantes y artistas del circo, también sus animales circenses; un oso luchador, un gorila… de lo más singular, configuran un conglomerado humano y animal estrafalario, sus excentricidades e incongruencias se convierten en retratos sublimes, metáforas ingeniosas del paisanaje humano captado por Ribeyro en las incursiones urbanas. 
Traslada esos “apuntes de campo” al circo itinerante, una suerte de espejo que deforma la realidad. Ribeyro envuelve lo grotesco en esa atmósfera de romanticismo decadente tan propia de los viejos circos.

En "Terra Incognita" descubrimos la pasión de Ribeyro por los maestros y poetas grecolatinos. Los inserta en su cuento desde su particular óptica, apoyada en un maridaje de fino humor y desencanto, encajando todo a la perfección.

Caserío de Cesara, Perú. Paco Castillo.

Aquí tenemos una narración metaliteraria. Su protagonista es el profesor don Álvaro, hombre ya retirado, amante de la cultura, la literatura clásica, la filosofía… un humanista, vaya. 

Un día se encuentra deambulando por algún barrio limeño, un tanto desorientado va recalando en cantinas, parques, callejuelas de fauna social variopinta e inclasificable. Ribeyro se las arregla para meter por ahí, como quien no quiere la cosa, a su admirado Platón, Tucídides, Anacreonte, etc, etc. De ello resulta una historia exquisita, la erudición y el gran conocimiento que Ribeyro atesoraba de los clásicos, se acopla al ambiente limeño con asombrosa habilidad.

O "Silvio en el Rosedal", un cuento delicioso sobre la rutina, esa alimaña silenciosa que va engullendo uno tras otro nuestros sueños de convertirnos en un ser que, por fin, se ha librado de los grilletes invisibles que nos aferran a eso… la rutina.

Atrapado en una carretera limeña. Paco Castillo.

Si alguien se pregunta que buscaba Ribeyro en los cuentos, aquí hay una pista, pero solo es una pequeña señal, entre los múltiples silencios, que son como palabras secretas,  enterrados en su alma:


 “Nunca he podido comprender el mundo, y me llevaré de él una imagen confusa.”


Lima, extrarradio. Foto, Paco Castillo.



viernes, 7 de junio de 2019


Industrias y andanzas de Alfanhuí (1951). Rafael Sánchez Ferlosio (Roma, 4 de diciembre de 1927 - Madrid, 1 de abril de 2019)

Salvat Editores, 1970. Prólogo de Juan Benet. Narrativa, 162 pp.



Fotos, Paco Castillo

¿Pero esto no tenía que ir de Ribeyro?


Sí, pero me vais a permitir que cuele disimuladamente a Ferlosio, ahora que nadie nos ve…


Estuve leyendo estos días, releyendo mejor dicho, esta cautivadora narración, e inmersos en plena Feria del Libro en mi ciudad natal, Madrid, estaría bien traeros a este personalísimo escritor fallecido recientemente, muy vinculado a la capital. Y, oye... Alfanhuí pasó por la ciudad, ignoro si atravesó el Retiro

Alfanhuí, trasunto de Ferlosio, solo podía desembocar en una lectura singular se mire por donde se mire. Y, por encima de todo, despliega una belleza impactante.





Reflejo de su singularidad, es el desconcierto que desde su publicación ha generado, me refiero al hecho de no haber consenso de la crítica en cuanto a catalogarla en un movimiento literario al uso. Cada uno sale por peteneras (cante flamenco de origen incierto) en  su afán por situarla en una corriente oficiosa, pero Alfanhuí era como una culebra escurridiza. La verdad es que su aparición pilló con el pie cambiado al gremio literario, dado lo inusitado  y original de la obra.







Se la ha interpretado como un intento de Ferlosio por recuperar la picaresca española, es decir, una historia descendiente del célebre Lazarillo, pero siendo hija de su época, el siglo XX.


Otros han visto un homenaje quijotesco, Alfanhuí desfaciendo entuertos y afrontando situaciones estrambóticas en el camino, emulando al ilustre Don Quijote de la Mancha, pues hay parajes castellanos contemplando el paso del chiquillo.
 
Y ya puestos con esa inercia de fantasía, se la consideró un claro exponente del realismo mágico más tempranero. Y no sé cuántas cosas más.

Me atrevería a decir  que todo lo mencionado confluye en Alfanhuí, a pesar de Ferlosio, o con la intención del autor, vaya usted a saber.


Quien busque un eco poético en esta narración quedará razonablemente satisfecho:

“El Henares es un río terroso que baja por las tierras oscuras y viene de las oscuras montañas. Está hecho con las sobras de las nubes olvidadas por los vericuetos de la serranía.”

Cuando leí “hecho con las sobras de las nubes olvidadas…” era como si yo mismo estuviese flotando.



Y otro fragmento, quizás los niños de antaño, en tantos pueblos perdidos de España, vivían así el despertar primaveral al corretear por las eras:

(…) con el rojo de los troncos y lo verde de las copas y el verde más claro de los retoños de hierba y el gris de las grullas y lo blanco de las piedras y el brillar de las charcas con el azul del cielo, componíase tanta alegría de colores en medio de la mañana, como Alfanhuí no había jamás conocido en otras primaveras.”


Quien piense en un mensaje filosófico de fondo, pues tampoco irá desencaminado, en el sentido de insinuarse la rebelión del hijo contra la figura paterna, o de enfrentar la mirada infantil a la adulta. Valoraciones que a Ferlosio tal vez le traían al pairo, posiblemente.

Quien encuentre en las Andanzas e Industrias un retazo de nuestra historia no habrá errado su juicio, plasmado en el itinerario de una España atávica, primitiva, ensoñada, un viaje, el de Alfanhuí, por escenarios reales de la vieja Castilla, aunque jalonado de acontecimientos fantásticos.

Así es. Poesía, Filosofía e Historia cabalgan por aquellas páginas. Seguro que mi afirmación suena más pretenciosa de lo que estimaba Ferlosio para su Alfanhuí, conociendo como “enfriaba la temperatura” a las opiniones grandilocuentes sobre lo humano y lo divino.

Sin embargo, en connivencia con su sinceridad, lo más relevante que muestra en la novela es la propia esencia de la literatura, partiendo de su concepción más simple y, por ello, más verdadera… o sea, el arte de combinar palabras.

¿Qué es, sino, narrar?


Eso es la literatura en su idea menos contaminada. Es el principio del río, un delicado hilillo de agua prístina, pura, dócil, que fluye serena por las quebradas, mece las hierbas con suavidad y no tiene pretensiones de convertirse aún, o nunca, en un majestuoso caudal, cuna de imponentes civilizaciones y otras grandezas a la sazón.


Alfanhuí es un arroyo que no quiere darse mucha importancia, sin embargo, y a pesar de su aparente insignificancia, es imprescindible para todo el ecosistema que acoge su paso; los valles, la fauna, la flora.



Rafael Sánchez Ferlosio, como un niño que hace figuras de arena en la playa, juega con las palabras, las moldea, intercambia sus significados, las introduce en el cubilete y las lanza como si fueran dados de la suerte, resultando combinaciones siempre agraciadas, manteniendo la curiosidad al acecho del próximo lance.

Aquí, donde se entrelazan la fantasía y la realidad, un Ferlosio que escribió Alfanhuí siendo escritor en ciernes, ya un hombre… acaso tuvo pánico de soltar la mano al niño que fue, no sea que se perdiese en las ciénagas del mundo adulto. 
No, no iba a abandonarlo, tenía que plasmar la perplejidad y el asombro que tienen los ojos de un chiquillo ante la vida. Tenía que escribir Alfanhuí.


Alfanhuí llegó  a Cádiz… foto, Paco Castillo


Pienso sobre aquella decisión que tiempo más tarde tomó; apartarse de la narrativa, renegar de la ficción, y años después, transcurrida toda una trayectoria dedicada a las letras, reconsiderar Alfanhuí hasta el punto de verla como la única novela meritoria en su prolífica carrera. El Jarama no tuvo la misma suerte, últimamente no perdía ocasión de denostarla. Ferlosio en estado puro.

Jerez de la Frontera, Paco Castillo, 2019.

Pero nunca dejó de escribir, se entregó sin descanso al ensayo.

Alfanhuí no es un libro para leer y después ponerse a contar de qué va la historia.

Alfanhuí es para leerlo, por ejemplo, cuando uno se va a dormir, y así encontrarse con una veleta de hierro, esas de los  gallos, coronando los tejados humildes e inmemoriales de los pueblos, siluetas con crestas oxidadas que vigilan tus pasos en el camino, y guardan el secreto de nuestras huellas horadando el tiempo.

Veletas, caminando por el viejo San Juan, Puerto Rico. Foto de Paco Castillo.

Alfanhuí. Foto, Paco Castillo.

Entonces esperas serenamente a que tus ojos se cierren al mundo de la vigilia, una vez te vence el sueño, con el libro escapándose de tus dedos, cuando las últimas palabras leídas resuenen ya en otra realidad… es ahí donde comienza Alfanhuí.


El niño que un día se escapó de su casa, en Alcalá de Henares, cuna de Cervantes, Guadalajara con sabor a miel, mientras su madre separaba las “chinitas” de las lentejas, pasó por Madrid, atravesó la Sierra de Guadarrama, caminó por campos dorados de trigales, bajo las miradas labriegas, llegando finalmente a Palencia, allí donde vivía su abuela,  escuchando a veces el sonido, cada vez más apagado, de un tren perdiéndose en la lejanía.



Aquel chiquillo que llevaba en el bolsillo un viejo lagarto de bronce… como el tesoro más fabuloso que pudiera desearse.





Alfanhuí, fragmentos sobre los tesoros... Fotos, Paco Castillo.


Y yo, barruntando qué diantres voy a contaros de estas aventuras, si pensaba que es un libro para no contarlo. Venía dándole vueltas…



Pero ayer mientras regresaba de la vecina Majadahonda, ya de noche y apunto de llegar a casa, escuchaba música en el coche, puse algo en consonancia con la carretera sin tráfico, tranquila y flanqueada por unas praderas; Nature Boy, en versión cantada por Nat King Cole.


Llegué a mi destino y aparqué el coche… sin dejar de tatarear Nature boy para “mis adentros”.

Y me dije: “ahí está el comentario de las Andanzas de Alfanhuí. Gracias Nat.”



Había un muchacho

Un muchacho extraño y encantador

Dicen que deambulaba en la lejanía,

muy lejos, muy lejos

sobre la tierra y el mar

Un poco tímido
y de ojos tristes
pero muy sabio era él

Y entonces un día,
Un día mágico cruzó por mi camino,

y mientras hablamos de muchas cosas,
tontas o importantes,

esto me dijo:

Lo más grande que jamas aprenderás …

Es solo amar

y ser amado también...




Mirando al mar... foto Paco Castillo