P. Castillo

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sábado, 28 de marzo de 2020


La conquista del fuego (1911). J. H. Rosny Ainé (Bruselas, 1856 – París, 1940)

Seix Barral, tercera edición, 1947. Versión española de A. Ruiz Pablo. Ilustraciones de J. Serra Masana. 297 páginas. Narrativa.




Foto, Paco Castillo.



Cada mañana abro la ventana para reclamar mi porción de libertad, ya que ahora la tenemos racionada, ésta consiste en divisar una extensión de la Sierra de Guadarrama… visión que ahora supone mucho más de lo que pudiera imaginar antaño.

Creo que muy pocas veces había observado sobre sus cumbres, en estos momentos achaparradas bajo las nubes, un cielo tan cristalino, limpio, una brisa tan incontaminada.


Sierra de Guadarrama, estos días, desde mi ventana. Foto, Paco Castillo

Sí, la orientación de mi ventana mitiga algo la reclusión.

Lo aclaro. Ante estas bonitas fotos de libros en el exterior que veréis, puede que alguno se eche las manos a la cabeza, tranquilos. No, no me he saltado el confinamiento, aquí sigo encerrado.

Es más, en mi familia nos confinamos voluntariamente desde el jueves 12 de marzo, al día siguiente de cerrarse los centros escolares en nuestra comunidad, Madrid.

La explicación de estas fotos que iré publicando es bien sencilla. Llevo ya mucho tiempo retratando aquellos libros con intención de leer, así que hay muchos en la recámara fotografiados durante esos paseos previos al confinamiento (en donde voy curioseando párrafos), incluso varios del pasado año, vamos, bastantes más de lo que pueda durar el encierro… o eso espero.

Ignoro como se concentrarán los demás en esta reclusión pandémica, yo ando con la mente inquieta,  muy dispersa, tengo un batiburrillo de lecturas entremezcladas que no hay por donde deshacerlo.

De Eisntein paso a Emily Dickinson, luego la abandono y me lanzo a Goethe y “Las aventuras del joven Werther” que tenía a medio empezar… para después sustituirlo por el Torotumbo de Miguel Angel Asturias, también comenzado y, en medio de este galimatías, acabar leyendo y finalizando (¡por fin uno!) La conquista del fuego de J.H. Rosny, pues así mismo lo había encarado e interrumpido varias veces. 



 Foto, Paco Castillo.

Tal vez mi caos lector sea el resultado de alguna ansiedad recóndita que no sé identificar.

"Las desventuras del joven Werther", Goethe. Aquellos paseos por mi añorado Monte del Pilar (Majadahonda)... supongo que ahora lucirá espectacular, y entregado exclusivamente a la vida animal y vegetal. Foto, Paco Castillo.

Foto, Paco Castillo.


En esta realidad despiadada son muchos los que buscan lecturas para evadirse, yo no soy menos, también ansío ese refugio lector, pero no quiero evadirme de cualquier manera con cualquier lectura, sino aquella que me permita no perder del todo la perspectiva del presente.


Y para no extraviar ese anclaje con el hoy… he viajado al pasado remoto. Es una de esas grandes paradojas cuyos extremos siempre terminan encontrándose, convirtiendo  lo antagónico en un todo coherente.

Bajo el seudónimo de J. H. Rosny se esconden los hermanos belgas Joseph-Henry-Honoré Boex y Sheraphin-Justine-François Boex, autores al alimón de varias obras, aunque esta fascinante narración pertenece a J. H. Rosny Aîné, es decir, el mayor de los hermanos, en donde rememora nuestras andanzas por la Prehistoria con un ritmo trepidante.


  https://es.wikipedia.org/. H. Rosny Aîné


“La muerte del fuego.

Los Hulhamr huían en medio de la noche espantosa. Enloquecidos por los padecimientos y el cansancio, todo les parecía inútil ante la calamidad suprema: el Fuego había muerto.

Lo habían criado en en interior de tres jaulas, desde el origen de la Horda; cuatro mujeres y dos guerreros lo alimentaban día y noche, y aun en los tiempos más duros, recibía el alimento que le daba la vida.

Al abrigo de la lluvia, de las tempestades e inundación, había franqueado ríos y pantanos, azulándose al despertar la aurora y ensangrentándose al anochecer.
Su faz poderosa alejaba al León (…), al Oso de las Cavernas, al Mamut (…); sus rojos dientes protegían al hombre contra el vasto mundo. A su lado habitaba la alegría. Sacaba de los manjares aromas sabrosos (…), daba a los miembros un vigoroso bienestar y aseguraba contra todo peligro a la Horda en el corazón de los bosques poblados de rumores, en el páramo sin fin y en el fondo de las cavernas. Era el Padre, el Guardián, el Salvador; y cuando escapándose de su jaula devoraba los árboles, era más feroz y temible que el mismo Mamut.

¡Y había muerto!”

Este es el comienzo de una sublime narración, bellísima, con el que J.H.Rosney nos ilustra el panorama de la incipiente Humanidad, o al menos el horizonte que avistaban nuestros antiguos congéneres ante la pérdida de su tótem sagrado, de su fuente de poder… El Fuego.


Éste les ha sido arrebatado en una cruenta contienda con otra tribu, pues la llama es un bien precioso y todos la codician. Aún no saben encenderlo.

El clan decide mandar a sus dos mejores guerreros, Naóh y Aghoo, para recuperarlo, pero no partirán unidos, pues el odio que ambos se manifiestan, conocido por todos, haría fracasar la expedición. El jefe, decide que cada uno escoja a dos hombres de su confianza para aumentar las posibilidades de éxito.

Naóh y Aghoo está muy igualados en corpulencia y valentía, pero sus personalidades son opuestas.

Naóh es un guerrero que, aun siendo consciente de su fortaleza, se muestra cauteloso, y no utiliza su poderío para intimidar a los más débiles, más bien los alienta para seguir adelante, aunque es implacable con el enemigo o con las fieras. Aghoo es un ser que despierta temor y recelos en el resto del clan, su desmesurada violencia, su sed de sangre, amedrantan a la mayoría, no así a Naóh y el venerable Faúhm, jefe de la tribu.

Naóh se llevará a dos jóvenes cazadores, Nam y Gau,  no destacan por corpulentos, pero valora en ellos la rapidez y habilidad de sus movimientos.
Aghoo se llevará a sus dos hermanos… tan iracundos y temibles como él.

Naóh se dirigirá hacia el Poniente.

El Oriente será la senda de Aghoo.

Foto, Paco Castillo.


J.H. Rosny fue un hombre de sólida formación científica, era matemático, pero además hizo estudios de física, química y ciencias naturales, eso le permitía escribir con autoridad sobre el mundo vegetal y animal, sin embargo, prevaleciendo su ser literario, otorgó a la novela un evidente carácter mítico y heroico, acaso recogiendo el testigo del ilustre Homero en su Ilíada.

No obstante, es memorable la manera en que J.H. Rosny ha dotado a la Naturaleza con voz propia, hacerla visible con su narrativa particular y percibirla con todos nuestros sentidos mediante unas descripciones soberbias, que son un festín literario, que contienen toda la épica, intensidad, belleza y brutalidad en aquel amanecer de la Humanidad…

Pues lo mismo nos deslumbra la hermosura ante una puesta del Sol, con esos cielos de fuego que cautivaban el alma de nuestros antepasados, que asistimos a una contienda devastadora entre tribus, en donde todo son cráneos machacados, guerreros moribundos con el vientre abierto, o un cazador entre las fauces del gran Oso de la Cavernas, escuchando como el inmenso animal parte el espinazo del cazador como si nada.


Veamos el amanecer de un nuevo día, hace 40.000 años:

“La luz se levantó en todo su poder, invadiendo el páramo, rovolviendo el limo y secando la sabana. La alegría matutina, la pulpa, la carne fresca de las plantas, aparecía con ella.
El agua semejaba más ligera, menos pérfida y turbia. La luz movía argentinos destellos, entre las islas de un verde grisáceo; lanzaba largos temblores de malaquita y perlas, desplegaba pálidos azufres y escamas de mica, y su olor era más grato a través de los sauces y alisos.
Según el juego de las adaptaciones y las circunstancias, triunfaban las algas, relucía el lirio de los estanques o el nenúfar amarillo, surgían el iris acuático, las euforbias palustres, los lisímacos, las sagitarias, desplegábanse las matas de ranúnculos con sus hojas de acónito, de linarias, de epílobes rosados, de mastuerzo amargo, de rosolis, de cañaverales (…) donde pululaban (…) la picudilla negra, las cercetas, el chorlito real, el avefría de reflejos de jade y la pesada avutarda.”


Y aquel tiempo del cobijo  en las cavernas, rugidos del oso gigante, el acecho del león dientes de sable y todo un muestrario de adversidades cuando pierden su fuente de poder, el venerado Fuego, que nuestros protagonistas transportaban en una jaula, es una perfecta alegoría de nuestro panorama hoy, virus mediante.


Pues en el siglo XXI, La Humanidad tiembla viendo doblegado su sistema de bienestar, su status ante una fuerza inusitada de la Naturaleza, cuyo mayor poder es un minúsculo organismo, un virus, que lo convierte en un temible enemigo invisible.

En aquella época de los Mamuts, cuando no existían los comunismos ni los capitalismos, ni el mundo global, ni Standard & Poor´s, ni Trump ni Putin, ni los plásticos ensuciando el mundo, ni el cielo era una autopista para los aviones, ni Internet… El temor de nuestros abuelos nómadas era el mismo que tenemos ahora, para nuestros antepasados era esa llama de fuego extinguida, imposibilitada para alumbrar el espesor de una naturaleza hostil. 

Ahora es la misma simbología con distintos elementos, en el caso de ellos el fuego sacralizado, para nosotros el símbolo de nuestro poder es el dominio ( “APARENTE”, el virus nos lo ha hecho ver)  del entorno, de los recursos naturales como paradigma de nuestro progreso, ese estilo de vida en el que hemos depositado una confianza ciega, al que hemos apostado todo… pero al clan de la caverna se le apagó el fuego sagrado y todo fue oscuridad, y nuestro flamante siglo XXI se ha visto anulado por una fuerza de la Naturaleza, un virus, y vemos como se ciernen las tinieblas en la jungla moderna.

En el mundo pretérito y el actual nos ha ocurrido lo mismo.

En el ayer, la última chispa tililante acaba desapareciendo, mientras afuera no dejan de oírse los rugidos amenazadores de los leones dientes de sable, atemorizando al clan.

En el presente, cunde el pánico mundial ante el enemigo coronado e invisible y, confinados en nuestras cuevas tecnológicas, escuchamos un sonido de fondo inquietante, ya no hay Mamuts, ahora es el fragor de sirenas estridentes, ambulancias con contagiados víricos llegando al hospital.

Y después de apagarse la llama pasada y presente… el desconcierto y una densa oscuridad que llega desde la caverna de Naóh hasta Wall Street, atravesando el ancho mundo que ahora conocemos.


El miedo es universal, atemporal.


No dejéis de leerla, no solo es una de las novelas más bellamente escritas que puedan encontrarse, al servicio de una historia apasionante, sino que la Conquista de fuego también nos habla de aquello que nunca podremos… conquistar.

La conquista del fuego. Foto, Paco Castillo.

Su lectura ha sido un viaje fascinante, situándome (porque me ha incitado a hacer el paralelismo) en dos planos temporales sin solución de continuidad; el pasado y el presente de la Humanidad con un mismo significado ante nuestra vulnerabilidad.


“Naóh, Nam y Gau acamparon, al anochecer, al pie (…) de la llanura. La tierra era (…) uniforme y melancólica. Todos los aspectos del mundo se formaban y se deshacían en las inmensas nubes del crepúsculo. Ante aquellos fuegos innúmeros, Naóh pensaba en la pequeña llama que iba a conquistar. Diríase que no había más que trepar a un pino, a una colina y tender una rama de pino, para coger la chispa de los braseros que devoraban Occidente.
Las nubes se ennegrecieron. Un abismo de púrpura permaneció largo rato en el fondo del espacio; las piedrecitas brillantes de las estrellas surgían una tras otra; el aliento de la noche sopló. “


Una lectura vertiginosa entre esos dos marcos temporales, una montaña rusa en la que el tenso ascenso me llevaba al pasado cavernario para, súbitamente, iniciar un raudo y frenético descenso al presente, con un mensaje claro, la Humanidad de ayer y la de hoy es la misma frente a sus temores, la misma con su impotencia ante el poder devastador de un enemigo agazapado en las entrañas de la Naturaleza, y cuando despierta de su letargo…




Fin de la historia.



Impresionante escena de "La conquista del fuego", 1981, J. Jacques Annaud. Banda sonora (Philippe Sarde)



sábado, 21 de marzo de 2020

EXISTIR


He interrumpido por unos momentos “El mundo como yo lo veo”  de Albert Einstein, por cierto, para mí ahora tiene incluso más sentido que leer “La Peste”, de Albert Camus, cuestión de subjetividades.


Por mi biblioteca, acompañado de Albert Einstein. Foto, Paco Castillo.


Decía que di un descanso a Einstein, y nada más apurar el café (solo y sin azúcar), una corriente invisible me ha impulsado hasta Emily Dickinson... tal vez por una suerte de empatía hacia alguien que convirtió el confinamiento hogareño en su modus vivendi.

                  Por mi biblioteca, con Emily Dickinson. Foto, Paco Castillo.

Leyendo a Marià Manent, traductora de esta edición (Editorial Juventud) y autora del interesante prólogo, donde apenas me había detenido otras veces, me topo con un fragmento; rescata la propia respuesta de Emily a propósito de una pregunta sobre su soledad escogida, y enigmática para tantos:



“Cuando en cierta ocasión le preguntaron por qué no le gustaba recorrer el  mundo, dijo que el hecho de existir ya le bastaba. Todo el tremendo drama de la existencia se desplegaba para ella en su estancia, en su jardín y en su alma.”


Y me digo que su reflexión no está nada mal para ir trajinando con el encierro. Puede que en el fondo me esté aplicando un ingenuo placebo mental, pero ahora es lo que hay, ¿quién da más?


Así que comienzo a tirar de ese hilo suelto dejado por Emily Dickinson.

En estos momentos de reclusión obligatoria, parapetados en la seguridad del hogar, asistimos impávidos al desmoronamiento de nuestra cotidianidad, es decir, la vida que acontecía al cerrar las puertas de casa y salir al mundo

Feria del libro 2015, Madrid. Foto, Paco Castillo.

A trabajar, a pasear, a estudiar, a enamorarse, a despedirse, a echar un partido de tenis, a la petanca, a reír, a llorar, a jugar con tus hijos, a cenar con tu mujer, a visitar París, a ver un partido de fútbol, a la boda de un amigo, al sepelio de un ser querido, a navegar en una barca, a echar la bonoloto, a las actividades culturales, a comer ceviche peruano en un restaurante, acudir al cole para recoger a tus hijos, a la playa de vacaciones, asistir a un concierto de rock, a tomar unas cañas o un vino en la tasca, a la ópera, a una feria del libro cualquiera, a salir al campo con un libro de poesía, a escalar una montaña, etc, etc. 


"Búsqueda", Jóhann Hjálmarsson. Litoral asturiano, año 2016, foto de Paco Castillo.



Esa es la otra VIDA, acaso la que más nos acapara, la que nos va robando el tiempo, esa que nos impide situarnos frente a frente con nuestra EXISTENCIA al desnudo.

-Nosotros-

"Nosotros que de jóvenes hacíamos castillos en la arena
de la costa dorada
mientras las ondas suaves se acercaban
hasta la playa azul
y los elfos danzaban en las rocas
donde el júbilo habita

Sí, nosotros
¿qué somos sino impuros vagabundos
que miran en la noche 
con ojos llenos de desesperanza?"

"Búsqueda", Jóhann Hjálmarsson


Y de repente, mutilada esta VIDA, la que siempre se vestía de realidad, esa que discurre con movimiento centrífugo, desde dentro hacia fuera, nos vemos a solas con nuestra EXISTENCIA… en su fluir centrípeto, hacia dentro. Y cuánta extrañeza nos causa saber que existimos… tan ocupados como nos tenía la otra VIDA, esa que nos impedía reparar en nuestra EXISTENCIA.

"Si no estuviera viva
cuando los Petirrojos vengan,
al de la Corbata Encarnada
dale una miga en mi Memoria.

Y si no te pudiera dar las gracias
por estar muy dormida,
has de saber que lo estaré intentando
con labios de Granito."

“Si no estuviera viva cuando vuelvan”. Emily Dickinson.


Petirrojo, foto de Paco Castillo.



Hasta que la otra VIDA nos ha parado en seco sirviéndose de un virus con ínfulas de rey, con su corona en ristre, cual monarca absolutista. Un déspota sin piedad.

Existir a secas.

Nunca nos habíamos dado cuenta de ello con tanta claridad,  ahí quietos,  dejando que el existir, sin más objeto que respirar y estar vivo junto a nuestra familia, caiga con todo su peso sobre nosotros, en nuestro encierro. Salvo unos cuantos congéneres, de cuya labor afuera bregando con la tragedia dependemos el resto, estamos encerrados con nuestra existencia, y nos sentimos confusos al observarla en toda su magnitud.

Todo se ha reducido a existir, sin más.

Este es el mero existir entre las paredes de casa, ese que le bastaba a Emily Dickinson para cohabitar con la realidad.

Pero yo tengo un problema, viendo que el panorama pandémico va para largo, me he propuesto ser un poeta como Emily Dickinson, no es para encandilar a nadie, vanamente imagino que con alma de poeta puedo transformar aquella otra VIDA anulada en  el confinamiento de ahora… pero no sé escribir poemas.

                 "Búsqueda", Jóhann Hjálmarsson. Foto, Paco Castillo.

Regreso

El verde, más profundo,
el cielo, más cercano,
los claros, más azules,
la calma, más extraña.

Nadie a quien ver.

Jóhann Hjálmarsson



Frente al caballito de madera, 21 de marzo de 2020, esta mañana          sobre las 12:00 m. Nadie a quien ver... foto, Paco Castillo.


Pocas opciones me quedan, salvo asomarme al balcón y encontrar alguna señal, entre tanta ausencia, de esa VIDA.

Y cada mañana pasa lo mismo, veo en mi calle más gorriones que personas.

Gorrión. Foto, Paco Castillo, enero de 2017.

Por la tarde, a eso de las 20:00 p.m, salgo a aplaudir. 

Sé que algunos, esos cuya soberbia intelectual se extiende en la medida que lo hace el virus, desdeñan participar en el aplauso, ven esto como un gregarismo ridículo… míralos, hay está la comuna con el plas, plas, plas…

Entonces yo me acuerdo de Einstein, busco entre las páginas de  “El mundo como yo lo veo”:

"Al pensar en nuestra vida y aspiraciones, observamos que casi todos nuestros actos y deseos están determinados por la existencia de otros seres humanos. (...)

Comemos alimentos que otros han plantado, llevamos ropa que otros han fabricado y vivimos en casas que otros han creado. (…)

Todo lo que una persona es y significa, no lo es tanto como criatura individual, sino como miembro de una gran comunidad humana que conduce su existencia material y mental desde el nacimiento hasta la muerte.” 

Y este batir de palmas comunitarias tal vez nazca de un sentimiento profundo, de esos que suelen permanecer agazapados en nuestro ser y cuesta detectar.

Excepto para un escritor como Lars Gustafsson, él se lo arrancó a su protagonista de las entrañas, en "Muerte de un apicultor":

Se diría que lo que más asusta al subconsciente es la sensación de no ser absolutamente nada.”

Foto, Paco Castillo, en un otoño ya distante...


A las 20:00 saldré de nuevo a aplaudir, y como las pasadas tardes será un mezcla rara entre agradecimiento (hacia quienes se arriesgan para sostener el barco en la tormenta) y lucha contra mi subconsciente, ese resistir para no caer en la nada absoluta…

No sé qué hará este país sin abuelos, y además, cada vez que se va uno es como si lo hiciera un niño.


Os dejo con los islandeses Sigur Rós, esto va de niños que son abuelos…




lunes, 16 de marzo de 2020


Adviento en la montaña (1936). Gunnar Gunnarsson (Islandia, 1889-1975).

Ediciones Encuentro, 2015. Cubierta diseñada por Chiara Ceresa. Prólogo de Jón Kalman. Traducción de Teodoro Manrique Antón. Ilustraciones de Gunnar Gunnarsson junior.


A principios de invierno por Guadarrama, foto de Paco Castillo.


Una modesta iglesia y unas pocas presencias unidas en el mismo propósito, crear una sola y bellísima voz.




Islandia es un país de belleza sobrecogedora, incluso el himno nacional es paradigma de este esplendor, más allá de connotaciones patrióticas y esas cosas.

Quiero abrir con él, y que lo vayáis escuchando desde luego, pues refleja la idiosincrasia de la novela que os traigo, “Adviento en la montaña”, del islandés Gunnar Gunnarsson. 

La sencilla puesta en escena de este coro islandés es el espíritu del que se sirve G. Gunnarsson para contarnos la historia de Benedikt, junto a su perro, Léon, y su carnero, Recio.

Nada más acabar esta pequeña -gran- novela, me vino a la cabeza otra igualmente breve y con análogo estilo intimista, brillante por lo demás; “Escalada”, de Ludwig Hohl (podéis encontrarlo en el lateral), y me dije: ya tengo prácticamente toda la entrada hecha.





Paseando hace un par de semanas… nada hacía sospechar que estaba a punto de quedarme sin mis caminatas. Fotos, Paco Castillo.

En efecto, casi todo de ésta vale para “Adviento en la montaña”; solo hay que sustituir unos nombres por aquí y por allá, cambiar unas cosillas respecto a los escritores, Ludwig Hohl por un lado y Gunnar Gunnarsson por otro, y… habemus publicación.


Tenemos el mismo planteamiento en ambos escritores, construir la historia con los mínimos elementos para desarrollar la novela.

Benedikt, un aguerrido pastor islandés residente en el remoto noroeste de su país, en compañía de su perro León y su carnero Recio, la única familia que tiene, sale en un viaje épico hacia la búsqueda de varias ovejas perdidas en un inhóspito paraje montañoso, un sitio lejano de su poblado y de difícil acceso, y además lo hará en Adviento, avanzado diciembre, en lo más crudo y peligroso del invierno islandés.


                A principios de invierno por Guadarrama, foto de Paco Castillo.


G. Gunnarsson echa mano de un narrador omnisciente que sirve para la vertiente más filosófica de la obra, una vertiente que por lógica ha de surgir cuando el hombre se enfrenta solo con sus fuerzas al poder colosal de la Naturaleza, pues de ahí emana todo un aprendizaje sobre los límites que nos desafían.

Un narrador omnisciente que también se intercala con la voz en primera persona de Benedikt, el solitario protagonista, y sus escasos interlocutores, dos o tres vecinos en cuyas casas se refugiará, camino de su gesta.

Pero estas rudas gentes son parcas en palabras, la naturaleza islandesa y el aislamiento de su tierra les confiere dicho carácter.


Benedikt no es un entusiasta de la conversación. Pero no es huraño, al contrario, en el escaso trato que tiene con sus semejantes es correcto y afable. Sin embargo, los mimos y los cariños los guarda para León y Recio, y éstos le corresponden en la misma medida.


- Parón de las 20:00 pm, acabo de asomarme al balcón para aplaudir. -


Ni siquiera son suyas las ovejas extraviadas, sino de otros vecinos del pueblo. Simplemente considera que ha de ser él quien emprenda el trance… porque el resto sería incapaz de afrontarlo con garantías de volver, y sus vecinos saben que es así. Nadie como Benedikt para adentrarse en ese mortífero escenario, cuando reina la cara más despiadada del invierno islandés.

            A principios de invierno por Guadarrama, foto de Paco Castillo.


Benedikt sabe que si falla en la empresa, cosa posible, y sus restos se ocultan para la eternidad entre las nieves, no dejará a ninguna esposa e hijos desvalidos. Contará con la inestimable ayuda de León y Recio.


Vive solo, excepto con sus dos amigos, así los considera él; su perro, León, y Recio, su carnero. No espera ni desea a nadie más.

En realidad, Benedikt emprende esa larga travesía a las montañas invernales cada año, siempre en el Adviento.
Así lo lleva haciendo durante los últimos 27 años, y lo que al principio era una osada excursión para embriagarse de adrenalina vital, cuando sus músculos estaban en la plenitud, la costumbre hizo que se convirtiese en una liturgia ineludible, esas que todos nosotros vamos sosteniendo a lo largo de nuestra existencia, ya sean desmesuradas como esta, o nimias, como saborear el café de sobremesa. 

Foto, Paco Castillo.


Pero nunca lo había hecho con unas condiciones meteorológicas tan adversas, y eso, aparte de rescatar a las ovejas, complica bastante las cosas en una incursión de por sí peliaguda… ciertamente, la tormenta que han vaticinado por las inmediaciones es de las que quitan el hipo.

Gunnar Gunnarsson es un clásico de la literatura islandesa, de obligada lectura en los programas escolares, incluida la universidad, del país.


No le falta razón al escritor Jón Kalman Stefánsson en su profuso prólogo, cuando señala la larga sombra de Halldór Laxness, el Nobel islandés (también por mi lateral), sobre el resto de autores patrios.

“Un premio Nobel puede resultar excesivamente grande para una nación tan pequeña. Nuestra gran y única cumbre, así nos referimos a Halldór Laxness, como si en la inmensidad de Islandia no hubiera otra (cumbre), (…).

Sin embargo, los entendidos saben que lo mejor de la obra de Gunnar Gunnarsson (…) nada tiene que envidiarle a lo mejor de Halldór Laxness; (…)”

            A principios de invierno por Guadarrama, foto de Paco Castillo.



Ahora que he leído a los dos, estoy absolutamente de acuerdo con la apreciación J. Kalman.

Y confirma J. Kalman una idea sobre la literatura que siempre he sostenido:

“(…) raramente la trama de un libro se considera su parte más importante, lo más importante es cómo está escrito. Una verdad de lo más simple que, sin embargo, a menudo suele olvidarse.”

No me resisto a dejaros este fragmento de la novela, cuando Benedikt, inmerso en la tormenta, está con las fuerzas justas, pasándolo muy mal, y que, viendo el apocalíptico panorama por aquí y el resto del mundo, parece una crónica de estos momentos que todos vivimos, arengándonos a no venirnos abajo:

“Tan hostil y retorcida puede llegar a ser la tierra con el caminante, que no duda en cerrarle todas sus puertas y a éste no le queda más remedio que pararse y buscar la entrada. Pero eso era lo que Benedikt mejor sabía hacer. Precisamente es una de las obligaciones del hombre, quizás la única, buscar la fortuna en la adversidad, perseverar, enfrentarse incluso a la muerte si fuera necesario, abrirse camino y llegar hasta su corazón. Esa es la obligación del hombre. Y si los pies se niegan a seguir caminando, entonces debemos renunciar a usarlos, lo que no significa que uno se rinda. “


           A principios de invierno por Guadarrama, foto de Paco Castillo... 
                                               volveré por aquí.