La conquista del fuego (1911). J. H. Rosny Ainé (Bruselas,
1856 – París, 1940)
Seix Barral, tercera edición, 1947. Versión
española de A. Ruiz Pablo. Ilustraciones de J. Serra Masana. 297 páginas.
Narrativa.
Foto, Paco Castillo.
Cada mañana abro la ventana para reclamar mi porción
de libertad, ya que ahora la tenemos racionada, ésta consiste en divisar una
extensión de la Sierra de Guadarrama… visión que ahora supone mucho más
de lo que pudiera imaginar antaño.
Creo que muy pocas veces había observado sobre sus
cumbres, en estos momentos achaparradas bajo las nubes, un cielo tan
cristalino, limpio, una brisa tan incontaminada.
Sierra de Guadarrama, estos días, desde mi ventana. Foto, Paco Castillo
Sí, la orientación de mi ventana mitiga algo la
reclusión.
Lo aclaro. Ante estas bonitas fotos de libros en el
exterior que veréis, puede que alguno se eche las manos a la cabeza, tranquilos.
No, no me he saltado el confinamiento, aquí sigo encerrado.
Es más, en mi familia nos confinamos
voluntariamente desde el jueves 12 de marzo, al día siguiente de cerrarse los
centros escolares en nuestra comunidad, Madrid.
La explicación de estas fotos que iré publicando es
bien sencilla. Llevo ya mucho tiempo retratando aquellos libros con intención
de leer, así que hay muchos en la recámara fotografiados durante esos paseos previos al confinamiento (en
donde voy curioseando párrafos), incluso varios del pasado año, vamos,
bastantes más de lo que pueda durar el encierro… o eso espero.
Ignoro como se concentrarán los demás en esta
reclusión pandémica, yo ando con la mente inquieta, muy dispersa, tengo un batiburrillo de
lecturas entremezcladas que no hay por donde deshacerlo.
De Eisntein paso a Emily Dickinson, luego
la abandono y me lanzo a Goethe y “Las aventuras del joven Werther” que tenía
a medio empezar… para después sustituirlo por el Torotumbo de Miguel Angel
Asturias, también comenzado y, en medio de este galimatías, acabar leyendo
y finalizando (¡por fin uno!) La conquista del fuego de J.H. Rosny, pues
así mismo lo había encarado e interrumpido varias veces.
Tal vez mi caos lector sea el resultado de alguna
ansiedad recóndita que no sé identificar.
"Las desventuras del joven Werther", Goethe. Aquellos paseos por mi añorado Monte del Pilar (Majadahonda)... supongo que ahora lucirá espectacular, y entregado exclusivamente a la vida animal y vegetal. Foto, Paco Castillo.
Foto, Paco Castillo.
En esta realidad despiadada son muchos los que buscan
lecturas para evadirse, yo no soy menos, también ansío ese refugio lector, pero
no quiero evadirme de cualquier manera con cualquier lectura, sino aquella que
me permita no perder del todo la perspectiva del presente.
Y para no extraviar ese anclaje con el hoy… he
viajado al pasado remoto. Es una de esas grandes paradojas cuyos extremos
siempre terminan encontrándose, convirtiendo
lo antagónico en un todo coherente.
Bajo el seudónimo de J. H. Rosny se esconden
los hermanos belgas Joseph-Henry-Honoré
Boex y Sheraphin-Justine-François
Boex, autores al alimón de varias obras, aunque esta fascinante narración
pertenece a J. H. Rosny Aîné, es decir, el mayor de los hermanos, en
donde rememora nuestras andanzas por la Prehistoria con un ritmo trepidante.
https://es.wikipedia.org/. H. Rosny Aîné
“La muerte del fuego.
Los Hulhamr huían en medio de la noche espantosa.
Enloquecidos por los padecimientos y el cansancio, todo les parecía inútil ante
la calamidad suprema: el Fuego había muerto.
Lo habían criado en en interior de tres jaulas,
desde el origen de la Horda; cuatro mujeres y dos guerreros lo alimentaban día
y noche, y aun en los tiempos más duros, recibía el alimento que le daba la
vida.
Al abrigo de la lluvia, de las tempestades e
inundación, había franqueado ríos y pantanos, azulándose al despertar la aurora
y ensangrentándose al anochecer.
Su faz poderosa alejaba al León (…), al Oso de las
Cavernas, al Mamut (…); sus rojos dientes protegían al hombre contra el vasto
mundo. A su lado habitaba la alegría. Sacaba de los manjares aromas sabrosos
(…), daba a los miembros un vigoroso bienestar y aseguraba contra todo peligro
a la Horda en el corazón de los bosques poblados de rumores, en el páramo sin
fin y en el fondo de las cavernas. Era el Padre, el Guardián, el Salvador; y
cuando escapándose de su jaula devoraba los árboles, era más feroz y temible
que el mismo Mamut.
¡Y había muerto!”
Este es el comienzo de una sublime narración,
bellísima, con el que J.H.Rosney nos ilustra el
panorama de la incipiente Humanidad, o al menos el horizonte que avistaban
nuestros antiguos congéneres ante la pérdida de su tótem sagrado, de su fuente
de poder… El Fuego.
Éste les ha sido arrebatado en una cruenta
contienda con otra tribu, pues la llama es un bien precioso y todos la
codician. Aún no saben encenderlo.
El clan decide mandar a sus dos mejores guerreros, Naóh
y Aghoo, para recuperarlo, pero no partirán unidos, pues el odio que ambos se
manifiestan, conocido por todos, haría fracasar la expedición. El jefe, decide
que cada uno escoja a dos hombres de su confianza para aumentar las posibilidades
de éxito.
Naóh y
Aghoo está muy igualados en corpulencia y valentía, pero sus
personalidades son opuestas.
Naóh
es un guerrero que, aun siendo consciente de su fortaleza, se muestra cauteloso,
y no utiliza su poderío para intimidar a los más débiles, más bien los alienta
para seguir adelante, aunque es implacable con el enemigo o con las fieras. Aghoo
es un ser que despierta temor y recelos en el resto del clan, su desmesurada
violencia, su sed de sangre, amedrantan a la mayoría, no así a Naóh y el
venerable Faúhm, jefe de la tribu.
Naóh
se llevará a dos jóvenes cazadores, Nam y Gau, no destacan por corpulentos, pero valora en
ellos la rapidez y habilidad de sus movimientos.
Aghoo
se llevará a sus dos hermanos… tan iracundos y temibles como él.
Naóh se dirigirá hacia el Poniente.
El Oriente será la senda de Aghoo.
Foto, Paco Castillo.
J.H. Rosny
fue un hombre de sólida formación científica, era matemático, pero además hizo
estudios de física, química y ciencias naturales, eso le permitía escribir con
autoridad sobre el mundo vegetal y animal, sin embargo, prevaleciendo su ser
literario, otorgó a la novela un evidente carácter mítico y heroico, acaso
recogiendo el testigo del ilustre Homero en su Ilíada.
No obstante, es memorable la manera en que J.H.
Rosny ha dotado a la Naturaleza con voz propia, hacerla visible con su
narrativa particular y percibirla con todos nuestros sentidos mediante unas
descripciones soberbias, que son un festín literario, que contienen toda la
épica, intensidad, belleza y brutalidad en aquel amanecer de la Humanidad…
Pues lo mismo nos deslumbra la hermosura ante una
puesta del Sol, con esos cielos de fuego que cautivaban el alma de nuestros
antepasados, que asistimos a una contienda devastadora entre tribus, en donde
todo son cráneos machacados, guerreros moribundos con el vientre abierto, o un
cazador entre las fauces del gran Oso de la Cavernas, escuchando como el
inmenso animal parte el espinazo del cazador como si nada.
Veamos el amanecer de un nuevo día, hace 40.000
años:
“La luz se levantó en todo su poder, invadiendo el
páramo, rovolviendo el limo y secando la sabana. La alegría matutina, la pulpa,
la carne fresca de las plantas, aparecía con ella.
El agua semejaba más ligera, menos pérfida y
turbia. La luz movía argentinos destellos, entre las islas de un verde
grisáceo; lanzaba largos temblores de malaquita y perlas, desplegaba pálidos
azufres y escamas de mica, y su olor era más grato a través de los sauces y
alisos.
Según el juego de las adaptaciones y las
circunstancias, triunfaban las algas, relucía el lirio de los estanques o el
nenúfar amarillo, surgían el iris acuático, las euforbias palustres, los
lisímacos, las sagitarias, desplegábanse las matas de ranúnculos con sus hojas
de acónito, de linarias, de epílobes rosados, de mastuerzo amargo, de rosolis,
de cañaverales (…) donde pululaban (…) la picudilla negra, las cercetas, el
chorlito real, el avefría de reflejos de jade y la pesada avutarda.”
Y aquel tiempo del cobijo en las cavernas, rugidos del oso gigante, el
acecho del león dientes de sable y todo un muestrario de adversidades cuando
pierden su fuente de poder, el venerado Fuego, que nuestros protagonistas
transportaban en una jaula, es una perfecta alegoría de nuestro panorama hoy,
virus mediante.
Pues en el siglo XXI, La Humanidad tiembla viendo
doblegado su sistema de bienestar, su status ante una fuerza inusitada de la Naturaleza,
cuyo mayor poder es un minúsculo organismo, un virus, que lo convierte en un
temible enemigo invisible.
En aquella época de los Mamuts, cuando no existían
los comunismos ni los capitalismos, ni el mundo global, ni Standard &
Poor´s, ni Trump ni Putin, ni los plásticos ensuciando el mundo, ni el cielo era
una autopista para los aviones, ni Internet… El temor de nuestros abuelos
nómadas era el mismo que tenemos ahora, para nuestros antepasados era esa llama
de fuego extinguida, imposibilitada para alumbrar el espesor de una naturaleza
hostil.
Ahora es la misma simbología con distintos
elementos, en el caso de ellos el fuego sacralizado, para nosotros el símbolo
de nuestro poder es el dominio ( “APARENTE”, el virus nos lo ha hecho ver) del entorno, de los recursos naturales como
paradigma de nuestro progreso, ese estilo de vida en el que hemos depositado
una confianza ciega, al que hemos apostado todo… pero al clan de la caverna se
le apagó el fuego sagrado y todo fue oscuridad, y nuestro flamante siglo XXI se
ha visto anulado por una fuerza de la Naturaleza, un virus, y vemos como se
ciernen las tinieblas en la jungla moderna.
En el mundo pretérito y el actual nos ha ocurrido
lo mismo.
En el ayer, la última chispa tililante acaba
desapareciendo, mientras afuera no dejan de oírse los rugidos amenazadores de
los leones dientes de sable, atemorizando al clan.
En el presente, cunde el pánico mundial ante el
enemigo coronado e invisible y, confinados en nuestras cuevas tecnológicas,
escuchamos un sonido de fondo inquietante, ya no hay Mamuts, ahora es el fragor
de sirenas estridentes, ambulancias con contagiados víricos llegando al
hospital.
Y después de apagarse la llama pasada y presente…
el desconcierto y una densa oscuridad que llega desde la caverna de Naóh hasta
Wall Street, atravesando el ancho mundo que ahora conocemos.
El miedo es universal, atemporal.
No dejéis de leerla, no solo es una de las novelas
más bellamente escritas que puedan encontrarse, al servicio de una historia
apasionante, sino que la Conquista de fuego también nos habla de aquello que nunca
podremos… conquistar.
La conquista del fuego. Foto, Paco Castillo.
Su lectura ha sido un viaje fascinante, situándome
(porque me ha incitado a hacer el paralelismo) en dos planos temporales sin
solución de continuidad; el pasado y el presente de la Humanidad con un mismo
significado ante nuestra vulnerabilidad.
“Naóh, Nam y Gau acamparon, al anochecer, al pie
(…) de la llanura. La tierra era (…) uniforme y melancólica. Todos los aspectos
del mundo se formaban y se deshacían en las inmensas nubes del crepúsculo. Ante
aquellos fuegos innúmeros, Naóh pensaba en la pequeña llama que iba a
conquistar. Diríase que no había más que trepar a un pino, a una colina y
tender una rama de pino, para coger la chispa de los braseros que devoraban
Occidente.
Las nubes se ennegrecieron. Un abismo de púrpura
permaneció largo rato en el fondo del espacio; las piedrecitas brillantes de
las estrellas surgían una tras otra; el aliento de la noche sopló. “
Una lectura vertiginosa entre esos dos marcos
temporales, una montaña rusa en la que el tenso ascenso me llevaba al pasado
cavernario para, súbitamente, iniciar un raudo y frenético descenso al
presente, con un mensaje claro, la Humanidad de ayer y la de hoy es la misma
frente a sus temores, la misma con su impotencia ante el poder devastador de un
enemigo agazapado en las entrañas de la Naturaleza, y cuando despierta de su
letargo…
Fin de la historia.
Impresionante escena de "La conquista del fuego", 1981, J. Jacques Annaud. Banda sonora (Philippe Sarde)