Un dedo apuntando a la Luna, y dos miradas...
Llevo mucho tiempo leyendo, pero espaciadamente, a Edgar Morin en diferentes obras. Si seguís el enlace comprobaréis que su periplo existencial es de los que quitan el hipo. Aunque esta vez no será el gran protagonista aquí. Bueno, a lo que vamos.
Con dos títulos distintos de Edgar Morin. Foto, Paco Castillo
Es uno de los más reconocidos pensadores contemporáneos. Este filósofo y sociólogo francés es, reitero, uno de los grandes observadores de nuestro tiempo, y de observador puede presumir, pues le contemplan 98 primaveras con la mirada afilada y la mente lúcida.
Habida
cuenta de toda la lectura que voy acumulando de E. Morin, reconozco que me
resulta fascinante este señor, con su parecer y reflexiones sobre un amplio elenco
de temas; desde el cine (¡esas me encantan!), al quehacer cotidiano, o
literatura, arte… pasando por los grandes movimientos sociopolíticos y honduras humanas.
Lo último que estaba curioseando
es su maravilloso libro, “En carne viva. Meditación”, algo así como ideas y pensamientos,
sin aparente conexión, cogidos al vuelo. En realidad son muchas de sus
meditaciones mientras estuvo convaleciente de una enfermedad.
Me detuve en un capítulo llamado
“Las cavernas del hombre”, al pie del enunciado “El paleolítico
interior” decía así:
Entonces, a raíz de esas líneas,
recordé algo que escribí hace varios años. Horas después, me puse a buscarlo en mi escritorio.
Es esto que viene a continuación, añadiendo unas fotografías actuales y la referencia al escritor J.-H. Rosny.
Es esto que viene a continuación, añadiendo unas fotografías actuales y la referencia al escritor J.-H. Rosny.
El estímulo primero que nos empujó
a buscar la comunicación entre nosotros, el Homo sapiens, se me antoja un bello
misterio
Esa necesidad inicial que nos
alentó a comunicarnos, ¿ sería una sensación de peligro?, ¿fue antes una expresión de
afecto?, ¿o qué…?
Desde un punto de vista científico
habrá quien recuerde al hoy discutido, Charles Darwin, y venga a sugerir que en
lo fundamental, la comunicación es un rasgo evolutivo de la especie humana,
nada nuevo. Pero situémonos en el ambiente inhóspito, amenazador, del pasado
remoto, cuando se buscaba el calor corporal junto a la hoguera, dentro de la
fría caverna, y el instinto de supervivencia fijó la necesidad de ser más listo
que los depredadores, contrarrestando así nuestra inferioridad física respecto
a tantos animales.
La conquista del fuego. J.-H.
Rosny. Foto, Paco Castillo.
Esa desventaja física fortalecía, a su vez, la
unión del Clan, y la unión no puede sostenerse sin la comunicación. Hasta aquí
una parca argumentación por mi parte, digna de la E.G.B.
Pero sigo.
Una comunicación que se cimentaba,
sobre todo, en cuestiones meramente pragmáticas, es decir, sobrevivir.
A medida que esta comunicación se
va haciendo compleja, y nuestros parientes cavernarios van siendo mayores, lo
simbólico va ganando terreno, y lo tangible y material se funde con lo
abstracto e inmaterial.
Cuando se va pasando gradualmente
de ser acosado a ser el principal acosador, los códigos han de reinterpretarse.
La comunicación que al principio se utilizaba para transmitir prioritariamente,
miedo, inseguridad, peligro, protección, etc, ha de incorporar, sin perder lo
anteriormente registrado, sensaciones como dominio, seguridad, placer… y cuando
uno empieza a preocuparse menos por las amenazas del exterior, comienza a
observarse más a sí mismo.
Fotografía obtenida de la web http://noticiasdelaprehistoria.blogspot.com/ Esta maravillosa pintura es obra
del artista Arturo Asensio, responsable de las ilustraciones del Museo
Arqueológico Nacional (MAN), de España. Podéis apreciar esta obra y otras en su
web oficial, http://www.arturoasensio.es/
La angustia ya no monopoliza todos los
sentimientos, y estos se encaminan hacia la conquista de nuevos escenarios.
Foto, Paco Castillo.
Llegado a este punto, dejaré continuar
a mi fantasía.
Pues eso, libero la imaginación, como
hizo siempre la Humanidad para contar relatos. Eso sí, ya quisiera yo que se me
diera tan bien como a J.-H. Rosny cuando escribió “La conquista del
fuego”.
Foto, Paco Castillo.
Vamos a reencontrarnos por unos
momentos con nuestros abuelos ancestrales, ahora que están tranquilos tallando
sílex.
La niebla matinal del valle se
elevaba por los riscos, hasta la misma entrada de la cueva.
Vistas de la Sierra del Guadarrama, desde los alrededores de casa. Fotos, Paco Castillo
Ha sido un día frío. La noche permanece despejada, sin
duda helará.
Fotos, Paco Castillo.
Un joven cromañón está en la hoy denominada
región de Dordogne, y su cueva exactamente en Les Eyzies, sudoeste de Francia.
Alto ahí, esto tan francés aumentará
la cursilería, con la que venga después, ya vale. Nos pasamos a Altamira
que me pilla más cerca.
Foto:https://elpais.com/cultura/2019/01/26/actualidad/1548510266_603294.html
En esa fría e interminable noche
invernal, con un cielo puro rebosante de estrellas, como eran antes todos los
cielos, entre acantilados y bosques de castaños, unos ojos buscan una silueta
familiar en la penumbra de la cueva, piensa en esa compañía que le aporta una
sensación de cercanía... y algo más que ahora desconoce.
Le gusta contemplar desde un
escondido rincón, noche tras noche, la misma silueta insinuándose en la
oscuridad, su cerebro, de forma imperceptible, ya está diseñando la forma de
comunicar eso que siente al contemplar la presencia femenina, y que le hace
sentir bien, no solo por una sensación de familiaridad... por algo más.
Iustración de Arturo Asensio,
obtenida del enlace : https://www.elconfidencial.com/cultura/2014-04-21/el-ilustrador-que-hizo-carne-de-la-prehistoria_118658/
Tal vez una de esas noches limpias,
este hombre curtido de cicatrices y mugre, se acerque a la mujer y, sin saber
muy bien porqué, levante la mano para señalar con el índice hacia el cielo.
Entonces, los ojos de su compañera
mirarán al punto señalado, advertirán que allá arriba, entre infinidad de
fulgores, destaca algo brillante que esclarece sus rostros, y quizás descubra
en la mujer una sonrisa iluminada por la imponente luna llena que están
admirando.
Foto, Paco Castillo.
Casi con total seguridad él le
responderá con otra sonrisa.
Ninguno de los dos lo sabe, pero
el cerebro ya estaba creando todo un proceso comunicativo a partir de una luna
llena, dos sonrisas en la penumbra y unas miradas que, curiosamente y justo en
ese instante, no estaban deleitándose con la luna... solo se miraban una a la
otra, como si fuesen lo único vivo esa noche, solo ese momento sin días, sin siglos.
Solo esas dos miradas perdidas
para siempre en el tiempo.
Foto, Paco Castillo.
Debió suceder ahí, rodeados de
helechos y con la escarcha pegada a los cabellos enmarañados, y a las pieles de
reno que cubrían sus cuerpos, en una heladora y hermosa noche invernal, cuando
el silencio, al pie de la cueva, permitía escuchar el oleaje del mar, aún
mediando bosques de hayas, robles, el canto de los urogallos o el aullido perdido
de un lobo.
Sí, debió ser ahí, hace 35.000
años, cuando en el cielo del cantábrico, y en el del mundo, brillaban
innumerables estrellas, fugaces o eternas.
Ocurrió allí, en una comunicación
íntima, la luna ya hizo su trabajo, y el resto estaba en sus manos… y en sus
bocas, por donde escaparon caricias y balbuceos, o susurros que eran crisálidas custodiando las
palabras apunto de salir al mundo…
Jilgueros. Foto, Paco Castillo.
El frío arrecia, es hora de
meterse en la cueva y entregarse al sueño, esperando al día que habrá de
llegar, cuando “la mañana aclare el cielo una vez más…”
Los dejo ya soñando, y les regalo
una canción de Eivør, siempre Eivør… para su nuevo amanecer. Morning
song.