Hasta siempre, Tasio.
Ojalá no hubiera tenido que escribir estas líneas.
Tasio tenía el don de cruzarse en las vidas de la
chiquillería, la que hoy diviso desde mi balcón, para que éstos portasen el
privilegio de guardar su presencia luminosa en el recuerdo.
Es la misma experiencia en la que participábamos mi
hermano y yo, aunque no fuera con Tasio. Contaría con 4 años y Óscar cerca de
cumplir los 3, mi hermana Susana nacería tres años después. Ambos solíamos
jugar a las puertas de casa, frente a una era inmensa, casi tan grande como
nuestro cándido entusiasmo.
Entonces, un día a la semana, siempre divisábamos a
lo lejos la polvareda, esto si era verano, y el invariable barullo de las
ovejas comandadas por el el señor Manuel, el pastor, y sus incansables perros
ladrando por doquier.
Yo echaba a correr con todas mis fuerzas hacia ese
tumulto ovejero, mi hermano trataba de alcanzarme a duras penas, el pobre. Allí
estaba el señor Manuel pastoreando con una boina negra (ésta no se me ha
olvidado), esperándonos y riendo a carcajada limpia; como si mascullase…
fierecillas, míralos viniendo hacia mí, como dos centellas.
La razón era poderosa, aparte de dejarnos acariciar
a algún corderillo, siempre, siempre… nos decía:
“Venga, dos rubias para cada uno”.
Las dos rubias eran dos pesetas de antaño.
Nos revolvía el pelo, mimábamos al corderín y, con
las dos rubias en el bolsillo, salíamos disparados por donde habíamos venido. Yo
me alejaba escuchando su risa batiente, que custodiaba la retaguardia de mi hermano con
su correr jadeante. Y ahora percibo esa risa como si llenara el Universo.
Tengo 52 años, de lo que he contado ya han pasado
48… y lo recuerdo mejor que muchas de las cosas que hice antes de ayer.
Sé que esto, bastante después, le ocurrirá a los
chiquillos del vecindario, a todos los que han compartido escaramuzas con Tasio
hasta hace poquísimo, incluidas mis hijas, especialmente Izaskun, la mayor apunto de cumplir 9 años, le tenía mucho
aprecio, jugaban con frecuencia, bueno, todos los peques tendrán una sensación similar.
Ayer, viernes, el coronavirus se lo ha llevado, tras
62 días hospitalizado, casi todos en la uci, casi tantos días como años tenía;
63. Sí, joven aún.
Todos los vecinos estamos estupefactos, Tasio tenía
mucho encanto personal, era muy afable y con gran sentido del humor.
Pero además, de ahí quizás buena parte de nuestra
estupefacción, era un ser con una forma física envidiable para su edad, bien
parecido, de rostro muy jovial, esos rostros aniñados que desmienten la edad
real, conservaba toda su mata de pelo rubio lustroso, era delgado pero fibroso,
muy vital y activo, sin problemas de salud en principio, ni fumaba ni bebía, un
tío que caminaba mucho, especialmente cuando paseaba a “Albero”, un perrito
pardo cuya dueña era su hija mayor pero, por los motivos que fueran, estaba las
más de las veces en casa de su padre, Tasio.
Por ser tan saludable, el desconcierto que nos ha
invadido a quienes le conocíamos es total.
Sí, ya hubo casos similares, personas no muy
mayores, sin patologías previas, con salud, y de buenas a primeras… se acabó todo.
Posiblemente tuviese una alta exposición al virus,
invadiendo todo su organismo y sentenciándolo. Me contaba su mujer, hace unos días,
que en la analítica ya daba resultado negativo, no estaba el virus, pero quedó fulminado, no podía
sostener un vaso de agua para beber, le tenían que sujetar el brazo, y día sí y
otro también con el tubo metido hasta la tráquea para respirar con unos
pulmones moribundos, un tubo haciéndole heridas y tomando antibióticos para la
molestias de una técnica tan agresiva… qué barbaridad, mi amigo.
Lo elegiría la muerte como en la película de
Bergman, “El séptimo sello”, aún reciente en mi retina, retándole en el tablero
de ajedrez. Había candidatos mucho más factibles para la parca ( en mi
vecindario hay varios, en edad similar a la de Tasio, que ni de lejos tenían
sus excelentes facultades físicas, pero siguen en pie).
Tasio perdió la partida de ajedrez, otros han
quedado en tablas, y aquí estarán mañana para comprar el pan de cada día.
Quien esto escribe tenía una relación muy estrecha
con Tasio, de amistad entrañable que se fragua en la vecindad de tantas y
tantas primaveras en común. Él era once años mayor que yo, pero desde que nos
conocíamos y tratábamos como vecinos y amigos, por el año 79, quizás 80 (ha
llovido), nunca hemos dejado de conversar al cruzarnos en el vecindario, y no
un simple saludo, podíamos charlar largo rato, sentados en un banco, había
mucha sintonía entre los dos… aunque no tendría que apropiarme de esa cercanía
con exclusividad, Tasio conectaba bien con cualquiera, hasta a sus coetáneos en
edad los hacía sonreír cuando se ponía a jugar al fútbol o lo que fuese con la
legión infantil del patio, comentando eso de: “hay qué ver este Tasio, es más
revoltoso que los propios críos”.
Y observando su expresión, ciertamente sabíamos que
se lo pasaba en grande actuando así.
Puede afirmarse que Tasio era el único vecino
adulto que todos los chiquillos consideraban de igual a igual. Era ese tipo de
persona, ya madura, que poseía la rara y valiosa cualidad de bajar al mundo que
habitan los niños sin desentonar un ápice.
Muchos mayores, una vez alcanzada la cima de la madurez,
ya jamás, o a penas, descienden a esa república infantil de la que hemos
renegado.
Por ejemplo, cuando llegaba a la urbanización, una
finca de pisos con patio interior, ya algo antigua, principios de los 70,
dejaba las bolsas de la compra a un lado y, ni corto ni perezoso, se mezclaba
en el partidillo de fútbol que en ese momento jugasen chicos y chicas, esto les
hacía mucha gracia, fundamentalmente porque Tasio… no se limitaba a dar una
patadita al balón diciendo: ¡hola majo, a ver que bien chutas, venga!, qué va,
el se ponía a regatear a los chiquillos y nada de dejarse birlar el balón, si podía
marcaba un gol, y soltaba a Izaskun, mi hija, o a Marino, o a Liam, o a Emma… ¡anda, chúpate
esa! ¡Eso es un golazo!
Luego se dejaba regatear y echaba a correr detrás
del pequeñajo en cuestión:
¡¡me cachis en la mar, como te pille vas a ver!! Y
la algarabía infantil estallaba en risas y alboroto.
Me cachis en la mar, ahora te lo digo yo a ti, Tasio,
vaya jodienda… estoy muy cabreado, así que haré lo que suelo hacer en estos
momentos, saldré a correr, sí, voy a correr, empezaré despacio, como de
costumbre, y hacia el final, lo sé, aceleraré lo que me permitan mis fuerzas,
como si no hubiese un mañana… o mejor dicho, como si fuesen aquellas mañanas
de hace 48 años, esprintando triunfante con mi peseta en el bolsillo, con las
ovejas en lontananza y la risa, no ya del pastor Manuel, sino la de Tasio
guardando mis espaldas, guiándome en ese trote vigoroso, en esa carrera que para los niños… nunca parece
tener final.
Ignoro si en el patio habrá alguien que pueda
sustituirte en los juegos con los niños, probablamente no, yo no veo capaz, aparte
de alguna cosa, solo sé leer libros, una facultad con mucho menos trascendencia
que la tuya, meter una estrella en ese baúl que es la memoria de los niños, llevándola de por vida, como yo llevaré a la era y las ovejas del
pastor, Manuel, hasta el final del camino.
Tasio, te dejo con tu admirado Serrat que, como tú,
valoraba “aquellas pequeñas cosas”, aunque sea una faena que el tren solo nos
venda “boletos de ida y vuelta”.
Y cuando regrese de correr y espere a la noche
cobijando el sueño de mis hijas, haré lo que que canta allí Serrat; “lloraré
cuando nadie me ve”.
Bueno, figura… mañana se lo contaré a Izaskun, mi
hija mayor.
Ya sí, descansa amigo.
P.d. No he tenido que esperar
hasta mañana para comunicárselo a Izaskun, hace unos instantes, mientras tomaba
unas natillas, después de sus espinacas rehogadas, me ha preguntado si Tasio
seguía malillo en el hospital, y… se lo he dicho, claro.
No ha soltado una
palabra, solo a seguido comiendo natillas, entonces le han salido un par de lágrimas, y
luego otras dos... La he dado un beso, le he dicho que está bien llorar.
Ahora me
voy a cambiar de ropa para salir a correr, necesito salir ya…