Dos
damas muy serias. Jane Bowles (Nueva York, 1917 – Málaga, 1973)
Libro.
Editorial Anagrama (cuarta edicción 1997). Traducción de Lali Gubern. Prólogo
de Truman Capote. 222 páginas.
Caminando por Madrid
La
precocidad de Jane Bowles me deja desconcertado, gratamente asombrado. Veintiséis
años tenía cuando escribió esta novela, yo iba confrontando ese hecho, su edad, a
medida que avanzaba en la lectura, pues me encontraba con muchos párrafos cuya
sabiduría y profundidad psicológica parecían desmentir la autoría de una
persona tan joven, en definitiva con una experiencia vital muy corta y, sin
embargo, poseedora de un gran conocimiento sobre la conducta humana. Me encanta
este párrafo como ejemplo:
“La
señora Copperfield había escrito en su diario:
«Los
turistas, por lo general, son seres tan convencidos de la importancia e
inmutabilidad de su forma de vivir, que son capaces de desplazarse a los
lugares más fantásticos, sin experimentar nada más que una reacción visual. Los
turistas más encallecidos suelen confundir un lugar con otro.»"
O
este otro , conversación que Christina Goering mantiene con un joven
contrariado por la eterna disparidad entre la clase sufridora y la burguesa:
“A ti
te interesa ganar un combate justo e inteligente- dijo la señorita Goering-.
Pero a mí me interesa mucho más saber que hace difícil este combate.
Ellos
tienen el poder en sus manos, tienen la prensa y los medios de producción.
(Respuesta de él)
La
señorita Goering colocó una mano sobre la boca del muchacho. Este dio un
respingo. (…)
Bien,
bien –masculló Dick-, ¿qué debo hacer entonces?
-Recuerda
simplemente que una revolución ganada es un adulto que debe matar a su infancia
de una vez por todas.
Lo
recordaré -prometió Dick-, contemplando a la señorita Goering con cierto aire
agresivo.”
Eso
de ahí arriba lo escribe Jane con veintiséis años… descomunal.
No me
resisto a resaltar esto: Una revolución ganada es un adulto que debe matar
a su infancia de una vez por todas. Joder…
es que no me sale otra cosa.
Además
tenía una personalidad arrolladora, cuantos la conocieron no ocultaron su
fascinación por ella. Y que nadie se asuste, no vamos a encontrar una narración
atrincherada en cansinos preámbulos metafísicos, la prosa de Jane es espontánea
y natural, como lo son sus protagonistas.
Pero al lector no se le escapa que está ante una escritura brillante, de una rara
genialidad, fruto sin duda de esta infrecuente combinación; una mente de gran
inteligencia emocional en una persona tan joven.
El
hecho de que su matrimonio con el famosísimo Paul Bowles fuese una tapadera,
para disimular algo la homosexualidad de ambos, supuso a la larga una situación
más perjudicial para ella que para él.
Jane
tenía un carácter mucho más impulsivo que el tímido y retraído Paul. Ella nunca
toleró bien vivir reprimiendo su naturaleza. Él no tenía problemas para
permanecer aislado en su mundo, recluido en el viciado espacio de su
habitación, en donde escribía. Ella necesitaba sentir el vértigo de la vida,
las emociones a flor de piel, lanzarse a tumba abierta (como reza en la
contraportada).
La
frustración y angustia por no poder desarrollar libremente sus anhelos la sumía
en conductas autodestructivas, incluso fue diagnosticada de psicosis
maníaco-depresiva. Había etapas en las que se entregaba a relaciones sexuales
intensas y pasajeras. Paul seguía a lo suyo, con su discreción proverbial,
encerrado en el cuarto con su escritura.
Esta
historia, protagonizada por dos mujeres, es el reflejo de todos los dilemas
existenciales de Jane Bowles, ya a la temprana edad de veintiséis años. Contraportada
del libro:
“Esta
novela relata el paradójico itinerario de dos mujeres muy diferentes en busca
de su independencia, de su autenticidad. Christina Goering, de familia
distingida, rica, solterona y con tendencias místicas, busca su salvación
luchando contra la naturaleza, es decir, forzándose a aventuras con
desconocidos. Paralelamente a este destino ejemplar, Frida Copperfield,
dispuesta a lograr su felicidad terrenal a cualquier precio, abandona a su
marido y su existencia convencional en el curso de un viaje por Centroamérica y
se pone a vivir con una joven prostituta panameña.
Este
doble itinerario «a tumba abierta», flanqueado por los abismos de la soledad y
la autodestrucción, está tratado, sin embargo, con un ingenio puntiagudo, un
traicionero sentido del humor, una comicidad grangüiñolesca. Los personajes
son gloriosamente impredecibles, excéntricos, alejados de toda lógica de
normalidad social.”
Esas
palabras resaltadas en negrita, son el artífice para que esta historia nos resulte
tan cautivadora, es decir, nos revelan toda la complejidad que encierran estas
mujeres, sin que ello signifique prescindir de cierta ingenuidad a la hora de
actuar y tomar decisiones.
Esa
maravillosa contradicción (nuestras propias contradicciones como personas), es
una genialidad en la mente de una escritora tan joven, impresionante Jane
Bowles.
Y nos
hace reflexionar sobre nuestras propias experiencias, no sé si en el sentido de
lo que pudo haber sido y no fue, no suelo fustigarme mentalmente con tales
disyuntivas, pero, ¿quién no lo ha pensado?
Las
contradicciones, y puntuales dosis de irracionalidad, mueven nuestros pasos por
la vida con una importancia mayor de la que creemos. No existe nadie
estrictamente juicioso las 24 horas del día, siete días a la semana, eso no
sería la perfección, más bien una aberración.
Volviendo
a Jane Bowles, que es lo mismo que ir al libro, suena una música que ya nos
resulta familiar, una situación reiterada con otras parejas célebres, donde se
ha minimizado la valía de la mujer respecto a la de su compañero (no pondré
ejemplos, todos sabemos unos cuantos). Son varios los estudiosos y críticos que
consideran la escueta obra literaria de Jane superior en calidad a la de Paul
Bowles, que ya es decir…
El
editor Jorge Herralde (fundador y propietario de Anagrama), no tiene reparos en
afirmar: «Desde luego, entre Paul y Jane, el verdadero genio era Jane»
O su
amigo del alma, Truman Capote: «Jane Bowles, esta leyenda moderna… una de las
más originales y puras estilistas»
De
similar opinión era Allan Sillitoe: «Un hito en la literatura americana del
siglo XX»
Y
otro buen amigo, Tennessee Williams: «Mi libro favorito. Para mí no hay otra
novela moderna susceptible de convertirse en un clásico»
Hombre,
no seré yo quien afirme que esta novela es mi favorita, pero tales opiniones
reflejan el impacto que producía el virtuosismo de sus letras considerando la
precocidad literaria de Jane.
Voy
acabando, al hilo de nuestra naturaleza caótica, de este libro en definitiva,
recupero de nuevo la radio, sí, escuchado en la radio hace muy poco. Es pertinente con todo lo expuesto.
La locutora
pregunta al invitado (un licenciado en filosofía y letras, además de filología
semítica… que ha escrito un libro sobre finanzas. Eso debe de ser la madre de
todas las contradicciones), decíamos que le pregunta a esta persona porque ha
elegido un tema de Luz Casal para acompañar la entrevista.
Yo,
esperando más o menos la respuesta convencional… pues una mujer con una
personalidad muy atractiva, luchadora (lo que es verdad), etc, responde:
«La
forma imperfecta que tiene de pronunciar algunas vocales, creo yo, cuando
alarga alguna “u”, convierte su voz en un lamento bellísimo. Es eso, la
imperfección de su voz me provoca en el alma la sensación de una belleza
perfecta»
Así
es Jane, vamos a cuestas por la vida con nuestras contradicciones,
desesperantes o maravillosas. Profundamente humanas.
miércoles, 17 de mayo de 2017
Locura.
Mário de Sá-Carneiro (Lisboa, 1890 – París, 1916)
Libro.
Celeste Ediciones. Colección Minúscula, 2000. Traducción y prólogo:
Pedro Mireles. Ilustración de cubierta: La pesadilla, de Johann Iteinrich Füssli.
64 páginas.
Comienzo
con este fragmento de la contraportada:
“Sá-Carneiro,
amigo de Fernando Pessoa, es considerado, junto a éste, una figura clave de la
literatura moderna portuguesa. Después de atormentar a su «querido amigo»,
anunciándole su suicidio en repetidas ocasiones, después de haber conocido el
amor en sus últimos meses de vida que disipó en la lujuria, Sá-Carneiro se
suicidó en el Hotel Nice de París tomando cinco frascos de estricnina. Locura…
es una inquietante novela que se adentra en los raros desequilibrios de las pasiones
y pensamientos de su protagonista. Sá-Carneiro, en una historia llena de
rebeldía y erotismo, explica los mecanismos que le llevaron a escoger su propia
muerte.”
Si me
atengo meramente a la apariencia física de Mário de Sá-Carneiro, no encuentro,
observando las imágenes que circulan del escritor, indicios reveladores de
estar frente a un potencial suicida. Un rostro complaciente, algo regordete,
mirada amable… Pero claro, ¿qué rostro tiene un suicida? Todos y ninguno.
Cualquiera.
Mario Sá-Carneiro. Foto Wikipedia
Sin
embargo me resisto a dejar que mi intentona de “investigador forense” caiga en
el vacío. Entonces, sumido en una morbosidad descarada, observo la expresión de
otros célebres semblantes abocados a idéntico y trágico destino.
Podría
ser… me cruzo con Pavese. Sí, podría ser Pavese el rostro de un suicida, aunque
observases doscientas fotografías de él, sería harto complicado verlo sonreír
en dos o tres. Sus ojos parecen cansados por una sensación de hastío vital.
Pavese. Foto internet
Podría
serlo aún más, Alejandra Pizarnik, me doy de bruces con su imagen. Hay en su
mirada “algo” que me habla de una honda tristeza arrinconada en su alma,
incluso cuando sonríe parece hacerlo desde el abatimiento. No atisbo la calma y
serenidad que refleja Sá-Carneiro. Un rostro, otro, y otro más. En fin; Todos
y ninguno. Cualquiera.
Alejandra Pizarnik. Fotos internet
Tanto
me impacta verla así (a Pizarnik), que he tomado la decisión de poneros un
poema suyo, aunque yo esté aquí con Sá-Carneiro, no le importará, seguro.
La
carencia
Yo no
sé de pájaros.
No
conozco la historia del fuego.
Pero
creo que mi soledad
debería
tener alas
Brillante.
Y esto
me fascina de escribir sobre lo que leo, también el mismo acto de leer, que las
palabras, no pocas veces, tienen el poder de elevarse por encima de mi voluntad
inicial, de anteponer “su idea” a la mía, de alterar el rumbo de este escrito. En ocasiones las palabras
te llevan por ahí volando, y no sabes bien donde aterrizarás, ¿es malo? De eso
nada, a mí me entusiasma que me saquen de los caminos.
Verba
volant, scripta manent, (La palabra vuela, lo escrito permanece).
Pronunció una vez el político del Imperio Romano, Tito Cayo.
Aterrizo
ya.
Tengo
que revelar al principio el misterio de este libro, misterio que no es tal,
pues el coprotagonista de la historia arranca el relato sin concesiones a la
especulación:
“La muerte de Raúl Vilar fue muy lamentada.
Todos los periódicos consagraron largos artículos al gran escultor. (…)
Y
coincidieron unánimemente en que su prematuro fallecimiento había sido una
grave pérdida para el arte nacional. Después, los años transcurrieron. Hoy
pocos se acordarán ya del pobre Raúl. Es por eso mismo que me decido a hablar
de él. Para hacerlo, nadie más competente que yo: fui su mejor amigo, su único
amigo.”
Es
decir, ese amigo leal, poeta y escritor con un brillantez proporcional al vacío
en el que cae su talento, siente el impulso de rendir justicia a la memoria de
su fiel amigo, el escultor. Hombre que ha alcanzado el éxito profesional y
social. En esa tesitura discurre la narración de la novela.
En
realidad esta pequeña, gran, obra se aboca a un final que parece fruto de la
precipitación del escritor por concluirla, tanto que pudiera romper la armonía
con las páginas precedentes, y aunque ya se sepa el desenlace desde el
comienzo, no por ello deja de embargarte la sensación de asistir a una
inesperada celeridad por dar término a la historia.
Bueno,
es una consideración muy personal, tal vez otra mirada no lo vea así.
Era
inevitable. Se palpa la saudade en esta breve obra de Sá-Carneiro, ese particular
sentir melancólico de los portugueses que Manuel de Melo (1608-1666), definió
así:
«bem
que se padece e mal de que se gosta» (bien que se padece y mal que se
disfruta).
Expuesto
todo lo anterior, no es erróneo pensar que gran parte de la escueta producción del
autor, poética en su mayoría, es una especie de siniestro tanteo a la
posibilidad del suicidio.
Entonces ocurre algo que, no por frecuente, deja de
resultar extraño, en ese estadio literario, antesala de una muerte ya decidida,
el escritor se “viene arriba”, con tal expresión refiero que el novelista
exprime hasta la última gota de su talento para legar un libro de prosa impecable
como es “La locura”, del mismo modo que los moribundos experimentan una súbita
mejoría como señal inequívoca de la muerte inminente, enigmático y comprobado
fenómeno, desde luego, llamado por los médicos Mejoría de la muerte, y
que la ciencia aún no ha podido explicar.
Un
antagonismo, como tantos, que refrenda ese dicho: «los extremos se tocan», ya
sabéis, los niños y los ancianos, la vida y la muerte… Qué cerca están siempre
una de la otra.
Además,
en torno a M. Sá-Carneiro todo parece confabularse para llegar a su fatal
desenlace, su gran amigo de la infancia, Tomás Cabrera Junior, se suicidó de un
tiro en la cabeza delante de Mário, ambos tenían apenas veinte años en aquel
momento.
Hecho
que nos sitúa la naturaleza autobiográfica de la novela. fundiéndose los dos
protagonistas, el escultor y su amigo el escritor, en el alter ego de M. de
Sá-Carneiro.
No es
de extrañar que el libro nos deje tales fragmentos:
“Frecuentemente
tenía ideas extravagantes (el escultor), de una extravagancia siniestra. Por
ejemplo, una noche –después de uno de sus habituales períodos de mutismo- de
súbito exclamó:
«Me
gustaría que muriera toda la gente… todos los animales y que solo yo quedara
vivo.»
¿Para
qué? –pregunté espantado.
-Para
experimentar el miedo de verme completamente solo, en un mundo lleno de
cadáveres. ¡Debe ser delicioso! ¡Qué escalofrío de horror!...”
Y que
tuviera pensamientos como el que confesó
por escrito a Fernando Pessoa:
“Ya
sé, positivamente sé, que solo hay ruinas al final del callejón, y continuo
corriendo por él hasta que los brazos se me partan al encontrar el muro espeso
del callejón sin salida. ¡Y usted no imagina, mi querido Fernando, adónde me ha
conducido esta manera de ser! Hay en mi vida un lamentable episodio que solo se
explica así. Aquellos que lo conocen, en el momento que lo viví, lo llamaron
locura y disparate inexplicable. Pero no lo era, no lo era. Es que yo, si
comienzo a beber un vaso de hiel he de beberlo hasta el final. Porque -¡cosa
extraña!- sufro menos apurando hasta la última gota, que lanzándolo apenas
empezado. Y soy de aquellos que van hasta el final. Esta imposibilidad de
renuncia la encuentro artísticamente bella, y he de tratarla en uno de mis
cuentos, pero en la vida es una triste cosa.”
Más
cuestiones, me ha recordado mucho a otra lectura, un libro que me impactó por
el dominio magistral de la narración, El retrato de Dorian Gray de Oscar
Wilde, ambos escritores son maestros en reflejar los últimos estertores de la
belleza, próxima a desvanecerse. Dicha similitud podría tener una explicación
en la influencia del Decadentismo sobre uno y otro, y estas novelas
concretamente. Fragmento como el de los cadáveres es un estilo de frases que
también encuentras en Elretrato de Dorian Gray.
En Locura
pugnan todos los conflictos internos del escritor, a veces parece un combate
agotador de fuerzas contrapuestas; la misoginia primera del escultor, hasta que
conoce a quien será, primero su amante, luego su esposa, dando paso a la
admiración por la figura femenina, que nunca dejara de tener su amigo, el
escritor.
La
relación contradictoria con la propia literatura que vive el personaje
novelista, encontrar un sentido al oficio de escribir.
Ensalzar
la virtud de vivir y, sin embargo, no dejar de juguetear con la posibilidad de
la muerte.
Y
todo ello con la palabra convertida en arma de seducción, así es el lenguaje de
Sá-Carneiro, tremendamente seductor.
Hago una constatación, por lo demás siniestra, referente al hecho de que las obras
de los escritores suicidas (por llamarlos de alguna manera), las más próximas al fatídico suceso, son trabajos
que bordan la genialidad.
No en
vano, ¿cómo afrontaría uno lo último que hará en vida? No son momentos para la
mediocridad, para eso ya has tenido el resto de tu existencia, ahora hay que darlo
todo, porque más adelante… quien sabe.
Nadie ha regresado para contárnoslo.
martes, 2 de mayo de 2017
Aventuras
de un irlandés en España. Walter Starkie (Dublín, 1894 – Madrid, 1976) Libro.
Espasa – Calpe. Colección Austral, 1965. Traducción Antonio Espina. 231 páginas.
Tenía
preparada esta entrada desde hacía muchos días, pero no ha sido hasta ahora que
he decidido publicarla, ¿razones? No lo sé, hoy me ha apetecido. Será la
primavera…
Imaginad
a todo un erudito, experto en filología clásica, catedrático de humanidades,
investigador, poeta, antropólogo, ensayista, novelista, músico y que, además,
hable fluidamente el romaní, la lengua gitana.
A
priori resulta complicado encontrar a alguien así o parecido, pero ni mucho
menos es imposible. Ahí tenemos el ejemplo de José Heredia Maya (Granada,
1947-2010), quien fue catedrático de Literatura en la Universidad de Granada,
dramaturgo, poeta, ensayista, músico y cantante flamenco, casi nada. Pero no es
él mi objetivo.
Ahora
pensad en todo lo anterior y añadamos a ese curriculum, gran viajero, aparte
del dominio en el romaní, también en su variante ibérica, el caló… Y todo ello
sin ser oriundo de estas tierras íberas, sino de un país bastante más
septentrional, anglosajón para más señas. Esto ya parece una tomadura de pelo,
pero no lo es.
Ante
ustedes, el enigmático Walter Starkie, un irlandés bonachón nacido en Dublín
doce años después que su colega y vecino James Joyce.
Esquivo
a todo perfil convencional. Algunos archivos históricos suelen presentarlo
inicialmente como un viajero romántico del siglo XX. Solo es la punta del
iceberg.
He
mencionado “enigmático” irlandés, el entrecomillado no es un adjetivo gratuito.
Si su semblanza roza ya lo inverosímil, podemos dar un giro aún más
rocambolesco; sobre W. Starkie se cernía la sospecha de ser un espía perteneciente
al Servicio de Inteligencia Británico, uno de tantos con la misión de evitar
que el régimen de Franco interviniese en la II GM dando su apoyo a Hitler.
Churchill
quería mantener la neutralidad española a toda costa. Infiltrados en Madrid no
faltaron para tal empresa, entre ellos varios intelectuales y artistas de las
Islas Británicas.
Siguiendo
este hilo, un caso fascinante es el del actor inglés Leslie Howard, por
entonces amante de Scarlett O´Hara no solo en “Lo que el viento se llevó”,
también en la vida real. Llegó a Madrid en 1949, cuando Walter Starkie, años
después de sus andanzas españolas, ya era residente en la capital y ejercía de
Director en el Instituto Británico de Madrid.
De
hecho ambos se reunieron, pues Walter le había organizado unas conferencias
acerca de Hamlet que Leslie rehusó. Walter se quejó públicamente por la actitud
del actor, éste afirmaba tener entre manos otros asuntos que atender…
Fue
una estancia de dos meses, envuelta en un absoluto misterio y que acabó con la
muerte del actor cuando el avión en el que viajaba fue derribado por los
alemanes en la costa de Cedeira, Galicia.
En
cuanto a Walter nunca estuvo claro el asunto de su espionaje, buenos amigos
suyos como los escritores Cernuda, Antonio Espina, Menéndez Pidal, Pío Baroja, Cela,
o los pintores Zuloaga y Antonio Prieto no arrojaron luz sobre tal
acusación. Nada se sabe con certeza.
Hablando
de Cela, valgan estas líneas sobre Walter, pues el Nobel gallego fue gran
admirador del irlandés:
"Había
una vez, a lo mejor hace ya muchos años, muchísimos años, un viajero irlandés,
comilón, andarín, bebedor y gordinflón, que se llamaba don Walter".
Fuera
lo que fuese, a mí lo que me ha llegado es una excelente obra. Esta es la
historia de sus andanzas por España, contadas por él. Era el año 1934.
Uno
quisiera perpetuar la gratísima sensación que te embarga tras la lectura de una
gran libro, entretenidísimo y culto, con una escritura cautivadora y elegante,
trenzada con sorprendentes anécdotas que confieren a la narración un ritmo
vivaz y andarín, tal es la naturaleza del locuaz W. Starkie.
Ha
sido muy gratificante acompañar a este hombre en su periplo. Venturas y
desventuras que él mismo narrará, oficio de escritor tiene para dar y tomar.
La
materia prima la extrae de su peregrinar por medio mundo y su vastísima
cultura, que no utiliza para apabullar, él la pone al servicio de un admirable
sentido del humor, en el territorio literario hay pocas uniones más seductoras,
o poderosas que ésta. Es fácil comprobarlo, empiezas a leer el libro y te das
cuenta que ya no podrás separarte de él, desde que te levantas hasta que te
acuestas.
Qué
tipo éste, no tiene desperdicio.
Aparte
de su deslumbrante cultura poseía encanto a raudales. Uno desearía disfrutar su
compañía en una tertulia de sobremesa, para mí no tendría precio. Eso sí, llevándole a una buena taberna con mejor vino
y viandas para conversar, sellarías con él una amistad inquebrantable.
Si
hay una persona al que el calificativo de bohemio le haga justicia, es él. No
es que fuese un tipo estrafalario… Lo siguiente.
Profesor,
conferenciante, ensayista, investigador, escritor, poeta, músico (era un
consumado violinista), además de viajero y trotamundos incansable por medio
mundo (en España ya había estado muchas veces). Un vividor, sin su acepción
frívola, en el sentido de vivir como se quiere.
Amigo
de gitanos, vagabundos, pastores, monjes como su buen amigo fray Justo, de
quien siempre recordaba los serenos coloquios mantenidos en la quietud del
Monasterio de Silos, campesinos, pintores (por ejemplo, Zuloaga), monarcas y
republicanos, célebres artistas como Agustina, “La reina de los gitanos” (musa
codiciada por los grandes pintores de la época), ilustres personajes de la
nobleza, intelectuales de renombre (varios poetas y novelistas del 98 asistían
a las tertulias de su carismático amigo irlandés, en su larga estancia
madrileña, así como él asistía a las de ellos).
Con
tan variopinto ramillete de personalidades departirá nuestro amigo Walter. Las
anécdotas que se suceden de tales encuentros te sumen en la expectación hasta
la última página.
Extensa
amalgama social, ideas políticas de todo signo que la campechanía del dublinés
acogía con toda la naturalidad, pues se consideraba hombre de espíritu humanista.
Igual
de valioso encontraba compartir palabras, migajas y camino con algún mendigo
sin más patrimonio que su conversación y el morral, que departir sobre
monarquía y republicanismo con alguno de sus nobiliarios amigos en el suntuoso
salón de un castillo. El mismo valor tenía para él una cosa y la otra.
Y de
tal guisa tal libro. Su argumento no es novedoso, un intelectual extranjero que
narra su experiencia por la península ibérica.
¿Un
libro más donde un célebre escritor expone sus visicitudes en tal o cual país?
Va a
ser que no.
Lo
extraordinario es la forma en que abordó el viaje este músico, escritor y
trotamundos. Eso pondrá una distancia enorme con el resto de dichas obras.
Dominaba
bien el idioma castellano, y con no menos solvencia… el caló, sí, la variante
ibérica del romaní (que hablaba fluidamente).
Jaja, un dublinés rubicundo que chamulla caló, ¡es muy fuerte! (Como
se dice ahora).
Walter
Starkie era una eminencia mundial en el estudio de la cultura romaní. Tal era
su pasión que incluso había convivido temporadas con diferentes grupos gitanos
en Los Balcanes y en Hungría.
El
conocimiento del castellano se debe, entre otras cosas, a sus exhaustivos
estudios sobre nuestra cultura y costumbres desde tiempos remotos hasta lo
actual de entonces, y a los numerosos viajes que realizó al país, algunos
acompañado de su esposa siendo ambos jóvenes entusiastas, supongo que hábidos de
una curiosidad antropológica que ha dirigido los pasos de tantos estudiosos británicos
hacia aquí. Baste recordar a hispanistas contemporáneos como Hugh Thomas, Ian
Gibson o Paul Preston.
Por
cierto, aprovechando mi tendencia a la digresión, os contaré que con Gibson me
crucé un par de veces caminando por la Gran Vía capitalina (no es tan difícil),
viendo en la distancia como su trayectoria y la mía se iban aproximando hasta
confluir con apenas unos centímetros de separación. Era la viva imagen del
intelectual ensimismado que todos tenemos en la cabeza, un andar pausado, libros
en la mano, la mirada extraviada en algún punto de fuga indefinido y, por
encima de todo, ese (des) peinado imposible que corona su cabellera, cuya
apariencia no hace distinción entre las horas del sueño nocturno y las del día.
Lo cual no deja de ser prodigioso, que tanto en tiempos de ventisca otoñal, como
en la calma chicha de agosto, la estructura de sus cabellos rebeldes se
mantenga intacta.
Comentaba,
como elemento excepcional del libro, su extravagante manera de viajar.
Por
si no lo había dicho, la pretensión de Walter era recorrer buena parte del País
Vasco, Castilla la Vieja y el centro peninsular, finalizando en Madrid… a pie,
o en mula, o… La verdad es que ni él mismo tenía idea, iría viéndolo por el
camino, mientras fuera acompañado de su violín, al que comparaba con Rocinante,
lo demás era secundario.
Con
su amado instrumento arribaría hasta la capital del reino para perderse en
innumerables tertulias de café con sus amigos poetas, pintores y novelistas,
entre los que se encontraban Machado, Valle Inclán, o Unamuno, por citar
algunos. Todos desfilarán por el libro, por ejemplo Unamuno, nos narrará su
encuentro en una lúgubre tasca de Hendaya, en donde lo descubre meditabundo en
una mesa apartada, arrinconada en la oscuridad.
Sí,
viajaría con lo puesto, un poco de dinero para los primeros días, en un viaje
que le llevaría meses. Su violín habría de procurarle cobijo y comida tocando
melodías españolas e irlandesas en tabernas y calles de los pueblos y ciudades
que visitaría. Por eso sus colegas irlandeses, intelectuales y catedráticos
como él, pensaban que el simpar Starkie estaba mal de la cabeza.
A él
le traía sin cuidado tal o cual opinión:
“Es
natural que cada viajero que vaya a España lleve su pequeña dosis de locura
quijotesca. (…)
Predicaba
con el ejemplo:
“Muchas
noches acampo fuera de los pueblos; pero mis vestidos son demasiado ligeros
para este País Vasco, que suele tener un verano traidor. (…)
Al
salir de San Sebastián hacía sol y yo supuse que podría acampar en noches
sucesivas bajo los árboles. Al pasar por Zarauz busqué un rincón apropiado (…)
Por fin encontré lo que buscaba fuera del camino, al pie de unos árboles.
Serían
las nueve de la noche y no se oía ningún ruido, excepto el ladrido distante de
los perros de alguna casa de labor. Encendí un fuego (…), tendí mi capa en el
suelo y me dispuse a dormir.
¡Cuán
humildes son las necesidades de un solitario errante por los caminos del mundo!
La
capa que llevo, a cuadros negros y blancos, se la compré a un pastor; es una
capa tosca, pero abriga mucho y que me gusta echar sobre los hombros cuando el
frío arrecia. Hay un proverbio español que dice: « Debajo de mala capa se
esconde un buen bebedor.» Mi capa es pobre, pero tengo en mi mano la bota de
vino. Nadie debe dormir al raso en España sin llevar una bota de vino, pues,
como nos advierte otro proverbio español: « A mala cama, buen colchón de vino.»
“
Menudo
tipo, el irlandés…
Para
este viaje aunó en su ser todas aquellas identidades que admiraba
profundamente, y consiguió su propósito.
Adoptó
la actitud quijotesca de caballero errante ante los caminos, por mor de su
idolatrado Cervantes, hasta el punto de establecer ingeniosas correlaciones
entre diferentes anécdotas vividas y andanzas de Don Quijote y Sancho. Se
propuso hacer del espíritu nómada que anida en el alma de los gitanos, la
brújula de sus trayectos. Adoptó el bon vivant de los trovadores y
juglares medievales, que tan bien conocía, para deleitar a los lugareños con la
música de su violín… y ganarse unos dineros con que degustar su venerada cocina
española.
Tanto
como lo gastronomía le fascina “esa querencia española por los refranes”, a los
que dedica todo un capítulo. Un fragmento:
“Un
vagabundo que se lance por los caminos de España necesita ir bien provisto de
refranes. Le será tan necesario en el campo como en la taberna o en la plaza.
Los campesinos castellanos están armados hasta los dientes de refranes y se los
arrojan incesantemente unos a otros. (…)
Al
principio el extranjero queda desconcertado. Un refrán es un golpe mortal en el
duelo de la conversación. Cuando ha sido pronunciado no hay más que hacer que
dejar el tema y buscar en el cerebro otro. (…)
El
español saca su proverbio del gran fondo del saber popular con tan reverente
cuidado como un anfitrión saca una botella de amontillado seco que desde muchos
años guarda con amor en su bodega. No hay disntinción de frase entre los
refranes; el vagabundo o el bandido los usa en su conversación no menos que el
rey o el aristócrata.”
Fue
un consumado violinista, era su principal vocación. Ganó siendo muy joven un
primer premio de violín en la Royal Irish Academy of Music. De hecho deseaba
dedicarse profesionalmente al violín, sin embargo el padre había diseñado ya un
futuro para el vástago, acorde con el impresionante ambiente académico que
rodeaba a su familia.
Ya
por aquí, a la vista de su poco lustrosa apariencia, con sus ropajes ajados y
polvorientos del mucho deambular, sería
mirado más de una vez con recelo por la sospecha de estar ante un vagabundo
cualquiera.
Lo
que le salvaba era su deliciosa conversación, aderezada con una labia
encantadora de pícaro irlandés. Se las arreglaba para conseguir cama gratis, o
a precio irrisorio, en toda clase de tascas, posadas y tabernas, a cambio de
amenizar a los parroquianos e incitar al consumo colectivo de vino tinto.
Establecía
alianzas con otros músicos, callejeros como él, gallegos, vascos, muchos
andaluces (éstos subían en hordas al norte de España en época estival, ahí
estaba el dinero), para animar las tascas y sacarse unos cuartos… Los sabios
consejos de los guitarristas, trompetistas, flautistas o gaiteros del lugar
valían su peso en oro, necesitaba esas camaderías para tocar en los sitios donde
rascarse los bolsillos fuese la norma entre los comensales, y también evitar
aquellos antros en donde lo reluciente no eran las monedas, sino el filo de las
navajas… No siempre lograba evitar líos, claro está.
Sus
impresiones sobre las ciudades y la idiosincrasia de sus moradores me parecen
magníficas:
"Fuenterrabía
es una ciudad enervada, que ve transcurrir la vida moderna sin preocuparse de
abrir los ojos para enterarse. Esto es una gran ventaja para el extranjero a
condición de que sea un espíritu contemplativo. (…)
Fuenterrabía
es pequeña, con menos de mil habitantes (1934) (…) Parecería una ciudad muerta
sino fuese por los gritos y el alboroto
de innumerables chiquillos que juegan en la calles y patios vacíos. Una de las
primeras impresiones del viajero en España es la de ver tantos niños y la
libertad que gozan. En ningún país los chicos corren, saltan y juegan con tanta
alegría y libertad como lo hacen en España.
En
las demás naciones se procura inculcar a las criaturas desde muy pequeñas el
principio del orden y disciplina, incluso para sus juegos. En España se deja en
absoluta libertad al individualismo personal de cada niño; saltan en las calles
como gatitos; gritan y persiguen a los extranjeros con preguntas curiosas, que
acaban por molestar, pero que al mismo tiempo le dan la sensación especial de
que estos niños son los más encantadores del mundo.
¿Cómo
es que estos chicos y chicas de ojos grandes, sonrientes, se transformen luego
en vascos corteses, lentos y taciturnos? Acerca
de unos de los cuadros de Zuloaga, cuando estuvo visitando al pintor en su casa
de Zumaia: “Los
flagelantes muestran, en efecto, un aspecto del alma española que se repite
a lo largo de su historia. Las caras arrugadas de estos hombres y mujeres,
campesinos de Castilla; las casas, ruinosas, y toda la melancólica tristeza de
la escena nos dan una versión indudable de la españa ancestral.”
Foto internet
En ocasiones
fue recogido por campesinos castellanos que iban o regresaban de las faenas, al
ver su aspecto desaliñado y con cara de no haber zampado un buen estofado en
días, no lo distinguían de un mendigo, y como era costumbre en esa gentes rudas
y dignas, compartían con el andariego lo poco que ellos tenían.
Otras
se acercaba solitario a algún asentamiento gitano, contraviniendo reglas de
prudencia elemental, pues los gitanos estaban siempre resquemados, a la
defensiva contra los payos por el continuo hostigamiento hacia estas gentes
errantes, lo que provocaba bastantes trifulcas entre unos y otros.
W.
Starkie sabía como ganarse su confianza, bastaban unas pocas palabras en caló,
muy bien escogidas, ante la estupefacción de mujeres, hombres… y risas de los
niños (imaginad a un grueso irlandés, enrojecido por el sol, dirigiéndose en
caló a estos gitanos… habría que verles la cara).
Disipado
el estupor, el patriarca le hacía sentarse a su lado, compartiendo el calor de
la lumbre bajo las estrellas… sin faltar un suculento guiso de gallina y la
bota de vino. Entonces surgían de ambos algunas palabras, pocas, pero cada una
precisa en su capacidad de abarcar la idiosincrasia de una cultura milenaria. Y
ellos mismos se convertían en una estampa antigua, tan vieja como ese crepitar del
fuego, entre el olor penetrante de los maderos en ascuas.
En
estos casos lo solían agasajar durante un par de días y, por orden del
patriarca, lo trataban a cuerpo de rey.
Así
es este libro, un cruce de caminos literarios exótico, una crónica viajera que
tiene mucho de relato cervantino, pues las comparaciones de usos y costumbres
con pasajes de sus admirados Sancho y Don Quijote aparecen con el acierto de un
gran conocedor, no solo del Quijote y la obra cervantina, sino de toda nuestra
literatura desde tiempos pretéritos.
Esto
da lugar a una obra cultísima (y me atrevería a decir, de culto), pues son
muchas las referencias artísticas, literarias e históricas que atesora, todo
con prosa exquisita que se hermana sin fricciones con la lengua coloquial, y el
caló. Peculiar Walter Starkie, expresándose en dicha lengua a la mínima
oportunidad que se le presenta, asombrando a propios y extraños.
No
solo un libro cervantino, también “barojiano”, “unamoniano” y hasta
“valleinclanesco”.
Sin
olvidar que: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, pues con tales
palabras de Machado (merecedor de unas interesantes líneas) está hecho el espíritu
de este libro, una escritura que va surgiendo de los caminos, igual que las
siembras de cereales en los campos castellanos que circundaba.
Delicioso
el apartado Tertulias dentro del capítulo “Madrid”:
“Desde
las siete hasta las nueve, todas las noches, los madrileños, tan parecidos a
los irlandeses, de los cuales el doctor Johnson observó elegantemente: «Son un
pueblo justo: nunca hablan bien unos de otros», se reunen en sus tertulias. Con
la excepción de Dublín, en ninguna ciudad de Europa se derrocha en la
conversación tanta mordacidad como en Madrid. Pero mientras los ingleses de
Dublín viven bajo el crepúsculo céltico y se guardan de las flechas de sus
adversarios con la niebla, los francotiradores de Madrid, bajo su atmósfera
limpia, casi nunca fallan el blanco.”
Aquí
nos cuenta su presencia en una de tantas, con Machado:
“Cada
tertulia suele tener una especie de jefe o presidente, que es el que da el tono
a la reunión. Si la preside un poeta, como Antonio Machado, la conversación
recae generalmente sobre los poetas de la España moderna; Antonio Machado habla
lento y mesurado, maravillando con su imaginación y sus agudezas de andaluz a
todo el que le escucha."
También
esta, con Valle-Inclán:
“La
tertulia más pintoresca que conocí en Madrid fue, sin duda, la de Valle-Inclán
(…) posee una fuerte dosis de la sal picaresca de Quevedo y del Arcipestre de
Hita. Valle-Inclán es alto y delgado, de rostro pálido y cadavérico y lleva
enormes gafas de concha que le dan el aspecto de un ave de rapiña. Ostenta
larguísima barba gris y suele usar una fúnebre y negra capa que envuelve
holgadamente su cuerpo enjuto. (…)
Don
Ramón habla con una voz ceceante, que hipnotiza a sus oyentes. Cada palabra
suya cae cae en el silencio de sus oyentes como una nota aguda y cristalina de
música.. El ascenso y descenso de sus tonos vocales me hicieron evocar a
aquellos taumaturgos que acertaban a ahuyentar las enfermedades y la muerte con
el conjuro de su voz de plata. Cada frase era una melodía, el poeta gozaba
escuchando los ritmos maravillosos de su propia voz.”
Las
divertidas ocurrencias, comentarios y anécdotas del irlandés alcanzan cotas literarias
geniales, en un libro que, sin ser ficción, es Literatura en estado puro. Uno
se sonroja por el hecho de que un extranjero le ilustre sobre tantas cuestiones
de nuestras letras, de nuestro arte, de nuestro folclore, y suma y sigue.
Además
pone la nota (nunca mejor dicho) en la “letra pequeña” de la Historia, él mismo
está inmerso en el cotidiano devenir de las gentes y pueblos que lo acogen.
Toma sus notas a pie de calle, por tanto el retrato social que se nos muestra
tiene una enorme riqueza, ofrece una serie de acontecimientos que, en su
aparente insignificancia, lo dicen todo.
Lo
fascinante de este intelectual es la pasmosa facilidad que tenía para amoldarse
a estratos sociales tan dispares; ya fuera un marqués, un guitarrista gitano, o
un gaitero gallego, y esos jugosos encuentros nos los brinda para nuestro
deleite. Asistimos a un viaje hacia nuestro pasado que, en gran medida, explica
nuestro presente.
Igual
dormía bajo las carretas de los gitanos, o en la más absoluta soledad cobijado
al borde de un viejo álamo, tiritando de frío por el txirimiri cantábrico, que
lo hacía en el castillo feudal del conde fulanito o menganito.
Creo
haber captado la esencia que se nos sugiere entre líneas,
más allá de la enorme cultura y erudición de Walter Starkie, pienso que la
verdadera sabiduría estaba en esas pocas palabras intercambiadas con un
vagabundo en los caminos solitarios, o al amparo de noches al raso, palabras fugazmente
alumbradas por el resplandor de las hogueras. Es ahí donde empezó todo, donde la
literatura echó a andar, hasta recorrer el vasto camino que hoy la contempla.
Gran
mensaje de Walter, al viaje hay que ir con el equipaje justo, esencial, es
decir, las palabras, la música de un violín y ánimo para caminar… sin prisas
“Un
violinista vagabundo que quiera sacar dinero a los gallegos testarudos tiene
que tocar una nota baja de zángano en la cuerda como acompañamiento de su aire.
Ha de imitar la gaita o marcharse sin un céntimo”
Pues
eso, vámonos, ¿a Camariñas con Luz Casal y Luar Na Lubre? ¡Quién
osaría decir no a esta mujer!