P. Castillo

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viernes, 26 de octubre de 2018

ESPANTAPÁJAROS…


Entre tantas presencias y colorido… solo reina la calma más absoluta.




Finlandia, espantapájaros. Exposición The Silent People (La Gente Silenciosa), por Reijo Kela.


Imperturbables. Serenos.


Por eso muchos pájaros se arriman y se posan sobre los espantapájaros que no espantan. Se han dado cuenta que esos  desaliñados adoran el silencio, y su pose reflexiva invita más al acercamiento que a la desconfianza.

Los espantapájaros son muy sabios… el silencio les ha ido forjando su indiscutible erudición, que es la que se construye observando sin prisa, sin palabrería, y ellos pueden hacerlo mejor que nadie, tienen todo el tiempo del mundo. 


Espantapájaros japonés (https://www.elpensante.com)

En realidad, ellos no son toscas copias de nosotros. Más bien parece que seamos nosotros la réplica ruidosa, defectuosa, de ellos. 

https://www.freepik.es


Ni siquiera han abierto la boca para reprocharnos el uso torticero que hacemos con su nombre para establecer esta tesis : 

La falacia del espantapájaros. 

Que en resumidas cuentas consiste en un sofisma (o falacia) para “caricaturizar los argumentos o la posición del oponente, tergiversando, exagerando o cambiando el significado de sus palabras (del oponente) para facilitar un ataque lingüístico o dialéctico” (Wikipedia).

Un caso recientísimo lo tenemos en el líder de la oposición acusando de golpista al presidente del gobierno. Pero el popular lo ha utilizado de manera burda… presumible, pues burda es la puesta en escena de nuestros políticos.

De esta tesis hay ejemplos con mucha más enjundia parlamentaria. Veamos:

La idea, expuesta por Darwin en "Origen de las especies", abrió un duro enfrentamiento entre ciencia y religión.

En un debate entre el obispo Wilberforce, contrario al evolucionismo, y un defensor de las ideas de Darwin, T.H. Huxley, Wilberforce le preguntó a Huxley si prefería descender de un simio por parte de abuelo o de abuela. Parte del auditorio pidió entonces que contestara T.H. Huxley; éste indicó que cuando los evolucionistas hablan de ascendencia lo hacen teniendo en la mente la herencia a través de miles de generaciones, y no unas pocas generaciones. 

Lo cual suponía que se había malinterpretado y ridiculizado la teoría darwinista con el fin de rechazarla (falacia del espantapájaros) y luego dijo: 

"Por lo que a mí respecta, no se me habría ocurrido presentar un asunto de esta naturaleza como motivo de mi discusión, pero si se me plantea la pregunta de si preferiría tener como abuelo a un miserable simio o a un hombre altamente dotado por la naturaleza y poseedor de grandes medios e influencias que utiliza para introducir la ridiculización en un debate científico serio, afirmaría sin dudar mi preferencia por el simio".

Fuente: https://aprenderadebatir.es


Muchos espantapájaros no salen de su asombro al comprobar el lío en el que nos hemos metido con esta crisis global. Y se echan sus manos de brezo a la cabeza al ver como hemos depositado nuestra pertenencia en…


EL PEOR BANCO DEL MUNDO...


Foto internet. Lehman Brothers


Cuando ellos siempre tuvieron claro cual era...

EL MEJOR


Banco de Loiba, Galicia. 






martes, 16 de octubre de 2018


El espía que surgió del frío. John le Carré (Dorset, Inglaterra, 1931)

Círculo de Lectores, Colección Alta Tensión, 1988. Traducción de Nieves Morón. Novela publicada en 1963. Nº de páginas, 257. Portada, fotograma de la película homónima (1965).






El 9 de noviembre de 1989 viajaba en un autobús Alsa que cubría la ruta Madrid-Avilés. Lo recuerdo muy bien, a pesar de haber transcurrido veintinueve años de aquello.

Al sintonizar en mi “walkman” alguna emisora, escuché una de esas noticias que retienen un instante de tu existencia para siempre, como los trilobites de las profundidades marinas petrificados en la cima del Everest.

También me acuerdo que ya era de noche.

“Están derribando el Muro de Berlín”.

¿He oído bien?

Una multitud de berlineses se ha congregado junto al Muro, … y lo están derribando a martillazo limpio, convirtiendo la vergüenza en escombros.





Apertura Muro de Berlín. 1989. Fotos internet


Un funcionario había propagado la noticia de la apertura del Muro… y ya no se pudo contener a la ciudadanía.

A mis veintidós años había crecido, como tantos, con un goteo continuo de noticias sobre el Muro, las fricciones entre las dos Alemanias, etc. Así era en plena Guerra Fría.

Me quedé impactado, consciente del efecto que tendría un hecho así.
Sucedió cuando ya estábamos en tierras asturianas, casi al final del viaje, en una heladora noche de cristales empañados.




Cuento esto porque la lectura de El espía que surgió del frío, me ha devuelto ese retrato de un Berlín sumido en la bruma perenne, bajo un cielo gris, mientras hombres y mujeres caminan con el rostro hundido en los “shapka-ushanka”, esos típicos sombreros rusos de piel con orejeras flexibles, que todos hemos visto en las crónicas de los corresponsales televisivos.

Son las imágenes que me acompañaron en mi infancia y buena parte de la juventud, las que veía de refilón en casa cuando mi padre ponía las noticias. Por entonces tenía la impresión de que aquella atmósfera grisácea pertenecía a un mundo infinitamente lejano del mío. La ingenuidad infantil nos blindaba de muchas preocupaciones.

Con la caída del Muro se dio carpetazo, en buena medida, a uno de los periodos históricos más herméticos y oscuros de la Europa reciente, con la Guerra Fría en forma de amenaza permanente.

El Telón de Acero era un mundo enigmático para los europeos occidentales, con agentes secretos, asesinatos selectivos, espionaje, contraespionaje, etc. Aunque esto también era moneda de cambio en el bloque occidental.


Desde aquí observábamos dicho escenario con cierta aureola de romanticismo, en parte debido al ambiente recreado por el cine y la literatura. Escritores y cineastas disponían de una valiosa materia prima extraída de la realidad.




Un escenario tan inverosímil que la propia ficción no es capaz de superar. Y acaba pidiendo con desesperación transfusiones en vena de la vida misma.

Con ese material sustraído la ficción establece un juego, llamado literatura, nos presenta su baraja y reparte las cartas, y a nosotros los lectores-jugadores solo nos queda aceptar el envite.
Nos enfrascamos en una partida que saca a relucir toda la verdad que hay en la mentira. Y que nos hace pensar en la verdad con la sospecha de estar ante gran patraña. Es un juego de doble cara. Así es la literatura, porque así es la realidad que la nutre.

En cuanto entiendes bien las reglas del juego, éste se hace adictivo, más aún, se vuelve fascinante. Eso es leer libros como éste.




Esta no es una obra dada a florituras estilísticas, no es “Cien años de soledad”, ahí sí tendrían su lugar para brillar. Pero en esta novela jugarían en terreno equivocado, pues procede la concisión, el lenguaje seco y directo de los agentes secretos. Estamos con espías de la vieja escuela, como el protagonista Alec Leamas, agente británico, y la frialdad, el mantenerse impasible y dominar los sentimientos es un salvoconducto para preservar la vida. Todo se torna gélido. Un entorno hostil para sutilezas narrativas.

En ese sentido, la historia se sustenta en la arquitectura tradicional del inicio, nudo y desenlace. Es el andamiaje que necesita esta novela, otorgándole su solidez.

Nos adentraremos en una época de la historia que nunca ha dejado de fascinarme.

El inglés Alec Leamas es uno de los espías más eficientes del Servicio Secreto británico, con una hoja de servicios jalonada de logros difícilmente superable, operaciones sumamente delicadas en el Bloque del Este que solo son confiadas a este agente con temple de acero, al mando de sus hombres.

Pero Alec ya ha rebasado los cincuenta años y es perro viejo. El servicio de Inteligencia considera su jubilación, quieren dejarle fuera de circulación procurándole un retiro a la altura de su valía.

Pero, ¿qué retiro se le ofrece a un depredador como él?

Es es el problema. Alec lo sabe, desde luego. 

De hecho sabe demasiado. Si fuese un agente de tercera categoría se le buscaba un trabajo decente en una oficina de correos, o en una biblioteca pública cualquiera y a envejecer relajadamente.
Pero con Alec el asunto no funciona así… los mandamases, esos burócratas de rostro invisible, manejan soluciones que no contemplan la vejez. Veamos unas líneas de la contraportada en esta fotografía que os pongo:



Más allá de las intrigas con los espías de un bloque y del otro, mucho más allá diría, J. le Carré nos situará ante una profunda reflexión sobre la perversidad perpetrada por diferentes gobiernos a uno y otro lado del Telón. 

Estrategias recurrentes como utilizar a personas pertenecientes al propio aparato estatal, ya fueran funcionarios o agentes secretos, cual peones de ajedrez, o cobayas, sacrificándolos sin miramientos en operaciones suicidas, debidamente encubiertas para que el agente de turno mordiera el anzuelo tendido por sus superiores, amos y señores de ese tablero humano.

Esa es la trágica paradoja que nos muestra J. le Carré de aquel periodo; como el poder político, que ha de velar por la seguridad de sus ciudadanos, no duda en traicionar a quien considere de sus leales colaboradores para obtener una oscura recompensa, pues casi nunca suele redundar en un beneficio tangible hacia la ciudadanía, sino que las intenciones pasan por averiguar la fórmula secreta para fabricar una bomba más mortífera que la de sus rivales, por ejemplo.




Por ello J. le Carré narra con un estilo contundente, con el peso de una sentencia condenatoria, y nos lo deja bien clarito, ya en las primeras páginas, en torno a su protagonista:

“Leamas no era hombre reflexivo ni especialmente filosófico. Sabía que estaba eliminado: era un hecho de la vida con el que tenía que apechugar en adelante, como quien debe vivir con cáncer o en prisión. 

Sabía que no había ninguna clase de preparación que pudiera tender un puente sobre el abismo entre el antes y el ahora. Había encontrado el fracaso como un día encontraría la muerte, probablemente con resentimiento clínico y con la valentía de un solitario. Había durado más que la mayoría; ahora, estaba derrotado.”


No se corta una cala J. le Carré. Nada de eufemismos. Una lección magistral de lo que significa ir al meollo del asunto, y dejar al lector impactado a las primeras de cambio.




Leamas es un personaje rotundo. J. le carré ha creado uno de esos protagonistas que su sola presencia se come a la historia, al libro… casi a nosotros mismos. Alec Leamas tiene un gran magnetismo.
Un ser en constante huida hacia la soledad. Nadie le espera al llegar a casa, ni él lo desea. Ni siquiera tiene un hogar.

No se detiene en el pasado porque es un apátrida de la nostalgia. No piensa en el futuro porque no se alimenta de sueños. Al margen de sus misiones secretas, su objetivo es levantarse cada mañana y ver como se las apañará hasta el día siguiente, whisky mediante. Nadie sabe lo que hay tras esa frialdad.

Es un magnífico espía por todo lo deficitario como ser humano, social, carente de empatía.

Ese es el gran acierto de J. le Carré, hacerle grande en una parte mediante todo lo pequeño que resulta en otra.

Así es Alec Leamas.

Al fin y al cabo, El espía que surgió del frío.




Pero J. le Carré se resiste a darle por perdido, quiere mostrarnos alguna leve esperanza con Alec Leamas, una última oportunidad para reconciliarse con sus semejantes.

Ahí aparece Liz, una bibliotecaria afiliada al Partido Comunista en Inglaterra, entre ellos surgirá la atracción, hasta el punto de que ella se enamorará de Alec. Y él, por una vez, vislumbra la posibilidad de ser persona normal… simplemente uno más. Lo plasmamos en estas líneas, con un solitario y meditabundo Alec:



Cuando Liz descubre que en realidad ha sido utilizada por el Servicio Secreto británico, propiciando el acercamiento con Alec, sin que él tampoco sea del todo consciente, aunque sospechaba algo, se produce una desgarradora conversación entre ambos, sobre la J. le Carré alza un retrato de la condición humana soberbio:

"Lo has pensado bien todo, ¿no? –preguntó Liz.

-Por casualidad, encajábamos en el molde –insistió Leamas-, y lo lamento. Lo lamento también por los demás, los demás que encajan en el molde. Pero no te quejes de las condiciones del Partido. Un pequeño precio por un gran beneficio. Uno sacrificado por muchos. No es bonito, ya lo sé, elegir quien va a ser, convertir el plan en personas. (…)

Dios mío –dijo Liz, suavemente-. No entiendes. No quieres entender. Tratas de convencerte a ti mismo. Es mucho más terrible lo que hacen éstos: encontrar la humanidad en la gente, en mí y en cualquiera a quien usen, y usarla como arma en sus manos, y usarla para herir y matar…

¡Válgame Dios! –gritó Leamas-, ¿Qué otra cosa han hecho los hombres desde que empezó el mundo? Yo no creo en nada, ¿no ves?; ni siquiera en la destrucción o en la anarquía. Estoy harto, harto de ver matar, pero no veo qué otra cosa pueden hacer. No hacen prosélitos, no se suben a púlpitos ni a tribunas del Partido a decirnos que luchemos por la Paz o por Dios o por lo que sea. (…)

(…) -continuó Liz- … todos me habéis tratado como si fuera… nada… solamente moneda con que pagar… Sois todos lo mismo, Alec.

(…) –Ah, Liz –dijo él, desesperadamente-; (…) créeme. Lo odio, lo odio todo entero; estoy cansado. Pero es el mundo entero, es la humanidad que se ha vuelto loca. Somos un precio pequeño para pagar… pero en todas partes es lo mismo; la gente estafada y extraviada; vidas enteras tiradas por ahí: gente fusilada y en la cárcel, clases y grupos enteros de hombres suprimidos por nada. Y tú, tu Partido (el Partido Comunista)… Dios sabe si está construido sobre los cadáveres de la gente corriente. Tú nunca has visto morir a los hombres como yo, Liz…

Liz (…) miraba rígidamente hacia delante. La lluvia caía por la calle.”





Comentaba más arriba acerca de la estructura típica en El espía que surgió del frío.

Porque así fue el recorrido de la Guerra Fría, un inicio muy identificable, un desarrollo que muchos presenciamos, aunque solo en la superficie, y un desenlace que también conocemos, oficializado en un famoso apretón de manos protagonizado por un cowboy, llamado Ronald Reagan, y un ruso de aspecto bonachón, Gorbachov, cuya abstinencia al vodka rompía la larga tradición de sus antecesores. Sucedió en la Cumbre de Reikiavik, una bella anfitriona en este encuentro de titanes.


Y punto final. Bueno, mejor dicho punto y seguido…

¿Quién ha dicho que los espías se hayan ido?





jueves, 4 de octubre de 2018


Cuentos de Odesa y otros relatos. Isaak Bábel (Odesa, 1894 – Moscú, 1940)

Alianza Editorial, edición de 1985. Traducción de José Fernández Sánchez. 187 páginas.





Os comenté la vez pasada mi pretensión de unir a estos dos grandes narradores, Sholem Aleichem e Isaak Bábel, en una sola entrada, y expuse los motivos para hacerlo.




Sin embargo, ante el previsible empacho por la extensión lo desestimé.

Ahora sí, vamos con la Odesa de Bábel.








Issak Bábel, así lo percibo, no puede reprimir una sensación de pesadumbre en sus relatos, si bien se nota un esfuerzo por no recrearse en la violencia pura y dura, pues él prefiere sugerir lo tenebroso, como hacía Hitchcock en sus películas. También cuenta historias que no son trágicas…  o al menos ésta pasa de refilón.

A diferencia de Aleichem, en donde resulta menos evidente, existen claros rasgos autobiográficos en buena parte de sus cuentos.

En otro orden, Aleichem torna en burla y grotesco lo que pueda haber de perverso y trágico en la existencia. Utiliza el sentido del humor para escribir, quiere que pases un buen rato leyendo las miserias y grandezas de la comunidad yiddish, con esa socarronería sui géneris que se saca de la manga.





Para Bábel el humor es un elemento accidental, no narra desde el humor, como Aleichem, pero no lo rehuye si es menester, tampoco lo reclama, viene y va como en la vida misma.

Isaak Bábel. Internet

En ese sentido Bábel es unamuniano (“El sentimiento trágico de la vida”, Unamuno), esto se refleja muy bien en el cuento que ya adelanté en la entrada anterior, “Historia de mi palomar”, relato sobre la devastadora vivencia de un progrom a través de la perplejidad y confusión de un niño. Un cuento fascinante, para mí una obra maestra.

Y Aleichem es valleinclaniano, hay algo de esperpento en sus personajes, un tanto hiperbólicos a lo Max Estrella en "Luces de Bohemia", (Valle-Inclán).

Repasando la biografía del autor caemos en la cuenta de su terrible final. Detenido, torturado y ejecutado por el aparato staliniano. Una de las tantas sinrazones de los regímenes totalitarios en su caza de brujas hacia tantos intelectuales, casi siempre eran los primeros en caer.

Isaak Bábel. Foto internet

En la primera parte hay una serie de cuentos agrupados bajo el título, “Cuentos de Odesa”, cimentados en el ambiente gansteril que padeció Odesa, como otras ciudades. Aquí nos va narrando en diferentes historias la irrupción y el ascenso del joven Benia Krik a la cúspide del hampa, que teje su red en la Odesa más oscura.

El tono narrativo adquiere ese aire canalla que se gastan los malechores callejeros, prevaleciendo una mirada sórdida sobre una Odesa de arrabales enlodados.

Benia Krik, rodeado de una serie de personajes estrafalarios, nos lleva por un recorrido geográfico y vital en una Odesa oculta a la majestuosidad que deslumbra al visitante extranjero. Nos adentramos en los trapicheos que se cuecen por antros de mala muerte. Son relatos excelentes, y acabamos engatusados por el carisma de Krik.

Aunque en la primera parte hay más de una narración que prescinde de Benia Krik y el hampa.




Tal es el caso de la mencionada arriba, “Historia de mi palomar”, un hermoso cuento que va bordeando la fatalidad sin que el lector llegue a percibirlo claramente. Bábel nos lleva caminando plácidamente al borde de un precipicio que la vegetación nos impide ver.

Un relato a través de la mirada confusa de un niño, que cruzando la ciudad para cumplir su sueño de comprar unas pocas palomas… empieza a advertir un enorme barullo, caos, golpes, gritos, lamentos… y no sabe que está ocurriendo, solo que tiene que salir corriendo ante el pavor que lo invade. Acaba de vivir un progrom. Impresionante.

Rescato un fragmento sobre esa cara menos amable de las ciudades que aparecen. En esta ocasión, Kiev, en el cuento “El camino”:

“En el mundo no hay espectáculo más deprimente que la estación de Kiev. Unos barracones provisionales de madera de madera desde hace muchos años profanan la entrada a la ciudad. En las tablas mojadas crujían los piojos. Desertores, especuladores, gitanos yacían mezclados. Viejas de Galitzia meaban de pie en el andén. Un cielo bajo estaba sesgado por nubes, saturado de tinieblas y de lluvia.” (p.145)





Hay un cuento titulado "Guy de Maupassant" que me ha sorprendido por algunas alusiones a España. Ya al inicio irrumpe así:

“… En el invierno de año dieciséis aparecí en San Petersburgo con pasaporte falso y sin un céntimo. Me cobijó Alexei kazántsev, profesor de literatura rusa.

Vivía él en Peskí, una calle congelada, amarilla, maloliente. A su mísero salario añadía lo que ganaba traduciendo del español; entonces adquiría fama Blasco Ibáñez.

Kazántsev no había estado en España ni de paso, pero el amor hacia ese país llenaba todo su ser, conocía sus castillos, jardines y huertas de España.”





Y otra mención que aparece casi al final del relato:

“En casa, Kazántsev dormía. Dormía sentado, estirando las piernas flacas con botas de fieltro. (…)

Se había dormido al pie de la estufa, reclinado sobre un «Don Quijote» editado en 1624. El libro llevaba en el título una dedicatoria al duque de Broglie.”

No me resisto a otro fragmento, que nada tiene que ver con lo anterior, pero me encanta, pertenece al cuento “El despertar”, narrado en primera persona por el niño protagonista. Es otro relato de la primera parte sin relación con los gánsteres de Benia Krik.

Se trata de un niño que se escabulle de las clases de violín para holgazanear junto a otros en los muelles de Odesa. Allí conocen al fascinante Níkitich, un viejo culto que se dice a sí mismo filósofo naturalista;

«los niños judíos se morían de risa escuchando las historietas de Níkitich sobre pescadores y animales»





El joven protagonista, apasionado por la escritura, le entrega una tragedia que había escrito la víspera, lo hace en una breve visita a solas con Níkitich:

"Ya me imaginaba que escribías –dijo Níkitich-, tienes mirada de eso… Por lo general no miras a ninguna parte…

Leyó mis escritos, movió un hombro, pasó la mano por su pelo crespo y canoso y paseó por la buhardilla…

-Cabe pensar (…) que tienes madera…

Salimos a la calle. El viejo se paró, (…) y me miró fijamente.
¿Qué es lo que te falta?... La juventud es lo de menos, eso se remedia con los años… Te falta el sentido de la naturaleza.

Con el bastón señaló un árbol de tronco rojizo y de copa baja.
¿Qué árbol es ese?
Yo no lo sabía.

¿Qué crece en esa mata?
Tampoco lo sabía. Caminábamos por un jardincillo de la avenida Alexándrovski. El viejo señalaba con el bastón todos los árboles, me tomaba del hombro cuando pasaba un pájaro y me hacía escuchar sus trineos.
¿Qué pájaro canta?

No lograba responder a ninguna de sus preguntas. El nombre de los árboles y de las aves, su clasificación por órdenes, adónde vuelan los pájaros, de donde sale el sol, cuando es mayor el rocío
–Yo desconocía todo eso.

¿Y te atreves a escribir?... El que no vive dentro de la naturaleza como vive en ella la piedra o el animal, no escribirá en su vida dos renglones dignos… Tus paisajes parecen una descripción de decorados. 

¿En qué diablos estuvieron pensando tus padres estos catorce años?..."





Es un cuento claramente autobiográfico, ese chico era el alter ego del Bábel que fuera chiquillo, él mismo se solía escapar al muelle de Odesa con sus amigos, zafándose de los extenuantes  e inacabables estudios a los que eran sometidos aquellos niños judíos. Niños al fin y al cabo.


Creo que unas líneas sobre la obra de Isaak Bábel merecen un final así. Lejos de la crueldad, junto al vuelo de algún pájaro abandonando el puerto hacia no se sabe donde…