P. Castillo

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sábado, 30 de mayo de 2015

Sobre la libertad. John Stuart Mill, (Londres, 1806 – Aviñón, 1873)

No deja de ser una osadía abordar algo tan inabordable y complejo como la libertad, intangible y etéreo tanto si se está privado de ella como si no. Algunas personas se han sentido más libres estando presas que otras sin estar encerradas entre barrotes. Hace poco, un etarra arrepentido que accedió a una entrevista radiofónica y, tiempo después, a otra televisada, afirmó que al ingresar en la cárcel experimentó,  por primera vez en mucho tiempo, una verdadera sensación de libertad. Paradójicamente se consideraba un esclavo (¿de las opiniones de otros?), fuera de la cárcel y un hombre libre dentro de ella. El concepto de libertad es tan complejo como la propia naturaleza humana.
Estos días de fuerte marejada política he querido acercarme a una personalidad de gran trascendencia, John Stuart Mill, autor de un clásico fundamental en la filosofía y el pensamiento político; “Sobre la libertad ”. Un ensayo leído en un momento oportuno.
Mi verdadera intención no es hacer una invitación a la lectura del libro, si se hace, estupendo, claro. Pretendo más alentar reflexiones, esa saludable gimnasia para el cerebro, aunque tengo evidentes muestras, así lo reflejan sus comentarios, que los visitantes de este blog van sobrados en ese sentido.
Por tanto, a penas voy a detenerme en aspectos estrictamente narrativos ni en cuestiones de estilo, elementos, que sin menospreciarlos, no se le exigen a la filosofía con el mismo rigor que a la narrativa.
J. S. Mill fue una persona que si alguna vez tuvo sentido del humor, nadie, jamás, llegó a descubrirlo. El lenguaje, a menudo,  puede resultar árido por esa ausencia de espontaneidad propia de un carácter austero. Pero es tan revelador lo que dice, y por ello tan sintomático de nuestro tiempo, que mi interés nunca ha decaído.
Armado con una retórica poderosa, ataca lo que considera enemigos principales de la libertad, concepto que para él  no es otra cosa (nada más y nada menos), que la manifestación y expresión de la propia individualidad en toda la amplitud que le sea posible sin perjuicio a terceros. Difícil.
Salvando las contradicciones en las que lógicamente incurre por el juicio implacable del tiempo, algunos asertos no tendrían sentido en nuestra época, pero se puede aupar a la tribuna la generalidad de su pensamiento, después de “limar” ciertas aristas.
“El hombre es un animal de costumbres”. Afirmaba Charles Dickens.
J. S. Mill critica el “despotismo de la costumbre”, no la juzga per se, sabe que muchas actitudes sustentadas en ella han contribuido a mejorar nuestra convivencia.
Se refiere a que muchos individuos, sociedades y países adscriban comportamientos inadmisibles a la sacrasonta costumbre, como si todo lo que se hace en su nombre estuviese legitimado por mandato divino, y por ello la mayoría, esa voz colectiva que llama él, arremete contundente ante cualquier conato de crítica, o repudia al espíritu libre que se atreva a cuestionar lo que escapa a la razón humana, ya que proviene del cielo, o de donde sea.
Ensalzamos la costumbre como una suerte de ley no escrita, pero de categoría suprema. Nos entregamos sumisos a su servidumbre, sin cuestionarnos la conveniencia de obrar así. Hacerlo sería ir a contracorriente de la mayoría, y ésta no hace más que repetirnos el mensaje de marras:
 “Si la mayoría piensa diferente de ti, es que tú estás equivocado”.
 Lo que puedan pensar millares tiene visos de ser más lógico que lo que piensen unos centenares… ¿Sí?  Nada hay más ilógico que con-fundirte con la mayoría para que asuma por ti la responsabilidad de pensar. Sobre esa relajación de nuestro cerebro se asienta la complacencia con los abusos del poder.
La costumbre también presenta otras incoherencias dañinas. Imaginad estas conversaciones triviales, me las he inventado, pero podrían ser reales:
“¿Y tú cómo empezaste a fumar? En mi clase fumaban todos y yo no iba a ser menos…será la costumbre, la costumbre, LA COSTUMBRE.
¿Y en tu familia por qué se practica la ablación del clítoris? Es lo que siempre se ha hecho en nuestra aldea, la tradición de nuestro pueblo. En nuestra cultura, es la costumbre, la costumbre, LA COSTUMBRE.
¿Por qué nunca respetas la distancia de seguridad ni utilizas los intermitentes cuando circulas con tu coche? Bueno, actúo como lo hace todo el mundo… no sé,  la costumbre, la costumbre, LA COSTUMBRE.
Dime, ¿si nunca vas a misa por qué tu hijo hace  la comunión? Y peor aún, ¿por qué tiene que llevar un traje de marinerito? ¡Joder vaya preguntas! Aunque no acudamos a misa nosotros somos cristianos y eso lo que hay que hacer, es  la costumbre, la costumbre, LA COSTUMBRE.  Y punto.”
J. S. Mill también apunta a la tiranía de la opinión pública, por cuanto ésta siempre tiende a señalar acusatoria aquellas opiniones aisladas que disientan de la mayoría.
Me pongo a observar el panorama y adviertes la contradicción entre lo que dice la mayoría y lo que hace. La opinión pública condena enérgicamente la corrupción, pero muestra su inacción, y aún indiferencia,  ante el mantenimiento de una situación tan grave. Pero su “lógica contaminante” atenúa nuestra crítica, y claro, la mayoría no suele equivocarse, si obra así, eso es lo pertinente… ¿No?
Así que voy leyendo a la vez que  someto mis opiniones a un “chequeo” necesario y constato que salgo enriquecido del trance. Eso sin que hubiese una preocupante disparidad previa con lo manifestado. En la medida que notas como se fortalece tu opinión, percibes como se debilitan y tambalean las de los políticos que dicen representarte.
Algunas declaraciones que sostuvo el autor se ajustan mucho mejor a estos tiempos que las sandeces de muchos políticos en pleno siglo XXI.
J. S. Mill:
“Lo que cualquier persona pueda hacer libremente con respecto a las relaciones sexuales debería ser considerado como una cuestión sin importancia y puramente privada, que solo le atañe a ella misma”
Hablando de la escasa confianza que tenemos en muchos de nuestros políticos. (También los hay honestos, por supuesto) :
J. S. Mill:
“¿Por qué se llega a tener verdadera confianza en el juicio de una persona?; porque ha tenido abierto su espíritu a la crítica de sus opiniones y de su conducta; porque su costumbre ha sido oír todo cuanto se haya podido decir contra él, aprovechando todo lo que era justo, y explicándose así mismo, y cuando había ocasión a los demás, la falsedad de aquello que era falso (…) “
Ahora digo yo, ¿Cuántos políticos se aplican esto? Más aún. ¿Cuántas personas, en general, lo hacen, hacemos? Ahí lo dejamos.
Es fácil comprobar, cuando tus inquietudes buscan en los libros lo que no encuentran en el fútbol y la “telebasura” (ojo, que me gusta ver algún partido de fútbol), como este gobierno, y otros pasados, efectúan movimientos que no se ajustan a las reglas del juego, en este GRAN TABLERO DE AJEDREZ que simboliza la posición de los gobernantes sobre los gobernados. Los primeros quieren avanzar en el tablero con todo su contingente al completo; rey, reina, alfiles, caballos, torres y peones. Pero se han asegurado que enfrente, la ciudadanía, solo disponga de peones para contrarrestar su poder.
Indignados, vemos como utilizan la legitimación que les hemos otorgado con el voto para tomar decisiones por nosotros. Aunque muchos pretenden que al votar a fulanito, éste también tenga que pensar por ellos. Si fulanito se equivoca es un inepto y a los leones, si acierta es indicio de que nosotros no solemos equivocarnos. Siempre buscando la mínima implicación en todo.
Decía que desde el minuto uno en que llegan al poder, los políticos empiezan a tomar decisiones que rara vez coinciden con las que pretendíamos que tomasen al votarlos. Ejemplos actuales en España no faltan:
Subida brutal del IVA cultural y de otros productos básicos.
Empleo del dinero público para salvar de la ruina a entidades financiares y así poder seguir con la política de desahucios que ha dejado en la calle a tantas familias. Entidades que han robado impunemente los ahorros de otros tantos pensionistas indefensos.

Privatizar la sanidad pública.
Precarizar las ya devaluadas condiciones laborales. Los pocos peones del tablero solo pueden ocuparse en subsistir y sacar adelante a sus familias. Ofrecer resistencia estando tan débiles resulta complicado.
Paro, que necesitaría siete blogs.
Luego dicen los políticos que la ciudadanía decidió, al darles una aplastante mayoría en las urnas, que las cosas se hagan así. Y muchos, muchos lo creen por que no se cuestionan nada.
Me consta que un buen número de esas personas nunca han considerado leer como un tiempo bien empleado, una actividad de provecho. Ese es el ciudadano ideal para el poder.
Cada libro que leo me anima con más ímpetu a por el siguiente. Porque cada uno me ofrece aquello que tratan de dificultarme los dirigentes de turno; a saber, cuestionarme todo, la realidad tal cual y la que podría ser. Cuestionarme a mi mismo.
Con vuestro permiso, voy a por un libro. Como dice María, junto a una taza de té, saludos y que tengáis buenas lecturas.



viernes, 22 de mayo de 2015

Lecho de musgo. Anja Tuckermann.





No sé por qué me he decidido por este libro. Así de claro. No conocía la novela ni a su autora. Nadie me lo había recomendado. No he visto reseña alguna en  publicaciones literarias. Ni rastro en la blogosfera. El gran oráculo de nuestros días, San Google, no tiene mucha más información que la aparecida en la contraportada de este ejemplar, (Círculo de Lectores, 1989).
Para esta decisión, el único argumento válido que se me ocurre lo tomo prestado del mítico Mallory, cuando le preguntaron porqué  tendría que subir al Everest. “Porque está ahí”, dijo.
Eso mismo. Estaba ahí, en mi biblioteca. Durante años mis ojos han pasado de refilón ante su cubierta, hace cuatro días me detuve en el libro, sin más, lo saqué de su hibernación, soplé la fina capa de polvo que lo envolvía y empecé a leerlo, de pie, después de unas cuantas páginas me fui lentamente al sofá y leí muchas más. Luego, ya de noche, me fui a la cama y continué leyendo. Y lo mismo al día siguiente.
No lo sabía, no podía saberlo. Ahora sé que yo, como hombre, tenía que leer un libro así. Lo necesitaba para cuando me viese ante el espejo, con mi cara y cuerpo masculino, y sentir un aguijonazo que escuece.
Anja Tuckermann cuenta lo que le ocurre a Rilka, la protagonista, una mujer joven, después de haber sido violada por un hombre.
Es extraño que diga todo esto, pues al principio la lectura me empezó a exasperar. Su estilo narrativo me “descolocaba”. Los párrafos están formados por una sucesión de frases cortas separadas por los respectivos punto y seguido. A veces encadena varias palabras aisladas entre coma y coma. Es como asistir a una proyección de diapositivas, tu cerebro procesa la información allí contenida y pasa a la siguiente. Una instantánea es un fogonazo. En cada frase puede haber un pensamiento vago o nítido, una acción, una reflexión, una expresión de miedo, de felicidad… un universo entero. Es como si esa estructura fragmentada, o aislada, de narrar reflejase la resquebrajada  existencia de Rilka, su vida vida rota en pedazos, cada trozo de esa vida deshecha es una frase del libro. Pudiera ser la pretensión de Anja al estructurar el relato así. Conjeturas.
En cuanto a la autora mucho no puedo decir por la escasez de información en español o inglés. Algunos datos que he encontrado por la red :
Anja Tuckermann nació en Selb (Baviera) en 1961 y creció en Berlín. De adolescente ya escribió para una revista femenina y trabajó desde 1980 hasta 1987 con feministas. Desde 1988 hasta 1997 trabajó como redactora para la RIAS-radio para niños (hoy llamada Radio Alemania). Desde 1993 organiza talleres y seminarios de escritura para niños, jóvenes y adultos y trabaja como autora independiente. 
Varios de sus libros infantiles y juveniles fueron premiados. 
Vive en Berlín.
Y poco más.
Referente a lo que comentaba del estilo y los párrafos, un ejemplo en el que se muestra la narradora en tercera persona, en algún pasaje se intercala la voz  propia de la protagonista, son pocos:
“Solo Rinka ha cambiado. Se ha vuelto un animal incapaz de buscar su propio alimento. Un animal así no sobrevive. Se deja crecer el pelo. Es lo único que puede dejar que ocurra. Las uñas de los dedos también crecen. Su periodo llega cada mes como si nada hubiera ocurrido. A Rinka le da igual lo que hace, ella no es nada. Y a la nada le da igual donde viva.”
Alguno más:
“Rinka ya no tiene miedo, pero no se gusta a sí misma. Es solo medio ser humano y tiene que dirigir toda una vida con solo una mitad. La mitad intacta se agota para equilibrar la mitad destruida. No perder el equilibrio y caer de la vida.”
 Mi criterio para leer es variable como el clima. En ocasiones la historia o la trama es lo de menos y busco la forma de contar en detrimento de lo que se cuenta. Otras como ahora, el argumento me atrapa al instante, aunque no tenía idea de lo que me encontraría en este libro.
Si se logra superar la resistencia inicial lo que queda es un relato brutal que te roba el aliento. Al poco tiempo ya me da igual como está estructurada la narración, he desautomatizado mi proceso habitual de lectura. Necesito saber como va a salir adelante, o no, Rilka después de algo tan inmundo. Yo quiero saberlo, leo y me cabreo, quiero sostener sus manos, hacer algo, piensa mi cabeza. Y en el siguiente párrafo te escupe a la cara que odia a los putos hombres… y siento el puñetazo en la mandíbula.
A partir de ahí ¿Qué significa para Rilka la vida? O los hombres, o las mujeres, el amor, su familia, la amistad. ¿Quiere vivir, puede vivir levantándose cada mañana atemorizada? ¿Se puede soportar la imagen que te devuelve el espejo cuando sientes asco de ti misma? ¿Quién te enseña a vivir de nuevo? ¿Puedo mirar a mi padre y a mi hermano, como lo que son, hombres? ¿No es mejor cerrar los ojos y no abrirlos más?  ¿Estaré mejor así ? La muerte. ¿Vivir? Luchar.
El preludio de la violación:
" Rinka deja la mochila en el suelo. (…)
Mira el gran reloj y el horario de trenes. (…) hace media hora que salió el último tren hacia Worms. El primero de la mañana sale alrededor de las seis.
Un barbudo de cabello blanco (…) trata de persuadir a otros tres de que hagan circular una botella de aguardiente. Rinka (…) Es una chiquilla extraviada en el bar de la esquina de un lugar extraño.
Rinka no quiere quedarse en esta sala de espera, ni en esta estación, cerca de esos hombres. (…) Sale al exterior, a la ciudad desconocida, (…) Finalmente llega a un restaurante de comida rápida. (…)
De repente un hombre pregunta: “¿Puedo sentarme contigo?” y, sin esperar respuesta, se sienta.
Rinka se revuelve en su silla. No se quiere levantar, él no la puede echar sin más de su sitio; tampoco quiere hablar con él.
“¿Y qué haces aquí?”
“Estoy de paso (…) quiero ir a Worms, pero el tren no sale hasta mañana temprano.
“Eres bastanta joven”, dice.
“Seguramente no querrás pasar toda la noche en la estación (…) Solo hay que ver los tipos que vagan por allí.”
“Estudio sociología”, dice él.
“¿Te puedo invitar a un vino? “ Cerca de aquí hay una tasca agradable”
Rinka vacila (…) tiene el miedo metido en el estómago; sin embargo se va con él.
Mi hermana está en casa (…) puedes dejar tu mochila y nos vamos los tres a la tasca.
(…) En el quinto piso Gerald habre la puerta que lleva a una habitación. El interior es oscuro, incluso con la luz encendida. Rinka puede ver un armario con vitrina, una cama, una mesa baja, un sillón macizo. La hermana no está allí. Naturalmente que no está.
“ Veo que mi hermana se ha retrasado (…) debe estar a punto de llegar ”, dice él.
(…) Él está nervioso como un animal que vigila a su presa y observa cada uno de sus movimientos.
Toda la habitación está sucia. Los muebles parecen de hotel, muy usados: esquinas golpeadas, quemaduras de cigarrillo en la mesa (…)
“Tengo que ir al lavabo”, dice Gerald.
¿Por qué en ese momento Rinka no se levanta y se va? Pronto vuelve él, cierra con llave la puerta de la habitación, se sienta en la cama y mira fijamente a Rilka… (…) "
No, el libro no acaba así.
Tampoco de esta manera, pero casi :
 “ Rinka va en metro hasta Ruhleben, anda despacio bordeando el cementerio y se dirige al bosque en el que casi nadie pasea. (…)
Telas de araña rozan su cara pero no se detiene, nadie puede detenerla.
Rinka extiende el abrigo sobre el follaje. Se quita la falda y la deja junto al abrigo, se quita los zapatos y las medias, el jersey, la camisa, las bragas y empieza a mirarse minuciosamente. Soy bonita, piensa, mientras su vista va de los huesos de la cadera al vientre, sigue por el rubio vello y descansa en los rizos oscuros de la vulva. (…)
Siente su piel en la punta de los dedos, todo su cuerpo en sus manos, percibe las manos sobre su cuerpo, los dedos sobre su piel. Nunca nadie la ha acariciado así, como ella misma lo hace ahora, sin descuidar parte alguna. Rinka se posee con las manos.
Me curaré.
Rinka quiere tocárselo todo, restablecerse, explorar este cuerpo que es suyo, encontrar lo que le pertenece. (…) "
En cualquier caso aquí, al contrario de lo que sucedía en el anterior libro, no he encontrado un deslumbrante final por inesperado, ni falta que hace. Solo he hallado el principio de una incómoda sensación que me atosiga, no sabría definirla, pero está. Con seguridad me rondará hasta que llegue la noche y me vaya a dormir. Es como el zumbido molesto de un mosquito a tu alrededor, su presencia te desconcierta aún más por el hecho de no verlo. Mañana, cuando la alarma de las 07:00 a.m acuda a mi rescate, todo se habrá ido como llegó. Igual que el mosquito.


jueves, 14 de mayo de 2015

LA HISTORIA SIGUIENTE. CEES NOOTEBOOM, (La Haya, 1933)
Editorial Siruela, 1992.
111 páginas. Traducción de Julio Grande en colaboración con el profesor Hans Tromp.




¡Ufff… madre mía! Así, literal, es la expresión que me sale al cerrar la última página de “La Historia siguiente”.

Dicho título, junto con “Los perros hambrientos” de C. Alegría, me tenía reservado uno de los mejores finales que yo pueda recordar en mucho tiempo. ¿Cuántos finales no han estado a la altura de una buena obra? Más de uno, de dos, de tres…
Con la expresión suspendida en el vacío y la piel estremecida por ese momento de emoción que se vive entre el libro y tú, cuando todo a concluido, tan intenso como volátil, tan irreal como verdadero, no sabía si salir a toda velocidad a por otro libro o quedarme sumido en ese estado de borrachera literaria, con palabras e imágenes dando vueltas en mi cabeza igual que un carrusel del tío vivo. Varias horas después sigo sin saber que hacer, salvo escribir esto.

La novela nos cuenta los avatares de Herman Mussert, él narrará sus vivencias, no podía ser de otra manera. Neerlandés y profesor de lenguas muertas el tal Mussert. Nada extraordinario, salvo que una noche, después de acostarse tranquilamente en su casa, en Amsterdam, amanece al día siguiente en la habitación de un hotel… en Lisboa.
Ciudad, por otra parte, que conoció antaño. Lejos de inquietarse, asume la nueva situación como una oportunidad de revivir su propia historia, en un viaje interior en el que se encuentra con el amor que, por llegar a consumarse, nunca fue tal, María Zeinstra, y con el que siempre fue, porque nunca llegó a ser, Lisa d´India.
Mussert es el intelectual humanista que solemos tener en mente, de aspecto físico anodino, quizás algo torpe de movimientos, y sus  libros, a la vez que iban estrechando el espacio de su casa, ensanchaban el mundo, su mundo, y sobre todo expandían la distancia entre él y los demás.
Mussert alcanza el éxtasis con las citas de Platón, entre Las Metamorfosis de Ovidio, recordando el rostro de Critón, narrando a sus alumnos las últimas horas de Sócrates… aquí paro un momento, exquisito manjar  para el hambre literaria, sublime momento para mi espíritu lector.
He disfrutado, aún lo hago, con los clásicos grecolatinos y en un libro como este ha contribuido ha establecer cierta empatía con el protagonista. No compartir ese entusiasmo por la cultura clásica tampoco será un impedimento para vivir una gran experiencia lectora.

Sigamos. Con María Zeinstra obtiene, aunque no lo haga explícito, un placer terrenal, vulgar en su imposibilidad de elevarlo al Olimpo. Otros mediante el sexo podrán viajar ahí, y aún más allá, a lejanas galaxias. Mussert solo puede hacerlo buscando en el cielo la Constelación de Orión.
He aquí lo que supone un momento sensual para nuestro protagonista, ( ¡Y que oficio exhibe Nooteboom!) :

Había llegado a casa zumbando con la fuerza de cinco aguardientes de hierbas y me  había abierto tres latas: sucedáneo de tortuga de Campbell, judías blancas en salsa de tomate de Heinz, y salchichas de Frankfurt de Heinz. La sensación del abridor que va cortando la lata, el suave golpecillo cuando se produce la apertura y ya se puede oler algo de su contenido, y luego el corte mismo a lo largo del borde redondo y el indescriptible sonido que lo acompaña es una de las experiencias más sensuales que conozco (…)

Esos son los detalles geniales de un gran escritor… convertir el hecho de abrir una lata de conservas en todo un acontecimiento literario.
O algunas de esas frases en las que el buen hacer de su autor logra que todos nos reconozcamos:

También quise haberle dicho esto, pero la conversación se compone en su mayor parte de cosas que no se dicen.

Nooteboom ha diseñado una arquitectura narrativa para esta novela que podría compararse con un andamio de bambú chino, sus estructuras parecen que van a romperse o ceder por cualquier lado ante la deformación que sufren las cañas, sin embargo es esa deformidad lo que permite que sean flexibles y mantengan el equilibrio del armazón hasta el final de la obra.
Así ha construido su libro, entrelazando una caña tras otra mediante uniones en las que nuestra atención apenas repara, solo al final eres consciente de esos nexos sutiles, tan reveladores que dices: ¡Así que era eso!, ¡¡Era eso!!
Esa iluminación que nos embriaga al final, por esclarecedora, era antes un escenario algo nebuloso, más o menos en el ecuador de la historia hay varios pasajes onírico-descriptivos que acontecen entre el protagonista y sus compañeros de viaje en una barcaza, cuyo periplo fluvial parece una deriva entre el canal de Lisboa y el Amazonas que baña Belem y Manaos, como si fueran fluctuando de un sitio a otro indistintamente.
Lo mismo que las pinceladas biográficas de esos pocos y elegidos viajeros, igual que las alusiones cultas a Sócrates en sus horas finales, Las Metamorfosis de Ovidio, la Constelación de Perseo. Ahí se mezcla todo, como los sedimentos que arrastra el río.
Sin embargo, lejos de sentirme perdido entre esas líneas, tenía la sensación de estar ante un libro que me llevaría, aunque fuese por sendas de tupida vegetación, hasta el final del camino, allá donde solo queda el campo a cielo abierto y basta una sola mirada para abarcarlo en su totalidad. En ese tramo de la historia no me he preocupado tanto de entender, sabedor que llegaría el momento, como de disfrutar de una prosa elegante, culta, contemporánea y clásica a la vez.
El tiempo y su impasible discurrir ante el drama de la vida y la muerte es, como no podía ser de otra manera para un genial escritor, una cuestión latente en toda la narración,como en tantas magníficas obras.
Los lazos casi imperceptibles que mantienen la consistencia de este andamio hecho de párrafos, son algunas palabras arropadas entre citas literarias, alusivas a los clásicos grecolatinos, La Iliada, La Odisea, la nereida Tetis, Teofrasto, Las Metamorfosis siempre deslizándose por el libro, los Dioses en el Olimpo a cuestas con su inmortalidad… ahí, medio escondidas, están esas pocas palabras  fundamentales (como señalaba Kundera), que han dado cohesión a toda la historia. La maestría de Nooteboom hace que la claridad no pueda ser del todo percibida hasta las páginas finales, en las que la emoción va in crescendo porque sin saber bien lo que ocurrirá intuyes su magnitud.

 Después de esto…
¿ No es maravilloso realizar un viaje iniciático con cada  libro, entregarse a una catarsis y dejar que la pira convierta en ascuas tu visión de la vida para que ésta renazca con nuevos brotes?
¿No es increíble observar tu vida dentro de un libro?

Por cierto,decía al comienzo que muchas horas después de la lectura no sabía muy bien que hacer salvo empezar a escribir lo que acabas de leer, ahora, 1.154 palabras después ya lo sé. Buscarme otro libro… otra vida, claro.





viernes, 8 de mayo de 2015

Augusto Monterroso.

Movimiento Perpetuo, (Bilioteca El Mundo); Cuentos, (Alianza Editorial).



Los que conocían a Augusto Monterroso (Tegucigalpa, 1921 – Ciudad de México, 2013), se referían a él como un hombre bondadoso y afable, si bien parece que su timidez era inversamente proporcional a su pequeña estatura, sobre la que ironizó en alguno de sus relatos.
Cada cuento de Monterroso me abre un sinfín de puertas a la imaginación y, como lector, cuando el libro que sostienen mis manos abandona su presencia material, y solo ves el universo recreado en sus letras, del cual te hace partícipe, presientes la profundidad con la que los grandes escritores observan la vida y nos lo cuentan con una novela, un ensayo, una poesía o, en el caso de Monterroso, así :

" Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí "

Es su afamado y escueto texto del que nunca reveló nada. Tal vez ahí estaba todo. Él quiso que cada lector lo dejase germinar en su imaginación. Tal era su pretensión, así que a los críticos les resulta complicado unificar su obra en un género convencional, muchos lo sitúan como un eslabón entre Borges y Cortázar, escritores que leyó con admiración y le influenciaron, sin duda.
Pero su curiosidad lectora se sació con mayor voracidad degustando los clásicos grecolatinos y la literatura anglosajona. Gabriel García Márquez se confesaba seducido por la original ironía que destilaban sus cuentos, aforismos, fábulas… o lo que sean. Lo dejaremos en cuento, cuya permeabilidad le permite aglutinar todas las variables.

En la exuberante tradición del cuento suramericano nos encontramos, por tanto, con perlas negras como Augusto Monterroso, que sin el resplandor de los Cortázar, Borges, García Marquez, Quiroga y otros afamados cuentistas que todos recordamos, posee una particularísima forma de narrar que le hace merecedor de idénticos laureles.
Movimiento Perpetuo no responde a una definición consensuada. Como dice el autor:

"La vida no es un ensayo, aunque tratemos muchas cosas; no es un cuento, aunque inventemos muchas cosas; no es un poema, aunque soñemos muchas cosas. El ensayo del cuento del poema de la vida es un movimiento perpetuo; eso es, un movimiento perpetuo”.


Decía más arriba que sus libros se desprenden de la materialidad para sembrar nuestra mente con otros mundos posibles, y entre las páginas uno cree estar en presencia de Monterroso, como si fuera un fantasma bonachón que te acompaña en la estrambótica travesía que inicias desde la primera hasta la última letra.

Augusto Monterroso, (Movimiento Perpetuo):

El mundo
Dios todavía no ha creado el mundo; solo está imaginándolo, como entre sueños. Por eso el mundo es perfecto, pero confuso. 

viernes, 1 de mayo de 2015

El Pabellón de Oro (1966), Yukio Mishima.




El libro pertenece a la Colección de Clásicos Contemporáneos Internacionales. Ed. Planeta 1999. La traducción es del escritor Juan Marsé que,sin el dominio de la lengua nipona, lo tradujo, a su vez, del francés. No es lo mejor que puede ocurrir, desde luego, pero si se le perdona algún defecto podemos decir que en el libro se respira el “universo Mishima”.


Cuando uno se acerca a la biografía de Yukio Mishima (Tokio, 1925 – 1970), hay un hecho que resplandece sobre el resto, quizás porque fue el último. Se quitó la vida mediante el suicidio ritual samurái cuando tenía cuarenta y cinco años.
Es imposible adivinar que ocurre en la mente de este escritor cuando se enfrenta a una hoja de papel y empieza a escribir, sabiendo,como sabemos, su trágico final. Ignoro si escribía junto a una catana soñando con una muerte gloriosa o,simplemente, escuchando y contemplando el zumbido primaveral de las abejas en su itinerante búsqueda de néctar, tal vez ninguna, o las dos. La última posibilidad no es descabellada, pues en el alma japonesa convive con pasmosa facilidad la idea de abandonar este mundo en un acto voluntario y honorable y, a la vez, el culto a la vida hasta en los detalles más nimios, en los seres vivos más fugaces, todo eso lo contempla un japonés en una sola la mirada.

Por tanto, Yukio Mishima se recrea en esos pequeños matices,con frecuencia, indiferentes para la mirada de un occidental, la descripción minuciosa de pasajes que tienen como escenario la naturaleza, y añaden unas notas de lirismo, contrapesando la angustia de sus personajes. Eso es constante en su obra, y ese matiz es el que muchos interpretan,interpretamos, y no puede ser de otra manera en nuestra percepción occidental (mentira, si puede ser), como “lectura lenta”, “libro lento”. Bueno, solo es “lectura oriental”, “libro oriental”. Será que su mirada y la nuestra ante la misma primavera nunca será igual. Eso debe ser.

Hay en este libro una sensación de profunda soledad ante la vida, de sentir, como refería Schopenhauer, los dolores del mundo. Hecho que se torna más acuciante cuando es un niño, apenas un adolescente, quien transita por esta senda plagada de grietas, sin llegar a asumir del todo que la vida suele desentenderse de nuestros deseos, en definitiva, el dolor de estar en este mundo, lo que tú anhelas... y lo que la vida es.
Mishima fue un ser enigmático,contradictorio, en continuo desasosiego. Estamos ante uno de esos escritores cuya vida y obra parecen almas gemelas, no sabemos donde termina una y empieza la otra.
El sesgo autobiográfico que discurre entre los párrafos de sus libros, es como el símbolo de un hierro candente que marca la piel de sus personajes, éstos no pueden desasirse de lo que fue Mishima, y se ven atravesados por una eterna insatisfacción, quieren vivir bajo un ideal que siempre se les escapa de las manos, de ahí la angustia que exhalan.

Eso se refleja en los ojos oscuros de Mizoguchi, así observa el Pabellón de Oro, y se detiene en la imagen reflejada en el el estanque, más bella aún por la ondulación de los destellos dorados. Más inalcanzable, pues basta el zambullido de una libélula para reducir el Pabellón a unas pocas ondas que mueren en la orilla.

El joven Mizoguchi, protagonista principal, es un chico acomplejado por su tartamudez y su escaso atractivo físico, vive encerrado en su mundo.Y nos lo va a contar él, nada menos. De hecho la narración tiene sus principales brotes en los monólogos del protagonista acerca de las cosas que le rodean.

La obra gira en torno al vínculo enfermizo que Mizoguchi estable con el Pabellón de Oro que, bajo la supervisión del prior, acogerá al joven para su preparación y futura ordenación como sacerdote del mismo. La imagen del templo reflejada en las aguas del estanque representa la idea de perfección, de belleza sublime en la que el frágil Mizoguchi busca refugiarse para dar un sentido a su errante transitar. El Pabellón de Oro es, pues, una metáfora que simboliza ese mundo ideal como único destino posible para él.

La presencia de Uiko, una bella muchacha a la que Mizoguchi amará desde el silencio de unas palabras que nunca llegan a nacer, condicionará, a partir de unos hechos traumáticos, su forma de entender el amor en años venideros.
Mientras reside en el templo, su vida se entrelaza con la de dos personajes que le influyen, Tsurukawa tiene un alma limpia, es un ser carente de pensamientos turbios, y para Mizoguchi es la “balsa” donde permanecer a salvo de las turbulencias. Kashiwagi es lo opuesto, representa lo siniestro, los lados oscuros del alma, la excitación de una vida siempre desafiante,bordeando el peligro.

Sin embargo, nada de esto alejará a Mizoguchi de su obsesiva fascinación por el Pabellón de Oro. Bajo ese influjo acontecerá la infancia y adolescencia del joven, hasta que su obsesión por ese ideal de perfección y belleza llegue hasta las últimas consecuencias. Solo puede haber un final para el Pabellón, sucumbir en una catarsis que Mizoguchi entiende como una purificación de su propia existencia.

Mishima era un gran admirador de Dostoievski y eso se refleja en toda la obra del japonés... lo que no tengo claro es si hay algún personaje ficticio de Dostoievski que supere el drama real de Mishima, dicho de otra manera, la vida siempre es menos condescendiente que la literatura.


Un perro solitario,deambulando entre la indiferencia y el absurdo de los paseantes es quien nos revela el pesar de Mizoguchi, el de Mishima,el de toda su obra:

En este momento pasó un perro negro,perdido en medio de la muchedumbre nocturna. Era un perro de aguas, acostumbrado, al parecer, a circular por las negras regiones del mundo, ya que se deslizaba hábilmente entre las piernas de los transeúntes (…) entre uniformes militares y trajes femeninos de vivos colores. De vez en cuando se paraba frente a una tienda. (…) Pude ver su cabeza (...) era tuerto, y en el ángulo de su ojo reventado, humor y sangre coagulada formaban un poso de color ágata. El ojo intacto tenía la mirada fija en el suelo (…)
¿Qué había de interesante en aquel perro para captar mi atención de tal modo? No lo sé. ¿Quizá porque transportaba obstinadamente consigo, a lo largo de su vagabundeo, un mundo totalmente distinto al de aquella calle animada y llena de luz? “