P. Castillo

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viernes, 31 de mayo de 2019


Lima, a propósito de Julio Ramón Ribeyro.

Limeños buscando su esparcimiento en la costa del Callao, asomados al Pacífico. Por allí estaba, escabullido con Ribeyro.



Aplazo el comentario del libro para la siguiente entrada. Me parecía interesante abordar ciertos aspectos relacionados con Ribeyro.

Desde hace varios años viajo con regularidad a Lima y eso, entre otras cosas, me permite captar con buena precisión el universo que Ribeyro plasmó en sus cuentos. 

Lima alimentó en gran medida el imaginario del escritor, cuya prosa culta y elegante vierte en unos cuentos de impecable factura, sobrios en la forma y profundos en el mensaje. La simbiosis ideal.


Primeras horas del día en el Callao, Lima. Paco Castillo.


Con Ciro Alegría, o José María Arguedas, maestros de la novela indigenista en el Perú del siglo XX, nos vamos a la serranía peruana, al latido ancestral de los andinos, e igualmente, aunque menos, con los cuentos de César Vallejo (no solo existió el poeta).


Pero en Ribeyro, salvando alguna excepción, tenemos una cuentística de ambiente urbano. Lo mismo que Bryce Echenique, o el menos conocido  Carlos Meneses, de quien espero mostraros su “seis y seis”. Sin olvidar a Abraham Valdelomar, con otros cuentos de ambiente costeño, ciudades como Lima, Ica, Chiclayo, etc.


"Los ríos profundos", de José María Arguedas. Paco Castillo


Por Perú con Ciro Alegría. Paco Castillo.

En la serranía andina, Perú, con César Vallejo. Paco Castillo.

Con Bryce Echenique por mis estanterías. Paco Castillo.

Paseando cerca de casa, con Carlos Meneses, “seis y seis”.


Con Abraham Valdelomar en las serranías peruanas. Foto, Paco Castillo



En la costa limeña con Ribeyro, frente al Salto del Fraile.

Obviamente el talento literario de Ribeyro, hace que su escritura sobrevuele por encima de cualquier localismo geográfico, y sus narraciones deleitarán a lectores sin vínculos con Lima o el resto del Perú.

¿Y cómo es Lima?



Desplazándome por Lima. Foto de Paco Castillo, 2015






Avenida limeña. Fotos Paco Castillo, 2015.


Un caos monumental, así es como la contemplo. 

Es una impresión que se deriva, especialmente, del infernal tráfico.  Lima es uno de los peores sitios en Latinoamérica para conducir. Y ya no tanto por los embotellamientos, que los hay morrocotudos, aunque en ciudades como Bogotá o Ciudad de México son más grandes, sino por la peligrosidad, la actitud violenta y anárquica de los conductores limeños. Existe una pésima educación vial, también de los peatones. Esto marca la diferencia con sus vecinos.

Haciendo una instantánea mientras estoy atrapado en un típico atasco, cosas de Lima. Foto Paco Castillo.



He visto más control y fluidez en los coches de choque por las ferias de mi localidad, que en el tráfico limeño.

Subirse a una de las miles de combis (una especie de microbús que transporta pasajeros), es una experiencia… intensa. Eso sí, abstenerse los que tengan problemas cardíacos.


Abraham Valdelomar al paso de una combi. Lima. Foto Paco Castillo, 2015


Las combis no acatan las normas convencionales… se rigen por sus propios códigos de circulación. Todo vale para recoger a los pasajeros, sus ganancias son a destajo, cuántas más veces hagan su ruta al día y más pasajeros transporten, más “plata” embolsan, y suele ser una miseria.

El conductor y su cobrador, siempre están ambos, trabajan en el infierno de atascos desde las 05:am hasta las 23:00 pm, o más. Pensad en esa maraña de carreteras, avenidas y cuadras (calles), unida al estado del chófer a última hora. Da pánico. 


Pasajeros entrando y saliendo de las combis, con la flecha roja señalo (en medio de la foto) a uno de los cobradores, vociferando para atraer a clientes. Foto Paco Castillo, 2018

La guerra entre las combis por arrebatarse a los viandantes es encarnizada, no dudarán en hacer un giro suicida, con gente en sus asientos, cruzando una avenida atiborrada de coches para recoger a un grupo de usuarios, o parar en donde se le antoje al pasajero para finalizar su viaje. 

Un peatón pasando "alegremente" entre dos combis. Foto Paco Castillo, 2018


Vigilada por El viajero de la noche (M. Maggiani), ahí pasa otra combi, se ve claramente al cobrador, jugándose el tipo, ellos van así...

No hay mejor prueba que verlo, sí, mediante un vídeo que hice yo mismo… ¡y viví para contarlo! Jaja. Aunque la bronca de mi mujer fue buena, es una llamada a los ladrones, observándote con un buen celular en la mano. Son cosas que ya sé, pero a veces uno… 

Lo tengo por aquí, en el canal de Youtube en privado, a ver si puedo compartirlo.



Con sonido ambiente incluido, lo que escucháis es la música a toda pastilla en la radio, lo hacen todos los conductores de combi. Esa mezcla de ruido interior y exterior es atronadora.

Esto ocurre en un minuto y medio. Imaginad la aventura durante una hora y pico o dos, tiempo que tardé la última vez para ir desde el distrito de Los Olivos, en el norte de Lima, hasta Surquillo, en el sur metropolitano.

Sucedió en hora punta, periodo que abarca desde las 06:am hasta las 20:00 pm. Durante ese “breve intervalo” de 14 horas, tenemos “tráfico denso” por la ciudad.

Vargas Llosa las mencionaba en sus novelas. Son vehículos muy viejos y en mal estado, pero los billetes son tan baratos que a la gente le trae sin cuidado, y van apretujados como sardinas enlatadas, superando peligrosamente la capacidad estipulada.


Vendedor ambulante de helados, aprovechando para sacarse algo de "platita" en la combi. Es algo habitual, vendedores de cualquier cosa que imaginéis. Foto Paco Castillo, 2015


Por una avenida limeña, con Vargas Llosa, una buena novela para encontrarse con alguna "combi". Foto, Paco Castillo, 2015.



Esta situación endiablada se extiende, como la garúa limeña, a otros aspectos de la convivencia, todo acaba “infectado”; empezando por el desprecio del resto de conductores hacia las normas de circulación.
Una irresponsabilidad que en el fondo nace de la indiferencia de muchos ciudadanos por las reglas cívicas elementales. Es una pescadilla que se muerde la cola. 

Puedes viajar en la combi y ver como el señor, o la señora, que se sienta al lado, he sido testigo, arroja por la ventanilla una bolsa con sobras de comida sin inmutarse, un pañal infantil, o lo que sea, da igual donde caiga, la impunidad es total, pues saben que no serán objeto de recriminación por los demás, forma parte de la cotidianidad, “lo normal” en el día a día. No lo hacen todos, pero tampoco son “cuatro”.


Esto se ve agravado por una ciudad ineficiente en muchas áreas, debido a la escasez de infraestructuras. La delincuencia callejera es un problema serio, también la higiene urbana, colas interminables en los bancos y organismos públicos asfixiados por la burocracia, etc, etc.


Por alguna avenida limeña. La recogida de basuras es otro servicio acuciante por mejorar. Foto Paco Castillo, 2015

Si expongo el lado oscuro de Lima es por remarcar el semblante que tiene la obra de Ribeyro, me toca resaltar la parte amarga para ir entendiendo la personalidad derrumbada de sus personajes, el desencanto que tienen con su propia ciudad, el hastío por sobrellevar una existencia sin horizontes.


Habitar una ciudad a la que no se puede amar va surtiendo, lentamente, un melancólico desafecto hacia uno mismo, te vas queriendo menos. Es un virus silencioso y maligno que te va colonizando.

Y no soy feroz comparado a las críticas de los medios locales, o la que hacen los propios intelectuales limeños, bastante más duros, como ya demostrara el escritor y periodista Sebastián Salazar Bondy (1924-1965),  en sus demoledores artículos sobre el tránsito motorizado y los atrabiliarios modos de sus conciudadanos. 

Hace unos años, en la Feria del Libro de Lima Norte, adquirí un intersantísimo ensayo de Bondy con este inquietante título: “Lima la Horrible”, frase que viene del poeta peruano César Moro.



Saliendo de la Feria del Libro Lima Norte, con mi magnífico ensayo de Salazar Bondy. Foto, Paco Castillo, 2015.






Curioseando las casetas y algunas editoriales peruanas en la Feria del Libro Lima Norte. Foto, Paco Castillo, 2015


El ejemplar en una avenida de Lima, noche inquietante. Foto, Paco Castillo, 2015

A lo que iba. Ese caos también lo es para el limeño, pero él, a fuerza de costumbre, ha aprendido a moverse con sorprendente soltura por el desbarajuste.

Una alianza que parece funcionar cuando no es expuesta al microscopio, pero si la sometemos a la óptica aumentada… flipas en colorines.


Un colegio privado al reclamo de sus futuros colegiales… ¿estarán por ahí? 
Foto Paco Castillo, Lima 2015


Una actividad de alto riesgo en Lima, sortear el tráfico. Foto Paco Castillo.

La sensación de cierto orden y organización puede constatarse en algunos núcleos aislados, pero va desapareciendo a medida que uno se aleja de los barrios acomodados, pitucos que llaman allá, y del centro turístico, muy bello, que no deja de ser una isla minúscula en la enorme metrópoli.

El bello centro turístico de Lima, parte de la Catedral. Foto, Paco Castillo, 2010.

Por el bonito centro de Lima. Foto, Paco Castillo, 2010.

Lejos de allí, la visión es como si fuese una ciudad que se mantiene renqueante tras la hecatombe, con su eterno semblante ajado y polvoriento (Lima, excepto la costa, está cercada por dunas gigantescas).


Extrarradio de Lima. Foto, Paco Castillo, 2015.

A veces solo parece existir el óxido y la herrumbre, sobre todo al adentrarse en las periferias crecidas al libre albedrío de sus inquilinos, gentes llegadas desde todos los rincones del Perú. Mares de chabolas, ausencia de criterio urbanístico, esbozos arquitectónicos del desarraigo, viviendas coronando los colosales cerros arenosos, casuchas feas y ennegrecidas. La lejanía y el polvo las convierten en presencias fantasmagóricas, protuberancias manchadas de hollín. Pero ahí viven miles de familias con sus pequeños, no tienen más. Y ahí mueren.


Extrarradio limeño, por el norte. Foto, Paco Castillo, 2019.

Buena parte de la desolación se adhiere, como ese hollín, al tono que imprime Ribeyro a sus cuentos. Por eso suele señalarse la voz pesimista y desesperanzada en su obra. No faltan quienes lo han considerado un Cioran latinoamericano. No es del todo peregrino, si uno se atiene a los aforismos que también, y tan bien, cultivaba Ribeyro.

No obstante, me parece un molde donde el peruano no termina de encajar. En Cioran no hay resquicio para la salvación, excepto morir. En Ribeyro sigue latente, como una reminiscencia, una suerte de energía vital propia de las gentes andinas, que emana de la Pachamama, la Madre Tierra, por mucho que en sus escritos pululen los perdedores.



Preparándome un café serrano, por el norte andino, Perú. Foto, Paco Castillo, 2018.

Estas incursiones filosóficas no las hago de relleno. Ribeyro era un gran lector de filosofía, especialmente de los antiguos maestros grecolatinos, de quienes atesoraba un profundo conocimiento, como puede inferirse leyendo sus cuentos.


Respecto a ese frenesí que refiero, el ruido ensordecedor de las miles de bocinas, la marabunta humana de aquí para allá, etc, etc, no sé si será porque Lima parece estar en una permanente y desesperada búsqueda de su identidad como ciudad. O al revés, porque se la ve sumida en una frenética huida, también de sí misma. 


La fugacidad de mi mirada en la eterna miseria. Extrarradio Lima. Foto, Paco Castillo, 2019.


Puede que su carácter tendente a la esquizofrenia sea por pretender hacer ambas cosas al unísono. Huir y buscarse como hacen los protagonistas de Ribeyro.
Tal vez, la forma más claro de saberlo sea con las palabras de un gran amigo de Ribeyro, el escritor peruano Luis Loayza, con quien mantuvo una larga relación epistolar:

«El peruano nunca ha sabido dar una imagen exterior satisfactoria de su identidad»

Con Loayza, paseando cerca de casa. hay mucho por descubrir en las letras peruanas. Foto, Paco Castillo.

Estas paradojas suelen ser un nido excelente para cobijar ciertas locuras y hacerlas crecer. En Lima crecen a una velocidad inusitada. De nuevo los personajes de Ribeyro, funambulistas en el limbo que se sitúa entre lo juicioso y lo lunático.



En algún barrio chungo de Lima, más vale que no te pierdas por aquí de noche... Foto, Paco Castillo, 2019.

Lima, en esta gran pócima de ingredientes inverosímiles va cocinando Julio Ramón Ribeyro sus cuentos.

El tono realista de éstos viene reforzado por una peculiaridad. Vivir en Lima es más parecido a un cuento de Ribeyro que a la propia realidad. Ésta a menudo supera las expectativas de las ficciones creadas. Doy fe de ello. Por eso la ciudad me exaspera y fascina a partes iguales.


Lima, escultor callejero moldeando escayola. Foto, Paco Castillo, 2015

Siento la necesidad de escapar de allí para, más adelante, tener un deseo irrefrenable por volver. Huir y retornar.



Lima. Foto, Paco Castillo, 2018

Son estas imponentes paradojas las que van forjando a los personajes Ribeyrianos.


Limeño taciturno. Foto, Paco Castillo, 2019.

Nada hay más cotidiano que un ser humano transitando a cuestas con sus contradicciones. Pensamos en el amor de una manera y amamos de otra. Afrontamos la vida sin apartar el pensamiento de la muerte. Nos toca bregar con el presente y, sin embargo, instalamos nuestra cabeza en el futuro, o en el pasado. Suma y sigue.


Un caminante solitario, soporta sobre su cabeza un imponente enunciado... "porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino". 
Foto, paco Castillo, Lima, 2015.


Lima es la otra figura destacable de Ribeyro, la gran protagonista que no dice ni hace nada pero todo lo puede.

La fisonomía de las ciudades, con su paisaje y paisanaje, condicionan nuestra manera de ser y estar en ellas, en la vida al fin y al cabo.

Grandes conglomerados de acero, cemento, plásticos, cielos enfermizos y latidos humanos. Las metrópolis transfieren de forma sibilina, como callándolo, parte de su idiosincrasia a la ciudadanía. El carácter colectivo está intervenido, en no pocos aspectos, por las manos invisibles de la urbe.


Lima. Foto, Paco Castillo, 2015

Y los ciudadanos devuelven a la ciudad parte de su ser, late con el corazón de sus moradores. Todo se cocina en esa gran olla, ante la mirada de Ribeyro.

Dicho lo dicho sobre Lima, solo hay una cosa razonable que puedes hacer para no sucumbir a su locura.

-Si no puedes con tu enemigo, únete a él. -



Lima. Foto, Paco Castillo, 2019




A mí me ha ido bien.


En la "mototaxi", buen sitio para leer. Norte del Perú. Foto, Paco Castillo, 2015

viernes, 17 de mayo de 2019


Eric se arrancó y ya no paró…

Con permiso de Darwin y su Teoría sobre el Origen de las Especies, vamos a presentar a Eric Burdon y su Origen del Ritmo.


Eric Burdon. Foto internet.


Pero antes os voy a exponer ciertos aspectos, todo en consonancia con lo que  veréis


Le dije a un amigo que tenía el síndrome de la lentitud lectora.


-¿Y lo quieres solucionar?, me respondió.

A veces sí, otras no, según vaya la vaina.

-Te podría dar un remedio, incluso puede que termines el jodido ULISES en 12 minutos y 39 segundos.


Foto, Paco Castillo.

Pero antes necesitas prepararte para la experiencia, hacer una transición adecuada durante 4 minutos y 32 segundos. Tranquilo, no se trata de tomar ayahuasca, pero casi.






Muy bien el tránsito, y ahora a por lo siguiente… 

¿Estás listo?

Vete a por el condenado libro.

Te lo digo ya, no vas a parar, no vas a poder parar, no vas a parar carajo.

Y tú, venga, dale, muévete, que llega el finde, levanta el culo.

Tú también, vamos, sacúdete el polvo, como empieces a mover una mano te lo advierto, estás perdido, Eric Burdon comenzó con ese movimiento rítmico de la mano, que observaríais en el primer vídeo, se soltó el pelo… y ya no paró. 


                              oh yeah !!








Ufff, que no pare !!


sábado, 4 de mayo de 2019


Casa de muñecas (1879). Pato salvaje (1884). Henrik Ibsen (Noruega, 1828-1906)



Club Internacional del Libro, 1983. Prólogo de Luis Angel García Melero. Traducción (no hay referencia). 190 páginas. Género teatral.




Tengo un vecino clavado a Henrik Ibsen, no porta esa testa leonina del autor nórdico, pero yo encuentro un parecido más que razonable. Claro, de no haber leído al prestigioso dramaturgo noruego dicha circunstancia me habría pasado desapercibida. El caso es que ahora veo a mi vecino y al esquivo Ibsen como un solo ser.


Foto: https://www.nationaltheatre.org.uk


Da igual que uno fuera noruego y este sea extremeño.

Mi vecino es como aquel escandinavo transido de apatía. Es un tipo ya mayor, como el Ibsen de las fotografías, de carácter agrio, rara vez saluda.

Pasea solitario entre las gentes, pero en vez de acabar en el Grand Cafe de Oslo (lugar que por cierto conozco), como hacía el noruego, el representante patrio concluye en un banco al aire fresco cerca del domicilio, y con una barra de pan en su regazo.


Nasjonalbiblioteket NO https://www.nb.no


Ni siquiera mordisquea el cuscurro tostado (RAE, Cuscurro: Parte del pan más tostada que corresponde a los extremos o al borde), y esto definitivamente me confirma que vive en otro mundo, al margen de sus semejantes. 

Es algo regordete y no muy alto como Ibsen. Así mismo se le advierten pocas muecas risueñas a mi vecino, tal vez quiera ahogar la risa, pues probablemente le duela la cara igual que le pasaba al inolvidable Tristón, la hiena (véase Leoncio y Tristón¡Oh cielos, qué horror! Musitaba nuestro sombrío y moteado amigo).

Si acaso, sentado en su banco habitual, levanta la vista de cuando en cuando al cielo del suroeste tirando hacia Toledo, porque si se atisba encapotado allá, significa que lloverá por aquí. 


En la parte derecha de la imagen, Ibsen, apostado junto a la farola y otra viandante. Observa la hora en el reloj del edificio situado en la karl Johans Gate. https://www.nb.no


En cuento a la lectura, eché mano de mi viejo ejemplar, Editorial Club Internacional del Libro. Tiene un excelente y extenso prólogo de Luis Angel García Melero, pero solo he ojeado dos o tres párrafos.


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Foto, Paco Castillo

De ahí que haya decidido mostraros esta síntesis de Cátedra, que también publicó este título.



Lo escribo por si cuesta leerlo:


“Henrik Ibsen (1828-1906) nació en Noruega, en un medio en el que imperaba una moral estrecha de miras, una vigencia desesperante de la superstición y del miedo. Todo a su alrededor era considerado pecado, todo merecía un reproche, una advertencia sobre el posible mal que podría acarrear cualquier acción que se emprendiera. Por eso sus personajes no se contentan con vivir la vida cotidiana, necesitan un proyecto que realizar aunque éste sobrepase sus fuerzas y les haga sentirse solos, incomprendidos e incluso derrotados, pero orgullosos por haberse aventurado a conseguirlo.


En "Casa de muñecas" y "El pato salvaje" plantea Ibsen la tragedia de la mentira vital. Nora Helmer, en "Casa de muñecas", es una joven que ha sido educada para llevar una venda en los ojos y servir de juguete primero a su padre y luego a su marido. Cuando la venda cae, Nora comienza a ser "alguien". Gregorio Werle, en "El pato salvaje", concibe un proyecto para poner al descubierto a unos seres hipócritas, egoístas e indignos, aunque entre ellos se encuentre su propio padre.”

En este resumen ya tenemos los ingredientes principales para hacernos una primera idea.

A Ibsen se le reconoce un mérito de gran relevancia para la cultura europea; romper con el teatro decimonónico de entonces e inaugurar el teatro contemporáneo, el llamado teatro de ideas, tal y como lo conocemos ahora. Él es el artífice de dicho viraje.


Obtuvo más notoriedad con este drama teatral por el escándalo social provocado en su momento, que por la indiscutible calidad literaria de la obra, lo que tampoco se obvió, huelga decirlo.

Hay que poner en contexto esta creación con la época que la vio nacer, para hacernos un idea de la osadía que supuso escribirla.

Foto, Paco Castillo


El sector más puritano de la sociedad no aceptó el paso adelante del dramaturgo; esto era criticar sin ambigüedades la sumisión que padecía la mujer llegado el matrimonio, permaneciendo a la sombra del hombre, convirtiéndola en una muñeca, un juguete en manos del marido a quien debe obediencia absoluta. Situación que  encarna claramente el personaje de Nora, la esposa protagonista de “Casa de muñecas”

De ahí el título, metáfora perfecta de lo que eran aquellos hogares familiares para las esposas bajo la tutela del patriarcado, consideradas seres incapaces de tomar iniciativas y decisiones importantes. Mujeres como personas de inferior valía respecto a los hombres, y sometidas totalmente a la voluntad de éstos.

Contra esta injusticia se revela Ibsen, escribiendo un drama teatral que no ha dejado de representarse en buena parte del mundo hasta el presente. Y desde su estreno, un 21 de diciembre de 1879, es significativo que aún sea del todo pertinente su representación… lo que viene a decir que todavía queda camino por recorrer en esta cuestión.





Esas gentes de “moral intachable”, educados en la rectitud del luteranismo no perdieron ocasión en atribuir el alumbramiento de la obra al desequilibrio emocional del autor, tratando de que eso ensombreciera su incontestable talento.

Atributo que obviamente reconocerían en su fuero interno, pues el talento es asunto impepinable; se tiene o no se tiene, e Ibsen lo atesoraba a raudales.

Esa rigidez luterana se aprecia muy bien en las novelas de su compatriota y amigo, galardonado con el Nobel en 1903, Bjørnstjerne Bjørnson, narraciones de ambientes provincianos y rurales, caso de Synnöva Solbakken que leí hace tiempo, así sabemos que no había hogar campesino en Noruega sin la Biblia (generalmente el único libro de la familia), uno de sus bienes más sagrados y de obligada lectura en las casas. 




Y tal vez algo consiguieron esos hombres y mujeres “de bien” con el encono que le mostraron, convirtiendo a Ibsen  en un ser más antisocial y huraño de lo que ya era. Aunque finalmente se produjese la reconciliación tras el reconocimiento internacional, lo de siempre, vamos.

Por otra parte, sabido es que Ibsen pasó un periodo extenso de su vida fuera de Noruega, tanto por formación en su carrera como por hastío hacia su tierra, residiendo en varios países europeos en los que cosechó notables éxitos.

Por eso cuesta creer que en 1879 este hombre, cuyo aspecto no desentonaba con el machista más beligerante, se echase a las espaldas el compromiso de exponer el agravio hacia la mujer, además sabiendo la que se le vendría encima.

Uno no se imagina al escritor malhumorado, caminando solitario y taciturno por las calles de Oslo, escribiendo una obra cumbre en cuanto al verdadero lugar de las mujeres. Una historia que el feminismo más madrugador ya abanderó como símbolo de protesta ante la intransigencia del machismo. Y cuando veo las fotos de Ibsen, con esas echuras de Mr. Scrooge, pienso en  esto sorprendido y fascinado.

Foto internet


Tenía que ser una página sobre la española Margarita Xirgu , destacada actriz teatral del siglo XX, el hallazgo que me permite mostraros estas afirmaciones de Ibsen:

<<Existen dos códigos de moral, dos conciencias diferentes, una del hombre y otra de la mujer. Y a la mujer se la juzga según el código de los hombres. [...] Una mujer no puede ser auténticamente ella en la sociedad actual, una sociedad exclusivamente masculina, con leyes exclusivamente masculinas, con jueces y fiscales que la juzgan desde el punto de vista masculino>>

En 1915 Margarita Xirgu representó “Casa de muñecas” en el Teatro Eslava de Madrid.



Guión de “Casa de Muñecas” con la fotografía de Margarita Xirgu. Archivo Xavier Rius Xirgu


Lo significativo de todo lo anterior es que Ibsen reiteró en varias ocasiones que su obra no era feminista, pues se había limitado a reflejar un caso real, ocurrido a una amiga suya, escritora, que vivió una historia similar. De ahí partió la idea del dramaturgo para Casa de muñecas. Si bien, era consciente de la necesidad de reparar el daño que se hacía a la mujer simplemente por el hecho de serlo.

Otro aspecto que mucha gente ignorará, tal era mi caso, es la enorme influencia que tuvo su obra, también la de su amigo Bjørnson, en el movimiento anarquista español, dada la popularidad que tenía el teatro entre la clase obrera:

“La influencia de Ibsen en el anarquismo español fue muy profunda. Ibsen fue aplaudido por el mensaje social de sus obras y se le consideró portavoz del nuevo espíritu progresista. Su ataque a los convencionalismos sociales fue interpretado como un ataque contra la sociedad española de su época.”

Fuente: http://www.aat.es/elkioscoteatral/las-puertas-del-drama


Es probable que muchos  asocien obra teatral con ritmo narrativo poco fluído, Casa de muñecas y, especialmente, Pato Salvaje deshacen todas esas ideas, son textos vibrantes, con unos desarrollos vertiginosos, con una tensión narrativa que no te deja respirar.

Ibsen se cuida de caer en diálogos extensos, en disquisiciones interminables de los protagonistas, incluso predominan las conversaciones triviales, o al menos en un tono distendido, pues uno en su hogar usa el lenguaje coloquial, nada del adjetivo rebuscado, solo la palabra precisa como siempre predicaba Azorín.


De esta manera evita el léxico artificioso, pero ese lenguaje cercano posee afirmaciones, titubeos, opiniones, deseos, verdades y engaños que cargan sobre nosotros todo su poder reflexivo.



Por todo ello, la intensidad narrativa que logra en Casa de muñecas, y que irá in crescendo hasta la conclusión, es espectacular.





Son estas últimas páginas arrebatadoras, configurando uno de esos finales antológicos según la crítica, y no puedo estar más de acuerdo.

Sirvan estas líneas, un diálogo de Nora con su marido, Torvald Helmer, para hacerse una idea de la “temperatura” que adquiere la obra próxima a su término. Añado que Ibsen no ha construido a Helmer como un marido despreciable, ni violento, nada de eso, al contrario, se muestra atento con Nora, solo que desde un rol paternalista, con una visión totalmente sesgada del papel que representa la mujer en la sociedad. Ya os dejo con el fragmento:


"Nora._ Ocho años de vida en común, desde hace aún más tiempo, desde el día que nos conocimos, no hemos intercambiado una palabra seria sobre cosas serias (…) nunca hemos hablado en serio de ninguna cosa.

(…)
Helmer._ Pero querida Nora. ¿Es que te habría gustado eso?
Nora._ Lo ves; nunca me has comprendido, me habéis hecho mucho daño, Torvald. Primero papá y luego tú.
(…)

Helmer._ ¡Qué insensata y desagradecida eres!
(…)

Nora._ Ahora mismo me voy de tu casa. Christine me acogerá por esta noche…
Helmer._ ¡Estás loca! ¡Eso no te lo consiento! ¡Te lo prohíbo!

Nora._ No te servirá de nada prohibirme ya nada. Lo que me pertenece me lo llevo. De ti no quiero nada, ni ahora ni después.
(…)
Helmer._ Eres una criatura obecada y sin experiencia.
(…)
Helmer._ Esto es indignante. ¿Así que te apartas de tus deberes más sagrados?
(…)
Nora._ ¿Cuáles crees tú que son mis deberes más sagrados?

Helmer._ ¿Tengo que decírtelo ahora por primera vez?. Los deberes para con tu marido y para con tus hijos.
Nora._ Tengo otros deberes igualmente sagrados.

Helmer._ No los tienes. ¿Cuáles son, pues?
Nora._ Los deberes para conmigo misma.

Helmer._ Ante todo eres esposa y madre.
Nora._ Eso ya no lo creo. Ante todo soy una persona, creo yo, lo mismo que tú, o al menos intentaré serlo. Sé que la mayoría de las gentes te darán la razón a ti, Torvald (…)
(…)
Helmer._ hablas como una niña. No entiendes la sociedad en la que vives.
Nora._ No, no la comprendo. Pero ahora voy a conocerla. Tengo que convencerme de quien tiene la razón, si la sociedad o yo.
(…)
Nora._ (…) Te devuelvo tu anillo. Dame tú el mío
Helmer._ ¿Hasta eso?
Nora._  Sí, hasta eso."





PATO SALVAJE.

El cónsul Werle celebra una animada velada en su residencia, hay un reducido grupo de amigos, o más bien conocidos, y además acude su hijo, Gregers Werle, a quien hace tiempo que no ve, pues reside en otra localidad. El hijo se encontrará en la fiesta a un buen amigo, el fotógrafo Hjalmar Ekdal, da la casualidad de que el padre de este amigo y el cónsul eran viejos colaboradores, de ahí surgió la amistad entre los hijos.


Gregers Werle tiene una relación difícil con su padre, a quien guarda un gran resentimiento. Nunca le ha perdonado la humillación que sufrió su madre, ya difunta, por las continuas infidelidades y menosprecio del cónsul. Éste, como tantos hombres, consideraba el hecho de tener amantes por aquí y por allá, una especie de “derecho natural” derivado de su condición varonil, actuando con impunidad y ausencia total de remordimientos.



El hijo aprovechará la ocasión para ajustar cuentas con su progenitor, y decirle cuatro verdades a la cara.

Ibsen nos muestra una atmósfera en donde campa la hipocresía, la simpatía impostada entre unos y otros mientras ríen bebiendo su ponche en la fiesta del cónsul. A través de las distendidas conversaciones que mantienen los personajes, nos irá descubriendo la farsa que se esconde tras dichos actos sociales. 

El drama en “El pato salvaje”, o “El pato silvestre” según otras ediciones, se torna más trágico que en “Casa de Muñecas.”

Varios días después de la fiesta, una serie de malentendidos en el hogar de Hjalmar Ekdal, durante la visita  de su amigo, Gregers Werle, en los que se ven involucradas la mujer de Hjalmar y la hija adolescente de ambos, irán precipitando las cosas, como una riada que va creciendo y acaba llevándose todo por delante.




Aquí he percibido ciertas confluencias de estilo con el gran Dostoievski, en las relaciones envenenadas entre padres e hijos (Los hermanos Karamazov, en el caso del escritor ruso), Ibsen, como Dostoievski, escarba en nuestras interioridades y logra una trepidante tensión narrativa hasta la eclosión final.

En el fondo, todos los personajes ibsenianos, igual que los de Dostoievski son seres desubicados del entorno que les rodea, personas que buscan su lugar en el mundo, que luchan por recuperar una dignidad perdida. Y eso les hace sumamente atractivos como apuesta narrativa.

Si algún posible candidato a la lectura de estas obras se desanima por ser género teatral, me atrevería a asegurarle que su recelo se esfumará al poco de empezar. Yo me he quedado literalmente pegado al libro, no siendo capaz de soltarlo hasta acabarlo en un tiempo inusitadamente rápido, dada mi parsimonia lectora.

Aunque siempre nos quedará el cine.


El Séptimo Arte también se llevó a su terreno estas obras de Ibsen. Aparte de las viejas producciones nórdicas, las más recientes que existen ya tienen algunos años, por ejemplo la versión cinematográfica de "Casa de Muñecas" española (las hay anteriores en nuestro país) de 2002, dirigida por José Manuel Armán y protagonizada por Amparo Larrañaga , Pedro Mari Sánchez y Juan Diego entre otros.

Casa de muñecas, escena de la película española con Amparo Larrañaga y Pedro Mari Sánchez.


También la producción inglesa en 1976, de Patrick Garland, con Claire Bloom, Anthony Hopkins y Ralph Richardson encabezando el reparto, magnífico sin duda.

Fotograma de Casa de muñecas en el film británico, con Anthony Hopkins y Claire Bloom en la imagen. http://www.actors-studio.org



Respecto a Pato Salvaje os traigo esta interesante producción australiana de 1983, dirigida por Henri Safran y que cuenta con una pareja de lujo para los papeles principales, nada menos que Liv Ullmann y Jeremy Irons.


Escena de Pato Salvaje. http://history.sffs.org/film

A medida que mediocridad literaria va inundando los escaparates, más marginal se torna la obra de un autor como Ibsen. Una escasa visibilidad que, siendo un autor tan influyente, no deja de sorprenderme.

Pues eso, entre los restos del hundimiento, me aferro a Ibsen como el náufrago al bote salvavidas.




No puedo irme sin dejaros con Edvard Grieg, uno de mis compositores favoritos, y creador de esta bellísima pieza musical que le encargó el propio Ibsen para su drama, Peer Gynt. Ahí va mi movimiento predilecto de esta composición, Morning Mood: