Dominique (1863). Eugène Fromentin
(Francia, 1820 -1876)
Libro. Editorial Bruguera Libro Amigo. Primera edición, 1984. Traducción de Emma Calatayud. 253 páginas.
Primavera en los alrededores de
casa. Paco Castillo
No me prodigo mucho por el blog, quizás siga el camino del otro que tengo (El musgo escondido), dormitando, quien sabe.
Van apareciendo circunstancias personales, también prioridades relacionadas con mis hijas, sobre todo la pequeña y su terapia logopédica que inicia una fase importante, y en lo que yo y mi mujer somos necesarios, cuestiones que me van distanciando del blog, pasando a ser un asunto bastante menos relevante para mí.
Aunque en mi perfil ponga 2009 como fecha de estreno en esto de los blogs, lo cierto es que ya llevo con ello desde enero de 2006 (con otro blog por ahí perdido) también sobre libros, reflexiones, etc. Eso sí, nunca cierro las puertas de ninguno.
Vamos al libro. A pesar
de ser una estupenda y corta novela, me he eternizado con ella desde la primavera hasta comienzos de septiembre, por motivos
varios.
Había apostado todo a que la acabaría en mi adorada costa asturiana, escenario ideal y nuestro refugio veraniego desde hace ya mucho.
En la costa asturiana. Paco
Castillo
Sin
embargo tuve escaso éxito. Me levantaba sobre las 8:00 am para aprovechar una
hora de lectura, hasta que se levantasen mis hijas, pues una vez en pie ya
estaban entusiasmadas por hacer mil cosas.
Despuntando la mañana abría una ventana con la idea de leer aspirando el frescor.
Pero, una vez sí y otra también, lo que me encontraba era un bonito ejemplar de águila ratonera justo en frente… y ante eso la lectura del libro no era mi prioridad. Contemplar la bella estampa del ave, sí, sin dudarlo.
Foto, Paco Castillo. Asturias
2020.
Lo primero que suele aparecer en
la biografía E. Fromentin, no es su condición de novelista, sino
su formación como pintor, después la de crítico de arte, y al final la
literatura, dedicación mucho menos presente.
Se trató de un artista admirado en su época, con el favor de la crítica y el público, llegando a exponer en el exigente Salón de París.
Lo singular es que solo publicó esta novela, y para asombro se descubrió como un poderoso escritor.
Sin embargo no es es extraña esa potencia literaria, ya que sus tratados sobre pintura flamenca (ahí sí desplegó su escritura), como crítico experto en Rembrandt y Rubens han sido resaltados por ser de los más originales y bellos que hay.
Respecto a la trama de la novela, me parece bien traído este fragmento de la web ecured, es breve y explícito, muy oportuno para la ocasión:
Fuente:
https://www.ecured.cu/Eug%C3%A8ne_Fromentin
Leo en la solapa un aspecto que captó mucho mi atención inicial, apuntando al análisis psicológico en relación a la historia de amor (es un “no amor”).
Se compara esta obra con Adolphe, de Benjamin Constant, yo leí esta maravillosa novela hace pocos años y la comenté en el blog (junio de 2015). En mi humilde opinión… creo que Adolphe está en el olimpo de las obras maestras (incluso así lo pensó Ortega y Gasset, que le dedica nada menos que un capítulo en “El espectador”, yo mismo lo he leído). Dominique es una excelente novela, pero no la pondría a la altura de una obra maestra como Adolphe.
Poco
importa al final lo verídico o lo ficticio, lo determinante es como la historia
se ha ido cobijando y creciendo dentro de cada uno.
Hay pasajes conmovedores, por
ejemplo describiendo la serenidad de los días otoñales en la madurez de Dominique,
retirado en su residencia rural. El otoño es la estación reinante,
En la descripción de la campiña
francesa, junto al mar, se hace evidente la habilidad pictórica de Fromentin,
una mirada acostumbrada a captar las sutilezas del paisaje y el paisanaje, y
plasmarlas al lienzo. Todo eso lo traslada con eficacia a la novela. Un pintor se
alimenta de la vida a través de su espíritu contemplativo, se pausa y admira lo
que hay. Tiene una prosa es elegante, como Oscar Wilde.
El significado que adquiere el mar ante la presencia de un escritor es un detalle que me atrae sobremanera (por ahí tengo a Auden con su Iconografía romántica del mar). Encuentro en esos fragmentos una transfiguración fascinante de nuestra propia alma, a veces emergen revelaciones íntimas mirando al mar, o al cielo, a una obra de arte, con la buena literatura…
No existe un intento de explicación más intenso de ti mismo que una noche silenciosa mirando a las estrellas.
La historia gira, principalmente, en
torno a dos personajes centrales; el joven Dominique y la prima de de su
mejor amigo, Madeleine.
Su amigo es Oliver, en cuya casa pasa largas sesiones mientras ambos estudian en París, son compañeros de clase. Madeleine también reside en la bonita residencia en la que vive Oliver.
Dominique va sucumbiendo sutilmente, no de manera muy pasional al principio, a la presencia tranquila de Madeleine, a su encanto discreto. Dominique es algo más explícito en cuanto a sus sentimientos, aunque sin manifestarlo con vehemencia. Madeleine, siendo una mujer sometida a la moral de su época, es mucho más reservada en mostrar síntomas de su atracción.
El caso es que Dominique irá entrando en un juego de seducción con Madeleine, pero nunca atraviesa ciertas líneas… y el joven tiene la impresión de que Madeleine tampoco quiere que las cruce, que no tiene el asunto claro, ella se conforma con el coqueteo inocente, sin más.
Todo queda en ese juego, a veces un tanto ridículo, reprimiendo el deseo de ambos. Transcurre el tiempo entre sus estudios y las salidas con Oliver por los teatros y cafés parisinos (ainns, la vida cultural de entonces). Su gran amigo posee una personalidad arrolladora y vital, aunque también egoísta, no cuesta detectar que Oliver es el antagonista de Dominique, y esto propiciará magníficos pasajes dialogados, en donde la confrontación psicológica, amistosa en términos, es sumamente interesante.
Esa confrontación psicológica también se dará con Madeleine, pero sin ahondar demasiado, pues ella y él nunca tienen la complicidad suficiente, como sí sucede con Oliver.
Dicho esto podemos concluir que
estamos ante una historia de amor que pudo haber sido pero nunca fue, hecho que
suele convertirse en una rémora adosada a las vidas de los afectados.
Dominique quedará marcado para siempre por esa experiencia inconclusa que contará en la madurez, frente a un anfitrión que lo visita en la apartada residencia rural, entre sus viñedos y el sonido del mar cercano adentrándose por la ventana, observando los ágiles movimientos de los petirrojos otoñales.
Dominique ha rehecho su vida, tiene esposa e hijos, jóvenes aún.
Pero cuando se retira a la soledad
de su escritorio, entre papeles desordenados y libros viejos, no deja de mirar
por la ventana con semblante perdido, escuchando el mar y mirando sin mirar a
los petirrojos. Y con el brillo de la melancolía en sus ojos, un frío
le recorre el cuerpo, por lo que anheló que fuese… pero nunca fue.