El arma en el hombre. Horacio Castellanos Moya
(1957, Tegucigalpa, Honduras)
Tusquets, 1ª edición 2001. Narrativa, 132 pp.
«Yo vivo una
realidad grosera, yo vivo una realidad cruda, fea, donde el crimen es el rey de
los valores, donde las peores características del ser humano rigen esa
sociedad. […] Busco un estilo que exprese esa realidad. Entonces no puedo tener
un estilo gongoriano, digamos, o un estilo barroco, para un par de tiros en la
cabeza; es decir, un par de tiros en la cabeza es BUM, BUM, BUM y ya»
Extracto de una charla pronunciada
por el escritor centroamericano Horacio Castellanos Moya.
Horacio
Castellanos Moya podría pertenecer a ese difuso club de los escritores de culto, si consideramos algunas
premisas que cumple, supongo que a su pesar.
A saber; tener un enorme talento
proporcional a la marginalidad en la que se encuentra su obra. Por tanto, ser
de la rara especie de autores que han sido encumbrados, no por el gran público
lector, para el que es poco más que una sombra, sino por sus propios colegas
escritores que han auspiciado el enorme talento de este salvadoreño. Por
ejemplo Roberto Bolaño, que definía a H. Castellanos así:
"Un
melancólico que escribe como si viviera en el fondo de alguno de los muchos
volcanes de su país"
Afortunadamente, sobre todo para
él, no cumple otro requisito que suele tener gran peso; estar criando malvas,
lo que parece dar bastante caché dentro del club.
En realidad comienzo así para
decir que no tenía ni idea de su existencia hasta hace cinco o seis meses.
Y por eso llegué
a esta obra de una forma laberíntica, que es como me gusta llegar a muchos
libros.
Era el que tenía que acabar en mis
manos a pesar de buscar otro muy distinto. Como refería, más o menos, el gran
Vila-Matas:
“El mejor libro
es el que está al lado del que buscabas”.
Curioseaba algo sobre literatura
latinoamericana, cosas por aquí y por allá. No sé cómo, pero me topé con una
entrevista al escritor y periodista colombiano
Santiago Gamboa Samper, de quien sabía por su labor periodística.
Ahí Samper revela haber leído, no
una, ni dos… sino tres veces “El arma en el hombre”, de un tal Horacio
Castellanos Moya, oriundo de Tegucigalpa, Honduras, aunque criado en el Salvador,
y por tanto protagonista en primera persona de la brutal guerrilla salvadoreña.
¡Joder! Musito, si Samper ha leído
tanto la novela de ese tío… como mínimo tengo que indagar sobre él. De nuevo tomo un derrotero
incierto, a ver que me encuentro.
Veo que Tusquets ha publicado
trabajos suyos.
Horacio Castellanos Moya… quien
dice no ver series televisivas ni nada por el estilo, ya que en su casa no hay
televisión desde hace la tira de años, ni estar en las consabidas redes
sociales.
Y en cuanto al libro me entero que
va de un despiadado sicario. Materia prima que, viniendo de donde viene
Castellanos Moya, debe de conocer bien.
Este asesino es el narrador, y de
su mano vamos a transitar por lo más escabroso de nuestra condición… eso impone,
y mucho:
«Los del pelotón
me decían Robocop. Pertenecí al batallón Acahuapa, a la tropa de asalto, pero
cuando la guerra terminó, me desmovilizaron. Entoncés quedé en el aire: mis
únicas pertenencias eran dos fusiles AK-47, un M-16, una docena de cargadores,
ocho granadas fragmentarias, mi pistola nueve milímetros y un cheque
equivalente a mi salario de tres meses, que me entregaron como indemnización.
(…)
Pero a la hora de
la desmovilización, cuando nuestros jefes y los terroristas se pusieron de
acuerdo, me tiraron a la calle. (…)
Nosotros éramos
el cuerpo de élite, los más temibles, quienes habíamos detenido y hecho
retroceder a los terroristas donde quiera que los enfrentábamos. (…)
Tuve ventajas. No
soy un campesino bruto, como la mayoría de la tropa: nací en Ilopango, un
barrio pobre, pero en la capital. (…)
Participé en las
principales batallas contra las unidades mejor adiestradas de los terroristas;
en las operaciones más delicadas, aquellas que implicaban penetrar hasta la
profundidad de la retaguardia enemiga. Nunca fui capturado ni resulté herido.
Muchos de los hombres bajo mi mando murieron, pero eso forma parte de la
guerra.
NO CONTARÉ MIS
AVENTURAS EN COMBATE, NADA MÁS QUIERO DEJAR CLARO QUE NO SOY UN DESMOVILIZADO
CUALQUIERA.»
No, desde luego que no lo es.
Un tipo que asume su “oficio” con
la misma rutina y sensación de normalidad que el vecino anodino, cuando se
levanta, se asea y sale de casa hacia un trabajo cualquiera, y se toma un café
en el bar de la esquina antes de la jornada, charlando de trivialidades con el
camarero.
Ese trasunto de normalidad para
quien sale de casa a matar personas, previo pago, me deja impactado.
Decía que H. Castellanos provenía
de un entorno en donde el asesinato y la violencia atroz son un paisaje
cotidiano. No podía embellecer la realidad buscando un lenguaje inexistente en
ese mundo. Es un escenario construido sobre la brutalidad humana y las palabras
lo dan forma, no puede ser de otro modo.
Pinta un cuadro que a todos nos
suena; países centroamericanos (de forma explícita aparece Guatemala, e
implícitamente el Salvador), que después de las guerras sufridas, también son asfixiados
por la corrupción, gobernados por dictaduras que fueron la personificación de
todos los sicarios a sueldo del país y, por supuesto, comparsas de los grandes
cárteles de la droga. Dirigentes que mantienen, con sueldos suculentos, a
cuadrillas de militares profesionales (escuadrones paramilitares) para aplastar
cualquier conato de insurgencia al régimen, aniquilar cédulas terroristas, o
simplemente quitarse de en medio a un político o personalidad que incomoda
demasiado.
Trabajan de forma rápida y contundente, si hay testigos, aunque sean
accidentales, los acribillan igual.
Nada nuevo bajo el sol. Mirad la
noticia que me encuentro hoy, 24 de febrero, en El País. Sustituimos policías
por militares y el suceso es un jodido calco del libro:
«Los escuadrones
de la muerte de Veracruz: la política sistemática de terror de la policía.
Toda la cúpula
policial del Estado mexicano ha sido detenida por actuar como un grupo paramilitar
que torturó e hizo desaparecer a al menos 15 personas»
Jacobo García
–Xalapa- 24 FEB 2018, El PAÍS
Sobre la violencia sin ambigüedades
en su obra, Horacio soltó una vez el tipo de frases que se te incrustan como un
hierro candente, es la misma que encabeza mi entrada, pero merece la pena
recordarla, es toda una declaración de intenciones:
«Yo vivo una
realidad grosera, yo vivo una realidad cruda, fea, donde el crimen es el rey de
los valores, donde las peores características del ser humano rigen esa
sociedad. […] Busco un estilo que exprese esa realidad. Entonces no puedo tener
un estilo gongoriano, digamos, o un estilo barroco, para un par de tiros en la
cabeza; es decir, un par de tiros en la cabeza es BUM, BUM, BUM y ya»
H. Castellanos ha conseguido
reflejar la total frialdad de “Robocop” a través de la prosa que destila el
personaje. Un lenguaje seco, contundente, el propio Robocop dice ser hombre de
pocas palabras. Un lenguaje sin el mínimo asomo de empatía, sin concesiones a
la candidez, brutal como es Robocop, pero a la vez un vocabulario sin histerias,
nunca forzado, precisamente por lo gélido de un personaje, que no pronuncia la
palabra “amor” ni una sola vez a lo largo de la narración.
En definitiva palabras que no
buscan ser complacientes con nada ni con nadie, que no ocultan la pretensión
dominante del “macho”, el machismo que impera sin miramientos en esta realidad
cruel. Éste, y no otro, ha de ser el lenguaje de Robocop, es la prosa que
maneja el escritor y posibilita que penetremos en la mente del protagonista:
«Los primeros días
fueron extraños. Tenía el dinero de la indemnización, pero no sabía que hacer.
Los contactos con mis compañeros estaban rotos. Me la pasaba tirado en el
camastro, haciendo nada, o en la tienda de la niña Cloe bebiendo cerveza.
También visitaba la Piragua, un burdel (…)
donde me fui involucrando con Vilma, una chaparra, de carnes firmes y con
enormes camanances. A la tercera vez que estuve con ella me pidió que le
pusiera un cuarto, para que luego del trabajo durmiéramos juntos, pero las
mujeres llevan la traición en el alma y no me iba a gastar mi poco dinero en
ella.»
Tal ardid estilístico me parece un
logro dificilísimo, a pesar de la aparente facilidad que transmite su
construcción. Ya se sabe que los buenos escritores hacen que un proceso
complicado se instale en la mente del lector con la apariencia de algo muy
sencillo. Consigue que te metas de lleno en un escenario que se presenta ante
ti como un bosque frío y cenagoso del que quieres escapar… pero algo te empuja
a explorarlo.
Y ese “algo” , esos “algos” que
tienen los mejores libros, resulta que no se hallan en el libro, sino dentro de ti.
Los libros son un atajo fascinante hacia los abismos de nuestro ser. Y éste te
abre en canal para desaguar las profundidades y ver que restos del detritus salen
al descubierto.
Robocop… vaya motecito para este
paramilitar reconvertido en sicario. Vamos a ver, tiene que ser ese apodo, a un
tipo que mide más de metro noventa, sobrepasa los cien kilos de peso y guarda
en casa varias armas de asalto, granadas y detonadores no le pueden llamar
Pocoyó .
Robocop no es ningún chapucero, es
un tipo metódico y minucioso, lo entrenaron para ello en bases secretas de su
país y el extranjero.
Cuando estaba al mando de un
escuadrón tenía que estudiar cada movimiento, cada detalle por insignificante
que parezca, de sus potenciales víctimas.
Si tenían que emboscar y aniquilar
a un jefe terrorista, o a un grupo entero de ellos, o al político fulanito
porque se salía de la hoja de ruta… no se podía dejar nada al azar.
Saber sus horarios, sus manías,
sus costumbres, sus fortalezas, sus debilidades…
O que menganito
lleva a su niña pequeña a la guardería a las siete y cuarto, a qué hora sale a
fumarse un cigarrillo asomado a la ventana. Información crucial para quien
pretende arrasar tu vida.
En un encuentro casual con un ex
compañero llamado Saúl, éste le comenta la posibilidad de unirse a una unidad
de asalto, hace falta ocuparse de algunos asuntillos turbios del mayor Linares,
importante oficial del ejército. Eso sí, unidad desvinculada de los “organismos
oficiales” pero… sufragada por los impuestos que recaudan. Robocop acepta,
claro:
“Saúl nos mostró una carpeta en la
que estaban los datos y las fotos de nuestro objetivo, David Célis, su seudónimo
era “comandante Milton”, pertenecía al más pequeño de los grupos terroristas,
se desempeñaba como diputado suplente, durante la guerra fue jefe en varias
zonas (…) de treinta y cinco años, casado (…), una hija de tres años, se movía
en su Datsun sin guardaespaldas (…) Establecimos sus rutinas, las cervecerías
donde le gustaba beber…
El tipo llegaba todas las mañanas,
de lunes a viernes, a eso de las siete y cuarto, a dejar a su hija en la
guardería. Viajaban solos, él y la niña. Al salir del auto el tipo la llevaba
tomada de la mano o la cargaba en brazos. Esa mañana, desde las siete y siete
minutos, estuve apoyado en un arbusto, a unos cinco metros de la entrada de la
guardería –con mis tenis y una cachucha de beibolista- concentrado en la
lectura del periódico; (…)
El tipo salió del Datsun, luego
abrió la puerta derecha para sacar a la niña, la tomó de la mano (…) me lo
acerqué por la espalda, le puse el cañón en el cerebelo y lo despaché. El tipo
no alcanzó a darse cuenta. Me retiré caminando a toda prisa (…)”
El personaje de Robocop,
magistralmente perfilado por Castellanos Moya, no hace ninguna alusión
posterior a la figura de la niña… la pequeña simplemente es una contingencia más
para Robocop, igual que lo es el Datsun, la niña y el vehículo están
equiparados en el mismo valor operativo. Nulo valor sentimental, máxima
eficacia en la ejecución.
Robocop está desconcertado por el
revuelo que su «operación limpia» ha montado en los noticieros y periódicos, se
trataba del primer jefe terrorista muerto tras el fin de la guerra:
“Las cosas habían cambiado. Unos
años atrás nadie hubiera dicho nada porque se liquidara a un terrorista, pero
ahora, con ese palabrerío de la democracia, tipos como yo encontrábamos cada
vez mayores dificultades para ejercer nuestro trabajo.” (…) los del FBI meterían
sus narices por todos los lados.
No tuve otra opción. Al día
siguiente partí hacia Guatemala."
Robocop es un depredador nato, nadie
ni nada, absolutamente nada, absolutamente nadie, ha de interponerse en su
supervivencia. Porque ahora se trata de sobrevivir. El Estado Mayor, una vez
aniquilados “los enemigos”, y firmado acuerdos de paz con los terroristas,
tiene que deshacerse a toda costa de sus escuadrones paramilitares.
Los
profesionales del asesinato han de reintegrarse a la vida civil, ¿buscar empleo
como vendedor de coches? A Robocop no le motiva, ni a la mayoría de sus
compañeros. Son bombas andantes, no saben salir por las calles sin estar
armados hasta los dientes. Pero Robocop no está preocupado, sabe que donde vive
no le va a faltar el trabajo para el que vale, en realidad el único que quiere. Y él es de los mejores.
Un par de llamadas a unos
contactos y mañana mismo ya es un sicario codiciado por quienes mueven el
cotarro, narcos poderosos, políticos y altos militares corruptos… le da igual, el caso es un sobre rebosante de
billetes, él es un matarife de élite, impasible, metódico, sin escrúpulos, despiadado, no un cualquiera de gatillo flojo,
de vuelta en su país:
"En la segunda misión hubo trampa:
no hicimos seguimiento ni comprobamos información, sino que de un momento a
otro se me ordenó que operara; y tuve que usar mi propia pistola. Estábamos
estacionados frente a la casa del objetivo, cuando llegó un auto y Saúl me dijo:
«ésa es la mujer, andá, metela a
la casa y la rematás; son las órdenes del mayor».
La
sorprendí en la cochera. Venía con sus dos pequeñas hijas. Creyó que era un
asalto: me entregó las llaves del auto y me pidió que no les hiciera daño. Les
ordené que entraran en la casa. Ella me dijo que podía llevarme lo que
quisiera, que por favor no las fuera a maltratar. Estábamos en la sala. Le
disparé una vez en el pecho y luego le di el tiro de gracia. Salí deprisa y
entré en el auto en el que me esperaban Bruno y Saúl.
La muerte
de esta mujer levantó más alboroto que el caso del comandante Milton o que las
capturas de Néstor y del Coyote. Los periódicos y los noticieros tronaron: era
una barbaridad el nivel que había alcanzado la delincuencia, cómo era posible
que se hubiera asesinado a una mujer de buena familia frente a sus pequeñas
hijas de manera tan infame, el gobierno debía de convertir este crimen en un
test que demostrara su firme decisión de erradicar la criminalidad.”
Una idea queda fija en mi cabeza,
Horacio Castellanos Moya no se ha inventado ningún mundo dentro de la novela.
Ese escenario está ahí afuera, en las calles de algún país centroamericano.
La
brutalidad de su prosa, la descarnada violencia de esta historia, con todo, no
puede hacer sombra a la espantosa realidad, la misma que ha respirado el propio
escritor. Y en la que se mueven todos los días "cientos de Robocops" mucho más
despiadados que el protagonista.
Robocops que, como tú y como yo, se levantan
cada mañana y se miran al espejo acicalándose, tal vez con cierto gesto de
aburrimiento, quizás de indiferencia, de quien afronta la rutina diaria. Matar.
Cierro sus páginas en un silencio
inquietante.
¿Un libro devastador?
Si nunca has visto un telediario, sí.
De lo contrario, lo de siempre…
«BUM, BUM, BUM y
ya»
Lo de siempre…