P. Castillo

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sábado, 24 de febrero de 2018


El arma en el hombre. Horacio Castellanos Moya (1957, Tegucigalpa, Honduras)

Tusquets, 1ª edición 2001. Narrativa, 132 pp.


«Yo vivo una realidad grosera, yo vivo una realidad cruda, fea, donde el crimen es el rey de los valores, donde las peores características del ser humano rigen esa sociedad. […] Busco un estilo que exprese esa realidad. Entonces no puedo tener un estilo gongoriano, digamos, o un estilo barroco, para un par de tiros en la cabeza; es decir, un par de tiros en la cabeza es BUM, BUM, BUM y ya»

Extracto de una charla pronunciada por el escritor centroamericano Horacio Castellanos Moya.



Horacio Castellanos Moya podría pertenecer a ese difuso club de los  escritores de culto, si consideramos algunas premisas que cumple, supongo que a su pesar.

A saber; tener un enorme talento proporcional a la marginalidad en la que se encuentra su obra. Por tanto, ser de la rara especie de autores que han sido encumbrados, no por el gran público lector, para el que es poco más que una sombra, sino por sus propios colegas escritores que han auspiciado el enorme talento de este salvadoreño. Por ejemplo Roberto Bolaño, que definía a H. Castellanos así:

"Un melancólico que escribe como si viviera en el fondo de alguno de los muchos volcanes de su país"

Afortunadamente, sobre todo para él, no cumple otro requisito que suele tener gran peso; estar criando malvas, lo que parece dar bastante caché dentro del club.

En realidad comienzo así para decir que no tenía ni idea de su existencia hasta hace cinco o seis meses.

Y por eso llegué a esta obra de una forma laberíntica, que es como me gusta llegar a muchos libros.
Era el que tenía que acabar en mis manos a pesar de buscar otro muy distinto. Como refería, más o menos, el gran Vila-Matas:

“El mejor libro es el que está al lado del que buscabas”.

Curioseaba algo sobre literatura latinoamericana, cosas por aquí y por allá. No sé cómo, pero me topé con una entrevista  al escritor y periodista colombiano Santiago Gamboa Samper, de quien sabía por su labor periodística.

Ahí Samper revela haber leído, no una, ni dos… sino tres veces “El arma en el hombre”, de un tal Horacio Castellanos Moya, oriundo de Tegucigalpa, Honduras, aunque criado en el Salvador, y por tanto protagonista en primera persona de la brutal guerrilla salvadoreña.

¡Joder! Musito, si Samper ha leído tanto la novela de ese tío… como mínimo tengo que indagar sobre él. De nuevo tomo un derrotero incierto, a ver que me encuentro.

Veo que Tusquets ha publicado trabajos suyos.

Horacio Castellanos Moya… quien dice no ver series televisivas ni nada por el estilo, ya que en su casa no hay televisión desde hace la tira de años, ni estar en las consabidas redes sociales.

Y en cuanto al libro me entero que va de un despiadado sicario. Materia prima que, viniendo de donde viene Castellanos Moya, debe de conocer bien.




Este asesino es el narrador, y de su mano vamos a transitar por lo más escabroso de nuestra condición… eso impone, y mucho:

«Los del pelotón me decían Robocop. Pertenecí al batallón Acahuapa, a la tropa de asalto, pero cuando la guerra terminó, me desmovilizaron. Entoncés quedé en el aire: mis únicas pertenencias eran dos fusiles AK-47, un M-16, una docena de cargadores, ocho granadas fragmentarias, mi pistola nueve milímetros y un cheque equivalente a mi salario de tres meses, que me entregaron como indemnización. (…)

Pero a la hora de la desmovilización, cuando nuestros jefes y los terroristas se pusieron de acuerdo, me tiraron a la calle. (…)
Nosotros éramos el cuerpo de élite, los más temibles, quienes habíamos detenido y hecho retroceder a los terroristas donde quiera que los enfrentábamos. (…)

Tuve ventajas. No soy un campesino bruto, como la mayoría de la tropa: nací en Ilopango, un barrio pobre, pero en la capital. (…)
Participé en las principales batallas contra las unidades mejor adiestradas de los terroristas; en las operaciones más delicadas, aquellas que implicaban penetrar hasta la profundidad de la retaguardia enemiga. Nunca fui capturado ni resulté herido. Muchos de los hombres bajo mi mando murieron, pero eso forma parte de la guerra.

NO CONTARÉ MIS AVENTURAS EN COMBATE, NADA MÁS QUIERO DEJAR CLARO QUE NO SOY UN DESMOVILIZADO CUALQUIERA.»

No, desde luego que no lo es.

Un tipo que asume su “oficio” con la misma rutina y sensación de normalidad que el vecino anodino, cuando se levanta, se asea y sale de casa hacia un trabajo cualquiera, y se toma un café en el bar de la esquina antes de la jornada, charlando de trivialidades con el camarero.

Ese trasunto de normalidad para quien sale de casa a matar personas, previo pago,  me deja impactado.

Decía que H. Castellanos provenía de un entorno en donde el asesinato y la violencia atroz son un paisaje cotidiano. No podía embellecer la realidad buscando un lenguaje inexistente en ese mundo. Es un escenario construido sobre la brutalidad humana y las palabras lo dan forma, no puede ser de otro modo.

Pinta un cuadro que a todos nos suena; países centroamericanos (de forma explícita aparece Guatemala, e implícitamente el Salvador), que después de las guerras sufridas, también son asfixiados por la corrupción, gobernados por dictaduras que fueron la personificación de todos los sicarios a sueldo del país y, por supuesto, comparsas de los grandes cárteles de la droga. Dirigentes que mantienen, con sueldos suculentos, a cuadrillas de militares profesionales (escuadrones paramilitares) para aplastar cualquier conato de insurgencia al régimen, aniquilar cédulas terroristas, o simplemente quitarse de en medio a un político o personalidad que incomoda demasiado. 


Trabajan de forma rápida y contundente, si hay testigos, aunque sean accidentales, los acribillan igual.

Nada nuevo bajo el sol. Mirad la noticia que me encuentro hoy, 24 de febrero, en El País. Sustituimos policías por militares y el suceso es un jodido calco del libro:

«Los escuadrones de la muerte de Veracruz: la política sistemática de terror de la policía.

Toda la cúpula policial del Estado mexicano ha sido detenida por actuar como un grupo paramilitar que torturó e hizo desaparecer a al menos 15 personas»

Jacobo García –Xalapa- 24 FEB 2018, El PAÍS

Sobre la violencia sin ambigüedades en su obra, Horacio soltó una vez el tipo de frases que se te incrustan como un hierro candente, es la misma que encabeza mi entrada, pero merece la pena recordarla, es toda una declaración de intenciones:

«Yo vivo una realidad grosera, yo vivo una realidad cruda, fea, donde el crimen es el rey de los valores, donde las peores características del ser humano rigen esa sociedad. […] Busco un estilo que exprese esa realidad. Entonces no puedo tener un estilo gongoriano, digamos, o un estilo barroco, para un par de tiros en la cabeza; es decir, un par de tiros en la cabeza es BUM, BUM, BUM y ya»

H. Castellanos ha conseguido reflejar la total frialdad de “Robocop” a través de la prosa que destila el personaje. Un lenguaje seco, contundente, el propio Robocop dice ser hombre de pocas palabras. Un lenguaje sin el mínimo asomo de empatía, sin concesiones a la candidez, brutal como es Robocop, pero a la vez un vocabulario sin histerias, nunca forzado, precisamente por lo gélido de un personaje, que no pronuncia la palabra “amor” ni una sola vez a lo largo de la narración.



En definitiva palabras que no buscan ser complacientes con nada ni con nadie, que no ocultan la pretensión dominante del “macho”, el machismo que impera sin miramientos en esta realidad cruel. Éste, y no otro, ha de ser el lenguaje de Robocop, es la prosa que maneja el escritor y posibilita que penetremos en la mente del protagonista:

«Los primeros días fueron extraños. Tenía el dinero de la indemnización, pero no sabía que hacer. Los contactos con mis compañeros estaban rotos. Me la pasaba tirado en el camastro, haciendo nada, o en la tienda de la niña Cloe bebiendo cerveza. 

También visitaba la Piragua, un burdel (…) donde me fui involucrando con Vilma, una chaparra, de carnes firmes y con enormes camanances. A la tercera vez que estuve con ella me pidió que le pusiera un cuarto, para que luego del trabajo durmiéramos juntos, pero las mujeres llevan la traición en el alma y no me iba a gastar mi poco dinero en ella.»

Tal ardid estilístico me parece un logro dificilísimo, a pesar de la aparente facilidad que transmite su construcción. Ya se sabe que los buenos escritores hacen que un proceso complicado se instale en la mente del lector con la apariencia de algo muy sencillo. Consigue que te metas de lleno en un escenario que se presenta ante ti como un bosque frío y cenagoso del que quieres escapar… pero algo te empuja a explorarlo.



Y ese “algo” , esos “algos” que tienen los mejores libros, resulta que no se hallan en el libro, sino dentro de ti. Los libros son un atajo fascinante hacia los abismos de nuestro ser. Y éste te abre en canal para desaguar las profundidades y ver que restos del detritus salen al descubierto.

Robocop… vaya motecito para este paramilitar reconvertido en sicario. Vamos a ver, tiene que ser ese apodo, a un tipo que mide más de metro noventa, sobrepasa los cien kilos de peso y guarda en casa varias armas de asalto, granadas y detonadores no le pueden llamar Pocoyó .

Robocop no es ningún chapucero, es un tipo metódico y minucioso, lo entrenaron para ello en bases secretas de su país y el extranjero.
Cuando estaba al mando de un escuadrón tenía que estudiar cada movimiento, cada detalle por insignificante que parezca, de sus potenciales víctimas.

Si tenían que emboscar y aniquilar a un jefe terrorista, o a un grupo entero de ellos, o al político fulanito porque se salía de la hoja de ruta… no se podía dejar nada al azar.

Saber sus horarios, sus manías, sus costumbres, sus fortalezas, sus debilidades…

O que menganito lleva a su niña pequeña a la guardería a las siete y cuarto, a qué hora sale a fumarse un cigarrillo asomado a la ventana. Información crucial para quien pretende arrasar tu vida.

En un encuentro casual con un ex compañero llamado Saúl, éste le comenta la posibilidad de unirse a una unidad de asalto, hace falta ocuparse de algunos asuntillos turbios del mayor Linares, importante oficial del ejército. Eso sí, unidad desvinculada de los “organismos oficiales” pero… sufragada por los impuestos que recaudan. Robocop acepta, claro:

“Saúl nos mostró una carpeta en la que estaban los datos y las fotos de nuestro objetivo, David Célis, su seudónimo era “comandante Milton”, pertenecía al más pequeño de los grupos terroristas, se desempeñaba como diputado suplente, durante la guerra fue jefe en varias zonas (…) de treinta y cinco años, casado (…), una hija de tres años, se movía en su Datsun sin guardaespaldas (…) Establecimos sus rutinas, las cervecerías donde le gustaba beber…

El tipo llegaba todas las mañanas, de lunes a viernes, a eso de las siete y cuarto, a dejar a su hija en la guardería. Viajaban solos, él y la niña. Al salir del auto el tipo la llevaba tomada de la mano o la cargaba en brazos. Esa mañana, desde las siete y siete minutos, estuve apoyado en un arbusto, a unos cinco metros de la entrada de la guardería –con mis tenis y una cachucha de beibolista- concentrado en la lectura del periódico; (…)

El tipo salió del Datsun, luego abrió la puerta derecha para sacar a la niña, la tomó de la mano (…) me lo acerqué por la espalda, le puse el cañón en el cerebelo y lo despaché. El tipo no alcanzó a darse cuenta. Me retiré caminando a toda prisa (…)”


El personaje de Robocop, magistralmente perfilado por Castellanos Moya, no hace ninguna alusión posterior a la figura de la niña… la pequeña simplemente es una contingencia más para Robocop, igual que lo es el Datsun, la niña y el vehículo están equiparados en el mismo valor operativo. Nulo valor sentimental, máxima eficacia en la ejecución.

Robocop está desconcertado por el revuelo que su «operación limpia» ha montado en los noticieros y periódicos, se trataba del primer jefe terrorista muerto tras el fin de la guerra:

“Las cosas habían cambiado. Unos años atrás nadie hubiera dicho nada porque se liquidara a un terrorista, pero ahora, con ese palabrerío de la democracia, tipos como yo encontrábamos cada vez mayores dificultades para ejercer nuestro trabajo.” (…) los del FBI meterían sus narices por todos los lados.
No tuve otra opción. Al día siguiente partí hacia Guatemala."

Robocop es un depredador nato, nadie ni nada, absolutamente nada, absolutamente nadie, ha de interponerse en su supervivencia. Porque ahora se trata de sobrevivir. El Estado Mayor, una vez aniquilados “los enemigos”, y firmado acuerdos de paz con los terroristas, tiene que deshacerse a toda costa de sus escuadrones paramilitares. 

Los profesionales del asesinato han de reintegrarse a la vida civil, ¿buscar empleo como vendedor de coches? A Robocop no le motiva, ni a la mayoría de sus compañeros. Son bombas andantes, no saben salir por las calles sin estar armados hasta los dientes. Pero Robocop no está preocupado, sabe que donde vive no le va a faltar el trabajo para el que vale, en realidad el único que quiere. Y él es de los mejores.


Un par de llamadas a unos contactos y mañana mismo ya es un sicario codiciado por quienes mueven el cotarro, narcos poderosos, políticos y altos militares corruptos… le da  igual, el caso es un sobre rebosante de billetes, él es un matarife de élite, impasible, metódico, sin escrúpulos,  despiadado, no un cualquiera de gatillo flojo, de vuelta en su país:

"En la segunda misión hubo trampa: no hicimos seguimiento ni comprobamos información, sino que de un momento a otro se me ordenó que operara; y tuve que usar mi propia pistola. Estábamos estacionados frente a la casa del objetivo, cuando llegó un auto y Saúl me dijo: «ésa es la mujer, andá, metela a la casa y la rematás; son las órdenes del mayor».

La sorprendí en la cochera. Venía con sus dos pequeñas hijas. Creyó que era un asalto: me entregó las llaves del auto y me pidió que no les hiciera daño. Les ordené que entraran en la casa. Ella me dijo que podía llevarme lo que quisiera, que por favor no las fuera a maltratar. Estábamos en la sala. Le disparé una vez en el pecho y luego le di el tiro de gracia. Salí deprisa y entré en el auto en el que me esperaban Bruno y Saúl.

La muerte de esta mujer levantó más alboroto que el caso del comandante Milton o que las capturas de Néstor y del Coyote. Los periódicos y los noticieros tronaron: era una barbaridad el nivel que había alcanzado la delincuencia, cómo era posible que se hubiera asesinado a una mujer de buena familia frente a sus pequeñas hijas de manera tan infame, el gobierno debía de convertir este crimen en un test que demostrara su firme decisión de erradicar la criminalidad.”

Una idea queda fija en mi cabeza, Horacio Castellanos Moya no se ha inventado ningún mundo dentro de la novela. Ese escenario está ahí afuera, en las calles de algún país centroamericano. 

La brutalidad de su prosa, la descarnada violencia de esta historia, con todo, no puede hacer sombra a la espantosa realidad, la misma que ha respirado el propio escritor. Y en la que se mueven todos los días "cientos de Robocops" mucho más despiadados que el protagonista. 

Robocops que, como tú y como yo, se levantan cada mañana y se miran al espejo acicalándose, tal vez con cierto gesto de aburrimiento, quizás de indiferencia, de quien afronta la rutina diaria. Matar.

Cierro sus páginas en un silencio inquietante.

¿Un libro devastador?

Si nunca has visto un telediario, sí.

De lo contrario, lo de siempre…

«BUM, BUM, BUM y ya»

Lo de siempre…





viernes, 16 de febrero de 2018


La necesidad del arte. Ernst Fischer (Austria, 1899-1972)

Ediciones Península, 1973. Traducción de Jordi Solé Tura. Arte, ensayo, 270 pp.






“Todo arte verdadero ha invocado siempre una humanidad que todavía no existía.”

Más adelante regresaré a este fragmento.



La reflexión del pensador austriaco Ernst Fischer en torno a la cuestión que abre el ensayo “La necesidad del arte”, me ha resultado apasionante.

Ya el propio autor, marxista convencido, fue un intelectual deslumbrante. No hay más que repasar la red; “filósofo, político, escritor y periodista bohemio-checo de expresión alemana que vivió en Austria”.

Ministro de Educación en Austria, con el gobierno de Karl Renner. Figura destacada del Partido Comunista, que lo acabaría expulsando por oponerse a la invasión de Checoslovaquia perpetrada por la URSS.

Como doctor en filosofía fue un prestigioso teórico en el estudio de la Estética. Sus ensayos sobre arte, sobre todo pintura, música, cine, poesía y novela, fueron un referente en su época, de gran influencia no solo entre sus contemporáneos, también en escritores más recientes. Por ejemplo John Berger, afirmando que en parte debe su libro “Fama y soledad de Picasso” a la obra de Fischer, de quien se considera un entusiasta lector. Ratifico que el pintor malagueño tiene una presencia importante en este ensayo que presento, magníficas las palabras de Fischer sobre el Guernica.

Es innegable el peso de la utopía en su pensamiento, pues se ha curtido con las enseñanzas del socialismo utópico de Marx; es decir, la visión de una sociedad realmente libre sin la dominación de clases.

Bajo el ideal de esta visión final, Fischer va analizando y penetrando en el significado del arte. Su viaje comienza en el pasado más remoto, entre sonidos rítmicos de la naturaleza, piedras, unas manos hábiles para trabajarlas y, sobre todo, unos ojos ávidos de curiosidad por registrar el mundo y convertirlo en palabra, en figura, en imagen y en música, como hacía su adorado Mozart.




Y va pasando revista en una serie de capítulos, por citar algunos:


-Los instrumentos
-El lenguaje
-El poder de la magia
-El arte y la sociedad de clases
-El romanticismo
-El impresionismo
-El naturalismo
-Simbolismo y misticismo
-Giotto
-Brueghel
-Alienación
-El nihilismo
-El realismo socialista
-El mundo y el lenguaje de la poesía
-La música
-La deshumanización

Y omito varios igual de interesantes.


Dicho esto, el concepto de alienación marxista: «el proletario, desde el punto de vista capitalista, no es una persona en sí misma sino una mercancía», es una problemática que Fischer también traslada al arte de su tiempo. El arte ha perdido su sentido de unidad con el mundo para convertirse en objeto comercial producido en masa.


¿Necesitamos el arte?

Es evidente que quien sí lo necesita, en primera instancia, es el propio artista, pues sin tal necesidad no hay creación que valga.

Además es una pregunta que abre un debate de plena actualidad. Todos habremos asistido estos días a la polémica suscitada por determinados colectivos que, al fragor del movimiento “Me Too” y necesario donde los haya, exigen la revisión y retirada de algunas obras de arte, no ya modernas, sino de cualquier periodo, por considerarlas denigrantes hacia la mujer. Y esto último me parece un auténtico disparate abanderado por un puritanismo trasnochado, no conviene mezclar las cosas.

Regreso a la pregunta. Supongo que para todos los que estamos leyendo esto, la tentación de decir SÍ a las primeras de cambio es grande. Pero el arte siempre fue asunto escurridizo, una de esas viejas incognitas cuya definición nunca se termina de consensuar en su ya larga historia. Intuimos la necesidad de algo (el arte) sin saber muy bien qué es eso, lo que tiene su miga…



Dichas impresiones conectan con las primeras líneas del libro:

“ «La poesía es indispensable, pero me gustaría saber para qué.» Con esta encantadora paradoja Jean Cocteau resumió la necesidad del arte y, a la vez, su dudosa función en el mundo burgués contemporáneo.» ”

Quizás nuestro reparo inicial para responder con seguridad tenga que ver con el halo mágico, por tanto volátil, que ha envuelto al arte desde sus inicios. Esa “magia” es la fuente original, formada por la particular visión de los brujos y chamanes que pretendían aplacar el miedo de la tribu y dar un sentido de unidad y cohesión a su clan, cuando afuera de la cueva todo era caos, viviendo en el desafío de comer y ser comidos. Terrible dualidad.

El arte, por supuesto, expone y nos sitúa frente a nuestras paradojas. Vamos con una buena. El sentido de unidad tribal que conseguía el brujo mediante lo ritual, y demás parafernalia e invocaciones a vaya usted a saber qué… (todo ello es la “primera magia”), pertenece a la esencia inicial del impulso artístico, un incitador remoto a modo de “gen creador” que ha permanecido inalterable en el tiempo.

Un primitivo e íntimo deseo de unidad que no deja de estar ahí, y sin embargo vemos hoy, cuando ya no hacen falta brujos para calmarnos en el estruendo de la tormenta, como el artista y su trabajo son también la expresión del individualismo más radical, la soledad del creador encumbrada a los altares. El artista hace muchísimo que huyó de la tribu. Pero es el clan quien alimenta su íntimo deseo de crear.

En el fondo pinta un cuadro, o escribe un poema para ser uno con el mundo, aunque la idea se presente como una posibilidad de abandonarlo, habitar otra realidad.



Una fijación que el filósofo austriaco nos ilustra con la actitud de Flaubert para afrontar su obra:

(…) en realidad, su aparente imparcialidad equivalía a un odio colosal contra la sociedad burguesa en general. (…)

El resultado fue una desilusión total sobre los seres humanos, sobre la humanidad:

«La inmutable barbarie de los hombres me produce un tremendo dolor… la inmensa aversión que siento por mis contemporáneos me lleva hacia el pasado…»

Lo único que queda es esto:

«Para el artista no hay más que una cosa: sacrificarlo todo al arte. Debe ver la vida como un medio y nada más, y la primera persona que debe rechazar es él mismo… La tierra tiene límites, pero la estupidez de la gente es ilimitada.» 

La consecuencia de esta actitud es la desesperanza, la profunda desesperación de madame Bovary: intenta refugiarse en un mundo soñado de histeria romántica, pero el medio en que vive se niega a concederle la libertad y la estrangula con una cruel determinación." 

No puede escapar, el artista lleva sellado en el alma un pacto de armonía, igual que lo tenían sus hermanos de la caverna, con todo lo bello y lo atroz que ofrece, ofrecía, la vida fuera de la cueva. Eso está ahí.




El argumento de la huida en la obra del artista nos lo deja Fischer en varios lances del ensayo, por ejemplo:

"El tema de la huida reaparece constantemente en este proceso de desocialización del arte y la literatura. (…)

Hemingway revela la técnica de esta huida de la realidad con especial claridad en las quince narraciones de In Our Time.

Entre las diversas narraciones intercala breves párrafos en los que recoge los acontecimientos catastróficos de nuestra época –guerra, asesinatos, torturas, sangre, terror, crueldad, todo lo que los oscurantistas modernos intentan apartar diciendo que «la historia no tiene sentido»; las narraciones consisten en una serie de incidentes sin importancia ni contenido, que ocurren al margen de lo que realmente mueve al mundo; al mismo tiempo, este «AL MARGEN», este «MÁS ALLÁ», se considera la única existencia real.
Una de las narraciones, de gran contenido poético presenta al personaje, Nick, plantando su tienda de campaña, solo en la noche:

«Arregló su campamento. Ya estaba instalado. Quedaba lejos de todo. Era un buen sitio para acampar. Había encontrado el lugar preciso. Allí estaba su hogar… Afuera estaba muy oscuro, había más luz en la tienda.»


En cierto sentido (…) refleja también la filosofía del hombre que huye de la sociedad. Enciérrate en tu tienda de campaña, lejos del mundo. Ninguna otra salida vale la pena. El mundo es oscuro. Entra en la tienda. Hay más luz dentro."



¿Y qué dice Fischer sobre la gran pregunta? pero antes veamos como expone la situación de su época (y la de ahora…):

Ulrich, el «hombre sin atributos» (novela de R. Musil), señala que en el pasado «era más fácil que hoy tener conciencia de ser hombre». Cree que en la actualidad la responsabilidad «tiene su centro de gravedad no en el ser humano sino en las relaciones entre objetos…» Y en otro lugar habla de: «… La sequedad interior, la pavorosa mezcla de atención por los detalles y de indiferencia por el todo, el inmenso abandono del ser humano en un desierto de detalles…»

Un fantasmagórico anonimato lo envuelve todo. Los nombres abreviados de las grandes empresas y organizaciones son como jeroglíficos utilizados por alguna fuerza misteriosa. El individuo se enfrenta con máquinas enormes, incomprensibles, impersonales cuyo tamaño y poder le revelan toda su impotencia. ¿Quién decide? ¿Quién está a cargo de todo? ¿A quién podemos dirigirnos en busca de justicia y ayuda? Éstas son las preguntas que se plantean una y otra vez en El proceso y El castillo, las grandes obras de kafka. (…)

La burocracia es un elemento esencial en la alienación del hombre respecto a la sociedad. Para el burócrata no hay relaciones humanas; solo hay archivos, es decir, objetos. El hombre se convierte en una ficha. Un hombre muerto se identifica con un número de índice. Ni siquiera cuando el hombre es personalmente acusado y juzgado pasa a ser persona, no es más que un «caso».



Y entonces Fischer afirma lo siguiente para decir; sí, claro que lo necesitamos:

En un mundo en que la concentración del poder es tan enorme y en que el funcionamiento de este poder es tan oscuro, muchas personas se inclinan a creer que su decisión personal no cuenta para nada, y capitulan, por tanto, ante el «destino». (…)

Si la salvaguarda de la paz es la gran tarea común –y todo parece indicarlo-, el arte socialista no debe concentrar su atención únicamente en los países socialistas, sino que debe hablar al mundo entero y aportar así una contribución esencial al arte universal. Las obras de Gorki, Maiakovski, Isaac Bábel, Tolstoi, Eisenstein y Pudovkin tienen una significación inmensa para un vasto público no socialista, y viceversa, Chaplin, De Sica, Faulkner, Hemingway, García Lorca y Yeats, son muy apreciados en los países socialistas. Pertenecemos a sistemas sociales diferentes, nuestros objetivos y nuestras ideas son distintos, pero vivimos, en definitiva, en el mismo mundo. Y nuestro mundo tiene necesidad de de literatura rusa y de la norteamericana, de la música rusa y de la francesa y la austríaca, de las películas japonesas y de las italianas, británicas y soviéticas. Tiene necesidad de los modernos pintores mexicanos y de henry Moore, de Bretch y de O´Casey, de Chagall y de Picasso. La lucha política entre los dos sistemas continuará. Pero la condición es que se desarrolle en la paz y no en la guerra. Una de las grandes funciones de la literatura y el arte contemporáneo consiste en que los hombres de uno y otro lado no hablen ya en el vacío sino que comprendan los problemas, los fines y los deseos recíprocos. (…)

«De acuerdo –puede decir mi invisible oponente- Usted ha dicho que la misión del arte consiste en ayudarnos a nosotros, criaturas semihumanas, fragmentarias, miserables (…) a ser personas. Pero ¿qué ocurre cuando la sociedad garantiza por sí misma una vida verdaderamente humana? Todo arte verdadero ha invocado siempre una humanidad que todavía no existía. Cuando la hayamos alcanzado, ¿de qué servirá la magia fáustica?»



Las preguntas de este tipo están inspiradas por la esperanza ingenua -o por el temor- de que el progreso humano alcanzará algún día su objetivo final: la felicidad universal, la realización de todos los sueños, el cierre del ciclo de la historia. Pero cuando se llegue a esta fase no habrá terminado más que la prehistoria de la humanidad; el hombre no será condenado jamás a la inmovilidad sino que seguirá desarrollándose. Siempre querrá ser más de lo que puede ser, siempre se revelará contra los límites de su naturaleza, siempre luchará por superarse, siempre aspirará a la inmortalidad. Si el deseo de ser omnisciente, omnipotente, universal llegase a desaparecer algún día, el hombre dejará de ser hombre. Siempre tendrá, pues, necesidad de la ciencia para arrancar a la naturaleza el máximo número de secretos y de privilegios. Y siempre tendrá necesidad del arte para sentirse bien no solo en su propia vida sino en aquel sector de la realidad que su imaginación le dice que todavía no domina. (…)

El arte no desaparecerá mientras no desaparezca la humanidad.”

Y a mí me surgen preguntas.

¿Quién necesita entender el mundo?

¿Por qué uno quiere volar a millones de años luz de aquí?

¿Acaso no están los mismos brujos en otra estrella lejana? ¿Tratando de calmar a su clan en esa oscuridad infinita donde flotan los planetas?

Bien mirado desde donde estoy, a ras del suelo, aquello lejano y extraño de allá arriba es un grandiosa obra de arte, pero esa se ha fugado incluso del tiempo, la luz de las estrellas viaja sin nuestro pasado, presente y futuro. Viaja.



Quizás no haya más sentido en todo esto que buscar un sitio con la mirada a donde escapar, y a su vez nosotros seamos mirados como posibilidad habitable por algún artista sideral. Todos sueñan con un mundo que no les pertenece, y se lanzan poesías al viento para que vuelen lo más lejos posible, elevándose hacia una inmensidad tan extraña que todos sus astros podrían caber en un poema, y gravitan en un espacio sin formas sobre el fondo, y sin fondo sobre las formas.



Aunque yo leí otro libro que decía no haber huida más remota y solitaria que al interior de uno mismo…