P. Castillo

Safe Creative #1802170294390

jueves, 23 de abril de 2015

DÍA DEL LIBRO, MADRID.
Instantáneas callejeras...

Calle Princesa.









Plaza de los Cubos.






Calle Cea Bermúdez.




Calle Gran Vía.













Plaza Callao.
































Ciudad Universitaria.




Y, por supuesto, mi recompensa, dos libros por cinco euros... nada para tanto gozo caminante.




Mi hija en uno de sus rincones favoritos de casa.



Reportaje realizado por Paco Castillo. Cámara Canon Power Shot xs 400 IS y Smart phone  Sony xperia.
















miércoles, 15 de abril de 2015

Todo se desmorona. Chinua Achebe.






Hace tiempo, por el 2007, mencioné este libro en otro blog que tenía. Es un título que estuvo descatalogado varios años y era difícil encontrarlo. Debolsillo, la editorial, lo volvió a reeditar hace relativamente poco, creo que en 2012, no estoy seguro. Lo cierto es que tuvimos un encuentro fortuito en La Casa del Libro, en una de esas visitas que hago de Pascuas a Ramos.
Fue una grata sorpresa toparme con mi viejo amigo Chinua Achebe (Nigeria, 1930 - Boston, 2013) y me pareció indecoroso abandonar el libro a su suerte, así que decidí darle el calor familiar que merecía.
No pude evitar, hace unos meses, volver a su cautivadora lectura.

A la eterna sufridora, África, casi siempre le ha puesto voz Europa y, en menor medida, Los Estados Unidos. Veamos un clásico memorable:

¡¡¡ YUYU WANA PACHI PACHI  ANCAGUA !!!
(Permítaseme la transcripción sonora literal, una licencia sin más)

Esta es la voz, entre otras, que Los Estados Unidos, en las películas de Tarzán, puso a los africanos. ¡Con dos cojones! (Y perdón por el exabrupto, si no lo digo reviento).
Y por aquí:

“Yo soy aquel negrito del África tropical ♫♫

Un gran paso para África, un pequeño paso para la humanidad.
No miento si afirmo que gran parte de lo poco que sabemos de África no ha sido contado por africanos.

¿Se puede ver, fotografiar, dibujar con palabras? Si. ¿Cómo? Siendo un gran escritor, y se puede comprobar en Chinua Achebe leyendo “Todo se desmorona”.
Para recrear ese universo visual hay que ser un habilísimo escultor de metáforas, si se me permite la expresión.

“(…) la fama de Okonkwo había crecido como un incendio en el bosque cuando sopla el harmatán.”

“Okoye, que había hablado hasta entonces de una forma normal, dijo la siguiente media docena de frases en proverbios. Los igbo valoran muchísimo el arte de la conversación y los proverbios son el aceite de palma con el que se comen las palabras.”

Los africanos son, tal vez por su cercana relación con la naturaleza, magníficos artesanos y con las palabras hacen lo mismo, recrear imágenes, sugerir texturas, transmitir olores, aromas, etc.

Por tanto, abrir las páginas de este libro es palpar las arrugas del tiempo en los rostros de los ancianos del clan, es observar ensimismado el crepitar de la hoguera mientras una madre relata cuentos a los pequeños. Es estar en África.

Decía M. Kundera que un relato se construye a partir de unas pocas palabras, esenciales, y desde ahí va creciendo.
En este libro resuenan las reminiscencias de palabras como Tierra, Lluvia, Miedo, Primitivo, Ritual, Violencia, Orgullo, Calor, Libertad, Mito, Leyenda, Hechizo, Ingenuidad, Fuego, Brisa, Muerte…
En la novela, desde un punto de vista omnisciente, aunque intercalando las voces en primera persona de los protagonistas, se narran los avatares de un legendario guerrero llamado Okonkwo perteneciente a la tribu de los igbo, desde sus relaciones con el clan tribal, el exilio impuesto por la asamblea de la aldea y, finalmente, su retorno a la tribu donde vive la experiencia de la llegada del colono occidental... y ya nada será igual. El ritmo de la narración es tan vivo como lo es la desbordante naturaleza del continente.
Okonkwo es un ser orgulloso y violento, suele resolver las desavenencias familiares a golpes que reparte entre sus mujeres y su hijo varón, actitud que incluso le reprochan otros hombres de la tribu, aunque son pocos los osados. No hay concesiones al sentimentalismo en el retrato que hace Chinua Achebe, sin embargo entrelaza con sutileza la parte sensible oculta bajo el semblante del guerrero, es en presencia de su hija Ezinma, por la que siente un profundo cariño no siempre visible, cuando logra aplacar su violencia y observamos a un hombre acompañado de sus miedos, como todos.

Con esta obra Chinua Achebe se sumerge en la profundidad de sus raíces para mostrar una parte de la realidad africana tal cual es, como la ve un africano, lejos de las sandeces que sobre su tierra se han dicho tantas veces. Tuvo la valentía de alzar la voz y romper el silencio resignado de quienes se han sentido perdedores. Por tanto había que escucharle, hablaba la pluma de todo un continente dolido.
No en vano las obras de este escritor africano, tan admirado por Wole Soyinka, mitigaron a Mandela mientras estuvo privado de libertad.
Chinua Achebe:
"Estaría muy satisfecho si mis novelas
(especialmente aquellas que ubico en el
pasado) simplemente enseñaran a mis
lectores africanos que su pasado, con todas
sus imperfecciones, no fue únicamente una
larga noche de salvajismo de la cual los
europeos, actuando en nombre de Dios, los
han salvado"
Este es el gran valor de la novela, que yo pueda saber lo que un africano quiso decir a los suyos, los principales destinatarios de su mensaje.

martes, 7 de abril de 2015

El arte de la novela. Milan Kundera.




Milan Kundera, con exquisita educación, me conminó a compartir un rato juntos, ¿quién osaría rechazar semejante deferencia?
Poco tiempo ha transcurrido desde mi cita con Stephen King, un tipo simpático, de hecho, con un guiño cómplice, me dijo: ven, acompáñame “Mientras escribo”.
Sí, también estoy hablando de M. Kundera, se puede hablar de la noche aludiendo al día.
(Lector-eterno escritor, casi todos nosotros, si ya estás pensando en marcharte vete casi al final, está lo que buscas).
Seducido por su verbo cercano e incapaz de sustraerme al poder que irradia en las distancias cortas, acepté con entusiasmo la invitación de este americano larguirucho.
Después de recoger algunas libretas y bolígrafos en su destartalado escritorio, nos fuimos a su taller para mostrarme la “caja de herramientas” (así mismo la nombra) con la que construye sus libros, paso a paso, con el mono de trabajo, iba colocando un ladrillo tras otro, un poco de cemento por aquí, un corte de serrucho por allá. Afirmó que de ese taller podría salir una catedral. No me mostró tal edificio construido, pudo, más no era su propósito. Como reza el antiguo proverbio chino, no quiso darme el pescado sin antes enseñarme a pescar.
Por cierto, sonaba un grupo de heavy metal como música de fondo. (En la primera página del libro te deja clarito que forma parte de un grupo de rock, con otros amiguetes escritores).
Si, pasamos un rato divertido, él con su pinta de yanqui, en bermudas, camiseta con logotipo universitario.  
Nos echamos unas risas repasando varios episodios de su vida, más literaria que sus libros, uno no puede desasirse de la piel de escritor.
Fin, cerré el libro y la cita se acabó.
Con anterioridad a este encuentro había sucedido otra cosa, todo muy diferente, los acontecimientos de un lado y de otro ocurrieron sin solución de continuidad y costaba asimilar lo vivido.
Ahora sí, Milan Kundera.
Me agasajó invitándome a presenciar un concierto de la Orquesta Sinfónica de Praga. Pues nada, a ponerme un traje de etiqueta. Escuchamos una sonata de Chopin, aquella cuyo tercer movimiento es la marcha fúnebre, una de sus favoritas según propia confesión. (Iba para músico, y te lo hace saber en su libro, de hecho utiliza la composición musical en la estructura de sus novelas, ahí es nada).
En un ambiente de tal solemnidad la conversación solo podía acabar en el Kàvarna Slavia, el histórico Café donde solían reunirse Rilke y su admirado Kafka.
Todo acontecía bajo una atmósfera de romántica decadencia, y cada palabra de M. Kundera encerraba en sí misma la grandeza y la miseria de nuestra existencia, no en vano, me confesó con voz circunspecta:
“La novela se basa ante todo en algunas palabras fundamentales”
Cada frase suya resonaba en la conversación como un eco que retornaba las voces de Shakespeare, de Cervantes, a quien atribuye, junto a Descartes, no ya la creación de la Novela Moderna, también la de la Edad Moderna. ¿Ingenuo al otorgar tal poder a la literatura? No lo sé… yo estaba apabullado ante tamaño arsenal literario desplegado. Habría que revisar mucho.
Y pensaba, ¿pero me hablará de su vida para entender su obra? ¿Algo significativo de su niñez o juventud?
Viendo la trascendencia que tomaban sus impresiones, seguro que no. Además, eslavo, con una notoria influencia de la cultura centroeuropea, sincero admirador de sus compatriotas Kafka y Broch, a los que no se cansa de nombrar, y también de otros próximos como Musil, Gombrowicz, o eternamente agradecido a Rabelais, Diderot (adora su “Jack el fatalista”), Flaubert, Proust, Tolstoi, Dostoievski, Sterne y algunos más.
Así que este hombre de profunda raíz cultural bohemia… ¡qué coño me iba a hablar de él, de algún asunto cotidiano!
Alguien así elevaría las murmuraciones de un pastorcillo, ante el acoso de un mosquito, a las más altas instancias filosóficas. Pero confesarme, pues…que los viernes tiene la manía de escribir en chanclas con la persiana bajada… nada de eso. (¡Algo muy parecido me dijo S. King que hacía!)
Señor M. Kundera, acérquese a mi oído, despacito… ¡sí eso nos mola mucho a los lectores! Chssss, tampoco lo vaya pregonando, que siendo cierto, hacemos como si no lo fuera.
En esos asuntos tan terrenales mejor un yanqui como S. King.
M. Kundera es más etéreo. S. King no quiso mostrarme la catedral sin haber puesto los primeros ladrillos.
M. Kundera no hacía más que mostrármelas preciosas, erguidas con todo su esplendor, me hablaba de la obra desde su totalidad. S. King me ponía un ladrillo en la mano para llegar a la aguja final.  
Pero este checo afrancesado, de portentosa retórica, percibía desde las alturas que mi traje de etiqueta me quedaba cada vez más grande y ante la vaga sospecha de convertirme en una burda pantomima de Gregor Samsa, hasta desaparecer bajo el traje con aspecto de escarabajo, se dignó en complacerme, un poco, (y de cabeza a las odiosas comparaciones, que molan) :
M. Kundera;
 “No obstante creo que existe algo más profundo que asegura la coherencia de una novela: la unidad temática.”
Las construyo desde siempre a dos niveles: en un primer nivel, compongo la historia novelesca; y, por encima, desarrollo los temas. (… ) Cuando la novela abandona sus temas y se contenta con narrar la historia, resulta llana, sosa.

S. King:
“A mi modo de ver, todos los relatos y novelas constan de tres partes: la narración, que hace que se mueva la historia de A y B (…)
La descripción, que genera una realidad sensorial para el lector. Y el diálogo, que da vida a los personajes a través de sus voces.
Te preguntarás donde queda la trama. La respuesta es que en ninguna parte. Desconfío de los argumentos por dos razones, la primera es que nuestras vidas apenas tienen argumento, por muchas precauciones sensatas y planes de futuro que hagamos. La segunda es que considero incompatibles el argumento y la espontaneidad de la creación auténtica.
Para mí el esquema argumental es el último recurso del escritor. La historia que nazca tiene muchas posibilidades de quedar artificial y forzada. Me fío mucho más de la intuición (…)”

M. Kundera:
“Metáfora. No las quiero si no son más que un ornamento. Y no pienso tan solo en clichés, “La verde alfombra en un prado”, también en Rilke: “Su risa rezumaba de la boca cual heridas purulentas”.
Pero me parecen irremplazables para aprehender (…) la inasible esencia de las cosas, situaciones, personajes. Mi norma, pocas metáforas y que sean puntos luminosos.”

S. King:
“Tengo cierto gusto por la metáfora. El uso del símil y otros recursos del lenguaje figurado es uno de los grandes placeres de la narrativa, tanto para el escritor como para el lector.
Cuando una metáfora no funciona el resultado es penoso (...)
El símil zen es una trampa del lenguaje figurado, la más habitual (y repito que suele ser por falta de lectura) es caer en el tópico. “Era hermosa como un sol”, no me hagas perder el tiempo. Hace poco leí en una novela que prefiero no nombrar: “Se quedó sentado al lado del cadáver, impasible y aguardando al forense con la misma paciencia que si esperara un sándwich de pavo”. Cerré el libro y no seguí leyendo.”

Una cosilla, me había olvidado, a vosotros, futuros traductores y/o editores de M. Kundera, aquí, en petit comité... ya podéis afinar con sus libros, si es que aún vive, no os pasará ni una:

"Una vez cambié a un editor sólo porque intentaba cambiar mis punto y coma en comas"

Uff… tanto bis a bis literario, embalado de un libro a otro, me ha dejado exhausto, de ahí está boutade. Bueno, no perdáis el tiempo y coged aquello que os interese, presumo que no será mucho.