El viajero bajo el resplandor de
la luna. Antal Szerb (Hungría, 1902-1944)
Ediciones del Bronce, 1ª edición
año 2000. Traducción de Judit Xantus. Ilustración de la cubierta por G. Vicente
para la revista Hojas Selectas (1921), 240 páginas
Un
gran libro leído en un pésimo momento.
He
entrado y salido de esta novela infinidad de veces por diversos motivos
extraliterarios, provocando que la sintonía con la novela tuviera grandes
altibajos. Sin embargo se ha impuesto la lógica, un libro brillante acaba
venciendo cualquier resistencia, afortunadamente.
Por anteriores experiencias lectoras, podría decir que la prosa de los autores centroeuropeos destila una elegancia innata, incluso puede que más contenida en sus escarceos sentimentales, en relación a sus homólogos meridionales. También es una escritura sobre la que a menudo parece posarse un velo de pesadumbre, de angustia existencial.
Elegancia
estilística y cierto pesimismo vital se ensamblan perfectamente en la obra de
grandes escritores centroeuropeos, como el que nos ocupa, sin olvidar a Kafka,
Zweig, Elias Canetti o Milan Kundera, por citar algunos autores de dicha
geografía que he leído, y siempre encuentro en ellos esa dimensión metafísica sobre el sentido de
la vida, tanto es así que a veces tengo la impresión de que se entregaban a
tales pensamientos de manera obsesiva.
Aunque
señalo todo lo anterior con cierta prudencia, cuidándome del estereotipo, pero
algo de eso hay, sin duda.
A
decir verdad, no parecían faltarles razones.
Baste
señalar el trágico final de Antal Szerb, miembro de una familia judía
convertida al catolicismo, el escritor siempre estuvo en el punto de mira de
los antisemitas, era consciente del peligro que corría en Hungría, fue
un intelectual, de los más brillantes que tuvo el país en el s. XX, muy
comprometido con la realidad social húngara.
Rehusó marcharse pese a las amenazas y acabó deportado
a un campo de concentración. Allí fue apaleado hasta la muerte.
Fotos de Antal Szerb. http://konyves.blog.hu
El viajero bajo el resplandor de la luna… por favor,
¡qué titulazo!
Foto, Paco Castillo
Qué
poderío pueden tener unas pocas palabras para desear con vehemencia adentrarte
en las páginas de un libro, de explorar ese territorio, inicialmente virgen,
que configura su trama, luego la exploración podrá ser más o menos afortunada,
pero ese canto de sirena oculto bajo el título es irresistible y sucumbes.
La
huida de sí mismo, fugarse de una existencia preescrita y escapar hacia la vida
que uno anhela íntimamente, es un tema literario recurrente. La originalidad
que en ese sentido pueda aportar la novela de Szerb, es lo que pretendo
esclarecer a continuación.
Veamos
primero la sinopsis de contraportada:
“Mihály,
vástago inadaptado de una familia burguesa de Budapest, a sus treinta y seis
años llega a Italia en luna de miel. Casi sin querer, abandona a su flamante
esposa en una estación de ferrocarril y comienza un itinerario, tan disparatado
como onírico, haciendo resurgir en su memoria la nostalgia y la rebeldía de una
juventud perdida, feliz y dolorosa, que tratará de conjurar con la intuición de
una vida más intensa y secreta.
El entusiasmo por la belleza y el fervor del
deseo, matizado por un cierto escepticismo refinado e irónico, caracterizan a
un héroe siempre desplazado que combina la sutileza de un bromista inteligente
con la ternura de un poeta que se está descubriendo así mismo. Se trata de una
novela de aventuras, de amor, de viajes por la Europa de entreguerras, en la
que late la pasión por el conocimiento, y que indaga las claves que revelan el
misterio del mundo y de cada ser humano.”
Los
primeros pasajes de la novela transcurren con laxitud, como si adoleciese de
cierta tensión narrativa. Sin embargo, Szerb ha dosificado sabiamente el ritmo,
y todo se aboca hacia un final con una fuerte carga emocional, la historia va
creciendo en intensidad como una bola de nieve que termina arrasándote.
El
viaje va discurriendo según lo previsto para este matrimonio húngaro. Mihály y
su mujer, Erzsi, algo más joven, muy culta, con una admirable erudición en
disciplinas como la historia y el arte. Posee una elegancia natural que la
confiere un notable atractivo, pero ambos estiman mucho la discreción.
Mihály,
aunque hombre instruido también, no tiene unos conocimientos tan amplios como
ella, circunstancia que no le incomoda, al contrario, mientras su mujer le va
describiendo las obras de arte en su periplo por Italia, él disfruta observando
todo ese esplendor sin someterlo al escrutinio intelectual que su esposa le
sirve en bandeja, simplemente se deleita mirando a su alrededor sin el absorbente
trabajo de conceptualizar nada.
En las
primeras páginas ya constato una evidencia, no tiene que ver tanto con la trama,
aunque también, como con el escritor; Szerb ha tenido que viajar con detenimiento
por Italia, conoce profundamente su historia, su arte, su arquitectura, y
denota su admiración en esos pasajes… por aquí van desfilando escenarios tan
esplendorosos para una novela como Roma, Venecia, Florencia, Perugia, Bolonia
Trieste, Siena, etc.
Por
tanto, el carácter más psicológico de la narración, que brota de las magníficas
conversaciones entre Mihály y su esposa, o las que él mantiene con los
peculiares personajes que va encontrando en esa suerte de extravío físico y
existencial de un lugar a otro, tiene
como marco privilegiado la descripción de bellos enclaves en Venecia,
Florencia, Roma… esto supone un contrapeso ideal resuelto magníficamente por
Szerb.
En el
ambiente distendido de las piazzas, acomodados en las terrazas de los
cafés, conversa el matrimonio. Mihály irá revelando a Erzsi ciertos episodios
de su infancia, de su “turbia” adolescencia, sobre todo de sus peculiares
amistadas juveniles, amigos que dejarán una huella profunda en su carácter.
Destacan los hermanos Ulpius, Eva y Tanos Ulpius. Tanos, siempre rondando con el
acto del suicidio en su mente. Lo paradigmático del asunto es que Tanos no tanteaba esta posibilidad por hastío
existencial o depresión, nada de eso, solo le provocaba placer sentir en sus
manos el poder de inmolarse, poner fin a sus días al servicio de un gran ideal…
¿Cuál? ¿La belleza de la juventud? ¿morir hermoso e incólume? Ni él mismo lo
sabía. Sus sermones mortuorios a Mihály tenían un efecto seductor sobre él, y
su voluntad no pocas veces estaba apunto de anularse ante el carisma del amigo
suicida.
Eva,
la enigmática, bella e inadaptada Eva, será el amor nunca confesado, ni
siquiera a ella, de Mihály.
Atrás
quedan esos tiempos. Mihály es un tipo peculiar, nada más recalar en Italia, no
pierde la ocasión de deambular solitario por las calles durante horas, sin
desear la compañía de su atractiva esposa. Es por ello que Erzsi le invita a
conversar relajadamente en los cafés, quiere sonsacarle algún misterio o trauma
pasado que pudiera aclarar el incomprensible proceder, teniendo en cuenta que
son recién casados. Mihály se presta a
conversar con ella sin perturbarse, sosegadamente va hablando de esto, de
aquello, etc, etc. Ese carácter algo pusilánime de Mihály llega a exasperar a
Erzsi, desubicada con la actitud de su esposo.
Sin
embargo, un hecho repentino, fruto del caprichoso azar, supondrá un punto de
inflexión en la novela.
En un
transbordo que hacen en Florencia para cambiar de tren y proseguir viaje a
Roma, Mihály se despista y toma por equivocación otro tren con dirección
opuesta, hacia Perugia… pensando que simplemente se ha introducido en el vagón
de cola, se entretiene mirando el paisaje, hasta que cansado se sienta en el
primer aposento que ve, y el sueño lo atrapa. Despertará llegando a la ciudad
equivocada.
Sale
del tren y camina unos pasos sin saber a donde. Después del estupor inicial
ante la confusión y a medida que la calma va tomando el relevo… se pregunta a
sí mismo; ¿volver a tomar el tren hacia Roma y reencontrarme con mi esposa?
Está
bien, pero… ¿deseo hacerlo?
¿Realmente
estoy en la ciudad equivocada?
¿Y si
la equivocación era estar en la ciudad pactada, siguiendo el itinerario fijado,
con la persona prevista?
¿Y si
todo eso es lo ficticio, y este extravío, aunque no deliberado, se ajusta a la
verdad íntima que llevo incubando tantos años?
La
respuesta es… que no vuelve.
No
regresa a todo lo que estaba pactado.
A
partir de aquí empieza un peregrinaje de lo más caótico, irá de un pueblo a
otro, sin rumbo fijo, sin hoja de ruta, hasta que se le vaya agotando su dinero,
y casi su lucidez.
"Caminaba
por los montes. Vagaba entre pequeños pueblos de montaña, cuyos habitantes se
comportaban de manera tranquilizadora: no le perseguían. Le aceptaban como a un
turista loco. Sin embargo, si un ciudadano cualquiera le hubiese visto al tercer
o cuarto día de su huida, no le habría tomado por turista, simplemente por
loco. No se afeitaba, no se lavaba, no se quitaba la ropa para dormir, huía sin
parar. En su interior, también se había mezclado todo de una manera caótica,
allí, entre las líneas bien definidas y austeras de aquellos montes crueles,
entre aquella soledad, en aquel abandono más allá de lo humano. No había en su
mente ningún propósito, ni el más mínimo resquicio de ello, solamente sabía que
no había marcha atrás. (…)
Los
médicos constataron, más adelante, que la fiebre nerviosa se debía al
agotamiento. No era de extrañar: Mihály se había estado agotando sin parar
durante quince años. Se estuvo agotando por intentar ser otra cosa distinta de
lo que en realidad era, por esforzarse en
vivir como se debía y como otros esperaban de él, en vez de vivir como él
deseaba. Su último y más heroico esfuerzo había sido su matrimonio." (p.77)
Pero
la excitación por haberse liberado de muchas imposiciones le mantiene en el
camino.
Encontrará
a personajes singulares. Mihály refleja en el semblante esa despreocupación por
su suerte, errante al más puro estilo bohemio, que le hace parecer seductor y carismático
a quienes se encuentra, aunque a él le trae sin cuidado presentarse como una
especie de saltimbanqui encantador…
Está siempre ensimismado, desorientado
tratando de bregar con sus cuitas internas, sobre todo convencerse así mismo de
que nunca deseó su matrimonio, pese a ser Erszy una mujer admirable, anhelada por
todos los hombres, ni tampoco trabajar en los negocios de su padre, como sí lo
hacen el resto de hermanos… ni siquiera está seguro de querer regresar a un
lugar como Budapest, duda que se acrecienta cuando pasea meditabundo por la
hermosísimas ciudades italianas, o pequeñas poblaciones, que le salen al paso.
Me
llama mucho la atención que Szerb, apoyado en su personaje Mihály, no pierda
ocasión de establecer un agravio comparativo entre Budapest, también Hungría, y
las deslumbrantes ciudades italianas, su vitalidad mediterránea, su luz intensa
y el carácter sencillo y abierto de sus gentes… en contraposición todo se torna
oscuridad para Budapest y Hungría en tal careo literario. Al carácter amistoso
de los italianos opone la naturaleza sombría y esa concepción de la vida
profundamente metafísica de los húngaros. Mihály quire dejarse llevar por el
viento, que el vino italiano transforme la melancolía de existir y las
disquisiciones ante el mañana… por vivir simplemente, aquí y ahora.
Toda
la historia será un épico combate de
Mihály con sus demonios, caminando sin destino señalado, como ese
antihéroe romántico que es, convertido en un adefesio que avanza secretamente guiado
hacia la belleza, ya se manifieste en alguna mujer viajera solitaria como él,
amante del arte y del vino, en alguna antigua leyenda veneciana, en una oculta
arquitectura colonizada por la hiedra, en una escultura, o pintura, u obra
literaria que vaya rememorando por el simpar trayecto que traza de manera tan
hilarante.
“Siena
era la más bella de todas las ciudades italianas que Mihály había visitado. Era
más bella que Venecia, más bella que la noble Florencia, y más bella que la
dulce Bolonia, llena de pórticos. Quizás en parte le pareciese más bella que
las demás ciudades porque no estaba con Erzsi, porque ya no estaba cumpliendo
con la parte oficial de su viaje (…), y había llegado a esta ciudad por
casualidad (p. 98).”
Al
final solo queda vivir como todos tienen que vivir… o seguir soñando una vida
como nadie la vive.
Memorable mensaje nos lega Szerb y su “Mihály” al concluir que, por supuesto, no desvelaré, como tampoco se desvela la vida, solo se vive… ¿no?
Fotos Paco Castillo