P. Castillo

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martes, 24 de septiembre de 2019


La masa arenosa…

Foto, Paco Castillo. Esta mañana.


Por la mañana estuve leyendo al raso, ya os comenté esta forma de disfrutar la lectura. El campo tiene su narrativa, presta a ser leída, pero se hace observando.

Iba absorto en las “Investigaciones sobre la Belleza Ideal”, un ensayo del jesuita y erudito Esteban de Arteaga (Segovia, 1747 - París, 1799) . Lo de erudito no es una floritura mía, ir a este enlace y veréis. 


Foto, Paco Castillo. Investigaciones sobre la Belleza Ideal. Esteban de Arteaga.

Llegado el momento me detendré más sobre el libro. Por lo demás, muy apropiado para estos periplos campestres:



“La belleza ideal, según Arteaga, es el modelo perfecto que el artista imagina en su mente después de haber observado en la naturaleza diferentes objetos de la misma clase de aquel que quiere representar, y que, posteriormente, aspira a plasmar en una obra de arte, (…)”



Fuente: http://dbe.rah.es/biografias/8091/esteban-de-arteaga




Foto, Paco Castillo. Con August Strindberg 


El caso es que se me cruzó una libélula y me sacó de mi ensimismamiento, cuando estaba ojeando una nota a pie de página, unas impresiones de Sade



Foto, Paco Castillo. Investigaciones sobre la Belleza Ideal. Esteban de Arteaga, (esta mañana).



De repente la libélula se posó en el suelo, a 3 o 4 metros por delante de mí, frente a frente, sin darme la espalda, o el dorso (si ella lo prefiere).

Capté el mensaje, de algún modo y sin palabras, solo con gestos, me estaba diciendo:

Yo, ahora mismo, te estoy leyendo. Puedes hacer lo mismo conmigo, léeme si te place.


Libélula. Foto, Paco Castillo. Esta mañana.

Y nos leímos mutuamente, qué gozada fundirnos en la lectura...

Así que cesé mi movimiento sin brusquedad, cerré suavemente el libro, y saqué mi cámara para guardar nuestro encuentro.

Pude hacer un par de fotos, en el preciso instante de terminar la segunda se alejó fuera de la senda, rauda con ese aleteo caprichoso y anárquico.

Yo continué mi rumbo.

Foto, Paco Castillo. Investigaciones sobre la Belleza Ideal. Esteban de Arteaga, (esta mañana).


Si me la vuelvo a encontrar me gustaría conocer sus teorías sobre la anarquía, ya que tiende a salirse del camino, y teniendo en cuenta que observa el mundo, su mundo, con ojos de libélula, ojos compuestos, me intriga sobremanera su respuesta.

Ojos compuestos tiene nuestro visitante alado, ya sabéis (aunque yo no lo sabía), esas estructuras llamadas omatidios.


Ojos compuestos de libélula, formados omatidios. http://beatrizmayoral.blogspot.com/2013/09/los-ojos-de-la-libelula.html 


Omatidios de crustáceo. https://es.wikipedia.org/wiki/Omatidio



De los cuales nuestra amiga voladora va sobrada hasta decir basta, poseé 30.000, lo que significa que su visión es mucho más eficaz, o extensa,  que la del Tribunal Constitucional, pongamos por caso, pues tiene muchísimos menos omatidios. Bueno,  pensemos que el asunto es mejorable, no pasa nada. Sí, tiene omatidios, no hemos inventado nada...



Ya digo que me entusiasmaría conocer sus respuestas sobre algunas de mis incertidumbres…

“Las libélulas emplean la ilusión óptica para acechar a otros insectos”

"Una ilusión óptica es cualquier ilusión del sentido de la visión que nos lleva a percibir la realidad de varias formas."

Pues sí, me complacería conocer de su propia experiencia como es eso de percibir la realidad de varias formas.

Cuando los políticos se empeñan en imponernos su visión de la realidad, que casi nunca coincide con las otras... las que surgen a pie de calle, o a ojo de libélula.

Pediría a la libélula que hiciesen una jornada de puertas abiertas en El Congreso de las diputadas Libélulas, y ver como ahí se discute sobre realidades, y no se impone la idea de una realidad en la que pocos ciudadanos se ven reflejados.

He llegado a mi casa. Me siento junto al ordenador, quiero ver esas fotografías y captar  la morfología de la libélula con mayor nitidez.



Libélula. Foto, Paco Castillo. Esta mañana.



Pero, lo que son las cosas, ha captado más mi atención la tierra sobre la que se posaba el insecto.

Sí, el suelo, esa masa informe de color parduzco palidísimo, como la tierra enferma sedienta de lluvia que es.

Resulta que, en detalle, esa masa arenosa sin lustre, un tanto amorfa, anodina, indiferenciada… se presenta con innumerables partículas brillantes, variables en sus formas, únicas, peculiares, especiales.

No, no somos una masa arenosa… me consta que eso era lo que quiso comunicarme la libélula.

Sí, la próxima vez que nos encontremos quiero que me explique sus teorías, sobre la anarquía en general ,o la anarquía de sus alas desiguales (Libélula, nombre científico Anisoptera, del griego νισος ánisos 'DESIGUAL' y πτερόν pterón 'ALA').

Y por supuesto, quiero que me habrá las puertas de su parlamento, que se erige sobre una tierra compuesta de incontables partículas brillantes, precisas, distinguibles, valiosas. Únicas.



Foto, Paco Castillo. Tierra, esta mañana, ya otoñal...

jueves, 19 de septiembre de 2019


Poema del Cid (año 1200, anónimo). Versión y prólogo de Francisco López Estrada (Barcelona, 1918 – Valencia, 2010).
Libro, Castalia Ediciones, 2012. Páginas, 138.


Foto, Paco Castillo, 2019.


Mi intención era venir aquí con Auden y su “Iconografía romántica del mar”. Pero tendrá que esperar al siguiente turno, cuestión de unos detalles.


 Foto, Paco Castillo. Asturias, 2019

No obstante, tengo sentados en el banquillo a una serie de reservas que serían titulares indiscutibles en cualquier equipo, prestos a saltar al terreno de juego y darlo todo. Qué bien me ha venido el fútbol siendo tan poco futbolero.

Me ha gustado volver al Cid, esta vez ha sido con más hondura, pero dudo si con más asombro, seguramente no.

Me explico, lo leí muy jovencito pero no os extrañéis, fue en serie juvenil  de la Colección Historias Selección, editada por Bruguera y que aún conservo junto a otros títulos.


Foto, Paco Castillo,2019



Por aquel entonces me deslumbró ese señor tan valiente, montado a lomos de su caballo blanco, Babieca.


Puesto que en cantares se divide este extraordinario Poema del Cid, vamos a ambientar la época con su música, una preciosa cántiga del trovador portugués João Soares de Paiva (1140).










Y seguro que acabaré por leerlo en estilo teatral, me atrae mucho la idea. Y para ello tengo esta tragicomedia que escribió uno de los grandes dramaturgos que ha tenido Francia, junto con Molière y Racine, no es otro que Pierre Corneille.

Aireo a Corneille de mis estantes. Foto, Paco Castillo

No sé muy bien por qué, pero el ocaso primaveral me incitó a encarar este Poema, a pocos días de ceder su cetro, cuando el calor del inminente verano ya se había hecho amo y señor de la situación, y aliado con la sequía derrotó sin miramientos a los últimos verdores que resistían con más pena que gloria… 


Foto, Paco Castillo, 2019.

Se ve que es la misma épica, el enfrentamiento encarnizado entre la primavera y el verano posee una “narración” que se acopla perfectamente a la historia del Cid, se escenifica el mismo drama de la Naturaleza en el libro. Quizás esa fuera la llamada a leerlo.

Foto, Paco Castillo, 2019.


Así pues, de la exuberancia verdosa en mis paseos por la primavera moribunda apenas hay rastro. Me salen al paso los esqueletos de algunas adormideras (amapolas blancas se las suele llamar). Ahí tenéis sus osamentas.

 Foto, Paco Castillo, 2019.

Abajo en el esplendor de su reinado… viendo lo de arriba, el tiempo siempre acaba ganando la partida, no hay más.


Adormideras (amapolas blancas), foto, Paco Castillo, 2019



Unas flores muy ricas en opio, sustancia que brindaba la evasión del mundo terrenal a Thomas de Quincey , quien sabe desde que “confines” escribiría “Confesiones de un fumador de opio”, siempre buscó la creatividad más libre en esos sueños opiáceos .



Leyendo a Thomas de Quincey, allá por el 2015, foto de Paco Castillo.


Pero ahora solo contemplo de estas amapolas sus tallos hirsutos y carentes de savia, inequívoca señal de la brutal contienda con las avanzadillas estivales… de las milicias lisérgicas no hay más que unos restos marchitos, como aquellos almorávides que caían en la lucha con el Cid y sus aliados.

“Así les hablaba el Cid    como vais a oír contar:

-Todos salgamos afuera,    que nadie se quede atrás,
sino dos peones solos,    para la puerta guardar.
Si morimos en el campo,    en el castillo entrarán;
Si vencemos la batalla,    las riquezas crecerán.

(…)

Tanta lanza allí veríais hundir,    y bien pronto alzar,
Tanta adarga en aquel caso    romper y agujerear;
Tanta loriga desecha    de parte a parte pasar,
Y tanto blanco pendón   rojo de sangre quedar,
Y tantos caballos buenos   sin sus dueños allí andar.
Los moros gritan: ¡Mahoma!   ¡Santiago!, la cristiandad.

En poco espacio allí caen   mil trescientos moros ya.




Incluso en la serenidad del campo resuenan los ecos de mil batallas. Es nuestro sino, llevamos el fragor de las guerras atronando en nuestro ser desde tiempos remotos, nuestra historia está jalonada… no de vencedores y vencidos, nada de eso, solo de perdedores. Los que hubo. Y los que aún hay en los polvorines del mundo. Siempre se pierde.



De aquellos verdores campestres estas "Llanuras de Fuego"

como escribiera el magnífico y entrañable Fernando Namora, un color de oro cegador y engañoso como un espejismo sahariano.

Fotos, Paco Castillo, 2019

No queda otra, hay que acomodar el espíritu a las tonalidades triunfadoras, igual que nos acercamos a éste o aquel libro según el ánimo que nos rige en el momento.


Se palpa la pasión y el cariño de Francisco López Estrada (Barcelona, 1918-Valencia, 2010) por esta literatura tan vigorosa y actual, escrita en el año 1200.

Hay que matizar un dato, Rodrigo Díaz de Vivar, hombre de carne y hueso, pues existió, en el cual se inspira este cantar de gesta nació 150 años antes, los estudiosos sitúan su nacimiento en torno a 1048, parece ser que en Vivar (posteriormente Vivar del Cid), localidad burgalesa, pero sin pruebas concluyentes.

"El Poema o Cantar de Mio Cid se divide en tres cantares, que narran las acciones de guerra y las vicisitudes políticas y familiares de Rodrigo (Ruy) Díaz, en tiempos de la Reconquista, durante el último cuarto del siglo XI. Según datos históricos comprobados, por cotejos de crónicas cristianas y musulmanas, Ruy Díaz, llamado por los moros Cidí o Mío Cid ("mi señor"), y por moros y cristianos el Campeador (de Campis doctor, esto es, excelente en el campo de batalla), nació en Vivar, cerca de Burgos, en 1043, y murió en Valencia en 1099."


                                 Fotos, Paco Castillo, 2019

López Estrada ha hecho un laborioso trabajo adaptando la prosa al lector corriente de hoy, legos como yo, más allá de los filólogos y estudiosos de la materia que rastrean como sabuesos la singladura de una palabra hasta llegar al origen, a veces singular, otras de lo más trivial.

No sé hasta que punto me seduciría leer con la lupa del erudito, puede que sea una experiencia extenuante… pero no nos engañemos, con esta afirmación solo trato de camuflar mi ignorancia al respecto y disimular cierta envidia.

¿Y qué me aporta una obra del año 1200 como lector del S.XXI?
No generalizo la pregunta a un lector general… yo no sé como son los demás, suficiente tengo ya con ir descubriéndome yo.

Me procura conocimiento. Es obvio, es un conocimiento que fecunda con éxito cuando uno asume como propia la conciencia de otra época, de otras gentes, y vislumbras el recorrido ético y moral que atraviesa, lo que me permite vivir la lectura como una experiencia gozosa.

¿Y qué veo?

Lo corta que es la distancia. Por aquel entonces y ahora... siempre hay un enemigo con el que luchar, y si no lo hay haremos lo posible para que surja.

La fuerza del enemigo derrotado da la medida del poder que ostentan los victoriosos.

Pocas cosas entusiasman más al ser humano que exhibir su fortaleza frente al resto. Es así desde que morábamos en las cavernas hasta nuestros días, intrínseco a nuestro ser, como si estuviera determinado genéticamente.

                    Leyendo el Poema del Cid. Fotos, Paco Castillo, 2019

En el Poema del Cid están los enemigos extranjeros, y los que son de casa, de tu misma estirpe.

Los enemigos de casa son aquellos que, siendo cristianos, arremeten contra la virtud cristiana; la lealtad, la fidelidad a tu señor, la obediencia, la dignidad frente a la codicia, todo ello muy presente en el Cid Campeador, el héroe en el que se refleja el buen cristiano.

Hay que castigar a los que pretenden deshonrar este código de conducta, a los que osan faltar al Todopoderoso, que dicen aquellas gentes. Los Infantes de Carrión, con su codicia y cobardía, escenifican su propia  deshonra como cristianos.

Los enemigos de fuera son los infieles, los adoradores de Mahoma, los almorávides, la amenaza a los valores cristianos.

La verdad del cristianismo ha de prevalecer, los impuros  (los moros) han de ser aniquilados, o expulsados a sus lejanos feudos.
Es una visión del mundo en combate contra otra.

Eso está claramente recogido y sintetizado en una línea del fragmento que hay por arriba:

 Los moros gritan: ¡Mahoma!   ¡Santiago!, la cristiandad.


En el Poema del Cid se exhibe este poder de los ganadores. No se ilustra blandiendo las espadas brillantes al aire. Es el triunfo de una moral y sus valores, la Cristiana, frente a otra, la Musulmana, el culto infiel que conviene depurar.

Así que habíamos comenzado por la agonía de la primavera, dejo su cruel destierro para acompañarme de otro no menos angustioso, el sufrido por El Cid, o don Rodrigo Díaz de Vivar, contado en el Poema.

-Oídme mis caballeros, os diré yo la verdad.
A menguar pronto comienza quien se queda en un lugar.
Mañana por la mañana, en seguida a cabalgar;
Dejemos estos lugares y sigamos más allá (…)


¿Y no ha de ser así?

¿No se ve uno empequeñecido cuando se clava en el terruño,  y mira los días pasar desde su almena?

¿No va uno sintiendo que se encoje a medida que el mundo parece expandirse?

Ésta y tantas obras antiguas se prestan gustosas al tamiz si nos apetece extraer un mensaje del presente. Solo hay que saber detectar su potencial entre líneas.

Es obvio que el presente necesita regresar una y otra vez al pasado para afianzar su significado actual, su sentido.



Ignoro por quien tomaría hoy partido el Cid Campeador. Tal vez fuese tentado por los de Vox, y accediese a su propuesta; plantarse frente a la valla… o al muro (dicen que lo construirían) de Ceuta y Melilla, espada en ristre y disuadir a las “hordas extranjeras” que pretenden adentrarse en el reino.




Quizás considerase la oferta de esos que dicen ser socialdemócratas, o de izquierdas, y erigirse en espadín contra esa reminiscencia del feudalismo que es la derechona.

Yo, como soy muy ingenuo, lo contemplaría seguido del pueblo llano, vitoreándolo, todos a una Fuente Ovejuna, hacia el objetivo final, derrocar al Parlamento, ajusticiar a los corruptos y devolver al pueblo lo que nunca debieron robarle, empezando por sus esperanzas.

En cualquier caso, no vengo yo a aconsejar esta lectura, tampoco dejo de hacerlo, pero… ¿Se puede recomendar un color para mirarlo, un estado de ánimo para leer?

Uno no tiene que forzar la alegría si la bruma otoñal le sume en la melancolía, del mismo modo que uno no debe claudicar al desasosiego circundante si en su seno cunde el entusiasmo vital.

Os dejo con unas golondrinas que surcaban el cielo, mientras yo leía las lagrimas del Cid.


También marcharon las golondrinas, a su destierro, dejando el silencio de su ausencia.



No hay nadie que se libre del destierro, desde que abandonamos la infancia estamos condenados a sufrirlo...

domingo, 8 de septiembre de 2019


¡Al carajo con Schopenhauer!


Con Schopenhauer… seguramente escogería estar junto a esa “fiera” que en compañía de sus semejantes. Foto, Paco Castillo.

El arte de conocerse a sí mismo. Arthur Schopenhauer (Gdansk, 1788 - Fráncfort del Meno, Reino de Prusia, 1860)



Filosofía Alianza Editorial, 2009. Edición, introducción y notas de Franco Volpi. Traduccion de Fabio Morales. 132 páginas.




No, no me he enfadado con Schopenhauer. Es otra cosa, de esas que me pasan en mis caminatas.


A pesar de ser etiquetado como un cascarrabias de tomo y lomo, y más pesimista que Ciorán, a mí no me cae antipático.

Ya he frecuentado otros escritos del autor, somos viejos conocidos. El origen de esa amistad hay que buscarlo en la Facultad de Filosofía, en la  Complutense madrileña.

Aclaro que no me formé en esta disciplina. Sin embargo necesitaba matricularme de asignaturas complementarias para licenciarme de lo mío, Ciencias de la Información, os la muestro.


Allá por enero de 2016, visitando mi antigua "facu", con Adan Kovacsics (Guerra y lenguaje). Foto, Paco Castillo.


Me apetecía hacerlo fuera de mi ámbito. Por comodidad de fechas, dentro de los estudios que barajaba, la primera elección fue un cuatrimestre en el pintarrajeado edificio de Ciencias Políticas, una etapa muy interesante, también enigmática… pues en los pasillos costaba identificar a los rostros estudiantiles, siluetas fantasmales bajo la espesa cortina de humos flotantes, cuya gama de olores era francamente variopinta, si acaso con cierto predominio de las notas herbóreas…  


Paseo con Schopenhauer. Foto, Paco Castillo.

Acabé y raudo acudí a la Facultad de Filosofía (estuve en un tris de estudiarla), encontrando una opción que colmaba mis expectativas. Era un curso que se impartía durante otro cuatrimestre sobre Schopenhauer, dirigido por Carlos Javier González Serrano, joven profesor y persona encantadora, toda una eminencia en el filósofo alemán. Fue un periodo enriquecedor y muy ameno asistiendo a sus clases, las recuerdo con mucho agrado. Carlos tiene un blog excelente (no lo tengo en mi lista por una incidencia técnica), El vuelo de la lechuza.



Foto de Paco Castillo.


Un saludo, amigo Carlos.









Schopenhauer. Fotos, Paco Castillo.

Deberíais probar a leer en el campo si no lo habéis hecho,  paseando sin prisa. Con frecuencia me entrego a ello (no hay más que echar un vistazo por el blog).

Un libro breve como éste te lo ventilas en dos buenas caminatas. Pero es una liturgia que requiere un procedimiento peculiar.

Leo unos pasajes y cierro el libro. Aparto la mirada de las letras y la fijo en lo que me rodea. Esto es especialmente provechoso si lees poesía y filosofía.

Descartes, lo leo con frecuencia, es un buen refugio cuando se avecina la tormenta… Seguro que hubiese suspirado satisfecho ante el rasgado y hermoso horizonte, a Descartes le interesaba mucho la meteorología. Foto, Paco Castillo.

Señalaba que eso de leer al raso tiene su atractivo. Siempre te encuentras con algo precioso y preciso para ser el punto de partida, una lanzadera para divagaciones de lo más peregrinas. Es la manera de filosofar con uno mismo más fructífera que conozco, aunque, ¿quién querría hacer algo así?

Foto, Paco Castillo, 2019

A veces puedo estar 15 minutos sin abrir el libro, observando lo que me encuentro por el camino, pero lo leído sigue levitando en mi mente, hasta que el paisaje y las letras se funden, se abrazan. Se leen entre ellos, el paisaje lee a los poetas, o a los filósofos, y éstos, a su vez, leen al paisaje.


El arte de conocerse a sí mismo. Arthur Schopenhauer. Fotos, Paco Castillo.



Schopenhauer aludía a su complicidad con Chamfort en unas líneas (ver foto superior). Claro, se junta el hambre con las ganas de comer.





"El público está gobernado tal como razona (...)." Sugerente Chamford... Fotos, Paco Castillo.


Decía por arriba que se genera una conversación entre el paisaje y  los poetas y filósofos, un intercambio mutuo de impresiones.

Luego me lo cuentan a mí.


El arte de conocerse a sí mismo, Schopenhauer. Foto, Paco Castillo.

De nuevo abro el libro, al azar, me gusta hacerlo sin orden ni concierto cuando de filosofía y poesía se trata.




Rimbaud me acompañó alguna tarde primaveral. Foto, Paco Castillo.

Miro en los enormes pinos centenarios y las encinas, no tanto en las copas como en los troncos. Esta es la razón.


Caparazones de chicharras. Fotos, Paco Castillo.

Caparazones, parecen divinidades del Antiguo Egipto bañadas en oro.

Caparazones de chicharras que se llevará la lluvia, o el viento. Las vidas van por un lado y aquello que las recubría por otro. Son como nosotros. Lo que otros nos ven por fuera va en una dirección. Lo que llevamos dentro y no se ve va por otra.

Los vientos son unos arqueólogos callados, pues van descubriendo presencias mudas cuando soplan y se las arrancan a la nieve o a la tierra, o a los troncos cubiertos de musgo, y allí quedan las reliquias a la vista. 

Un abrazo más allá del tiempo. Foto, Paco Castillo.



No sé a donde iría a parar esta pareja de novios. Se habrán subido al viento. Por lo visto  han iniciado su luna de miel. Pero olvidaron las maletas de piel, doradas, bonitas. Ahí, en un andén del tronco. Son afortunados, viajar juntos sin equipaje…

Reanudo la marcha. Me acerco y miro con detenimiento a los árboles buscando los destellos de otras “maletas”, cotilleando a ver que recuerdos olvidaron en su interior, esparcidos con bolitas de naftalina.

Abro el libro y miro algo que leer ante dicho descubrimiento. Hallo lo que deseaba.


Con Schopenhauer y una chicharra que sigue estando sin estar. Foto, Paco Castillo.

Continúo por los senderos. Dentro de nada empezarán a esquivarme los murciélagos. Condenados, ¿cómo harán esas acrobacias?


Murciélago. Foto, Paco castillo.

Pero lo mejor estaba por venir.



Había llegado a esta carreterilla, en donde los atascos los provocan las hormigas y algunos sapos que se asoman por ahí en las tormentas estivales, andan algo desorientados, como los borrachines de las verbenas. 

El caso es que caminaba enfrascado en Schopenhauer, y acababa de dejar atrás a dos chiquillos de 8 o 10 años parados con sus bicicletas de montaña (a los que obviamente no hice fotos).

Cual no fue mi asombro al escuchar a uno de ellos que vocifera a un tercero, algo alejado y curioseando por unas retamas, llamado Alonso según gritaba el amigo:

Alooonsooo, Alooonsooo… ¿Por qué no vienes yaaa?

¡No te puedes quedar ahí para siempreee!


-NO TE PUEDES QUEDAR AHÍ PARA SIEMPRE-

¡Joder con el chavalín! Con perdón.

Interrumpí mi lectura ante tal aseveración, impresionado por el aire de solemnidad que brotó de esos pulmones exultantes de vida. Menuda frase se ha marcado el rapaz, musité.

El otro amigo secundó la llamada al díscolo, pero irrumpió en una carcajada al oír la ocurrencia de para siempre, y lo remarcó:

¡Jajaja, No te quedes ahí para siempreee Alooonsooo!

Unos metros más adelante me dispuse a reiniciar la lectura, pero terminé cerrando el libro con un gesto cariacontecido.

¡Maldita sea! 

Qué carajo hago yo aquí con 52 años leyendo a Schopenhauer, qué me importará a mí ese alemán pesimista  pero encantado de conocerse… si lo que yo anhelo es transitar estos senderos PARA SIEMPRE.




Volteé la cabeza para observar a los chiquillos, el descarriado seguía a lo suyo. Sus dos amigos habían optado por sentarse tranquilamente a esperar. Ya se sabe que a esas edades se tiene todo el tiempo del mundo.

Mascullé para mí…

-Por supuesto que puedes quedarte ahí para siempre, Alonso.
Igual que tus amigos, hasta que los dinosaurios vuelvan a resurgir para poblar la Tierra, si os da la real gana.-

Por fin volví al libro, no sin antes echar una última mirada a los críos.

Alonso regresaba de su eternidad.

Me puse a leer a ese pesimista y viejo filósofo con un sentimiento brumoso, entre la envidia y la melancolía a raíz del episodio con los chavales.

"La melancolía es una tristeza hermosa, reflexiva, no destructiva". Se lo escuché a Christina Rosenvinge en una entrevista, enorme frase para enmarcar.




Al cabo de un rato los chicos me rebasaron pletóricos, veloces con sus bicis, entre sus risas y gritos fui yo quien iba quedándose rezagado, atrás, cada vez más pequeño, una silueta cada vez más diminuta… quien sabe si con la vana ilusión de ir achicándome hasta convertirme en uno de esos chavalines, unirme a ellos y gritar al cielo.

Gritar y tirar el libro al viento para que otro viejo recoja su sabiduría.

¿Para qué diantres lo querría un mozalbete como yo, sabiendo que…?

UN NIÑO PUEDE QUEDARSE PARA SIEMPRE EN CUALQUIER LUGAR.


Foto, Paco Castillo.




¡Al carajo! lancémonos las "seriedades", como hace Travis...