Historia Universal. GRECIA. Carl Grimberg, (Suecia 1875 - 1941). Libro. Ed. Daimon, 1967. Historia, 359 páginas. Traducción T. Riaño.
Este
libro recién concluido ("Navegando por el mar de vino"), lo menciono junto con "Historia Universal. Grecia", de
Carl Grimberg, leído en marzo de este año. Ambos magníficos, profusos en
anécdotas y detalles cotidianos de aquella deslumbrante cultura, me han dejado
un excelente sabor de boca.
Así
pues, acabo de “abandonar” la antigua Grecia y entre tragedias, comedias,
poetisas, filósofos y esculturas, no puedo reprimir el impulso de escenificar
el comienzo de lo que escribiré.
Nunca
sé como voy a desarrollar un comentario. Cada libro, cada historia, me lleva de
la mano por un camino u otro. Eso es lo fascinante. En cualquier caso, esto que
escribo solo es una modestísima aproximación al magnífico trabajo que exhiben
Thomas Cahill y Carl Grimberg, lo de ellos sí es para deleitarse.
Pongamos
que hoy era un día soleado de primavera, hace 2400 años. Las cigüeñas, llegadas
de África, llevan varios días surcando el cielo de Atenas, como han venido
observando innumerables generaciones de helenos por estas fechas.
Unos
35.000 atenienses abandonan el enorme teatro al aire libre, emplazado en la
ladera sur de la Acrópolis. Es un entorno majestuoso e impresiona a los
actuantes.
Han
transcurrido pocos minutos desde que finalizara la representación de un
dramaturgo llamado Eurípides, ronda los cuarenta años.
El
aroma de las especias, el vino y el aceite de oliva que desprende la polis llega
hasta las inmediaciones de la colina sagrada. Los campos circundantes acogen el
paso de los asistentes entre la fragancia de espliegos y romeros.
Ayer
se inauguró la Dionysia de primavera del año 431 a. C. , el
festival ateniense en honor a una divinidad que goza de gran aprecio, Dionisio.
Entre
otros eventos se celebra con tres días de obras trágicas, durante las cuales
los ciudadanos asisten con absoluta devoción a las universales miserias y grandezas
del ser humano.
En
la intervención de ayer, efectuada por un aclamado Sófocles, el público retornó
a sus hogares con el espíritu complaciente, el peso de la mala conciencia sobre
sus espaldas es un castigo que Sófocles dosifica con benevolencia sobre sus
espectadores. Este dramaturgo treintañero ha roto, con sus personajes, el
carácter idealizado del, ya anciano, Esquilo, sin embargo, siendo Sófocles diez
años más joven que Eurípides, presenta una actitud más comedida que éste, cosa
curiosa sin duda.
Esa
condescendencia no ha existido hoy con Eurípides, en su obra Medea.
Los
atenienses se alejan de la monumental Acrópolis con aire contrariado, entre el
incesante murmullo cuyo tono parece más exasperado en los hombres que en las
mujeres. En el rostro de éstas también se refleja la seriedad, pero parece que
sus consideraciones y comentarios llevan un camino diferente que el de sus
compañeros masculinos.
Esta
es en síntesis la obra que Eurípides a preparado para el auditorio, Medea:
Medea,
amante esposa de Jasón, héroe legendario. Ella, de violento y oscuro pasado
hechicero, se enamora de Jasón y ayuda a éste en la consecución de todas sus
hazañas. Deciden instalarse en la refinada Corinto donde nacerán sus hijos.
Tras diez años de feliz y tranquila convivencia, Jasón decide traicionar a su
mujer, después de todos los sacrificios sufridos por ayudarle en sus logros,
éste finalmente la abandona por una joven princesa, cuyo horizonte de riqueza
le parece mucho más atractivo que la aburrida y plácida vida junto a su
familia.
Medea
se siente profundamente desgraciada, vilipendiada, parece haber perdido el
juicio. Llevará a cabo una de las más crueles venganzas que ha conocido la
dramaturgia.
Atormentada
entre la fatídica sed de venganza y el amor maternal hacia sus hijos, en estado de desesperación decide asesinarlos,
no sin antes acabar con la vida de la princesa Glauce, la nueva prometida de
Jasón.
Medea:
(…)
Ea, pues, ármate de valor. ¿Por qué titubeo en perpetrar este daño cruel, pero
necesario? Anda, mísera mano mía, empuña el acero y huella el triste límite de
la vida. No seas cobarde, ni te acuerdes de tus hijos, ni de que los amas, ni
de que los diste a luz; olvídalos por un
breve día y llora después (…). (Historia Universal.
Grecia. Carl Grimberg).
Jasón,
el gran héroe que presenta Eurípides, es un ser con la misma ruindad que pueda
tener un ciudadano corriente. El modelo masculino que hace henchir de orgullo a
los ilustres hombres de Atenas, es un ser débil, mezquino, nada hay de
magnificencia en su proceder. Ellos siempre se miran en el antiguo esplendor de
los héroes de La Ilíada del, ya por aquellos años, remoto y venerado Homero.
Terrible golpe al orgulloso espíritu de los atenienses, no les ha hecho ninguna
gracia que Eurípides los baje del pedestal hasta dejarlos a ras del suelo, de
sus miserias.
Ellas,
hace apenas unos instantes, escuchaban en silencio reverencial, bajo la suave
luz primaveral, esta proclama de Medea:
“Dicen
que nosotras vivimos una vida sin peligros en casa, mientras ellos combaten con
la lanza. Mal calculan. Pues tres veces preferiría estar firme junto a un
escudo que parir de una sola vez.” (p.160).
Es
de suponer que el bueno de Eurípides, en su infancia, escuchara más de una vez
comentarios similares en el hogar familiar. La actitud quejumbrosa de muchos
hombres ha sido refrendada con el mismo argumento contundente, desde tiempos
pretéritos hasta nuestros días. Mi madre, que es 2.400 años más moderna que Medea,
alguna vez lo ha espetado.
Sigo.
Las
mujeres también murmullan mientras salen entre la multitud, pero más que
murmurar entre ellas, lo hacen para sí mismas.
Ese
fue el logro de Eurípides, que en palabras de Thomas Cahill se resume así:
"Eurípides
no tuvo la intención de exponer a las mujeres como criaturas más básicas e
irracionales que los hombres. Estaba formulando un interrogante al auditorio:
¿Qué puede arrastrar a una mujer hasta el extremo de asesinar a sus propios
hijos?
Y
Eurípides encontraría la respuesta justo en el núcleo de la vida doméstica que
se vivía en ese momento en Grecia." (p.161).
Queda
claro que el dramaturgo quiso, mediante un ejemplo extremo, mostrar a sus
ciudadanos la otra cara de su sociedad, la mezquindad que sobresale una vez
despojados de esa aureola mística, que la épica legendaria de sus dioses y
héroes les parece conferir, por encima del bien y del mal.
Es
posible que las mujeres gustasen más de mirarse en el espejo de la enigmática
poetisa Safo (Lesbos, 612 a. C. – 548 a. C). La razón resultaba obvia. Las
habitantes de Lesbos, hogar de Safo, gozaban de una libertad y autonomía que
las atenienses solo podían soñar. La mujer ateniense, salvo excepcionales
ocasiones, solía pasar su vida recluida en el gineceo, excluida de la
vida social de su marido, más que compañera y confidente, su condición se
asemejaba a la de una concubina.
Un
alma poética y sensible como la de Safo hubo de conmoverse ante la visión de la
noche estival, con el reflejo centelleante de millones de estrellas ondulando
en las aguas del mar Egeo.
¿Compondría
algún poema contemplando esas noches de quietud?
Tal
vez, en ese silencio roto por el estribillo de grillos y cigarras, debió de
mirar al cielo y hacerse las íntimas preguntas que, durante milenios, han
ocupado el pensamiento de quienes también hemos alzado la vista en busca de
alguna respuesta. No me cuesta imaginarlo.
También
parece evidente que Safo supo deleitarse con la indescriptible luz mediterránea
que realzaba, más si cabe, la idílica belleza de su isla, Lesbos:
Amo
lo que es delicado,
Luminoso,
desafiante,
Lo
que pertenece a la luz del Sol.
Eso
es lo que ansío. (p.116)
Safo,
la gran musa de la poesía lírica ( las representaciones se hacían al son de una
lira, de ahí el nombre). Admirada con fervor sexual por hombres y mujeres.
Nunca
tuvo reparo en reconocer que la grandeza de la vida no se reflejaba en el
brillo de los escudos y espadas que portaban valerosos guerreros , camino hacia
una muerte gloriosa. No, la guerra no era digna de glorificarse, la grandeza de
la vida era el amor. Safo lo proclamó contra viento y marea. Era una mujer
libre, como su poesía.
Me
consta que todos coincidiremos en la misma apreciación, si hay una aportación
griega al mundo civilizado que destaque sobre el resto, es la FILOSOFÍA.
Las
esculturas que sobre el busto de los filósofos contemplamos hoy, parecen
otorgarles un aura majestuosa, casi como si ellos mismos fuesen los dioses del
Olimpo. Nada más alejado de la realidad.
Thomas
Cahill:
"Bajo
la mirada de los griegos, Sócrates era un hombre rechoncho, feo y descalzo que
no se bañaba muy seguido, y a quien era fácil ver arrastrando los pies de
camino al ágora o pasando el tiempo en su lugar predilecto, la tienda de
Simón el zapatero. No era nada parecido a un dios o a un héroe, tenía los ojos
saltones, la nariz chata, los labios prominentes y una barriga considerable.
Aunque era albañil e hijo de albañil, y por lo tanto un artesano de los
estratos más bajos de la clase media, no era muy bueno en hacer ejercicio y,
cuando podía, se rehusaba a comprometerse en los asuntos cívicos y políticos." (p.
187).
Igual
que si fuese una estrella del rock, los jóvenes veneraban a este ser
estrafalario, era una voz incómoda para los apoltronados en el poder. Los
padres de estos jóvenes lo consideraban una influencia peligrosa, esto hacía
que la juventud se volcase aún más con él.
Como
ha venido sucediendo a lo largo de la historia, a un hombre así hay que
quitarlo de en medio. Fue acusado de sacrilegio y corrupción de la juventud
ateniense. Se propuso la pena de muerte. Pero se le concedió la oportunidad de
escoger el exilio temporal, lo desestimó. Más aún, consideró que el Estado
debería recompensarlo por todo lo que él había aportado a la sociedad.
"El
exilio, la prisión, una multa, todos estos serían castigos injustos, mientras
que la muerte… bueno, ¿es la muerte un castigo? ¿Quién podría asegurarlo?
Casi
podemos ver los rostros sombríos y crispados de los jurados tratando de digerir
lo que acaban de escuchar. Tomando forma en sus mentes la vaga sospecha de que
(…) el convicto ni siquiera admite la legalidad de este venerable proceso. Por
supuesto, lo sentencian a muerte.
Antes
de beber la cicuta Sócrates consuela a sus amigos, asegurándoles que la muerte
(…) es algo a lo que no hay que temer. Espera por fin encontrarse con Homero,
Hesíodo y los héroes de la Ilíada." (p. 213).
Damos un giro a los acontecimientos y nos vamos al alfabeto griego.
Damos un giro a los acontecimientos y nos vamos al alfabeto griego.
Thomas
Cahill :
“Aunque
las lenguas antiguas se destacan por sus vocabularios modestos (…) la lengua
griega es una excepción: la abundancia de palabras en un diccionario de griego
antiguo deja atónito no solo al estudiante, sino al experto. (…)
No
sorprende que al enloquecer, Virginia Woolf escuchara a los pájaros cantar en
griego antiguo, en esa lengua que su padre le había enseñado; y cuando, muchos
años después, volvió a escuchar sus cantos en esa misma lengua, comprendió que
era hora de partir y, cargando sus bolsillos con piedras, entró caminando a la
corriente del Ouse.”
Vaya,
qué tarde es, me ha sorprendido la madrugada.
Es
una lástima que aquí no pueda descubrir tantas estrellas como contemplaba Safo,
pero en un momentito, cuando apague el ordenador, alzaré la vista al cielo. No, no seré capaz de crear un poema, solo pretendo encontrarme con esas
estrellas que una vez, hace 2. 600 años, admiró ella.
Os
dejo ya.