Otra
coalición… la del Samovar y un diminuto elefante.
Es la que
se instauró como gobierno hace tiempo en la librería de mi hija mayor, Izaskun, y que no tardando compartirá con su hermana pequeña, Itziar.
La forman
un Samovar y el Elefante de ébano que reposa sobre el primero. El
cometido del paquidermo es custodiar el cuento para que no se extravíe, y nadie
tenga que lamentar no haberlo leído, máxime si se trata de un niño.
Ahí tenéis la coalición, el Samovar (cuento de Gorki) y el Elefante, también cuida otros cuentos, no os creáis...
Se trata de un bonito cuento
ilustrado de Máximo Gorki; “Samovar”. Una obra muy especial por estar dirigida
a unos niños concretos, y el origen que tuvo… pero eso lo dejo para el final de
esta entrada
Antes de ojearlo he de pedir
permiso al vigía, el Elefante asiático; esa pequeña talla de ébano, un regalo que la mejor amiga de mi hija, y
compañera de clase, le trajo de la lejana Malasia (en cuyas selvas menguantes
intentan sobrevivir los elefantes), cuando estuvo con su familia de
vacaciones.
Quería corresponderla, pues la
última vez que fuimos a Perú, nuestra segundo hogar, Izaskun pensó en una
bonita zampoña para su amiga del alma. El afecto de una hacia otra se agranda
por mor de los océanos.
Y por otra parte existe un paralelismo que las une, la mezcolanza de ambas familias; su mejor amiga tiene una mamá escocesa y padre español. Mi hija tiene una mamá de origen peruano (mi mujer) y un padre español, quien esto escribe.
Y por otra parte existe un paralelismo que las une, la mezcolanza de ambas familias; su mejor amiga tiene una mamá escocesa y padre español. Mi hija tiene una mamá de origen peruano (mi mujer) y un padre español, quien esto escribe.
Una zampoña peruana por la estantería de Izaskun.
Contrariamente a lo que pensaba, la zampoña no es una palabra de origen
quechua o aymara, se ha constituido así por la interpretación que los nativos
del Alto Perú hacían de otra palabra española; sinfonía, sin duda es un
nacimiento peculiar para este vocablo. El
instrumento como tal tiene otro origen, parece remontarse al siglo V, y la
llamaban Siku en la en la cultura Huari (Perú).
Os muestro el fragmento de la Wikipedia para aclararos lo de la palabra zampoña:
- Etimología.
El vocablo "zampoña" es
una deformación de la palabra española «sinfonía». Probablemente haya sido así
como le llamaban los indígenas del altiplano peruano y del altiplano boliviano.
Creían que de esta manera se denominaba a la música de los conquistadores
españoles. -
Prosigo con el Samovar. La
historia de este libro es bien distinta a la del Elefante custodio.
Foto, Paco Castillo.
Lo encontré abandonado, como se
abandona al mejor amigo del hombre cada verano, junto al contenedor de papel.
No estaba solo, lo acompañaban más, también otro libro juvenil (ambos fueron adoptados para mi
casa) y varios volúmenes de atlas, esos grandotes de National Geographic. Lo
curioso es que el cuento de Gorki estaba descansando sobre un atlas cuya
portada era la famosísima Plaza Roja de Moscú, con sus célebres cúpulas, era
difícil no fijarse en esa estampa.
https://es.wikipedia.org/
He de decir que los libros no
estaban tirados de cualquier manera, sino cuidadosamente colocados, como si
el antiguo propietario abrigase la idea de un futuro mejor para ellos.
El otro libro es este, me encantó lo
que vi, nada menos que un viaje a Hammerfest, en el enclave más septentrional
de Noruega, el norte del norte.
El otro rescatado, con un bellísimo título; "Y más allá, el mar", de Marjaleena Lembcke. También observamos a la coalición del Samovar y el Elefante abierta a otras propuestas enriquecedoras, entablando conversaciones con Jack London... parece que la cosa va por buen camino.
Y más allá, el mar...
Bueno, a partir de este suceso en el contenedor que
cada uno imagine el episodio que quiera, yo tengo el mío…
Imagino un hogar en donde el hijo,
o la hija, abandonaron ya el nido. Los progenitores, entrados en años,
querían que aquellos relatos dejasen libre el espacio, y que aquel lugar sin cuentos y sin voces lo
llenase simplemente el vacío...
Hay contenedores llenos de historias... En ocasiones estuve tentado de penetrar en la oscuridad del cubículo, como si fuera el inicio de un Viaje al centro de la Tierra.
Y ya de retorno, asomase la cabeza por la rendija del contenedor, recibiéndome una lánguida luz otoñal de un día nublado, como otro cualquiera, mientras intento salir apartando catálogos turísticos de la República Dominicana.
Hay contenedores llenos de historias... En ocasiones estuve tentado de penetrar en la oscuridad del cubículo, como si fuera el inicio de un Viaje al centro de la Tierra.
Foto, Paco Castillo.
Y ya de retorno, asomase la cabeza por la rendija del contenedor, recibiéndome una lánguida luz otoñal de un día nublado, como otro cualquiera, mientras intento salir apartando catálogos turísticos de la República Dominicana.
Así que a los Atlas y cuentos no les quedó
más remedio que hacer el petate y asumir que habrían de dormir al raso, junto a
unas hojas de periódico, color salmón, que anunciaban los índices bursátiles de
la bolsa de Nueva York.
Ahora nos ocupa el Samovar. Cualquiera
que haya leído a los autores rusos se habrá encontrado, lo recuerde o no, con
el samovar, elemento omnipresente en sus obras. Es fácil hallarlo en la
literatura rusa del siglo XIX, pues eso…
Pushkin, Gogol, Chéjov, Lérmontov, Dostoievski, Goncharov.
Turguéniev, por citar algunos de los más
renombrados, hay más, desde luego.
Gorki en medio de dos grandes amigos, Tolstoi a la izquierda, y Chéjov a la derecha. Foto Pinterest.
Veamos esta definición de la
socorrida Wikipedia para el samovar:
El samovar (en ruso: самовар) es
un recipiente metálico en forma de cafetera alta, dotado de una chimenea
interior con infiernillo, y sirve para hacer té. Con el paso de los siglos, el
samovar se ha convertido en un icono de la cultura rusa del té.
Una mesa dispuesta con el samovar y unos comensales rusos.
Foto, https://www.aprenderusofacil.com
Lo encontramos igualmente en la solapa del libro.
Ya no sé el número de veces que me he topado con un samovar leyendo literatura rusa, o de países limítrofes.
Esa especie de enorme tetera que pone un sello, uno de los más distinguibles, de cotidianidad a la vida rusa, a la dacha, al pueblo sufridor.
Ya no sé el número de veces que me he topado con un samovar leyendo literatura rusa, o de países limítrofes.
Esa especie de enorme tetera que pone un sello, uno de los más distinguibles, de cotidianidad a la vida rusa, a la dacha, al pueblo sufridor.
El samovar como símbolo de
cohesión familiar, un elemento en torno al cual se reúnen todos, y da algo de
“calor ” a las penas de los pobres, como si de esa manera se evaporasen por un momento las
adversidades.
Por muy humilde que sea el hogar
no falta un samovar, pueden tener carestía de casi todo, pero no del samovar
con agua hirviendo para el té, abrazando con su cálido vaho la precaria vida de
aquellas gentes, sobre todo en invierno, cuando el sol es una presencia
invisible, una palabra desterrada para los escritores rusos… ni está ni se le
espera. No hay condescendencia con las “Pobres Gentes”, como escribiera
Dostoievski.
Foto, Paco Castillo.
Yo recuerdo los maravillosos “Cuentos
de Odesa y otros relatos” de Isaak Bábel entre el burbujeo de algún
samovar.
Foto, Paco Castillo.
O que decir del también interesantísimo
Sholom Aleichem y sus cuentos, “Dos antisemitas y otras narraciones”, es raro
el relato que no contenga su samovar, casi parece reclamar una voz propia en
cada uno de ellos.
Foto, Paco Castillo.
Hace poco los vi igualmente en
estos cuentos de Tolstoi. Sobre todo cuando aborda la cruda vida campesina.
Leon Tolstoi, Cuentos. Foto, Paco Castillo.
Por cierto, tengo en mente una
entrada en referencia a este hecho de los campesinos, extraído de uno de esos cuentos.
Y por supuesto, Tolstoi lo
introduce varias veces en Anna Karenina, sirva este ejemplo (visto en la web
https://www.aprenderusofacil.com):
"La dueña se instaló ante el
samovar y se quitó los guantes. Los invitados, tomando sus sillas con ayuda de
los discretos lacayos, se dispusieron en dos grupos: uno al lado de la dueña,
junto al samovar; otro en un lugar distinto del salón, junto a la bella esposa
de un embajador".
El otro día, leía algunas páginas
de Samovar a mi hija mayor, hasta que se
durmió, como un lirón careto… y no procede otra comparación, pues son esos “duendecillos”
que decía Félix Rodríguez de la Fuente (no pierdo oportunidad de colarlo por aquí),
y según afirmaba, estos simpáticos roedores desmentían la idea del otoño al que
“se la ha dado un sentido de ocaso, de anuncio de esa muerte aparente de la
naturaleza que tiene lugar durante el invierno (…) pues es para el lirón una
segunda primavera”. (Felix dixit).
Decía que mi hija se quedó dormida
al compás de teteras y samovares, entonces salí de la habitación con el libro en
la mano, en un acto reflejo, y me dirigí al sofá del salón, donde precisamente
estaba mi mujer con un té asiático muy aromático, un chai clásico del Himalaya,
con el hinojo y el jengibre picante, el anís, la canela y el cilantro.
Foto, Paco Castillo.
Yo me
preparé otro, claro está, y nos quedamos conversando de trivialidades en ese
momento de armonía universal, que se produce cuando los niños de la casa tornan
el griterío por la respiración melodiosa del sueño… es una paz idílica, de
verdad.
Cuando mi mujer, vencida por
Morfeo, se retiró, yo aún saboreaba el toque picante del cilantro, y advertí como
cosa peculiar que seguía sosteniendo el libro… así que me entretuve, sin mucha
concentración, repasando las bellas ilustraciones (Violeta Monreal, Oviedo, 1963), hasta que llegué al epílogo y
comencé a leer con atención creciente, y lo que descubrí, eso de los niños que refería al principio... me fascinó.
Creo que Gorki le ha contado más
detalles de esto al Elefantillo de ébano, pasan demasiado tiempo juntos. Iré a
visitarle a la librería de mi hija, a ver que me cuenta…
Foto, Paco Castillo