P. Castillo

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sábado, 16 de noviembre de 2019


Otra coalición… la del Samovar y un diminuto elefante.



Es la que se instauró como gobierno hace tiempo en la librería de mi hija mayor, Izaskun, y que no tardando compartirá con su hermana pequeña, Itziar.

La forman un Samovar y el Elefante de ébano que reposa sobre el primero. El cometido del paquidermo es custodiar el cuento para que no se extravíe, y nadie tenga que lamentar no haberlo leído, máxime si se trata de un niño.

Ahí tenéis la coalición, el Samovar (cuento de Gorki) y el Elefante, también cuida otros cuentos, no os creáis...


Se trata de un bonito cuento ilustrado de Máximo Gorki; “Samovar”. Una obra muy especial por estar dirigida a unos niños concretos, y el origen que tuvo… pero eso lo dejo para el final de esta entrada


Antes de ojearlo he de pedir permiso al vigía, el Elefante asiático; esa pequeña talla de ébano, un regalo que la mejor amiga de mi hija, y compañera de clase, le trajo de la lejana Malasia (en cuyas selvas menguantes intentan sobrevivir los elefantes), cuando estuvo con su familia de vacaciones. 

Quería corresponderla, pues la última vez que fuimos a Perú, nuestra segundo hogar, Izaskun pensó en una bonita zampoña para su amiga del alma. El afecto de una hacia otra se agranda por mor de los océanos. 
Y por otra parte existe un paralelismo que las une, la mezcolanza de ambas familias; su mejor amiga tiene una mamá escocesa y padre español. Mi hija tiene una mamá de origen peruano (mi mujer) y un padre español, quien esto escribe.

Una zampoña peruana por la estantería de Izaskun.


Contrariamente a lo que pensaba, la zampoña no es una palabra de origen quechua o aymara, se ha constituido así por la interpretación que los nativos del Alto Perú hacían de otra palabra española; sinfonía, sin duda es un nacimiento  peculiar para este vocablo. El instrumento como tal tiene otro origen, parece remontarse al siglo V, y la llamaban Siku en la en la cultura Huari (Perú).

Os muestro el fragmento de la Wikipedia para aclararos lo de la palabra zampoña:

- Etimología.

El vocablo "zampoña" es una deformación de la palabra española «sinfonía». Probablemente haya sido así como le llamaban los indígenas del altiplano peruano y del altiplano boliviano. Creían que de esta manera se denominaba a la música de los conquistadores españoles. -

Prosigo con el Samovar. La historia de este libro es bien distinta a la del Elefante custodio.


Foto, Paco Castillo.

Lo encontré abandonado, como se abandona al mejor amigo del hombre cada verano, junto al contenedor de papel. No estaba solo, lo acompañaban más, también otro libro juvenil (ambos fueron adoptados para mi casa) y varios volúmenes de atlas, esos grandotes de National Geographic. Lo curioso es que el cuento de Gorki estaba descansando sobre un atlas cuya portada era la famosísima Plaza Roja de Moscú, con sus célebres cúpulas, era difícil no fijarse en esa estampa.




https://es.wikipedia.org/

He de decir que los libros no estaban tirados de cualquier manera, sino cuidadosamente colocados, como si el antiguo propietario abrigase la idea de un futuro mejor para ellos.

El otro libro es este, me encantó lo que vi, nada menos que un viaje a Hammerfest, en el enclave más septentrional de Noruega, el norte del norte.


El otro rescatado, con un bellísimo título; "Y más allá, el mar", de Marjaleena Lembcke. También observamos a la coalición del Samovar y el Elefante abierta a otras propuestas enriquecedoras, entablando conversaciones con Jack London... parece que la cosa va por buen camino.


Y más allá, el mar...


Bueno, a partir de este suceso en el contenedor que cada uno imagine el episodio que quiera, yo tengo el mío…

Imagino un hogar en donde el hijo, o la hija, abandonaron ya el nido. Los progenitores, entrados en años, querían que aquellos relatos dejasen libre el espacio, y que aquel lugar sin cuentos y sin voces lo llenase  simplemente el vacío...





Hay contenedores llenos de historias... En ocasiones estuve tentado de penetrar en la oscuridad del cubículo, como si fuera el inicio de un Viaje al centro de la Tierra. 


Foto, Paco Castillo.


Y ya de retorno, asomase la cabeza por la rendija del contenedor, recibiéndome una lánguida luz otoñal de un día nublado, como otro cualquiera, mientras intento salir  apartando catálogos turísticos de la República Dominicana. 

Así que a los Atlas y cuentos no les quedó más remedio que hacer el petate y asumir que habrían de dormir al raso, junto a unas hojas de periódico, color salmón, que anunciaban los índices bursátiles de la bolsa de Nueva York.

Ahora nos ocupa el Samovar. Cualquiera que haya leído a los autores rusos se habrá encontrado, lo recuerde o no, con el samovar, elemento omnipresente en sus obras. Es fácil hallarlo en la literatura  rusa del siglo XIX, pues eso… Pushkin, Gogol, Chéjov, Lérmontov, Dostoievski, Goncharov. Turguéniev,  por citar algunos de los más renombrados, hay más, desde luego.

Gorki en medio de dos grandes amigos, Tolstoi a la izquierda, y Chéjov a la derecha. Foto Pinterest.


Veamos esta definición de la socorrida Wikipedia para el samovar:

El samovar (en ruso: самовар) es un recipiente metálico en forma de cafetera alta, dotado de una chimenea interior con infiernillo, y sirve para hacer té. Con el paso de los siglos, el samovar se ha convertido en un icono de la cultura rusa del té.

Una mesa dispuesta con el samovar y unos comensales rusos.
Foto, https://www.aprenderusofacil.com

Lo encontramos igualmente en la solapa del libro.





Ya no sé el número de veces que me he topado con un samovar leyendo literatura rusa, o de países limítrofes. 
Esa especie de enorme tetera que pone un sello,  uno de los más distinguibles, de cotidianidad a la vida rusa, a la dacha, al pueblo sufridor.

El samovar como símbolo de cohesión familiar, un elemento en torno al cual se reúnen todos, y da algo de “calor ” a las penas de los pobres, como si de esa manera se evaporasen por un momento las adversidades.




Por muy humilde que sea el hogar no falta un samovar, pueden tener carestía de casi todo, pero no del samovar con agua hirviendo para el té, abrazando con su cálido vaho la precaria vida de aquellas gentes, sobre todo en invierno, cuando el sol es una presencia invisible, una palabra desterrada para los escritores rusos… ni está ni se le espera. No hay condescendencia con las “Pobres Gentes”, como escribiera Dostoievski.


Foto, Paco Castillo.


Yo recuerdo los maravillosos “Cuentos de Odesa y otros relatos” de Isaak Bábel entre el burbujeo de algún samovar.


                                        Foto, Paco Castillo.


O que decir del también interesantísimo Sholom Aleichem y sus cuentos, “Dos antisemitas y otras narraciones”, es raro el relato que no contenga su samovar, casi parece reclamar una voz propia en cada uno de ellos.


                                         Foto, Paco Castillo.

Hace poco los vi igualmente en estos cuentos de Tolstoi. Sobre todo cuando aborda la cruda vida campesina.

Leon Tolstoi, Cuentos. Foto, Paco Castillo.

Por cierto, tengo en mente una entrada en referencia a este hecho de los campesinos, extraído de uno de esos cuentos.

Y por supuesto, Tolstoi lo introduce varias veces en Anna Karenina, sirva este ejemplo (visto en la web https://www.aprenderusofacil.com):

"La dueña se instaló ante el samovar y se quitó los guantes. Los invitados, tomando sus sillas con ayuda de los discretos lacayos, se dispusieron en dos grupos: uno al lado de la dueña, junto al samovar; otro en un lugar distinto del salón, junto a la bella esposa de un embajador". 

El otro día, leía algunas páginas de Samovar a mi hija mayor,  hasta que se durmió, como un lirón careto… y no procede otra comparación, pues son esos “duendecillos” que decía Félix Rodríguez de la Fuente (no pierdo oportunidad de colarlo por aquí), y según afirmaba, estos simpáticos roedores desmentían la idea del otoño al que “se la ha dado un sentido de ocaso, de anuncio de esa muerte aparente de la naturaleza que tiene lugar durante el invierno (…) pues es para el lirón una segunda primavera”. (Felix dixit).

Decía que mi hija se quedó dormida al compás de teteras y samovares, entonces salí de la habitación con el libro en la mano, en un acto reflejo, y me dirigí al sofá del salón, donde precisamente estaba mi mujer con un té asiático muy aromático, un chai clásico del Himalaya, con el hinojo y el jengibre picante, el anís, la canela y el cilantro. 


                                             Foto, Paco Castillo.

Yo me preparé otro, claro está, y nos quedamos conversando de trivialidades en ese momento de armonía universal, que se produce cuando los niños de la casa tornan el griterío por la respiración melodiosa del sueño… es una paz idílica, de verdad.


Cuando mi mujer, vencida por Morfeo, se retiró, yo aún saboreaba el toque picante del cilantro, y advertí como cosa peculiar que seguía sosteniendo el libro… así que me entretuve, sin mucha concentración, repasando las bellas ilustraciones (Violeta Monreal, Oviedo, 1963), hasta que llegué al epílogo y comencé a leer con atención creciente, y lo que descubrí, eso de los niños que refería al principio... me fascinó.






Creo que Gorki le ha contado más detalles de esto al Elefantillo de ébano, pasan demasiado tiempo juntos. Iré a visitarle a la librería de mi hija, a ver que me cuenta…


Foto, Paco Castillo






martes, 12 de noviembre de 2019


Hispanohablante. 

Y algo de César Vallejo...

Tras el empacho electoral, inicio la semana como de costumbre. He dejado a mis hijas en el colegio y acabo de llegar a casa (esto está escrito el lunes por la mañana). Tengo ya el café, solo y sin azúcar, en el escritorio, encima del posavasos de madera pintado con el Moulin Rouge de París (me traje un juego de allí), de estilo impresionista diríase… podría ser alguna copia de Tolouse Lautrec, era un apasionado del cabaret parisino y sus noches regadas de alcohol, y lo pintó de mil maneras, supongo que muchas veces pasado de copas.


Uno de mis posavasos parisinos.

Prosigo. Es una mesa rodeada de libros, cuatro columnas de ellos en cada esquina, de tal suerte que se erigen como las Cuatro Columnas de Hércules, éstas, según la mitología, marcaban el límite del mundo conocido para los griegos. Algo de eso hay con estas columnas de libros que me flanquean, custodian lo conocido, más allá de ellos, todo es bruma e indefinición, como pensaban los marinos surcando el Mare Nostrum.







Entre sorbo y sorbo muchas veces suelo decantarme por un ejemplar al azar, para ojearlo bajo el influjo de mi preciado brebaje, y al rato lo dejo donde estaba.





Así ha ocurrido con Compendio Ilustrado y Azaroso de (…) sobre la lengua castellana (...). Es que es muy largo el título, y además ya lo veis en la fotografía.

Pero este no ha retornado a su sitio, pues me lo he llevado de caminata, acompañándome en mi ritual. No ha sido el único.
Quería enseñaros la página que abrí al albur, es esta:

Compendio Ilustrado y Azaroso de (…) sobre la lengua castellana (...)


Y uno, tentado con juegos maliciosos de palabras, las promueve a envenenadas relaciones familiares. Es lo que me propongo con este verbo que aíslo del fragmento mostrado; parlar, que deriva del término provenzal, parlant.

Lo que ahora me interesa es el significado que da la RAE a parlar (‘hablar mucho y sin sustancia’).

Velozmente me viene a la cabeza PARLAMENTO, y  tengo claro, pues la línea consanguínea le delata, que es el vástago de PARLAR… con ese significado de dudosa reputación que conocemos.

Pero veamos con mayor amplitud esas acepciones recogidas en la RAE:

Parlar. 1. ‘Hablar’. Este verbo procede del provenzal y está presente en el léxico español desde la época medieval. Frente al valor neutro de hablar, parlar está normalmente marcado en el uso actual general como informal, jocoso o despectivo: «Para colmo de males, el chicato de mi yerno, que parla como un duque en siete idiomas» (Najenson Memorias [Arg. 1991]); y a menudo se refiere al hecho de hablar de más o inoportunamente: «Todo lo parlaba: malas noches, regodeos, enfermos, partos...» (Sampedro Sonrisa [Esp. 1985]). Estos matices están presentes en los muchos derivados de esta voz, como los adjetivos parlador, parlanchín y parlero (‘que habla mucho o de manera indiscreta’), el verbo parlotear (‘hablar mucho y sin sustancia’) o los sustantivos parloteo, parlería y parleta (‘charla abundante e insustancial’).

Luego entonces, siguiendo la raíz familiar que las une, concluyo, un poco malicioso eso sí, que nuestro actual  PARLAMENTO,  es aquella sede, institución o lugar en donde los representantes políticos del país se reúnen para :

HABLAR MUCHO Y SIN SUSTANCIA.

Y no pocas veces, asistiendo al espectáculo que allí se desarrolla, me siento tentado de crear un neologismo para mi uso personal:

PARLAMIENTO.

Yo, fulanito de tal, propongo en matrimonio a estas dos palabras; Parla y Miento, con el fin de que caminen por la vida como una sola; PARLAMIENTO.

Tras la ceremonia me cuidaré de echarles arroz, símbolo de la fertilidad, de la fecundidad… no quiero ser cómplice en perpetuar el Parlamento con esa prole venidera de parlanchines y mentirosillos.




Aparte, hubo otras cosas. También esta mañana, como todas, me he asomado a mi ventana para contemplar la porción de territorio que divisan mis ojos cada día, ese parque, un jardín, o la calle que tenemos tan interiorizada, por cotidiana, que la sientes de tu propiedad. Y es que a esas horas del alba, cuando las cosas está recién puestas en su sitio, es tuyo todo lo que ves desde la ventana. 

Hoy he contemplado un cielo de grisácea tristeza, pero aún hermoso,  y he sabido al instante que César Vallejo abriría mis primeros pasos en este día otoñal desangelado y de cielo ceniciento. Me llevo al poeta peruano a ver las hojas cayendo de los árboles, y poblando la tierra del campo, hasta que las arrastre el viento, igual que caen los votos de nuestras manos y son llevados por otras corrientes...

Sí, haré mi lectura política de esta "fiesta de la democracia", con la poesía de Vallejo, dejaré que sea él mi confesor.





Si el camino se hace al andar, la poesía se hace al leerla, así que me entrego a dichos rituales, camino y leo poesía de Vallejo para estos tiempos inciertos...



Sigo leyendo sus poesías, y las palabras se escapan del libro abriéndose paso por los caminos, destapando los escombros que ocultan recuerdos, vidas de trapo oscurecidas con la tierra del tiempo...






Cierro esta entrada, que en realidad escribí ayer y así se quedará, acabando de presenciar el sentido abrazo entre Sánchez e Iglesias… Pero para esto no tenía preparado nada.

Me pregunto donde se reunirán las plumas y las hojas cuando cae la noche...






viernes, 8 de noviembre de 2019


Discurso de la servidumbre voluntaria (1548). Étienne de La Boétie (Francia, 1530-1565).

Editorial Tecnos. Colección Clásicos del Pensamiento, 2010. Estudio preliminar, versión española y notas de José de la Colina. Edición bilingüe. 

Fotografías de Paco Castillo.





Me convierto de nuevo en arqueólogo para escarbar en mi blog, cual dolina virtual, y desempolvar unos restos que permiten comprobar nuestro recorrido evolutivo, en este caso como seres sociales.
Y la conclusión es que, en determinados asuntos colectivos, hay pautas en nuestro proceder inamovibles en el tiempo.

A Étienne de La Boétie lo presenté en este espacio allá por el 2015. Así que recupero aquella entrada, podando algunas ramitas y añadiendo algún esqueje, poco, el ramaje principal está intacto, y leyéndolo de nuevo parece escrito hace un rato, lo constataréis encontrando ciertas alusiones que hice a ejercer el voto, e incluso encender contenedores sin presentir todos los que arderían después... 

Por tanto, visto el panorama patrio que uno observa asomado al ventanal, en vísperas de ese momento que de modo rimbombante llaman jornada de reflexión, me dije: Étienne, aquí tienes otra vez tu atril…




A las 06:20 de la madrugada mis ojos estaban clavados en el techo tratando, en vano, de hallar alguna araña para seguir sus peripecias en la penumbra y así reencontrarme con el sueño. Mala hora para toparse con arañas. Buen momento para ir de puntillas a mi biblioteca y dejar que me sorprenda el amanecer con un libro entre las manos.

Son cerca de las 13:30. El “Discurso de la servidumbre voluntaria”, está leído hace un buen rato, pausas cafeteras mediante. No es mérito mío, sino del autor, Étienne de La Boétie.




Además solo son 109 páginas, pero las pares corresponden al texto original en francés, y las impares a la traducción en castellano. 
Es un bonito libro de la Editorial Tecnos, con una estupenda introducción de José de la Colinaeste santanderino hijo del exilio republicano y afincado en México. Aunque, ironías del destino (y esta es una de las matizaciones actuales que hago), acabo de saber que falleció hace nada, concretamente el 4 de noviembre.







Algún día, todos aquellos que van ha ejercer su derecho al voto, antes tendrían que leerlo.

Empiezo con este utópico deseo. Del mismo modo que utópicos eran los anhelos del autor, al proponer una altura ética y moral a sus conciudadanos que les permitiese ver más allá de su ignominiosa complacencia con el villano de turno.

Mirando a nuestro alrededor, ya vemos que su noble intención quedó en agua de borrajas. Que leyendo tampoco nos libraremos de ese mal, seguramente, pero no hacerlo es poner en la mano de quien nos golpea una maza más grande. Así nos luce el pelo… de tanto golpetazo en la coronilla.









Es un libro de culto entre los anarquistas, los de verdad, que eran, son, lectores pródigos, aunque más concentrados en su universo ideológico.

Étienne de La Boétie lo escribió a la temprana edad de dieciocho años, era un joven de cultura deslumbrante en su época. Hoy un viejo conocido en los círculos anarquistas, el sindicalismo, el republicanismo y, en general, la izquierda militante.

El que fuera amigo inseparable de Montaigne, quien quedó deslumbrado con este Discurso de la servidumbre, legó una obra que se ha convertido en lectura imprescindible para todo aquel que entienda el anarquismo como una alternativa vital, quizás posible, con la buena praxis del pensamiento político y filosófico, y no como un parapeto desde el que incendiar contenedores, tampoco me imagino a los incendiarios empleando su tiempo en leer. 

En realidad es un libro recomendable para todos los que consideren “pensar por sí mismo” como algo que no es malo…permitidme la ironía.

Por cierto, en los Ensayos de Montaigne hay uno muy conocido; “La amistad”, inspirado en la relación con su mejor amigo, Étienne de La Boétie.






Tenía que ser este jovenzuelo, versado en los autores clásicos grecolatinos, el que hiciese agachar la cabeza a hombres como castillos por su humillante servilismo.

Que uno solo ante el déspota esté vencido, puede ser, que doscientos mil ante el déspota también lo estén, solo puede ser si así lo quieren los doscientos mil. Más o menos es lo que dice Étienne de La Boétie, ¡y cómo lo dice, sí, con dieciocho años! :

"Lo que (el tirano) tiene más que vosotros son los medios que le dais para que os anule. ¿De dónde saca los ojos que os espían, si no es de vosotros? ¿Cómo tiene tantas manos para golpearos, si no le prestáis las vuestras? Los pies con los que pisotea las poblaciones, ¿no son los vuestros? ¿Tiene sobre vosotros algún poder que no provenga de vosotros mismos? ¿Cómo se atrevería a robaros si no fuera porque se lo consentís? ¿Qué mal podría haceros si no encubrieseis al ladrón que os despoja, si no fueseis los cómplices del asesino que os mata y los traidores para vosotros mismos?"




Vaya con el joven. Tiene para dar y tomar. Ahí va otra muestra:


"Esta treta de los tiranos, la de entontecer a sus súbditos, nunca fue tan evidente como en la conducta que tuvo Ciro hacia los lidios tras haberse apoderado de su capital y cuando y tomó cautivo a Creso, aquel rey tan rico. Le dieron la noticia de que los habitantes de Sardes estaban en revuelta. Fácilmente pudo reducirlos a la obediencia, pero no deseando saquear una ciudad tan hermosa, ni verse obligado a sostener un ejército para mantenerla domada, imagino un medio admirable de seguir poseyéndola. Estableció burdeles, tabernas y juegos públicos, y emitió un bando que obligaba a los ciudadanos a asistir a tales lugares. Tan bien le resultó que, en consecuencia, ya no necesitó usar la espada contra los lidios."

Pues eso, unas sentencias de rabiosa actualidad, que dicen los periodistas. 

Supongo que todos nos acordamos de la famosa Ciudad del Juego, si, el proyecto de Eurovegas en Alcorcón, Madrid (en boga por el 2015), apoyado por el gobierno regional de Esperanza Aguirre… ayy que pillines estos políticos, que aviesas intenciones tendrían para hacer tanta genuflexión al señor Sheldon Adelson.
Nuestro jovencillo, Boétie, lo tenía claro.




Así que estamos ante un ensayo que se adelantó en tres siglos (fue escrito en 1548) a las ideas de Proudhon, Bakunin o Marx.

Enfrascado en su lectura, voy pasando las páginas, aparto el libro para ir macerando los ingredientes allí vertidos y pienso que sus palabras podrían ser las mismas que hoy, año 2015, nos retratan como especie social y explican nuestra forma de convivir con la política.

Era harto difícil el reto de Étienne; despertar las conciencias adormecidas, lo mismo que ahora.

Más que una obra destinada a nuestros apoltronados políticos, esa Casta que dicen por ahí, yo la dirijo a  un grupo mucho más numeroso, los Descastados, a nosotros, a ver si dejamos de agrandar la maza, en fin… solo era para que cerrar con ingenio este párrafo.



En todo caso, el mensaje de Boétie es un puñetazo en el estómago, y duele, somos cómplices de los abusadores que nos fustigan.

Visto lo que hay, sus reflexiones, como decía al principio, quedaron atrapadas en una bella quimera, la utopía que nunca llegó a vestirse de realidad.

Ese es uno de los grandes atractivos de la literatura, aunque esto sea un ensayo, hacernos habitables las quimeras para sacudirnos, por unos momentos, las telarañas de este mundo.




Y si algunos, al contrario, están empachados de belleza en esta tierra sin par, de nuevo los Étienne y compañía nos  invitan a pisar el fango de nuestro patio trasero.

Creo que no hay obra teatral más grandiosa que despegarse un tanto de la realidad y contemplarla desde la butaca… pasen y vean.
El exiguo precio de un libro podría dar para toda una revolución, me digo; iluso pero bonito pensamiento, añado.

Bueno, me quedo un rato en mi quimera degustando las palabras en el silencio… afuera hay mucho ruido.