El
tungsteno (1931) / Paco Yunque (1951). César Vallejo (Perú, 1892 – París, 1938)
Editorial
PEISA, Lima, Perú. Edición de 2016. Novela / Cuento. 126 pp.
Valles andinos, Perú. Paco Castillo.
Ya estaba
familiarizado con César Vallejo a través de su poesía; Los heraldos negros,
Trilce, España, aparta de mí este cáliz, son obras que tengo y
cuya lectura he ido saboreando por catas, es como suelo degustar la poesía,
igual que el chocolate negro.
Un
ejemplo de entropía universal a escala doméstica, mi biblioteca. Pero no hay
caos, los libros, igual que los planetas, están donde les corresponde.
Mientras
esperaba en la Estación Central de Autobuses, en el rutilante edificio Plaza
Norte de Lima, para dirigirnos a San Ignacio, el norte del Perú, me acerqué a
la librería de la terminal (Entre páginas, se llama), como hago cada vez que estoy allí.
Terminal Plaza Norte de Lima. Foto internet.
Librería en la estación. Foto internet.
Foto internet.
En el
establecimiento siempre curioseo la tentadora selección de autores peruanos como de los países vecinos y, claro está, acabo llevándome algún ejemplar que otro
para leer durante el largísimo viaje, pues San Ignacio queda a unos 1180 kms de
Lima.
El
librito de César Vallejo captó mi atención por una peculiaridad, se adentra en
géneros como la novela y el cuento, nada habituales en lo que yo conozco del
autor.
También,
como en ocasiones anteriores, me hice con algún autor peruano por descubrir. En
este caso fue el joven Jerónimo Pimentel (1978), escritor y periodista limeño.
El argumento de la contraportada me convenció sobre otros candidatos.
Por el norte peruano. Paco Castillo
Lo
presumible en los poetas, y César Vallejo está en el Olimpo, es que se dejen
llevar por el estilo poético cuando escriben novela o cuento, por eso, a
priori, me ha sorprendido la prosa descarnada, huérfana de lirismo, en estas
escuetas obras.
Pero pronto
entendemos tal negación; Vallejo quiere que su
tono acusador permanezca aislado de cualquier aditamento que desvirtúe
la intención reivindicativa.
Pretende
que el lector se enfrente sin cortapisas a la violenta realidad social de las
comunidades humildes (campesinos, obreros y desfavorecidos en general). Desea
situarnos sin velos ante la ingratitud clasista y/o caciquil de la que ha sido
testigo.
Y a fe
que lo consigue.
Hacienda cafetera de la familia en San Ignacio, Perú. Paco Castillo
Incluso,
en referencia a la novela Tungsteno, hay pasajes de naturaleza más informativa,
periodística cabría señalar, que literaria.
Esto no
ha restado mi interés por la lectura, más bien al contrario, consigue un
equilibrio perfecto entre la acción y la descripción, la intensidad narrativa y
el dinamismo nunca decaen. Es extraño como lo logra, pero un gran escritor hace
que lo difícil parezca fácil.
Tampoco
vamos a encontrar al Vallejo más osado estilísticamente; señalo esto por el
afán innovador que le caracterizaba, una osadía que le empujaba a explorar las
posibilidades del lenguaje, avanzando donde muchos ya eran incapaces de
continuar. Libertad expresiva que Vallejo se ha permitido, fundamentalmente, en
la poesía, ejerciendo una influencia considerable.
Pero aquí
tenemos un escritor más comedido, el argumento y el carácter de las historias,
más el formato de novela, lo demanda.
Mientras
leía estas historias me sentía acuciado por la rabia (indudablemente uno de los
propósitos de Vallejo con el lector), ante el caciquismo local que explota y
saquea sin escrúpulos al campesino pobre y analfabeto. Del mismo modo que la
ingenuidad de las muchachas aldeanas es utilizada por estos hombres abyectos
para convertirlas en sus concubinas. Dichos individuos eran gerentes de las
minas, jefes de peonadas, alcaldes comarcales, comisarios de policía… todos
forman la misma turba en estas páginas de Tungsteno. Y esa misma
humillación hacia las clases más desfavorecidas la encontramos en el cuento
“Paco Yunque”.
Cesara, Perú. Paco Castillo.
La
ignorancia de los míseros allana el camino a las tropelías de quienes ostentan
algún tipo de poder sobre los más vulnerables.
Una
situación que dista mucho de haber desaparecido en Latinoamérica. Cualquiera
que pase un tiempo razonable por allí (yo tengo el privilegio de hacerlo), constatará
como la desigualdad lastra el desarrollo de aquellos países, en el sentido más
amplio.
En Tungsteno,
Vallejo pone sobre el tapete problemas bien latentes de su época, pero tristemente
vigentes en la actualidad.
El
escenario es un pueblo imaginario, cercano a Cuzco, y habitado por una
comunidad indígena de campesinos, lugar que será el enclave de un gran
consorcio minero norteamericano.
Por el bosque de Cesara, Perú. Paco Castillo.
Asistimos
a la descontrolada extensión de la minería, actividad de grave impacto
medioambiental, y cuya dinámica productiva somete al serrano andino a una
brutal explotación y desgaste físico. Observamos una mano de obra barata que es
continuamente denigrada por los patronos locales. Iremos asomándonos al racismo
lacerante, una grieta que irrumpe con brusquedad entre unos y otros, más
dolorosa aún cuando es entre compatriotas.
Y me
detengo en el punto mencionado, ya que es una situación que yo mismo he
comprobado allá; la inquina de los costeños peruanos, que son los habitantes
urbanos, hacia sus vecinos del interior, el cholo, el indio, el campesino
serrano que es visto como una bestia de carga, un bruto sin más, presto a los
trabajos que nadie quiere. Y, ya digo, esto es así ahora, a pesar de que muchos de esos "ciudadanos" hunden sus raíces en la sierra, origen del que reniegan por el qué dirán.
Dichos
aspectos sitúan a la novela en la llamada literatura social y de protesta, muy
extendida en Latinoamérica, razones y argumentos no faltan.
Paseando por Cesara, Perú. Paco Castillo.
Otra
característica relevante, posee inequívocos rasgos de la narrativa indigenista,
pues existe un pueblo nativo, los Soras, cuya bohonomía e ingenuidad los hace
víctimas fáciles para la codicia de los poderosos. Un magnífico ejemplo de este
género es “Los perros hambrientos”, escrita por Ciro Alegría, de reciente aparición en este blog.
Apuntaba
al sentimiento de rabia que me embargó leyendo varios pasajes de la novela (y
del cuento), pues los hay de enorme injusticia social, donde la tensión
emocional es palpable.
Cuando lo
caciques de turno observan al “populacho” clamando justicia por el abuso de
autoridad sufrido, la respuesta no se hace esperar; la gendarmería, fusil en
mano, acribilla al campesinado congregado ante el consistorio, bajo la
acusación de rebelión inminente, a pesar de que esas gentes griten sin más
armas que sus voces, ya casi rotas.
Tras unos
segundos de locura, griterío y confusión, cuerpos de hombres, mujeres y niños
yacen destrozados e inertes por toda la plaza.
Las
autoridades locales se congratulan después de la matanza. Se ha instaurado el
orden. Se ha hecho justicia:
“(…)
el alcalde Parga ofreció una copa de coñac a los circunstantes, pronunciando un
breve discurso.
¡Señores!
–dijo, con su copa en la mano-. En nombre del Concejo Municipal, que tengo el
honor de presidir, lamento los desgraciados acontecimientos de esta tarde y
felicito al señor subprefecto de la provincia por la corrección, justicia y
energía con que ha devuelto a Colca el
orden, la libertad y las garantías ciudadanas. Así mismo, interpretando los
sentimientos e ideas de todos los señores presentes –dignos representantes (…)
de la administración pública-, pido al señor Luna reprima con toda severidad a
los autores y responsables del levantamiento (…)
¡Señores:
por nuestro libertador, el subprefecto señor Luna, salud!
Una
salva de aplausos premió el discurso del viejo Parga y se apuró el coñac. El
subprefecto contestó en estos términos:
-Señor
alcalde: Muy emocionado por los inmerecidos elogios que me habéis brindado, yo
no tengo sino que agradeceros. Verdaderamente, yo no he hecho sino cumplir con
mi deber. He salvado a la provincia de los desmanes y crímenes del populacho
enfurecido, ignorante e inconsciente.
(…) Lo
que ha hecho la gendarmería no es nada. Yo les haré comprender a estos indios
brutos y salvajes que así nomás no se falta a las autoridades.” (p. 84)
Por
consiguiente, el anuncio es claro; que nadie busque aquí el lenguaje poético
que no ha querido Vallejo.
Así tenía
que ser.
Cesara, en la tienda del pueblo.
Paco
Yunque.
Estamos
ante un cuento de estilo realista, por momentos enternecedor hasta que, poco a
poco, la narración te va sumiendo en la tristeza y el pesar. Y esa es la
sensación predominante tras la lectura.
Valles peruanos. Paco Castillo
Paco
Yunque es un niño de siete u ocho años. Vive con su madre en una elegante casa
señorial, en donde ella trabaja de sirvienta. La propiedad pertenece a un
acaudalado matrimonio. Residen en un pueblo andino, ya que el señor, de origen
inglés, posee allí intereses económicos relacionados con el sector ferroviario.
El rico
matrimonio también tiene un hijo, Humberto Gieve, de la misma edad que Paco
Yunque, aunque más corpulento que el humilde muchacho.
Se ha
acordado que Paco Yunque sea compañero de juegos al servicio de Humberto. Sin
embargo, la realidad oculta de Paco Yunque dista mucho de esa función.
Humberto
es un auténtico déspota con el hijo de la criada. Cuando están a solas le
somete a continuas humillaciones. Lo trata de forma vejatoria, recordándole a
cada instante su condición de mísero sirviente. Para colmo le golpea con frecuencia.
Paco
Yunque sufre calladamente esta violencia verbal y física. Su indefensión es
total. El lector asiste con verdadera angustia a la penosa existencia del
pobre niño.
El
maltrato continúa en la única escuela del pueblo, en donde ambos chicos comparten
aula.
Los otros
compañeros se irritan ante las vejaciones y porrazos que Humberto propina a
Paco, y se encaran con el malcriado colegial. Les apena ver a Paco llorando a
cada rato.
Pero
Humberto se muestra desafiante con los demás niños, sabedor de la privilegiada
posición que tiene su familia en el pueblo. Nadie osaría contrariar a unos
vecinos tan distinguidos y poderosos.
En
cualquier caso los compañeros lo denuncian ante el profesor… y éste se las
arregla para hacer la vista gorda.
No solo
evita recriminar a Humberto, sino que amonesta a Paco Yunque por situaciones
problemáticas que siempre provoca Humberto, al fin de que su “sirviente” parezca el
único culpable.
La aún
corta vida de Paco Yunque es un auténtico infierno.
Pero nada
cambiará. Así han de seguir las cosas para que, un mes más, la escuela vuelva a
recibir un generoso donativo del distinguido papá de Humberto.
Y uno cierra el libro enrojecido de ira. Es lo que quería Vallejo.
C´est
la vié… ¡hay que joderse!