P. Castillo

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lunes, 29 de abril de 2019


Una necesaria lectura tras las Elecciones Generales.



Ayer estaba acomodado frente al televisor, que retransmitía las primeras valoraciones de los candidatos a la Moncloa tras el escrutinio, asistiendo a las impresiones de los tertulianos políticos en los platós…

Pero transcurridos cinco minutos escuchando a unos y unas constato la urgencia de recurrir a otros analistas sociales, siempre infalibles en sus juicios, certeros cronistas del tablero nacional en el que se dirime la partida.



Dicho esto, solo había una lectura fiable.


MORTADELO Y FILEMÓN



Y para más inri con un título que ahora mismo posee una enorme connotación, incluso su guasa, diría yo, y también Ibáñez:

 WATERLOO

Pues anda por ahí un valedor de la nación catalana, como estado republicano independiente, un tal Puigdemont.

Por tanto, la lectura después de las urnas estaba clarísima.



Voy pasando las páginas admirado por la clarividencia del análisis.





Sí.



Y los incansables agentes de la T.I.A. nos van despejando el camino.




En fin, como decía al principio, una lectura necesaria para asomarse a este país dominguero… pues era domingo, ¿no?



domingo, 21 de abril de 2019


Asomado a una ventana meridional


Desde la ventana en un barrio de Jerez. Paco Castillo, abril de 2019


Entrada la tarde del Viernes Santo, estaba leyendo “Un invierno en Lisboa” en un barrio de Jerez, ciudad tan musical como la portuguesa narrada por Muñoz Molina, y a veces lo alternaba con la lectura de “Alfanhuí” junto a una ventana iluminada por el sol meridional. 


Paseando por las inmediaciones del Teatro Villamarta, Jerez, abril de 2019

El astro rey se dejaba ver a regañadientes, regalándonos un hermoso resplandor vespertino que irrumpió rasgando el cielo enlutado de gris, desafiando la amenaza de lluvia, tal y como se presiente en esta fotografía que tomé varios minutos antes que la de arriba.







Alfanhuí, tan andarín él, estará contento. Ha llegado más lejos en sus andanzas, pues Rafael Sánchez Ferlosio lo llevó desde Alcalá de Henares hasta Palencia, un interesante periplo sin duda. Yo lo he desplazado desde Madrid, pasando por Extremadura, hasta recalar en Jerez de la Frontera, e incluso Cádiz, con el lomo del libro acariciado por dos brisas, la del Atlántico y la del Mediterráneo. 
Ya es un kilometraje respetable, suficiente para que el chiquillo, Alfanhuí,  contase otros gallos de veleta, y no solo el de su pueblo, apostados a lo largo y ancho de la ruta.

Hablaba de la ventana. Esta es la ventana de un vencindario humilde, situado enfrente de la Universidad de Jerez. Las fachadas tienen ese blanco encalado tan andaluz, cuyo fulgor al recibir la luz natural es visible desde varios kilómetros, como la dentadura que ahora exhibe Cristiano Ronaldo.


Al escuchar el característico trino lastimero de unas gaviotas me asomé a ver si las divisaba, y ahí estaban, una pareja volando en círculos concéntricos alrededor del patio comunal, mientras dos tipos de piel curtida se afanaban allí abajo en revisar el motor de un “cuatro latas”, flanqueados por sábanas, leotardos infantiles y variopinta ropa interior ondeando por el viento del Levante. Por aquí saben mucho de vientos.

Cuando quise sacar la cámara y fotografiarlas ya se habían esfumado entre las nubes. Las gaviotas, claro.




Ese trozo rectangular de cielo, cada barriada tiene uno en propiedad, ahora lo ocupaban algunas golondrinas con sus cabriolas imposibles.

La verdad es que fue contemplar los destellos albos salpicando el horizonte lejano y dejé la lectura. Entonces propuse a mi hija mayor, Izaskun, dar un paseíto por “Jeré”… en realidad fueron los alrededores, circunvalando las barriadas colindantes.

Nos distanciamos de la casa unos dos kilómetros y medio, calculando algo asequible para mi campeona, teniendo en cuenta que hay que regresar, pero según ella fue poca cosa.


En nuestra breve incursión vimos cosas interesantes.

Pasamos al lado de un edificio que acaparó mi atención, lleno de pintadas y cochambroso, el estado de abandono era notorio. Cuando me fijé más detenidamente advertí un cartel, lo que antes sería un luminoso, con dos palabras en cursiva de un tono amarillo mortecino:


Cine Delicias”

En la fachada del edificio, justo encima del letrero, había una enorme pintada:

"Adelante Andalucía"

Hice una fotografía. En el momento exacto de hacerla se abrió un pequeño claro en el cielo sobre el tejado a dos aguas. Se dejó ver un tímido azul, suficiente para realzar la decrepitud de todo el conjunto. 


Restos del Cine Delicias, Jerez. Abril de 2019, Paco Castillo.



Rip...

rip, rip, rip, rip… así me sonaban los trinos de los vencejos sobre el cadáver de ladrillos.


Antiguo Cine Delicias, Paco Castillo, abril de 2019.


Tuve la sensación de estar ante una vieja osamenta, los restos de un esqueleto. Me dije que habría de investigar por internet sobre la existencia de esta sala en ruinas.

Así que llegado a mi barrio sureño, me dirijo a la habitación de la ventana desde la cual han brotado estas líneas, y ante el ordenador pongo en Google  -cine delicias jerez-. A los propietarios de la casa, amigos íntimos nuestros, no les pude preguntar por mi descubrimiento, ya que estaban por el centro urbano entregados a los pasos de una de tantas procesiones en estas fechas.

Mis pasos van por otros derroteros, otras ruinas. Sin embargo confieso que asistí a una, movido por la curiosidad y aquello de no resultar talibán a mis amigos. Aunque mi acercamiento fue más antropológico que religioso, admito que  no estuvo mal.

Eso sí, me lleve un libro, por si se terciaba leer. Cualquier ocasión puede convertirse en un estímulo para abrirlo al azar y combinar lectura con visión, ¡anda qué no!



Jerez, en una procesión de Semana Santa. Yo a lo mío...

Bueno, prosigo con lo de internet. Los resultados saltan al instante en el buscador; el primer enlace pertenece al Diario de Jerez, aunque es una noticia del 2010,  y ya tiene un título inquietante: 



-La peor proyección del cine Delicias-

“La que fuera una de las más emblemáticas salas de Jerez se ha convertido en un punto insano de basuras y drogadicción l Está abandonado desde su cierre hace ahora trece años.”

Eso reza la cabecera que precede al resto de la información. En resumidas cuentas leemos como se ha convertido en un antro donde se refugian los yonquis… para proyectarse ellos también en otra película, ésta de suspense y con incierto final.

Y creo pertinente mi apreciación. No en vano la última película visionada,  leo en la noticia,  fue en 1997 y era una de la Saga de Star Trek.

Star Trek significa Viaje a las estrellas.

Pues sí, aún siguen asistiendo algunos “espectadores desubicados” por las rendijas, jeringuilla en mano, para adentrarse en el Viaje a las Estrellas…

Fue la cinta que cerró una etapa dorada hasta el ocaso actual. En realidad la proyección no ha terminado para unos cuantos desgraciados. Inmersos en un largo, largísimo, viaje interestelar sin atisbar el retorno.


Después salto a La Voz de Cádiz . Es una crónica igualmente pretérita, del mismo 2010. Me quedo con este fragmento:


"Después de cientos de tiroteos, peleas, persecuciones policiales y fascinantes historias de amor vividas a través de su enorme pantalla, el Cine Delicias está perdiendo estos últimos años su batalla contra el abandono."

Minutos más tarde nos cruzamos con otra singular edificación. Un chalet decorado con unos grafitis (según la RAE mejor con una f) muy llamativos en cada pared. Dalí, Rafael Alberti, Einstein y alguno más.


Paco Castillo, Jerez, abril de 2019


Izaskun me dijo que le sonaba ese señor del bigote raro, pero no sabía como se llamaba y tenía una vaga idea de lo que hacía, ya que lo vieron un día en clase, bueno con siete años la cabeza es un carrusel de imágenes…



-Es Dalí-, le aclaré a mi pequeña.

«Papá, Dalí no me gusta, es un poco feo y tiene unos ojos muy grandes»

-Pues si tú lo dices, hija…-

Luego me quedé pensativo. No sé, tal vez tenga una belleza picassianamás cubista que surrealista.

Si yo hubiera sido el grafitero, creo que habría exprimido la vena creativa inspirado en esos ojos inmensos del pintor, el resultado no podría ser otro… dibujar a Marty Feldman en la misma pared, en un duelo de miradas, la del artista frente a la del actor. Dos pares de ojos similares a extraños planetas en alguna galaxia lejana.



Marty Feldman, foto internet


Proseguimos la caminata. Nos cruzamos con varios parroquianos de punta en blanco, ellos bien pertrechados en sus trajes de corbata , y en elegantes y sobrios vestidos ellas. Iban de camino hacia las procesiones, toda una liturgia por aquí.

Observar a estas gentes engalanadas, con mucho estilo ciertamente, es una escena que no tiene nada de extraordinario en Semana Santa… excepto que acto seguido se crucen, entre los efluvios de chaneles y armanis aún flotando en la calzada, una pandilla de moteros germánicos llenos de tatuajes y dejando tras de sí una estela aromática todavía más potente que la anterior… una mezcla  indescriptible de finos embotellados en las célebres bodegas jerezanas, aderezados con cerveza local y todo ello adobado con intenso olor de la marihuana fosilizada en los chalecos de cuero. Son estampas de Jerez que uno va coleccionando en la retina.





Fotos, Paco Castillo, podrían haber sido la últimas, uff...


Tenía que acabar haciendo un tributo a mi hija, pues también hubo cosas para ella.

Foto, Paco Castillo.


Ignoro que pintaba Bob Esponja por aquí, huelga decir que primero lo vio mi hija. Pero tampoco sé que pintaba un descreído como yo en una procesión jerezana, al tiempo que leía unas frases de Alfanhuí al paso del Cristo. Lo dicho por arriba, son cosas que ocurren en Jerez.




¿Nos despedimos con música? Venga.

En una ciudad tan flamenca como Jerez, hay un personaje al que se le profesa tanta veneración como a la Semana Santa, Camarón de la Isla

No soy entusiasta del flamenco, bueno rescato a Paco de Lucía, pues me encanta. Sin embargo Camarón me cautiva, es difícil precisar la razón… hay algo enigmático y salvaje en su pose, su presencia , en su voz que me golpea de alguna manera, tal vez sea eso.





A García Lorca, tan amante del cante jondo, le habría fascinado escuchar a Camarón cantar una de sus más bellas poesías. La Leyenda del Tiempo. De nuevo Camarón.




El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El tiempo va sobre el sueño
Hundido hasta los cabellos
Ayer y mañana comen
Oscuras flores de duelo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Sobre la misma columna
Abrazados sueño y tiempo
Cruza el gemido del niño
La lengua rota del viejo

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

Y si el sueño finge muros
En la llanura del tiempo
El tiempo le hace creer
Que nace en aquel momento

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño

El sueño va sobre el tiempo
Flotando como un velero
Nadie puede abrir semillas
En el corazón del sueño





martes, 2 de abril de 2019


Las ratas (1962). Miguel Delibes (Valladolid, 1920​-2010).
Ediciones Destino, 1980. Octava edición. Narrativa, 175 páginas.







En sus novelas más campestres, si me permitís la licencia, es cuando Miguel Delibes  saca a relucir el naturalista brillante que siempre fue, lo que no deja de ser llamativo habida cuenta de su formación en comercio y derecho mercantil, disciplina en la que ejerció de catedrático.

En una novela como Las ratas, considerada por los críticos una de las mejores en la carrera del autor, encuentro al Delibes que más me cautiva, el del mundo rural. Un trabajo con el que consiguió  el Premio de la Crítica en 1962, así leemos en la contraportada.


Huelga decir que Delibes es un gran escritor en cualquier historia que desarrolle, pero cuando vamos dejando atrás los escenarios urbanos para adentrarnos en lo rural, es palpable que el escritor se encuentra a sus anchas, en sintonía con la palabras que mejor expresan ese mundo rústico que a él le da la medida exacta de las cosas, de la existencia misma.


Me recuerda, valga el símil, a eso que dicen los futboleros: “lo tenemos que bordar, jugamos en casa”. El Delibes del entorno rural, el del campo, es un autor que también “juega en casa”, y eso se nota.




Asistimos a una suerte de trance que sume al escritor en estado de gracia, con una prosa poderosa desde la primera a la última frase de la narración, una escritura que se nutre de la naturaleza, partiendo de lo esencial, lo primario que hay en ella para penetrar en el alma de las personas que habitan el campo castellano, rodeados de un paisaje frugal, elemental, duro e implacable, austero… tal son sus moradores, cincelados por esos elementos. Y lo refleja Delibes con la maestría propia de un observador minucioso, como el biólogo tomando notas en su trabajo de campo.

"Por San Simplicio, el niño y la perra sintieron la engañosa llamada de la nieve y salieron al campo. Sus pisadas crujían tenuemente, más aquellos crujidos detonaban en el solemne silencio de la cuenca con una sorda opacidad. Ante sus ojos se abría un vasto, solitario y mudo planeta mineral y el niño lo recorría transido por la emoción del descubrimiento. Dobló el Cerro Merino y al iniciar el ascenso de la ladera, el Nini atisbó el rastro de una liebre."


Delibes aúna la perseverancia y el rigor del biólogo, sin serlo, con la sensibilidad del escritor, atento a cualquier estímulo vital para ser trasladado a la cuartilla, y convertir la llegada de las avefrías surcando los cielos meseteños, o el vuelo del azor, o el merodear de la corneja, o el graznido de los cuervos, o el chasquido de los juncos cuando los atraviesan las ratas, o la granizada de abril, o la sementera, o el ulular del viento, haciendo danzar a los trigales cimbreados por su furor o… en acontecimientos que para el Nini, protagonista central, un niño vivaracho y astuto, son hechos trascendentales que le aproximan al conocimiento de los humanos.


Para él la humanidad son los 15 o 20 aldeanos de su pueblo. Cada uno de ellos, esos “cuatro gatos”, revelan claves de la humanidad entera; la violencia con el débil, la sabiduría silenciosa, la ignorancia, la nobleza de carácter, la brutalidad, la honestidad, la codicia, la generosidad, la infancia como etapa de descubrimiento, la madurez… todo envuelto en el ciclo inexorable de la vida y de la muerte.

El chico se gana el pan cazando ratas en el arroyo, junto a su abuelo El Ratero, hombre taciturno y parco en palabras, primitivo como el paisaje que se cierne ante ellos.

Las ratas eran una fuente de alimento relativamente frecuente en aquellos tiempos, el Nini y su abuelo las capturaban para venderlas  a los parroquianos. Ambos habitan una de las cuevas que hay en los alrededores del pueblo, lo que constituye una fuente de conflictos para el alcalde, pues lo considera una mala imagen para el pueblo. Algunas mujeres intentan razonar con el abuelo para que el chico sea escolarizado, pero se esfuerzan en balde, el abuelo es inflexible, al Nini no parece afectarle la situación.


Es un niño de mente ágil  y despierta, permeable a las enseñanzas de la naturaleza, apreciado en el pueblo pues siempre está dispuesto a echar una mano a los vecinos... y lo dicho, posee ese tipo de sabiduría que solo los chavales criados en el campo atesoran. Todos le consultan sobre el tiempo venidero para las cosechas, la mejor forma de criar conejos, cuando conviene hacer esta o aquella labor, etc. El Nini asume su papel de "oráculo" local con toda naturalidad, y nadie duda de su eficacia en los presagios que hace, la verdad es que no suele equivocarse.

La historia que tenemos gira en torno a estas cuestiones:

«Muerte, Infancia, Naturaleza y Prójimo»


Son los ejes fundamentales en la obra literaria de Delibes, como ya afirmara el autor con esas mismas palabras en varias ocasiones. Y desde luego están presentes en Las ratas.





El Nini y su inseparable perra, la Fa, nos remiten a un mundo acaso ya agonizante, algo que de alguna manera vemos reflejado en sus conversaciones con el Centenario, el viejo del pueblo, compañía que el Nini busca cada vez que tiene oportunidad:

(…) el Nini bajó un rato a hacerle compañía. Sobre el camastro pendía una lavativa y, a su lado, la pobre lámpara un cromo de la Virgen. Le dijo el viejo sin volver la vista, sin mover un solo músculo de la cara:

-Esta tarde, antes de acostarme, quise oír el viento en los plumeros de las espadañas, como cuando mozo. Me tumbé junto al arroyo y aguardé, pero el viento no sonaba igual. Todo se va; nada se repite en la vida, hijo.”



Y eso me pasa a mí cuando paseo por el campo e irrumpe el viento, lo escucho, y lo observo arrastrando al tiempo, llevándoselo a no se sabe donde, lo eleva hacia el cielo y por ahí se escapa, acompañando a las nubes en su viaje sin retorno...