P. Castillo

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lunes, 30 de abril de 2018



Así de grande (So Big). Edna Ferber (Michigan, Estados Unidos, 1885 — Nueva York, 1968)

Circulo de Lectores 1965, traducción de Miguel de Hernani, 333 páginas.






Había comenzado la lectura de esta gran novela y el entusiasmo iba in crescendo, leyendo con una celeridad que, por inusitada, no deja de sorprenderme últimamente.

Esto lo dice alguien que lee libros titulados “El elogio de la lentitud” (Karl Honoré) , o “El descubrimiento de la lentitud” (Sten Nadolny), y los leí despacio, claro.
De todas formas me lo tengo que hacer mirar, la rapidez. La lentitud no.

Pero todo fue al carajo por un catarrazo primaveral que sorprendió a la pequeña de mis hijas.

La lectura fue cediendo a los dalsy, visitas a urgencias, gotas para la otitis y jarabes para la tos… cuya eficacia debe de considerarse según los dos títulos que hay arriba (el de Honoré y Nadolny). A buen entendedor (…)

Ya pasó lo peor, a pesar de algún ramalazo de tos mi hija está mucho mejor, y yo tomo menos café para sostenerme en pie.

Dejemos los virus.

Imagino que el nombre de Edna Ferber no dice mucho por aquí. Lo solucionaremos ahora, ya veréis.

Ciertamente a todos nos suenan películas tan memorables como Gigante o Cimarrón, y  omito otras menos famosas pero seguramente conocidas por los cinéfilos. Pues ahí tenéis a E. Ferber. Detrás de esos largometrajes está la mano maestra de dicha escritora, dramaturga y periodista ocasional.




El séptimo arte, siempre mirando de reojo a la literatura, no dudó en llevar tales títulos a la gran pantalla, habida cuenta del éxito que cosecharon en su anterior existencia como novelas, las de Edna Ferber.


Edna Ferber. Foto www.britannica.com

Esta mujer de carácter estaba muy interesada en controlar el resultado de su obra al cine, no pocas veces “los treinta y cinco milímetros” hacen estragos con una narración.

Por eso es frecuente encontrar archivos fotográficos de ella conversando amistosamente (o no) con los grandes ídolos del celuloide, por aquel entonces. Ahí la podéis ver con James Dean, en la mítica Gigante.



Edna Ferber con James Dean en 'Gigantes' (1955). Warner Bros / Floyd McCarty. Foto internet.

De esta misma novela, So Big, traducida “Así de grande” y galardonada con el Pulittzer (1925), se hicieron tres adaptaciones a la pantalla.

Hoy es posible hacerse con una edición reciente de este título gracias a la publicación que Nórdica Libros hizo en 2015.



En mi caso se trata de un viejo ejemplar editado por Circulo de Lectores en 1965, que dormitaba desde ni se sabe por mis estanterías.



Nos adentramos ya en “Así de grande”.

Los primeros años de vida hasta la adolescencia de Selina Peake fueron cualquier cosa menos convencionales. Su padre, Simeón Peake, era jugador de póker profesional, a quien la suerte le iba sonriendo y maldiciendo indistintamente, ya fuera en los salones de Denver, Nueva York, san Francisco, Milwaukee o Chicago. Una existencia itinerante (aspecto autobiográfico de la infancia de Edna Ferber) que Selina asumía de buen grado, pues el progenitor no fallaba en lo esencial, el gran afecto que profesaba hacia su hija. 

Era tan buen padre como pueda serlo un jugador de póker… al menos atento y cariñoso con la niña en los escasos momentos que los tríos de ases, o las parejas de reinas propiciaban el encuentro. Se intuye que Selina era huérfana de madre, no hay mención al respecto.

Cuando iba bien en el juego, Simeón agasajaba a su pequeña con cenas en los mejores hoteles, funciones teatrales, visitas a museos y actividades similares que ennoblecían el espíritu, tal vez por un remordimiento paterno inconfesable que trataba de resarcir de modo tan didáctico, a decir verdad el señor Peake era persona culta. Si venían mal dadas, tocaba dormir en pensiones de dudoso gusto y comer barato. 
Vivir en esa “montaña rusa” entusiasmaba a la chica. En las largas y solitarias horas Selina llenaba su tiempo leyendo a los clásicos norteamericanos y europeos que poseía su padre. Incluso hacía incursiones en los grandes autores griegos.


Ya residiendo en Chicago, cuando no estaba con los libros se reunía con su única y gran amiga, Julie Hempel, hija de August Hempel, el carnicero del barrio. Aunque la vida separase sus caminos pronto, esta amistad se revelaría fundamental para Selina y, especialmente, para su futuro hijo, Dirk DeJong, muchos años después.

La vida de un jugador de póker es eso… puro azar, y por tal motivo murió Simeón. Ocurrió en un elegante local, una mujer agraviada en su orgullo sacó una pistola y disparó llena de ira, quiso el destino que la nerviosa dama errase ligeramente el tiro, suficiente para que la bala asesina fuese a parar al corazón nómada de Simeón Peake, y no al objetivo deseado, el hombre sentado junto a él. Ese día S. Peake llevaba una escalera de color directa al más allá.

Todo se precipita para la joven. Se niega a instalarse en casa de sus dos tías solteras en Vermont, hermanas de su padre, y a quienes considera unas puritanas insufribles.

Gracias a la mediación de su amiga Julie y el padre de ésta, August Hempel, surge la opción de trabajar como maestra en una comunidad agrícola, High Praire, a media jornada de Chicago, siempre que el tiro de caballos fuera bueno.

A pesar de la distancia, le agrada la idea de ejercer como maestra, Selina era una chica muy culta para su edad, desde luego bastante más que Julie.

Y para allá marchará una muchacha veinteañera, sola, sin conocer a nadie, con mil dudas y preocupaciones atenazándola durante el trayecto.

Selina  se instalará con una sencilla familia de hortelanos, conocidos de August Hempel, el matrimonio formado por Klaas y Maartje Pool junto a sus tres vástagos, austeros como todos en la aldea, de maneras algo rudas y elementales pero acogedores.

Saldrá adelante, vaya que sí.



En estos pasajes Edna Ferber revela su virtuosismo describiendo el entorno agrícola, las peculiaridades de las cosechas y el sin fin de dificultades que plantean al hortelano. Todo narrado desde la sensibilidad de quien admira los grandes espacios despejados, transmitiendo la paradójica sensación de libertad y esclavitud de quienes los habitan y faenan.

Así es High Praire, una comunidad campesina fundada por colonos de procedencia holandesa. Son gentes de una simplicidad desconcertante para quien, como Selina, procede de la cosmopolita Chicago, la gran urbe del Medio Oeste norteamericano.

Es esa misma sencillez del campo la que posibilita al lenguaje utilizar atajos, evitando laberintos retóricos, para llegar a la sabiduría esencial de las cosas, sin que los propios hortelanos sean conscientes, muestra de ello son las confesiones entre Selina y Maartje, en la intimidad de la humilde cocina, después de cenar, ambas conversan sobre las sensaciones que tenía Maartje previas a la boda con Klaas Pool, algo que, aunque inocente, seguramente nunca había tenido oportunidad de contar:

¿Tuvo usted miedo… o algo parecido… cuando se dispuso a casarse con el señor Pool?

Maartje (…). Rió con una risita breve.
-Yo me escapé.

¿Se escapó? ¿Quiere usted decir que huyó?  ¿Por qué?
¿Es que Klaas… no le agradaba? (…)

-Sí, me agradaba. Claro que me agradaba.

Pero ¿usted se escapó?

-No muy lejos. Volví. Nadie supo en realidad que me había escapado. Pero me escapé. Yo sí lo supe.

¿Por qué volvió usted?

Maartje expuso su filosofía sin sospechar ni remotamente que pudiera merecer nombre tan retumbante.

-No es posible escaparse lo suficientemente lejos. Como no se deje de vivir, no es posible escapar a la vida (p.106).




Selina se irá adaptando al nuevo entorno, pero será un proceso largo y laborioso.

Los días se van sucediendo en High Praire al ritmo de las cosechas y sus diferentes variedades según la estación. La familia Pool será la base para que Selina aprenda todos los pormenores de la vida rural, lo que conviene hacer, lo que no.

Un lugar en donde comentar el tiempo que hará, adquiere una importancia capital… tal vez el único gran tema del que hablar en High Praire.

Las primeras impresiones que hizo Selina al conocer a sus caseros, aludían a la hermosura de las incontables huertas clareadas por el día, un caleidoscopio de colores cambiantes, la belleza del campo en definitiva.

Apreciaciones que se les escapan a estas familias laboriosas. Un sentido de la estética que no logra penetrar en el alma fatigada de estas gentes, encorvadas sobre la tierra, haga frío o calor, con la cabeza gacha sobre las hortalizas, sin tiempo ni ánimo para relajarse y apreciar “esa belleza” que siempre encuentran los foráneos.

Altos ideales alejados de la concepción utilitaria del campo que gobierna en sus mentes.

Parece una incapacidad universal de los campesinos exhaustos por las tareas, pues con idéntica negación para empaparse de la belleza circundante se presentaban los hortelanos extremeños en “El balcón en invierno” , de Luis Landero.

Y aunque Selina llegará a amar profundamente estas tierras, vivirá con la obsesión de no desterrar jamás a la belleza de su ser, e intentará que florezca en la de su futuro hijo, Dirk, viendo como ha sido aniquilada por sus vecinos.




Igualmente, por el gran paralelismo entre las protagonistas y los escenarios de esta historia, me ha recordado mucho a otra novela magnífica, leída hace tiempo, “Ethan Frome” de Edith Warthon, contemporánea y vecina de Edna Ferber (ambas residían en Nueva York, aunque Edith era 21 años mayor).

Dos mujeres protagonistas, jóvenes, cultas y cosmopolitas que emprenden la incierta aventura de la vida rural, donde todo parece tan anodino como el rutinario pacer de las ovejas. 

Vídeo grabado en Monte del Pilar (Pozuelo-Majadahonda), P. Castillo

Los primeros dos o tres años pasan como una exalación. Selina es una mujer que, a ojos de estos hortelanos rubicundos, altos y fornidos, parece inalcanzable. Una mujer educada en la gran Chicago, culta, de maneras elegantes, con mirada segura y despierta, irradiando un brillo especial en los ojos… una mujer que, por no ser el tipo de mujer que conocen, les resulta muy atractiva.

Selina se enamorará de un campesino apuesto, un rubio mocetón holandés, algo taciturno y solitario, una timidez con tamaña “planta” provoca un efecto irresistible en las jóvenes del pueblo. Pero él parece demasiado concentrado en sacar algún beneficio de sus baldíos terrenos, sin duda no son los mejores de la localidad.

Pervus DeJong trabaja de sol a sol para obtener una ganancia que no compensa la fatiga sufrida.

Era inevitable que los ojos de Selina se fijaran en este hombre que rehuye las miradas femeninas, callado, centrado en mantener sus cosechas. Pero Selina posee un encanto natural, cuyo efecto seductor derriba cualquier barrera, incluso las del solitario Pervus. Terminará siendo su esposo.

Selina ayudará sin descanso a su marido, juntos tratarán de sacar adelante la granja. Lo hace de buena gana, Pervus nunca la fuerza a nada que ella no quiera, es un hombre de buen corazón, aunque algo simple, igual que sus vecinos cincelados por la letanía de las estaciones, los ciclos húmedos y luego los cálidos, ahora remolachas y en dos meses coles… ese es su mundo, y ya será el de Selina.

Aprenderá a quererlo, aquella chica de ciudad llegará a amar la tierra y las hortalizas que de ella extraiga. No renegará de Chicago, disfrutará en sus visitas, pero su lugar está en High Praire… porque así lo sentirá primavera tras primavera, arruga tras arruga.


La llegada de Dirk DeJong, un bebé sano y risueño alegrará la dureza de los días, pero también es una presión añadida por la escasa rentabilidad de sus cosechas. Selina propone introducir técnicas novedosas, otros productos… ha estado estudiando multitud de manuales agrícolas a espaldas de Pervus, conocedora de sus reticencias al respecto. Él se resiste a cualquier novedad, le desagrada profundamente discutir esa cuestión con Selina, y ésta dejará hibernando sus excelentes ideas de mejora.

La muerte se lleva pronto al bonachón y taciturno Pervus, cuando el hijo apenas ha cumplido los 8 años. Décadas de ingente esfuerzo, con sol y humedad, en unas tierras yermas fueron agravando su reuma, pese a ello estuvo al pie del cañón hasta el último minuto, nunca dejó que la tierra lo humillara hasta postrarle en una cama.



Selina se echará la granja a sus espaldas, sin la ayuda de hombre alguno, si es necesario se levantará a las cuatro de la mañana y parará al anochecer, afrontando el mantenimiento de las tierras y el cuidado de su pequeño. 
Esta mujer de apariencia frágil, de sonrisa encantadora e inteligencia brillante, aplicará las técnicas de plantación sobre las que tanto ha estudiado a escondidas, introducirá género más apropiado… será una auténtica revolución que dejará estupefacta a la tranquila High Praire.

La existencia es dura, muchas veces ingrata para esta mujer, pero nunca logra paralizarla, doblegarla. No hay ningún secreto, cuenta con el mejor aliado, su fortaleza de espíritu, tiene a su hijo... y, sobre todo, se tiene a ella misma.

Como ocurre en todas las zonas agrícolas, ya sea en Illinois o en la Huerta murciana, los agricultores cargan sus hortalizas y ponen rumbo a los mercadillos de las grandes ciudades, lo mismo que hacen todos los campesinos de High Praire, y hacía el propio Pervus, dos días por semana.

Que una mujer de High Praire vaya sola al mercado callejero de Chicago a vender sus cosechas… es un auténtico escándalo, todos lo desaprueban, especialmente las mujeres de los campesinos... ¡qué desfachatez, una mujer sola vendiendo en el mercado! Musitan.

Y eso es exactamente lo que hará Selina, llevando a su pequeño “Sobig” (unión se So big). Los hombres la observarán con cierto desdén paternalista, piensan que “la pobre mujer” no sobrevivirá en el rudo mundo del mercadeo urbano.

Las primeras ventas de Selina, pese a contar con un genero más que aceptable y bien presentado, son desastrosas. Decide cambiar de estrategia, irá a la zona rica de Chicago e intentará vender sus hortalizas puerta por puerta en las mansiones señoriales, aunque se deje la suela de los zapatos sobre el empedrado, o la miren como a una indigente. Jamás permitirá que su hijo Dirk sufra penuria alguna mientras viva bajo su techo.



Y aquí sucede el encuentro trascendental, tras la verja de una enorme mansión asoma una cara conocida, a pesar de los años, es Julie Hempel, hija August Hempel, magnate del comercio porcino y vacuno, otrora carnicero de barrio.

El contacto de las amigas se produce en una profunda emoción, y conmoción por parte de Julie al ver el desastrado aspecto de su amiga y al sucio aunque risueño hijo... ambas se funden en un abrazo interminable, lloran y ríen ante la atónita mirada de Dirk.

Nunca más se permitirá dejar desasistida a su amiga Selina, afrontará la educación de Sobig en los mejores colegios, le propondrá pasar los veranos en la elegante mansión… Selina se siente abrumada, ni de lejos piensa aceptar el dinero de su amiga, pero está tan fatigada por la dureza de su vida que se ve bloqueada, con la mente embotada es incapaz de oponer resistencia al entusiasmo de Julie. Pero a lo que no piensa renunciar es a su granja.




Los años pasan rápido. 

En los últimos capítulos del libro, que aún así contienen ciento y pico páginas, el personaje de Dirk va ganando todo el protagonismo en detrimento de la madre, Selina, pero sus apariciones siempre tienen un hondo calado… es el alma de esta historia. Lo mismo se puede decir de Chicago, que se alza imponente sobre la humilde High Praire.

Esta es una fase muy interesante de la narración, pues Edna Ferber nos sitúa ante la confrontación de dos mundos; el sofisticado y urbano de Chicago que representa Dirk, convertido en un hombre terriblemente seductor y atractivo, cómodamente asentado en su despacho como alto ejecutivo banquero, después de abandonar su profesión de arquitecto, convertido en icono de la nueva élite financiera, requerido en todo evento social de relumbrón. Y por la otra parte el ya casi agonizante reducto rural que lo vio crecer junto a su madre, Selina, que sigue apegada al campo, a sus huertas, a su granja, que por el prestigio de sus hortalizas es conocida en todo Chicago… no le ha ido mal a Selina.

Y Edna Ferber, de manera magistral, pone frente al espejo de los sentimientos genuinos que brotan de la tierra, llenos de afecto y amor por lo que contemplan los ojos pese al esfuerzo, el reflejo de unos sentimientos fingidos, una atmósfera de una frivolidad irritante, exhibicionismo del lujo en los exclusivos clubes privados de Chicago, tal es el círculo que representa y en el que se mueve Dirk.




Si lo pensamos, es una transición impresionante, un cambio generacional de madre a hijo; de los espárragos, las coles, el olor a ganado, las técnicas hortelanas, las fiestas un tanto ridículas de los agricultores tocando viejos instrumentos, igual que sus “ropas elegantes” del domingo y demás… de todo eso nos vamos, primero, al ambiente universitario (magnífico retrato de la vida universitaria y su “fauna” según la procedencia social), y luego a los barrios elegantes de Chicago, las reuniones sociales de los potentados, las fiestas de los vástagos en sus inmensas residencias, los grandes despachos de los magnates, las conversaciones triviales y vacías de contenido, sus colecciones de coches, los viajes a Europa… en fin, de los trayectos en destartalados carros hacia el mercadillo de hortalizas de los campesinos, a los viajes a París, Londres o Roma que hacen los jóvenes herederos de las grandes fortunas de Chicago. 


En medio de esos dos mundos solo queda un enorme precipicio entre ambos, se profesan un profundo amor, pero el imponente abismo que los separa parece engullirlo.

Sin embargo la brecha se cuenta de una manera tan sutil por Edna Ferber, que la fractura entre esas dos realidades no se produce abruptamente, es como la luz estival que se va apagando lentamente con el avance del otoño.

Aunque pienso que al final de la historia le falta un pelín más de recorrido, no se trata del consabido final abierto que los lectores sabemos identificar. Es más bien la impresión de ese final apresurado que todos conocemos.

Nos quedamos sin esa pizca de condimento que el chef escamotea del plato elaborado, a última hora ya, cuando después de una larga jornada solo desea largarse a casa, y sabedor de que va a servir una obra maestra en la mesa y sus comensales se lo perdonarán, pues el resultado general es magnífico. Un brindis y a disfrutar… sin problema. En cualquier caso solo es mi apreciación, en otro lector puede variar la opinión.



Una recomendación, me la ha sugerido el libro, aunque la posibilidad de realizarla parece un tanto descabellada.

Sí alguna vez vais a Illinois hacedlo en octubre:

"Era a fines de octubre, en pleno veranillo de San Martín,. La más bella época del año en Illinois. Una luz dorada y suave parecía bañar todas las cosas. Era como si el mismo aire fuera un oro líquido y tónico. Las calabazas, pegadas a la fértil tierra oscura, devolvían el resplandor del ambiente y las amarillentas hojas de los arces reflejaban  luminosas los tonos áureos. Por la campiña, en millas a la redonda, era el espectáculo del esplendor, de la plenitud, de la profecía cumplida, como si una hermosa y fecunda mujer, después de haber criado unos hijos robustos, descansara, serena la mirada, benigna, exuberante, satisfecha (p.218)."

Es imposible no caer rendido a los pies de Selina, enamorado, no tanto por su delicada belleza física, sino por como la propia belleza del mundo que la rodea, esa que se escapa a los ojos del campesino, se posa en ella. 

Es la belleza de las huertas cuidadas con mimo, la que trae el viento con olor a espárragos, incluso la de sus manos agrietadas, con manchas de barro y aroma a simientes, la de su enorme fortaleza interior, la de su amor sin condiciones por el hijo. Esa es la belleza que entra a raudales por los ojos de Selina, y que ella refleja ante todos, infundiéndoles serenidad, placer, gratitud... así era Selina, sin saberse dueña de tal hechizo sobre los demás.


Si películas tan inolvidables como Gigante o Cimarrón han quedado grabadas en la retina de millones de espectadores por el mundo, sepan que todo comenzó en la mente brillante de una mujer...


Edna Ferber

www.gettyimages.es



martes, 24 de abril de 2018


Libros en el paisaje


El poeta islandés Jóhann Hjálmarsson. Paseando con su libro "Búsqueda", y escrutando la vida, diminuta, grandiosa...

No tengo una especial inclinación por celebrar El Día del Libro, según sople el viento por esa fecha, así obro. Un año lo puedo hacer y los dos siguientes no.
Eso sí, admito que me gusta observar los pequeños homenajes personales que pueden presenciarse en muchos blogs, etc.

Esta mañana, muy temprano, antes de despertar a las dormilonas de mis hijas, me he tomado un café (solo y sin azúcar) frente a mi biblioteca, recorriendo con la mirada los lomos y portadas que custodian cientos, o miles, de historias, memorias, vidas. Y sin saber como aquí estoy escribiendo, reflejando… mi discreto tributo a los libros en su festividad, aunque fuera ayer.

Lo haré como es habitual en mí, a través de esa sólida alianza  que forman en mi blog libros y paisaje, a veces urbano, casi siempre agreste. El paisaje tiene la virtud de realzar al libro, y el libro de humanizar al paisaje.

Ahí van varias fotografías librescas, no todas claro, de algunas lecturas que aparecieron por el blog, un reflejo de su trayectoria.


Con "La Ilíada" de Homero arrancó este espacio.


El jovencísimo Étienne, gran amigo de Montaigne. Una lectura contundente, genial, sobre nuestra apatía social


Por razones personales, también literarias, uno de las grandes novelas en mi vida. Los perros hambrientos, Ciro Alegría


Sebastián Juan Arbó, su prosa me emociona


Chinua Acheve. Palabras que se transforman en imágenes poderosas


La ya lejana Feria del Libro 2015, Madrid


Cees Nooteboom, "La historia siguiente". Uno de los mejores finales que he leído


John Stuart Mill, "Sobre la libertad". Un clásico fundamental en la filosofía y el pensamiento político


Augusto Monterroso. El sentido del humor es el mayor síntoma de nuestra inteligencia. Él iba sobrado en tales aspectos


Nadie como Mishima para ofrecernos belleza incluso en la tragedia

B. Constant, un filósofo como ejemplo de magnífico novelista


La fascinante Clarice Lispector. Sus libros no acaban, porque la primera página podría ser la última y la última el principio de todo

Hay que retornar a la antigua Grecia, cuna de nuestra cultura occidental

Narrar, con esa exquisita sencillez asentada en lo cotidiano, el insondable vacío que se abre a los pies de estas mujeres. Impresionante Simone de Beauvoir

Stefan Zweig. La escritura como una experiencia plena de vida

Cualquier sitio es bueno para leer a Julio Camba, pero en una playa asturiana el asunto gana quilates.

Nina Berberova merece un lugar de honor entre los grandes nombres rusos

Leer a Llosa en uno de los escenarios reales que aparece en esta novela, la calle limeña El jirón Quilca (en Perú). Impagable sensación

"El viajero de la noche" de M. Maggiani, acompañándome en un remoto poblado de los Andes peruanos... ni aparece en el mapa

"Mefisto" de Klaus Mann, una obra maestra dando la espalda al Arco de la Victoria, Moncloa, Madrid


"Los claros del bosque", de María Zambrano, tienen un perfecto encaje en la "ceja de selva" peruana. Al fondo los Andes limítrofes con Ecuador

"Hijas del frío. Relatos de escritoras nórdicas." Les sienta bien a estas autoras el otoño madrileño

Hace once años Kobacsics, con su ensayo escrito en el 2007, ya nos hablaba de la posverdad… aunque entonces no lo sabíamos. Ciudad Universitaria, Madrid

Mirar al cielo con el “Shanti Andía” de Baroja… es una manera de volar lejos, muy lejos, como esas palomas surcando el viento. Me entusiasma esta novela


La imaginación de Calvino es una de las más portentosas que conozco. Deslumbrante. Una calle de Madrid...

Llamazares ha escrito una novela fundamental de la narrativa hispana contemporánea. Inolvidable esa soledad mortal...

Un ensayo interesantísimo, de la que fuera gran erudita medievalista, la inglesa Eileen Power

La misma consideración para este ensayo de Maeterlinck, "La inteligencia de las flores". Tan inclasificable como sorprendente... igual que el propio autor.

Un cuento de Karen Blixen posee ese embrujo del “Érase una vez”… cuando todo lo demás dejaba de existir, excepto la magia de ese momento. Plaza medieval de Chinchón

Busca un momento y lugar inspirador para leer a Joyce. A mí me encantó "Retrato del artista adolescente".

Luis Landero. Una literatura cimentada en la observación profunda de la vida, majestuosa o diminuta, que nos circunda

La elegante y frondosa escritura de Rosario Ferré, paseando con el libro, en su Puerto Rico natal

"Olivia", novela autobiográfica de Dorothy Strachey, sobrecoge pensar que en un año tu vida pueda ser más plena que en los siguientes setenta. Una historia preciosa


Un bellísimo título que nos adentra en esta apasionante narración de Sten Nadolny. Por el Faro de Cabo Vidio, Asturias

Elena Quiroga, Viento del norte, una gran historia surgida entre los helechos gallegos, mojada por el orballo, sacudida por el tumbaloureiro, ese viento cantábrico y feroz. Un invierno,  cerca de casa

El poeta danés Ib Michael nos seduce con esta novela... cuando la escribió debía de estar con las musas


Rachel Carson, en la luz de sus ojos, siempre asombrados, descubrimos que el relato de la naturaleza se renueva cada día. Imprescindible


Mário de Sá-Carneiro, la prosa de un alma suicida tiene "algo" de belleza inquietante

Kawabata, otro memorable narrador japonés, una escritura portentosa y sutil


Aminatta Forna, hace muchos años que las mujeres africanas escriben una literatura soberbia. Cabo de Trafalgar, Cádiz

París no se acaba nunca. Ojalá, tampoco los libros de Vila-Matas

Erckmann-Chatrian. Cuentos que nos conducen hacia desenlaces insospechados, plenos de ingenio e imaginación. Una manera de situarnos frente al misterio de vivir


Cien años de soledad, García Márquez. Sobran las palabras...



Os lo dedico a tod@s los que me visitáis, comentéis o no, pues doy por buena la experiencia bloguera si despierto el entusiasmo por leer un libro.



¿Qué más puedo pedir?




Mi hija mayor, hace ya algún tiempo, curioseando libros por casa