La llanura de fuego. Fernando Namora (Portugal,
1919-1989)
Círculo de Lectores, 1972. Traducción y prólogo
de Rafael Morales.
He deshecho el orden que tenía previsto y salto
directamente con el Barbazas, no me resisto a empezar con el entrañable
buscavidas de esta historia. Gañán y perezoso, le vociferan sus parroquianos. Sin
más oficio ni beneficio que dejarse llevar por el viento que cimbrea los
trigales del Alentejo portugués, mientras el tiempo, estación tras estación, le
va robando sus sueños.
Lo mismo les sucede a otros tantos en estas
llanuras meridionales, sueños desmenuzados, trillados como el cereal tras la
siega.
Es "La llanura de fuego” que retrata
magistralmente Fernando Namora. Uno se lo imagina trazando esas letras embargado
de emoción, cuando siendo médico rural recorría aquella tierra inmensa henchida
de luz estival, o desolada por el frío y la bruma de noviembre en donde el
Alentejo, tan vasto como despoblado, parece sumido en un apacible letargo, tal
vez imitando el sueño invernal de los erizos que cobija, mientras esperan la
primavera pródiga en lombrices y caracoles. En cualquier caso, la larga siesta
del Alentejo es en estas páginas un
sueño de otro mundo.
Y es que F. Namora enseña sus cartas nada más
comenzar el libro, pues las primeras líneas ya te arrancan algún resoplido…
¡Tela lo que hay aquí! Sueltas mientras las sospechas de que estás ante algo
muy bueno se van confirmando en cada página.
Este es el arranque de Namora con su Llanura de fuego:
“El pueblo es una calle. Llega del alto de los
eucaliptos pidiendo licencia a la llanura para interrumpirle el sueño, atraviesa
una encrucijada de veredas por donde corren los aires de España o del mar y,
bruscamente, con ímpetu vigoroso, trepa un montecillo en busca de una iglesia
que fue refugio de moros y abades, y allí se queda, arrogante, desafiando el
asombro de la campiña. Por detrás de la iglesia, las casitas blancas con altas
chimeneas que les atraviesan el lomo achaparrado, se cierran en un reducto que
la tranquila voracidad del trigo no consigue romper”
Así hasta la página 218, la última. Una gozada.
De su mano vamos al escenario donde se dirime la
vida de estos labriegos, que cosechan el trigo sembrado con tanto sudor. Hombres
y mujeres apegados con una mezcla de amor y odio a la tierra, hermosa y
trágica, que lentamente va consumiendo sus existencias, resecándolas con el
árido verano y cuarteándolas con la humedad de los días fríos.
Campesinos cuya miseria es comparable a la
grandeza de los paisajes inmemoriales que contemplan. Una humanidad sensible
arrinconada en el alma, bajo la dura apariencia de sus cuerpos curtidos al
viento y sus manos encallecidas, feas, sin ápice de suavidad por la extenuante
exigencia diaria.
Es una incongruencia que estos labradores se
sientan esclavos de unas míseras hectáreas fatigadas, ora por el secarral ora
por la escarcha, cuando sus ojos recorren unos parajes cuya inmensidad se
pierde en esa atmósfera azulada del horizonte remoto.
Habíamos dejado por ahí al Barbazas…
¿Y qué soñará este errante de caminos
polvorientos?
¿Cómo es un sueño a la sombra de las encinas,
acompasado por el canto de las cigarras?
No es fácil saberlo. La mirada del Barbazas es un
mar agitado y profundo, en su alma antigua se desliza un halo de tristeza. Un
sentimiento que, sin anegar su corazón, humedece su espíritu con el tacto de
una lluvia fina, como el beso de un niño en la mejilla, llovizna denominada
“baharina” en el norte de Extremadura… que no deja de ser el Alentejo, a pesar
de una frontera.
Es una
tristeza seductora, aunque él, pobre diablo, no puede saberlo y tampoco le
serviría de mucho. Es la misma tristeza que confiere a los fados esa belleza
frágil, casi moribunda. Así es la mirada de Barbazas, idéntica al “mar cruel”
que canta la hermosísima voz de Dulce Pontes.
Sin embargo el Barbazas, vago donde los haya…
dicen, no es visto con inquina por sus vecinos, aunque se rían a su costa en
los chascarrillos de taberna, tan solo hace falta invitarle a unos vinos para
que se preste a la función, no es hombre que rechace un trago, antes le
partiría un rayo. Así son los enjutos aldeanos, a quienes la dureza de su
oficio les confiere una expresión agria, mirada ruda y pétrea bajo los surcos
del rostro.
Tumbado bajo el majestuoso abrigo de pinos
centenarios, hay cierta solemnidad en la quietud del vago, como si el noble fuste del árbol adquiriese
mayor realce con el Barbazas recostado sobre el imponente tronco, ambos
componiendo una estampa milenaria, el Barbazas parecía un hombre escabullido
del tiempo, precisamente porque lo desprecia, él mismo era algo así como la
existencia de toda la humanidad… un misterio insondable que los campesinos
intuían en la naturaleza indomable del Barbazas, mas no eran capaces de
comprender como les penetraba esa visión en su mente.
Barbazas, jornalero provisional si algún capataz
tenía a bien contratarle para la temporada de la siega. Y entonces,
ocasionalmente, le daba un arrebato de locura y se deslomaba segando,
trabajando a un ritmo tan frenético que sus compañeros, con gesto patidifuso,
se preguntaban que seres diabólicos se alojaban en la cabeza del Barbazas… loco
como él solo, mascullaban los braceros.
Impresionante el retrato que hace Namora de un
acontecimiento real, los jornaleros contratados para las siegas veraniegas,
familias enteras llegadas del norte portugués, esas tierras húmedas, frondosas,
que funden su verdor con los montes de Galicia. Un peregrinar anual hacia el
sofocante sur, duro trance para habitantes de la lluvia y los helechos. Pero
siempre fue así.
“El sol creciendo e inflamándose, abrasaba la
piel morena del Barbazas, y los ojos del muchacho se llenaban de fuego, de
ramalazos de sangre, y por mucho que sus compañeros picados en su amor propio
se esforzasen por seguir el ritmo enloquecido de su trabajo, él siempre iba
delante como una proa que apuntase al corazón del trigal. Los hombres fueron a
buscar varias veces el agua templada y
salobre que les ofrecía la aguadora, quizá no solo para refrescarse, sino
también para refugiarse durante unos segundos bajo la sombra rala de las
encinas, y, al mediodía, descansaron.
Con las manos entre las rodillas, quietos, como
si esperasen algún acontecimiento, ni siquiera sentían la menor energía para lanzar
un chiste o para tener un sueño de esperanza. Tan solo tenían una expresión
pesada y absorta. A su alrededor, el silencio dormía sobre los campos, y los
árboles, los hombres, la cosecha, los tojos, de tan desnudos por el sol, de tan
inmóviles bajo el tiempo, parecían eternos.”
Pintura Alentejo. http://vitormelocosta.blogspot.com.es/
Por tanto, aquí tenemos una maravillosa novela
transcurriendo en la región sureña de Portugal; el Alentejo (del luso Além=
Allende, Tejo= El Tajo. Es decir, más allá del río Tajo).
Con sus estampas de fulgores dorados que
reverberan en los campos de trigo, cuando al atardecer del estío el sol languidece
sobre ese manto ondulante, antes de que la noche engulla todo esplendor.
El Alentejo. Foto internet
Lo
telúrico elevado sobre una prosa exquisita, profundamente humana, sensible, en
perfecta armonía con un genial sentido del humor. Aspecto éste que me ha
gustado sobremanera. Acontece en un sinfín de lances en donde F. Namora hace un
claro homenaje a la picaresca ibérica, que tan magníficas páginas nos ha
legado.
Por eso me sorprende cierta tendencia a
equiparar la grandeza literaria con el tamaño de su dramatismo, considerando el
humor un aditamento, elemento de relleno sin valor literario propio. Craso
error.
En el estilo narrativo de F. Namora puede
reconocerse su pasado poético. Irrumpió en la literatura como poeta, causando
admiración y sorpresa por su talento siendo aún muy joven.
Y a la vez se da la circunstancia de su formación
científica, con sus estudios de medicina y ejerciendo de médico rural, algo que
dejó su impronta en la obra literaria.
Fernando Namora.
Pero lo que imprime el carácter definitivo a esta
narración es la soberbia descripción que hace F. Namora del paisaje.
El Alentejo,
ahí fija su mirada más poética escrutando la geografía a tenor del verano, el
otoño, el invierno y la primavera. Y conviene no perder detalle, pues aparte de
la belleza narrativa, en la geografía física esboza el ser y el sentir
campesino cartografiando su condición. La desafiante naturaleza frente a la
“pequeñez” de los labradores, la cruel indiferencia del campo frente al drama
vital de sus moradores.
El trigo lo es todo para estas familias, miran el cielo
con inquietud, murmurando plegarias ininteligibles para espantar un devastador
granizo, que en pocos minutos haría añicos el esfuerzo de un año y las
ilusiones gestadas tiempo ha.
Es preciso señalar que F. Namora escribe esta
obra cuando se siente novelista de pleno, atrás queda su brillante despuntar
como poeta, para desconcierto de muchos decide centrarse en la prosa, aunque la
sensibilidad poética es inherente a su ser.
Se cuida de no apabullar con un lirismo
excesivo sobre la prosa, cosa harto frecuente, dejando al lector la sensación de
no saber “en que aguas está nadando”. Rafael Morales lo aclara en su estupendo
prólogo:
“En Fernando Namora se da la conjunción difícil
del buen estilista y el buen narrador. Digamos por añadidura que estas dos
cualidades que encontramos en él guardan un perfecto equilibrio: ni relato
seco, ni floritura derivativa, sino narración, verdadera narración de
novelista que lleva en su fondo entrañable un vivo resplandor de poesía.”
Volviendo a la trama. Una impensable alianza
unirá al Barbazas con Loas, agricultor amante de la conversación, construida
con las pocas palabras que caben en su mísera propiedad, un terrenito tan
estéril como el amor de su mujer, Juana, por este sur abrasador. Ella es del
norte, como los jornaleros que llegan del verdor a purgar sus penitencias con
la dura labor. Todos odian el sur, ella no es menos, nunca llegó a ser feliz huérfana
del frescor cantábrico, la hija de ambos, la vivaracha Alicia, mitiga algo su
pena secreta.
Un sinfín de episodios, a cual más disparatado,
ocurrirá en el seno de esta extraña alianza para dar vida a una tierra, la de
Loas, que ya no respira. Entonces todos se entregarán al gran objetivo, la
solución salvadora. Hay que comprar una burra, pero Loas no quiere cualquier
burra. Barbazas, amigo de gitanos y saltimbanquis que concurren cada año en la
feria de ganado, habrá de ayudar al bueno de Loas… hasta que se meta por medio el
Vieirinha, con el pícaro mayor del reino hemos topado, pero gran corazón.
La
burra por aquí, y las andanzas de unos y otros por allá son memorables.
Vuelvo a echar mano del prólogo con Rafael Morales:
"Personajes como Loas, el Barbazas o Vieirinha son
suficientes para ensalzar a un novelista.
Loas con su simpleza, pero también con su
grandeza de alma, con su ardiente fe en un porvenir dichoso que nunca llega; el
Barbazas, ese brote elemental de la noble tierra alentejana; Vieirinha,
humanísimo, débil, generoso y vencido; Juana, soñadora y trágica; doña
Quiteria, reflejo de la falsa beatería; Alicia, deliciosamente infantil, y
hasta la burra, que pasa por estas páginas magistrales con una conmovedora
ternura (…) todos, absolutamente todos los personajes de La llanura de fuego,
de esta gran llanura alentejana donde se funden el trigo y la cizaña, son
creaciones maestras.”
Portugal. Qué ingrata y extraña es esta proximidad
nuestra, vista desde aquí, que pone “tanta distancia” con escritores tan
cercanos.
¿Y qué era esa solemnidad del Barbazas, percibida
por los campesinos pero inaprensible para ellos?
“Se sentía libre (…). Lo demás no le importaba.
Que los días y las noches renovasen el hambre de la tierra dirigiendo las
simientes, los abonos, el sol y la lluvia. Todo eso y hasta los músculos y el
cerebro de los hombres que vivían para la tierra.
Se retiró a un lugar donde los pinos extraviados
aseguraban las arenas de la colina, y escogió una sombra fresca para echarse.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba del deleite de dejar abandonado el cuerpo
a la caricia tibia del tiempo."
Así era el Barbazas, amigo de los albarderos que
erraban por los caminos… albarderos, sí, los artesanos que hacían las albardas
para las mulas, los burros, los bueyes…
Existió una vez un mundo, antes del era virtual,
en donde los albarderos conversaban con los solitarios que encontraban por el
camino.
Todo sucumbe a la caricia tibia del tiempo…
Dicen que el Alentejo es la región más desconocida de Portugal. Tras leer la novela y tu estupendo comentario no podrán decir lo mismo. Otra cosa es que se sientan tentados de llevar a cabo un conocimiento más directo...
ResponderEliminarHe visitado Portugal de Norte a Sur y confieso que, aunque el sur de este país es bastante desolado,tengo buen recuerdo y bastantes fotografías de dos ciudades de esta región: Elvas y Évora. La primera tiene infinidad de arcos que soportaron el acueducto y restos de fortificaciones que dan información de su historia.
Habría sido interesante encontrar a personajes como los que citas: Loas, el Barbazas o Vieirinha...
Me atraen más los paisanajes que los paisajes, pero tu comentario invita a leer esas páginas dedicadas a la llanura de fuego o Alentejo. Si no recuerdeo mal, se trata de una tierra rica en vinos y con una gastronomía muy interesante. Tengo una fotografía comiendo migas en el restaurante "Dom Joaquim". También recuerdo un curioso museo de carruajes, pero no tengo claro en qué ciudad de esa región se encuentra.
A decir verdad, el Alentejo fue una tierra que hubo que atravesar para llegar a nuestro destino: El Algarve. Playas muy turísticas, pero sin la masificación de las de la costa malagueña.
Soy de pueblo y tanto el párroco como el maestro y el médico son personajes singulares, a cuál más importante, de los pueblos. Me imagino al autor del libro, Fernando Namora, visitando a sus pacientes en los pueblos de su demarcación a lomos de caballerías, carros o algún desvencijado coche. Seguro que su trabajo le permitió acumular notas para escribir un libro tan interesante como el que comentas, Paco.
Portugal, tan cerca pero tan lejos. No es justo que demos la espalda al país más próximo y familiar nuestro. Presumo de haberlo recorrido hace ya bastante tiempo para pagar, en ínfima parte, lo que debemos a esta tierra.
Recomiendo visitarlo y por mi parte buscaré tiempo para leer este libro tan bien seleccionado por ti. Gracias por la reseña: pródiga en detalles y generosa. Como siempre.
Un abrazo
Hola Luis Antonio.
Eliminar¡Vaya! Sí conoces bien Portugal, ya lo creo. Yo estuve un poco por el sur, El Algarve, que tú también has visitado, había pueblos muy agradables y tranquilos, como bien señalas. Mi mujer estuvo hace tres o cuatro años en Lisboa, visitando a una amiga suya que vive ahí, y regresó encantada con la ciudad... menos mal que al menos me trajo los tradicionales y deliciosos pastéis de Bélem, ¡¡todavía recuerdo su sabor!!
No se puede entender al alentejano sin su paisaje, forman un todo, esto queda patente en la novela de Namora. El paisaje imprime carácter al paisanaje.
Namora retrata magistralmente la idiosincrasia del campesino alentejano, es un deleite leer esos pasajes en donde los hombres y las mujeres se funden con la tierra, y las relaciones entre los moradores de esos pueblos casi extinguidos.
Soy capitalino, de Madrid, igual que mi padre y mi madre... en mi caso eso quiere decir que todos los veranos tenía envidia de mis amigos, cuando regresaban de sus pueblos y me contaban mil aventuras. ¡Yo quería ser de pueblo! Cuando se lo cuento a mi mujer siempre se ríe :)
Leer literatura portuguesa (qué es magnífica) es una buena forma de mostrar la gratitud que merece nuestro país vecino.
A Lisboa tenemos pensado ir toda la tropa un verano de estos, seguro.
Muchas gracias a ti por compartir tus vivencias, he pasado un rato muy agradable con tus recuerdos.
Un fuerte abrazo.
escribes maravilloso
ResponderEliminarHola Recomenzar.
EliminarMuchas gracias ;)
Sabes transmitir mucho con poco, una estupenda cualidad. Me gusta escribir, el blog es excelente para ejercitarse, aunque reconozco mis limitaciones cuando leo a autores como Namora, y a tantos otros.
El día que me sienta satisfecho con lo que escribo... dejaré de escribir, jaja.
Cuídate.
Querido yo no soy escritora que maravilla con sus palabras y vendo libros..........
EliminarSoy simplemente un blogger
que tiene que escribir corto y al grano
Esa es la diferencia
El escritor es grande inmenso
el blogger es chiquito pero con alas
un abrazo enorme
Tampoco yo lo soy, simplemente amo las palabras, nos pueden despojar de todo lo material, estar desnudos, pero siempre nos quedan las palabras, es nuestra materia prima.
EliminarOtro abrazo enorme ;)
los bloggers esrciben corto
Eliminarlos escritores escriben como si fuera un libro.
Te dejo un abrazo desde mi madrugada
Tú escribes corto y bien. Yo largo y... bueno, ahí vamos ;)
EliminarUn abrazo desde mi anochecer.
Hola Paco.
ResponderEliminarMira que tengo autores portugueses (leo ahora un librito tremendo de Peixoto), y no tenía controlado a Namoras, y encima en mi librería de referencia (de Madrid por cierto:)) hay dos libritos suyos extremadamente baratos (son como yo no lo conocen;)) Encima esa prosa tan portuguesa, sí claramente portuguesa... esa que combina lo lírico y la prosa, la vida y al muerte, lo bello y lo duro;... encima era médico como (mi) Lobo Antunes, no tengo perdón, Paco, no lo tengo. Encima tú me enseñas de esta manera este libro, y me dan unas ganas horribles de leer a este autor.
agradecido por la reseña.
cuídate
Hola Wineruda.
ResponderEliminarMe alegra mucho descubrirte un autor portugués, a ti que tanto disfrutas esta literatura. En cierta manera me sentía en deuda contigo, pues son muchas las ocasiones que nos has traído las letras lusas a tu blog, y además lo has hecho con un gran entusiasmo.
Este libro de Namora lo tenía por casa desde el año de la Tarara... jaja, y seguro que tu pasión por estos escritores ha influido en la decisión de sacarlo del olvido, agradecido pues.
La novela empieza de una manera suave, como quien no quiere la cosa, y va creciendo en intensidad página tras página, es igual que algunas sinfonías de Beethoven o , si me apuras, La marcha eslava de Tchaikovsky, un inicio tenue hasta desembocar en final apoteósico. Y todo eso que apuntas es lo que contiene esta obra. La han escrito para ti, Wineruda.
Gracias a ti. Cuídate.
Todo parece armonizar en esta novela: paisaje, prosa y protagonista. Bonitas fotos, como siempre, las que nos regalas. Me ha gustado especialmente la primera, con ese contraste entre el cielo y las llamas que simulan la portada.
ResponderEliminarUn abrazo
Está bien esa foto, con esa luz tenue y bella del atardecer sobre el libro. Es una novela escrita con una sensibilidad especial, la misma con la que se cantan los fados. Muy recomendable, Lorena.
ResponderEliminarGracias, un abrazo.
Llevo un buen rato visitando el Alentejo en la web, aprovechando tu post. Hace años estuve en un festival de música en Setúbal y al volver paramos en Évora. Me llevé media oficina de información turística, qué cantidad de patrimonio atesoran allí y seguro que (al menos en aquella visita) casi nadie conoce esa ciudad, en comparación con Mérida, por ejemplo.
ResponderEliminarEl sol de fuego me resulta familiar, es mi sol manchego, no en vano compartimos latitud. Los calveros y el trigo pelado, en contraste con el cielo azul, es un paisaje que me encanta. He apuntado libro y autor, las citas encajan por completo en el tipo de literatura que me gusta. Me ha recordado un poco a Miguel Delibes, el paisaje va perdiendo importancia en nuestra literatura, si aparece no es más que un decorado de cartón piedra. Es lógico, en parte, ya que el interior se ha quedado vacío, más de 200.000 km2 del interior de España tienen una densidad de población tan baja que los demógrafos la comparan con Siberia.
En fin, cada año que pasa tiene más valor esta literatura, porque se añade su parte testimonial. Una forma de vivir y de contar casi olvidada, como nos ocurría con los cuentos de Erckmann-Chatrian.
Me voy precisamente al campo, a disfrutar este cielo gris.
Un abrazo.
Évora, en donde has estado, es la capital de la región del Alentejo y, por lo que veo, bien vale una escapada, preciosa ciudad.
EliminarSí, me consta que las llanuras (varado en la llanura) son un entorno familiar para ti. A veces he pasado en coche por la llanura manchega, con esos horizontes inabarcables uno siente como si toda esa plenitud le impactara en el alma, se recobra el sentido de unidad con la tierra, y su contemplación rodeado de tanta soledad te proyecta como el único habitante del mundo. Un magnífico escenario para reflexionar, o divagar sin más.
Me gusta mucho Miguel Delibes, un hombre montaraz como yo, aunque él era cazador... y yo reniego de eso, pero ante un libro suyo solo queda pactar la tregua.
Namora ha sido un gran hallazgo, me entusiasma su forma de narrar, y doy por hecho que tú sacarás mucho partido a esta novela, Gerardo. Ojalá lo encares, y ya me dirás si estoy en lo cierto.
Escribo mucho con el cielo gris, cuando estoy en el campo acompañado de mi libreta y el boli. Hace unas horas he estado admirando el musgo de los troncos en mi paseo campestre... cuesta creer que en unos meses todo este esplendor se achicharrará.
Un abrazo.
Hola Paco interesante paseo por las letras de un escritor desconocido para mi como tantos otros y sí la cercanía en estos casos no ayuda a darles más visibilidad.
ResponderEliminarCuando he leído que el escritor empezó con la poesía he entendido la musicalidad y la belleza de la prosa que se mostraba en los fragmentos que has seleccionado. Me he quedado asombrada de la capacidad de sugerir de una sola frase, la inicial, que me ha hecho visualizar ese pueblo inmediatamente.
Interesante propuesta tanto de la obra como de tus comentarios que desbordan entusiasmo que se contagia a los que te leemos.
Besos
Es paradójico esto de la cercanía que provoca invisibilidad, como se suele decir... nos lo tenemos que hacer mirar.
EliminarAsí es, Namora comenzó escribiendo poesía, y al parecer con gran talento, pero pronto se centró en la novela, para asombro de muchos. No abusa del lirismo en su prosa, lo cual es muy meritorio, pero hay una esencia poética en toda su obra novelística. Sí, reconozco que este libro me ha entusiasmado, los personajes son entrañables y enseguida los "adoptas".
Besos y gracias, Conxita.
De nuevo sorprendente lectura...Y con foto que parece que es el árbol quien abraza el libro...me encanta.
ResponderEliminarSe nota cuando un libro llega...y este te ha llegado. Como describe la naturaleza, aquella que se trabaja,... como se impregna su lenguaje...
Desde luego, si el autor muestra sus cartas con ese primer fragmento,...que hasta 218 sigue igual....y si Barbanza es ese personaje curioso, junto al resto...que hace que desees volver una y otra vez al libro, desde luego, se trata de la mejor de las compañías. Tomo nota...no sé cuando ni donde lo leeré, pero algún día quizá estando en Galicia, o en Portugal, puede que nos encontremos.
Muy bonito todo lo que rodea la entrada...fotos, libro, charcos con imágenes de árboles...precioso. Siempre hay que darse un paseo con el libro que se está leyendo...con el autor, que aunque este en otros mundos, puede que de algún modo se quede en ese paseo en el despertar de la vida.
Un abrazo y felices lecturas.
Ya sabes, María, las fotos de árboles y libros rara vez faltan aquí, libros, paseos, árboles y cielo ya forman un "todo" en este espacio, complacido de que te gusten, a mí me encantan tus fotos también.
ResponderEliminarSupongo que se nota el entusiasmo por una lectura, sin duda. Creo que alguna vez me comentaste sobre tus raíces (o parte de ellas) extremeñas, pues el Alentejo portugués y Extremadura tienen vínculos estrechos, por cercanía geográfica e idiosincrasia, esta puede ser una gran lectura para ti.
Ayy, el despertar de la vida, esta mañana mientras paseaba por el campo primaveral, pensaba en eso mismo, así es la primavera ;)
Un abrazo y gracias, María.
Magníficas líneas, Paco, de un autor, una obra y una región que desconozco. Al final, siento que cada vez que te visito he salido a dar una vuelta contigo por algún paraje ignoto para mi.
ResponderEliminarVoy a ver qué se puede encontrar del autor por estas tierras. Quizá deba visitar el mercado del usado, como el amigo Wineruda.
Gracias por regalarnos tanta belleza en las fotos como en tu entusiasmo acerca del libro.
Un gran abrazo, chaval!
Gracias Marcelo.
ResponderEliminarNamora es uno de esos escritores cuya prosa es tremendamente inspiradora para arrancarte unas líneas... aunque ya quisiera para mí su talento narrativo.
Es curioso, aquí estamos muy cerca del Alentejo y muchos lo desconocen tanto como tú... que estás a miles de kilómetros ;)
A ver si hay suerte, aún circulan ejemplares de Círculo de Lectores. Un libro magnífico.
Otro abrazo pibe !