P. Castillo

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viernes, 11 de octubre de 2019


DERSU UZALA (1921). Vladímir Arséniev (San Petersburgo, 1872 – Vladivostok, 1930)

Biblioteca del Viajero. ABC, 2004. Traducción de Teresa Ramonet. 315 páginas.


Foto, Paco Castillo, primavera, 2019.

Si pienso porque esta obra, Dersu Uzala, aún mantiene su vigencia y fama, desafiando al paso del tiempo y convirtiéndose en un clásico, barajo varias respuestas, entre ellas una de relevancia para el lector actual; siempre necesitaremos leer historias como Dersu Uzala… pues sus páginas son depositarias, como si fueran el último reducto, de ciertos principios que las generaciones presentes están marginando, en sociedades donde los individuos viven parapetados en el aislamiento posibilitado por las nuevas tecnologías, valores como son el compañerismo, la amistad, la conversación, la mutua colaboración, etc, se antojan cada vez más anacrónicos en esta era de la realidad virtual.


Qué paradoja, ahora que estamos conectados con medio mundo, nos vemos más solos que nunca… Y esto lo dice un solitario vocacional, en fin.

Y creo que lecturas como Dersu Uzala refuerzan esa necesidad de volver a mirar a los ojos de la persona (aunque Germán Coppini cantase lo contrario) y apartarla más del móvil, o del ordenador, porque  estos no pueden ser sustitutos de un vacío que no debería de ser lo predominante, sino una válvula de escape, porque la vida no empieza ni acaba en la pantalla de un monitor.

Así que, bajo el bellísimo marco de la Taiga, con la narración de Arseniev rezumando un sentido humanismo por la amistad con Dersu Uzala, su alma gemela… no le puedo pedir más a un libro que nos invita a reflexionar sobre nuestra condición, el significado de la amistad, desde ese escenario idílico y turbador.




Hay una conocida y hermosa frase del humanista y filósofo Erasmo de Rotterdam (recomiendo su “Elogio de la locura”) que reza así:

“La verdadera amistad llega cuando el silencio entre dos parece ameno. ”

Señalo esta cita porque define a la perfección la estrecha relación que unía a Dersu Uzala y Vladimir Arseniev.

Dersu Uzala, posando con sus pertenencias, fotografía tomada por Arseniev. Fuente:https://es.wikipedia.org/


El primero, cazador de origen mongol, nómada y solitario en la enorme Taiga siberiana; Arseniev, científico ruso y oficial del ejército,  que cartografiaba y exploraba regiones para el gobierno de su país, comandando a un esforzado grupo de cosacos, imprescindibles para el ingente proyecto.


Y otro aspecto fundamental, se trata de una historia real, todo lo acontecido es verídico; la sólida amistad entre dos personas, por tanto muy apegada a nuestra humanidad.


Foto, Paco Castillo, primavera, 2019.

Es una narración que  va calando hondo y con calma, que va generando un sentimiento placentero de lenta floración, algo así como los musgos y líquenes que van recubriendo los troncos.

Fijaros alguna vez en los musgos que se adhieren a los árboles, sobre todo en los días posteriores a la tormenta o las lluvias, el tronco de muchas encinas o pinos está engalanado con musgo, y si el día presenta esa luz  otoñal límpida que se instala tras la brisa, mirad como la madera a contraluz desprende una bella luminiscencia  verdosa, destellos brillantes que realzan éste o aquel contorno de la corteza.








Fotos, Paco Castillo, con una poesía del islandés Jóhann Hjálmarsson, junto al musgo.



Dersu Uzala posee esa misma delicadeza a contraluz, que se aprecia mejor a una determinada distancia.

No es la belleza deslumbrante, pues Arseniev no es el virtuoso narrativo que pueda ser Chejov, ni disecciona psicológicamente a los personajes con la maestría de Dostoievski. Pero precisamente, su belleza narrativa no cegadora gana en cercanía y autenticidad por no apabullar, lo que deslumbra acaba desconcertando, el desconcierto obnubila la percepción, embriaga, confunde, como le sucediera a Stendhal arrebatado por la voloptuosidad de Florencia, el famoso síndrome de Stendhal. 


Pero ojo, Arseniev es un escritor de indudable talento, eso explica que personalidades como Máximo Gorki, o el también explorador noruego Fritjof Nansen, declaresen su entusiasmo por este libro, y admirasen el trabajo de Arseniev.

Dersu Uzala es una historia que posee esta claridad matinal del otoño que apuntaba arriba, una luz que parece un beso rozando la piel, y no el quemazón taladrante de los rayos estivales.

Dersu Uzala también es la épica viajera de unos hombres a merced de las inclemencias naturales.


Y en ese sentido estamos ante todo un tratado de meteorología, algo que me encanta. En todo capítulo las condiciones climáticas, adversas o benévolas, están presentes, poniendo de manifiesto las consecuencias directas sobre el destino de estos exploradores.

Foto, Paco Castillo, primavera, 2019.

Las diferentes calidades de nubes, lluvias, brumas, tormentas, cielos, crepúsculos, claridades, oscuridades, nieves, hielos y tonalidades de la Taiga, con la imponente visión de la cordillera del Sijote-Alin, configuran el escenario para estos diarios de Arseniev.

Un estilo narrativo en donde impera la prosa sencilla, huyendo de lo excelso, acaso una escritura que refleja con acierto la vulnerabilidad de los hombres frente al poderoso paisaje.

Otra salvedad también de los capítulos, así como empiezan con los detalles meteorológicos que inauguran cada día, suelen cerrase con una gran hoguera al raso, cuando llega la noche y los cosacos han montado el campamento.

Entonces asistimos al ritual vespertino, los hombres aligeran el peso de mulas y caballos, y liberados de la tensión acumulada, se relajan entre bromas, preparan el té y todos intercambian impresiones alrededor de la lumbre. 

Pasado un rato, cuando ya se van retirando para dormir, Dersu y Arseniev se quedan solos para conversar con más tranquilidad, mientras el té humea en las noches limpias y heladoras de la Taiga.

 Foto, Paco Castillo, primavera, 2019.


Hablan de lo que se tercie, a veces simplemente disfrutan en silencio de la mutua compañía, cuando Dersu fuma en su pipa y Arseniev permanece ensimismado contemplando un sinfín de estrellas, escuchando la llamada de un búho real o el rumor lejano del mar, el mar del Japón, para más señas.

Otro atractivo del libro es reflejar los usos y costumbres de los escasos pobladores de la Taiga, la mayoría colonos chinos y coreanos que iban encontrando dispersos por aquí y por allá, haciendo notar la generosidad y hospitalidad de aquellas gentes, por muy humildes que fueran estas familias jamás negaban al viajero un techo cubierto, una sopa caliente y el té.

Pero el verdadero viaje de esta historia, más allá del que se abre paso por la hermosa, hostil e inmensa Taiga Siberiana, es el que recorre la amistad de estos dos hombres; Vladimir Arseniev y Dersu Uzala. Eso sí, reitero que el escenario es magnífico.



Leído hoy Dersu Uzala, desde la confort y el enorme paraguas tecnológico que nos brinda el S.XXI, con tantas aplicaciones que uno se siente desnortado, te das cuenta de las extraordinarias hazañas que protagonizaron aquellos exploradores, geólogos, cartógrafos y otros integrantes implicados en rastrear vastas zonas geográficas; empresas enormemente complicadas por las retos e imprevistos que surgían, tanto es así que morir con las botas puestas era algo asumido con estoica resignación por estos  hombres, sabían que tenían muchas papeletas de morir en el intento.

Dersu Uzala representa a un tipo de personas que irradian carisma sin ser conscientes, tipos que me atraen al instante por la relación profunda que mantienen con la Naturaleza, de tú a tú, que conceden la misma importancia al insecto más diminuto que al oso pardo o el gran tigre siberiano.

Desde luego Arseniev sucumbió inmediatamente a la seductora presencia de Dersu Uzala, a su sabiduría, esa que se gesta en su solitaria existencia por los bosques, donde observar y escuchar los latidos vitales de la tierra y el cielo, supone el aprendizaje más valioso para seguir respirando un día más.




¿Cómo te llamas? –pregunté al desconocido.

Dersu Uzala –respondió.

Este hombre me interesaba. Tenía algo de particular. Hablando de una manera simple y en voz baja, se comportaba con modestia, pero sin la menor humildad… En el curso de nuestra larga conversación, me contó su vida.

Tenía delante de mí a un cazador primitivo que había pasado todo su existencia en la Taiga. Ganaba con su fusil para ir tirando, cambiando los productos de su caza por tabaco, plomo, y pólvora que le facilitaban los chinos. Su carabina era una herencia que le venía de su padre.

Me dijo que tenía 53 años y que jamás había tenido domicilio. Viviendo siempre al aire libre; únicamente en invierno se acondicionaba una yurta (cabaña indígena) provisional, construida de raíces o de corteza de abedul. Sus recuerdos de infancia más antiguos eran el río,, una choza, una hoguera, sus padres y su hermanita.

-Hace mucho que se han muerto todos –dijo para concluir su relato, y tomó un aire soñador… Tras  un corto silencio, añadió todavía-:
En otro tiempo tuve también una mujer, un chico y una chica. Todos sucumbieron a la viruela, y me he quedado solo.

(….) Las estrellas estaban ya altas en el cielo, indicando que era más de medianoche, pero nosotros seguíamos charlando al lado del fuego.” (pag. 27)


“Arséniev y Dersú Uzalá en 1906, tras una ruta por el río Kulumbé”. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Vladímir_Arséniev

El nómada mongol posee esa sabiduría cuyas lecturas se interpretan, por ejemplo, en que determinadas setas han brotado tardías, y eso son señales importantes que Dersu Uzala traslada a la expedición de Arseniev, pues en detalles así les va conservar la vida a los expedicionarios.

Ni que decir tiene su conocimiento de pisadas humanas sospechosas, de ladrones, cuya delictiva condición intuye Dersu por la profundidad que tiene la pisada en el barro, por la separación entre una y otra, amén de otros aspectos que señala, dejando boquiabiertos a Arseneiv y al resto de sus hombres.

Las líneas que lee Dersu Uzala no están en los documentos, son las que trazan las huellas de las martas cibelinas, el jabalí, o las aves migratorias allá entre las nubes, y Dersu conoce sus abecedarios, sabe que  esas uves escritas por las grullas son letras aladas que vuelan más allá del mar, un mensaje que otros, a su vez, leerán en algún lugar remoto, porque para Dersu lo remoto no es la Taiga, sino todo lo que se sitúa fuera de ella.


Grullas, foto de Paco Castillo.

Foto, Paco Castillo, primavera 2019.

Son individuos que por diversas razones o contingencias han desestimado las “bondades” de la civilización, rehuyen las aglomeraciones de sus congéneres, les asfixia la multitud, les espantan los horizontes “sucios” en donde los edificios ocultan a las montañas y bosques, les aturden los ruidos artificiales y modernos, no comprenden, caso de Dersu Uzala, que los habitantes urbanos tengan que pagar por obtener carbón, fruta, madera, u otros elementos que abundan en la Taiga. Y así se lo hace saber a Arseniev.

No necesitan la seguridad del colectivo, considerando su aislamiento social una opción de vida más plena, acorde con el sentido que para ellos tiene la existencia en el entorno natural.

Este libro aglutina las crónicas y notas que elaboró Arseniev durante una serie de expediciones a la vasta cuenca del Ussuri, frontera natural entre Siberia y China. Un lugar tan bello como implacable.

Ese era el objetivo de la narración… pero el objetivo no ha escrito este libro, lo ha escrito el corazón de un hombre que siente su alma hermanada con la de otro hombre. Por eso acabó titulándose Dersu Uzala.





Este libro es muchas cosas que se resumen en una; el encuentro casual del nómada cazador, cuya enteras pertenencias cabían en un ajado zurrón de lana, y el de un oficial y explorador ruso, que acabó considerando como lo más importante de la expedición, casi de su vida… la llegada de cada noche para sentarse junto a ese mongol que fumaba su tabaco en pipa sin parar, y entre el té, las estrellas y unas pocas palabras, esperando la llegada del sueño, nacería una amistad que el fuego de las hogueras nocturnas iba curtiendo entre sus silencios.
Nunca les hizo falta nada más… 


El Valle de Cristal. Capítulo Uno... Paco Castillo.



domingo, 6 de octubre de 2019


Iconografía romántica del mar. W. H. Auden (York, Inglaterra, 21 de febrero, 1907 – Viena, Austria, 29 de septiembre, 1973).

Universidad Nacional Autónoma de México, primera edición, 1996. Traducción de Ignacio Quirarte. 178 páginas. Ensayo.


La noche cae sobre el puerto de Cudillero. Foto de Paco Castillo, 2019.




Si hemos tenido oportunidad, la primera contemplación del mar siendo niños suele ser un recuerdo imborrable.

Yo lo viví en compañía de mi hermano menor, en una visita a Barcelona para reunirnos con unos parientes de mi abuela materna que residían allí.

Por entonces tendría casi 6 años, dos más que mi hermano, nuestra hermana aún estaba por llegar.

Recuerdo nítidamente una escena un tanto extravagante… sentados los dos en la arena, muy cerca de donde rompían unas mansas olas, divisamos una gaviota muerta, el suave oleaje la dejaba en tierra y al siguiente embate regresaba al mar, moviéndose con la cadencia de un vals macabro. Era  como si la tierra y el mar no acabasen de decidirse sobre la reclamación del cadáver.

Mi hermano y yo asistíamos al episodio con enorme curiosidad, ajenos a ese litigio entre ambos elementos.

Así que mi primer recuerdo del mar está anclado a una gaviota muerta que, desterrada ya de los cielos que surcaba, no sabía bien si desaparecer para siempre en la vastedad del mar, o entre los finísimos granos de arena.

Cielo, Mar y Tierra, que sea esa la patria eterna de la desafortunada ave.

Por la costa asturiana. Foto, Paco Castillo, 2019.

Mi hermano y yo nos aburrimos de mirar a la muerte, porque, pasado un rato, estar viendo un pájaro muerto no tiene nada de emocionante para un niño… nos levantamos y corrimos riendo hacia las olas, desdeñando el fúnebre vaivén a nuestras espaldas.


Sirva esta anécdota personal para abrir el comentario de Auden y el mar, o la mar, acogiéndome a su enigmática ambigüedad, los marineros y pescadores dicen la mar, igual que Alberti.


Litoral asturiano. Foto, Paco Castillo, 2019.


Nuestro poeta inglés, el señor Auden, nos invita a observar el mar, posando la mirada en su dimensión como gran metáfora literaria que ha sido y es, aparte de su simbolismo en todos los aspectos de la vida.

No hay que despistarse con el título del libro.

No es tanto el planteamiento de Auden sobre el mar transformado en escenario romántico, como la visión de los poetas románticos sobre el mismo, y que desfilan por el ensayo. Matiz que constituye un brusco viraje de timón, habida cuenta de la naturaleza trágica de Coleridge, Baudelaire, Rimbaud, Tennyson y otros.





Contraportada. Fotos, Paco Castillo.

Sin duda que el mar puede ofrecer una estampa romántica, y al mismo tiempo tornarse mortal.

En el fondo, apropiada palabra, el mar es cobijo de cualquier adjetivo, pues de todos ellos es metáfora. La razón es clara, nosotros somos la metáfora del mar… nacimos en él, evolucionamos de él, emergimos de su oscuridad.

Ciertamente, si la humanidad iniciase el camino inverso, su involución, llegaríamos allí, a sus profundidades silenciosas y primigenias, flotando entre el kril y las medusas.

El mar.

Contemplando el mar con Auden. Foto, Paco Castillo, 2019.

Todo aquello que nos sobrepasa, situándonos frente a nuestra insignificancia, nos atrae y seduce sobremanera; los cielos, que son las ventanas hacia el Universo, el ya mencionado mar o los desiertos, pues Auden surca los mares para también penetrar en los desiertos, dada su analogía al mar, y así nos lo muestra:

"Como lugares de libertad y soledad, el mar y el desierto son simbólicamente lo mismo. Sin embargo, en otros aspectos son opuestos. (...) el desierto es el lugar desecado, el lugar donde la vida ha terminado (...) nada se mueve.

En tanto que el mar (...) es el símbolo de la potencialidad. (...) es perpetuo movimiento, la violencia del oleaje como tempestad, (...) puede ser devastadora, pero a diferencia de la que posee el desierto, se trata de una fuerza positiva. Otra característica es la abundante vida que yace bajo la superficie (...).

El mar es entonces el símbolo de una potencial fuerza primitiva en oposición al desierto de rotunda trivialidad, de un barbarismo pleno de vida en contraste con una decadencia exánime." (p.33)



Foto, Paco Castillo, 2019.

Son grandes exponentes  de lo que a nuestros ojos parece insondable. Entornos repletos de misterio que resguardan algún remoto secreto, claves que podrían despejar incognitas de nuestro existir.

Auden despliega el mar como acontecimiento/recurso narrativo que han reflejado no pocas celebridades de la literatura. Aunque sus textos se detienen especialmente en los escritores y poetas románticos, pero sin olvidar referencias a Shakespeare o Dante, entre otros insignes. También nos hace partícipes de sus atractivas reflexiones como las expuestas arriba.


Acercándonos al mar era ineludible que el poeta refiriese  la obra cumbre de Melville; Moby Dick; el mar como escenario de enfrentamiento entre el hombre y la naturaleza. En Moby Dick asistimos a la metáfora por antonomasia. Se escenifica la humillante derrota de la soberbia humana cuando en su prepotencia desafía a las fuerzas de la Naturaleza. 


Por los senderos cantábricos hacia el mar. Foto, Paco Castillo, 2019.




Mar y Desierto.

Si Auden nos traslada al mar con Moby Dick, resulta igualmente significativo que nos lleve a las soledades desérticas, figuradas eso sí, con… ¿Don Quijote? Pues sí, para un poeta, que además anduvo por estos lares ibéricos, los páramos castellanos que recorrió el ingenioso hidalgo y Sancho Panza, debieron ser una transfiguración perfecta del desierto, aunque sobre todo le interesa del héroe cervantino su dimensión romántica, es decir, de personaje que intentando vivir en un sueño, es abatido por la realidad. Pero también nos presenta reflexiones literarias, o filosóficas más bien, sobre el desierto real, un océano arenoso.

Veamos una de tantas convergencias y divergencias que Auden establece entre Ismael, el narrador de Moby Dick, y Don Quijote:

-ISMAEL COMPARADO CON DON QUIJOTE-


Foto, Paco Castillo, 2019.

Bueno empecé con el mar y una gaviota muerta, acabaré de un modo menos sombrío.

Hay otra cosa que me gusta mucho del mar. Todos los niños del mundo han  dibujado las estrellas del cielo con la silueta de una estrella de mar… sencillas formas que utilizan los niños para zafarse de toda la complejidad que los rodea.

Y los arcoíris… nada de descomposición de la luz solar ni bagatelas, son esos maravillosos toboganes de colores, te subes al cielo y te deslizas vertiginoso hasta la tierra, esta vez sin mar a la vista.

Auden y yo sorprendidos por un espléndido arcoíris. Foto, Paco Castillo, 2019.



Cielo, Tierra, Mar.

Palabras que son sencillas para los niños... y llenas de complejidad para los adultos.



Foto, Paco Castillo, 2019.