DERSU UZALA (1921). Vladímir Arséniev
(San Petersburgo, 1872 – Vladivostok, 1930)
Biblioteca del Viajero. ABC, 2004.
Traducción de Teresa Ramonet. 315 páginas.
Foto, Paco Castillo, primavera, 2019.
Si pienso porque esta obra, Dersu
Uzala, aún mantiene su vigencia y fama, desafiando al paso del tiempo y
convirtiéndose en un clásico, barajo varias respuestas, entre ellas una de relevancia
para el lector actual; siempre necesitaremos leer historias como Dersu Uzala…
pues sus páginas son depositarias, como si fueran el último reducto, de ciertos
principios que las generaciones presentes están marginando, en sociedades donde
los individuos viven parapetados en el aislamiento posibilitado por las nuevas
tecnologías, valores como son el compañerismo, la amistad, la conversación, la
mutua colaboración, etc, se antojan cada vez más anacrónicos en esta era de la
realidad virtual.
Qué paradoja, ahora que estamos
conectados con medio mundo, nos vemos más solos que nunca… Y esto lo dice un solitario vocacional, en fin.
Y creo que lecturas como Dersu
Uzala refuerzan esa necesidad de volver a mirar a los ojos de la persona
(aunque Germán Coppini cantase lo contrario) y apartarla más del móvil, o del
ordenador, porque estos no pueden ser
sustitutos de un vacío que no debería de ser lo predominante, sino una válvula
de escape, porque la vida no empieza ni acaba en la pantalla de un monitor.
Así que, bajo el bellísimo marco
de la Taiga, con la narración de Arseniev rezumando un sentido
humanismo por la amistad con Dersu Uzala, su alma gemela… no le puedo
pedir más a un libro que nos invita a reflexionar sobre nuestra condición, el
significado de la amistad, desde ese escenario idílico y turbador.
Hay una conocida y hermosa frase
del humanista y filósofo Erasmo de Rotterdam (recomiendo su “Elogio
de la locura”) que reza así:
“La verdadera amistad llega cuando
el silencio entre dos parece ameno. ”
Señalo esta cita porque define a
la perfección la estrecha relación que unía a Dersu Uzala y Vladimir
Arseniev.
Dersu Uzala, posando con sus pertenencias, fotografía tomada por Arseniev. Fuente:https://es.wikipedia.org/
El primero, cazador de origen mongol, nómada
y solitario en la enorme Taiga siberiana; Arseniev, científico ruso y oficial del ejército, que
cartografiaba y exploraba regiones para el gobierno de su país, comandando a un
esforzado grupo de cosacos, imprescindibles para el ingente proyecto.
Y otro aspecto fundamental, se
trata de una historia real, todo lo acontecido es verídico; la sólida amistad
entre dos personas, por tanto muy apegada a nuestra humanidad.
Foto, Paco Castillo, primavera, 2019.
Es una narración que va calando hondo y con calma, que va
generando un sentimiento placentero de lenta floración, algo así como los
musgos y líquenes que van recubriendo los troncos.
Fijaros alguna vez en los musgos
que se adhieren a los árboles, sobre todo en los días posteriores a la tormenta
o las lluvias, el tronco de muchas encinas o pinos está engalanado con musgo, y si el
día presenta esa luz otoñal límpida que
se instala tras la brisa, mirad como la madera a contraluz desprende una bella
luminiscencia verdosa, destellos
brillantes que realzan éste o aquel contorno de la corteza.
Fotos, Paco Castillo, con una poesía
del islandés Jóhann Hjálmarsson, junto al musgo.
Dersu Uzala posee esa misma delicadeza a contraluz, que se aprecia mejor a una determinada distancia.
No es la belleza deslumbrante,
pues Arseniev no es el virtuoso narrativo que pueda ser Chejov,
ni disecciona psicológicamente a los personajes con la maestría de Dostoievski.
Pero precisamente, su belleza narrativa no cegadora gana en cercanía y
autenticidad por no apabullar, lo que deslumbra acaba desconcertando, el
desconcierto obnubila la percepción, embriaga, confunde, como le sucediera a Stendhal arrebatado
por la voloptuosidad de Florencia, el famoso síndrome de Stendhal.
Pero ojo, Arseniev es un
escritor de indudable talento, eso explica que personalidades como Máximo
Gorki, o el también explorador noruego Fritjof Nansen, declaresen su
entusiasmo por este libro, y admirasen el trabajo de Arseniev.
Dersu Uzala es una historia que posee esta
claridad matinal del otoño que apuntaba arriba, una luz que parece un beso
rozando la piel, y no el quemazón taladrante de los rayos estivales.
Dersu Uzala también es la épica viajera de
unos hombres a merced de las inclemencias naturales.
Y en ese sentido estamos ante todo
un tratado de meteorología, algo que me encanta. En todo capítulo las
condiciones climáticas, adversas o benévolas, están presentes, poniendo de
manifiesto las consecuencias directas sobre el destino de estos exploradores.
Foto, Paco Castillo, primavera, 2019.
Las diferentes calidades de nubes,
lluvias, brumas, tormentas, cielos, crepúsculos, claridades, oscuridades,
nieves, hielos y tonalidades de la Taiga, con la imponente visión de la cordillera
del Sijote-Alin, configuran el escenario para estos diarios de Arseniev.
Un estilo narrativo en donde
impera la prosa sencilla, huyendo de lo excelso, acaso una escritura que
refleja con acierto la vulnerabilidad de los hombres frente al poderoso paisaje.
Otra salvedad también de los
capítulos, así como empiezan con los detalles meteorológicos que inauguran cada
día, suelen cerrase con una gran hoguera al raso, cuando llega la noche y los
cosacos han montado el campamento.
Entonces asistimos al ritual vespertino,
los hombres aligeran el peso de mulas y caballos, y liberados de la tensión
acumulada, se relajan entre bromas, preparan el té y todos intercambian
impresiones alrededor de la lumbre.
Pasado un rato, cuando ya se van
retirando para dormir, Dersu y Arseniev se quedan solos para
conversar con más tranquilidad, mientras el té humea en las noches limpias y
heladoras de la Taiga.
Hablan de lo que se tercie, a
veces simplemente disfrutan en silencio de la mutua compañía, cuando Dersu fuma
en su pipa y Arseniev permanece ensimismado contemplando un sinfín de
estrellas, escuchando la llamada de un búho real o el rumor lejano del mar, el
mar del Japón, para más señas.
Otro atractivo del libro es
reflejar los usos y costumbres de los escasos pobladores de la Taiga, la
mayoría colonos chinos y coreanos que iban encontrando dispersos por aquí y por
allá, haciendo notar la generosidad y hospitalidad de aquellas gentes, por muy
humildes que fueran estas familias jamás negaban al viajero un techo cubierto,
una sopa caliente y el té.
Pero el verdadero viaje de esta
historia, más allá del que se abre paso por la hermosa, hostil e inmensa Taiga
Siberiana, es el que recorre la amistad de estos dos hombres; Vladimir Arseniev
y Dersu Uzala. Eso sí, reitero que el escenario es magnífico.
Leído hoy Dersu Uzala,
desde la confort y el enorme paraguas tecnológico que nos brinda el S.XXI, con
tantas aplicaciones que uno se siente desnortado, te das cuenta de las
extraordinarias hazañas que protagonizaron aquellos exploradores, geólogos,
cartógrafos y otros integrantes implicados en rastrear vastas zonas
geográficas; empresas enormemente complicadas por las retos e imprevistos que
surgían, tanto es así que morir con las botas puestas era algo asumido con
estoica resignación por estos hombres,
sabían que tenían muchas papeletas de morir en el intento.
Dersu Uzala representa a un tipo de personas
que irradian carisma sin ser conscientes, tipos que me atraen al instante por
la relación profunda que mantienen con la Naturaleza, de tú a tú, que conceden
la misma importancia al insecto más diminuto que al oso pardo o el gran tigre
siberiano.
Desde luego Arseniev sucumbió inmediatamente
a la seductora presencia de Dersu Uzala, a su sabiduría, esa que se gesta en su
solitaria existencia por los bosques, donde observar y escuchar los latidos
vitales de la tierra y el cielo, supone el aprendizaje más valioso para seguir
respirando un día más.
¿Cómo te llamas? –pregunté al
desconocido.
Dersu Uzala –respondió.
Este hombre me interesaba. Tenía
algo de particular. Hablando de una manera simple y en voz baja, se comportaba
con modestia, pero sin la menor humildad… En el curso de nuestra larga
conversación, me contó su vida.
Tenía delante de mí a un cazador
primitivo que había pasado todo su existencia en la Taiga. Ganaba con su fusil
para ir tirando, cambiando los productos de su caza por tabaco, plomo, y
pólvora que le facilitaban los chinos. Su carabina era una herencia que le
venía de su padre.
Me dijo que tenía 53 años y que
jamás había tenido domicilio. Viviendo siempre al aire libre; únicamente en
invierno se acondicionaba una yurta (cabaña indígena) provisional, construida de
raíces o de corteza de abedul. Sus recuerdos de infancia más antiguos eran el
río,, una choza, una hoguera, sus padres y su hermanita.
-Hace mucho que se han muerto
todos –dijo para concluir su relato, y tomó un aire soñador… Tras un corto silencio, añadió todavía-:
En otro tiempo tuve también una
mujer, un chico y una chica. Todos sucumbieron a la viruela, y me he quedado
solo.
(….) Las estrellas estaban ya
altas en el cielo, indicando que era más de medianoche, pero nosotros
seguíamos charlando al lado del fuego.” (pag. 27)
“Arséniev y Dersú Uzalá en 1906,
tras una ruta por el río Kulumbé”. Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Vladímir_Arséniev
El nómada mongol posee esa
sabiduría cuyas lecturas se interpretan, por ejemplo, en que determinadas setas
han brotado tardías, y eso son señales importantes que Dersu Uzala traslada a
la expedición de Arseniev, pues en detalles así les va conservar la vida a los
expedicionarios.
Ni que decir tiene su conocimiento
de pisadas humanas sospechosas, de ladrones, cuya delictiva condición intuye Dersu
por la profundidad que tiene la pisada en el barro, por la separación entre una
y otra, amén de otros aspectos que señala, dejando boquiabiertos a Arseneiv
y al resto de sus hombres.
Las líneas que lee Dersu Uzala
no están en los documentos, son las que trazan las huellas de las martas
cibelinas, el jabalí, o las aves migratorias allá entre las nubes, y Dersu
conoce sus abecedarios, sabe que esas
uves escritas por las grullas son letras aladas que vuelan más allá del mar, un
mensaje que otros, a su vez, leerán en algún lugar remoto, porque para Dersu lo
remoto no es la Taiga, sino todo lo que se sitúa fuera de ella.
Grullas, foto de Paco Castillo.
Foto, Paco Castillo, primavera 2019.
Son individuos que por diversas
razones o contingencias han desestimado las “bondades” de la civilización, rehuyen
las aglomeraciones de sus congéneres, les asfixia la multitud, les espantan los
horizontes “sucios” en donde los edificios ocultan a las montañas y bosques,
les aturden los ruidos artificiales y modernos, no comprenden, caso de Dersu
Uzala, que los habitantes urbanos tengan que pagar por obtener carbón, fruta,
madera, u otros elementos que abundan en la Taiga. Y así se lo hace saber a
Arseniev.
No necesitan la seguridad del
colectivo, considerando su aislamiento social una opción de vida más plena,
acorde con el sentido que para ellos tiene la existencia en el entorno natural.
Este libro aglutina las crónicas y
notas que elaboró Arseniev durante una serie de expediciones a la vasta cuenca
del Ussuri, frontera natural entre Siberia y China. Un lugar
tan bello como implacable.
Ese era el objetivo de la
narración… pero el objetivo no ha escrito este libro, lo ha escrito el corazón
de un hombre que siente su alma hermanada con la de otro hombre. Por eso acabó
titulándose Dersu Uzala.
Este libro es muchas cosas que se
resumen en una; el encuentro casual del nómada cazador, cuya enteras
pertenencias cabían en un ajado zurrón de lana, y el de un oficial y explorador
ruso, que acabó considerando como lo más importante de la expedición, casi de
su vida… la llegada de cada noche para sentarse junto a ese mongol que fumaba su
tabaco en pipa sin parar, y entre el té, las estrellas y unas pocas palabras, esperando
la llegada del sueño, nacería una amistad que el fuego de las hogueras nocturnas
iba curtiendo entre sus silencios.
Nunca les hizo falta nada más…
El Valle de Cristal. Capítulo Uno... Paco Castillo.