P. Castillo

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sábado, 24 de octubre de 2015

Autores peruanos (II).
La tía Julia y el escribidor. Mario Vargas Llosa, (Arequipa, Perú, 1936)


Libro. Editorial Seix Barral - Biblioteca Breve. Quinta edición,1983. Cubierta basada en el original de Paul Klee “Abrazo”. 319 páginas.


                                         Libro retratado en la famosa calle Jirón Quilca. Izquierda, limeño 
                                                      puliendo un busto de escayola. Fotografía de Paco castillo, 2015



Supongo que esto será algo más que la reseña de un libro. Con las maletas aún desperdigadas por casa, me resulta imposible escribir sin desprenderme de múltiples sensaciones, a flor de piel, que pugnan por manifestarse después de un viaje tan largo como intenso.

Aunque el epígrafe de “Autores peruanos” es nuevo, aparece el número II. La razón es que ya he mencionado a otro escritor peruano en este blog, se trata de Ciro Alegría y su entrañable “Perros hambrientos”. Memorable libro para mí y tal vez el que más ha cautivado mi emoción de cuantos hay aquí, por su forma de transmitir la indescriptible soledad de la puna andina y que la historia sea sostenida por unos perros, sí, perros pastores, perros campesinos. De la comunión perro, hombre y naturaleza se erige una impecable metáfora que simboliza el palpitar andino.
Vendrán más autores del Perú según me vaya dictando el ánimo, algo que a menudo no depende tanto de mí como de la tonalidad que presente el cielo. Así, un día cualquiera, antes que tener un ánimo bueno o malo, lo tendré azul nítido o gris antracita, precioso color, de tal suerte que será el momento de tal o cual elección.

¿Os imagináis lo especial que puede ser leer un libro en los escenarios, reales, que describe el texto?

¿Y que para ello, desde España, se tenga que atravesar el océano Atlántico, después un continente, hasta recalar recalar en el Perú, ya en el Pacífico?

Pues es lo que he vivido con esta novela de Vargas Llosa.

Me aguardaría otra sorpresa al poco de aterrizar. Ya en la capital, Lima, fui a una callecita, el Jirón Quilca, famosa por sus caóticas librerías y sus estrafalarios libreros, espacios que son una especie de “ambigús literarios” con una mezcla difícil de digerir a la vista. Fascinantes.
Curioseando por aquí y por allá (claro, y comprar unos libros), decidí hacer algunas fotos con la novela, traída desde España, en esta calle para incluirlas en la reseña. Al regresar a casa de nuestros anfitriones limeños me acomodé para un buen rato de lectura, y tras leer unas páginas cual no fue mi sorpresa ante la aparición de una calle…  ¡Jirón Quilca! Lugar escogido por Vargas Llosa para alojar a uno de sus protagonistas, ¡Yo había estado ahí hacía un par de horas ignorando dicha circunstancia!
Una vez más permanezco incrédulo ante la inexplicable conexión que puede existir entre el libro y su lector. Un hecho que solo los amantes de los libros tenemos el privilegio de vivir.

Este es el párrafo que incluye la calle que yo mismo había pateado dos horas antes, sin “saberme” dentro de la historia. Varguitas nos habla de Pedro Camacho, flamante fichaje para Radio Central:

(…) y le pregunté si ya se había instado, si tenía amigos aquí, cómo se sentía en Lima. Esos temas terrenales le importaban un comino. Con un dejo impaciente me contestó que había conseguido un “atelier” no lejos de Radio Central, en el Jirón Quilca, y que se sentía a sus anchas en cualquier parte, porque ¿acaso la patria del artista no era el mundo? (p. 42).

Tengo el presentimiento de que Vargas Llosa brinda un homenaje a esta callecita que, seguramente, debió acogerle innumerables veces deambulando absorto entre las librerías. Algunas fotos del lugar:



                                         Principio del Jirón Quilca. Estoy situado justo debajo del letrero 
                                                       de la calle, con chaqueta vaquera y pantalón corto, un gringo
                                                       Foto, Araceli, 2015



                                         Librería del Jirón Quilca. Foto, Paco Castillo. 2015



                                         Ojeando el libro en el Jirón Quilca. Foto, Araceli.  2015


                                         Jirón Quilca. Artesano callejero puliendo busto de escayola. 
                                                       Foto, Paco Castillo.  2015


                                          Librerías en el final del Jirón Quilca. Foto, Paco Castillo. 2015


Lo primero que advertí en este libro fue el evidente perfil autobiográfico, que nos va desvelando la voz del personaje estelar, Varguitas, joven estudiante de derecho por imposición pero escritor, en ciernes, de corazón. Bebe los vientos por su tía Julia, atractiva mujer que le dobla la edad:

Nos sentamos y estuvimos conversando cerca de dos horas. Le conté toda mi vida, no la pasada sino la que tendría en el futuro, cuando viviera en París y fuera escritor. Le dije que quería escribir desde que leí por primera vez a Alejandro Dumas, y que desde entonces soñaba con viajar a Francia y vivir en una buhardilla, en el barrio de los artistas, entregado totalmente a la literatura, la cosa más formidable del mundo (p. 79).

Otro aspecto notorio es su vocación “valleinclaniana” por lo grotesco y esperpéntico de la amplia caterva de personajes y las situaciones que provocan. Tal aspecto se manifiesta con mayor profusión en los radioteatros, donde su creador y locutor, Pedro Camacho, da rienda suelta a su delirante imaginación, dando lugar a todo tipo de extravagancias, algunas realmente divertidas.

La estructura de la obra es peculiar, junto al relato principal, hilo conductor de la historia, discurren una serie de correlatos paralelos, no son otra cosa que los radioteatros (más conocidos en España como radionovelas), que he mencionado, transmitidos por el “escribidor” Pedro Camacho, grotesco en sí mismo.
Son estos seriales, independientes entre sí, los que utiliza Vargas Llosa para mostrar el esperpéntico fresco con el que satiriza a la sociedad limeña de la época y en general a sus compatriotas. El “aderezo” viene dado con generosas dosis de fino humor negro y picarón, cual Buscón quevediano en versión limeña.

El escritor desgrana su dominio del vocabulario con esa exuberancia expresiva que atesoran los autores latinoamericanos, haciendo que la lengua castellana sea un idioma riquísimo en su contenido tanto como en su continente.
Puede ser que los lectores más jóvenes encuentren este castellano limeño algo apolillado, a mí me encanta el acomodo del que gozan muchas palabras y expresiones que en España languidecen sin remisión. En el Perú (como dicen mis compadres), y otros países vecinos de lengua castellana, esas palabras tienen plena vigencia. Todo ello hace que me resulte tan agradable conversar y escuchar por estas tierras, cuidan el lenguaje, lo tratan con tacto y respeto, en tal sentido deberíamos de tomar nota en España.



                             Desde mi habitación, en casa de nuestros amigos limeños, Pancho y Neri.
                                                      Distrito de los Olivos, Lima. El libro al paso de la movilidad y la moto-taxi. 
                                                      Foto, Paco Castillo. 2015

Confieso que me entiendo bien con Vargas Llosa, en realidad con todos los escritores peruanos (la literatura del Perú no se agota con Vargas Llosa, la lista de autores es prolífica y brillante).
Me une a ellos una complicidad especial, fraguada en todos estos años de idas y venidas, país que ya me había recorrido, de norte a sur, mucho tiempo antes de conocer la existencia de mi mujer, Araceli, (que por cierto conocí en España, no en su país).


                             Textiles andinos. Perú. Foto Paco Castillo. 2015


                                          Textiles andinos. Perú. Foto Paco Castillo. 2015

Por tanto, no solo estoy familiarizado con varias expresiones sui géneris de allá, sino que además las empleo en las conversaciones con mis parientes y amigos peruanos; chacra, cholito, garúa, o el colectivo, por citar unas pocas, son términos que aparecen en la novela y que yo uso en charlas con mis allegados.

De estas acepciones que utiliza Vargas Llosa voy a contaros algo de “el colectivo”. Así llaman los limeños a los microbuses, pero también “combi” o “movilidad”, diferentes palabras que nombran a este vehículo, todos en estado ruinoso, que les transportan a cualquier lugar, imaginable o no, de Lima. Paran donde pueden o donde les viene en gana, y los usuarios no se quedan atrás en tan peculiar desorden de subidas y bajadas. 

Allí son toda una institución y cumplen una doble función; ser un medio de transporte y, a la vez, ser un reducto del ágora pública en continuo desplazamiento, pues en ellos tienen cabida, aunque apretujada todo sea dicho, cualquier tipo de personajes de-ambulantes. Que yo haya visto, tenemos predicadores que vaticinan una humanidad errabunda por los infiernos, vendedores de helados, siendo los conductores sus mejores clientes, vendedores de biblias, vendedores de tomos coleccionables (grandes exploradores marinos, historia de la revoluciones sociales, etc), éstos exhiben una impecable oratoria, vendedoras de presillas (piezas cárnicas), de llama e incluso, reiterando “que yo haya visto” algún perro vagabundo que sube tranquilamente y con la misma parsimonia vuelve a bajar donde le plazca sin haber suscitado la curiosidad de nadie, excepto de quien esto escribe (verídico). He disfrutado muchísimo con estas exhibiciones de retórica. Sentirme transportado a tan medievalesca atmósfera supone una experiencia impagable.

Veamos un fragmento, hay varios, que incluye la palabra “colectivo” :

“En el colectivo de Miraflores, iba pensando en Pedro Camacho (…) ¿Cómo se podía ser, de un lado, una parodia de escritor y, al mismo tiempo, el único que, por tiempo consagrado a su oficio y obra realizada, merecía ese nombre en el Perú?” (p. 168)

Por supuesto, fotos del colectivo:



                             Colectivo con su inclasificable estética, ¿Kitsch, surrealismo daliniano? 
                                                      Distrito del Rímac, Lima. Foto, Paco Castillo. 2015


                             Colectivo circulando bajo el contaminado y deprimente cielo 
                                                      limeño, eternamente gris mortecino. Foto, Paco Castillo. 2015


                                          Conductor deteniendo el colectivo. En algún lugar de Lima.  
                                                        Foto, Paco Castillo. 2015 


                                          Mirando a través de la ventana del colectivo, libro en mano. 
                                                        Distrito de los Olivos, Lima. Foto, Paco Castillo. 2015


                                          En el colectivo. Pensamientos anónimos que viajan, tal vez, a millones 
                                                        de kilómetros de Lima.  Foto, Paco Castillo. 2015


                                          Vendedor de helados dentro del colectivo. Lima.  
                                                        Foto, Paco Castillo. 2015


                                          Vendedor de tomos coleccionables (Aventuras del mar), dentro del colectivo. Lima.  
                                                       Foto, Paco Castillo. 2015


                                          El mismo vendedor. Un espléndido orador. Lima. 
                                                        Foto, Paco Castillo. 2015


Me ha gustado el libro pero no ha sido el que más he disfrutado del autor.
Me sobraron algunos radioteatros finales en los que se mezclan personajes de unos con los de otros, debido al incipiente trastorno de Pedro Camacho por el exceso de trabajo y la concentración puesta en su labor.
Todo eso provoca escenas delirantes, claro, pero que la mitad de los seriales fuese de esta naturaleza me llegó a aturdir algo. En mi opinión no veía necesario “echar más paja al pajar”.

Por otro lado está el final, los expectantes finales que uno ansía tras una buena historia, éste no ha sido un acontecimiento perdurable en la memoria, asunto frecuente, la verdad. Más bien parece uno de esos párrafos situados en la mitad de la obra, sin más relevancia que la de ser una “puntada de hilo” para hilvanar la siguiente página. Algunos finales están usurpados por párrafos que desmerecen tan privilegiada tribuna, este es uno de ellos, aunque las excelentes aptitudes del escritor maquillan estos sinsabores que me endosa de vez en cuando.


                             Cesara, 1600 mts de altitud, el pueblecito natal de Araceli, región
                                                      cafetera del Perú, cuna del que ha sido considerado el mejor café del mundo. 
                                                      Estribación nororiental de los Andes, la ceja de selva. 
                                                      1.200 kms aprox. al norte de Lima.

No obstante, Vargas Llosa, un excelente escritor cuya obra siempre me es tentadora. Sus libros obran el milagro de hacerme sentir el Perú, y yo desde la lejanía necesito tal certeza. Creo en los milagros que obran los libros, aunque solo ocurran en mi imaginación, y tal vez fuera de ella. ¿Quién sabe? Ahí lo dejamos.



P. D. Acabo de leer en Babelia (El País), una espléndida entrevista de Juan Cruz, un periodista que estimo, a Mario Vargas Llosa, a punto de cumplir 80 años.

Muy interesante lo que cuenta sobre su relación con la escritura, lo que ha significado en su vida la pasión por la lectura, la ilusión por hacer cosas como consecuencia del amor. Comenta su último libro, “Cinco esquinas”, en donde el periodismo insano, manipulador, constituye una herramienta del poder político para allanarse el camino y destruir la reputación de los opositores. En suma, nos cuenta el escritor como contempla la vida, cuando ésta ya se halla en la recta final. Os la recomiendo encarecidamente.