Autores peruanos (II).
La tía Julia y el escribidor.
Mario Vargas Llosa, (Arequipa, Perú, 1936)
Libro. Editorial Seix Barral
- Biblioteca Breve. Quinta edición,1983. Cubierta basada en el original de Paul
Klee “Abrazo”. 319 páginas.
Libro retratado en la famosa calle Jirón Quilca. Izquierda, limeño
puliendo un busto de escayola. Fotografía de Paco castillo, 2015
Supongo que esto será algo
más que la reseña de un libro. Con las maletas aún desperdigadas por casa, me
resulta imposible escribir sin desprenderme de múltiples sensaciones, a flor de
piel, que pugnan por manifestarse después de un viaje tan largo como intenso.
Aunque el epígrafe de
“Autores peruanos” es nuevo, aparece el número II. La razón es que ya he
mencionado a otro escritor peruano en este blog, se trata de Ciro Alegría y su entrañable “Perros hambrientos”. Memorable libro para mí y tal vez el que más ha cautivado
mi emoción de cuantos hay aquí, por su forma de transmitir la indescriptible
soledad de la puna andina y que la historia sea sostenida por unos perros, sí,
perros pastores, perros campesinos. De la comunión perro, hombre y naturaleza
se erige una impecable metáfora que simboliza el palpitar andino.
Vendrán más autores del Perú
según me vaya dictando el ánimo, algo que a menudo no depende tanto de mí como
de la tonalidad que presente el cielo. Así, un día cualquiera, antes que tener
un ánimo bueno o malo, lo tendré azul nítido o gris antracita, precioso color,
de tal suerte que será el momento de tal o cual elección.
¿Os imagináis lo especial que
puede ser leer un libro en los escenarios, reales, que describe el texto?
¿Y que para ello, desde
España, se tenga que atravesar el océano Atlántico, después un continente,
hasta recalar recalar en el Perú, ya en el Pacífico?
Pues es lo que he vivido con
esta novela de Vargas Llosa.
Me aguardaría otra sorpresa
al poco de aterrizar. Ya en la capital, Lima, fui a una callecita, el Jirón
Quilca, famosa por sus caóticas librerías y sus estrafalarios libreros,
espacios que son una especie de “ambigús literarios” con una mezcla difícil de
digerir a la vista. Fascinantes.
Curioseando por aquí y por
allá (claro, y comprar unos libros), decidí hacer algunas fotos con la novela,
traída desde España, en esta calle para incluirlas en la reseña. Al regresar a
casa de nuestros anfitriones limeños me acomodé para un buen rato de lectura, y
tras leer unas páginas cual no fue mi sorpresa ante la aparición de una
calle… ¡Jirón Quilca! Lugar escogido por
Vargas Llosa para alojar a uno de sus protagonistas, ¡Yo había estado ahí hacía
un par de horas ignorando dicha circunstancia!
Una vez más permanezco
incrédulo ante la inexplicable conexión que puede existir entre el libro y su
lector. Un hecho que solo los amantes de los libros tenemos el privilegio de
vivir.
Este es el párrafo que
incluye la calle que yo mismo había pateado dos horas antes, sin “saberme”
dentro de la historia. Varguitas nos habla de Pedro Camacho, flamante fichaje
para Radio Central:
(…) y le pregunté si ya se
había instado, si tenía amigos aquí, cómo se sentía en Lima. Esos temas
terrenales le importaban un comino. Con un dejo impaciente me contestó que
había conseguido un “atelier” no lejos de Radio Central, en el Jirón Quilca,
y que se sentía a sus anchas en cualquier parte, porque ¿acaso la patria del
artista no era el mundo? (p. 42).
Tengo el presentimiento de
que Vargas Llosa brinda un homenaje a esta callecita que, seguramente, debió
acogerle innumerables veces deambulando absorto entre las librerías. Algunas fotos del lugar:
Principio del Jirón Quilca. Estoy situado justo debajo del letrero
de la calle, con chaqueta vaquera y pantalón corto, un gringo.
Foto, Araceli, 2015
Librería del Jirón Quilca. Foto, Paco Castillo. 2015
Ojeando el libro en el Jirón Quilca. Foto, Araceli. 2015
Jirón Quilca. Artesano callejero puliendo busto de escayola.
Foto, Paco Castillo. 2015
Librerías en el final del Jirón Quilca. Foto, Paco Castillo. 2015
Principio del Jirón Quilca. Estoy situado justo debajo del letrero
de la calle, con chaqueta vaquera y pantalón corto, un gringo.
Foto, Araceli, 2015
Librería del Jirón Quilca. Foto, Paco Castillo. 2015
Ojeando el libro en el Jirón Quilca. Foto, Araceli. 2015
Jirón Quilca. Artesano callejero puliendo busto de escayola.
Foto, Paco Castillo. 2015
Librerías en el final del Jirón Quilca. Foto, Paco Castillo. 2015
Lo primero que advertí en este libro fue el evidente perfil autobiográfico, que nos va desvelando la voz del personaje estelar, Varguitas, joven estudiante de derecho por imposición pero escritor, en ciernes, de corazón. Bebe los vientos por su tía Julia, atractiva mujer que le dobla la edad:
Nos sentamos y estuvimos
conversando cerca de dos horas. Le conté toda mi vida, no la pasada sino la que
tendría en el futuro, cuando viviera en París y fuera escritor. Le dije que
quería escribir desde que leí por primera vez a Alejandro Dumas, y que desde
entonces soñaba con viajar a Francia y vivir en una buhardilla, en el barrio de
los artistas, entregado totalmente a la literatura, la cosa más formidable del
mundo (p. 79).
Otro aspecto notorio es su
vocación “valleinclaniana” por lo grotesco y esperpéntico de la amplia caterva
de personajes y las situaciones que provocan. Tal aspecto se manifiesta con
mayor profusión en los radioteatros, donde su creador y locutor, Pedro Camacho,
da rienda suelta a su delirante imaginación, dando lugar a todo tipo de
extravagancias, algunas realmente divertidas.
La estructura de la obra es
peculiar, junto al relato principal, hilo conductor de la historia, discurren
una serie de correlatos paralelos, no son otra cosa que los radioteatros (más
conocidos en España como radionovelas), que he mencionado, transmitidos por el
“escribidor” Pedro Camacho, grotesco en sí mismo.
Son estos seriales,
independientes entre sí, los que utiliza Vargas Llosa para mostrar el
esperpéntico fresco con el que satiriza a la sociedad limeña de la época y en
general a sus compatriotas. El “aderezo” viene dado con generosas dosis de fino
humor negro y picarón, cual Buscón quevediano en versión limeña.
El escritor desgrana su
dominio del vocabulario con esa exuberancia expresiva que atesoran los autores
latinoamericanos, haciendo que la lengua castellana sea un idioma riquísimo en
su contenido tanto como en su continente.
Puede ser que los lectores
más jóvenes encuentren este castellano limeño algo apolillado, a mí me
encanta el acomodo del que gozan muchas palabras y expresiones que en España
languidecen sin remisión. En el Perú (como dicen mis compadres), y otros países
vecinos de lengua castellana, esas palabras tienen plena vigencia. Todo ello
hace que me resulte tan agradable conversar y escuchar por estas tierras,
cuidan el lenguaje, lo tratan con tacto y respeto, en tal sentido deberíamos de
tomar nota en España.
Desde mi habitación, en casa de nuestros amigos limeños, Pancho y Neri.
Distrito de los Olivos, Lima. El libro al paso de la movilidad y la moto-taxi.
Foto, Paco Castillo. 2015
Desde mi habitación, en casa de nuestros amigos limeños, Pancho y Neri.
Distrito de los Olivos, Lima. El libro al paso de la movilidad y la moto-taxi.
Foto, Paco Castillo. 2015
Confieso que me entiendo bien
con Vargas Llosa, en realidad con todos los escritores peruanos (la literatura
del Perú no se agota con Vargas Llosa, la lista de autores es prolífica y
brillante).
Me une a ellos una
complicidad especial, fraguada en todos estos años de idas y venidas, país que
ya me había recorrido, de norte a sur, mucho tiempo antes de conocer la
existencia de mi mujer, Araceli, (que por cierto conocí en España, no en su
país).
Textiles andinos. Perú. Foto Paco Castillo. 2015
Textiles andinos. Perú. Foto Paco Castillo. 2015
Textiles andinos. Perú. Foto Paco Castillo. 2015
Textiles andinos. Perú. Foto Paco Castillo. 2015
Por tanto, no solo estoy
familiarizado con varias expresiones sui géneris de allá, sino que además
las empleo en las conversaciones con mis parientes y amigos peruanos; chacra,
cholito, garúa, o el colectivo, por citar unas pocas, son términos
que aparecen en la novela y que yo uso en charlas con mis allegados.
De estas acepciones que
utiliza Vargas Llosa voy a contaros algo de “el colectivo”. Así llaman
los limeños a los microbuses, pero también “combi” o “movilidad”, diferentes
palabras que nombran a este vehículo, todos en estado ruinoso, que les
transportan a cualquier lugar, imaginable o no, de Lima. Paran donde pueden o
donde les viene en gana, y los usuarios no se quedan atrás en tan peculiar
desorden de subidas y bajadas.
Allí son toda una
institución y cumplen una doble función; ser un medio de transporte y, a la
vez, ser un reducto del ágora pública en continuo desplazamiento, pues en ellos
tienen cabida, aunque apretujada todo sea dicho, cualquier tipo de personajes
de-ambulantes. Que yo haya visto, tenemos predicadores que vaticinan una
humanidad errabunda por los infiernos, vendedores de helados, siendo los
conductores sus mejores clientes, vendedores de biblias, vendedores de tomos
coleccionables (grandes exploradores marinos, historia de la revoluciones
sociales, etc), éstos exhiben una impecable oratoria, vendedoras de presillas
(piezas cárnicas), de llama e incluso, reiterando “que yo haya visto” algún
perro vagabundo que sube tranquilamente y con la misma parsimonia vuelve a
bajar donde le plazca sin haber suscitado la curiosidad de nadie, excepto de
quien esto escribe (verídico). He disfrutado muchísimo con estas exhibiciones
de retórica. Sentirme transportado a tan medievalesca atmósfera supone una
experiencia impagable.
Veamos un fragmento, hay
varios, que incluye la palabra “colectivo” :
“En el colectivo de
Miraflores, iba pensando en Pedro Camacho (…) ¿Cómo se podía ser, de un lado,
una parodia de escritor y, al mismo tiempo, el único que, por tiempo consagrado
a su oficio y obra realizada, merecía ese nombre en el Perú?”
(p. 168)
Por supuesto, fotos del colectivo:
Colectivo con su inclasificable estética, ¿Kitsch, surrealismo daliniano?
Distrito del Rímac, Lima. Foto, Paco Castillo. 2015
Colectivo circulando bajo el contaminado y deprimente cielo
limeño, eternamente gris mortecino. Foto, Paco Castillo. 2015
Conductor deteniendo el colectivo. En algún lugar de Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
Mirando a través de la ventana del colectivo, libro en mano.
Distrito de los Olivos, Lima. Foto, Paco Castillo. 2015
En el colectivo. Pensamientos anónimos que viajan, tal vez, a millones
de kilómetros de Lima. Foto, Paco Castillo. 2015
Vendedor de helados dentro del colectivo. Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
Vendedor de tomos coleccionables (Aventuras del mar), dentro del colectivo. Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
El mismo vendedor. Un espléndido orador. Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
Por supuesto, fotos del colectivo:
Colectivo con su inclasificable estética, ¿Kitsch, surrealismo daliniano?
Distrito del Rímac, Lima. Foto, Paco Castillo. 2015
Colectivo circulando bajo el contaminado y deprimente cielo
limeño, eternamente gris mortecino. Foto, Paco Castillo. 2015
Conductor deteniendo el colectivo. En algún lugar de Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
Mirando a través de la ventana del colectivo, libro en mano.
Distrito de los Olivos, Lima. Foto, Paco Castillo. 2015
En el colectivo. Pensamientos anónimos que viajan, tal vez, a millones
de kilómetros de Lima. Foto, Paco Castillo. 2015
Vendedor de helados dentro del colectivo. Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
Vendedor de tomos coleccionables (Aventuras del mar), dentro del colectivo. Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
El mismo vendedor. Un espléndido orador. Lima.
Foto, Paco Castillo. 2015
Me ha gustado el libro
pero no ha sido el que más he disfrutado del autor.
Me sobraron algunos
radioteatros finales en los que se mezclan personajes de unos con los de otros,
debido al incipiente trastorno de Pedro Camacho por el exceso de trabajo y la
concentración puesta en su labor.
Todo eso provoca escenas
delirantes, claro, pero que la mitad de los seriales fuese de esta naturaleza
me llegó a aturdir algo. En mi opinión no veía necesario “echar más paja al
pajar”.
Por otro lado está el final,
los expectantes finales que uno ansía tras una buena historia, éste no ha sido
un acontecimiento perdurable en la memoria, asunto frecuente, la verdad. Más
bien parece uno de esos párrafos situados en la mitad de la obra, sin más
relevancia que la de ser una “puntada de hilo” para hilvanar la siguiente
página. Algunos finales están usurpados por párrafos que desmerecen tan
privilegiada tribuna, este es uno de ellos, aunque las excelentes aptitudes del
escritor maquillan estos sinsabores que me endosa de vez en cuando.
Cesara, 1600 mts de altitud, el pueblecito natal de Araceli, región
cafetera del Perú, cuna del que ha sido considerado el mejor café del mundo.
Estribación nororiental de los Andes, la ceja de selva.
1.200 kms aprox. al norte de Lima.
Cesara, 1600 mts de altitud, el pueblecito natal de Araceli, región
cafetera del Perú, cuna del que ha sido considerado el mejor café del mundo.
Estribación nororiental de los Andes, la ceja de selva.
1.200 kms aprox. al norte de Lima.
No obstante, Vargas Llosa, un
excelente escritor cuya obra siempre me es tentadora. Sus libros obran el
milagro de hacerme sentir el Perú, y yo desde la lejanía necesito tal certeza.
Creo en los milagros que obran los libros, aunque solo ocurran en mi
imaginación, y tal vez fuera de ella. ¿Quién sabe? Ahí lo dejamos.
P. D. Acabo
de leer en Babelia (El País), una espléndida entrevista de Juan Cruz, un
periodista que estimo, a Mario Vargas Llosa, a punto de cumplir 80 años.
Muy interesante lo que cuenta
sobre su relación con la escritura, lo que ha significado en su vida la pasión
por la lectura, la ilusión por hacer cosas como consecuencia del amor. Comenta
su último libro, “Cinco esquinas”, en donde el periodismo insano, manipulador,
constituye una herramienta del poder político para allanarse el camino y destruir la reputación de los opositores. En
suma, nos cuenta el escritor como contempla la vida, cuando ésta ya se halla en la
recta final. Os la recomiendo encarecidamente.