P. Castillo

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viernes, 4 de noviembre de 2022

 

Noviembre


Foto, Paco Castillo

Ha escampado ligeramente y la lluvia matinal de hace unos instantes (por ayer) me ha dado una tregua. Hoy se parece mucho más al otoño; estación que a estas alturas del año no termina de presentarse con todas sus credenciales. De momento está siendo más un "veroño" (que dicen) que un otoño.

Salgo a la calle. Un viento cimarrón sacude mi flequillo y lo ha virado hacia la derecha, ¡Dita sea!, espero que no sea un mal presagio... 

Si fuese un marino me pondría a contar ahora los designios que traen los vientos, pero no soy marino, y no me gustaría serlo, pues en las novelas que he leído sobre ellos… las pasan canutas.


Hace unos años leyendo a Herman Melville, hablando de marinos… ya os imaginaréis el título. Foto, Paco Castillo.


Escuché a la mujer del tiempo que este viento bravucón en la meseta central, se ha escapado del Océano Atlántico, entrando por Galicia y las costas portuguesas con sus pueblos de pescadores, este viento... aquellos vientos que hacían naufragar y morir a los pescadores lusos en la bellísima novela de Raul Brandao, inundando las villas marineras de esposas casi fantasmales, soportando la penitencia bajo el severo negro de sus vestiduras hasta el fin de sus días.

Hoy el viento de aquí, tierra adentro, lo que hace naufragar son innumerables hojas amarillentas. Tendríais que ver el espectáculo que contemplo ahora, una ventisca arremolina y esparce las hojas por doquier. 


Foto, Paco Castillo

La ventolera ha despojado con violencia las hojas de los árboles, y éstos también se ponen de luto a su manera, mostrando las ramas desnudas, huesudas, como si todo el árbol fuese un esqueleto lleno de fémures, costillas y tibias que castañean en el roce mutuo por mor del viento.


Foto, Paco Castillo

Estando así las cosas, me ha acompañado al campo un libro donde el Viento también me habla, no en vano le ha dado voz el poeta Miguel Hernández; “Viento del pueblo”. No creáis que por estar guardado en un libro este viento es menos rebelde, de eso nada.




"Viento del pueblo" (Miguel Hernández). Fotos, Paco Castillo

Arriba he citado a la mujer del tiempo, anunciaba ella con unas isobaras que este viento potente ha nacido en el océano...

Yo de joven quería ser un hombre del tiempo (verídico). Escuchaba muy jovencito a Mariano Medina, y sobre todo a Pilar Sanjurjo pronunciar palabras que, al margen de conocer o ignorar su significado, encontraba bonitas (pudiera ser por la musicalidad de su acento gallego).

Ahora sé casi todos esos significados, los he aprendido  porque deseaba conocer que hay detrás de esas palabras evocadoras junto a las que crecí.

Vientos ábregos”, refería Pilar Sanjurjo, y yo escuchaba cautivado su voz cuando lo pronunciaba. Ábregos; los vientos llovedores que así conocen los agricultores, pues portan la ansiada lluvia otoñal que será providencial para la Sementera (las tierras cultivadas).


Entrañable Pilar Sanjurjo, descanse en paz.


Sí, emprendemos la niñez junto a ciertas palabras, vamos creciendo en compañía de otras tantas, y moriremos con algunas, pocas, muy pocas, ya no harán falta muchas palabras para explicar... casi nada. Acaso unas pocas donde esté casi todo; "Te quiero". Si pronuncias esto a un hijo, hija, madre, padre, pareja, ya le habrás dicho prácticamente todo, o todo, lo que tenías que decirle en la vida, quizás no sea la única vez que lo hayas dicho, pero sí es la última vez que lo dirás…

La profesión del hombre y mujer del tiempo es bella y extraña a la par; asistimos con expectación y entusiasmo al pronóstico del tiempo, es decir, aquello (el tiempo) que en definitiva nos va exprimiendo la existencia, es un oficio muy metafísico, sin duda.

Los más de doscientos años de este enorme pino… se hicieron añicos en segundos, lo fulminó un rayo, yace ante mí. Vivir es pura contingencia, riesgo permanente a la vuelta de la esquina. Foto, Paco Castillo


Os aseguro que ni por asomo venía hoy a escribiros esto.


Foto, Paco Castillo

Yo pretendía comentaros sobre un poeta chileno (omitiré su nombre), incluso ya tenía casi lista la entrada. Pero al salir de casa el viento enfurecido me ha deshojado todos los pensamientos, como si fuese también un árbol a su merced. 

 

¿Los habrá retornado al mar de donde partió?


Cabo Peñas, Asturias, 2022. Foto, Paco Castillo

Si alguna vez el viento os roba los pensamientos, sabed que van a parar al mar.


Al mismísimo Faro de Cabo Peñas me llevé “El viejo y el mar” de Hemingway, un marco perfecto para su lectura. Foto, Paco Castillo

 “Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes (…) empleaban el artículo masculino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o aun un enemigo. Pero el viejo lo concebía siempre como el género femenino y como algo que concedía o negaba grandes favores (…)”. 

El viejo y el mar. Ernest Hemingway


El mar está lleno de pensamientos náufragos que le regalan los vientos, de eso escribió Hemingway, y Herman Melville con su Capitán, Ahab, o Ignacio Aldecoa en “El Gran Sol” y por supuesto Raul Brandao con “Los pescadores”.

Vendrá el verano y el Tiempo nos concederá el sol, entonces mis hijas volverán a correr tras las olas de la playa. Llegará el invierno y los niños se lanzarán bolas de nieve.

Mi hija pequeña en aquella memorable nevada, cuando recién estaba comenzando... Foto, Paco Castillo.

Mas, entre corretear las olas y hacer bolas de nieve, pasa el Tiempo, y los hombres y las mujeres del tiempo pasan, pasan con él. Y sucede igual con las mujeres y los hombres que no trabajan con el Tiempo; pasarán, porque el Tiempo sí trabaja con ellos…

Me hubiese gustado ser un hombre del Tiempo, oficio hermoso y a la vez extraño que refería.

Y así os anunciaría que en la mañana los vientos traerán “un tiempo para construir”, y al atardecer un “un tiempo para derrumbarse

Y al día siguiente vendrá un frente con “un tiempo para reír”, al que seguirá “un tiempo para llorar”.

Pues hay, como dicen The birds en la canción, “un tiempo para cada propósito bajo el cielo”, hasta el día que nos marchemos y cada uno se guarde su último propósito… 









domingo, 25 de septiembre de 2022

 

Romeo y Julieta fugándose en Amazon Prime…


Permitidme que vaya saboreando un café (solo, sin azúcar) mientras voy contando lo que sigue.

Quería aparecer sobre el metafórico cadáver de este inmisericorde, abrasador verano, después de poner unas margaritas resecas, marchitas, encima de la tumba simbólica donde yace, sin oraciones, sin pena alguna.

Perder de vista esos cielos oxidados, sucios y terrosos por la calima sahariana.

Desaparecí en primavera. Ya es otoño.



Viviendo cerca del campo, no sería raro que sobre vuestras cabezas se posase alguna hormiga de alas estos días de bruscos chaparrones, que dan paso a un sol radiante y cielos despejados, es entonces cuando miles de ellas se entregan al ritual nupcial surcando los cielos; sí, vuelan buscando copular.

De ahí que en mi caminata campestre observara una caótica coreografía aérea, pues bandadas de tordos, gorriones, verderones, urracas y otros pájaros se entregaban ansiosos al proteínico festín en estas mañanas septembrinas. Hay aprovechar cualquier oportunidad a las puertas del otoño.



Dichas hormigas también deambulan por la tierra, parecen borrachas desplazándose vacilantes, tanto es así que basta agacharse frente a un charco para constatar la tragedia… decenas de hormigas sobre el agua, muchas, ya sin vida, flotan suavemente entre espigas resecas y  pétalos de flores estivales que arrastró la tormenta.






Ya no hay nada que hacer...


Otras sin embargo mantienen todo el vigor del que son capaces, agitándose desesperadamente para llegar a la orilla y salvarse.

No puedo evitarlo… tiendo en el agua mi palma, como si fuera el barquero “Siddhartha” (novela de Herman Hesse) cruzando a los peregrinos de una orilla a otra. Encima de mis líneas (esas que según los videntes llevan escrito el destino) recalan aquellas que aún tenían fuerzas para vivir. 



Las he dejado en tierra firma y han hecho eso; buscarse la vida.

No obstante, en cuanto a los machos hormiga, el tiempo para buscársela será efímero, morirán a los pocos días de haber copulado. No así las hembras, con una andadura mucho más larga; ellas sentirán los primeros frescores otoñales, sobrevivirán a las escarchas y heladas invernales, probablemente las alcanzará la catarsis primaveral aún despiertas… es el guión que les ha repartido la Naturaleza.

Pero siempre acontece el acto final. Unos y otras, inevitablemente, llegarán al término del camino.

¿Qué creación viva fue diseñada para la eternidad?




Aspirar a ella es nuestra condena y gloria al mismo tiempo.

Una hormiga de alas vive poco, aunque en la libertad de una existencia sin disquisiciones.

Yo vivo muchísimo más, pero encarcelado por mis pensamientos, reo de esas aspiraciones imposibles que han nutrido a la buena poesía. La Naturaleza va contrapesando todo, a ellas y a mí.

Podemos empeñarnos en exhibir nuestros logros, monumentos y grandezas, pero todo acabará sepultado por los hielos, enterrado por los barros en gélidas estepas, como refleja William B. Yeats:




Por cierto, este socorro a las hormigas ya lo hice meses atrás con renacuajos ante el preludio de un dramático desenlace… pero lo dejaré para otra entrada.

Según las normas del buen naturalista, no debemos alterar el orden sobre el terreno, pero a veces me permito ciertas licencias, y ya no me veo como persona, sino un animal más, como un ser vivo que se une a otro en una especie de alianza por la supervivencia.

Tal vez esas hormigas fuesen el alimento de algún mirlo, pero viendo como estaba el panorama, sé que el mirlo, o la urraca, o la abubilla tendrán bastantes más ocasiones al margen de perder ésta, no hay más que mirar alrededor.

Por el contrario, si yo no brindo esta acción salvadora a las pocas afortunadas, no existirá un nuevo amanecer para ellas, ya no habrá más oportunidad.


Aunque lo mejor me esperaba al final...


Estando ya prácticamente en la linde del campo, a punto de abandonarlo, y aproximándome a una apartada urbanización de suntuosos chalets, veo llegar una furgoneta de Amazon Prime a las lujosas viviendas, advierto que el mensajero, sin bajarse del vehículo, me lanza una furtiva mirada, sin enojo, más bien nervioso…

Sus ojos amerindios escrutan los alrededores, como si desease no encontrar un alma en el lugar, y efectivamente no la hay, excepto quien esto escribe. 

Repentinamente sale una chica de rasgos latinoamericanos, igual que el mensajero de Amazon (de hecho, parecidos a los de mi mujer, peruana para más señas), y entiendo ipso facto aquel mirar angustioso del muchacho.

Aquel joven mensajero no iba a entregar nada... pero recibiría todo.

Sabedora de que su enamorado arriesga el sustento contraviniendo una norma fundamental de la compañía, la joven sube rauda a la furgoneta  y, con la misma fugacidad, se besan en los labios abandonando ambos aquel lugar donde las hormigas aladas copulan en el aire, y acaban muertas en charcos llenos de pétalos…




Quise tranquilizar al muchacho aparentando total indiferencia (que en absoluto sentía) y haciéndole notar mi desinterés (pero cuánto me interesaba...) mirando a las hormigas del cielo.

No se lo dije al chico, pero sí  a mí mismo en conversación imaginaria con él:

-Tranquilo chaval, gustosamente haré mutis por el foro, el gigante Amazon no sufrirá un  descalabro económico porque uno de sus empleados (seguramente mal pagado), lleve a su chica hasta la parada más próxima…

No te inquietes, no apuntaré la matricula ni llamaré a Amazon, me has regalado una bella historia, no permitiré que mañana haya dos cadáveres flotando en un charco, moviéndose juntos, suavemente, entre pétalos y unas pocas alas que ya no vuelan.-


Todas las fotografías realizadas por Paco Castillo

Y así voy acercándome a casa, tratando que el recordatorio de comprar unas manzanas que pidieron mis hijas, no saque a empujones el pensamiento de esta escena shakesperiana.

Apresuro el paso en esta mañana de septiembre, quiero llegar a mi escritorio y contar como este Romeo y Julieta del S. XXI salieron veloces custodiando su amor en una furgoneta de Amazon Prime…

Bien pensado, tenía que haber apuntado la matrícula, y así responder a esos formularios de satisfacción del cliente:

 

¿Qué tal le pareció la entrega?

 

Y yo, reteniendo en la mente la escena del mensajero y su novia, cual Romeo y Julieta en tierra de nadie, pero besándose bajo un cielo de todos, añadiría, sin más:

 

La entrega me ha parecido TOTAL…


Secuencia de Romeo y Juieta (1968), dirigida por Franco Zeffirelli (me versión preferida)...






jueves, 14 de abril de 2022

 Poéticas paradojas…


Fotografías de Paco Castillo



Sigo a lo mío, en mis trece, por el camino agreste que me tiende la primavera, intentando desentrañar sus mensajes, pues para descifrar los que nos arroja la funesta actualidad; con sus guerras, pandemias, las idas y venidas de los políticos patrios y foráneos, la carestía energética, la perplejidad y queja colectiva… ya hay heraldos de sobra; “Los heraldos negros” que escribiera César Vallejo:


Fotografía de Paco Castillo

 

Ni sé para quién es esta amargura!

Oh, Sol, llévala tú que estás muriendo,

y cuelga, como un Cristo ensangrentado,

mi bohemio dolor sobre su pecho.

El valle es de oro amargo;

y el viaje es triste, es largo.

(…)

El valle es de oro amargo;

y el trajo es largo… largo…

(…)


Pero yo transito por el valle de oro florido, lejos de exaltaciones verbales y el multitudinario paroxismo religioso en estos días de cuaresma, y me entrego al ceremonial panteísta del campo, pues no me reclama más dogma de fe que observar y pensar; pensar y observar... 

Fotografía de Paco Castillo


 Para quien guste de acompañarme y admirar  esa


Fotografía de Paco Castillo

flor erguida con estoica determinación frente al horizonte tormentoso. Sabe que su paciencia, su invocación, proveerá el bien esperado; algún haz solar atravesará tímidamente el cielo turbulento y derramará su cálido, vital, abrazo sobre ella, aterida ahora en la penumbra del alba, en un escenario sereno y silencioso de oscuridad barroca digno de Rembrandt.

El astro rey también tiene vicios mundanos, como los dioses de La Ilíada, y la flor intuye que el sol está desperezándose tras las montañas, sacudiéndose la modorra y a punto de asomarse por encima de los aún nevados riscos, cuando la sombra de Rembrandt ceda ante la claridad de Monet, pongamos por caso. 


Fotografía de Paco Castillo

Pero una vez que sale a escena, todos se rinden a la  magnificencia del poderoso 
Inti (Sol) que nombraban los incas.

Poco después, un caracol va dejando el surco de su existencia sobre la vereda. De dónde viene y hacia dónde va es un relato que puedo leer, siguiendo en la senda el leve peso de su vida.

Fotografía de Paco Castillo
 

Detrás suyo veo que ha abandonado unos juncos lustrosos que danzan con la brisa. Los caracoles son diminutos oráculos que presagian la lluvia.


Fotografías de Paco Castillo



Por delante todo es para él campo inabarcable, su huella irá desapareciendo y surgiendo entre la incertidumbre que siempre lo acecha. Esa misma que se cierne sobre todos.

Fotografía de Paco Castillo

Un zarpazo furtivo rasga al silencio, pues al mismo paso del caracol irrumpe el estruendo de un avión en el cielo, altísimo. Me consta que sus pasajeros también han dejado cosas atrás, historias vividas. E imagino a esas personas cual caracoles, parapetados en sus conchas, e igual que el pequeño molusco, con todo un relato detrás, más otro por delante que está por escribir o, mejor dicho, se está narrando sobre la marcha, puede que para algunos la tinta esté casi extinta…

Fotografía de Paco Castillo

Soy invisible para ellos, y no pueden adivinar que un semejante los recrea allá abajo junto a un caracol, en ese mosaico de tonos variopintos que es la tierra vista desde el gran pájaro de hierro. 

Así es, una persona ajena a esos viajantes del cielo que los convierte en una metáfora del propio animal arrastrándose en la arena. A ellos, flotando entre nimbos y cúmulos, recluidos en sus caracolas, dejando a sus espaldas un mar de nubes y cruzando, ya sin nubes, un inmenso desierto azul en donde solo se extienden puntos suspensivos frente a lo que habrán de escribir, si les queda tinta suficiente en el tintero.

Se me antoja que las 397 toneladas del avión en el cielo son más ligeras que los 5 gramos del caracol  reptando en la tierra, aunque la velocidad de uno y del otro hacia el destino que sea me parece idéntica durante unos instantes de espejismo visual, en todo caso son paradojas de una naturaleza poética.

Pongo tierra de por medio (asumo mi imposibilidad de poner el cielo), apresuro los pasos antes de que la lánguida luz del atardecer desfallezca y reine la oscuridad, “el dulce y amable sol de la Noche" que proclamaba Novalis en sus himnos (nótese que Novalis escribe sol con minúscula y Noche con mayúscula, toda una declaración…).

Eso sí, pienso en el estupor de Novalis esperando HOY el reino de la Noche en un firmamento huérfano de estrellas, nuestra modernidad las ha desterrado a confines remotos, pues eso que llamamos “progreso” exige sus tributos. Si veo una estrella fugaz creo que en realidad está huyendo en dirección contraria al progreso humano, en esas; ¿qué himnos a la Noche iba a cantar ahora Novalis?, ¿a dónde exiliamos la Noche inundándola con millones de luces artificiales?

Fotografía de Paco Castillo

Fotografía de Paco Castillo


Bueno, me guardo del poeta germánico y su romanticismo amigado con lo tenebroso,  y hecho mano de unos antiquísimos poemas chinos para decir adiós a las flores, el caracol, las montañas.



Dinastía Han. Tao Yuanming (China, 365 o 372 - 427 d. C.). Foto, Paco Castillo

Poesías del Che-King (libro de los cantos). Autores anónimos que van desde el año 1000 al 600 a. C. Foto, Paco Castillo


Surgió este relato con el alba y va concluyendo con el inminente crepúsculo...

Foto, Paco Castillo

Atestiguando el tránsito del tiempo con ese reloj pétreo y colosal que son, como siempre, las imperturbables montañas y la luz mutable que las va avivando o apagando, haciendo de ellas una poesía muda, como las ascuas de un fuego primitivo, brillando o atenuándose.

Foto, Paco Castillo


Ahí están, como Siempre, las montañas y su luz cambiante; me digo en la Fugacidad de mi existencia.

Foto, Paco Castillo


Marcho, y siento que nado en un mar de contradicciones...

Aspiramos al Siempre desde el Instante que es nuestra vida.

En el borde de los charcos nacen al sol nuevas florecillas, y a la vez son la trampa en donde perecen ahogadas las hormigas.

Las efímeras mariposas, de aleteo veloz y vertiginoso, están atentas al lento deambular del caracol, saben que al descubrirlos pronto llegarán las charcas donde obtendrán los minerales y la sal... “la sal de la vida” para un vuelo tan breve.

 

Qué poéticas son tantas paradojas…






viernes, 1 de abril de 2022

 

Lluvias, Machado, Azorín… Huir


En los últimos días he asistido expectante a la lluvia promisoria que ha atenuado la sed del campo.


                                   Ayer mismo. Foto, Paco Castillo

Una expectación que iba in crescendo ante la ansiada caminata, allende la hostilidad de cementos y asfaltos, sabiendo que el agua del cielo era la catarsis esperada por la tierra exhausta.

Y ese desfallecer de la tierra me lleva a su encuentro para observar los signos de su renacimiento, y buscar su compañía silenciosa rememorando aquellas palabras que, tiempo atrás, leyera a Benedetti:


(…) La tierra exasperada

reclama una caricia

que no la olviden

no la olviden nunca

por eso se estremece

de abandono

tan solo si la aman

si la amamos

volverá a concedernos

el perdón del silencio

el amor de la calma

 

Con Benedetti, hace ya algunas primaveras. Foto, Paco Castillo


Ahora camino por terreno cubierto del verdoso espesor de la hierba, con ese moteado impresionista de vivos colores amarillos, propio de muchas crucíferas (aquellas cuya flor posee cuatro pétalos), tales como los jaramagos, de las más madrugadoras en primavera, junto a las aún tímidas ¿aguileñas? con su delicado tono malva.


Con la poesía machadiana en una encapotada mañana primaveral. Foto, Paco Castillo


O el lamium (falsa ortiga u ortiga muerta), que se zafa del espesor, impetuosa, a relamer algún rayo de sol despistado…

                                           Foto, Paco Castillo

Pero sé que bajo la belleza exuberante de las flores silvestres también hay muerte, aunque la muy pérfida se engalane con la hermosura primaveral; “Muerte entre las flores”, rezaba la magnífica película de los hermanos Coen (la cinta era una libre adaptación de dos novelas de D. Hammett; “La llave de cristal”  y en menor medida, la “Cosecha roja”).

En esta ocasión me acompañó, entre otros, Antonio Machado con el “Caminante”... No había duda.

 Foto, Paco Castillo

Tal era mi ansia por salir, por hundir mis huellas en la tierra porosa, que me importó un comino la previsión de lluvia inminente.

Hablando de Caminante, ahí tenéis a otro que me precedía, ensimismado en dicha liturgia. Foto, Paco Castillo


Leyendo a Machado. Foto, Paco Castillo

El cadalso

 La aurora asomaba

lejana y siniestra.

El lienzo de Oriente

sangraba tragedias,

pintarrajeadas

con nubes grotescas.

 

En la vieja plaza

de una vieja aldea,

erguía su  horrible

pavura esquelética

el tosco patíbulo

de fresca madera…

La aurora asomaba lejana y siniestra.

 


Hastío

 Pasan las horas del hastío

por la estancia familiar,

el amplio cuarto sombrío

donde yo empecé a soñar.

Del reloj arrinconado,

que en la penumbra clarea,

el tictac acompasado

odiosamente golpea.

Dice la monotonía

Del agua al caer:

Un día es como otro día;

hoy es lo mismo que ayer.

Cae  la tarde. El viento agita

el parque mustio y dorado…

¡Qué largamente he llorado

toda la fronda marchita!


Antonio Machado

 

Y así ocurrió con el pronóstico, justo cuando sorteaba los charcos del sendero y miraba en ellos el cielo reflejado, advertí que bullían por un frenético repiquetear, señal de una copiosa lluvia.


Otra fructífera compañía; Azorín. Foto, Paco Castillo

Bueno, hay maneras y maneras de que la lluvia se precipite sobre uno. Yo acababa de leer un prodigioso pasaje de Azorín, así que la lluvia enmarcó de forma sublime aquel instante lector.

Fijaos que ventana nos abre Azorín para que nos asomemos al paisaje que contempla(mos).

                                                Foto, Paco Castillo

“A lo lejos, una torrentera rojiza rasga los montes; la torrentera se ensancha y forma un barranco; el barranco  se abre y forma una amena cañada. Refulge en la campiña el sol de agosto. Resalta, al frente, en el azul intenso, el perfil hosco de las Lometas; los altozanos hinchan sus lomos; bajan las laderas en suave enarcadura hasta las viñas. Y apelotonados, dispersos, recogidos en los barrancos, resaltantes en las cumbres, los pinos asientan sobre la tierra negruzca la verdosa mancha de sus copas rotundas. La luz pone vivo claror en los resaltos; las hondonadas quedan en la penumbra; un haz de rayos, que resbala por una cima, hiende los aires en franja luminosa, corre en diagonal por un terreno, llega a esclarecer un bosquecillo. Una senda blanca serpentea entre las peñas, se pierde tras los pinos, surge, se esconde, desaparece en las alturas. Aparecen, acá y allá, solitarios cenicientos, los olivos, las manchas amarillentas de los rastrojos contrastan con la verdura de los pámpanos. Y las viñas extienden su sedoso tapiz de verde claro en anchos cuadros, en agudos cornijales, en estrechas bandas que presidían blancos ribazos por los que desborda la impetuosa verdura de los pámpanos.” 

Azorín




Por eso me llevé  también este libro, quería sentir el efecto de esas líneas caminando bajo la llovizna campestre.

Continúo hacia uno de mis sitios preferidos, es un enclave de humildes dimensiones pero muy generoso en tomillos. De tal suerte que al agacharte, los brotes te agasajan con su deliciosa fragancia.


Tomillar. Foto, Paco Castillo


Eso sí, la omnipresente modernidad siempre acaba irrumpiendo a empujones donde menos se la espera y se la desea.

                                            Foto, Paco Castillo

Y no renuncia a proclamar su imperio en cualquier lugar, a dejar su impronta allá, donde el aroma de los humildes tomillos no ansía más poder que la mirada serena de un caminante. 

No sé si en esta descarada intromisión de la marca global se encuentra... "La chispa de la vida". Lo dudo seriamente.

Percibo, sin embargo, que apenas quedan reductos en los que refugiarse, a los que huir (¿la lectura?, ¿escribir?).

                                            Foto, Paco Castillo

Unos literatos escribieron en sus libros que sí existe refugio; se halla dentro de uno mismo. Otros, como Dostoievski, no se han cansado de reflejar lo opuesto en su literatura, que no existe presidio más angustioso que nuestro interior, de hecho ese es el núcleo, el conflicto,  de toda su obra; léase "Los hermanos Karamazov".

Sumido en estos pensamientos aterrizo bruscamente en el asfalto.



Entonces recuerdo otra huida, aquella que nos mostró Truffaut a través de un chiquillo inquietante en "Los 400 golpes"; Antoine Doinel, jovenzuelo que ante la carencia afectiva de sus progenitores, deviene en un rebelde y díscolo muchacho, que siente en su piel la incomprensión de todos, del mundo. 

Es como si esa angustia personificada que retratara Munch; “El grito”...

                                    Imagen obtenida de la Wikipedia

hubiera usurpado el cuerpo de Antoine, y en el lamento desesperado echase a correr. Pero… 


Escapar, ¿de quién?

 Huir, ¿a dónde?