El debate suscitado en cuanto a la reducida capacidad que
tiene el lenguaje para representarnos la realidad ya tiene un largo
recorrido histórico. La filosofía, entre otras disciplinas, lo ha reflejado
ampliamente.
En el transcurso de la cultura europea se han sucedido casos
relevantes de intelectuales muy críticos contra el modo de entender el lenguaje
y, sobre todo, contra las formas de pervertirlo para originar un discurso
dominante, y crear corrientes de opinión conniventes con las esferas del poder
económico y político.
Bajo el título de “Guerra y lenguaje”, Kovacsics
ha desarrollado cuatro interesantes ensayos, cuyo contexto abarca,
mayoritariamente, el espacio geopolítico de la Europa Central durante la I
Guerra Mundial:
Crisis del lenguaje
Matuschka
Guerra y lenguaje
Danubio
Uno de los escenarios principales a donde nos adentra es la
Viena de dicho período, concretamente al Cuartel de Prensa creado por
el ejercito austro-húngaro. Allí trabajaron escritores elaborando
propaganda que ensalzara el esfuerzo de los soldados en el frente. Todo un
organigrama para revestir de heroicidad a aquellos desvalidos jóvenes que
morían en el frente sin gloria alguna, a los altos mandos, etc.
También nos presenta diferentes episodios de esta
problemática de la lengua, por ejemplo la relación traumática que algunos
escritores han tenido con el lenguaje, o la crítica de otros denunciando su
manipulación en el estamento periodístico y político, como si se experimentase
con un animal de laboratorio para comprobar sus efectos en terceros. Críticas
de algunos escritores hacia aquellos colegas que pusieron su pluma al servicio
de la infame propaganda bélica.
Si uno reflexiona sobre la naturaleza e historia de las
guerras, constata que las grandes contiendas necesitan crear previamente un
discurso ad hoc, no tanto para justificarse ante el mundo, pues sabemos que los
señores de la guerra ni tienen ni necesitan justificación, como para crear el
mayor número de acólitos en la sociedad, pues de ella se nutre la
maquinaria belicista.
Foto, Paco Castillo, 2016
Es ahí donde interviene el lenguaje, y los que mejor
saben persuadir con él son, sin lugar a dudas, los escritores.
Se crea una retórica que tiene el esperpéntico fin de elevar
la mentira a la categoría de axioma (hoy fake news), y por tanto premisa que se asume sin necesidad de demostrarla.
En dicho sentido, ¿Os suena la Guerra de Irak y sus armas de
destrucción masiva? Lo menciono ya que aparece en el libro como moderno
paradigma del tema que nos ocupa.
(Sustitúyase ahora por los argumentos iniciales de
Putin, centrados "únicamente" en objetivos militares y en las regiones
prorrusas de Ucrania, sabiendo ya la verdadera intención; la destrucción en todo
el país, y extendida a la población civil. Valga lo mismo para el párrafo
siguiente).
Y nos viene a la memoria la “opereta” de Colin Powell
ante la ONU, mostrando unas fotografías “manipuladas” de “fábricas de armas”,
“enclaves estratégicos en el área oeste”, "depósitos de arsenales en la región
sur” del territorio enemigo. Digo manipuladas porque luego se comprobó que los
encabezados de las fotos no se correspondían exactamente con las imágenes (lo
refleja Kovacsics). El caso era sencillo, los encabezados (titulares) de
las fotos ya estaban creados antes de las propias fotos, de tal suerte que la
cuestión no era buscar un título para cada fotografía, sino preparar una
fotografía para cada titular. Así funcionan tantas guerras, todo empieza con
una mentira, la historia está escrita con montones de ellas.
En cuanto a las crisis de algunos intelectuales con el
lenguaje, se expone el caso, entre otros, de Ingebor Bachmann, la
célebre poeta austriaca, para muchos la más brillante de su generación, cuya
profunda crisis de identidad literaria, al punto de abandonar el género poético
(se centró en la narrativa, sobre todo), la llevó a considerar la poesía,
supongo que su poesía, una vía muerta para la expresión del lenguaje.
Significativo lo que refiere de su poema «Ihr Worte»
(«Vosotras las palabras») :
“Lo escribí después de que durante cinco años no me atreviera a escribir
un poema, no quisiera escribir ninguno, me prohibiera crear una estructura
llamada poema. No tengo nada en contra de los poemas, pero debe imaginar usted
que de repente una lo puede tener todo contra ellos, contra cada metáfora, cada
sonido, cada obligación de juntar palabras, contra ese gesto absoluto y dichoso
de hacer aparecer palabras e imágenes. Que dan ganas de asfixiarlo para volver
a revisar qué hay en ello, qué es, qué debería ser. Todavía sé poco sobre los
poemas, pero a lo poco que sé pertenece la sospecha. Sospecha bastante de ti
misma, sospecha de las palabras, del lenguaje, me decía a menudo, profundiza en
la sospecha para que algún día pueda surgir, quizá, algo nuevo. Si no, que no
surja nada más" (p. 31).
Magnífica reflexión.

Pero el pasaje del libro que me ha resultado más fascinante
tiene que ver con las referencias a dos autores, el austríaco Karl Kraus
y el alemán Walter Benjamin, férreos acusadores del maniqueísmo de la
prensa, especialmente K. Kraus, por la vil instrumentalización del
lenguaje.
También K. Kraus es al que más párrafos ha dedicado Kovacsics,
muy merecidos sin duda.
La reacción de ambos intelectuales frente a las proposiciones
de colaboracionismo con el ejército austro-húngaro, fue el silencio como
respuesta intelectual. Mal entendido por algunos coetáneos y críticos al
interpretar con ello irresponsabilidad cívica, ausencia de compromiso,
encubrimiento, entre otras afirmaciones.
En alusión a la alianza entre lenguaje y guerra, nos apunta Kovacsics
unas consideraciones que esclarecen la posición de K. Kraus y W.
Benjamin :
"(…) se había producido una avalancha de un determinado lenguaje, que
exigía una respuesta precisa. Expresarse en contra sin más no era tal vez la
fórmula más adecuada. Habría significado añadir una voz más al discurso. La
percepción a la que se debía el silencio era que hasta el eje de la
lengua se había movido. Callar debía definirse, en consecuencia, como la
respuesta de quien se apartaba ante el alud. (…)
El silencio: el lugar donde se guarda y se protege el verbo ante el
arrasamiento, el cajón donde se esconde el tesoro ante las tropas." (p. 70).
En sus escasas apariciones públicas K. Kraus (siempre azote para las instituciones del poder), se expresaba en estos términos,
en donde el silencio era una reacción al:
«Tiempo ruidoso que retumba por la horrenda sinfonía de los actos que
generan informaciones y de las informaciones que generan actos»
Y denuncia la alianza entre escritura y guerra de esta manera
tan poética:
«Las plumas se sumergen en sangre y las espadas en tinta»
O alude a la relación entre palabra y acción (acción bélica):
«Quien alienta las acciones, profana la palabra y la acción y es
doblemente despreciable. La vocación a ello no se ha extinguido. Los que ahora
nada tienen que decir, porque la acción tiene la palabra, siguen hablando.
Quien tiene algo que decir, ¡que dé un paso al frente y calle! (p. 70).
K. Kraus mencionará la figura del
autor Henrich Heine como ejemplo del uso literario que repudia, es
decir, la literatura entregada al discurso periodístico afín al poder. Si bien,
reconoce la genialidad del poeta alemán.
En el libro también se menciona, ojo al dato, a Stefan
Zweig y Rainer Maria Rilke, ya que ellos sí pusieron su talento a trabajar
para El Cuartel de Prensa del ejército austro-húngaro, sea por sus convicciones
personales, o sin ellas, suponen la antítesis de lo que pensaban y hacían K.
Kraus y W. Benjamin, para quienes ponerse al servicio del ejército era como
claudicar ante la mentira por antonomasia; la guerra. En una época en la que el
pacifismo era mal visto y censurable no se amilanaron en defender su ideal.
Otro nombre célebre que aparece es Ludwig Wittgenstein,
aunque el filósofo vienés sí participó en la Gran Guerra, de hecho se alistó
voluntario, pero era visible su perturbación por la banalización rápida e
imparable del lenguaje en su sometimiento a la guerra. Desde esa conciencia
angustiosa L. Wittgenstein escribe su Tratactus,
centrándose en el sentido que tienen las palabras y su uso u omisión en el
lenguaje, una obra que sigue la estela de K. Kraus, autor a quien el
propio L. Wittgenstein admiraba y leía profusamente.
Hay párrafos que no me resisto a mostrarlos:
"El periodismo se ha apropiado de la literatura, constata Kraus. Y
la guerra se apropia del primero y, de paso, también de la creación literaria.
La campaña militar necesita exaltadores, divulgadores y portavoces, necesita la
propaganda, necesita a los escritores. La literatura debe convertirse en medio.
El fin: la difusión positiva del esfuerzo bélico propio (y de sus razones) y la
negativa del ajeno. (…)
Previa a la palabra existe una voluntad, que declara qué es lo bueno y
qué lo malo, quién es el amigo y quién el enemigo, (…)". (p. 80)
O este otro:
"Una guerra es, además de sus actos y sufrimientos, un torrente de
palabras. Quien lo percibe no puede menos de sentir un escalofrío. A la
crueldad se suma la frivolidad verbal, que impregna hasta a quien la escucha,
mancha incluso a quien piensa sobre ello" (p. 124).
Entre pasaje y pasaje salgo a dar un paseo para asentar lo leído,
y me pongo a pensar sobre la asociación del lenguaje y el discurso
político. No tardo en ver señales" :
Foto, Paco Castillo, 2016
Ilusión. ¿Es eso lo único que nos piden los políticos para
votar? Poca actitud reflexiva nos reclaman. Y con poco parece que nos
conformamos.
Extraigo un mensaje claro en este ejercicio de reflexión que
supone leer “Guerra y lenguaje”; las palabras tienen la capacidad
de “encajarnos” en su realidad cuando son utilizadas por un experimentado manipulador
de conceptos (un trilero de palabras), un demagogo que desde el púlpito
sabe sintonizar con la emoción popular.
Las palabras han de tener un sentido para la realidad desde
nuestra reflexión, uno ha de ser sujeto activo con el uso del lenguaje, desde
un diálogo interno, sereno y crítico entre nuestro pensamiento y nuestro
lenguaje, la inadecuación entre ambos nos resta amplitud, perspectiva.
Los políticos, los líderes del cotarro, lanzan sus proclamas y pretenden que se asocien
con la voz mayoritaria de la ciudadanía… “Los españoles han hablado en la
urnas…”, “Los españoles han dicho que quieren esto…”, “Los
madrileños han decidido con el resultado aquello otro…”, “Los
catalanes han expresado en las urnas lo de más allá..”
Todas esas cosas, y más, dicen los políticos que decimos el resto,
seamos sus votantes o no lo seamos, tanto da que da lo mismo.
Pero me temo que el grueso de ciudadanos no ha dicho
absolutamente nada, ni esta boca es mía, solo han recorrido unos centenares de metros hasta el
colegio más cercano, han depositado unas papeletas en las urnas, y se han
largado de ahí, de la misma forma mecánica con la que acuden a comprar el pan,
sin más.
Si los políticos se apropian con tanta facilidad de nuestro
discurso tal vez sea porque no tengamos discurso alguno… Solo unos centenares
de metros de ida y vuelta que recorrer.
Este comentario fue escrito por Paco Castillo, el
21 de enero de 2016.