P. Castillo

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sábado, 29 de febrero de 2020



El enamorado de la Osa Mayor (1937). Sergiusz Piasecki (Polonia, 1901 – Gales, 1964).

Círculo de Lectores, primera edición, 1982. Traducción de José Farrán y Mayoral. 428 páginas.





El enamorado de la Osa mayor es un libro muy significativo para Arturo Pérez Reverte, no en vano es uno de los que más ha regalado a sus amigos.

El escritor cartagenero reconoce la profunda huella que le dejó en su periplo lector años ha, y lo recuerda como una lectura emotiva, de hondo calado.
Y tras concluirla hago mías sus impresiones. Estamos ante un libro entrañable, emocionante, que tiene una fuerza arrolladora, una novela que posee alma, o usando la palabras que le dedicó el filósofo Rafael Argullol:

“Tiene, por así decirlo, ángel. Es un texto de aire puro.”


Reverte hace mención a un ejemplar editado por Círculo de Lectores, igual que el mío.




Acantilado tiene una edición moderna, y la traducción de Jerzy Slawomirski  es una garantía, directa del polaco.




Esta historia reúne varios de lo elementos más revertianos. A  saber; valores como la camaradería, la franqueza de espíritu, el amor por el riesgo y la aventura, el desafío a las adversidades, etc, etc. Son protagonistas con esa estela romántica del antihéroe.

Seres que se sitúan en el margen de lo políticamente correcto, pues son pequeños contrabandistas, pero íntegros en cuestiones como la amistad, la lealtad a sus compañeros o ayudando con dinero a los vecinos más desvalidos.

Están desencantados por los abusos del poder, mujeres y hombres que intentan olvidar sus míseras existencias con la inseparable compañía del vodka (omnipresente en toda la narración), y que siempre caminan al borde del precipicio… inevitablemente caen algunos, y otros logran salvar el pellejo obstáculo tras obstáculo, aunque para ello tengan que pasar alguna temporada encarcelados, e incluso en campos de trabajo si les emboscan en el lado ruso, su peor pesadilla. 


Siguiendo las trepidantes peripecias de estos contrabandistas, en su mayoría jóvenes muchachos, sin descartar algún hombre maduro e incluso unas cuantas mujeres valerosas, me he encontrado con una de las historias más vertiginosas y atrayentes que he leído en mucho tiempo. 

Además te adentra en esa atmósfera de la vieja Europa, son las primeras décadas del siglo XX, con el ambiente fronterizo que convertía trasladarse de un territorio a otro en una aventura apasionante y peligrosa, sobre todo si caías en manos de la Checa, la implacable guardia desplegada entre las lindes de países como Bielorrusia (hogar de los protagonistas, que pasaba de ser nación independiente a república rusa, y vuelta a empezar), Polonia, Lituania, Ucrania o Rusia, la parte más temida por ellos.


La descripciones de los personajes atesoran un humor delicioso, por ejemplo el admirado Bolek, contrabandista ya maduro, con una fama de truhan y borrachín que no tiene parangón en toda la región. Se cuenta que una vez vendió la totalidad sus pertenencias, excepto la casucha… ¡y se bebió todo el dinero obtenido!

Este desmesurado proceder hay que buscarlo en un hecho concreto. Ese año, 1912, se anunció la aparición del Cometa Halley llegando a la Tierra y, clave del asunto,  se predijo nada menos que el fin del mundo.
El bueno de Bolek decidió que se enfrentaría al ocaso final con el mejor de sus ánimos, incluso entusiasmado… incontables botellas de vodka mediante. Al día siguiente, claro está, la casa de Bolek seguía en el mismo sitio, intacto su granero, aunque Bolek tuviese serias dificultades para comprobarlo, y seguramente dudase si se hallaba en el mundo terrenal, en el más allá o viajando a lomos del predusco sideral. Bueno, así eran estos tipos.



Sergiusz, nuestro gran protagonista, es un joven soñador, taciturno comparado con sus elocuentes colegas. Se dedica a lo mismo que tantos jóvenes en su localidad fronteriza, Rakov (Bielorrusia), el contrabando de todo tipo de enseres, tales como peines y jabones, finas telas, cordones, pieles de marta o zorro y otros artilugios por el estilo, la mayoría son materiales de primera necesidad escasos en los países del entorno.

Dichas mercancías se meten en pesados fardos que los muchachos se echan a la espalda, y cargan con ellos durante los 20 o 30 kilómetros que recorrerán por la noche, atravesando la espesura de bosques, selvas pantanosas (frecuentes en Bielorrusia), suaves praderas, diminutas aldeas campesinas, riveras, etc. Diversos parajes que no escapan a la atenta percepción de Sergiusz, y así nos lo hará saber en bellos fragmentos.

Apuntado al vodka, fijaos en estas líneas, previo paseo por una plaza y su ambiente bullicioso, espectaculares.



El enamorado de la Osa Mayor fue escrita por el polaco Sergiusz Piasecki, y el protagonista de esa hermosa narración se llama… Sergiusz Piasecki, ¡voilà!, estamos ante una novela autobiográfica, narrando las vicisitudes del escritor, cuya vida podría ser otra novela en sí misma.

Hasta el punto de escribirla estando en presidio, y según se dice con una escasa formación literaria. Sea como fuere, la publicación fue un auténtico bombazo en Polonia, su país natal, y llegaron a pedir su indulto, todo por una novela, casi nada.

Sergiusz Piasecki se dedicó en su juventud al contrabando, como varios de sus amigos; dinero abundante y rápido, vida al límite, emociones intensas y aventuras continuas, siempre dispuesto a alegrar el ánimo vodka va y vodka viene. Una vida bohemia, un truhan en toda regla que dio con sus huesos en la cárcel, y despunta en otras actividades no menos singulares, por ejemplo agente secreto al servicio de la antigua URSS

Una narración que, por diversos motivos, también me ha reconducido a los magníficos  Cuentos de Odesa y otros relatos, de Isaak Bábel (lectura que recomiendo encarecidamente), con las descripciones de los barrios más humildes, guetos del hampa, y esa juventud buscavidas, que se siente marginada.

Pero especialmente veo en el Sergiusz novelesco un reflejo del memorable personaje barojiano, "Zalacaín el aventurero", aquí un Zalacaín de rasgos y costumbres eslavas, pero compartiendo trazos fundamentales que los hermanan, empezando por lo principal; los dos son contrabandistas.

Así mismo destaca la estrecha relación que mantienen con la Naturaleza, en mayúsculas.





Y tanto Sergiusz como Zalacaín tienen una ambigüedad que les hace muy seductores, es decir, se mueven en actividades ilícitas pero son seres bondadosos, de noble corazón, caritativos con su dinero. Claroscuros cautivadores.



Sergiusz, como señalaba al inicio, tiene esa impronta de aventurero romántico, y a diferencia de sus colegas, no es el dinero la razón primera, ni la segunda o la tercera, de su actividad delictiva… sino el puro sentir de la adrenalina, la emoción del riesgo, las noches al raso en los bosques, tan fascinado por la contemplación de la Osa Mayor, considerándola una especie de madre, guiándole tantas veces en la oscuridad, cuando las cosas se ponían feas, hasta la seguridad de una cabaña abandonada, un camino conocido, una chimenea acogedora, el olor familiar de un guiso, hacia la salvación. Y una vez salvado, se refugia en la soledad que tanto le serena.


Sus colegas de andanzas le tienen mucho aprecio, el Ratón arriesgaría su vida por él. Es un joven con arrestos, altruista con los demás, un hombre de palabra. No obstante, le miran estupefactos ante su escaso apego al dinero, la poca importancia que le concede.

Lo que necesita es sentir la intensidad de la vida en sus andanzas nocturnas, junto a sus compañeros, entre los que se va cimentando una sólida amistad. Adora sentir el frescor de las noches al raso, siempre alzando la vista para sonreír secretamente a la Osa Mayor.


No está hecho para la vida sedentaria, convencional… aunque no es inmune a los impulsos amorosos, como cualquier joven. Sus compañeros ansían un retiro privilegiado, Sergiusz solo persigue saborear la vida arrimándose a sus peligros, como un escalador que desafía a la montaña.


Es verdad que el escritor, con cierta ingenuidad, idealiza el mundo aventurero y arriesgado de los contrabandistas, revistiéndolo de romanticismo, frente al conformismo del trabajo mísero y sometido al explotador de turno, frente a la claudicación ante la autoridad que impone unas pautas y maneras de actuar. 
El dilema entre líneas de esta historia es dicha contraposición de mundos. Sí, idealizado.

Pero…

¿Acaso el Quijote no es la representación de un mundo ideal, el de los caballeros andantes, de nobles propósitos e intensas sensaciones frente a la realidad plana de emociones, de unas vidas temerosas por desviarse del camino prefijado?

Sergiusz y el Quijote se salen del camino previamente señalado y forjan uno propio.



Además, una vez que entras en este libro, eres consciente de que el autor te quiere hacer partícipe en su “juego”, y simplemente has de aceptar.

A la literatura no debemos exigirla ser idéntica a la vida, si acaso paralela, parecida (que no es lo mismo que idéntica), a veces ni eso. La vida ya tiene su narrativa.


Julio Ramón Ribeyro, a propósito de sus cuentos, lo explicó de maravilla:

“La historia del cuento debe ser real o inventada. Si es real debe parecer inventada y si es inventada real.”

Pues lo que digo, parecida. Literatura en estado puro.





Cuando un determinado libro me invita a ello, yo me sumo con placer a ese “dejarme engatusar” literario (iba a poner engañar… pero no es eso), y cuando leo libros que logran activar las emociones como lo hace éste u otros que acometí, de personajes que llegan a ser entrañables y los haces tus camaradas, porque hay algo de ellos que te explican a ti y, por añadidura, algo de ti que sirve para explicarlos a ellos… tiendo a imaginar por unos momentos que la vida real es el ardid novelesco, o si se prefiere, la maravillosa ficción en la que estoy atrapado, contemplarla como la vida palpable mientras me halle detenido en sus páginas.




Entonces, con un libro así, toda la historia, el desarrollo, la trama, etc, lo entiendo y expongo de una manera muy poco analítica, mínimamente teórica (en realidad, ya dije hace tiempo que esto no son reseñas literarias, sea con el libro que sea llevado al blog).

Solo hay un sendero claro y despejado del libro hacia mí y viceversa. Explicar esto a los demás siempre es el reto.

Vamos acabando. No es una novela que destaque por una prosa excelsa, y reitero que puede pecar de cierta ingenuidad. 
En absoluto importa… cuando es una historia que tiene alma, que penetra en tu ser y te arrebata, te conmueve.

Conmover… ¿cuántos libros lo logran?



domingo, 16 de febrero de 2020


Países imaginarios (1976). Ursula K. Le Guin (Estados Unidos, 1929-2018).

Edhasa, primera edición, 1985. Traducción de Carlos Gardini. Revisión de Eduardo Sierra. Narrativa, 254 páginas.




"Países imaginarios", U. K. Le Guin. Foto, Paco Castillo.

He perdido, o eliminado por error (aún no lo tengo claro), el word que había trabajado para esta obra de Ursula K. Le Guin, y elaborar estas entradas de libros y las fotografías que incluyo me lleva, por lo general, varias horas, ya que hago y deshago hasta definir esa personalidad que persigo para la entrada, y el aspecto con el que a mí me gustaría leerla, la misma fórmula que escuché una vez al escritor Ignacio Aldecoa:

“Escribo los libros que a mí, como lector, me gustaría leer”.

Ese es mi modus operandi.

En fin, repuesto del cabreo, no queda otra que empezar de nuevo, dejando atrás detalles importantes que quedaron en el limbo, eso es lo que hay.


Recordando la entrada que hice sobre un cuento de Gorki, “Samovar”, señalé su encuentro en un contenedor de papel, y pensé que había mencionado este libro de Ursula K. Le Guin… pues era otro de los abandonados junto al del ruso, pero revisando aquella entrada compruebo que no.








Pues así fue mi primera cita con la escritora, nos vimos en un contenedor de papel.

Bien mirado, ese depósito tenía mucho de País imaginario, al menos aquel día del hallazgo, empezando por el hecho de que hacía honor a su nombre; contenedor, pero en el mejor sentido que cabría esperar; contenedor de historias y, como ya contara a propósito de Gorki, allí habían recalado estos libros mezclados con numerosos folletos turísticos de la República Dominicana, Cancún y alguno más, configurando un cuadro estrafalario, casi de estética kistch.

Esas estampas caribeñas paridisíacas pretendían imponerse como la realidad de aquellos lugares… y la otra realidad, la dolorosa de todos los días, solo eran Países imaginarios observados desde aquí, obnubilados por el azul turquesa de las fotografías.


Un contenedor de papel se convierte en observatorio del mundo en que vivimos. 



Dicho esto, la experiencia lectora con Ursula K. Le Guin no podía haber sido más afortunada, he descubierto a una narradora portentosa.

Ese impacto era esperable. Ha sido considerada por la crítica una de las escritoras fundamentales del siglo XX estadounidense, y los numerosos y prestigiosos premios literarios a lo largo de su carrera avalan esa consideración de críticos y lectores.




Ciertamente, transita por las letras con admirable destreza, pertenece a ese tipo de escritores que logran exprimir al máximo el potencial de las palabras, porque una sola palabra es un mundo de posibilidades si es escrita por una mente que aúna inteligencia, sensibilidad y vasta  cultura, que siempre plantea un debate filosófico, o existencial, pero poniendo también todo su talento al servicio de la forma, mimando el valor estético de la escritura.


Ella misma se ha declarado como una acérrima valedora del estilo, del elemento estético de su obra. En ese sentido fija sus influencias, no en otros insignes de la ciencia ficción, sino en Victor Hugo, Tolstói, Dickens o Borges, por nombrar algunos.

Y no nos engañemos, por muchas historias que pueblen la mente del escritor, al final lo que importa es mantener afinada y manejar con soltura una herramienta como el lenguaje para verterlo a la narración, aprehender con las palabras justas el significado complejo de una realidad, de una acción, una idea, lo que fuere, mediante una frase original que no renuncia a la simplicidad de su exposición; recurso propio de autores que juegan, como decía arriba, en la división de honor. 




Un escritor mediocre puede arruinar una historia con enorme potencial, del mismo modo que un escritor con muchas tablas puede convertir unos acontecimientos triviales, cotidianos o insulsos en una excelente obra literaria; leed al irlandés James Stephens (el gran amigo de James Joyce) en su novela “La hija de la mujer de la limpieza” (publicada en 1912), y veréis como un anodino, sucio y mísero suburbio dublinés de entonces, del cual apenas salimos, en donde no pasa nada, excepto el mero subsistir de una madre y su hija… torna en una narración fascinante.

"La hija de la mujer de la limpieza", James Stephens. Foto, Paco Castillo.

Es lo que sucede con estos escritores, a partir de su profundo conocimiento del lenguaje, meten las palabras en la chistera de un mago, y lo que sale de ahí, aún siendo el viejo y conocido mundo de siempre, está contenido en un relato apasionante, que muestra ese mundo predecible desde una atalaya a la que no habíamos subido antes, y todo lo observamos de un modo renovado.


“Kereth (…) resuelto y consciente, con todos sus sentidos alerta como quien acaba de robar algo de un mostrador –una piña, un monedero, una hogaza de pan- y lo tiene oculto bajo el abrigo, volvió hacia el atardecer y se metió entre los árboles (…) lo protegían con su oscuridad, esa oscuridad cómplice y taciturna de todos los bosques que amparan a los fugitivos” (p. 10).

Por ello Ursula K. Le Guin juega en esa división, en la cúspide.

Estamos ante una prosa de sutil lirismo, muy elegante en su aparente sencillez, y con resonancias filosóficas a partir de las acuciantes preguntas que hacen los personajes en los diversos cuentos. Diferentes piezas de un engranaje perfectamente encajado, sin fricciones, redundando en una experiencia lectora muy gratificante.




La Gran Maestra de la Ciencia Ficción, como se la suele citar, es en realidad una escritora que trasciende cualquier etiqueta, también ha incursionado con éxito campos como la poesía y el ensayo.



En este libro reune una serie de relatos ubicados, como indica su título; Países imaginarios, en lugares ficticios. Sin embargo estos relatos no pertenecen al género de la ciencia ficción como tal. Más allá de la invención geográfica, todo lo demás, personajes y tramas, son de tono tan realista como puedan serlo las historias, hechos y personajes en una novela de Virginia Woolf, por ejemplo.

Y no son tanto países como pequeñas poblaciones en su mayoría, ciudades rústicas y provincianas en donde se encuadran estos magníficos relatos, en una atmósfera de reminiscencias centroeuropeas. Muchas de estas poblaciones poseen nombres que parecen húngaros, o eslavos, tales como Karantay, Krasnoy, Brailava, etc.




Así mismo, existen diferentes marcos históricos, unas narraciones se sitúan a principios del siglo XX, otras a lo largo del siglo XIX, y alguna nos lleva hasta la época medieval, tal es el caso de un relato soberbio; “La dama de Mogue”, una pequeña obra maestra de aires shakesperianos, o así me lo parece.

Un drama de linajes reales, castillos, alianzas amorosas, relaciones sentimentales entre los vástagos de familias rivales y batallas entre los clanes nobiliarios, todo ello con una escritura de muy bella factura, y recordándome mucho a “El rey Lear” de Shakespeare, a la postre uno de los libros más bellamente escritos e intensos que he leído nunca, de hecho lo habré releído tres o cuatro veces.

Y es este cuento o relato al que dedicaré unas líneas, por ser representativo de K. Le Guin y su cosmovisión.


Pero antes quisiera apuntar alguna circunstancia que me gustó sobremanera.

La presencia y el paso de las estaciones, las inclemencias del tiempo, se inmiscuyen de continuo en los relatos, y eso me encanta, pues logra en los cuentos el mismo efecto que la profundidad de campo en las fotografías; esto es captar la escena y los elementos que la integran con la mayor perspectiva posible. A la vez se erigen como ese acontecimiento imperturbable, indiferente a nuestro existir, que nos da la medida exacta de nuestra pequeñez.

“Hacia el oeste, donde la gran planicie se despeñaba en la oscuridad, persistía el frío. Hacia el este un largo nubarrón se disolvió lentamente en una neblina rosada, y el borde del sol, como la boca de un caldero de acero líquido, se inclinó sobre el mundo para verter la luz del día.”

No sé si notáis ese efecto de profundidad de campo que atribuyo, la sensación de amplitud que adquiere la escena, lo pequeños que nos hace su contemplación, porque, más que leerla, estamos contemplándola.




Y ya me voy a ese cuento, “La dama de Mogue”.

Exquisitamente narrado, supone la constatación de como toda una vida, en apariencia triunfadora y rodeada de laureles, ha sido entregada a una causa perdida que, sin embargo, solo ha podido descubrirse en el ocaso de la existencia. 



De tal suerte que, una vez leído el cuento, te suelta a la cara: He aquí, lector, la grandeza y la miseria de la vida, el dilema de Hamlet, “ser o no ser” en toda su magnitud, en una sucesión de infancias, amores, victorias, fracasos, reencuentros, desencuentros y, finalmente, el declive. 

El gran espejo en el que habremos de contemplar, en esos ojos que nos miran, los propios… el paso de toda una vida.



miércoles, 5 de febrero de 2020


REDES SOCIALES


Mientras voy preparando la entrada del último libro leído hace unos días; “Países imaginarios”, un ejemplar con magníficos cuentos de Ursula K. Le Guin , daré paso a mis recientes  caminatas.


"Países imaginarios"; Ursula K. Le Guin. Foto de Paco Castillo.



Están siendo jornadas con densas nieblas matinales por aquí.







Fotos de Paco Castillo.


Esto me supone un gran atractivo, ya que es la situación ideal para disfrutar de unas cuantas REDES SOCIALES...





Fotos de Paco Castillo.

Aunque para lograrlo tiene que haber una serie de condiciones, lo mencionado arriba; bruma matinal, observar y “leer” los mensajes que te ofrece el entorno.







Fotos de Paco Castillo.



Se trata de adoptar la actitud que refería Rousseau en sus "Confesiones".





                                       Fotos de Paco Castillo.


Al contrario de lo que sucede en otras redes sociales, virtuales para más señas, en donde todo parece estar sometido a la tiranía de lo inmediato, a las prisas de nuestra época, con la obsesión de conseguir esos “likes” en tiempo record…  esas cosas contradicen la esencia de estas REDES SOCIALES,  son aspectos innecesarios con tales protagonistas.


Fotos de Paco Castillo.

Solo te exigen una actitud; la calma, desacelerar el ritmo existencial, y caminar sin prisa… no es fácil en estos tiempos, pero siempre podemos observar y tomar nota de otros.



Fotos, Paco Castillo.


Sin olvidar que esto no se puede gozar en olor de multitudes, como si fuéramos una marabunta de turistas, pues nos ganaríamos a pulso el reproche de Nietzsche, quien ya en 1880, al publicarse “El viajero y su sombra”, señalaba algunas aspectos que hoy están en plena vigencia.




Fotos, Paco Castillo.


Bueno, os dejo, yo prosigo mi peregrinar entre charcos invernales, acompañado por la poesía del chileno Omar Lara, que tiene alma peregrina también.


De esa agua no beberá

El reflejo de su rostro en el estanque es un prodigio de la imaginación.


Carne de peregrino.

Omar Lara



"Memoria", Omar Lara. Foto, Paco Castillo.



Voy a ver cuantas gotas de rocío me ha dejado la RED, esta no usa likes para coleccionar…



Foto, Paco Castillo.