Letras indecisas...
Disculpad si me extiendo, pero me
vence el deseo de contaros algunas cosas, y concluido este escrito puede que me
vuelva a recluir como un erizo en su madriguera.
Aprovecho pues.
Acabo de venir del campo, ansiaba
su serenidad después del trajín navideño. El viento se ha hecho notar. Pasando
junto a unos viejos olmos cerré los ojos para escuchar el crujir de las ramas,
luego de rebasarlos los volví a cerrar dejando que el viento anegase las
praderas enteras, abriéndose paso entre retamas, meciendo juncos y deslizándose
entre brotes de hierba tierna, esta vez la voz del viento era más grave. Me
pareció que esa era la voz misma del tiempo alejándose de mí.
Nada más sorprenderte el viento
emigra con la misma celeridad, agitando en lontananza otros árboles, acaso
observados por otro caminante, quien sabe.
Esa voz grave del viento siempre me supo a despedida. Debe ser eso, que el sonido del viento es la voz del tiempo diciendo… Adiós.
El Principito ha sido el primer libro que he abierto en este incierto 2022. Lo he abierto otras veces, en otros años, no recuerdo si al principio o final de los mismos, da igual, una vez que empiezo sé que lo acabaré.
La unión que crea Saint-Exupéry entre su cautivador estilo poético y el hondo calado filosófico de la narración, me sigue pareciendo prodigiosa, uno de esos grandes logros literarios que permanecen en la retina del lector, sin duda.
Ya dije en un blog amigo que Saint-Exupéry no escribió El Principito pensando en una obra infantil o juvenil, lo hizo para los adultos, esencialmente para aquellos que desterraron al niño que fueron. El Principito merece una entrada para el solito.
Ahora voy con otro asunto. En la página 97 de un libro; “Sobre la felicidad”, de Alain (seudónimo que utilizó el filósofo francés Émile Auguste Chartier, 1868-1951), asomaba un trozo de cuartilla a modo de marcapáginas. A veces extravío el que tenía y uso lo que vea por mi escritorio, y cuartillas de mis hijas no faltan, o sus pedazos cual restos de una batalla.
Ahí se leía a duras
penas el nombre de PAPA (sin acento), con trazo indeciso y ya borrado, señal
inequívoca de la autoría de Itziar (5 años), la pequeña de mis hijas.
Me quedé absorto frente a las letras
agonizantes, y me puse a escribir tirando de ese hilo...
Mi hija borró sus palabras escritas a lápiz,
palabras que yacen desangradas
por las esquirlas de goma,
quizás no sean esquirlas, sino pájaros oscuros
huyendo de la tormenta, como esos cuervos
que pintó van Gogh en Auvers poco antes de morir.
Sobre la hoja irrumpen ráfagas negruzcas, manchones
grisáceos
semejantes
al horizonte contaminado de Madrid.
Pero el deshecho de estas palabras infantiles es
inocuo,
el trazo irregular de las letras procede de una
energía limpia; unas pequeñas manos manchadas de
acuarelas,
son palabras sin CO2, solo cargadas de aires
ingenuos y cándidos…
“MI MAMÁ ME MIMA”; “PAPÁ COME PERA”.
Pasarán los años
y la vida irá emponzoñando
corazones, mimos y peras.
Nuestro aliento enturbiará el cielo,
y nadie se asomará al balcón
esperando a las golondrinas,
marcharon a Auvers en busca de
un pintor melancólico.
Escribiremos y escupiremos palabras
venenosas como Boris Vian,
dejando alguna que otra alma
ennegrecida sobre su tumba.
No habrá gomas blancas para borrarlas,
y esos pájaros oscuros querrán regresar
a la hoja amarillenta, buscando consuelo
en aquellos tiempos
de letras imprecisas,
que con tanta precisión custodia la memoria.
Y con la inocencia ya desterrada contemplaremos
un cuadro de José Gutiérrez Solana
retratando la sordidez humana,
y desde la mirada maleada de adulto pensaremos;
¡hermosa composición!
Aventuro la pregunta de mi hija
ante un cuadro del artista:
¿Por qué no ha pintado árboles y el cielo, papá?
Cariño, pues…
Este arrebato elegíaco, por llamarlo de algún modo, responde a mis últimas lecturas poéticas. Sigo en la antología de poesía china con el gran Li Po a la cabeza, modelo de exquisita sensibilidad, páginas trenzadas de pesar por nuestra fugaz existencia. También otra antología de la poeta finosueca Solveig von Schouldtz (1907-1996), en donde la naturaleza femenina se funde con la Naturaleza, además continuo releyendo Crónica, breve pero intenso ejemplar de Joan Margarit.
Poesía china: Del siglo XXII A.C.
a las canciones de la Revolución Cultural. Selección de Marcela de Juan.
Alianza editorial.
Solveig von Schoultz. Antología Poética.
Endymion. Traducción y prólogo de Jesús Pardo.
Joan Margarit. Crónica. Barral
editorial.
Por último, Saint-John Perse, leo su poesía en “Anábasis y otros poemas”. Aquí penetro en un gruta inhóspita, los destellos luminosos de los anteriores se ahogan en la gélida penumbra de Saint-John Perse, pero existe una belleza inherente a esta decadencia poética, aunque no sepa definirla, lo percibo en “La ciudad” uno de sus poemas que más me gustan. Es justo lo que me sucede ante un cuadro de José Gutiérrez Solana, tan fúnebre, y que concretaré más abajo. Toda una fascinante mezcolanza poética.
"La noche desciende, entre el vaho de los hombres..." (me maravilla esa línea).
La relectura de poesía es muy reveladora de nuestro ser cambiante, pues esos mismos poemas siempre irrumpen con nuevos hallazgos, alumbrando matices diferentes en cada lectura de los mismos, y lo inédito que descubre de mí toda vez que lo lea resulta muy estimulante.
La mención de los cuervos
pintados por van Gogh no tiene ningún misterio; Alain y su “Sobre
la felicidad” reposan encima de una biografía de van Gogh (“VAN GOGH o el entierro de los trigales”, de Viviane Forrester), y dicho esto,
resulta irónico que la Felicidad (de Alain) encuentre su apoyo en van
Gogh, tan infeliz…
Sobre la contaminación madrileña,
fácil también, desde mi localidad puedo divisar el horizonte capitalino, a unos 14
kilómetros, ¿y cual es la estampa más común? Pues eso.
En cuanto a Boris Vian ("Escupiré
sobre tu tumba", es la novela que poseo), no estaba junto a los
citados, pero me cruzaría con el libro y el subconsciente hizo el resto…
Respecto al tremebundo pintor, José Gutiérrez Solana, lo tengo a la vista en un libro magnífico; “El arte en el noventa y ocho”, del profesor Arturo Colorado Castellary, a quien tuve en la universidad, guardando muy grato recuerdo.
En los cuadros de Solana hay algo de escalofriante, como el estertor de un moribundo. Lo siniestro es distintivo en su peculiar obra. Fijaros en éste; Garrote vil.
La escena está basada en la última ejecución acontecida en la localidad castellana de Alba de Tormes, hacia 1897, aunque Solana la pintó en 1931. Estamos en un paisaje castellano de sobrecogedora penumbra, un ambiente sombrío que nos oprime el alma, y esos rostros severísimos ante la inminente ejecución del condenado; no hay lugar para la compasión, parece decirnos Solana.
Yo, que me reconcilio con la vida en los días azules del campo, y por ello tendría que perderme en la idílica luz mediterránea de Joaquín Sorolla, me siento, sin embargo, misteriosamente atraído hacia la oscuridad interior, castellana, de Solana, como si el hallazgo de la belleza en lo tenebroso me pareciese más seductor que en la luminosidad de Sorolla. Será por la eterna dualidad de la vida (los pares opuestos; el día y la noche, el mar y el desierto…) que acaban uniéndose en una equidistante armonía y nos sumen en un embeleso extraño.
Es paradójico, pero ambos pintores captan la esencia que nos configura como pueblo; la luz y la oscuridad que anida en nuestro ser. Somos entes en continuo conflicto por sus contradicciones y, a la vez, conviviendo en un extraño equilibrio. Por tanto, es inútil huir de la oscuridad hacia la luz, porque no se puede huir de uno mismo, la luz, como única posibilidad, acaba cegándonos, y la oscuridad nos marchitaría la vida, mejor que convivan juntas; un aprendizaje elemental en el Budismo.
¿Y por qué tenía un trocito de papel escrito por Itziar en la página 97 de ese libro?
Por un tren con su viajante, ante cuya mirada va desfilando el paisaje y su paisanaje. El filósofo Alain, quien fuera profesor de la célebre Simone Weil y a la que tanto influyó, nos lo cuenta así…
“En ninguna parte se está mejor que en un vagón del
tren; (…).
A través de amplias ventanillas se ven pasar ríos,
valles, colinas, pueblos y ciudades; la mirada sigue las carretas que flanquean
los ribazos, los coches que ruedan por ellas, las barcas que navegan por los
ríos; todas las riquezas del país se despliegan ante nosotros; campos de trigo,
de centeno, de remolacha, una refinería, montes bellísimos, pastizales, bueyes,
caballos. Las zanjas nos muestran las capas del terreno. He ahí un maravilloso álbum de geografía que ojeamos sin esfuerzo y que cambia cada día según las
estaciones y el tiempo. Vemos asomar la tormenta por detrás de las colinas y
cómo los carros de heno apresuran su marcha por los caminos. Otras veces,
contemplamos a los segadores envueltos en polvo dorado y en aura vibrante de
sol. ¿Qué espectáculo hay capaz de igualar a éste?
Pero el viajero lee el periódico, trata de poner
interés en malísimos grabados, saca el reloj, bosteza, abre la maleta, la
cierra. Apenas llega a su destino, cuando para un coche y sale disparado como
si ardiera su casa. Por la noche le encontraremos en el teatro; admirará
árboles de cartón pintado, escenas de siega y un campanario simulado; falsos
segadores le atronarán los oídos y él dirá mientras se frota las rodillas,
magulladas por la especie de cajón en que se halla aprisionado: «Los segadores
desafinan; pero el decorado no está mal»
2 de julio de 1908
Así es, Alain, mi hija también me preguntaría por qué admiro esos cuadros de Solana en donde los árboles y el cielo no existen.
Supongo que Itziar lo irá descubriendo, y otras cuestiones afines, a medida que su lapicero vaya dejando de escribir… "MI MAMÁ ME MIMA".
Mientras tanto, me consta que seguirá construyéndose un planeta a su medida, como El Principito (como hacemos todos…), para ver una puesta de sol cada hora (incluso menos), tal cual hace el pequeño protagonista.
Yo me he quedado merodeando por unos cuantos planetas del libro. Hay uno, también minúsculo, en donde su rey quiere nombrar ministro de justicia al Principito (a ver si así logra que el muchacho le haga un poco de compañía). Pero están ellos dos solos; ¿a quién juzgar?
"-Te juzgarás a ti mismo –le respondió el rey-. Es lo más difícil. Es mucho más difícil juzgarse así mismo que juzgar a los demás. Si logras juzgarte bien a ti mismo eres un verdadero sabio."
El Principito, Antoine de Saint-Exupéry
Pasad una buena tarde de domingo.