Unas notas de días atrás…
En la mesilla del
dormitorio reposan un par de libros de los que leí algunas páginas por la noche
(hace ya algunas noches).
Tal vez sea extraño leer “Más allá del bien y del mal” (Nietzsche) en tiempos navideños, pero en tales fechas, cuando muchos se entregan a ciertas acciones bienintencionadas (nunca está de más) y otros tantos siguen haciendo el mal, me acordé de Nietzsche, que no está, al menos en este libro, ni en el terreno del bien ni en el del mal… sino más allá.
Después pasé a una lectura más auxiliadora, la novela que tengo entre manos; “La serpiente de oro” de Ciro Alegría, alterar este orden antes de dormirse sería contraproducente, no dejes que Nietzsche te acompañe el último, él no te entregaría a los brazos de Morfeo, más bien te dejaría frente al abismo, y uno necesita serenarse antes de dormir, mejor Ciro Alegría, máxime con ese apellido (Alegría) que le daría urticaria al filósofo alemán. Eso sí, me quedé con una frase magnífica de Nietzsche.
A veces escribo con música clásica de fondo, seleccionando un compositor u otro según mi ánimo.
Con los días otoñales
o invernales prefiero piezas de aire melancólico, y en esta lid muchos músicos del
Romanticismo y el Impresionismo (s. XIX hasta principios del s. XX) poseen
algunas composiciones magistrales.
Quizás Chopin sea el
melancólico por antonomasia de todos ellos.
Estaba con Debussy, uno de mis predilectos, es inspirador, también lo creía Marcel Proust cuando escribía escuchándolo, pues afirmaba que su música le resultaba muy provechosa.
Después de un buen
rato con Debussy he pasado a Erik Satie y su deliciosa “Gymnopédies”, y con ella continuo. Pongo la música a bajo volumen, como el
rumor lejano y placentero de un oleaje.
Foto, Paco Castillo |
Y así, envuelto en la
bruma, salí después al campo. Con esta atmósfera brumosa de horizontes un tanto inciertos, consideré apropiado llevarme Aldous Huxley y la "Filosofía perenne".
Se asemejaba el paisaje a un boceto de contornos desdibujados, predominando los tonos parduzcos y grisáceos.
Me recordó a una pintura de Turner, o mejor aún, de John Constable, que era más
paisajista que Turner, y además miraba a las nubes tanto como yo.
Grandes bandadas de
jilgueros y verdecillos asaltan las eras y caminos, cual bandoleros de Sierra
Morena, alterando la uniformidad cromática, dándole un sutil toque naíf al
cuadro de Constable que es el campo en neblina, me gusta.
Los días pasados arreciaron
las lluvias gracias a los vientos ábregos del Atlántico, que ya referí.
Como la mirada se me
va de los charcos a las nubes, y de éstas vuelta a los charcos, advertí en uno
levísimas y diminutas ondas; dos insectos a la deriva, parecían Ephemeras
(mariposas efímeras).
Estaban a punto de
morir ahogadas, nada nuevo.
No me canso de repetir
que en el campo me topo siempre con esa
secuencia de “El séptimo sello”; una partida de ajedrez entre la vida y
la muerte, la muerte va cobrándose sus trofeos, y la vida, a veces, esquiva la
fatalidad hasta el siguiente lance.
Esta vez intervine yo
en la contienda, y adiviné el jaque inminente de la muerte a las efímeras. Pero
ya veremos el próximo movimiento en el tablero…
Así la cuestión, las
saqué cuidadosamente y las puse en un tronco de retama, esperé unos segundos a
ver si reaccionaban… y sí, comenzaron moverse por el tronco, eureka.
Reincidí alterando el
guion escrito por la Naturaleza, pero solo borré un par de líneas, nada más, en
lo sustancial apenas variará. Añadí a las ya fugaces vidas de estos seres algún
aleteo más.
Proseguí un tanto meditabundo con mi reciente acción, y a cuestas con “La Filosofía Perenne”, de Aldous Huxley.
Leyendo por el campo
sigo, en cierto modo, el ejemplo de Huxley, cuando éste paseaba por el desierto
de Mojave (allí se fue a vivir) ojeando sus lecturas, pues decía que le inspiraba
leer en el desierto, tan simbólico y bello para él. Lo mismo yo en el campo.
Es muy posible que Huxley se llevara una de sus lecturas favoritas; “El Libro Tibetano de los Muertos”, quizás quería impregnarse de esa serena mentalidad tibetana ante la muerte, libre del desgarrador paroxismo que aquí vivimos.
Abrí "Filosofía Perenne" y me puse a
leer…
En referencia a este
texto del filósofo Chuang Tse que selecciona Huxley, supongo que éste (Huxley) escribe la palabra Dios para que los lectores (a buen seguro sus coetáneos
occidentales), se sitúen mejor en la idea que pretende transmitirles con el
fragmento… lo digo porque Chuang Tse nació entre los años 369 y 290 a. C
(a quien se le atribuye uno de los textos fundacionales del taoísmo; el Libro
de Zhuangzi, siglo IV a. C), y ese Dios cristiano que el lector pueda tener
en mente ni estaba ni se le esperaba hasta varios siglos después. Pero Huxley puede permitirse esta
licencia para una mejor captación del fragmento por parte del lector, faltaría
más.
Dicen los estudiosos
del remoto Chuang Tse, que la principal característica de su obra es el
escepticismo. En ese sentido rescato un significativo pasaje en una de sus
obras:
- Zhuangzi le expresa
lástima a un cráneo que ve tirado al lado del camino. Zhuangzi lamenta que el
cráneo esté ya muerto, pero el cráneo le contesta, "¿Y cómo sabes que es
malo estar muerto?" -
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Zhuangzi
En esa página 148 del
libro tenía guardada una hoja con ciertas notas de Rose Ausländer
Pensad que yo había
rescatado a unas ephemeras, cuya vida más larga es al estar en crisálida bajo
tierra, precisamente ahí parecen más muertas, y cuando están más cerca de la
muerte es estando pletóricas de vida ya en el exterior, volando bajo el cielo.
Y estas notas de Ausländer dicen así:
“No te preocupes por
mi muerte. Yo viviré también bajo tierra. Ella me alberga, me guarda en su
respiración, juntas crecemos.”
“Escribe tu propio mundo, hasta el final, antes de que el mundo te prescriba.”
Rose Ausländer
Hmm, no sé… tal vez un
amanecer más para estas efímeras sea casi una eternidad.
¿Quién quiere vivir
para siempre? (Who wants to live forever?),
cantaba Freddy Mercury.
La niebla se ha disipado poco a poco.
Sopla una brisa fresca, el paisaje me envuelve con sucesivos y magníficos claroscuros por el vertiginoso desplazamiento de las nubes sobre mi cabeza, para esto existe una palabra en gaélico (nosotros no tenemos): rionnach maoim.
Parece que las nubes se hubieran contagiado de nuestro trajín navideño, cuando miles de viajeros acuden a reunirse con sus seres queridos.
Así me imagino a las
nubes, viajando por encima de montañas, ríos, pueblos, rascacielos urbanos,
solitarias dehesas con el pastor y su rebaño, centros comerciales atestados de
coches y gentes apresuradas, comprando esto, aquello y lo otro, edificios parlamentarios llenos de diputados
haciendo ruido con mensajes sin contenido, y parques infantiles vacíos de niños
y silenciosos, aunque llenos de hojas marchitas y mensajes con contenido…
A saber a qué parajes
remotos se dirigen las nubes, pero de algún modo van atravesando nuestra vida
con esas luces y sombras sobre el horizonte... justo como contemplo ahora mismo
en los páramos rebosantes de verdor.
De tal suerte que; ora
camino por la oscuridad, ora por la claridad.
Las nubes te ofrecen
sus conocimientos de la existencia, lo hacen a través de reveladoras metáforas,
solo tienes que observarlas atentamente.
Sobre este y otros
tantos escenarios uno ha de transitar las luces y las sombras.
Por momentos las nubes
cubren todo y reina lo sombrío, para dar paso a un claro que se va ensanchando
y llena la realidad de matices y
texturas.
La luz trota veloz por
los páramos y la múltiple gama de verdes resplandece con destellos en todas las
direcciones.
Claridades que
resaltan las montañas en la lejanía en una visión idílica.
Sombras que vuelven a oscurecer el panorama. Pero he de continuar hacia delante, seguir caminando.
Las lluvias han dejado varios charcos, si me acerco y agacho hallo la tragedia
flotando suavemente, si me levanto y doy unos pasos atrás, sus aguas se
convierten en un bellísimo reflejo, mostrándome un trozo de cielo azul
radiante, es la vida misma opacando la muerte de hace unos instantes.