Ojos de
pescadilla. Lo siguiente, Delibes
Retocando cosas por aquí y por
allá acerca del próximo comentario que os traeré, dudaba si
enumerar, o no, características relevantes sobre Miguel Delibes, pues acabo de leer una de sus novelas, "Las ratas". Una lectura muy gozosa.
Esto es así porque me vinieron a
la cabeza aquellas plomizas tardes de instituto, en las que muchos de nosotros
habremos rellenado, como mínimo, un folio a doble cara con los hechos
trascendentales en la vida y obra literaria de Miguel Delibes.
Miguel Delibes. Fotografía, Elcasar.com
Pensaba en la posible urticaria que
padecería algún despistado visitante que acabase por estos pagos, al encontrarse
con tales notas. Aunque todos hemos cambiado, y el suplicio de antaño bien
podría ser el placer presente.
Aquellas experiencias no fueron tan tortuosas para mí, ya era un buen lector, pero reconozcamos el poco entusiasmo que nos provocaban muchos de esos libros obligatorios, el ánimo adolescente era díscolo a toda imposición, y claro, a mí también me contrariaban esas cosas.
Aquellas experiencias no fueron tan tortuosas para mí, ya era un buen lector, pero reconozcamos el poco entusiasmo que nos provocaban muchos de esos libros obligatorios, el ánimo adolescente era díscolo a toda imposición, y claro, a mí también me contrariaban esas cosas.
Entonces no éramos conscientes,
estábamos a lo que estábamos, pero ese profesorado enamorado de la literatura
hacía una labor encomiable, luchando contra viento y marea por sembrar la
semilla de la lectura… aunque solo fueran un par de adolescentes confusos ganados para
la causa, todo un triunfo.
Allá por los años 80 servidor
era uno de esos alumnos en el BUP. Mientras me tapaba la boca con la mano
izquierda para ocultar un bostezo mortal y profundo como un agujero negro, con la derecha dejaba caer unas letras sin
brío por las cuartillas, tratando de apuntalar la singladura narrativa de Miguel
Delibes, y otros tantos autores patrios de postín.
Si ojeara de nuevo esos folios me toparía
con tipografías de este tipo, más o
menos:
“La de tonterías que dice
uno”
Es la fuente AR HERMANN.
Son letras un tanto renqueantes
que semejan una expedición extraviada en el desierto, presa del desánimo y el cansancio. Tal era el aspecto que
solíamos presentar cuando se acercaba el fin de la jornada.
Todos mostrábamos esos ojos
saltones de la última clase, con la luz fría de los tubos fluorescentes en las
aulas, tan despiadada con el acné juvenil, tan reveladora de nuestras pequeñas
miserias y grandezas, e idéntica iluminación que poseen las pescaderías para
resaltar eso mismo… los ojos saltones de las lubinas, o las percas, o las
doradas, con sus pupilas de cadáver mirándote tan vivarachas.
Lubina. Foto internet.
Se me ocurre que son pescados trampantojos (RAE:
de «trampa ante ojo». Trampa
o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es.), sentimos que nos miran con descaro pero no
nos ven, esa mirada inerte, y extrañamente abierta, de un jurel en su lecho helado engaña a nuestra
vista.
Pero el trampantojo más fascinante, aparte de los elaborados por los pintores, sus grandes maestros, lo tenían esos docentes en sus manos; los libros de Delibes, o de Baroja y
muchos más. Trampantojos literarios, ya que estamos con las ocurrencias.
Un libro abierto es procurarse el estímulo de una realidad intensificada. Esa es una definición del trampantojo,
que a su vez es una definición, valga la redundancia, de la literatura. La pescadilla que se muerde la cola. Porque más adelante comentaré cosas de pescadillas.
El Trampantojo viene ser una sustitución
de la realidad, decía el catedrático de
historia del arte Juan José Martín González. Una buena novela es lo mismo, una
sustitución de la realidad.
Casi todos los días, viendo el feo
panorama ahí fuera, una magnífica opción es intercambiar una realidad por otra,
dejando a un lado los Vox, los Trump, los Procés para leer a los Dostoievski, o quien os apetezca.
Señalaba que la literatura es un
trampantojo fascinante. La política que recibimos, votos mediante, es un
trampantojo, en su modo de sustituir la realidad por otra que se sacan de la
manga los políticos, grotesco, insultante.
Bueno, por donde iba… ah, sí, sí.
Nuestras miradas de lubina tenían
una expresión no menos siniestra que los pescados en sus cajones, o ataúdes, de
hielos e inundados de luz fría y metálica, recostados en unas algas de atrezo para componer un bodegón (ejemplo magnífico de lo que es un trampantojo en pintura) estilo Zurbarán, o mejor de Tomás Yepes con sus
pescados y todo.
Bodegón de cocina. Tomás Yepes (Valencia,
h. 1610-1674). Foto internet.
Yo acataba la rutina. Tomaba los
apuntes como el soldado que cumplía con estoicismo su misión parapetado en trincheras, es
decir, sin saber muy bien para qué.
Sí, esos pobres atrincherados, serían como aquel Caballero que huía de su destino en el poema del chileno Omar Lara, inquietante y bella su poesía...
Sí, esos pobres atrincherados, serían como aquel Caballero que huía de su destino en el poema del chileno Omar Lara, inquietante y bella su poesía...
Escribía esa característica
trascendental del escritor, o aquella otra, en mi hoja, pero Armijo, un
compañero que tenía cerca y al que llamábamos “Botijo” por aquello de la rima
facilona (lo pongo porque sé que Armijo no leerá este blog, ni ninguno. “Yo no
soy tonto” dice un eslogan publicitario), me enseñaba en su mochila a medio
cerrar… un radiocasete que había mangado de algún coche, vete a saber de quien.
La mirada saltona de Armijo era,
sin duda, la más inquietante de todas. Tenía ojos escrutadores de pescadilla,
que siempre tienen la bocaza abierta y repleta de dientes afilados y
amenazantes.
Lo extraordinario es que Armijo
fue el mejor jugador de ajedrez que ostentaba el colegio, y esto es verdad de
la buena.
Se ve que al chaval nunca le gustó
estudiar, por tener que estar sentado y callado (estado en el que sí se sumía placenteramente jugando al ajedrez), la disciplina escolar no era
lo suyo. Sin embargo su mente era la que razonaba con más eficiencia, al menos
en el ajedrez, y supongo que para birlar (RAE: «Quitar algo con engaño y astucia
pero sin violencia») radios, pues siempre las mostraba triunfante, habiendo
sorteado victoriosamente las contingencias, para después colocarlas en el mercado
negro y sacarse unos cuantos duros.
Aún recuerdo el semblante
cariacontecido de Cesar, el alumno más brillante, todo dieces y algún nueve, al
perder una tras otra las partidas de ajedrez que disputaba a Armijo el
“Botijo”, todo insuficientes y ningún suficiente.
Y eso que Cesar también jugaba notablemente, pero no era prudente intimidar al Botijo con un jaque pastor de buenas
a primeras, cuando así sucedía levantaba la vista, esta vez felina, de los peones y te observaba
con cierta misericordia. Si ibas con tal soberbia te fulminaba en cinco
minutos, de lo contrario te dejaba vivir más tiempo y aguantar en el campo de
batalla con honor.
Armijo debía de tener un
destacable cociente intelectual, entonces no nos dábamos cuenta. Y, sobre todo,
poseía esa clase de astucia callejera que aplicaba, solo él sabe cómo, al
tablero de ajedrez, sapiencia buscavidas de la que carecía Cesar. Imbatible el
“Botijo” con su picaresca quevediana, cual “Buscón”.
Daría la mitad de mi fortuna, y esto
supone un reto que asumido por otro cualquiera sería de lo más asequible…, por
leer una reseña de Armijo sobre el Nini, el niño ratero de Miguel Delibes.
Aunque no era ratero por robar, sino por cazar a estos roedores en los arroyos de su pueblo castellano.
Lo diré de otra forma, a Delibes
le hubiese encantado pasar una de esas borrosas tardes con Armijo, el chaval
mirando al infinito con su mirada de pescadilla (cuando no jugaba al ajedrez),
con esos ojos tan abiertos que al final se escapa todo, hasta la vida. Puro
trampantojo el Botijo. Armijo nos inducía a pensar sobre otra cosa distinta de
lo que era, le suplantábamos su realidad. Puros ojos de pescadilla.
Sé que a Delibes le gustaría, basta
leer sus novelas para saberlo…