Carpe diem (1956). Saul Bellow (Canadá,
1915 – Estados Unidos, 2005)
Editorial Planeta, 1ª edición
1977. Traducción de José María Valverde. Narrativa, 175 páginas.
En casa tenía este viejo ejemplar
de 1977, perteneciente a la Colección Premios Nobel publicada por la Editorial
Planeta (tengo varios volúmenes), que me ha permitido acercarme a uno de esos
autores y títulos que han dado fuste a la narrativa norteamericana, y mundial,
del siglo XX.
Así mismo lo pensó otro
prestigioso colega y compatriota, Philip Roth, quien afirmó lo siguiente:
“La columna vertebral de la
literatura estadounidense del siglo XX fue proporcionada por dos escritores:
William Faulkner y Saul Bellow.”
El mismo P. Roth se considera deudor de Bellow, una suerte de maestro para él.
El escritor norteamericano, aunque canadiense de nacimiento, obtuvo el Nobel en 1976. Hasta ahora no había leído nada de
Saul Bellow… y bendita la ocasión.
Esta novela es un ejercicio magistral de escritura que todo candidato al oficio haría bien en considerar, pues no hay mejor método para aprender que hacerlo con deleite.
Con Saul Bellow sucede lo
habitual; los críticos necesitan un marco referencial para analizar la
trayectoria literaria de un escritor. A Bellow se le encuadra como uno de los
precursores de la Escuela Judía Estadounidense, nómina de escritores
pertenecientes en gran porcentaje al área de Nueva York y Chicago, cuyas obras
constituyen un legado extraordinario. La influencia de Bellow sobre estos autores posteriores es notable, como ya confesara Roth.
Bellow no era muy amigo de tales
acotaciones, en estas líneas de la revista Letras Libres se deja constancia:
«Si es, por ejemplo, que
"trata temas judíos", sea lo que eso sea, entonces Bellow no merece
el calificativo, pues, como él declaró, "no soy escritor judío, soy
escritor americano que sucede que es judío".»
Fuente: https://www.letraslibres.com/mexico/elocuencia-saul-bellow
De lo que no puede renegar Bellow
es de su sólida formación intelectual. Licenciado en sociología, fue profesor
universitario de antropología y literatura inglesa, e integrante del Instituto Nacional de Artes y Letras norteamericano. Un curriculum apabullante.
El comienzo del libro es la primera perla de las muchas que iremos encontrando durante la
narración.
“Cuando se trataba de ocultar sus
dificultades, Tommy Wilhem era tan capaz como cualquiera.
Por lo menos eso pensaba, y no le
faltaban algunas pruebas con que apoyarlo. Había sido una vez actor –bueno, no
exactamente: un extra- y sabía lo que era representar un papel. Además, iba
fumando un cigarro, cuando uno fuma un cigarro y lleva sombrero, tiene una
ventaja: es más difícil que se sepa lo que siente.”
¡Uff, el inicio es condenadamente
bueno, una genialidad!
Ese cierre del párrafo ya te mete
la intriga en el cuerpo con la efectividad de un potente veneno… en este caso
solo para disfrutar.
El ingenio y la originalidad
descriptiva de Saul Bellow me ha dejado encandilado, hasta el punto de haberme
leído algunas frases dos o tres veces seguidas, simplemente por el mero placer
de leerlas despacio y retener en el paladar su talento.
Me pregunto
si Wilhem será ese New York City man que cantaba el carismático Lou Red, pues es innegable la impronta de genuino neoyorquino que confiere Bellow a su protagonista.
“(…) por falta de empleo había
mantenido la moral madrugando: a las ocho estaba en el vestíbulo, afeitado.
Compraba el periódico y unos cigarros y se tomaba una Coca-Cola o dos antes de
entrar a desayunar con su padre en el Hotel.”
Un ingenio literario que alcanza su máxima
cota en la distancias cortas (igual que la colonia de marras…), es decir; en las breves descripciones
de situaciones, espacios y personajes a partir de tres o cuatro elementos
externos que combina sabiamente (exponentes perfectos son los fragmentos anteriores),
como el boceto de un pintor en el que ya reconocemos el retrato definitivo.
Pues Bellow hace lo mismo, por
ejemplo algunos rasgos físicos de los individuos, un complemento de la
indumentaria, un gesto, algún detalle significativo de un despacho, o una
calle, un salón, en fin; cuatro o cinco pinceladas por aquí y por allá que
acaban adquiriendo en nuestra mente la imagen de un cuadro completo, gracias al
buen hacer de este señor que parece un prestidigitador de palabras.
En Carpe diem predominan
las frases enérgicas y las expresiones con una gran carga sugestiva. Huelga
decir que el ritmo narrativo discurre con buena agilidad.
«Carpe diem es una locución latina que
literalmente significa 'toma el día', que quiere decir 'aprovecha el momento',
en el sentido de no malgastarlo. Fue acuñada por el poeta romano Horacio (Odas,
I, 11):
Carpe diem, quam minimum credula
postero
"Aprovecha el día, no confíes
en el mañana."»
Ese sería el lei motiv de Wilhem.
Él vive el momento, pero utilizando las peores alternativas .
Acompañaremos a Wilhem durante una
jornada, un día para olvidar, aciago donde los haya.
El dilema planteado aquí por Saul
Bellow es uno de los grandes conflictos en las relaciones humanas; la
incapacidad de entendimiento entre un padre y su hijo, pues han tomado sendas
opuestas en la vida.
Un argumento que Bellow no ha
tenido que ir lejos a buscar. Valga este dato biográfico:
(…) hijo de emigrantes rusos,
judíos. El padre, siempre fracasado, como el de Joyce, no entendió a su
talentoso hijo y obstaculizó su vocación literaria”
https://www.letraslibres.com/mexico/elocuencia-saul-bellow
En esta novela el fracasado es el
hijo, no el padre.
Cuando Tommy Wilhem, rebasados ya
los cuarenta años, echa la vista atrás, le atormenta lo que ve; un montón de
buenas oportunidades desperdiciadas por el camino, y todo por su estúpida e
incomprensible tendencia a escoger el itinerario equivocado, a caminar por el
borde del precipicio. Lo que presentía como “atajos” se convierten en trayectos
abruptos e interminables.
Su padre, el octogenario doctor
Adler, enviudado hace tiempo, ha gozado de gran prestigio, aún lo conserva,
como profesional de la medicina en Nueva York.
“El bien plantado anciano estaba
muy por encima de los demás viejos del hotel. Todos le idolatraban. Lo que decía
la gente era:
Es el viejo profesor Adler, que
enseñaba medicina interna. Era un gran diagnosticador, uno de los mejores de
Nueva York, y tenía una clientela enorme. ¿No es un tipo de estupendo aspecto?
Da gusto verle, un anciano sabio, tan limpio y correcto. Anda muy derecho y entiende
todo lo que se le diga. No pierde un botón. Se puede hablar de cualquier cosa
con él.”
Disfruta de una jubilación dorada
gracias a su considerable fortuna. No está dispuesto a soltar un solo centavo
por su hijo, allá se las apañe él. Desoyó sus recomendaciones, despreció los consejos
paternos y maternos, un disgusto tras otro que han escarmentado al padre. Ahora
que apechugue con las consecuencias.
No moverá un dedo por el vástago. Quiere
vivir un retiro sin sobresaltos, se lo ha ganado a pulso con su estresante
trabajo, no permitirá que los errores de Wilhem arruinen sus últimos años.
Esa severa postura respecto a su
hijo no le quita el sueño. Considera que ya hizo todo lo que estaba en su mano
para situar a Wilhem con ciertas garantías frente al futuro. Una cara educación
que Wilhem desaprovechó, enseñanzas paternas que el hijo desestimó, y otros
tantos desaires.
¿Y los afectos, la ternura, el
cariño, la presencia del padre?
La vida de un médico exitoso discurre entre consultas, congresos, atención
a los pacientes, docencia universitaria… Allí estaba la vida del doctor Adler.
Al hogar nunca terminó de llegar,
ahí no germinó nada.
Ese es el resentimiento que arrastra
Wilhem hacia su padre.
¿El dinero del progenitor?
Lo que íntimamente piensa Wilhem
de eso, es más o menos utilizando mis palabras:
-Al diablo el dinero de papá, que
se pudra con sus dólares.-
Lo piensa pero no se lo dice. Lo
mismo hace el padre, piensa en la inutilidad de su hijo, y tampoco se lo dice
abiertamente.
Por supuesto se lo manifiestan de
forma soterrada, y saben que “a buen entendedor, pocas palabras”.
Wilhem es un hombre bueno, un gran
chico con mala suerte, diría él. Algo de razón hay en su apreciación.
A Wilhem le sulfura la
indiferencia del padre. Al doctor Adler le hastía el enésimo traspiés de su
hijo.
Wilhem nunca a pedido dinero a su
padre. Pero en estos momentos sin trabajo, con la manutención de los hijos y la
presión de su exmujer para pagar religiosamente la pensión, le tienen
asfixiado. No le queda otra que humillarse ante el padre y pedir “limosna”.
Para más inri, sus últimos
ahorros, cerca de mil dólares, los ha invertido de forma suicida en bolsa por
el asesoramiento del filibustero Tamkin, psicólogo de formación, y “jugador”
por vocación con turbia reputación en el mercado de valores neoyorquino. Tal
individuo le ha convencido para depositar esa cantidad, más otro dinero que
pondrá el propio Tamkin (¿lo hará?, se pregunta Wilhem oliendo la fatalidad) en
la producción de centeno y tocino.
Y Wilhem, aún viendo negros
nubarrones que se van aproximando desde la lejanía, incluso sospechando, como
todo el mundo, que Tamkin no es trigo limpio para confiarle sus ahorros… aún
con todo eso, Wilhem entra al trapo, que decimos por aquí.
Sabe que se está dirigiendo al
abismo, pero una fuerza perversa lo arrastra… como el niño que, intuyendo el
peligro, se aproxima más a él, porque quiere ver “eso” de cerca, palparlo, la excitación
de tal acercamiento es más atrayente que la prudencia.
Se agolpan en su cabeza recuerdos
que le escuecen…
Quisiera olvidar aquella grotesca
intentona de abrirse camino como actor, embaucado por un dudoso agente
artístico que le vaticinaba el estrellato en Hollywood, aunque solo llegó a
trabajar de extra en alguna cinta sin relumbrón. Sus dotes interpretativas eran
pésimas para la gran pantalla, pero muy efectivas para la vida real… lo malo es
que al acabar la película se apagan las luces y el vacío se instala en la sala.
Un aspecto que me ha fascinado es
el modo en que Saul Bellow desarrolla la relación de sus personajes
principales; el hijo y el padre.
Los confronta, mediante conversaciones
que mantienen, y son unas joyas narrativas, en un clima alejado de la violencia
verbal y las grandes gesticulaciones que uno esperaría, habida cuenta de su pésima
relación. Pero ambos, siendo personas que estiman las maneras civilizadas y la
corrección en los encuentros, dominan sus impulsos más pendencieros, se
contienen de escupir exabruptos, el tono que mantienen siempre es de respeto,
eso sí, un respeto que nunca nace de la admiración, sino de una frialdad
glacial.
Entendemos las razones de cada uno
uno para decir lo que dicen, para ser como son, consecuentes con su manera de
ver la vida.
De esto se deduce, al menos así lo
veo, que Saul Bellow no toma partido por ninguno, yo no lo he percibido con
nitidez. Eso me hace pensar en lo que dicen muchas veces los escritores, cuando
sus personajes cobran vida propia a medida que avanza la historia, y sus
personalidades parecen zafarse de la pluma del autor, sin que éste tenga claro
por donde le llevarán.
Saul Bellow perfila al personaje
de Wilhem desde una perspectiva que le dota de cierto encanto para el lector,
es el débil, y no es un ser pendenciero ni violento, como ya he señalado. Nos suscita compasión.
La figura paterna es un peso
insoportable para el hijo.
Al lado del doctor Adler, Wilhem
es un alma en pena, una sombra anodina más, reptando en la incesante marea humana que
Nueva York vomita cada día.
En cualquier caso hay un equilibrio
sutil y complejo entre esos dos mundos, sin que podamos achacar del todo la
culpa al padre por ser el hijo como es, ni tampoco adjudicar a la vida del hijo
el comportamiento rígido del padre. La vida en toda su complejidad… con que
facilidad lo leemos y entendemos, gracias a la dificultad resuelta por el autor
con su escritura diáfana. Así son los grandes.
Vive el momento; Carpe diem… como
si un duende
maligno le susurrara ese mantra al oído del confuso Wilhem.
Se ha convertido en una caricatura
de sí mismo.
Pero no desea ningún mal a la
humanidad por su suerte, ni siquiera a su padre. No alberga odio en su corazón.
Sú unico anhelo es tener una nueva
oportunidad de encauzar todo de nuevo.
Claro… otra oportunidad.
¿Otra oportunidad, muchacho?
¿Cuántas
llevas quemadas, Wilhem?
Tu existencia es un Eclipse Total, Wilhem. En Nueva York, la ciudad de las luces, siempre caminas hacia la oscuridad...
La Unión. Eclipse total
No he leído nada de Saul Bellow. Es uno de esos eternos pendientes que me han dado pereza (tampoco sé por qué), pero esta reseña me ha dado la sensación de que puede ser uno de esos escritores estadounidenses que tanto me gustan.
ResponderEliminarLas relaciones entre padres e hijos están menos tratadas que las que se dan entre madres e hijas, pero también me llaman mucho la atención.
Tomo nota de este libro, que ya tenía en mente junto a alguno más del autor como "Herzog" y "La víctima".
Un beso.
Saul Bellow es la fuente de la que han bebido algunos de los autores norteamericanos que has llevado a tu blog y tanto te gustan, así que es muy probable que tu acercamiento a Bellow sea muy satisfactorio. También tenía "Herzog" a la vista, pero sobre todo "El legado de Humboldt", el Pullitzer de 1975, con esa historia del escritor fracasdo, Humboldt, y su mejor amigo, el joven Charlie, auténtico devoto por la literatura. Leí Carpe diem porque lo tenía por casa, era lo más cómodo, sin embargo la experiencia ha sido magnífica. El próximo será El legado de Humboldt.
EliminarEspero que llegue ese encuentro con Bellow, Rosa ;)
Un beso.
He empezado los que arriba citas, "Herzog" y "EL legado de Hundbolt", siempre con ganas, siempre con esperanza, que languidece a mitad de recorrido, y desaparece hasta secarse...No puedo con Bellow, siempre aparece esa sensación de que no ocurre nada, que nada de lo que cuenta me lleva a alguna parte, que es prescindible.
ResponderEliminarNo puedo con Bellow.
es superior a mí, jajja
un abrazo Paco
Cuídate
Ya que estamos con Nueva York, la literatura es como esa canción que Billy Joel cantaba a su ciudad "New York, state of mind", Nueva York, un estado de ánimo. Tu mente y tu ánimo van por un lado y Bellow va por otro, y ya está, cada uno ha de seguir su ruta ;)
EliminarYo me encontraré con Bellow de nuevo, eso seguro.
Fíate de tu instinto, como sueles hacer.
Cuídate Wine!
Conozco esa sensación de pararme en determinadas frases y releerlas solo por el gusto de paladearlas.
ResponderEliminarMe intrigan esas conversaciones entre padre e hijo. Me gustan las novelas de diálogos brillantes. Y me gusta también que Saul Bellow no tomo partido por uno u otro porque probablemente cada uno tenga sus aciertos y errores. Como bien dices, la vida en toda su complejidad.
Un abrazo
Supongo que a todos nos ha pasado, encontrar esas frases memorables y releerlas por placer, es magnífico. Esas conversaciones que desarrollan los escritores con sus personajes no dejan de ser un diálogo que el escritor establece consigo mismo, los escritores, como los actores, pueden usurpar otra personalidad y dar rienda suelta a todo lo que llevan dentro, catarsis. Así lo vi yo, Lorena, cada personaje tenía su complejidad, y cada uno veía el mundo desde ella. Saul Bellow es un pedazo de escritor.
EliminarAbrazos!
Siempre utilizando Carpe Diem en la adolescencia y no busqué un libro que contuviese de título estas palabras tan intensas para mí por entonces. Ahora también...pero en aquellos años, había un Pub que llevaba ese nombre, había música que me hacía sentir esas palabras, y había esa sensación de que como no viviera intensamente...la vida se me escaparía...Y así fue...solo que viví ese Carpe Diem en persona.
ResponderEliminarDel libro...uff...parece muy intenso...y quizá complejo...parece que el padre es el que más vive de esa manera...pero bueno, no lo he leído...es por lo que percibo entre las letras que escribes sobre él. En fin...va directo a esa lista interminable. Por lo menos, si que me gustaría tener un breve encuentro con él. Quizá una lectura de biblioteca...no sé si me convence para que me acompañe mucho más. Ya veremos.
Además...me apetecen mucho lecturas de más allá del Atlantico...de la tierra por descubrir.
Un abrazo muy grande y feliz día.
Carpe diem es un lema que encaja a la perfección en aquella etapa pletórica de la adolescencia, y todos llevábamos de alguna manera esa bandera ondeando.
ResponderEliminarRespecto al libro, intenso sí, lectura compleja no, se lee con facilidad, precisamente porque un gran escritor como Bellow traduce toda esa complejidad de las relaciones familiares a una prosa muy asequible.
Otro abrazo grande, amiga María ;)
Al igual que Rosa, nada he leído de Bellow. 'Carpe Diem' fue la frase que el profesor de 'La sociedad de los poetas muertos' decía en sordina cuando llevó al curso para ver la vitrina que guardaba las fotos de las promociones anteriores, en una escena memorable.
ResponderEliminarResulta muy interesante lo que nos presentas en ese 'incunable' que tienes entre manos. Creo que existen más letras que se ocupan de la relación madre - hija que la de padre - hijo. Queda debidamente apuntado, luego de tu 'rescate'.
Por si quieres la mirada de un inglés del New York actual, sugiero que visites 'New York morning', de Elbow. La letra dice mucho de la ciudad y su gente.
Un fuerte abrazo, campeón!
Bellow es un autor fundamental para entender aquella época estadounidense, ha sido la fuente primaria para otros tantos escritores postreros, muy admirado por P. Roth, entre otros.
EliminarCarpe Diem es una gran lectura, Bellow es un narrador potente, sagaz observador del entorno, que desmenuza con una habilidad sorprendente, sé que te gustaría, Marcelo. Echaré un vistazo al tal Elbow, tienes buen gusto.
Un fuerte abrazo, pibe!!