P. Castillo

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jueves, 28 de marzo de 2019


Ojos de pescadilla. Lo siguiente, Delibes

Retocando cosas por aquí y por allá acerca del próximo comentario que os traeré, dudaba si enumerar, o no, características relevantes sobre Miguel Delibes, pues acabo de leer una de sus novelas, "Las ratas". Una lectura muy gozosa.



Esto es así porque me vinieron a la cabeza aquellas plomizas tardes de instituto, en las que muchos de nosotros habremos rellenado, como mínimo, un folio a doble cara con los hechos trascendentales en la vida y obra literaria de Miguel Delibes

Miguel Delibes. Fotografía, Elcasar.com

Pensaba en la posible urticaria que padecería algún despistado visitante que acabase por estos pagos, al encontrarse con tales notas. Aunque todos hemos cambiado, y el suplicio de antaño bien podría ser el placer presente. 
Aquellas experiencias no fueron tan tortuosas para mí, ya era un buen lector, pero reconozcamos el poco entusiasmo que nos provocaban muchos de esos libros obligatorios, el ánimo adolescente era díscolo a toda imposición, y claro, a mí también me contrariaban esas cosas.


Entonces no éramos conscientes, estábamos a lo que estábamos, pero ese profesorado enamorado de la literatura hacía una labor encomiable, luchando contra viento y marea por sembrar la semilla de la lectura… aunque solo fueran un par de adolescentes confusos ganados para la causa, todo un triunfo.

Allá por los años 80 servidor era uno de esos alumnos en el BUP. Mientras me tapaba la boca con la mano izquierda para ocultar un bostezo mortal y profundo como un agujero negro,  con la derecha dejaba caer unas letras sin brío por las cuartillas, tratando de apuntalar la singladura narrativa de Miguel Delibes, y otros tantos autores patrios de postín.

Si ojeara de nuevo esos folios me toparía con tipografías de este tipo,  más o menos:

“La de tonterías que dice uno”

Es la fuente AR HERMANN.

Son letras un tanto renqueantes que semejan una expedición extraviada en el desierto, presa del desánimo y el cansancio. Tal era el aspecto que solíamos presentar cuando se acercaba el fin de la jornada.

Todos mostrábamos esos ojos saltones de la última clase, con la luz fría de los tubos fluorescentes en las aulas, tan despiadada con el acné juvenil, tan reveladora de nuestras pequeñas miserias y grandezas, e idéntica iluminación que poseen las pescaderías para resaltar eso mismo… los ojos saltones de las lubinas, o las percas, o las doradas, con sus pupilas de cadáver mirándote tan vivarachas.



Lubina. Foto internet.

Se me ocurre que son pescados trampantojos (RAE: de «trampa ante ojo». Trampa o ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es.),  sentimos que nos miran con descaro pero no nos ven, esa mirada inerte, y extrañamente abierta, de un jurel en su lecho helado engaña a nuestra vista.

Pero el trampantojo más fascinante, aparte de los elaborados por los pintores, sus grandes maestros, lo tenían esos docentes en sus manos; los libros de Delibes, o de Baroja y muchos más. Trampantojos literarios, ya que estamos con las ocurrencias.

Un libro abierto es procurarse el estímulo de una realidad intensificada. Esa es una definición del trampantojo, que a su vez es una definición, valga la redundancia, de la literatura. La pescadilla que se muerde la cola. Porque más adelante comentaré cosas de pescadillas.

El Trampantojo viene ser una sustitución de la realidad, decía el catedrático de historia del arte Juan José Martín González. Una buena novela es lo mismo, una sustitución de la realidad.

Casi todos los días, viendo el feo panorama ahí fuera, una magnífica opción es intercambiar una realidad por otra, dejando a un lado los Vox, los Trump, los Procés para leer a los Dostoievski, o quien os apetezca.

Señalaba que la literatura es un trampantojo fascinante. La política que recibimos, votos mediante, es un trampantojo, en su modo de sustituir la realidad por otra que se sacan de la manga los políticos, grotesco, insultante.

Bueno, por donde iba… ah, sí, sí.

Nuestras miradas de lubina tenían una expresión no menos siniestra que los pescados en sus cajones, o ataúdes, de hielos e inundados de luz fría y metálica, recostados en  unas algas de atrezo para componer un bodegón (ejemplo magnífico de lo que es un trampantojo en pintura) estilo Zurbaráno mejor de Tomás Yepes con sus pescados y todo.

Bodegón de cocina. Tomás Yepes (Valencia, h. 1610-1674). Foto internet.


Yo acataba la rutina. Tomaba los apuntes como el soldado que cumplía con estoicismo su misión parapetado en trincheras, es decir, sin saber muy bien para qué. 

Sí, esos pobres atrincherados, serían como aquel Caballero que huía de su destino en el poema del chileno Omar Lara, inquietante y bella su poesía...








Escribía esa característica trascendental del escritor, o aquella otra, en mi hoja, pero Armijo, un compañero que tenía cerca y al que llamábamos “Botijo” por aquello de la rima facilona (lo pongo porque sé que Armijo no leerá este blog, ni ninguno. “Yo no soy tonto” dice un eslogan publicitario), me enseñaba en su mochila a medio cerrar… un radiocasete que había mangado de algún coche, vete a saber de quien.

La mirada saltona de Armijo era, sin duda, la más inquietante de todas. Tenía ojos escrutadores de pescadilla, que siempre tienen la bocaza abierta y repleta de dientes afilados y amenazantes.


 Pescadilla. Foto internet.



Lo extraordinario es que Armijo fue el mejor jugador de ajedrez que ostentaba el colegio, y esto es verdad de la buena.

Se ve que al chaval nunca le gustó estudiar, por tener que estar sentado y callado (estado en el que sí se sumía placenteramente jugando al ajedrez), la disciplina escolar no era lo suyo. Sin embargo su mente era la que razonaba con más eficiencia, al menos en el ajedrez, y supongo que para birlar (RAE: «Quitar algo con engaño y astucia pero sin violencia») radios, pues siempre las mostraba triunfante, habiendo sorteado victoriosamente las contingencias, para después colocarlas en el mercado negro y sacarse unos cuantos duros.

Aún recuerdo el semblante cariacontecido de Cesar, el alumno más brillante, todo dieces y algún nueve, al perder una tras otra las partidas de ajedrez que disputaba a Armijo el “Botijo”, todo insuficientes y ningún suficiente.

Y eso que Cesar también jugaba notablemente, pero no era prudente intimidar al Botijo con un jaque pastor de buenas a primeras, cuando así sucedía levantaba la vista, esta vez felina, de los peones y te observaba con cierta misericordia. Si ibas con tal soberbia te fulminaba en cinco minutos, de lo contrario te dejaba vivir más tiempo y aguantar en el campo de batalla con  honor.

Armijo debía de tener un destacable cociente intelectual, entonces no nos dábamos cuenta. Y, sobre todo, poseía esa clase de astucia callejera que aplicaba, solo él sabe cómo, al tablero de ajedrez, sapiencia buscavidas de la que carecía Cesar. Imbatible el “Botijo” con su picaresca quevediana, cual “Buscón”.

Daría la mitad de mi fortuna, y esto supone un reto que asumido por otro cualquiera sería de lo más asequible…, por leer una reseña de Armijo sobre el Nini, el niño ratero de Miguel Delibes. Aunque no era ratero por robar, sino por cazar a estos roedores en los arroyos de su pueblo castellano.

Lo diré de otra forma, a Delibes le hubiese encantado pasar una de esas borrosas tardes con Armijo, el chaval mirando al infinito con su mirada de pescadilla (cuando no jugaba al ajedrez), con esos ojos tan abiertos que al final se escapa todo, hasta la vida. Puro trampantojo el Botijo. Armijo nos inducía a pensar sobre otra cosa distinta de lo que era, le suplantábamos su realidad. Puros ojos de pescadilla.

Sé que a Delibes le gustaría, basta leer sus novelas para saberlo…





14 comentarios:

  1. Maravillosa tu entrada, creo, con tu permiso, que casi estoy en el putitre de al lado tuyo, porque todo aquello era muy parecido. Eran los mismos tipos con otros nombres., eso sí eran diferentes profesores, los m ios de literatura querían acabar la clase al poco de empezar, eran tan aburridos que no sé la razón por la que leo, en fin.
    Hay dos autores, con tu persmiso, que me parecen estar en nuestra clase, en los mismos pupitres no sé si lo has leído, pero sé que te encantarían: Hidalgo Bayal (más viejo eso sí) y sobre todo la extraordinaria novela "los príncipes valientes" de Javier Pérez Andújar, si no has leído, te enamorarás de ella.-creo- :)
    Gracias como siempre, y hoy especialemente
    cuídate

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    1. Gracias, amigo Wineruda. Así es, creo que muchos de nosotros nos identificamos y reconocemos en estas experiencias, reales, que comento. Yo tuve muy buenos profesores y también malos. Me acuerdo de una profesora de Literatura, María Jesús, sentíamos un aprecio mutuo, era una gran profesora. De Armijo no he vuelto a saber, sin embargo conozco a uno de sus hermanos menores, pues vive relativamente cerca de mí, aunque nunca le he preguntado por su hermano, mejor dejarlo así.

      Me acuerdo de estos autores que me citas, creo que los tengo apuntados, he de mirar en la biblioteca, seguro que encuentro algo. Viniendo de ti, las lecturas son ineludibles.
      Gracias a ti, de nuevo. Cuídate.

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  2. ¡Hola! Es genial eso de ponerse a recordar a antiguos compañeros de instituto y sus curiosidades. Yo empecé a leer a Delibes también un poco obligada por los profesores, pero en cuanto mis andanzas lectoras se fueron ampliando, empecé a valorarlo y terminé leyéndome unos cuantos (recuerdo sobre todo "El camino" y "Señora de rojo sobre fondo gris", maravillosas...
    Besos

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    1. Los adultos siempre tendemos un puente hacia el pasado, recordando aquellos momentos de juventud que nos dejaron una huella profunda, el paso por el instituto es una de esas etapas de transición que uno recuerda con nitidez. Qué bien saber que has disfrutado con los libros de Delibes, me gusta saber eso, Marian.
      Besos

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  3. Hola Paco qué poco agradecidos son los adolescentes jajaja
    He recordado alguna de esas lecturas que me producían "rechazo" solo porque eran obligatorias y después con los años retomé y me entusiasmé con ellas.
    Tengo sentimientos encontrados con las lecturas obligatorias. Tengo la sensación que hay grandes libros que no se aprovechan en la escuela, que es necesario que pase la vida para que los sepas saborear y por otro lado si no se acercan a los adolescentes hay muchos que no los descubrirán, así que me parece difícil ese entendimiento. Y también tengo que reconocer que algunas de esas lecturas obligadas me proporcionaron ratos estupendos.
    Que sepas que tu entrada me ha parecido deliciosa, a ratos me hacía sonreír y casi nos veía como dice Wineruda de alumnos.
    Besos

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    1. Ayy, la adolescencia, es una montaña rusa, jaja. En esos años lo obligatorio siempre nos daba repelús, es verdad que luego uno se redime, no todos claro, pero empiezas a ver los libros de un modo mucho más atractivo, sin que su presencia sea algo forzado en tu camino. Es un gran debate, qué libros habría que leer, y cuales no conviene, en la escuela, según las edades... no parece que aún esté bien resuelto. Pero es cierto lo que dices, Conxita, los libros se cruzarán en tu camino cuando toque. Yo me acuerdo del Lazarillo de Tormes... uff, era un reto descomunal leerlo a determinadas edades, al menos a mí me costaba... luego lo he leído de nuevo, en otra etapa de la vida mucho más idónea, por así decirlo.
      Gracias, amiga Conxita... nosotros también nos reíamos con Armijo ;)
      Besos

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  4. Los años que hace que leí "Las ratas" y demás libros de Delibes. Creo que he leído todas sus novelas y algún ensayo. Durante un tiempo lo consideré merecedor del Nobel. No sé si será para tanto, pero es que me gustaba mucho.
    Soy profesora y cada día veo a esos adolescentes que no aprueban casi nada y que sin embargo sabemos que tienen una alta capacidad intelectual. A veces los superdotados son los que menos toleran este sistema educativo memorístico y poco estimulante. Pero ya doy la batalla por perdida. Más de treinta años de profesión y varias leyes educativas en mi haber, han cambiado muy pocas cosas y, salvo la educación obligatoria hasta los dieciséis años, ninguna relevante. Armijo no es más que otra víctima.
    Un beso.

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    1. No dejas de sorprenderme, Rosa, mira que llevo años leyendo, pero lo tuyo es impresionante, pareces una biblioteca viviente. No me extraña que te guste Delibes, es un escritor extraordinario, resulta paradójico pero su sencillez narrativa solo se logra con un profundo y meticuloso conocimiento de la lengua, su domino expresivo y su variedad de registros hacen de la lectura un festín para los sentidos.
      Es es triste lo que cuentas de tus experiencias en la enseñanza, pero es tal y como lo expresas, no me cabe duda. En lo único que Armijo no fue víctima era jugando al ajedrez... ahí era un depredador y los demás sus víctimas, jaja.
      Beso.

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  5. Qué genial tu relato-reflexión. Me has devuelto a los años de instituto pero además es que hablas de tantas otras cosas... Cierto que la literatura es un trampantojo maravilloso. Me encanta eso de «el suplicio de antaño bien podría ser el placer presente» y es algo que deberíamos tener más en cuenta de lo que tenemos. Tuve buenos profesores de lengua en 1º de BUP y en COU. No así en Literatura española en 2º. Si alguna vez ese hombre sintió placer y ganas de compartir entusiasmo por la literatura probablemente ya no se acordara de ello, y dudo mucho que alguna vez sintiera placer o entusiasmo por enseñar. Yo era buena estudiante, pero es cierto que atendía, estudiaba y hacía deberes sin saber muy bien para qué. Cuánta sabiduría de nuestros compañeros Armijos se ha perdido en esas clases. Menos mal que está la buena literatura para hacerles justicia.
    Un abrazo

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    1. Gracias por tus palabras, Lorena ;)
      Creo que la definición de trampantojo encaja muy bien con la idea de literatura, como posibilidad de brindarnos otra realidad. Sí, a veces había profesores muy desganados, y te contagiaban su desgana, a todos nos ha ocurrido el estar como autómatas en clase con la sensación de no saber para qué estás ahí, son momentos de hastío mental que te hacen ver todo difuso.

      Es cierto, hay mucha sabiduría que se volatilizó como el humo de una fogata, se quedaron las ascuas y nadie las avivó, hasta que todo fue ceniza.
      Menos mal, sí, que nos queda la buena literatura, qué placer ;)
      Un abrazo.

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  6. Tengo mi adolescencia presente. No fue un camino de rosas, más bien fue un camino de fuego. Ahora, al otro lado de la barrera, es extraño haber sido pescado y ahora ser pescadero, pero eso sí: Delibes me gustó entonces y me siguió gustando después. Quizá porque "El camino" se cruzó en el mío.
    No es fácil transmitir el entusiasmo, porque tiene que haber un canal para ello y un chaval hastiado, seis horas inmóvil, haciendo algo que no quiere, no es público fácil.
    En fin, bonita reflexión. Espero que la literatura siga siendo un refugio para nuestros jóvenes, aunque cada vez es más difícil no por ellos, sino por exceso de oferta lúdica. Hace un par de semanas les hablé de una novela sobre los atentados de París en Bataclan, porque se me vino a la cabeza y una alumna me preguntó el título. El resto de los compañeros le empezaron a pinchar y ella se volvió airada: "joder, es que me interesa, ¿qué pasa?". Me quedé tan desconcertado por esa muestra de interés que le dije el título mal, jaja. Es lo que pasa, piensa uno que no deja huella y algo queda, siempre.
    Un abrazo.

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    1. Pienso que la adolescencia, etapa trascendental de nuestra vida, siempre está a la vista, no importa ir cumpliendo años, aquella etapa nos acompañará en nuestro camino, ya que mencionas El camino, magnífica novela.
      Supongo que tu tarea con los alumnos tiene sus sinsabores, y alguna recompensa, espero.
      Que gran anécdota, Gerardo, jaja, me has hecho reír... y ese desconcierto por una muestra de interés tan rotunda, pues es significativo de lo sorprendente que resulta encontrar a una joven, en este caso, curiosa por un libro, hoy que reinan los móviles con total autoridad sobre muchas actividades más intelectuales como la lectura.
      Un abrazo.

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  7. El rechazo a la lectura impuesta creo que es universal. Recuerdo odiar las clases de Historia Argentina durante el secundario; sin embargo, me volví fanático de ella diez años más tarde, en ocasión de un viaje que debí hacer al interior del país.
    Una anécdota: como docente, he compartido el aula con un profesor de Letras que dejaba pegada en cartelera una lista de cincuenta títulos de narrativa contemporánea -en su mayoría- y le pedía a nuestros alumnos que leyeran uno de ellos y lo resumieran. Tenían todo el ciclo lectivo para hacerlo. Cuando yo me quedaba leyendo la lista durante alguna de mis clases, no faltaba el perspicaz que se fijara en ello y me preguntara si había leído alguno/s. Yo afirmaba. Nunca me peguntaron cuál era el más interesante; sólo preguntaban cuál era EL MÁS BREVE!
    Gracias por recordarnos un buen período de nuestra vida. Magnífica entrada!
    Un fuerte abrazo, chaval!

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    1. Supongo que así es, Marcelo, poco libros se salvan cuando te los imponen a la fuerza. Afortunadamente luego suelen cambiar las tornas y muchos empezamos a descubrir, sin presiones, la gran literatura que se ha escrito en todas las épocas. Una ilustrativa anécdota la que cuentas, agradecido pues me gustan esas pequeñas-grandes historias personales.
      Muchas gracias a ti, querido Marcelo.
      Abrazos!!

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