P. Castillo

Safe Creative #1802170294390

domingo, 3 de marzo de 2019


La hija de la mujer de la limpieza (1912). James Stephens (Dublín, 1882 – Londres, 1950)

Ediciones del Viento, 2007. Traducción y notas de Susana Carral Martínez. 214 páginas. Narrativa.




Ser irlandés es asunto complicado.

Esta misma impresión ya la tuvo en su momento Freud:

“Los irlandeses son la única raza para quienes el psicoanálisis no funciona.”

Sin ir más lejos , todo se confabula para que seas católico, quieras o no, en un rincón de las Islas Británicas, dominadas por protestantes.

Has de tener bastantes tablas cantando, y además con aplomo suficiente mientras lo haces delante de los parroquianos en el pub.

Aún más. Tienes que mantener el buen tono cantante incluso con dos o tres pintas de cerveza en el cuerpo.

Más aún, después de cantar ya puedes sentarte, pero no a descansar, sino a tocar algunos de los instrumentos que todo irlandés, con más o menos solvencia, controla; un violín, un piano, una flauta, la gaita, el acordeón, la armónica…

Si no haces esas cosas y otras, más vale que te pires de allí, antes de consumirte observando desde cualquier ventanuco dublinés el empañado transcurrir del tiempo, y la solidez de la existencia erosionándose por la lluvia… situación a la que podrías sacar partido si eres escritor. Y ni con esas estás salvado.

¿Es que puede ser peor?

Sí.

Os preguntaréis que tiene que ver lo anterior con este libro.

Nada, exceptuando que el autor era irlandés.
Lo solucionaré con lo que se me vaya ocurriendo.

Sigo pues.

Imaginad ser irlandés, escritor, y pretender vivir de ello con cierta dignidad cuando has nacido a escasas manzanas, además casi a la vez, que un tipo llamado James Joyce. Y, para colmo, tu nombre es igual. Qué cosas…

Ante ustedes James Stephens.

Un escritor de enorme talento narrativo, cuyo primer llanto irrumpió al mundo compitiendo en estridencia con el de Joyce, y tal vez fuese la única vez que le gano en notoriedad, lo que al autor del Ulises, como buen amigo de Stephens, no le hubiese contrariado.

Dublineses ambos.

Ahí tenemos al bajito James Stephens junto a su  estimado James Joyce, y un amigo común ligeramente adelantado. Los tres paseando por París.





La hija de la mujer de la limpieza.



En Irlanda es uno de los títulos mejor considerados, obra muy apreciada por aquella tierra tan verde.

Hay varios aspectos a destacar en esta pequeña joya que os presento, todos la convierten en una experiencia lectora sumamente gratificante. Un James Stephens sublime en esta reconfortante narración, y al que ya conocía de otro título que tengo por casa; "La olla de oro".


Su amigo y colega, James Joyce, tenía plena confianza en el talento de J. Stephens, a raíz de lo que leemos ahí.



Podemos empezar por el maravilloso retrato que hace del Dublín más humilde, copada por los distritos obreros en  precariedad permanente.

Estamos a principios del siglo XX.

Una atmósfera que James Setephens conocía bien, se crió en los modestos suburbios del norte de Dublín.

Observamos a las madres de estas barriadas, siempre al borde de la locura, sobrepasadas por la enorme responsabilidad de atender a una ingente prole de 4, 5, 6 hijos… o los que vengan del cielo, cosas de acérrimos católicos. Lo que nunca cae del cielo es el dinero.




Los cabezas de familia no están mucho mejor, acuciados por la angustia de no saber si al día siguiente habrá un turno en la fábrica, y así asegurar un miserable jornal que jamás alcanza para alimentar a tantos retoños. Son padres y maridos en cuyo semblante se adivina el hastío por el mero existir… les salva ser irlandeses, gente bregada en las dificultades que no desperdician una oportunidad para reírse de sí mismos y echarse unos cánticos nostálgicos en el pub.

Creo que no hay mayor señal de sabiduría que esa, la risa franca y liberadora sobre tu propia suerte, sean o no conscientes los portadores de tal virtud.

De la mano de James Stephens invadiremos la intimidad de estos vetustos hogares, cuando no simples cuartuchos, como el que habitan las dos mujeres protagonistas, madre e hija.




Nos meteremos, literalmente (y nunca mejor dicho) hasta las cocinas, lugares escasos de lo esencial pero donde sobra la mugre. Comprobaremos las filigranas que hacen estas esposas y madres con unos míseros chelines para, una vez más, poner algún almuerzo sobre la mesa. Y superan el desafío cada día.

Aunque ojo, si hay algo que James Stephens quiere evitar a toda costa es ser melodramático, no busca regodearse en la pobreza, al contrario, propinará un impresionante corte de mangas al infortunio, como descubrirá finalmente el lector.

El gran acierto de la novela es un maravilloso sentido del humor que constituye la columna vertebral de la narración.
Y eso provoca que leer esta historia sea un acontecimiento delicioso.

Es por eso que J. Stephens asumirá el papel de narrador omnisciente en casi toda la novela, toma la distancia ideal para desplegar su magnífico humor a diestro y siniestro, donde le plazca, cualesquiera que sean las situaciones y personajes. Y especial relevancia cobra su voz hacia el final, con un cierre de la historia magistral.




La vis humorística que se saca de la manga J. Stephens, me hace pensar que estamos ante el genuino humor irlandés.

Y tiene bemoles que afirme esto, pues no tengo ni puñetera idea de cual es el genuino humor irlandés. Pero si existiera algo así, debe ser éste. O el que nos regala, si me permitís el singular paralelismo, una obra maestra del séptimo arte; “El hombre tranquilo”. 




Esa colosal película de John Ford haciendo honor a sus raíces irlandesas, con las actuaciones inolvidables de John Wayne, Maureen O´Hara y War Bond (el hermano de O´Hara en la película, y que se enzarza en esa pelea tabernaria con Wayne, hito cinematográfico, descansando para tomarse unas cervezas… y continuar bajo las apuestas de todo el pueblo, incluidos párrocos, policías, el comisario, el médico y su paciente moribundo y todo bicho viviente en kilómetros a la redonda). De las mejores escenas que ha dado nunca el cine.

Quien haya visto la película sabrá a que tipo de humor me refiero con el libro; jovial, revitalizante, sanador, luminoso… como decía un apasionado de este film, José Luis Garci: una de esas películas que te salvan el cuello cuando las cosas van mal. Pues igual que el libro.



La novela, a pesar del tono desenfadado y humorístico, tiene un trasfondo de melancolía, y ello te induce a leer la historia en un estado de serenidad extraño… que podría explicarlo así; la vida no es del todo seria, pero uno se toma muy en serio vivirla. Seguramente no he aclarado nada, pero ahí queda eso.

Otro aspecto a destacar; es una novela exigua en personajes, algo que en no pocas ocasiones agradecemos los lectores en aras de la fluidez narrativa. La señora Makebelieve y su hija, Mary, más un par de secundarios muy atractivos en su desarrollo, el policía que pretende a Mary, un mocetón impresionante (podría ser tipo John Waine) para una muchacha tan frágil e introvertida, y la señora Cafferty, vecina de la señora Makebelieve.

Cafferty, madre incombustible de seis hijos que siempre está al pie del cañón, y hecha una mano a su vecina, señora Makebelieve, cuando las cosas se tuercen, ya sea cuidándola si está enferma, o haciendo las tareas domésticas de su vecina, y eso sin desatender la propia y enorme labor que diariamente afronta ella  con su extensa prole.




La señora Cafferty me ha parecido un personaje encantador, de una personalidad arrolladora, de los que te enamoran por su determinación en mantenerse firme contra viento y marea. 

Y J Stephens transmite con brillantez esa complicidad silenciosa e inmediata que surge entre las mujeres de humilde condición, prestas a arrimar el hombro sin esperar el favor de vuelta. Camadería entre los pobres.

La historia gira en torno a Mary Makebelieve, adolescente cercana a la mayoría de edad, y su madre, la señora Makebelieve. Respecto a la figura del padre, se deduce que abandonó a la señora Makebelieve cuando estaba embarazada, o al poco de nacer Mary, el mutismo sobre él es total en la narración, casi ni se menciona.

Madre e hija viven en una barriada obrera, en donde el vecindario a penas subsiste con lo mínimo para ir tirando.
La señora Makebelieve trabaja por horas haciendo labores domésticas en algunas casas de las zonas residenciales.

Durante las mañanas, cuando Mary se queda sola, ordena las cuatro cosas que tienen en el cuarto, quita algo de mugre, y después sale a pasear por las avenidas y parques dublineses. Así lo quiere su madre, por nada del mundo permitiría, mientras sea posible, que su hija se despelleje las rodillas fregando suelos, ante la mirada soberbia de esas señoras “distinguidas”. La señora Makebelieve cada día lleva peor soportar esos aires de superioridad que se gastan las damas de buena posición.



He comentado la presencia de Dublín, ciudad tan presente y literaria en la obra de Joyce, el carácter urbano de la novela es evidente. Dublín se erige como la otra gran protagonista, al mismo nivel de importancia que las mujeres.

Huelga decir que estamos ante una novela donde las protagonistas indiscutibles son las féminas, y a través de sus avatares nos llega el ritmo vital de una Dublín con semblante de mujer.

Aplaudo que J. Stephens no quiera agobiar al lector con el lado más sombrío de la ciudad, esos barrios obreros ennegrecidos de hollín, de eso nada. También conoceremos, gracias a los paseos solitarios de Mary Makebelieve, el Dublín residencial, el de las animadas avenidas comerciales, cuyas tiendas de moda Mary conoce al dedillo, por no decir los emblemáticos parques de la ciudad, a los que Mary acude con la misma devoción que un feligrés a misa. 

Son todos escenarios reales, de hecho son tan reales que el parque St Stephen's Green, el que más le gusta a Mary, fue marco de una anécdota jugosa; la pelea en la que se enzarzaron James Joyce y otro parroquiano dublinés. Se cuenta que Joyce iba con una cogorza de cierta entidad, pues ya sabemos que el escritor no sabía decir no a un buen lingotazo de whisky, y claro, luego pasaba lo que pasaba… Es un episodio que podéis leer en la socorrida Wikipedia.



J. Stephens despliega su ingeniosa observación sobre cualquier elemento vivo o inerte. Valga este paseo de Mary por el parque St Stephen´s Green y las singulares impresiones que nos deja, ensimismada en la contemplación de la fauna doméstica; pequeños pajarillos, patos, peces, etc:

"(…) se levantaba, hacía la cama y limpiaba el cuarto, y ya salía a pasear por las calles o a sentarse en el parque de Saint Stephen´s Green. Conocía a todas las aves del parque, a las que tenían polluelos, a las que habían tenido polluelos y a las que nunca habían tenido polluelos  -estas últimas solían ser patos macho a los que la razón asistía en una abstinencia que de otro modo podría resultar admirable, pero que no merecían la lástima que Mary les prodigaba ante su infecundidad (…)

Le encantaba mirar a los patitos que nadaban detrás de sus madres (…). La mamá pato nadaba plácidamente junto a su nidada, y en voz baja cloqueaba todo tipo de advertencias, consejos y reproches a los pequeños.

A Mary le parecía que los patitos eran muy listos por ser capaces de nadar tan bien. Les tenía cariño y cuando nadie miraba, cloqueaba como su madre; pero no lo hacía muy a menudo porque no conocía bien el lenguaje de los patos y temía que su cloqueo significase algo malo, lo que llevaría a aconsejar mal a aquellos inocentes, o mandarles hacer lo contrario de lo que su madre les había ordenado.

El puente que cruzaba el gran lago era un lugar fascinante (…). En la sombra, nadaban cientos de anguilas que resultaban asombrosas: algunas eran como finas cintas y otras redondas y rellenas como sogas gruesas. Nunca se las veía luchar, y a pesar de que los patitos eran muy pequeños, las anguilas grandes no los tocaban, ni siquiera cuando se sumergían entre ellas.

Una parte de las anguilas nadaba muy lentamente, mirando a un lado y a otro como si no tuviesen trabajo o acabaran de llegar del campo, y otras pasaban zumbando a gran velocidad. Mary opinaba que estas últimas habían oído el llanto de sus crías; y se preguntaba, cuando un pececito lloraba, ¿podría su madre ver las lágrimas, con tanta agua alrededor?

A continuación (…) regresaba a almorzar a casa. Tomaba el camino de Grafton Street y O´Connell Street. Siempre seguía el lado derecho de las calles cuando iba a casa, y se detenía a mirar todos los escaparates (…); después, cuando ya había almorzado, salía de nuevo y caminaba por la acera izquierda, y así sabía a diario todas las novedades de la ciudad, y podía decirle a su madre por la noche que el vestido negro con encaje español ya no estaba en el escaparate de Manning (…).

Por la noche, su madre y ella iban a alguno de los teatros para ver entrar a la gente y observar los enormes carteles. Cuando llegaban a casa después, cenaban y solían intentar adivinar el argumento de las distintas obras (…), así que generalmente tenían mucho de que hablar antes de irse a la cama. Mary Makebelieve era quien solía hablar más por la noche, pero su madre hablaba más por la mañana."



El final de este libro es de los mejores que recuerdo haber leído nunca. Grandioso. Como decía Garci por ahí arriba: a veces hay algunas películas, libros, que te salvan el cuello.

La mujer de la limpieza nos salva el cuello a todos…

No sé como sería la pelea de Joyce en el parque St Stephen´s Green. Yo prefiero esta, seguro que el bueno de James Stephens hubiese apostado cinco contra uno, da igual a favor de quien…





16 comentarios:

  1. Ja, ja..., se te olvidó darle título a la entrada. Pero es igual porque lo importante es el título que traes hoy a tu blog. Es un título que no conocía y que ahora mismo anoto en mi listado de pendientes. Me parece un libro interesante.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Juan Carlos, pues me alegro de ponerte sobre la pista de este irlandés, porque es un autor realmente interesante, su sentido del humor es genial en esta novela de gentes humildes y obreras, que siempre tiran para adelante, sabedores de que no tienen nada que perder. Me encantaría saber tu opinión si te animas con el libro ;)
      Un abrazo

      Eliminar
  2. Mi gran asignatura pendiente en literatura es "Ulises" de james Joyce y me temo que lo será por mucho tiempo. Como ya comenté hace unos días, Vila-Matas y su "Dublinesca" casi me hicieron leerla, pero no hubo caso. Sé que lo volveré a intentar y espero, en una de esas, conseguirlo.
    Como compensación apunto esta novela que me atrae mucho. Mientras leía tu reseña, me acordaba de otra película de John Ford, aunque ambientada en Gales, "Qué verde era mi valle", basada en una novela de Richard Llewellyn que no he leído.
    Las novelas irlandesas y/o ambientadas en Irlanda, me suelen gustar. Hay algo en ese país que lo hace muy agradable de frecuentar literariamente hablando. En la realidad, solo he estado en Dublín. Una interesante ciudad.
    Lo dicho: apunto.
    Un beso.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tu asignatura pendiente con Ulises... es la misma asignatura pendiente que tenemos muchísimos lectores, y me pasa lo que a ti, de momento no es algo que me apetezca, prefiero anteponer muchos otros libros, sinceramente.
      Esta novela tiene varios puntos a favor, aunque el principal es ese tono desenfadado en medio de la precariedad, pero J. Stephens no cae en el flagelo, echa mano de un sentido del humor luminoso y reconfortante... el final es, uff, grandioso.
      Rosa, permíteme sugerirte también a otra escritora irlandesa, Jennifer Johnston y su novela "¿Cuánto falta para Babilonia?", es soberbia ;), creo que te gustaría mucho también. La lleve a mi blog en marzo del 2018.

      No conozco Dublín, es uno de mis viajes pendientes, espero hacerlo en un futuro no muy lejano. Irlanda tiene una nómina de escritores que quita el hipo!

      Apunta a James Stephens, no te defraudará esta novela.
      Beso

      Eliminar
    2. Apunto ambos autores: James Stephen y Jennifer Johnston.
      Muchas gracias.

      Eliminar
    3. Gracias a ti por la confianza depositada en mi criterio ;)

      Eliminar
  3. Es bien cierto que hay libros que aunque estén escritos en tono humorístico van mucho más allá que proporcionar una mera diversión. El humor es un gran recurso para plasmar la realidad y no siempre justamente valorado. Vengo pensando mucho en ello los últimos días pues justo he terminado un libro muy lúdico pero que cuenta una historia de personajes más bien patéticos pero que transmiten mucha ternura y tristeza.
    Desconocido para mí este autor que nos traes y tampoco leído su ilustre tocayo. El irlandés es un pueblo que me inspira simpatía, así que no le digo que no a este título.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  4. Tengo dos libros de Augusto Monterroso, cuyo humor es una verdadera genialidad, y además era uno de los escritores más cultos de Sudamérica, en mi mesilla de noche, con eso te digo todo, amiga Lorena.

    James Stephens también alza el humor a cotas muy elevadas, cada vez que he leído a escritores de Irlanda, la experiencia ha sido muy enriquecedora, no sé muy bien lo que tienen... pero me encantan!!

    Stephens no es muy conocido por aquí, aunque en su país fue muy admirado y leído. La novela resulta sorprendente en todos los sentidos, y el final creo que es de los mejores que recuerdo en cualquier libro. Muy recomendable, si duda.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Recuerdo una frase muy repetida en los pubs irlandeses: "¿Me puedes poner una Guinness?

    No sé por qué, pero me siento mucho más cercano de los irlandeses que de los ingleses.

    Sigo tomando nota de tus reseñas literarias. Gracias

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues me ocurre lo mismo, parece que esa "supuesta" debilidad frente a los ingleses los hacen merecedores de nuestro mayor aprecio. La literatura de los irlandeses bien merece nuestros elogios más entusiastas.
      Un abrazo, Luis Antonio.

      Eliminar
  6. Ay...qué bien me ha venido este viaje a Irlanda. No conocía ni al escritor ni el libro...pero sí a sus amigos; Joyce, Yeats,...
    Si para los hombres era duro ser irlandés,...para las mujeres que no solían tener tiempo para acudir al Pub y reírse de sí mismas,...imagino que sería aún más intenso. Aunque siempre hubiera una taza de té en el rescate de sus penurias...Recuerdo una película de Angelica Huston que es genial...Agnes Brown...trata de una mujer con muchos hijos que quiere cobrar la pensión del marido la misma mañana que éste ha muerto...es maravillosa...
    Con "The quiet man", tengo una relación de amor algo extraña. Tengo un cartel de la película en la cocina, pero creo que expresa muy bien el temperamento irlandés...Maureen y John están estupendos.
    En cuanto al libro que nos traes me atrae muchísimo,...el extracto que escoges por Stephen's Green es maravilloso...Recuerdo varios paseos en Otoño hace unas cuantas lunas, que me dieron la vida, mientras estaba en Dublín.
    Un placer leerte y pasear con el libro, los árboles, el cielo...una maravilla. Gracias.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. No conozco Irlanda, y es un viaje que me apetece mucho, no sé si podré realizarlo algún día, ojalá.
      Así es, María, si ya era duro para los hombres... para las mujeres tuvo que ser tremendo, ese periodo de miseria que asoló a Irlanda. Pero reírse de sí mismas, pues lo hacían, no lo dudes, aquellas mujeres no tendrían recursos, pero sí ingenio. Me suena mucho esa película de Angelica Huston, investigaré. Me apasiona "El hombre tranquilo", para mí es una suerte de reconstituyente, ves la película y todo parece algo mejor ;)
      El libro es una delicia, María, creo que se acopla como un guante a tus gustos lectores, sería estupendo que lo leyeras, y te recordará a Dublín, por supuesto.

      El placer es tenerte por aquí, amiga María. Gracias!

      Eliminar
  7. Desconocía al tal Stephens, error por mi parte, que por lo que cuentas no tiene mala pinta. Aunque que vaya ligado a Joyce, para mí, :) es más repulsa que atracción. No me cae bien el tipo ni sus obras ( de las que he leído varias no vayas a creer):) DE los irlandeses me quedo con una enorme lista que probablemente encabece FLann O´Brien.
    Gracias PAco
    Cuídate

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es que no es un autor conocido por aquí, y además la sombra de Joyce siempre fue muy larga, pero Stephens tiene un talento narrativo que te arrebata al instante, y eso mismo pensaba su amigo Joyce, el autor de Ulises admiraba la pluma de Stephens.

      Flann O´Brien es otro de esos autores que tengo en el horizonte, me apetece mucho.
      Gracias a ti, Wineruda. Cuídate amigo ;)

      Eliminar
  8. Otro autor y obra que has rescatado del olvido, Paco. Vas camino a convertirte en leyenda!
    Yo sí he leído el 'Ulises' -sobrevalorado, a mi parecer- y tengo algo de Flann O'Brien. Éste que nos traes parece interesante.
    Casualmente pensaba en Llewellyn y 'Qué verde era mi valle' cuando vi tu peli de John Wayne.
    Buena combinación has efectuado.
    Gracias por la reseña -y las fotos!-
    Un gran abrazo, chaval!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Creo que la leyenda eres tú... haber leído el "Ulises joyciano", wow, eso sí que es un hito legendario, habida cuenta de los ilustres escritores que abandonaron su lectura ;)

      Flann O'Brien también lo tengo pendiente. J Stephens con esta novela me pareció magistral, harás bien en apuntarlo.
      Abrazo campeón!!

      Eliminar