Editorial Luis Vives, 1990. 171 páginas.
En estos
días abrasadores, en los que hasta el sueño parece cocerse a fuego lento, y
salir durante las horas del día es como vagar desorientado entre espejismos
saharianos, un deseo sobresale en mi cabeza, escapar de aquí.
Como
ahora no puedo subir a un avión y plantarme en Reykjavík, me decido por otra
posibilidad de huida, la que me ofrece, en un abrir y cerrar de páginas, la
lectura de un buen libro.
Dicho y
hecho, curioseo por mi biblioteca y en las estanterías inferiores hay un
librito cuyo título es toda una invitación a viajar, nada más y nada menos que
al Amazonas, un nombre que evoca en mi memoria intensas experiencias ya vividas.
No deja
de ser chocante que, huyendo de este aire infernal, busque refugio en la
Amazonía, cuyo denso ambiente es igual o más insoportable que el de aquí, y sé
de lo que hablo, pero esa ya es otra historia.
El autor
de esta crónica viajera es Luis Pancorbo. Uno de esos tipos que me resultan
entrañables, será por su indumentaria de explorador con la que suele aparecer,
a lo David Livingstone, un tanto decimonónica, pero sin la cual me cuesta
imaginar esa figura algo oronda, y su inseparable pipa que añade al semblante
bonachón un aire de científico y erudito de la Inglaterra victoriana .
Es un
comunicador que irradia carisma porque es un apasionado de lo que hace.
Pertenece a esa clase de divulgadores, ya casi extinta, que supieron contagiar
su pasión por la antropología e historia, la naturaleza y los grandes viajes a
una generación de españoles cuya única ventana al mundo eran ellos asomándose a
los televisores, no pocos aún en blanco y negro.
Ahí
aparecen las figuras de Félix Rodríguez de la Fuente, Miguel de la Cuadra
Salcedo, César Pérez de Tudela y el propio Pancorbo, seguro que alguno me
dejaré en el tintero.
Pancorbo
es doctor en ciencias de la información, fue corresponsal de RTVE en Italia y
Suecia, pero su faceta más conocida es la de periodista especializado en
antropología, lo que le llevo a crear la legendaria serie de documentales
“Otros pueblos”, de la cual siempre fui un entusiasta seguidor, consiguiendo
transmitirme, con esa sencillez no exenta de rigor, el entusiasmo por conocer
algunas de las culturas y pueblos más remotos del planeta, especialmente
recuerdo sus reportajes sobre Laponia y las Estepas Siberianas, por ser lugares
llenos de misterio y fascinación desde los tiempos más tempranos de mi juventud.
El
periodista nos cuenta su periplo vital hasta llegar a los poblados yanomami de
Brasil y Venezuela, después de dos intentos infructuosos por diversos motivos.
A la
tercera va la vencida, tras haber empleado varios años para acometer con éxito
su tercer intento, por fin logra su ansiado sueño. Es un relato en el que se
mezcla un fino sentido del humor, pues obviamente se dan situaciones hilarantes
entre dos formas de estar en el mundo casi opuestas, y, por otra parte, una
llamada de atención ante el colosal destrozo, ya en aquellos años, que se le
estaba causando a la Amazonía y a los yanomamis, además de otras etnias.
Es, en
suma, un recorrido humano y geográfico por la enigmática e inmensa selva
amazónica.
Pacorbo
nos habla de uno de sus guías:
“Clarí,
encargado de manejar el fuera borda, me impresionaba. Tenía un rostro
impasible, como si él mismo fuera uno de los petroglifos que abundan en tierra
yanomami. Clavaba sus ojos en la corriente, pero si, por un causal, yo le
miraba, invariablemente le encontraba sonriéndome. Décimas de segundo después
volvía a transformarse en una máscara pétrea y sombría.”
Pancorbo,
con ese rostro afable que decía y su voz conciliadora, nos invita mediante su
relato a una profunda reflexión, mientras nos descubre la vida sin artificios
de los yanomami, me voy percatando de todas esas cosas auténticas y sencillas
que nuestro frenético, y a veces inhumano, estilo de vida ha ido marginando con
una lamentable indiferencia.
Conversación
entre Pancorbo y Brujito, (tal es el mote que el equipo de filmación puso a un
joven y alegre yanomami) :
"(…)
Brujito, señalándome con el dedo índice la luna llena, me preguntó:
¿Tú has ido allí?
¿Tú has ido allí?
Casi
estuve por decirle que sí. El me habría creído. Brujito sabía que los aviones
que aterrizaban en la Misión del Ocamo venían volando desde muy lejos, desde
fuera de su mundo. (…)
Pero
como aún no he estado en la luna, no quise mentirle.
- Yo no. Otros
hombres han estado.
Valero (otro guía local de Pancorbo, medio
yanomami), estaba escuchando la conversación. Tendido en su hamaca fumaba un
pitillo. Le habló un rato a Brujito en yanomami. El chico le escuchaba con un
silencio total, parecía fascinado. Debió de hacerle a Valero una pregunta para
mí.
- Te pregunta
como es la luna.
Lo pensé
unos segundos antes de responder (…)
- La luna es
fría, muy fría. Allí hay que llevarse una hoguera.
Brujito
sintió un escalofrío. Él sabía, en plena selva, lo que era la sensación térmica
de la frialdad, (en las
noches lluviosas la temperatura refresca bastante).
Con un
gesto decidido, pero sin bajarse de la hamaca, se agachó de medio cuerpo hasta
la hoguera, y se puso a soplarla con fuerza, hasta sacar llamas del rescoldo.
Luego, se cruzó los brazos sobre el pecho, y se acurrucó. Ya no podía hablar
más, ni le apetecía. Tenía sueño y yo supuse que quería soñar despierto, aún un
rato, imaginando como se sube hasta la luna en una avioneta y como se las
ingeniaría para llevar arriba unas ramas secas y sus palitos de frotar. Para
encender enseguida un fuego y no morir. Entre bostezos musitó algo. Le pregunté
a Valero que había dicho Brujito.
- No
quiere ir a la luna. "
Simplemente fascinante. Me lo apunto para otro momento porque con esta ola de calor prefiero el Norte o el Cono Sur invernal.
ResponderEliminarsaludos
Hola Agnieszka. Pues sí, fascinación, sobre todo al comprobar que un pueblo como el yanomami, sea totalmente feliz partiendo de un planteamiento vital opuesto al nuestro. En su vocabulario existen varias palabras para nombrar los matices del verde amazónico (igual que ocurre con los inuit y la nieve), pero no tienen ninguna palabra que se refiera a "progreso". Si supieran que eso a lo que llamamos "progreso" se basa, en buena parte, en la tecnología... tener dos coches, tres televisores, tres smartphones o, entre otras, mandar expediciones a la luna, "Brujito", el chico yanomami que conversa con Pancorbo, ya dejó claro su parecer; "yo no quiero ir a la luna".
EliminarCreo que esa respuesta refleja bien la filosofía de vida que tenían. Gracias y encantando de tenerte por aquí. Un abrazo.
Justo pensaba "Amazonas, qué calor", pero en el fondo lo que nos traes es tremendamente refrescante. Pancorbo, y la gente que mencionas (Félix Rodríguez de la Fuente, Miguel de la Cuadra Salcedo, César Pérez de Tudela ...) no sólo eran aventureros, sino también grandes comunicadores que compartieron aventuras y nos mostraron otros mundos que también están en este y que conocerlos nos hace recordar dónde está la esencia de la vida, que no suele estar en lo que nos rodea en esta sociedad tan "civilizada".
ResponderEliminarLa conversación entre Pancorbo y Brujito es para enmarcar. Maravillosa, me la llevo apuntada.
Un abrazo, amigo
Hola Ana. Sí, han sido, y algunos siguen siendo, grandes comunicadores porque amaban profundamente su profesión. Me consta que la esencia de la vida reside en cada uno de nosotros, en la relación de uno con todo lo demás, sin embargo muchos la han soterrado con tantos "accesorios civilizados" que han terminado por olvidarla, la esencia, y eso es una derrota, si a alguien le basta contemplar las montañas a través del ordenador, en vez de estar ahí... es una derrota. Brujito lo explicó mejor que nadie. Cuídate amiga.
EliminarUna excelente elección para "escapar" a otros espacios (aunque sean también calurosos) de la realidad y de la imaginación. Esa es la inmensa riqueza que tenemos quienes leemos, poder ensoñar lugares, personajes, mundos... lo de menos es si existen o son ficción siempre que sean creíbles para nosotros.
ResponderEliminarMuy de acuerdo con esa labor de divulgación que, a veces, se considera menor y que es tan importante para hacernos llegar conocimientos sin ser especialistas.
El último fragmento es sencillamente genial, ¡¡qué buena decisión la de Brujito!!
Un abrazo!!
Hola Laura. Así es, un libro construye puentes hacia otros mundos, soñados o reales, que te permiten escapar hacia allá, y cuando regresas traes de vuelta una nueva experiencia de ti misma, extraída con las palabras de otro, o de otra. Hay una íntima conexión en la palabras que casi siempre se nos escapa.
EliminarSupongo que Brujito, en el fondo, prefiere contemplar la luna llena desde su hamaca, y dejar que le venza el sueño admirando su belleza. Un abrazo amiga.