In
memoriam, Luis Sepúlveda.
Solo he
leído un libro de Luis Sepúlveda, pero fue suficiente para que la
escritura de este gran narrador me llegase hondo.
Sabía que
llevaba ingresado un mes y pico en un hospital de Oviedo, ciudad en la que residía,
era uno de esos pacientes graves por el coronavirus.
Este jueves
de cielos furiosos y tormenta amenazante, el coronavirus se lo ha llevado, tenía
71 años. Un fallecido más en esta devastadora pandemia, un momento histórico en
el mundo que se está escribiendo en mayúsculas, porque supondrá un antes y un después, y que desgraciadamente nos
ha tocado vivir, aunque nos cueste creerlo, y que dentro de
cien años, si aún continúa en pie la Humanidad, lo estudiarán las generaciones
futuras, como hemos hecho nosotros con el crack del 29.
Con la
esperanza de alentaros a leer un libro rebosante de humanidad, os dejo la
entrada que publiqué hace dos años, y revivir de algún modo al magnífico
escrtitor que fue Luis Sepúlveda.
Patagonia Express. Luis Sepúlveda (Chile, 1949)
Editorial Tusquets, sexta edición, 1997, "Colección Andanzas". 178 páginas.
11 de mayo de 2018.
Patagonia es una
palabra talismán para mí. Todo allí es grandioso y desafiante… la soledad, las
montañas, la pampa, la belleza, el silencio.
Con esta excelente
narración de Luis Sepúlveda, seguiremos sus pasos en un periplo geográfico que
lleva al escritor por diferentes escenarios, recalando al fin, tras un largo exilio político por
Europa, en la Patagonia chileno-argentina y la Tierra del Fuego. Desde allí volverá a
salir con destino hacia sus raíces familiares.
El
título toma nombre de una línea ferroviaria patagónica, ya en desuso, que unía varias localidades. Tren en el que Sepúlveda llegó a viajar, narrando su salida
de Puerto Natales:
“De
allí sale el más austral de los ferrocarriles, el verdadero Patagonia Express
(…) llega hasta Río Gallegos, en la costa atlántica.
El
convoy, integrado por dos vagones de pasajeros y otros dos de carga, es
arrastrado por una vieja locomotora de carbón (…).
En un
extremo hay una estufa de leña que los mismos pasajeros han de ir alimentando
(…)
No son
muchos los pasajeros que me acompañan. Apenas un par de peones de estancia (…)
y un pastor protestante empeñado en repasar los evangelios con la nariz metida
entre las páginas. El hombre va doblado en dos y siento deseos de ofrecerle mis
lentes. (…)
Una
capa de nieve cubre los pastizales, y la pampa, siempre salpicada de marrón y
verde, cobra una tonalidad espectral. Así, el Patagonia Express avanza por un
paisaje blanco y monótono que adormece al pastor. La Biblia cae de sus manos y
se cierra. Parece un ladrillo negro”
Es la historia real de
un emotivo reencuentro, no solo con sus orígenes, sino con la vida. Lo cuenta
con una prosa intimista, cercana, que atrapa ya en la primera página y nos va
encandilando hasta el precioso final.
Así que, como sucede
con todo gran escritor, en paralelo al trayecto físico se va deslizando otro
que converge hacia su interior, directo al viejo arcón rebosante de recuerdos
e imágenes que custodia la memoria.
Todo se inicia en el
único territorio que uno siente plenamente suyo, el de la niñez, cuando
percibes que tu vida te pertenece en exclusiva, ignorante de la amenaza de
temibles enfermedades, cuando tu existencia no está hipotecada por los bancos,
cuando tu bienestar y equilibrio mental no pende, pues, de las innumerables
responsabilidades que se adhieren, cual rémora, a los adultos.
Luis Sepúlveda parte
de su mocedad, fraguada con las ideas libertarias y anarquistas del abuelo, emigrante
español, determinando la filiación comunista del que empezaba a ser un joven
escritor en ciernes.
Ideas que lo llevarían
directo al presidio en la etapa de Pinochet, con una dictadura que sumió a
Chile en una larga y siniestra oscuridad.
Magníficas son las
líneas que arrancan de estas vivencias carcelarias, de la solidaridad entre los
presos políticos, cuando los numerosos catedráticos y profesores, también
encarcelados, reunían a grupos de presos para instruirles en las más diversas
materias.
“Lo peor de todo no era el encierro en sí mismo, pues dentro la vida proseguía, y a veces más interesante que fuera. Los «prigué» -prisioneros de guerra- de mayor preparación- y ahí estaba todo el cuerpo docente de las universidades del sur- formaron varias academias, y así muchos de los prigué aprendimos idiomas, matemáticas, física cuántica, historia universal, historia del arte, historia de la filosofía.
Un profesor de apellido
Iriarte impartió durante dos semanas un magnífico seminario sobre Keynes y el
razonamiento político de los economistas contemporáneos, al que asistieron,
además de un centenar de presos, varios oficiales del ejército. Andrés Müller, periodista
y escritor, disertó sobre los errores tácticos de los comuneros de París ante
la estupefacción de la soldadesca que custodiaba el taller de calzado,
bautizado por nosotros como Gran Salón del Ateneo de Temuco. Otro ilustre
prigué, Genaro Avendaño –lo «desaparecieron» en 1979-, emocionó a presos y
militares con una dramatización del discurso de Unamuno en Salamanca.” (p.24)
De tal modo que muchos
tuvieron una estancia más culta en prisión que fuera de ella… y les hacía algo
más llevadero el encierro, pues no hay barrotes suficientes para recluir al
conocimiento. Al menos fue su balón de oxígeno en esa atmósfera irrespirable,
una tabla de salvación a pesar de las torturas frecuentes.
Pero la libertad fuera
del presidio es todo, incluso la libertad de rehusar la cultura.
Luis
Sepúlveda lograría la ansiada libertad gracias a la gestión de Amnistía
Internacional.
De
este peregrinaje desde la infancia hasta la vida adulta resulta una mezcla de
escenarios geográficos y paisanaje humano que se cruza en el camino, sencillamente
fascinante.
La
galería de mujeres y hombres que se significan como hitos en la senda vital del autor, tiene algo de la visión surrealista que refleja el paisaje
patagónico, donde la belleza y la desolación son dos extremos que se tocan.
Las
descripciones de lugares, poblados y ciudades confinadas en la inmensidad
austral, con nombres tan sugerentes como el pueblo argentino de El Turbio, la
ciudad de Río Mayo, Río Gallegos, Chiloé, El Zurdo, etc, roza lo poético, también su
deambular por otras partes de Sudamérica:
“Tenía
tiempo, todo el tiempo del mundo, así que decidí embarcarme en Panamá. Entre
Santos y el canal mediaban unos cuatro mil kilómetros por tierra y eso es una
bicoca para un tipo con ganas de hacer camino.
Trepado
a veces en autobuses destartalados, en camiones y ferrocarriles lentos y
desganados pasé a Asunción, la ciudad de la tristeza transparente, eternamente
barrida por el viento de desolación que se arrastra desde el Chaco.”
Leyendo
los pasajes de La Patagonia percibimos “ese algo”, de “cosa extraña” que desprenden aquellos
parajes alejados de todos y de todo.
Es
fácil deducir que Luis Sepúlveda vive situaciones hilarantes en su periplo
viajero, especialmente en tierras patagonas, el sentido del humor derivado de
anécdotas por aquí y por allá es delicioso.
Valga
esta experiencia del escritor al tener que tomar un vuelo de avioneta a cierto
destino, esta vez amazónico:
“Allí
estaba la avioneta. Un viejo y descolorido Cessna de cuatro plazas. Miré los
más que notorios remiendos del fuselaje y jamás antes sentí tan cerca la fuerza
del arrepentimiento, (…)
La
avioneta empezó a corretear por el lodo y, al echar una mirada al panel de
instrumentos sentí deseos de saltar. Nunca antes había visto un panel tan
humilde. Entre vario agujeros vacíos y restos de cables que alguna vez fueron
sin duda instrumentos de navegación, se veía oscilar la aguja del altímetro y
la del tanque del combustible. El «horizonte» o indicador de estabilidad, que
debe ir paralelo a la tierra, estaba casi
vertical.
-Oiga…,
el horizonte no funciona –comenté ocultando el pánico.
-No
importa. El cielo está arriba y el suelo abajo. Lo demás son pendejadas –concluyó el piloto Palacios."
Y me
ha ocurrido algo bastante curioso, pues al escoger la lectura de este libro con
un título tan sugerente, “Patagonia Express”, todo el tiempo me iba acordando
de otro magnífico libro que leí hace cuatro o cinco años, “En la Patagonia”
inolvidable obra de Bruce Chatwin… sin
saber que unas páginas más adelante me daría de bruces con él.
Luis
Sepúlveda narra, vaya casualidad, su encuentro con Bruce Chatwin en el Café
Zurich de Barcelona. Los dos escritores se reúnen allí. Al calor de las
palabras y, aún más, del coñac, conversan de lo humano y lo divino, de la
literatura y de la Patagonia, claro está.
Acabarán
con una borrachera monumental… tal vez por esto, B. Chatwin regalaría a Sepúlveda
una preciada Moleskine de coleccionista, que habría ya de acompañar al chileno.
Uno se
imagina a ambos escritores, tras apurar las copas, como a dos compadres que se
alejan del bar tambaleándose, abrazados por el hombro… y ancha es Castilla.
Puede
también que la cogorza estuviera detrás del entusiasta plan de un viaje
conjunto a la Patagonia, aunque Sepúlveda ya la conociera y, para rizar el rizo,
de escribir mano a mano las andanzas de dos ilustres gringos que acabaron sus
días parapetados en las soledades de “el fin del mundo”, nada más y nada menos
que los forajidos del Oeste, Butch Cassidy y Sundance Kid, a quienes pretendían
seguir el rastro.
Chatwin
se adelantó, llegó antes a la Patagonia.
Luis
Sepúlveda tendría que esperar varios años hasta ser admitido de nuevo en Chile
por el gobierno. Pero llegar… llegó.
Voy
concluyendo mi incursión en este viaje verdadero y fascinante a través de
océanos, países y soledades remotas, cuya última parada tiene lugar en un
pueblecito de casas blanquísimas engalanadas con geranios…
Martos,
perdido entre los mares de olivos que inundan Andalucía.
De ahí
salió un joven campesino con sus ideas ácratas y libertarias, rumbo a las
américas.
No podía sospechar que muchos años después su nieto, Luis Sepúlveda, en un soleado mediodía de julio, atravesaría el umbral de esa casa inmaculada, ocultada también por la soledad
de la sierra jienense y, sobre todo, por la ausencia de unos hijos que jamás
volvería a ver.
Lo que son las cosas; dos veces en poco tiempo sale Bruce Chatwin en algo que leo. En "Lampedusa", la autora recuerda recorrer Siberia e un tren leyendo "Los trazos de la canción" de Bruce Chatwin. Tú encuentras otra coincidencia entre tu recuerdo y la evocación de Luis Sepúlveda. Esas cosas pasan y yo no tengo muy claro por qué pasan.
ResponderEliminarDe Sepúlveda solo he leído dos novelas: "El viejo que leía novelas de amor" que la he leído dos veces a pesar de que no me entusiasma y "La sombra de lo que fuimos" que me dejó enamorada. No creo que vuelva a leer nada del autor que me guste como esta novela. Creo que es por eso por lo que no me animo a leerlo más. Es una bobada, pero creo que es por eso.
Un beso.
Uyy, Rosa, eso de las extrañas coincidencias con los libros da para un debate jugoso, yo he vivido alguna digna de "Cuarto Milenio", jaja.
EliminarNo es ninguna bobada que quieras conservar intactas las gratas sensaciones de un autor con su libro, decidiendo no retornar... por si las moscas, lo entiendo perfectamente.
Por mi parte apunto ese título de Sepúlveda que tanto te gustó, es lo bueno de los blogs, siempre surge una lectura atractiva, gracias, Rosa ;)
Un beso.
Hola Paco.
ResponderEliminarAllá por la provincia de Río Negro, en las cercanías de la ciudad de Neuquen y la provincia de Neuquen, está Cipolletti; lugar que creo conocer algo, al menos una parte de ella, la parte que yo quiero, que es donde vive un buen amigo mío. Y digo que conozco a pesar de no haber estado allí, porque son las palabras las que cuentan las vidas de la gente, y los paisajes y las penas, y las aguerridas furias de habitantes y de mi amigo en concreto, de esas que no se domestican ni con 70 años. Y conozco los paisajes inmensos, y las ruinas de esos paisajes vendidos a especuladores y ricos extranjeros dueños de las tierras que no deben ser alambradas. Y puede que el mundo se acabe y que no llegue nadie a dominar aquellas tierras , y eso es lo que espero, Pero como cuenta este libro, o así lo entiendo, los paisajes bellos de Patagonia o de cualquier otro sitio, son efímeros, apenas un segundo de visión maravillada, lo importante son las gentes que las pueblan, las que merecen la pena, no todas ellas pero sí ellas. Sí, Sepúlveda, y mi amigo y las gentes que platican en los bares resumiendo el mundo en palabras y frases y miradas despiertas y niños y mujeres y hombres, todos de cuellos subidos por el frío del invierno, esos son los importantes. Aunque los paisajes se quedan y las gentes se van, quedará paras simpre el abuelo de Sepúlveda, quedará en las letras de o en los ojos de su nieto como quedan Neruda, Haroldo Conti, Avendaño, Walsh, Urondo, Jara, ..Pintados, no desaparecidos, en los libros y en las figuras de sus textos, Sí , se quedan los paisajes, las tierras las rocas, pero también la gente que quisimos por sus letras.
Cuidaos,
Gracias paco
Es curioso, amigo Wineruda, mientras tú me estabas escribiendo esto en mi blog, yo estaba escribiéndote otra cosa en el tuyo, sin saber cuales serían tus palabras y, claro, sin saber tú cuales serían las mías. Da igual, las palabras de quienes miran a las gentes más allá de los paisajes... son palabras que siempre se encuentran, unas a otras.
EliminarLo que permanece en el libro de Sepúlveda son los hombres y mujeres que habitan esas soledades, el mate compartido, las conversaciones vertidas al calor de la estufa, las miradas que se cruzan un instante en un viejo tren que hace más amable la violencia hermosa del paisaje, o la dignidad que no se pierde entre las rejas del presidio.
Las gentes se van... pero quedan los libros para recordarlas, como bien dices, fíjate lo que significa abrir un libro, Wineruda, y empezar a leer...
Saluda de mi parte a tu amigo de las soledades patagónicas, un saludo puede llenar el vacío enorme que habita junto a uno.
Cuídate. Gracias a ti.
Me gustan estos viajes de manos de las letras y es que eso es lo que también provocan los libros, te llevan de la mano hacía parajes espléndidos entre lo que se narra, lo que se imagina y lo que siente. Uy la lectura viajera igual que tus libros que se pasean y nos pasean.
ResponderEliminarTengo que reconocerte que he soltado una carcajada con la anécdota de la avioneta y la respuesta que le dieron pero desde luego es muy cierto, me encantó la sencillez del piloto Palacios.
No importa. El cielo está arriba y el suelo abajo. Lo demás son pendejadas , pues sí a veces hay demasiadas pendejadas.
Besos
Hola, Conxita.
EliminarEn mis años más jóvenes era bastante trotamundos, de los de mochila al hombro y perderme por ahí lejos, ahora también viajo pero ya en otro plan, pues voy con la familia.
Tal vez ese espíritu aventurero me haga disfrutar tanto de este tipo de libros, siempre y cuando estén bien escritos, como es el caso de L. Sepúlveda. Cuando salgo de España regreso con algún libro y autor@ del país donde estuve. Esa anécdota del piloto es genial, jaja.
Muchas gracias por tu tiempo y tus palabras, Conxita.
Besos!
Qué maravillosas las conexiones literarias y más aún las coincidencias. Eso de que un libro te haga recordar otro y que, páginas después, te encuentres en el primero al autor del segundo.
ResponderEliminarMe fascina la combinación de viaje geográfico y viaje vital. De Sepúlveda no he leído nada (ay, cuántas lagunas tengo). Tal vez este libro sea una buena opción para ponerle remedio.
Un abrazo
Así es, Lorena, eso de las extrañas conexiones literarios siempre me ha intrigado mucho... es que suceden cosas muy singulares!!
EliminarMe parece buena idea escoger este título si decides empezar con L. Sepúlveda, la prosa es magnífica, hay un sinfín de pasajes con experiencias muy peculiares... imagínate con tal periplo.
Un abrazo y gracias.
Interesante libro para los amigos de viajar y conocer el mundo. Yo presumo de haber viajado mucho por cuatro continentes y realmente ha valido la pena. Ahora he bajado el ritmo.
EliminarUn abrazo, Paco
Es un libro emotivo e intenso, por lo que tiene de reencuentro con uno mismo y sus raíces. Los paisajes patagónicos son muy sugerentes. También fui gran viajero, hoy ya no tanto, pero aún viajo.
ResponderEliminarUn abrazo, Luis Antonio
No he leído nada de Sepúlveda, pero parece que éste hará el debut. He recorrido esas tierras que citan tú y Wineruda; he compartido mates con la gente y fogones en medio de la nada -literal- donde te asabas al calor del fuego -por delante- mientras tu espalda se mantenía congelada en las noches frías. La Patagonia es un lugar desértico, dominado por los vientos y la aridez. He paseado en el tren 'La Trochita' y llegado hasta nuestro Finisterre: la Bahía Lapataia, en Ushuaia, Tierra del Fuego.
ResponderEliminarLo que narra Sepúlveda debe ser solo una parte pequeña. Lo bueno sería que la conozcas en vivo. Es una buena experiencia.
Queda debidamente apuntado. Gracias por traernos material que abreva en recuerdos.
Un gran abrazo, pibe!
Para mí, la Patagonia evoca algo mítico e indómito en mi mente... uff, no imaginas la envidia que te tengo en estos momentos, Marcelo!! Jeje ;)
ResponderEliminarPasear en La Trochita, mientras tu mirada se desliza por esas soledades, remotos y bellos escenarios, escasamente habitados por gauchos y gentes rudas... wow, de esas experiencias que acompañan a uno hasta el final.
Disfrutarás mucho este libro, escrito con enorme sensibilidad, lirismo y siempre con un tono humano y cercano al lector.
Un gran abrazo!!