P. Castillo

Safe Creative #1802170294390

sábado, 24 de febrero de 2018


El arma en el hombre. Horacio Castellanos Moya (1957, Tegucigalpa, Honduras)

Tusquets, 1ª edición 2001. Narrativa, 132 pp.


«Yo vivo una realidad grosera, yo vivo una realidad cruda, fea, donde el crimen es el rey de los valores, donde las peores características del ser humano rigen esa sociedad. […] Busco un estilo que exprese esa realidad. Entonces no puedo tener un estilo gongoriano, digamos, o un estilo barroco, para un par de tiros en la cabeza; es decir, un par de tiros en la cabeza es BUM, BUM, BUM y ya»

Extracto de una charla pronunciada por el escritor centroamericano Horacio Castellanos Moya.



Horacio Castellanos Moya podría pertenecer a ese difuso club de los  escritores de culto, si consideramos algunas premisas que cumple, supongo que a su pesar.

A saber; tener un enorme talento proporcional a la marginalidad en la que se encuentra su obra. Por tanto, ser de la rara especie de autores que han sido encumbrados, no por el gran público lector, para el que es poco más que una sombra, sino por sus propios colegas escritores que han auspiciado el enorme talento de este salvadoreño. Por ejemplo Roberto Bolaño, que definía a H. Castellanos así:

"Un melancólico que escribe como si viviera en el fondo de alguno de los muchos volcanes de su país"

Afortunadamente, sobre todo para él, no cumple otro requisito que suele tener gran peso; estar criando malvas, lo que parece dar bastante caché dentro del club.

En realidad comienzo así para decir que no tenía ni idea de su existencia hasta hace cinco o seis meses.

Y por eso llegué a esta obra de una forma laberíntica, que es como me gusta llegar a muchos libros.
Era el que tenía que acabar en mis manos a pesar de buscar otro muy distinto. Como refería, más o menos, el gran Vila-Matas:

“El mejor libro es el que está al lado del que buscabas”.

Curioseaba algo sobre literatura latinoamericana, cosas por aquí y por allá. No sé cómo, pero me topé con una entrevista  al escritor y periodista colombiano Santiago Gamboa Samper, de quien sabía por su labor periodística.

Ahí Samper revela haber leído, no una, ni dos… sino tres veces “El arma en el hombre”, de un tal Horacio Castellanos Moya, oriundo de Tegucigalpa, Honduras, aunque criado en el Salvador, y por tanto protagonista en primera persona de la brutal guerrilla salvadoreña.

¡Joder! Musito, si Samper ha leído tanto la novela de ese tío… como mínimo tengo que indagar sobre él. De nuevo tomo un derrotero incierto, a ver que me encuentro.

Veo que Tusquets ha publicado trabajos suyos.

Horacio Castellanos Moya… quien dice no ver series televisivas ni nada por el estilo, ya que en su casa no hay televisión desde hace la tira de años, ni estar en las consabidas redes sociales.

Y en cuanto al libro me entero que va de un despiadado sicario. Materia prima que, viniendo de donde viene Castellanos Moya, debe de conocer bien.




Este asesino es el narrador, y de su mano vamos a transitar por lo más escabroso de nuestra condición… eso impone, y mucho:

«Los del pelotón me decían Robocop. Pertenecí al batallón Acahuapa, a la tropa de asalto, pero cuando la guerra terminó, me desmovilizaron. Entoncés quedé en el aire: mis únicas pertenencias eran dos fusiles AK-47, un M-16, una docena de cargadores, ocho granadas fragmentarias, mi pistola nueve milímetros y un cheque equivalente a mi salario de tres meses, que me entregaron como indemnización. (…)

Pero a la hora de la desmovilización, cuando nuestros jefes y los terroristas se pusieron de acuerdo, me tiraron a la calle. (…)
Nosotros éramos el cuerpo de élite, los más temibles, quienes habíamos detenido y hecho retroceder a los terroristas donde quiera que los enfrentábamos. (…)

Tuve ventajas. No soy un campesino bruto, como la mayoría de la tropa: nací en Ilopango, un barrio pobre, pero en la capital. (…)
Participé en las principales batallas contra las unidades mejor adiestradas de los terroristas; en las operaciones más delicadas, aquellas que implicaban penetrar hasta la profundidad de la retaguardia enemiga. Nunca fui capturado ni resulté herido. Muchos de los hombres bajo mi mando murieron, pero eso forma parte de la guerra.

NO CONTARÉ MIS AVENTURAS EN COMBATE, NADA MÁS QUIERO DEJAR CLARO QUE NO SOY UN DESMOVILIZADO CUALQUIERA.»

No, desde luego que no lo es.

Un tipo que asume su “oficio” con la misma rutina y sensación de normalidad que el vecino anodino, cuando se levanta, se asea y sale de casa hacia un trabajo cualquiera, y se toma un café en el bar de la esquina antes de la jornada, charlando de trivialidades con el camarero.

Ese trasunto de normalidad para quien sale de casa a matar personas, previo pago,  me deja impactado.

Decía que H. Castellanos provenía de un entorno en donde el asesinato y la violencia atroz son un paisaje cotidiano. No podía embellecer la realidad buscando un lenguaje inexistente en ese mundo. Es un escenario construido sobre la brutalidad humana y las palabras lo dan forma, no puede ser de otro modo.

Pinta un cuadro que a todos nos suena; países centroamericanos (de forma explícita aparece Guatemala, e implícitamente el Salvador), que después de las guerras sufridas, también son asfixiados por la corrupción, gobernados por dictaduras que fueron la personificación de todos los sicarios a sueldo del país y, por supuesto, comparsas de los grandes cárteles de la droga. Dirigentes que mantienen, con sueldos suculentos, a cuadrillas de militares profesionales (escuadrones paramilitares) para aplastar cualquier conato de insurgencia al régimen, aniquilar cédulas terroristas, o simplemente quitarse de en medio a un político o personalidad que incomoda demasiado. 


Trabajan de forma rápida y contundente, si hay testigos, aunque sean accidentales, los acribillan igual.

Nada nuevo bajo el sol. Mirad la noticia que me encuentro hoy, 24 de febrero, en El País. Sustituimos policías por militares y el suceso es un jodido calco del libro:

«Los escuadrones de la muerte de Veracruz: la política sistemática de terror de la policía.

Toda la cúpula policial del Estado mexicano ha sido detenida por actuar como un grupo paramilitar que torturó e hizo desaparecer a al menos 15 personas»

Jacobo García –Xalapa- 24 FEB 2018, El PAÍS

Sobre la violencia sin ambigüedades en su obra, Horacio soltó una vez el tipo de frases que se te incrustan como un hierro candente, es la misma que encabeza mi entrada, pero merece la pena recordarla, es toda una declaración de intenciones:

«Yo vivo una realidad grosera, yo vivo una realidad cruda, fea, donde el crimen es el rey de los valores, donde las peores características del ser humano rigen esa sociedad. […] Busco un estilo que exprese esa realidad. Entonces no puedo tener un estilo gongoriano, digamos, o un estilo barroco, para un par de tiros en la cabeza; es decir, un par de tiros en la cabeza es BUM, BUM, BUM y ya»

H. Castellanos ha conseguido reflejar la total frialdad de “Robocop” a través de la prosa que destila el personaje. Un lenguaje seco, contundente, el propio Robocop dice ser hombre de pocas palabras. Un lenguaje sin el mínimo asomo de empatía, sin concesiones a la candidez, brutal como es Robocop, pero a la vez un vocabulario sin histerias, nunca forzado, precisamente por lo gélido de un personaje, que no pronuncia la palabra “amor” ni una sola vez a lo largo de la narración.



En definitiva palabras que no buscan ser complacientes con nada ni con nadie, que no ocultan la pretensión dominante del “macho”, el machismo que impera sin miramientos en esta realidad cruel. Éste, y no otro, ha de ser el lenguaje de Robocop, es la prosa que maneja el escritor y posibilita que penetremos en la mente del protagonista:

«Los primeros días fueron extraños. Tenía el dinero de la indemnización, pero no sabía que hacer. Los contactos con mis compañeros estaban rotos. Me la pasaba tirado en el camastro, haciendo nada, o en la tienda de la niña Cloe bebiendo cerveza. 

También visitaba la Piragua, un burdel (…) donde me fui involucrando con Vilma, una chaparra, de carnes firmes y con enormes camanances. A la tercera vez que estuve con ella me pidió que le pusiera un cuarto, para que luego del trabajo durmiéramos juntos, pero las mujeres llevan la traición en el alma y no me iba a gastar mi poco dinero en ella.»

Tal ardid estilístico me parece un logro dificilísimo, a pesar de la aparente facilidad que transmite su construcción. Ya se sabe que los buenos escritores hacen que un proceso complicado se instale en la mente del lector con la apariencia de algo muy sencillo. Consigue que te metas de lleno en un escenario que se presenta ante ti como un bosque frío y cenagoso del que quieres escapar… pero algo te empuja a explorarlo.



Y ese “algo” , esos “algos” que tienen los mejores libros, resulta que no se hallan en el libro, sino dentro de ti. Los libros son un atajo fascinante hacia los abismos de nuestro ser. Y éste te abre en canal para desaguar las profundidades y ver que restos del detritus salen al descubierto.

Robocop… vaya motecito para este paramilitar reconvertido en sicario. Vamos a ver, tiene que ser ese apodo, a un tipo que mide más de metro noventa, sobrepasa los cien kilos de peso y guarda en casa varias armas de asalto, granadas y detonadores no le pueden llamar Pocoyó .

Robocop no es ningún chapucero, es un tipo metódico y minucioso, lo entrenaron para ello en bases secretas de su país y el extranjero.
Cuando estaba al mando de un escuadrón tenía que estudiar cada movimiento, cada detalle por insignificante que parezca, de sus potenciales víctimas.

Si tenían que emboscar y aniquilar a un jefe terrorista, o a un grupo entero de ellos, o al político fulanito porque se salía de la hoja de ruta… no se podía dejar nada al azar.

Saber sus horarios, sus manías, sus costumbres, sus fortalezas, sus debilidades…

O que menganito lleva a su niña pequeña a la guardería a las siete y cuarto, a qué hora sale a fumarse un cigarrillo asomado a la ventana. Información crucial para quien pretende arrasar tu vida.

En un encuentro casual con un ex compañero llamado Saúl, éste le comenta la posibilidad de unirse a una unidad de asalto, hace falta ocuparse de algunos asuntillos turbios del mayor Linares, importante oficial del ejército. Eso sí, unidad desvinculada de los “organismos oficiales” pero… sufragada por los impuestos que recaudan. Robocop acepta, claro:

“Saúl nos mostró una carpeta en la que estaban los datos y las fotos de nuestro objetivo, David Célis, su seudónimo era “comandante Milton”, pertenecía al más pequeño de los grupos terroristas, se desempeñaba como diputado suplente, durante la guerra fue jefe en varias zonas (…) de treinta y cinco años, casado (…), una hija de tres años, se movía en su Datsun sin guardaespaldas (…) Establecimos sus rutinas, las cervecerías donde le gustaba beber…

El tipo llegaba todas las mañanas, de lunes a viernes, a eso de las siete y cuarto, a dejar a su hija en la guardería. Viajaban solos, él y la niña. Al salir del auto el tipo la llevaba tomada de la mano o la cargaba en brazos. Esa mañana, desde las siete y siete minutos, estuve apoyado en un arbusto, a unos cinco metros de la entrada de la guardería –con mis tenis y una cachucha de beibolista- concentrado en la lectura del periódico; (…)

El tipo salió del Datsun, luego abrió la puerta derecha para sacar a la niña, la tomó de la mano (…) me lo acerqué por la espalda, le puse el cañón en el cerebelo y lo despaché. El tipo no alcanzó a darse cuenta. Me retiré caminando a toda prisa (…)”


El personaje de Robocop, magistralmente perfilado por Castellanos Moya, no hace ninguna alusión posterior a la figura de la niña… la pequeña simplemente es una contingencia más para Robocop, igual que lo es el Datsun, la niña y el vehículo están equiparados en el mismo valor operativo. Nulo valor sentimental, máxima eficacia en la ejecución.

Robocop está desconcertado por el revuelo que su «operación limpia» ha montado en los noticieros y periódicos, se trataba del primer jefe terrorista muerto tras el fin de la guerra:

“Las cosas habían cambiado. Unos años atrás nadie hubiera dicho nada porque se liquidara a un terrorista, pero ahora, con ese palabrerío de la democracia, tipos como yo encontrábamos cada vez mayores dificultades para ejercer nuestro trabajo.” (…) los del FBI meterían sus narices por todos los lados.
No tuve otra opción. Al día siguiente partí hacia Guatemala."

Robocop es un depredador nato, nadie ni nada, absolutamente nada, absolutamente nadie, ha de interponerse en su supervivencia. Porque ahora se trata de sobrevivir. El Estado Mayor, una vez aniquilados “los enemigos”, y firmado acuerdos de paz con los terroristas, tiene que deshacerse a toda costa de sus escuadrones paramilitares. 

Los profesionales del asesinato han de reintegrarse a la vida civil, ¿buscar empleo como vendedor de coches? A Robocop no le motiva, ni a la mayoría de sus compañeros. Son bombas andantes, no saben salir por las calles sin estar armados hasta los dientes. Pero Robocop no está preocupado, sabe que donde vive no le va a faltar el trabajo para el que vale, en realidad el único que quiere. Y él es de los mejores.


Un par de llamadas a unos contactos y mañana mismo ya es un sicario codiciado por quienes mueven el cotarro, narcos poderosos, políticos y altos militares corruptos… le da  igual, el caso es un sobre rebosante de billetes, él es un matarife de élite, impasible, metódico, sin escrúpulos,  despiadado, no un cualquiera de gatillo flojo, de vuelta en su país:

"En la segunda misión hubo trampa: no hicimos seguimiento ni comprobamos información, sino que de un momento a otro se me ordenó que operara; y tuve que usar mi propia pistola. Estábamos estacionados frente a la casa del objetivo, cuando llegó un auto y Saúl me dijo: «ésa es la mujer, andá, metela a la casa y la rematás; son las órdenes del mayor».

La sorprendí en la cochera. Venía con sus dos pequeñas hijas. Creyó que era un asalto: me entregó las llaves del auto y me pidió que no les hiciera daño. Les ordené que entraran en la casa. Ella me dijo que podía llevarme lo que quisiera, que por favor no las fuera a maltratar. Estábamos en la sala. Le disparé una vez en el pecho y luego le di el tiro de gracia. Salí deprisa y entré en el auto en el que me esperaban Bruno y Saúl.

La muerte de esta mujer levantó más alboroto que el caso del comandante Milton o que las capturas de Néstor y del Coyote. Los periódicos y los noticieros tronaron: era una barbaridad el nivel que había alcanzado la delincuencia, cómo era posible que se hubiera asesinado a una mujer de buena familia frente a sus pequeñas hijas de manera tan infame, el gobierno debía de convertir este crimen en un test que demostrara su firme decisión de erradicar la criminalidad.”

Una idea queda fija en mi cabeza, Horacio Castellanos Moya no se ha inventado ningún mundo dentro de la novela. Ese escenario está ahí afuera, en las calles de algún país centroamericano. 

La brutalidad de su prosa, la descarnada violencia de esta historia, con todo, no puede hacer sombra a la espantosa realidad, la misma que ha respirado el propio escritor. Y en la que se mueven todos los días "cientos de Robocops" mucho más despiadados que el protagonista. 

Robocops que, como tú y como yo, se levantan cada mañana y se miran al espejo acicalándose, tal vez con cierto gesto de aburrimiento, quizás de indiferencia, de quien afronta la rutina diaria. Matar.

Cierro sus páginas en un silencio inquietante.

¿Un libro devastador?

Si nunca has visto un telediario, sí.

De lo contrario, lo de siempre…

«BUM, BUM, BUM y ya»

Lo de siempre…





12 comentarios:

  1. Es curioso como la literatura, alguna literatura, sudamericana ha pasado de las figuras de los dictadores en primera `persona, a las personas de carne y hueso, a las de a pié, a los dictadores de pistola y navaja, de ametralladora o bomba, a personas que dominan su territorio , una vida, la vida de personas concretas. A ambas , a dictador de países o dictadores de calles, les une lo mismo: el desprecio por la vida, por el prójimo: Todos esos libros son herencia de un situación, de la herencia de países dominados por pocos sobre muchos, por la pobreza por la pobreza, por la herencia de vida sin valor.
    cuídate Paco

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es, Wineruda, la literatura se nutre de la realidad circundante, y en Latinoamérica la cosa siempre está jodida, me he movido por algunos países de allí y hay que andarse con cuidadito en determinadas ciudades. Horacio Castellanos Moya proviene de Honduras, aunque se crió en el Salvador, ha convivido con la barbarie, se la ha encontrado nada más abrir la puerta de su casa... existe una necesidad vital de purgarse y escribir sobre eso, yo acepto el reto de leerlo, hay que leer "la vida" en todas sus dimensiones.
      Para mí la literatura tiene una extraña mezcla de placer y reto inquietante, necesito estímulos para hacer que el encuentro con el libro sea una experiencia en todos los sentidos. A veces busco evasión, o belleza, o conocimiento... otras busco los abismos.

      Cuídate Wineruda

      Eliminar
  2. Con ese ritmo, esa prosa desnuda, sin artificios. Debe dejarte para el desecho y eso que es una novela breve. El tema es brutal, da miedo y más si lo extrapolamos a nuestro contexto, donde hay unos bajos fondos pavorosos pero la tasa de criminalidad es cien veces menor. Pena de Latinoamérica, la muerte campando así tan a sus anchas. Me costaría enfrentarme a un libro que retrata la violencia con tanta crudeza. Quizá deja al descubierto, como dices, los propios miedos, la certidumbre de que nuestra actual seguridad es puro azar: haber nacido aquí y no en otro sitio.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La prosa es magnífica porque, más que leer, estás inmerso en esa espiral violenta. Sí, el tema es brutal, como dice Horacio Castellanos, no puede embellecer una realidad fea y horrible. Sin embargo, como pongo al final, estamos expuestos a grandes dosis de violencia todos los días, por ejemplo al ver un telediario, el otro día emitieron unas imágenes de los bombardeos en Siria... los padres sacando en brazos a sus niños pequeños, algunos malheridos y las criaturas llorando... como si les costase entender de qué cojones va este mundo.

      Gerardo, todos los días nos enfrentamos a esto, no hay más que encender la televisión a la hora de la comida. El libro no es más violento que nuestra ración diaria de barbarie. Así es, nacer aquí, o allí... puro azar.
      Un abrazo.

      Eliminar
  3. Buf durísimo Paco.
    Sé que la violencia forma parte de nuestro mundo pero me sigue sorprendiendo el poco valor que parece tener la vida humana. Me han tocado esas dos muertes delante de unos niños, unos críos que no podrán olvidar nunca esas imágenes, que costará que superen esa violencia y que puede generar más violencia, una espiral que nunca parece acabar.
    Destacaría esa capacidad del autor para explicar los hechos tal y como son, ponerse del otro lado, para contar ese día a día de alguien que ha aprendido a matar y que no le produce ningún tipo de dolor.

    Me preocupa una sociedad tan insensible en la que como dices están emitiendo imágenes de muerte mientras estamos comiendo o cenando y se nos hace tan cotidiano, como si no fuera real, nos insensibilizamos y parece que esa gente no sufre. Hace unos días justo comentaba eso que tú dices el azar, esa lotería que depende de dónde nazcas tu vida valga muy poco.

    Acabo de terminar un libro sobre la guerra de la antigua Yugoslavia y las atrocidades allí cometidas me parecían tan aberrantes. En un momento dado uno de los francotiradores se recrea en que lo que más le gustaba era matar a niños para ver el dolor en sus madres, brutal tanta crueldad, una se interroga sobre el ser humano y su capacidad para la maldad. Un auténtico horror.
    Besos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Conxita, entiendo tus reticencias (si es que las hay) hacia el libro. Además acabas de terminar otro sobre la guerra de los Balcanes... uff, tienes que respirar querida amiga :)

      Las lineas sobre esos asesinatos en presencia de los niños... ciertamente son desagradables, en fin, estamos ante un sicario en toda regla, frío, metódico, impasible.

      Creo que padecemos una peligrosa sobreexposición mediática de violencia, por el sentido que apuntas, crear sociedades que normalizan las atrocidades sufridas por otros... tenemos la impresión de que esos bombardeos suceden a años luz de nuestro entorno, aunque las nuevas estrategias del terrorista solitario están acabando con esa sensación de seguridad, que ha caracterizado a los occidentales, eso se acabó, me temo.

      Por otra parte, este escritor centroamericano ha sido un gran descubrimiento para mí, le seguiré el rastro.
      Besos

      Eliminar
  4. Sí, lo de siempre. Pero nos parece tan lejano, tan ajeno, que en cuanto dan paso a otra noticia el impacto que nos ha producido se desvanece. Se nos olvida que hay países en los que la violencia y los asesinatos forman parte de la cotidianidad. Supongo que de ahí la aparente sencillez, o más bien sobriedad, de la prosa de este autor. Para imprimir de normalidad lo que sucede en sus calles y que a nosotros nos parece una locura. Escribir así no es fácil, aunque lo parezca.
    Es cierto que algunos libros nos llegan de manera inesperada, sin buscarlos ni saber de su existencia. Bienvenidos sean.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Claro, Lorena, esa es la cuestión, pensar que esas masacres ocurren en otro mundo, al margen de la civilizada Occidente.

      La prosa contundente de Horacio Castellanos Moya es la manera que tenemos los lectores de sumergirnos en ese inframundo... un viaje inquietante, desde luego, ese es el compromiso del escritor, hacer saltar en pedazos la comodidad de tu mundo, y lo consigue con creces.

      Un abrazo.

      Eliminar
  5. Qué bien lo cuentas, Paco...Lo mejor, que un libro te lleve a otro, que una autor de nombre a otro...y que de esa lectura, encuentres otra...Qué cadena tan bonita.
    Uff...muy bum, bum...muy duro, y real,...y melancólico...para mí, que no veo el telediario, pero sí leo prensa, o escucho la radio...Sin duda, por lo poco que nos has dado conocer a Horacio, me parece un hombre intenso. Real. Crudo. Es Robocob, que la vi en mi infancia adolescencia...y que me marcó lo suficiente para saber lo que no quería. Al mismo tiempo, estos libros, me gusta leerlos como si se tratasen de historias inacabadas...quizá porque no los llego a terminar...aunque luego me alegre de haberme acercado a ellos.
    Gracias por una reseña tan VIVA. Sin duda me acercaré a Horacio y como conozco a gente hondureña, seguro que viajo un ratito...aunque su realidad me abrume.
    Un abrazo y feliz día de lluvia y libros.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias María. Si consideras que lo he contado bien, yo añado que eso es el resultado de una lectura atenta como la que has hecho ;).

      Me encantan esos itinerarios inciertos que te proponen los libros, uno te lleva a otro que desconocías, rutas que conectan islas desiertas sin saber bien que te encontrarás... pero siempre con una intuición favorable, hago mucho caso a mi intuición, que desconozco lo que de racional hay en ella... así mola más, jaja.
      Lo has clavado, Horacio Castellanos es un escritor intenso, su relato te succiona, te absorbe como un agujero negro. Si te digo la verdad... no recuerdo si llegué a ver Robocop! eso sí, conozco el personaje cinematográfico, claro.

      Creo que Horacio tiene también una obra ensayística muy atractiva, es un escritor de lo más interesante, María.
      Me parece sugerente tu planteamiento de considerar ciertos libros como historias inacabadas, me gusta esa idea.
      Con la mente y un buen libro... se viaja lejísimos.

      Un abrazo entre mares de lluvia!

      Eliminar
  6. Debe ser el haber vivido una época violenta en este tierra la que me aparta del resto de la violencia latinoamericana y, por tanto, he dejado pasar narradores de esa realidad, como Castellanos Moya, al que me han sugerido no pocas veces.
    Es curioso que hayas llegado hasta él por Santiago Gamboa, de quien tengo uno de sus libros al alcance de la mano.
    Parece una buena propuesta parta adentrarse en la realidad violenta de Centroamérica. Creo que hay mucha 'mano de obra desocupada' que es empleada por cárteles y narcozares. Y la vida puede ser un verdadero infierno en sus inmediaciones. Lo apunto.
    Gracias por descubrirnos obra y autor, Paco. Siempre es bueno visitar tu espacio y rescatar cosas interesantes de leer.
    Un gran abrazo, amigo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es muy comprensible tu reacción, Marcelo, uno necesita respirar aire renovado cuando vive, o ha vivido, en una atmósfera ya cargada.

      Buena parte de la gran reputación de Castellanos Moya se ha ido extendiendo, precisamente, por el boca a boca, así como también es uno de esos autores que otros escritores coetáneos no dudan en elogiar vivamente, lo que, por contra de lo que pueda parecer, no es una cosa tan frecuente.
      Tiene una obra extensa, tal vez encuentres un título "más suave" que éste.
      De Gamboa solo puedo decirte que he leído algunos artículos en prensa, y me ha gustado su manera de comunicar... sería interesante hacerme con algún libro suyo.
      El arma en el hombre es una novela muy gráfica, o si lo prefieres muy cinematográfica en su acción y ritmo narrativo, se lee muy bien y te atrapa al instante.

      Gracias a ti, Marcelo, por eso mismo que comentas al final yo también visito tu blog.
      Otro gran abrazo, pibe!

      Eliminar