¿Cuánto falta para Babilonia? Jennifer Johnston (Dublín,
1930)
Editorial Debate, 1984 (año de publicación, 1974) Título
original: How many miles to Babylone? Traducción de Flora Casas, 213 pp.
La irlandesa Jennifer Johnston es una escritora que goza
de gran prestigio en la escena anglosajona, pero resulta complicado rastrear su
presencia por la red en español, y sorprende que ninguna editorial patria haya
reeditado y actualizado su obra (que yo sepa), a la vista de su laureada trayectoria
literaria:
2012 Irish Book Awards
2006 Premio PEN de Literatura de Irlanda
2006 Premio PEN de Literatura de Irlanda
1989 Giles Cooper Awards
1979 Whitbread Book Award
1973 Authors 'Club Primer Premio Novela
Por tanto no es extraño que algunos de sus colegas expresen
una admiración entusiasta hacia ella. Es el caso del polémico compatriota Roddy
Doyle, asegurando que el mayor talento de la narrativa irlandesa contemporánea
reside en Jennifer Johnston.
O también el célebre Anthony Burgess, dedicando elogiosas palabras a la autora:
«Toda la triste Irlanda ha quedado apresada en un delicado ramillete, con agudeza y humor, y sin una sola gota de sentimentalismo…
Esto si que es arte único y perfecto.»
No sé si el gran Burgess se ha excedido un poco en sus consideraciones, pero confirmo que me he encontrado a una escritora de muchos quilates. Así que las afirmaciones de estos escritores no parecen ser unas simples palabras de cortesía.
Jennifer Johnston. Foto internet, The Irish Time
Se narra la historia de Alec Moore, único hijo de un distinguido matrimonio de terratenientes. Viven en una suntuosa mansión de la campiña irlandesa, en las afueras de Dublín. El padre se dedica a gestionar el patrimonio familiar, sus tierras, la granja, atender a los empleados del servicio doméstico, etc. Todo lo que implica vivir en una enorme mansión rural.
Alec vive asfixiado en el decadente ambiente familiar que constituye el matrimonio de sus progenitores. Son dos personalidades equidistantes que mantienen el mínimo trato posible. No se soportan pero guardan cierta compostura, como corresponde, así lo entienden ellos, a personas de su posición y educadas en el control de las emociones.
Jennifer transmite magistralmente el intento de Alec Moore, el joven protagonista, por buscar algún sentido a su vida, estando constreñida en un entorno donde todo se antoja de una futilidad deprimente, así es como lo siente él. Detecta en la indolencia de su padre el profundo hastío que le supone convivir con su esposa, a la sazón madre de Alec, y en el pomposo amaneramiento de su madre, en su frío trato familiar, la frustración de una ambición inconclusa, una mujer que no tenía previsto detener su vuelo para aterrizar sobre la turba de los prados irlandeses, que su marido venera tanto como recela de los ingleses.
La madre de Alec es una mujer de gustos refinados y nunca
ha disimulado sus ínfulas de grandeza, éstas chocan con la falta de ambición
del marido, hombre que solo parece encontrar satisfacción cuando fuma su pipa,
cuida sus caballos y sale para una partida de caza… detesta toda esa elegancia
inutil, a su juicio, que abandera su esposa como si fuera la única causa que
mereciese la pena.
No es que Alec se sienta vilmente despreciado por su madre, ella lo quiere… pero nunca por encima de lo que se quiere a sí misma, y en cualquier caso lejos de ese umbral. De hecho se lo lleva de viaje a Grecia, cuna de la civilización Occidental, para admirar su arte y su historia, un viaje solo para ellos dos. Aunque Alec parece abrumado pasando tanto tiempo con su madre, y ésta no deja de espetarle… en el fondo eres igual de insulso que tu padre.
Por eso el trato hacia su hijo siempre ha sido deficitario, y las pocas muestras de afecto son fruto de una actitud interesada para conseguir que el chico acceda a sus propósitos, no es otra cosa que verlo convertido en la posibilidad real que para ella se truncó, lo que denota un profundo egoísmo.
El padre, en su ensimismamiento, es un gran desconocido para su hijo, pero en las oportunidades que le demostró atención, Alec percibió un sentimiento más noble y sincero en él, cariño, en una palabra, aunque el padre es un ser solitario y extraño.
Esto le comenta a Alec su padre, tras presenciar el muchacho un enésimo desencuentro entre los cónyuges:
Espero que nunca experimentes la humillación de vivir con alguien a quien eres totalmente indiferente. La humillación. (…)
Ahora sé que ella me odia, es mejor. Es extraño. No espero
que me comprendas.
La desgana del padre para mantener cualquier discusión con su esposa, evitándola si puede, es aprovechado por ésta para tomar importantes decisiones concernientes al hijo, por ejemplo tenerle aislado del exterior y rodearle de tutores e institutrices que le enseñan latín, griego, poesía, piano, francés, botánica, matemáticas, historia, arte y literatura, etc. De ahí le quedará a Alec su devoción por Yeats, al que recita si la ocasión es propicia… algo bueno hay.
Todo cambiará, sin embargo, cuando Alec, apunto de alcanzar la adolescencia, conozca a Jerry, un chico de su edad con origen humilde y campesino, vecino de alguna aldea cercana. De la mano de Jerry, Alec se asomará al otro mundo, a ese del que su madre pretendía alejarlo, invisible tras los idílicos jardines de su propiedad, un mundo que para ella es zafio, sudoroso, que huele a whiskey barato, de bailes ruidosos y chabacanos… todo envuelto en ese bruterío celta, un mundo feo.
Pero el padre no veía con malos ojos tal baño de realidad, enseñanzas necesarias para su hijo que no puede aprender con sus tutores.
Esas andanzas con Jerry las vive Alec con un sentimiento pleno de libertad; escarceos al lago donde se bañan desnudos, robar frutos de los árboles y comérselos ocultos, montar a pelo y a hurtadillas los caballos de Alec, lo que para Jerry será una experiencia maravillosa, etc.
Todo eso entre confesiones que parten de dos realidades ajenas. Al regresar a casa todo vuelve a ser gris para Alec, cual Cenicienta (¿qué es la literatura mundial sin el legado de los cuentos?).
Narrado en primera persona, será la voz del propio Alec, intercalada con la de Jerry y otros personajes secundarios, la que nos vaya guiando por sus pasos. La consolidación de una amistad fraguada en los chapuzones del lago, nadando entre los cisnes, esos mismos que con tanto “amor maternal” alimenta su madre cuando incursionan en el enorme estanque de su propiedad, mientras la mirada de Alec se va apartando de la “bucólica escena” para dejarla vagar, melancólica, sobre el brillo plateado de las aguas…
Jennifer narra el desarrollo de esa amistad juvenil evitando el sentimentalismo, no almibarando la historia. Al fin y al cabo son dos chicos con personalidades diferentes, complejas, encuentros en donde también se producen desencuentros. Pero es en la superación de estas barreras en donde la amistad se fortalece.
El mundo que hasta ahora conocían Alec y Jerry está a punto de romperse en pedazos. En toda Irlanda se asiste con inquietud a las noticias sobre la inminencia de la Segunda Guerra Mundial.
Es la oportunidad perfecta para la madre de Alec, la ocasión para que su vástago participe como un verdadero patriota y verlo encumbrado como héroe de la nación. Por supuesto, no contempla la posibilidad de que le devuelvan a su hijo en una caja de madera, solo ve su regreso lleno de rutilantes insignias militares. Aunque todo el mundo sabe que a una guerra se va a morir… lo que casi nadie sabe es para qué.
El padre no participa de ese entusiasmo materno, piensa que es una insensatez mandar al chico al frente, mejor estaría haciéndose cargo de las propiedades, u otra ocupación que no pase por la guerra. En el fondo está preocupado por la suerte de su hijo. Al final, como de costumbre, se impone el criterio de la esposa, argumenta que Jerry, debido a su posición, pasará directamente al cuerpo de oficiales, siendo todo más llevadero…
Pese a las reticencias del padre, y del propio Alec, que
no tiene ningún deseo de colaborar en un conflicto bélico, de dejar su vida en
manos de una causa ridícula, que escapa a su comprensión, terminará alistándose.
Y lo mismo hará Jerry, éste lo hará motivado… dan una paga.
En las siguientes líneas, ya en plena contienda, Jennifer Johnston despliega un escenario vibrante, la prosa va sorteando sobresalto tras sobresalto y te envuelve en esa espiral frenética. La fuerza que tienen los pasajes de Alec y Jerry (están en la misma unidad, oficial uno, soldado raso el otro) parapetados en las trincheras, durante horas, días, semanas, soportando lo indecible, frío, desesperación, miedo, incertidumbre, el terrible zumbido de la munición enemiga rozándoles la cabeza, ya que se producen muchas bajas por los francotiradores, dolor físico por los sabañones, llagas, miembros entumecidos… son escenas memorables. Y lo son porque dan la medida de la estupidez humana que supone un conflicto bélico.
Ambos se familiarizarán con los cadáveres de compañeros y enemigos esparcidos por aquí y por allá, beberán cantidades ingentes de ron y whisky porque la lucidez en tal escenario es apenas soportable. De ello da cuenta este párrafo, una conversación entre Alec y Jerry en su agujero de la trinchera, cuando parecen haber perdido la noción de todo:
¿Te acuerdas de algo? ¿De los cisnes?
¿De la hierba que no ha sido pisada nunca?
¿De las caras tranquilas?
¿Del silencio?
- De los cisnes. (…)
Bebe más.
Asintió y tomo un trago.
Así que no hay
atisbo de heroísmo en esta gesta. Jennifer no ensalza el valor de sus
compatriotas, más bien pone de relieve la inutilidad y brutalidad de una
situación inhumana, como se deduce de esta conversación que mantiene Alec con
su superior inglés al mando de la unidad:
(…) usted no nos tiene simpatía ni a él (Jerry) ni…
-Ni a usted, Mr Moore. (…). Tenemos que vencer, y para
hacerlo no puede haber ningún defecto en la maquinaria.
-Somos hombres.
-Para mí, no. Ni para el Estado Mayor ni para el Ministerio del Ejercito.
-Si nos hubieran considerado hombres desde el principio, tal vez no hubiera habido guerra.
-Una reflexión fácil en la que no merece la pena gastar saliva.
Se levantó y se acercó a la ventana. Fuera, su guerra
hacía tambalearse al mundo.
Las últimas páginas del libro son de una intensidad desgarradora, y el final es impresionante. El destino pondrá una durísima prueba a Alec.
Leo en la contraportada:
Jennifer Johnston retorna a su obsesión: la muerte, que envuelve el pensamiento de todos los personajes. En medio de «el placer y el temor de vivir», los personajes basculan entre polos determinados por la pertenencia a una u otra clase, entre la espontaneidad anárquica y quizá creadora y un orden del mundo que puede ser peligroso, entre la aparente comunicación circunstancial y la verdad de la soledad última.
Sin obviar ese acercamiento a la muerte, mi conclusión toma otro derrotero.
Y es una sensación que va ganando fuerza durante la lectura y se afianza en las últimas páginas del libro, que son de un gran dramatismo, hasta desembocar en un final sencillamente deslumbrante.
El destino pondrá una durísima prueba a Alec, y en la decisión que tomará se pone de manifiesto el sentido profundo de la amistad, hasta las últimas consecuencias... no hay vuelta atrás.
Hola Paco.
ResponderEliminarPrimero ante todo, un abrazo a ROddy Doyle jajja. Un tipo listo.
EN cuanto a la novela que citas, de la que no conocía a la autora, aunque mirando los ganadores de los premios que ha ganado, he leído a casi todos, no todos me han gustado, sobre todo los de influencia inglesa más marcada, con sus complejos -o manías- de siempre, :) pero los irlandeses son una nación de grandes escritores.
En cuanto al libro en sí, parece que te ha gustado , cosa que ya es razón suficiente para mí para buscarla, leerla es otra cosa en tiempo corto, porque se me va a caer la casa del peso de los libros, :) En cuanto al tema parece, por lo que cuentas, que es un cruce entres esas novelas de aprendizaje y la novela inglesa de la nobleza de campo, (por un momento me ha sonado algo al "buen soldado" de F. Madox Ford, pero será solo una impresión lejana, la leí hace mucho.
POr cierto ya la he encontrado, así que no tardaré en pillarla..:) está junto , curioso,...a un libro que buscaba titulado “la discoteca ideal del jazz”, y están ambos baratos... uno puede prometerse no comprar libros en un mes... no puede..
un abrazo
cuídate
Hola Wineruda.
EliminarJeje, no cabe duda de que el amigo Roddy es un tipo de lo más peculiar, tengo algún libro suyo, "Una estrella llamada Henry", a ver si lo leo un día de estos.
Así es, los irlandeses son unos magníficos escritores, supongo que les viene por la rica tradición oral celta.
El libro me ha gustado bastante, la verdad, va tomando cuerpo a lo largo de la trama, parece que no sucede gran cosa y en realidad se está formando una tormenta colosal, como esas que irrumpen en verano, cuando todo está en calma y de repente ves un cielo tan oscuro que parece desplomarse sobre la tierra... así es el avance de esta lectura. J
Jennifer Johnston construye un alegato antibelicista, eso me queda claro, pero además narra de forma extraordinaria la tensión que se vive en las trincheras, la incertidumbre sobre lo que será un nuevo día, y sobre todo trata de la amistad. No he leído a F. Madox Ford (una de tantas lagunas), pero sería interesante hacerlo.
Tiene algo de esa novela inglesa de la nobleza rural, pero no en su estilo narrativo, esa prosa de carácter victoriano... los irlandeses no se andan con tantos rodeos, tiene de esa nobleza rural en cuanto a la descripción del escenario natural, y son pasajes bellos. El peso narrativo recae en un joven, un chico irlandés educado en un ambiente culto aunque carente de calor humano... y eso lo refleja muy bien Jennifer con el estilo apropiado.
Jaja, eres rápido con los libros, te imagino en uno de esos duelos del salvaje Oeste, en vez de sacar el colt, se sacan libros... no tendrías rival!!
Ya lo dije en la anterior entrada, bueno lo dijo Vila-Matas: "el mejor libro es el que está al lado del que buscabas".
No podemos con los libros, Wineruda, ellos son los que pueden con nosotros.
Un fuerte abrazo, te me cuidas.
Me sorprende que sea la madre de Alec la que vea en la guerra "la oportunidad perfecta (...) para que su vástago participe como un verdadero patriota y verlo encumbrado como héroe de la nación" Menos mal que el marido le "enmiende la plana"...
ResponderEliminarGracias, una vez más, por tus interesantes propuestas de lecturas.
Un abrazo
La madre es un personaje magníficamente desarrollado por Jennifer Johnston, uno podría pensar en el modelo arquetípico de madre pérfida... pero demuestra afecto hacia su hijo, aunque de una manera que el hijo no llega a entender, y por tanto no aprueba. La madre es producto de sus contradicciones, sus complejidades, de una manera de entender la vida. Pues eso mismo, la vida, en definitiva.
ResponderEliminarGracias a ti, amigo Luis Antonio.
Un abrazo.
Imagino un mundo con menos ruido interior, pero con este libro que nos presentas, aún veo con más certeza, que el ruido del mundo está por todos lados,...que las guerras tienen un sinsentido tan grande que no cabe, que morimos y vivimos y a veces no tenemos claro por qué.
ResponderEliminarA pesar de que no dudo de la gran destreza a la hora de escribir y transmitir, de la escritora irlandesa Jennifer Johnson, me quedo con su nombre anotado en mi cuaderno y espero revisarlo en el futuro...de momento me quedo escuchando esta entrada, tan bellamente ilustrada. Especialmente la última foto, en la que la corteza de los árboles seguro que nos puede contar muchas cosas...como Johnson con su Babilonia...
Un abrazo y feliz día de lluvia...con despertares de la primavera.
Así es, María, ese ruido que engendra la violencia está por todas partes... supongo que por eso me gusta dar largos paseos por el campo, yo solo, para inundarme de silencio entre tanto ruido. Jennifer Johnston confiere un sentido profundo a su escritura, algo que se transmite muy bien cuánto más diáfana y sencilla es la prosa.
EliminarSi das algún paseo por el campo en compañía de Baloo, fíjate de vez en cuando en los troncos, sobre todo si son pinos y encinas, no sería extraño que vieses algún caparazón de chicharra, con sus tonos dorados son muy fotogénicos... es que los paseos campestres son una "escuela viva" fascinante, yo aprendo siempre y reflexiono mucho a partir de todo lo que observo, pues es extrapolable a otros órdenes de la vida, igual que la literatura.
Abrazos lluviosos ;)
Hola Paco antes de llegar al final de la reseña y con esa prueba final que enuncias pero no desvelas ya había apuntado a la escritora y al libro, pero claro es que una es curiosa y ahora quiero saber qué es lo que sucede.
ResponderEliminarBromas al margen, qué duras son esas relaciones en las que alguna de las partes no cumple las expectativas que se han puesto sobre ella, qué desazón y malvivir da esa imposibilidad de satisfacer a aquellos a los que se quiere, especialmente para un niño y qué triste para una madre preferir la supuesta gloria que da una guerra a disfrutar de su hijo. Todas las guerras siempre tienen víctimas, son la expresión de la incapacidad para el entendimiento. Me ha parecido desgarradora la frase que compartes:Si nos hubieran considerado hombres desde el principio, tal vez no hubiera habido guerra.
Interesantes como siempre tus propuestas.
Besos y a disfrutar de lo que aún queda del fin de semana
Hola Conxita. Es un final que no podía esperar, y su desarrollo me parece de enorme brillantez por parte de J. Jonhston.
EliminarEn el personaje de la madre está muy bien reflejada la ambivalencia que nos configura como personas, en algunos casos notoria, y en otros no tanto. Al margen de que no sientas empatía con esta madre, el personaje está, precisamente por sentirlo muy diferente de uno mismo, muy bien construido, un ser humano con todas sus contradicciones, de las que tampoco se libra el hijo, con una duda permanente entre lo que debe de hacer y lo que realmente desea hacer... algo a lo que nadie es inmune, ¿no?
Esa frase de la guerra es muy significativa, desde luego la capacidad de decir tantísimo en cinco o seis palabras es admirable, en el libro hay varios ejemplos así, y da una idea del talento de J. Johnston.
Muchas gracias, Conxita. Besos.
Pues sí, bastante incomprensible que las editoriales españolas no le hayan hecho caso a una autora tan laureada. Y no lo digo porque no haya autores sin premios que sean buenísimos, sino porque el hecho de que estén premiados suelen incentivar las ventas.
ResponderEliminarMe tienta esa no relación entre el matrimonio, la relación del protagonista con cada uno de sus progenitores, su entrada a la vida real a través de la amistad con el otro muchacho, y por supuesto la guerra, tema que da para profundizar en tantas cosas... Si me dices, además, que el final es brillante, no me queda más que apuntar este título e intentar conseguirlo para disfrutar de cada página hasta llegar a ese final. Espero que no sea muy difícil de encontrar.
Un abrazo
Lorena, supongo que no es fácil detectar a determinados y buenos escritores, escritora en este caso, que hay en tantos países, pero Irlanda nos es cercana, y nuestro mercado editorial sabe que Irlanda es un país con una literatura de muchos quilates, así que... sí, es un poco incomprensible.
EliminarEl matrimonio de los padres representa dos miradas antagónicas frente al mundo... aunque de vez en cuando confluyen, nada es blanco o negro, siempre hay matices, ahí reside la calidad en esta obra, todo parece muy normal y, sin embargo, la existencia no deja de ser algo extraordinario, en donde uno se siente exultante de vivir y al día siguiente tu vida parece una condena. J. Johnston pone en liza la guerra para enfrentarnos a nuestras miserias y grandezas... y lo hace muy bien.
Ojalá tengas suerte, Lorena.
Un abrazo.
Decías que coincidimos en nuestra elección de destinarle tiempo de lectura a irlandeses. Es verdad. Tú te has decantado por este incunable -imposible de hallar por aquí- y yo por algo más contemporáneo, pero que coinciden en esa mirada descreída sobre la guerra y el enfrentamiento generacional entre padres e hijos.
ResponderEliminarUn libro para apuntar.
Gracias por descubrirnos libro y autora, Paco.
Recibe un fuerte abrazo.
Marcelo, vaya, que pena no tener el libro disponible por tu tierra, tú sacarías un gran partido a esta obra.
EliminarLa guerra refleja muy bien la medida de lo que somos, por eso es un tema que ha seducido, y seduce, a tantos grandes autores, lo mismo que el conflicto generacional.
Gracias a ti, Marcelo.
Un fuerte abrazo