P. Castillo

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jueves, 14 de mayo de 2015

LA HISTORIA SIGUIENTE. CEES NOOTEBOOM, (La Haya, 1933)
Editorial Siruela, 1992.
111 páginas. Traducción de Julio Grande en colaboración con el profesor Hans Tromp.




¡Ufff… madre mía! Así, literal, es la expresión que me sale al cerrar la última página de “La Historia siguiente”.

Dicho título, junto con “Los perros hambrientos” de C. Alegría, me tenía reservado uno de los mejores finales que yo pueda recordar en mucho tiempo. ¿Cuántos finales no han estado a la altura de una buena obra? Más de uno, de dos, de tres…
Con la expresión suspendida en el vacío y la piel estremecida por ese momento de emoción que se vive entre el libro y tú, cuando todo a concluido, tan intenso como volátil, tan irreal como verdadero, no sabía si salir a toda velocidad a por otro libro o quedarme sumido en ese estado de borrachera literaria, con palabras e imágenes dando vueltas en mi cabeza igual que un carrusel del tío vivo. Varias horas después sigo sin saber que hacer, salvo escribir esto.

La novela nos cuenta los avatares de Herman Mussert, él narrará sus vivencias, no podía ser de otra manera. Neerlandés y profesor de lenguas muertas el tal Mussert. Nada extraordinario, salvo que una noche, después de acostarse tranquilamente en su casa, en Amsterdam, amanece al día siguiente en la habitación de un hotel… en Lisboa.
Ciudad, por otra parte, que conoció antaño. Lejos de inquietarse, asume la nueva situación como una oportunidad de revivir su propia historia, en un viaje interior en el que se encuentra con el amor que, por llegar a consumarse, nunca fue tal, María Zeinstra, y con el que siempre fue, porque nunca llegó a ser, Lisa d´India.
Mussert es el intelectual humanista que solemos tener en mente, de aspecto físico anodino, quizás algo torpe de movimientos, y sus  libros, a la vez que iban estrechando el espacio de su casa, ensanchaban el mundo, su mundo, y sobre todo expandían la distancia entre él y los demás.
Mussert alcanza el éxtasis con las citas de Platón, entre Las Metamorfosis de Ovidio, recordando el rostro de Critón, narrando a sus alumnos las últimas horas de Sócrates… aquí paro un momento, exquisito manjar  para el hambre literaria, sublime momento para mi espíritu lector.
He disfrutado, aún lo hago, con los clásicos grecolatinos y en un libro como este ha contribuido ha establecer cierta empatía con el protagonista. No compartir ese entusiasmo por la cultura clásica tampoco será un impedimento para vivir una gran experiencia lectora.

Sigamos. Con María Zeinstra obtiene, aunque no lo haga explícito, un placer terrenal, vulgar en su imposibilidad de elevarlo al Olimpo. Otros mediante el sexo podrán viajar ahí, y aún más allá, a lejanas galaxias. Mussert solo puede hacerlo buscando en el cielo la Constelación de Orión.
He aquí lo que supone un momento sensual para nuestro protagonista, ( ¡Y que oficio exhibe Nooteboom!) :

Había llegado a casa zumbando con la fuerza de cinco aguardientes de hierbas y me  había abierto tres latas: sucedáneo de tortuga de Campbell, judías blancas en salsa de tomate de Heinz, y salchichas de Frankfurt de Heinz. La sensación del abridor que va cortando la lata, el suave golpecillo cuando se produce la apertura y ya se puede oler algo de su contenido, y luego el corte mismo a lo largo del borde redondo y el indescriptible sonido que lo acompaña es una de las experiencias más sensuales que conozco (…)

Esos son los detalles geniales de un gran escritor… convertir el hecho de abrir una lata de conservas en todo un acontecimiento literario.
O algunas de esas frases en las que el buen hacer de su autor logra que todos nos reconozcamos:

También quise haberle dicho esto, pero la conversación se compone en su mayor parte de cosas que no se dicen.

Nooteboom ha diseñado una arquitectura narrativa para esta novela que podría compararse con un andamio de bambú chino, sus estructuras parecen que van a romperse o ceder por cualquier lado ante la deformación que sufren las cañas, sin embargo es esa deformidad lo que permite que sean flexibles y mantengan el equilibrio del armazón hasta el final de la obra.
Así ha construido su libro, entrelazando una caña tras otra mediante uniones en las que nuestra atención apenas repara, solo al final eres consciente de esos nexos sutiles, tan reveladores que dices: ¡Así que era eso!, ¡¡Era eso!!
Esa iluminación que nos embriaga al final, por esclarecedora, era antes un escenario algo nebuloso, más o menos en el ecuador de la historia hay varios pasajes onírico-descriptivos que acontecen entre el protagonista y sus compañeros de viaje en una barcaza, cuyo periplo fluvial parece una deriva entre el canal de Lisboa y el Amazonas que baña Belem y Manaos, como si fueran fluctuando de un sitio a otro indistintamente.
Lo mismo que las pinceladas biográficas de esos pocos y elegidos viajeros, igual que las alusiones cultas a Sócrates en sus horas finales, Las Metamorfosis de Ovidio, la Constelación de Perseo. Ahí se mezcla todo, como los sedimentos que arrastra el río.
Sin embargo, lejos de sentirme perdido entre esas líneas, tenía la sensación de estar ante un libro que me llevaría, aunque fuese por sendas de tupida vegetación, hasta el final del camino, allá donde solo queda el campo a cielo abierto y basta una sola mirada para abarcarlo en su totalidad. En ese tramo de la historia no me he preocupado tanto de entender, sabedor que llegaría el momento, como de disfrutar de una prosa elegante, culta, contemporánea y clásica a la vez.
El tiempo y su impasible discurrir ante el drama de la vida y la muerte es, como no podía ser de otra manera para un genial escritor, una cuestión latente en toda la narración,como en tantas magníficas obras.
Los lazos casi imperceptibles que mantienen la consistencia de este andamio hecho de párrafos, son algunas palabras arropadas entre citas literarias, alusivas a los clásicos grecolatinos, La Iliada, La Odisea, la nereida Tetis, Teofrasto, Las Metamorfosis siempre deslizándose por el libro, los Dioses en el Olimpo a cuestas con su inmortalidad… ahí, medio escondidas, están esas pocas palabras  fundamentales (como señalaba Kundera), que han dado cohesión a toda la historia. La maestría de Nooteboom hace que la claridad no pueda ser del todo percibida hasta las páginas finales, en las que la emoción va in crescendo porque sin saber bien lo que ocurrirá intuyes su magnitud.

 Después de esto…
¿ No es maravilloso realizar un viaje iniciático con cada  libro, entregarse a una catarsis y dejar que la pira convierta en ascuas tu visión de la vida para que ésta renazca con nuevos brotes?
¿No es increíble observar tu vida dentro de un libro?

Por cierto,decía al comienzo que muchas horas después de la lectura no sabía muy bien que hacer salvo empezar a escribir lo que acabas de leer, ahora, 1.154 palabras después ya lo sé. Buscarme otro libro… otra vida, claro.





6 comentarios:

  1. Hola, Paco. Qué curioso! Tú que inicias esta reseña comentando la necesidad de un buen final y yo que me quejaba de la falta del mismo en la mía.
    Tengo entendido que Noteboom es siempre candidato a algún premio; ahora, por tus líneas, empiezo a darme cuenta por qué. No tengo este título, pero sí 'Rituales' y algún otro. Después de tu reseña, apuraré la espera de alguno de este autor.
    Un abrazo.

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    1. Hola Marcelo, encantado de tenerte por aquí. Es cierto que el tema de los finales memorables o decepcionantes da para escribir largo y tendido, alguna vez he leído que Paul Auster es uno de los autores en los que críticos y lectores coinciden sobre lo bien que empieza sus libros y lo que “flojean” al final, habrá que fijarse.
      Si, Nooteboom es postulado para el Nobel casi cada año, parece que de momento se le escapa. Es la primera vez que he leído uno de sus libros y, desde luego, no será la última. El que mencionas no lo conocía, quizás se convierta en el siguiente. Gracias por tus palabras y un abrazo.

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    2. Ah!, me olvidaba. Por lo que has escrito en lo de U-topía, parece que te gustan los vinos, pasión que compartimos. Y también la marca de zapatillas, por lo que se ve. Soy un poco mayor que tú, además de químico y sumiller.
      Un abrazo.

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    3. ¡Qué interesante Marcelo, sumiller además de químico! Supongo que una y otra "casan" muy bien. Es cierto que si la ocasión es propicia, me gusta tomar un buen vino, pero reconozco mi ignorancia en este mundo tan fascinante del vino. Sabiendo que eres sumiller te consultaré en algún momento,si no te importa claro. Desde luego te envidio,jeje.
      Respecto a las zapatillas, tienen su historia no creas, las compré hace seis o siete años en Lima (Perú), en un centro comercial, y como el cambio euro - sol peruano estaba muy ventajoso para el primero, creo que pagaría unos cincuenta euros menos de lo que cuestan aquí, no se puede desaprovechar un chollo así. Un abrazo y salud, nos leemos.

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  2. No he leído nada suyo y veo que tiene muchos libros de viajes. Una de mis grandes pasiones.

    Sí, sí, es maravilloso e increíble la aventura de la lectura, nunca podré entender (me) con la gente que no lee nada y no sabe los misterios a los que podemos llegar adentrándonos en las páginas de un libro. Es como si encontráramos una entrada secreta tras un espejo y nos adentráramos en otra historia, en otro mundo y durante horas o días estamos ahí, a veces, más que aquí. Cuando acaba, una siente que se queda de pronto vacía y quisiera que hubiera más y más.

    Humanista, cultura grecolatina, humor fino... suena muy muy bien.

    [Por cierto, a mi como a Marcelo y a ti, también me gusta disfrutar con un buen vino]

    Un abrazo!

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  3. Que tal Laura. Aparte del gusto por un buen vino, veo que también coincidimos en la pasión por los libros de viajes. No hace demasiado leí "En la Patagonia" de Bruce Chatwin, me agradó mucho la lectura y la narración me llevaba de la mano por esos parajes tan bellos como desolados.Una delicia.
    Una buena lectora como tú pienso que disfrutaría con Cees Nooteboom y "La historia siguiente". Tiene argumentos muy sugerentes para traspasar "esa entrada secreta tras el espejo", utilizando tu bonita expresión. Cuídate.

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