P. Castillo

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martes, 16 de octubre de 2018


El espía que surgió del frío. John le Carré (Dorset, Inglaterra, 1931)

Círculo de Lectores, Colección Alta Tensión, 1988. Traducción de Nieves Morón. Novela publicada en 1963. Nº de páginas, 257. Portada, fotograma de la película homónima (1965).






El 9 de noviembre de 1989 viajaba en un autobús Alsa que cubría la ruta Madrid-Avilés. Lo recuerdo muy bien, a pesar de haber transcurrido veintinueve años de aquello.

Al sintonizar en mi “walkman” alguna emisora, escuché una de esas noticias que retienen un instante de tu existencia para siempre, como los trilobites de las profundidades marinas petrificados en la cima del Everest.

También me acuerdo que ya era de noche.

“Están derribando el Muro de Berlín”.

¿He oído bien?

Una multitud de berlineses se ha congregado junto al Muro, … y lo están derribando a martillazo limpio, convirtiendo la vergüenza en escombros.





Apertura Muro de Berlín. 1989. Fotos internet


Un funcionario había propagado la noticia de la apertura del Muro… y ya no se pudo contener a la ciudadanía.

A mis veintidós años había crecido, como tantos, con un goteo continuo de noticias sobre el Muro, las fricciones entre las dos Alemanias, etc. Así era en plena Guerra Fría.

Me quedé impactado, consciente del efecto que tendría un hecho así.
Sucedió cuando ya estábamos en tierras asturianas, casi al final del viaje, en una heladora noche de cristales empañados.




Cuento esto porque la lectura de El espía que surgió del frío, me ha devuelto ese retrato de un Berlín sumido en la bruma perenne, bajo un cielo gris, mientras hombres y mujeres caminan con el rostro hundido en los “shapka-ushanka”, esos típicos sombreros rusos de piel con orejeras flexibles, que todos hemos visto en las crónicas de los corresponsales televisivos.

Son las imágenes que me acompañaron en mi infancia y buena parte de la juventud, las que veía de refilón en casa cuando mi padre ponía las noticias. Por entonces tenía la impresión de que aquella atmósfera grisácea pertenecía a un mundo infinitamente lejano del mío. La ingenuidad infantil nos blindaba de muchas preocupaciones.

Con la caída del Muro se dio carpetazo, en buena medida, a uno de los periodos históricos más herméticos y oscuros de la Europa reciente, con la Guerra Fría en forma de amenaza permanente.

El Telón de Acero era un mundo enigmático para los europeos occidentales, con agentes secretos, asesinatos selectivos, espionaje, contraespionaje, etc. Aunque esto también era moneda de cambio en el bloque occidental.


Desde aquí observábamos dicho escenario con cierta aureola de romanticismo, en parte debido al ambiente recreado por el cine y la literatura. Escritores y cineastas disponían de una valiosa materia prima extraída de la realidad.




Un escenario tan inverosímil que la propia ficción no es capaz de superar. Y acaba pidiendo con desesperación transfusiones en vena de la vida misma.

Con ese material sustraído la ficción establece un juego, llamado literatura, nos presenta su baraja y reparte las cartas, y a nosotros los lectores-jugadores solo nos queda aceptar el envite.
Nos enfrascamos en una partida que saca a relucir toda la verdad que hay en la mentira. Y que nos hace pensar en la verdad con la sospecha de estar ante gran patraña. Es un juego de doble cara. Así es la literatura, porque así es la realidad que la nutre.

En cuanto entiendes bien las reglas del juego, éste se hace adictivo, más aún, se vuelve fascinante. Eso es leer libros como éste.




Esta no es una obra dada a florituras estilísticas, no es “Cien años de soledad”, ahí sí tendrían su lugar para brillar. Pero en esta novela jugarían en terreno equivocado, pues procede la concisión, el lenguaje seco y directo de los agentes secretos. Estamos con espías de la vieja escuela, como el protagonista Alec Leamas, agente británico, y la frialdad, el mantenerse impasible y dominar los sentimientos es un salvoconducto para preservar la vida. Todo se torna gélido. Un entorno hostil para sutilezas narrativas.

En ese sentido, la historia se sustenta en la arquitectura tradicional del inicio, nudo y desenlace. Es el andamiaje que necesita esta novela, otorgándole su solidez.

Nos adentraremos en una época de la historia que nunca ha dejado de fascinarme.

El inglés Alec Leamas es uno de los espías más eficientes del Servicio Secreto británico, con una hoja de servicios jalonada de logros difícilmente superable, operaciones sumamente delicadas en el Bloque del Este que solo son confiadas a este agente con temple de acero, al mando de sus hombres.

Pero Alec ya ha rebasado los cincuenta años y es perro viejo. El servicio de Inteligencia considera su jubilación, quieren dejarle fuera de circulación procurándole un retiro a la altura de su valía.

Pero, ¿qué retiro se le ofrece a un depredador como él?

Es es el problema. Alec lo sabe, desde luego. 

De hecho sabe demasiado. Si fuese un agente de tercera categoría se le buscaba un trabajo decente en una oficina de correos, o en una biblioteca pública cualquiera y a envejecer relajadamente.
Pero con Alec el asunto no funciona así… los mandamases, esos burócratas de rostro invisible, manejan soluciones que no contemplan la vejez. Veamos unas líneas de la contraportada en esta fotografía que os pongo:



Más allá de las intrigas con los espías de un bloque y del otro, mucho más allá diría, J. le Carré nos situará ante una profunda reflexión sobre la perversidad perpetrada por diferentes gobiernos a uno y otro lado del Telón. 

Estrategias recurrentes como utilizar a personas pertenecientes al propio aparato estatal, ya fueran funcionarios o agentes secretos, cual peones de ajedrez, o cobayas, sacrificándolos sin miramientos en operaciones suicidas, debidamente encubiertas para que el agente de turno mordiera el anzuelo tendido por sus superiores, amos y señores de ese tablero humano.

Esa es la trágica paradoja que nos muestra J. le Carré de aquel periodo; como el poder político, que ha de velar por la seguridad de sus ciudadanos, no duda en traicionar a quien considere de sus leales colaboradores para obtener una oscura recompensa, pues casi nunca suele redundar en un beneficio tangible hacia la ciudadanía, sino que las intenciones pasan por averiguar la fórmula secreta para fabricar una bomba más mortífera que la de sus rivales, por ejemplo.




Por ello J. le Carré narra con un estilo contundente, con el peso de una sentencia condenatoria, y nos lo deja bien clarito, ya en las primeras páginas, en torno a su protagonista:

“Leamas no era hombre reflexivo ni especialmente filosófico. Sabía que estaba eliminado: era un hecho de la vida con el que tenía que apechugar en adelante, como quien debe vivir con cáncer o en prisión. 

Sabía que no había ninguna clase de preparación que pudiera tender un puente sobre el abismo entre el antes y el ahora. Había encontrado el fracaso como un día encontraría la muerte, probablemente con resentimiento clínico y con la valentía de un solitario. Había durado más que la mayoría; ahora, estaba derrotado.”


No se corta una cala J. le Carré. Nada de eufemismos. Una lección magistral de lo que significa ir al meollo del asunto, y dejar al lector impactado a las primeras de cambio.




Leamas es un personaje rotundo. J. le carré ha creado uno de esos protagonistas que su sola presencia se come a la historia, al libro… casi a nosotros mismos. Alec Leamas tiene un gran magnetismo.
Un ser en constante huida hacia la soledad. Nadie le espera al llegar a casa, ni él lo desea. Ni siquiera tiene un hogar.

No se detiene en el pasado porque es un apátrida de la nostalgia. No piensa en el futuro porque no se alimenta de sueños. Al margen de sus misiones secretas, su objetivo es levantarse cada mañana y ver como se las apañará hasta el día siguiente, whisky mediante. Nadie sabe lo que hay tras esa frialdad.

Es un magnífico espía por todo lo deficitario como ser humano, social, carente de empatía.

Ese es el gran acierto de J. le Carré, hacerle grande en una parte mediante todo lo pequeño que resulta en otra.

Así es Alec Leamas.

Al fin y al cabo, El espía que surgió del frío.




Pero J. le Carré se resiste a darle por perdido, quiere mostrarnos alguna leve esperanza con Alec Leamas, una última oportunidad para reconciliarse con sus semejantes.

Ahí aparece Liz, una bibliotecaria afiliada al Partido Comunista en Inglaterra, entre ellos surgirá la atracción, hasta el punto de que ella se enamorará de Alec. Y él, por una vez, vislumbra la posibilidad de ser persona normal… simplemente uno más. Lo plasmamos en estas líneas, con un solitario y meditabundo Alec:



Cuando Liz descubre que en realidad ha sido utilizada por el Servicio Secreto británico, propiciando el acercamiento con Alec, sin que él tampoco sea del todo consciente, aunque sospechaba algo, se produce una desgarradora conversación entre ambos, sobre la J. le Carré alza un retrato de la condición humana soberbio:

"Lo has pensado bien todo, ¿no? –preguntó Liz.

-Por casualidad, encajábamos en el molde –insistió Leamas-, y lo lamento. Lo lamento también por los demás, los demás que encajan en el molde. Pero no te quejes de las condiciones del Partido. Un pequeño precio por un gran beneficio. Uno sacrificado por muchos. No es bonito, ya lo sé, elegir quien va a ser, convertir el plan en personas. (…)

Dios mío –dijo Liz, suavemente-. No entiendes. No quieres entender. Tratas de convencerte a ti mismo. Es mucho más terrible lo que hacen éstos: encontrar la humanidad en la gente, en mí y en cualquiera a quien usen, y usarla como arma en sus manos, y usarla para herir y matar…

¡Válgame Dios! –gritó Leamas-, ¿Qué otra cosa han hecho los hombres desde que empezó el mundo? Yo no creo en nada, ¿no ves?; ni siquiera en la destrucción o en la anarquía. Estoy harto, harto de ver matar, pero no veo qué otra cosa pueden hacer. No hacen prosélitos, no se suben a púlpitos ni a tribunas del Partido a decirnos que luchemos por la Paz o por Dios o por lo que sea. (…)

(…) -continuó Liz- … todos me habéis tratado como si fuera… nada… solamente moneda con que pagar… Sois todos lo mismo, Alec.

(…) –Ah, Liz –dijo él, desesperadamente-; (…) créeme. Lo odio, lo odio todo entero; estoy cansado. Pero es el mundo entero, es la humanidad que se ha vuelto loca. Somos un precio pequeño para pagar… pero en todas partes es lo mismo; la gente estafada y extraviada; vidas enteras tiradas por ahí: gente fusilada y en la cárcel, clases y grupos enteros de hombres suprimidos por nada. Y tú, tu Partido (el Partido Comunista)… Dios sabe si está construido sobre los cadáveres de la gente corriente. Tú nunca has visto morir a los hombres como yo, Liz…

Liz (…) miraba rígidamente hacia delante. La lluvia caía por la calle.”





Comentaba más arriba acerca de la estructura típica en El espía que surgió del frío.

Porque así fue el recorrido de la Guerra Fría, un inicio muy identificable, un desarrollo que muchos presenciamos, aunque solo en la superficie, y un desenlace que también conocemos, oficializado en un famoso apretón de manos protagonizado por un cowboy, llamado Ronald Reagan, y un ruso de aspecto bonachón, Gorbachov, cuya abstinencia al vodka rompía la larga tradición de sus antecesores. Sucedió en la Cumbre de Reikiavik, una bella anfitriona en este encuentro de titanes.


Y punto final. Bueno, mejor dicho punto y seguido…

¿Quién ha dicho que los espías se hayan ido?





20 comentarios:

  1. Pues probablemente nunca hayamos estado tan espiados como en el momento presente.
    Qué curioso cómo la memoria graba determinados momentos. No nos acordamos de lo que hemos hecho un día cualquiera del mes pasado y sin embargo recordamos con todo lujo de detalles un día de hace, en el caso que mencionas, casi treinta años. La salida de la rutina, supongo, los acontecimientos que marcan nuestra biografía, ya sea personal ya generacional, histórica o social. Yo, por ejemplo, recuerdo perfectamente dónde estaba y qué estaba haciendo el 11-S y después el 11-M, sin embargo, no guardo tal recuerdo de la caída del muro de Berlín. Y bien que me gustaría, si no tanto recordar lo que estaba haciendo en ese momento, al menos ser consciente de toda la dimensión y el significado de lo que estaba sucediendo. Pero, por aquel entonces, yo vivía en la misma ingenuidad infantil en la que tú cuando veías de refilón las noticia que ponía tu padre.
    En cuanto a le Carré, solo he leído una novela hace años y tampoco es que mi memoria me haya dejado demasiados recuerdos de ella. No suelen atraerme en demasía las novelas de espionaje, gran error por mi parte pues me pierdo todo el contexto que conllevan.
    Un abrazo

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    1. Hola Lorena, empiezo por tu final. Tampoco soy muy dado a las novelas de espionaje, por eso aposté por un clásico literario, una obra maestra que, como tal, no entiende de etiquetas. Intuía que con "El espía que surgió del frío" cualquier pretensión de acotación genérica saltaría por los aires, como así fue. Uno de los grandes valores que tiene esta novela es que J. le Carré escribe con conocimiento de causa, sabía muy bien lo que narraba porque de algún modo lo vivió trabajando para su gobierno, el británico.

      También recuerdo que hacía el 11-S Y EL 11-M... uff, cómo para no recordarlo.
      Mi impresión final de esta novela no es haber leído una historia de espionaje, al menos no tanto como un magistral retrato de la condición humana, habida cuenta de una época trágica y fascinante al unísono.

      la ingenuidad infantil es un tesoro.

      Un abrazo

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  2. Empecé a leer a John Le Carré con otros libros. "El espía que surgió del frío" fue el cuarto y me dejó más fascinada aún que los anteriores. Ahora, con quince títulos leídos del autor, sigue siendo su mejor novela, al menos para mí.
    Genial como despedaza sin piedad los entresijos de los servicios secretos propios y ajenos. Un genio.
    Un beso.

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    1. Vaya, veo que sientes devoción por John le Carré.

      Que es un genio me ha quedado meridianamente claro tras la lectura de su célebre novela, todo un clásico contemporáneo de la literatura que se ha ganado a pulso tal denominación.

      Sin duda, Rosa, J. le Carré me ha dado una de las grandes cosas que le pedía... meterme en la mente de un espía en aquellos años turbios del Telón de Acero, y la aventura ha sido espectacular. Un genio, ya te digo.

      Un beso.

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  3. No he leído nunca a le Carré, aunque tengo una duda sobre un libro que sucedía en un colegio privado inglés -Eton creo recordar-, pero he buscado en su bibliografía y no parece que lo escribió, yo pensaba que sí, que era suya,. No soy devoto, ni siquiera de lectura de pasar el tiempo en fin de semana soleado .:) de las novelas de espias, -recuerdo "La máscara de Dimitros" que la citaban como una obra maestra de ee tipo de novela y ni fú ni fá-. SUpongo que nunca me ha atraido ese tipo de temática , debe ser por eso que no me gusta James Bond, tampoco.
    GRacias Paco
    cuídate

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    1. Wineruda, pues ya somos dos, no me atraen mucho, o nada, las novelas de espías, entonces ¿por qué he leído esta? porque algo me decía, ese sexto sentido que tenemos los lectores de mucha "carretera", que el espía de Le Carré es, en realidad, la personificación de un mundo deshumanizado. Ahora bien, no hallarás aquí una prosa evocadora, solo fría, pero de una lucidez espeluznante. En el fondo te cuento todo esto... sabiendo que uno ha de leer lo que le de la real gana, como hago yo mismo, y tú, sin duda, jaja, pues eso.
      Gracias a ti ;)
      Cuídate.

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  4. Hay días que se graban en la memoria y somos capaces de explicar con detalle que hacíamos en ese momento, justo este verano con una amiga lo hablamos recordando alguna fecha que es muy especial. Esa caída del muro fue fascinante y recuerdo que en su momento pensé que muchas historias de guerra fría y de espías futuras se iban a quedar huérfanas de referentes. Sin embargo, desde fuera y sin conocer mucho la realidad germana, me parece sorprendente ver como se han unificado las dos Alemanias, quizá aprendieron del daño que se hicieron. Eso me parece impensable en un país como el nuestro, así que me quedo con la frialdad germánica que para algunas cosas son más sabios al menos, así lo parece, cerrando heridas.
    Me gustó esa novela y me entretiene Le Carré, sabe como bien dices narrar con el tono justo para meterte en la historia, sin exageraciones.
    Y ese diálogo último me parece por desgracia de lo más actual,se sigue utilizando a las personas.
    Somos un precio pequeño para pagar… pero en todas partes es lo mismo; la gente estafada y extraviada; vidas enteras tiradas por ahí: gente fusilada y en la cárcel, clases y grupos enteros de hombres suprimidos por nada. Ciertamente, por nada en la mayor parte o en todos los casos.
    Besos Paco

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    1. En el caso de las dos Alemanias, el Muro dividió a muchos seres queridos, supongo que eso también contribuyó a que la reconciliciación fuese con paso firme, había una voluntad férrea por unir esos sentimientos que el Muro mutiló. También la determinación de la sociedad germana para reconstruirse cuantas veces haga falta… lección bien aprendida desde el nazismo que tanto mal les trajo a ellos también. Su tesón por salir adelante es algo admirable, la verdad.

      Al contrario que tú, Conxita, no había leído a Le Carré, pues lo del espionaje no terminaba de convencerme, sin embargo suponía que aquí había mucho más, algo que nos concierne como personas, el valor que tiene una vida, y más cuestiones de hondo calado que te hacen reflexionar sobre muchos aspectos, ha sido una lectura enriquecedora, ya por eso me alegro de haberla leído, y además entretenida!

      También muy actual… en cuestiones como estas que has recordado, por desgracia.

      Un beso, Conxita, y disfruta del finde ;)

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  5. Difícil no recordar (para quien lo haya vivido) aquel momento tan emotivo como el derribo del muro de Berlín. También lo recuerdo (y en Asturias estaba, precisamente) con mucha nitidez, dónde estaba, qué hacía y cómo lloraba de emoción ante las imágenes.

    Por lo demás, Le Carré hacía muy bien su trabajo, tuve una época que le leía mucho, junto con novela negra norteamericana. No se espera de él florituras literarias, pero como tú dices sí la contundencia de alguien que hace bien su oficio y desde luego hilaba muy fino sus historias de espías y la guerra fría.

    Un abrazo no tan frío.

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    1. Así es, Ana, un momento que muchos recordamos con una mezcla de profunda emoción y fascinación, conscientes de estar ante un acontecimiento que supondría un antes y un después en la Historia europea, y que también tendría efectos sobre todos nosotros.

      Le Carré escribe con la precisión de un cirujano para meternos de lleno en los vericuetos de la Guerra Fría, el tono narrativo es perfecto para lo que quiere contarnos, el dardo va directo al centro de la diana, de eso se trata en esta novela.

      Un abrazo lluvioso, pero cálido!

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  6. Pues sí, Paco. Lo aterrador es que ahora el espía somos nosotros mismos. No hay secretos porque nosotros no queremos que los haya. Todo al servicio del consumismo y en detrimento de la verdad y la libertad, conceptos cada vez más vacíos de contenido. Parece mentira lo que ha cambiado el mundo en treinta años. Lectura entretenida y casi testimonial de un tiempo finiquitado.
    Un abrazo.

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  7. No quiero ni imaginar trasladar el potencial tecnológico de ahora a la Guerra Fría... uff, lo mismo ni estábamos. Es una lectura cuyo retrato de la condición humana no ha perdido un ápice de vigencia... y además muy entretenida!
    Un placer, amigo Gerardo ;)

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  8. Aunque las novelas de espías nunca me han atraído demasiado, alguna que he leído (esta que comentas y algunas otras) me han entretenido y he pasado un buen rato. John le Carré tiene oficio y lo que escribe se puede leer sin que se te caiga de las manos.
    Sobre la caída del muro, tengo recuerdos poco nítidos aunque recuerdo que me dejó consternada la noticia cuando se produjo.

    Un abrazo.

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    1. Me sucede igual, Laura, no son novelas que me atraigan, pero de vez en cuando doy estos virajes lectores... y también aposté por un autor de reconocida calidad, no me gusta perder el tiempo con los libros. La experiencia ha sido muy gratificante, sobre todo por la impresión de haber leído el "alma" de toda una época, de nuestra condición humana, todo ello aderezado con los entresijos del espionaje, un cóctel afortunado, J. Le Carré es un escritor con muchas tablas.

      Tengo recuerdos nítidos de la caída del muro por lo peculiar de mi situación... viajando hacia Avilés en autobús desde Madrid ;)
      Un abrazo.

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  9. Soy poco afecto a este tipo de novelas, Paco. Tengo 'Un espía perfecto' y 'La Casa Rusia' del mismo autor en algún lugar de la biblioteca, esperando desde 1993, ya ves.
    En el momento en que caía el Muro, la que era mi novia no sólo rompió su compromiso -nos casábamos ese diciembre- sino que me mandó un par de abogados a liquidar todo lo que había en medio. Podrás imaginar que ese derrumbe minimizó cualquier otra imagen... Creo que fue el enero siguiente que pude tomar conciencia de lo ocurrido en Alemania.
    Será cuestión de leer alguna novela de espías. Parece que 'La máscara de Dimitrios' podría ser; la adquirí por recomendación de Utopía y ahora Wine la ha denostado.
    Un fuerte abrazo, chaval!

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    1. Vaya, amigo Marcelo... sin duda has vivido el tipo de experiencia que uno no desea recordar, por eso mismo aprecio enormemente tu gesto de confianza hacia mí, revelándome algo que es ingrato rememorar.

      No me atraen las novelas de espionaje, pero alguna vez que otra asumo estos desafíos lectores, eso sí, no apuesto por cualquiera, intento irme a lo mejor, y J. Le Carré es de lo mejor, fue una experiencia fructífera, pero de momento lo dejo así, ya estuvo bien con Le Carré. En caso de que vuelva a intentarlo algún día, me fijaré en ese que recomendaron Laura y Wineruda, esperaré por si tú la lees ;)

      Gracias, amigo. Un fuerte abrazo, campeón!!

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  10. ¡Hola! No recuerdo donde estaba yo ni que hacía en el momento que me enteré de lo del muro. Pero sí recuerdo el impacto de la noticia. También me atraen los libros ambientados en ese periodo histórico y por supuesto los espías y hace mucho, muchísimo que no leo nada de este autor
    Besos

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    1. Hola Marian.
      Es cierto que a veces los recuerdos se volatilizan y, de repente, por cualquier detalle resplandecen con brillo renovado. Así es, fue una de esas noticias que te hacían ser consciente del impacto inmediato que tendría en todo el mundo.
      No soy muy aficionado a las historias de espías... pero J. le Carré es un portento literario, sabía que era apostar a caballo ganador, puede que vuelva a él en otra ocasión.
      Besos y bienvenida por estos pagos ;)

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  11. Qué buena reseña. A mí Le Carré no me parece un escritor de espías, sino un escritor que aprovecha el mundo de la Inteligencia para novelar la realidad. Y no, los espías no se han ido... Muy buena tu introducción del autobús de Alsa, el walkman... El propio Le Carré habría firmado algo parecido. Enhorabuena. Pablo Zarrabeitia.

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    1. Muchas gracias por tus palabras, Pablo.

      Totalmente de acuerdo con tu parecer sobre Le Carré, es un enorme escritor por encima de cualquier etiqueta, y un fino observador de la condición humana.

      Jeje, lo del Alsa es tal cual lo cuento, lo recuerdo como si hubiera sucedido ayer mismo.
      Un placer tu visita. Cuídate ;)

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