P. Castillo

Safe Creative #1802170294390

martes, 2 de mayo de 2017

Aventuras de un irlandés en España. Walter Starkie (Dublín, 1894 – Madrid, 1976)


Libro. Espasa – Calpe. Colección Austral, 1965. Traducción Antonio Espina. 231 páginas.






Tenía preparada esta entrada desde hacía muchos días, pero no ha sido hasta ahora que he decidido publicarla, ¿razones? No lo sé, hoy me ha apetecido. Será la primavera…







Imaginad a todo un erudito, experto en filología clásica, catedrático de humanidades, investigador, poeta, antropólogo, ensayista, novelista, músico y que, además, hable fluidamente el romaní, la lengua gitana.

A priori resulta complicado encontrar a alguien así o parecido, pero ni mucho menos es imposible. Ahí tenemos el ejemplo de José Heredia Maya (Granada, 1947-2010), quien fue catedrático de Literatura en la Universidad de Granada, dramaturgo, poeta, ensayista, músico y cantante flamenco, casi nada. Pero no es él mi objetivo.

Ahora pensad en todo lo anterior y añadamos a ese curriculum, gran viajero, aparte del dominio en el romaní, también en su variante ibérica, el caló… Y todo ello sin ser oriundo de estas tierras íberas, sino de un país bastante más septentrional, anglosajón para más señas. Esto ya parece una tomadura de pelo, pero no lo es.

Ante ustedes, el enigmático Walter Starkie, un irlandés bonachón nacido en Dublín doce años después que su colega y vecino James Joyce.

Esquivo a todo perfil convencional. Algunos archivos históricos suelen presentarlo inicialmente como un viajero romántico del siglo XX. Solo es la punta del iceberg.

He mencionado “enigmático” irlandés, el entrecomillado no es un adjetivo gratuito. Si su semblanza roza ya lo inverosímil, podemos dar un giro aún más rocambolesco; sobre W. Starkie se cernía la sospecha de ser un espía perteneciente al Servicio de Inteligencia Británico, uno de tantos con la misión de evitar que el régimen de Franco interviniese en la II GM dando su apoyo a Hitler.

Churchill quería mantener la neutralidad española a toda costa. Infiltrados en Madrid no faltaron para tal empresa, entre ellos varios intelectuales y artistas de las Islas Británicas.





Siguiendo este hilo, un caso fascinante es el del actor inglés Leslie Howard, por entonces amante de Scarlett O´Hara no solo en “Lo que el viento se llevó”, también en la vida real. Llegó a Madrid en 1949, cuando Walter Starkie, años después de sus andanzas españolas, ya era residente en la capital y ejercía de Director en el Instituto Británico de Madrid.

De hecho ambos se reunieron, pues Walter le había organizado unas conferencias acerca de Hamlet que Leslie rehusó. Walter se quejó públicamente por la actitud del actor, éste afirmaba tener entre manos otros asuntos que atender…

Fue una estancia de dos meses, envuelta en un absoluto misterio y que acabó con la muerte del actor cuando el avión en el que viajaba fue derribado por los alemanes en la costa de Cedeira, Galicia.

En cuanto a Walter nunca estuvo claro el asunto de su espionaje, buenos amigos suyos como los escritores Cernuda, Antonio Espina, Menéndez Pidal, Pío Baroja, Cela, o los pintores Zuloaga y Antonio Prieto no arrojaron luz sobre tal acusación. Nada se sabe con certeza.

Hablando de Cela, valgan estas líneas sobre Walter, pues el Nobel gallego fue gran admirador del irlandés:

"Había una vez, a lo mejor hace ya muchos años, muchísimos años, un viajero irlandés, comilón, andarín, bebedor y gordinflón, que se llamaba don Walter".





Fuera lo que fuese, a mí lo que me ha llegado es una excelente obra. Esta es la historia de sus andanzas por España, contadas por él. Era el año 1934.

Uno quisiera perpetuar la gratísima sensación que te embarga tras la lectura de una gran libro, entretenidísimo y culto, con una escritura cautivadora y elegante, trenzada con sorprendentes anécdotas que confieren a la narración un ritmo vivaz y andarín, tal es la naturaleza del locuaz W. Starkie.

Ha sido muy gratificante acompañar a este hombre en su periplo. Venturas y desventuras que él mismo narrará, oficio de escritor tiene para dar y tomar.

La materia prima la extrae de su peregrinar por medio mundo y su vastísima cultura, que no utiliza para apabullar, él la pone al servicio de un admirable sentido del humor, en el territorio literario hay pocas uniones más seductoras, o poderosas que ésta. Es fácil comprobarlo, empiezas a leer el libro y te das cuenta que ya no podrás separarte de él, desde que te levantas hasta que te acuestas.

Qué tipo éste, no tiene desperdicio.

Aparte de su deslumbrante cultura poseía encanto a raudales. Uno desearía disfrutar su compañía en una tertulia de sobremesa, para mí no tendría precio. Eso sí,  llevándole a una buena taberna con mejor vino y viandas para conversar, sellarías con él una amistad inquebrantable.

Si hay una persona al que el calificativo de bohemio le haga justicia, es él. No es que fuese un tipo estrafalario… Lo siguiente.

Profesor, conferenciante, ensayista, investigador, escritor, poeta, músico (era un consumado violinista), además de viajero y trotamundos incansable por medio mundo (en España ya había estado muchas veces). Un vividor, sin su acepción frívola, en el sentido de vivir como se quiere.





Amigo de gitanos, vagabundos, pastores, monjes como su buen amigo fray Justo, de quien siempre recordaba los serenos coloquios mantenidos en la quietud del Monasterio de Silos, campesinos, pintores (por ejemplo, Zuloaga), monarcas y republicanos, célebres artistas como Agustina, “La reina de los gitanos” (musa codiciada por los grandes pintores de la época), ilustres personajes de la nobleza, intelectuales de renombre (varios poetas y novelistas del 98 asistían a las tertulias de su carismático amigo irlandés, en su larga estancia madrileña, así como él asistía a las de ellos).

Con tan variopinto ramillete de personalidades departirá nuestro amigo Walter. Las anécdotas que se suceden de tales encuentros te sumen en la expectación hasta la última página.

Extensa amalgama social, ideas políticas de todo signo que la campechanía del dublinés acogía con toda la naturalidad, pues se consideraba hombre de espíritu humanista.

Igual de valioso encontraba compartir palabras, migajas y camino con algún mendigo sin más patrimonio que su conversación y el morral, que departir sobre monarquía y republicanismo con alguno de sus nobiliarios amigos en el suntuoso salón de un castillo. El mismo valor tenía para él una cosa y la otra.





Y de tal guisa tal libro. Su argumento no es novedoso, un intelectual extranjero que narra su experiencia por la península ibérica.

¿Un libro más donde un célebre escritor expone sus visicitudes en tal o cual país?

Va a ser que no.

Lo extraordinario es la forma en que abordó el viaje este músico, escritor y trotamundos. Eso pondrá una distancia enorme con el resto de dichas obras.

Dominaba bien el idioma castellano, y con no menos solvencia… el caló, sí, la variante ibérica del romaní (que hablaba fluidamente).  Jaja, un dublinés rubicundo que chamulla caló, ¡es muy fuerte! (Como se dice ahora).

Walter Starkie era una eminencia mundial en el estudio de la cultura romaní. Tal era su pasión que incluso había convivido temporadas con diferentes grupos gitanos en Los Balcanes y en Hungría.

El conocimiento del castellano se debe, entre otras cosas, a sus exhaustivos estudios sobre nuestra cultura y costumbres desde tiempos remotos hasta lo actual de entonces, y a los numerosos viajes que realizó al país, algunos acompañado de su esposa siendo ambos jóvenes entusiastas, supongo que hábidos de una curiosidad antropológica que ha dirigido los pasos de tantos estudiosos británicos hacia aquí. Baste recordar a hispanistas contemporáneos como Hugh Thomas, Ian Gibson o Paul Preston.

Por cierto, aprovechando mi tendencia a la digresión, os contaré que con Gibson me crucé un par de veces caminando por la Gran Vía capitalina (no es tan difícil), viendo en la distancia como su trayectoria y la mía se iban aproximando hasta confluir con apenas unos centímetros de separación. Era la viva imagen del intelectual ensimismado que todos tenemos en la cabeza, un andar pausado, libros en la mano, la mirada extraviada en algún punto de fuga indefinido y, por encima de todo, ese (des) peinado imposible que corona su cabellera, cuya apariencia no hace distinción entre las horas del sueño nocturno y las del día. Lo cual no deja de ser prodigioso, que tanto en tiempos de ventisca otoñal, como en la calma chicha de agosto, la estructura de sus cabellos rebeldes se mantenga intacta.

Comentaba, como elemento excepcional del libro, su extravagante manera de viajar.

Por si no lo había dicho, la pretensión de Walter era recorrer buena parte del País Vasco, Castilla la Vieja y el centro peninsular, finalizando en Madrid… a pie, o en mula, o… La verdad es que ni él mismo tenía idea, iría viéndolo por el camino, mientras fuera acompañado de su violín, al que comparaba con Rocinante, lo demás era secundario.





Con su amado instrumento arribaría hasta la capital del reino para perderse en innumerables tertulias de café con sus amigos poetas, pintores y novelistas, entre los que se encontraban Machado, Valle Inclán, o Unamuno, por citar algunos. Todos desfilarán por el libro, por ejemplo Unamuno, nos narrará su encuentro en una lúgubre tasca de Hendaya, en donde lo descubre meditabundo en una mesa apartada, arrinconada en la oscuridad.

Sí, viajaría con lo puesto, un poco de dinero para los primeros días, en un viaje que le llevaría meses. Su violín habría de procurarle cobijo y comida tocando melodías españolas e irlandesas en tabernas y calles de los pueblos y ciudades que visitaría. Por eso sus colegas irlandeses, intelectuales y catedráticos como él, pensaban que el simpar Starkie estaba mal de la cabeza.

A él le traía sin cuidado tal o cual opinión:

“Es natural que cada viajero que vaya a España lleve su pequeña dosis de locura quijotesca. (…)

Predicaba con el ejemplo:

“Muchas noches acampo fuera de los pueblos; pero mis vestidos son demasiado ligeros para este País Vasco, que suele tener un verano traidor. (…)
Al salir de San Sebastián hacía sol y yo supuse que podría acampar en noches sucesivas bajo los árboles. Al pasar por Zarauz busqué un rincón apropiado (…) Por fin encontré lo que buscaba fuera del camino, al pie de unos árboles.
Serían las nueve de la noche y no se oía ningún ruido, excepto el ladrido distante de los perros de alguna casa de labor. Encendí un fuego (…), tendí mi capa en el suelo y me dispuse a dormir.

¡Cuán humildes son las necesidades de un solitario errante por los caminos del mundo!

La capa que llevo, a cuadros negros y blancos, se la compré a un pastor; es una capa tosca, pero abriga mucho y que me gusta echar sobre los hombros cuando el frío arrecia. Hay un proverbio español que dice: « Debajo de mala capa se esconde un buen bebedor.» Mi capa es pobre, pero tengo en mi mano la bota de vino. Nadie debe dormir al raso en España sin llevar una bota de vino, pues, como nos advierte otro proverbio español: « A mala cama, buen colchón de vino.» “





Menudo tipo, el irlandés…

Para este viaje aunó en su ser todas aquellas identidades que admiraba profundamente, y consiguió su propósito.

Adoptó la actitud quijotesca de caballero errante ante los caminos, por mor de su idolatrado Cervantes, hasta el punto de establecer ingeniosas correlaciones entre diferentes anécdotas vividas y andanzas de Don Quijote y Sancho. Se propuso hacer del espíritu nómada que anida en el alma de los gitanos, la brújula de sus trayectos. Adoptó el bon vivant de los trovadores y juglares medievales, que tan bien conocía, para deleitar a los lugareños con la música de su violín… y ganarse unos dineros con que degustar su venerada cocina española.

Tanto como lo gastronomía le fascina “esa querencia española por los refranes”, a los que dedica todo un capítulo. Un fragmento:

“Un vagabundo que se lance por los caminos de España necesita ir bien provisto de refranes. Le será tan necesario en el campo como en la taberna o en la plaza. Los campesinos castellanos están armados hasta los dientes de refranes y se los arrojan incesantemente unos a otros. (…)
Al principio el extranjero queda desconcertado. Un refrán es un golpe mortal en el duelo de la conversación. Cuando ha sido pronunciado no hay más que hacer que dejar el tema y buscar en el cerebro otro. (…)
El español saca su proverbio del gran fondo del saber popular con tan reverente cuidado como un anfitrión saca una botella de amontillado seco que desde muchos años guarda con amor en su bodega. No hay disntinción de frase entre los refranes; el vagabundo o el bandido los usa en su conversación no menos que el rey o el aristócrata.”

Fue un consumado violinista, era su principal vocación. Ganó siendo muy joven un primer premio de violín en la Royal Irish Academy of Music. De hecho deseaba dedicarse profesionalmente al violín, sin embargo el padre había diseñado ya un futuro para el vástago, acorde con el impresionante ambiente académico que rodeaba a su familia.  

Ya por aquí, a la vista de su poco lustrosa apariencia, con sus ropajes ajados y polvorientos del mucho deambular,  sería mirado más de una vez con recelo por la sospecha de estar ante un vagabundo cualquiera.

Lo que le salvaba era su deliciosa conversación, aderezada con una labia encantadora de pícaro irlandés. Se las arreglaba para conseguir cama gratis, o a precio irrisorio, en toda clase de tascas, posadas y tabernas, a cambio de amenizar a los parroquianos e incitar al consumo colectivo de vino tinto.





Establecía alianzas con otros músicos, callejeros como él, gallegos, vascos, muchos andaluces (éstos subían en hordas al norte de España en época estival, ahí estaba el dinero), para animar las tascas y sacarse unos cuartos… Los sabios consejos de los guitarristas, trompetistas, flautistas o gaiteros del lugar valían su peso en oro, necesitaba esas camaderías para tocar en los sitios donde rascarse los bolsillos fuese la norma entre los comensales, y también evitar aquellos antros en donde lo reluciente no eran las monedas, sino el filo de las navajas… No siempre lograba evitar líos, claro está.

Sus impresiones sobre las ciudades y la idiosincrasia de sus moradores me parecen magníficas:

"Fuenterrabía es una ciudad enervada, que ve transcurrir la vida moderna sin preocuparse de abrir los ojos para enterarse. Esto es una gran ventaja para el extranjero a condición de que sea un espíritu contemplativo. (…)

Fuenterrabía es pequeña, con menos de mil habitantes (1934) (…) Parecería una ciudad muerta sino fuese por los gritos y  el alboroto de innumerables chiquillos que juegan en la calles y patios vacíos. Una de las primeras impresiones del viajero en España es la de ver tantos niños y la libertad que gozan. En ningún país los chicos corren, saltan y juegan con tanta alegría y libertad como lo hacen en España.

En las demás naciones se procura inculcar a las criaturas desde muy pequeñas el principio del orden y disciplina, incluso para sus juegos. En España se deja en absoluta libertad al individualismo personal de cada niño; saltan en las calles como gatitos; gritan y persiguen a los extranjeros con preguntas curiosas, que acaban por molestar, pero que al mismo tiempo le dan la sensación especial de que estos niños son los más encantadores del mundo.

¿Cómo es que estos chicos y chicas de ojos grandes, sonrientes, se transformen luego en vascos corteses, lentos y taciturnos?

Acerca de unos de los cuadros de Zuloaga, cuando estuvo visitando al pintor en su casa de Zumaia:



Los flagelantes muestran, en efecto, un aspecto del alma española que se repite a lo largo de su historia. Las caras arrugadas de estos hombres y mujeres, campesinos de Castilla; las casas, ruinosas, y toda la melancólica tristeza de la escena nos dan una versión indudable de la españa ancestral.”



Foto internet

En ocasiones fue recogido por campesinos castellanos que iban o regresaban de las faenas, al ver su aspecto desaliñado y con cara de no haber zampado un buen estofado en días, no lo distinguían de un mendigo, y como era costumbre en esa gentes rudas y dignas, compartían con el andariego lo poco que ellos tenían.

Otras se acercaba solitario a algún asentamiento gitano, contraviniendo reglas de prudencia elemental, pues los gitanos estaban siempre resquemados, a la defensiva contra los payos por el continuo hostigamiento hacia estas gentes errantes, lo que provocaba bastantes trifulcas entre unos y otros.

W. Starkie sabía como ganarse su confianza, bastaban unas pocas palabras en caló, muy bien escogidas, ante la estupefacción de mujeres, hombres… y risas de los niños (imaginad a un grueso irlandés, enrojecido por el sol, dirigiéndose en caló a estos gitanos… habría que verles la cara).

Disipado el estupor, el patriarca le hacía sentarse a su lado, compartiendo el calor de la lumbre bajo las estrellas… sin faltar un suculento guiso de gallina y la bota de vino. Entonces surgían de ambos algunas palabras, pocas, pero cada una precisa en su capacidad de abarcar la idiosincrasia de una cultura milenaria. Y ellos mismos se convertían en una estampa antigua, tan vieja como ese crepitar del fuego, entre el olor penetrante de los maderos en ascuas.

En estos casos lo solían agasajar durante un par de días y, por orden del patriarca, lo trataban a cuerpo de rey.

Así es este libro, un cruce de caminos literarios exótico, una crónica viajera que tiene mucho de relato cervantino, pues las comparaciones de usos y costumbres con pasajes de sus admirados Sancho y Don Quijote aparecen con el acierto de un gran conocedor, no solo del Quijote y la obra cervantina, sino de toda nuestra literatura desde tiempos pretéritos.

Esto da lugar a una obra cultísima (y me atrevería a decir, de culto), pues son muchas las referencias artísticas, literarias e históricas que atesora, todo con prosa exquisita que se hermana sin fricciones con la lengua coloquial, y el caló. Peculiar Walter Starkie, expresándose en dicha lengua a la mínima oportunidad que se le presenta, asombrando a propios y extraños.





No solo un libro cervantino, también “barojiano”, “unamoniano” y hasta “valleinclanesco”.

Sin olvidar que: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”, pues con tales palabras de Machado (merecedor de unas interesantes líneas) está hecho el espíritu de este libro, una escritura que va surgiendo de los caminos, igual que las siembras de cereales en los campos castellanos que circundaba.

Delicioso el apartado Tertulias dentro del capítulo “Madrid”:

“Desde las siete hasta las nueve, todas las noches, los madrileños, tan parecidos a los irlandeses, de los cuales el doctor Johnson observó elegantemente: «Son un pueblo justo: nunca hablan bien unos de otros», se reunen en sus tertulias. Con la excepción de Dublín, en ninguna ciudad de Europa se derrocha en la conversación tanta mordacidad como en Madrid. Pero mientras los ingleses de Dublín viven bajo el crepúsculo céltico y se guardan de las flechas de sus adversarios con la niebla, los francotiradores de Madrid, bajo su atmósfera limpia, casi nunca fallan el blanco.”

Aquí nos cuenta su presencia en una de tantas, con Machado:

“Cada tertulia suele tener una especie de jefe o presidente, que es el que da el tono a la reunión. Si la preside un poeta, como Antonio Machado, la conversación recae generalmente sobre los poetas de la España moderna; Antonio Machado habla lento y mesurado, maravillando con su imaginación y sus agudezas de andaluz a todo el que le escucha."

También esta, con Valle-Inclán:

“La tertulia más pintoresca que conocí en Madrid fue, sin duda, la de Valle-Inclán (…) posee una fuerte dosis de la sal picaresca de Quevedo y del Arcipestre de Hita. Valle-Inclán es alto y delgado, de rostro pálido y cadavérico y lleva enormes gafas de concha que le dan el aspecto de un ave de rapiña. Ostenta larguísima barba gris y suele usar una fúnebre y negra capa que envuelve holgadamente su cuerpo enjuto. (…)

Don Ramón habla con una voz ceceante, que hipnotiza a sus oyentes. Cada palabra suya cae cae en el silencio de sus oyentes como una nota aguda y cristalina de música.. El ascenso y descenso de sus tonos vocales me hicieron evocar a aquellos taumaturgos que acertaban a ahuyentar las enfermedades y la muerte con el conjuro de su voz de plata. Cada frase era una melodía, el poeta gozaba escuchando los ritmos maravillosos de su propia voz.”

Las divertidas ocurrencias, comentarios y anécdotas del irlandés alcanzan cotas literarias geniales, en un libro que, sin ser ficción, es Literatura en estado puro. Uno se sonroja por el hecho de que un extranjero le ilustre sobre tantas cuestiones de nuestras letras, de nuestro arte, de nuestro folclore, y suma y sigue.

Además pone la nota (nunca mejor dicho) en la “letra pequeña” de la Historia, él mismo está inmerso en el cotidiano devenir de las gentes y pueblos que lo acogen. Toma sus notas a pie de calle, por tanto el retrato social que se nos muestra tiene una enorme riqueza, ofrece una serie de acontecimientos que, en su aparente insignificancia, lo dicen todo.

Lo fascinante de este intelectual es la pasmosa facilidad que tenía para amoldarse a estratos sociales tan dispares; ya fuera un marqués, un guitarrista gitano, o un gaitero gallego, y esos jugosos encuentros nos los brinda para nuestro deleite. Asistimos a un viaje hacia nuestro pasado que, en gran medida, explica nuestro presente.

Igual dormía bajo las carretas de los gitanos, o en la más absoluta soledad cobijado al borde de un viejo álamo, tiritando de frío por el txirimiri cantábrico, que lo hacía en el castillo feudal del conde fulanito o menganito.

Creo haber captado la esencia que se nos sugiere entre líneas, más allá de la enorme cultura y erudición de Walter Starkie, pienso que la verdadera sabiduría estaba en esas pocas palabras intercambiadas con un vagabundo en los caminos solitarios, o al amparo de noches al raso, palabras fugazmente alumbradas por el resplandor de las hogueras. Es ahí donde empezó todo, donde la literatura echó a andar, hasta recorrer el vasto camino que hoy la contempla.

Gran mensaje de Walter, al viaje hay que ir con el equipaje justo, esencial, es decir, las palabras, la música de un violín y ánimo para caminar… sin prisas

“Un violinista vagabundo que quiera sacar dinero a los gallegos testarudos tiene que tocar una nota baja de zángano en la cuerda como acompañamiento de su aire. Ha de imitar la gaita o marcharse sin un céntimo”





Pues eso, vámonos, ¿a Camariñas con Luz Casal y Luar Na Lubre?

¡Quién osaría decir no a esta mujer!



22 comentarios:


  1. Hola Paco
    No conozco a este señor, solo conocía , y lo conocía por buscar libros de otro Richard Ford, pues eso a... Richard Ford que viajó por Andalucia allá por el siglo XIX; así que me resulta curioso este personaje; aunque lo cierto, tengo que confesarlo, es que no soy muy partidario de libros de viajes, a la usanza de este o de Cela en la Alcarria (recuerdo sus extractos en el libro SENDA de EGB, gordo y pesado)(el libro de santillana digo ), o similares, pero leí hace poco uno que me resultó atractivo, eso sí, leyéndolo a sorbos,...cortos. Creo que aparte de este solo he leído de España, por razones académicas, a Estrabón, pero nada que ver ;)
    Creo que leo poco estos libros, porque soy más partidario de la ficción, y aunque tuve una época en la que leí autobiografías y similares (releí mil veces “confieso que he vivido” de Neruda) ya no es atractivo, la verdad o lo casi verdad siempre oculta detrás interés por hablar de algo o alguien y ponerlo bien o mal, por razones a veces no del todo claras,8así por ejemplo:yo que soy del pueblo de Zuloaga, conozco sus lados más variopintos...:) ) así que me quedo con la ficción, porque realmente sabes de qué habla y la razón real por la que lo hace.

    ¡vaya! Ya me he liado otra vez jajaja perdón
    gracias por la reseña

    cuídate

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Wineruda.

      A mí si me gusta salir y entrar de la ficción, regularmente necesito el estímulo de cruzar el puente hacia la otra orilla, crónicas viajeras, expediciones, diarios, autobiografías, filosofía, historia, etc. Así tengo la sensación, muy personal obviamente, de respirar otro aire.

      He leído otras crónicas viajeras, de Zweig, Kapuściński, Bruce Chatwin, Richard F. Burton, y algunos más incluido a Cela en su “Viaje a la Alcarria” (región que visito mucho, mi padre tiene una casa por ahí). Estos lo hacen, sobre todo, como observadores, eso sí, convirtiendo su mirada en un brillante ejercicio de escritura. Pero después de leer a W. Starkie en sus andanzas me doy cuenta que esta obra no tiene parangón con todo lo anterior que he leído… está en otra onda.

      En lo que se refiere a estrafalario W. Starkie no tiene rival con los mencionados. La gran diferencia es que viajó como músico ambulante, poco más que un vagabundo, incluso llamaba a las puertas para pedir un plato de comida cuando el hambre arreciaba.

      “He intentado describir mi viaje a pie por España, ganándome la vida como un trovador vagabundo”

      De alguna forma pretendía convertir sus experiencias en una especie de cuento, o novela (y doy fe que lo logró), de ahí que cogiese su violín y se plantase en España con lo puesto, sin saber muy como acabaría el asunto.

      Por eso los estudiosos de su vida y obra afirmaban no saber muy bien donde terminaba el Walter “real” y empezaba el “literario”. Al concluir el libro he tenido esa sensación, la vida de Walter me ha parecido bastante más novelesca que la de otros personajes puramente ficticios.

      Soltada todo esta perorata, sé que cómo magnífico lector que eres tienes tus propias sendas, así debe ser, lo grato es que, igual que le sucedía a W. Starkie, nos encontremos en una parte de ese camino, es lo enriquecedor.

      Cuídate amigo, y gracias a ti, faltaría más.

      Eliminar
  2. Desconocía al tal Walter y a su obra, pero a las pocas líneas de leer tu texto ya me ha picado la curiosidad. Desde dentro de esta denostada piel de toro tenemos una visión excesivamente condicionada por prejuicios y tópicos. Observar otras miradas desde otras perspectivas pueden ayudarnos, no tengo la menor duda, a tener una visión no tan deformada ni subjetiva.

    Un abrazo, Paco

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Walter era un ser de lo más estrafalario, un erudito de la cultura clásica, romaní, y nuestra propia cultura.

      Podría decirse que era un apasionado de España. A decir verdad, Walter Starkie muestra una mirada, tal vez, algo complaciente hacia nosotros, no exenta de cierta idealización, sin duda por su admirado Cervantes.

      En cualquier caso, las descripciones de su paso por las tertulias de Madrid, la relación entre los castellanos y los refranes... y muchas más anécdotas y consideraciones, resultarán fascinantes para cualquier lector curioso por su idiosincrasia, y la "foto fija" de lo que observa es descrita con maestría literaria, además de un magnífico humor. Te gustará, Luis Antonio, tú eres un amante de las palabras.
      Un abrazo

      Eliminar
  3. Menudo personaje, cuando menos, curioso, aunque lo de curioso se queda corto. Y si no me dices que es real pensaría que es ficticio, parece imposible que se pueda reunir tan ingente y variado talento en una sola persona. Estoy segura de que este Irlandés me daría más de una lección sobre esta España nuestra. Los fragmentos que nos has dejado, además, dejan patente su agudeza, su sentido del humor y su dominio del lenguaje y elegancia. Sin duda ha debido de ser una lectura sumamente enriquecedora.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Así es Lorena, eso fue lo que pensé nada más cerrar el libro... ¡Menudo personaje!

      Sus biógrafos lo decían, Walter Starkie parecía empeñado en hacer de su vida un continuo episodio literario, prueba de ello es este viaje, afrontado de una manera tan extravagante... Y al pobre le ocurrió de todo, hasta tener que esconderse unos días de un joven celoso y despechado que, navaja en mano, lo buscó con muy malas intenciones, Walter estaba bien escondido..

      Un libro que he disfrutado mucho, divertido y culto, también revelador.

      Un abrazo!

      Eliminar
  4. Don de gentes, le dicen. Y parece que Starkie iba sobrado de ese don. Y de saber vivir/viajar. Me encantan las personas así, me encantaría conocer a alguien así. Me encantaría SER así.

    Y me encanta pasar por aquí, leerte con calma. Aprender.

    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Ana.
      Eso es exactamente, don de gentes, persona que irradia carisma a su alrededor.. Los viajes de W. Starkie son fascinantes, no tanto por el destino (que también) como por la forma de vivirlos, como bien apuntas.

      Lo mismo se instalaba en Hungría con un grupo de gitanos, llevando la misma vida errante, que compartía durante varios días camino y noches al raso con un mendigo, o un gaitero gallego danzando con su música por aquí y por allá.

      ¿Quién no ha querido ser así alguna vez, un espíritu libre?

      Gracias por tus palabras, Ana :)

      Un abrazo

      Eliminar
  5. Vaya con el irlandés, mira que me ha conquistado. No lo conocía y me ha gustado lo que nos has contado, me he apuntado el libro porque me encantará conocer cómo nos veía. Me gusta la gente que se interesa por conocer el país en el que recala, conocer a sus gentes, sus costumbres y su lenguaje, creo que es una muestra de respeto aprender el idioma del otro.
    Siempre aprendo algo y me llevo buenas propuestas de tu espacio.
    Un beso Paco

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Jeje, sí,sí, vaya con el irlandés. Me alegro de dártelo a conocer. Me parece excelente que te lo apuntes, sé que lo vas a disfrutar Conxita.

      El libro es muy erudito y, sin embargo, hace gala de un sentido del humor brillante, genial. Da un repaso interesantísimo a varias cuestiones de nuestra cultura... Pero él mismo se sumerge en estas andanzas, convive con unos y otros, conversa con escritores, gitanos, artistas, mendigos, campesinos, pastores... Uff, imagináte.

      Gracias por tus palabras, el aprendizaje es mutuo, aprendo siempre de vosotros.
      Un beso :)

      Eliminar
  6. No conocía a autor ni signados. Parece que Starkie ha tenido una vida interesante.
    Pero no soy lector de libros de viajes, por más que éste resulte atractivo.
    Lo que dices de él me suena al de otro irlandés, Brendan Behan, que ha escrito sus 'Confesiones' pero no he logrado -aún- hallar un ejemplar.
    Gracias por descubrirnos a autor y persona(je).
    Un abrazo, amigo!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Más que un libro de viajes diría que es un libro de gentes, describe lugares por supuesto, pero como músico errante se mezcla con todo tipo de transeuntes, y es ese trato humano lo que realmente muestra el libro. No conozco al otro irlandés que mencionas, tendré que investigar, pues siempre sueles depararme alguna joya.

      Gracias a ti Marcelo, faltaría más.
      Un abrazo!!

      Eliminar
  7. Paco, aunque no suelo leer libros de viajes cuando lo he hecho he disfrutado mucho. De hecho, leyendo tu reseña minuciosa, interesante y bien escrita, he disfrutado del "personaje", de este peculiar irlandés. ¿Qué me atrae? Esa manera de viajar, sin prisas, mezclándose con la gente del país, conociendo sus lenguas. También me gusta su carácter y su manera de entender qué es viajar.

    Tus fotos del libro son estupendas, las citas entresacadas denotan tus gustos y los de W. Starkie...

    Abrazos!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Laura.

      Te digo lo mismo que a Marcelo, es un libro de lugares pero, ante todo, es un libro sobre la gente que da vida a esos lugares, además desde la perspectiva de un casi vagabundo, el resultado es inclasificable, sobre todo sorprendente, no creo que haya nada parecido en la llamada literatura de viajes, esto va un paso más allá, era un tipo tan estrafalario que sus amigos escritores y poetas españoles estaban fascinados con él, y leyendo sus peripecias no es de extrañar.

      Me alegro de haberte despertado algo de curiosidad, estoy segurísimo de que disfrutarías mucho esta lectura, Laura.
      Gracias por tus palabras, amiga. Tu gusto literario también me entusiasma :)

      Abrazos!!

      Eliminar
  8. No lo conocía...y solo sé que lo voy a leer. Me han encantado:Las descripciones,las fotos,esa personalidad,que vivía como quería y sobre todo lo bien que cuentas sus andanzas.Me ha hecho gracia la comparación y cómo ve a los niños españoles.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues me complace darte a conocer un fascinante intelectual. Ciertamente tenía una personalidad fuera de lo común. Sí, Clara, el sentido del humor en este libro es uno de sus grandes tesoros, forma un matrimonio perfecto con la erudición de las referencias literarias, la prosa, y por supuesto con la forma que tenía W. Starkie de tomarse la vida, con el talante de quien sabe gozar con las cosas valiosas de la vida... un vaso de vino, caminar bajo la lluvia, tumbarse al amparo del cielo nocturno y contemplar las estrellas, una conversación al calor de la hoguera, la música de su violín... Ya digo, las cosas valiosas de la vida.

      Otro abrazo para ti!!

      Eliminar
  9. Yo creo que Cela además de conocer al señor Starkie sacó de este libro alguna que otra idea para su "Viaje a la Alcarria". Me ha venido a la mente Gerald Brenan, en "Al sur de Granada" cuenta cómo se dejó caer por la Alpujarra con una maleta llena de libros para convertirse en escritor. También merece mucho la pena.
    Espectaculares las fotos, además de estar con frecuencia en las nubes en sentido figurado, me parecen uno de los fenómenos más estéticos de la naturaleza...
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tuve idéntico pensamiento al tuyo mientras leía el libro, Walter era un enamorado de Galicia, la tierra que vio nacer a Cela, también un entusiasta del Camino de Santiago, por tanto era un personaje muy popular allí, admirado por la intelectualidad gallega, destacando Cela entre ellos. Así que es una posibilidad nada descabellada.

      Así amigo Gerardo, busco mucho la belleza en la contemplación de las nubes.

      Gracias por tus palabras, cuídate amigo.

      Eliminar
  10. Gracias...me he reído...creo que es un libro de anécdotas, de mezclas entre personas...y eso siempre me atrae. No sé si lo han reeditado, pero lo buscaré. Es bonito viajar así...como vagabundos por el mundo...
    Muy buenas lecturas, gracias, Paco.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, María, ya ni recordaba que habías escrito. Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  11. Muy interesante recorrido por la figura de Walter Starkie, un hombre realmente singular. Pero no es esto lo que más me ha sorprendido en tu crónica. Lo que me ha maravillado es la riqueza de la España de hace ochenta años, la riqueza humana era prodigiosa aunque no hubiera antibióticos, lavadoras ni ordenadores. ¿No tienes la impresión de que cada vez la sociedad es más plana, más estereotipada y sin relieves como los que describes en tu hermosa sinopsis? Tenía que ser mucho más duro vivir en aquel tiempo acostumbrados a las comodidades de ahora, pero sin duda, era mucho más rico. Recuerdo mis viajes en tren rápido por la España de los años ochenta por la noche. En los compartimentos éramos ocho personas sin comodidad para dormir y se aprovechaba parte de la noche para hablar, contar historias muchas sorprendentes. La gente en la penumbra del compartimento hablaba y hablaba, tal vez una bota de vino, y se contaban anécdotas de una riqueza que me deslumbraban. Yo nunca hablaba, yo escuchaba. ¿Y qué es viajar ahora con el AVE? Rápido pero impersonal, pobre, el tesoro humano se desvanece. Me han dado ganas de leer este libro. Eres una fuente de sugerencias. Walter Starkie.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Algo de eso hay, Joselu, vivimos parapetados en los móviles, las redes sociales, los ordenadores, todo el mundo camino solo, mirando a las pantallas del móvil, y sustituyendo palabras por emoticonos, así es.

      Walter Starkie y su libro te hace revivir un mundo que parece haberse extinguido hace siglos, aunque no hace tanto de eso, no hace tanto...
      Gracias, amigo.

      Eliminar