Locura.
Mário de Sá-Carneiro (Lisboa, 1890 – París, 1916)
Libro.
Celeste Ediciones. Colección Minúscula, 2000. Traducción y prólogo:
Pedro Mireles. Ilustración de cubierta: La pesadilla, de Johann Iteinrich Füssli.
64 páginas.
Comienzo
con este fragmento de la contraportada:
“Sá-Carneiro,
amigo de Fernando Pessoa, es considerado, junto a éste, una figura clave de la
literatura moderna portuguesa. Después de atormentar a su «querido amigo»,
anunciándole su suicidio en repetidas ocasiones, después de haber conocido el
amor en sus últimos meses de vida que disipó en la lujuria, Sá-Carneiro se
suicidó en el Hotel Nice de París tomando cinco frascos de estricnina. Locura…
es una inquietante novela que se adentra en los raros desequilibrios de las pasiones
y pensamientos de su protagonista. Sá-Carneiro, en una historia llena de
rebeldía y erotismo, explica los mecanismos que le llevaron a escoger su propia
muerte.”
Si me
atengo meramente a la apariencia física de Mário de Sá-Carneiro, no encuentro,
observando las imágenes que circulan del escritor, indicios reveladores de
estar frente a un potencial suicida. Un rostro complaciente, algo regordete,
mirada amable… Pero claro, ¿qué rostro tiene un suicida? Todos y ninguno.
Cualquiera.
Mario Sá-Carneiro. Foto Wikipedia
Sin
embargo me resisto a dejar que mi intentona de “investigador forense” caiga en
el vacío. Entonces, sumido en una morbosidad descarada, observo la expresión de
otros célebres semblantes abocados a idéntico y trágico destino.
Podría
ser… me cruzo con Pavese. Sí, podría ser Pavese el rostro de un suicida, aunque
observases doscientas fotografías de él, sería harto complicado verlo sonreír
en dos o tres. Sus ojos parecen cansados por una sensación de hastío vital.
Pavese. Foto internet
Podría
serlo aún más, Alejandra Pizarnik, me doy de bruces con su imagen. Hay en su
mirada “algo” que me habla de una honda tristeza arrinconada en su alma,
incluso cuando sonríe parece hacerlo desde el abatimiento. No atisbo la calma y
serenidad que refleja Sá-Carneiro. Un rostro, otro, y otro más. En fin; Todos
y ninguno. Cualquiera.
Alejandra Pizarnik. Fotos internet
Tanto
me impacta verla así (a Pizarnik), que he tomado la decisión de poneros un
poema suyo, aunque yo esté aquí con Sá-Carneiro, no le importará, seguro.
La
carencia
Yo no
sé de pájaros.
No
conozco la historia del fuego.
Pero
creo que mi soledad
debería
tener alas
Brillante.
Y esto
me fascina de escribir sobre lo que leo, también el mismo acto de leer, que las
palabras, no pocas veces, tienen el poder de elevarse por encima de mi voluntad
inicial, de anteponer “su idea” a la mía, de alterar el rumbo de este escrito. En ocasiones las palabras
te llevan por ahí volando, y no sabes bien donde aterrizarás, ¿es malo? De eso
nada, a mí me entusiasma que me saquen de los caminos.
Verba
volant, scripta manent, (La palabra vuela, lo escrito permanece).
Pronunció una vez el político del Imperio Romano, Tito Cayo.
Aterrizo
ya.
Tengo
que revelar al principio el misterio de este libro, misterio que no es tal,
pues el coprotagonista de la historia arranca el relato sin concesiones a la
especulación:
“La muerte de Raúl Vilar fue muy lamentada.
Todos los periódicos consagraron largos artículos al gran escultor. (…)
Y
coincidieron unánimemente en que su prematuro fallecimiento había sido una
grave pérdida para el arte nacional. Después, los años transcurrieron. Hoy
pocos se acordarán ya del pobre Raúl. Es por eso mismo que me decido a hablar
de él. Para hacerlo, nadie más competente que yo: fui su mejor amigo, su único
amigo.”
Es
decir, ese amigo leal, poeta y escritor con un brillantez proporcional al vacío
en el que cae su talento, siente el impulso de rendir justicia a la memoria de
su fiel amigo, el escultor. Hombre que ha alcanzado el éxito profesional y
social. En esa tesitura discurre la narración de la novela.
En
realidad esta pequeña, gran, obra se aboca a un final que parece fruto de la
precipitación del escritor por concluirla, tanto que pudiera romper la armonía
con las páginas precedentes, y aunque ya se sepa el desenlace desde el
comienzo, no por ello deja de embargarte la sensación de asistir a una
inesperada celeridad por dar término a la historia.
Bueno,
es una consideración muy personal, tal vez otra mirada no lo vea así.
Era
inevitable. Se palpa la saudade en esta breve obra de Sá-Carneiro, ese particular
sentir melancólico de los portugueses que Manuel de Melo (1608-1666), definió
así:
«bem
que se padece e mal de que se gosta» (bien que se padece y mal que se
disfruta).
Expuesto
todo lo anterior, no es erróneo pensar que gran parte de la escueta producción del
autor, poética en su mayoría, es una especie de siniestro tanteo a la
posibilidad del suicidio.
Entonces ocurre algo que, no por frecuente, deja de
resultar extraño, en ese estadio literario, antesala de una muerte ya decidida,
el escritor se “viene arriba”, con tal expresión refiero que el novelista
exprime hasta la última gota de su talento para legar un libro de prosa impecable
como es “La locura”, del mismo modo que los moribundos experimentan una súbita
mejoría como señal inequívoca de la muerte inminente, enigmático y comprobado
fenómeno, desde luego, llamado por los médicos Mejoría de la muerte, y
que la ciencia aún no ha podido explicar.
Un
antagonismo, como tantos, que refrenda ese dicho: «los extremos se tocan», ya
sabéis, los niños y los ancianos, la vida y la muerte… Qué cerca están siempre
una de la otra.
Además,
en torno a M. Sá-Carneiro todo parece confabularse para llegar a su fatal
desenlace, su gran amigo de la infancia, Tomás Cabrera Junior, se suicidó de un
tiro en la cabeza delante de Mário, ambos tenían apenas veinte años en aquel
momento.
Hecho
que nos sitúa la naturaleza autobiográfica de la novela. fundiéndose los dos
protagonistas, el escultor y su amigo el escritor, en el alter ego de M. de
Sá-Carneiro.
No es
de extrañar que el libro nos deje tales fragmentos:
“Frecuentemente
tenía ideas extravagantes (el escultor), de una extravagancia siniestra. Por
ejemplo, una noche –después de uno de sus habituales períodos de mutismo- de
súbito exclamó:
«Me
gustaría que muriera toda la gente… todos los animales y que solo yo quedara
vivo.»
¿Para
qué? –pregunté espantado.
-Para
experimentar el miedo de verme completamente solo, en un mundo lleno de
cadáveres. ¡Debe ser delicioso! ¡Qué escalofrío de horror!...”
Y que
tuviera pensamientos como el que confesó
por escrito a Fernando Pessoa:
“Ya
sé, positivamente sé, que solo hay ruinas al final del callejón, y continuo
corriendo por él hasta que los brazos se me partan al encontrar el muro espeso
del callejón sin salida. ¡Y usted no imagina, mi querido Fernando, adónde me ha
conducido esta manera de ser! Hay en mi vida un lamentable episodio que solo se
explica así. Aquellos que lo conocen, en el momento que lo viví, lo llamaron
locura y disparate inexplicable. Pero no lo era, no lo era. Es que yo, si
comienzo a beber un vaso de hiel he de beberlo hasta el final. Porque -¡cosa
extraña!- sufro menos apurando hasta la última gota, que lanzándolo apenas
empezado. Y soy de aquellos que van hasta el final. Esta imposibilidad de
renuncia la encuentro artísticamente bella, y he de tratarla en uno de mis
cuentos, pero en la vida es una triste cosa.”
Más
cuestiones, me ha recordado mucho a otra lectura, un libro que me impactó por
el dominio magistral de la narración, El retrato de Dorian Gray de Oscar
Wilde, ambos escritores son maestros en reflejar los últimos estertores de la
belleza, próxima a desvanecerse. Dicha similitud podría tener una explicación
en la influencia del Decadentismo sobre uno y otro, y estas novelas
concretamente. Fragmento como el de los cadáveres es un estilo de frases que
también encuentras en El retrato de Dorian Gray.
En Locura
pugnan todos los conflictos internos del escritor, a veces parece un combate
agotador de fuerzas contrapuestas; la misoginia primera del escultor, hasta que
conoce a quien será, primero su amante, luego su esposa, dando paso a la
admiración por la figura femenina, que nunca dejara de tener su amigo, el
escritor.
La
relación contradictoria con la propia literatura que vive el personaje
novelista, encontrar un sentido al oficio de escribir.
Ensalzar
la virtud de vivir y, sin embargo, no dejar de juguetear con la posibilidad de
la muerte.
Y
todo ello con la palabra convertida en arma de seducción, así es el lenguaje de
Sá-Carneiro, tremendamente seductor.
Hago una constatación, por lo demás siniestra, referente al hecho de que las obras
de los escritores suicidas (por llamarlos de alguna manera), las más próximas al fatídico suceso, son trabajos
que bordan la genialidad.
No en
vano, ¿cómo afrontaría uno lo último que hará en vida? No son momentos para la
mediocridad, para eso ya has tenido el resto de tu existencia, ahora hay que darlo
todo, porque más adelante… quien sabe.
Nadie ha regresado para contárnoslo.
A mí es que me fascinan los escritores (e incluso aún más las escritoras) suicidas. Será ese estar al límite, ese escribir casi desde el otro mundo, mundo al que pienso que es al que realmente pertenecen y de ahí el suicidio como regreso a casa. No sé. Me fascinan.
ResponderEliminarA Sá-Carneiro no lo conocía, así que gracias por el descubrimiento. Además, me traes a Pizarnik y 'esos' versos suyos, así que doblemente gracias.
Un abrazo
Me alegro de haberte propiciado el conocimiento de este autor, obra intensa en una vida breve, circunstancia recurrente en la literatura.
EliminarSí, hay algo fascinante en el hecho de que la voluntad de alguien logre vencer al férreo instinto de supervivencia, ell@s se llevan un misterio impenetrable en su "viaje". El semblante de Pizarnik y su mirada siempre parecen fuera de este mundo, impresiona.
Un abrazo, Lorena.
Me he quedado fascinada por tu investigación de los rostros de los suicidas. Yo también busco... no sé... ¿señales? ¿indicios?. Y, al igual que Lorena, me doy cuenta de mi atracción por escritores suicidas, o con vidas tormentosas. Sé que estoy buscando algo. Sé que lo encuentro siempre en ellos. Y estoy totalmente de acuerdo contigo, en la genialidad de sus obras (¿has leído a Unica Zürn? Leí su Primavera sombría. Brutal, Paco).
ResponderEliminarUn abrazo
Uno mira esos rostros, esas miradas, y provocan que te interrogues a ti mismo sobre las raíces que te sujetan a este mundo, reflexionas sobre aquello que las pueden destruir... o afianzar.
EliminarSiempre es un acto que suscita una reflexión profunda y eso es en sí mismo fascinante. L@s poetas y novelistas que han ido creando su obra con un pie en este mundo y el otro fuera de él, escriben en un estado de catarsis que lo percibe el lector, y hay algo que te conmueve... sin saber bien qué es.
Ahora mismo voy a investigar sobre Unica Zürn, siendo una recomendación tuya voy con los ojos cerrados, gracias, Ana.
Un abrazo
ResponderEliminarHola Paco
A mí no me atraen los escritores suicidas, no especialmente, sino los buenos escritores, si se suicidaron es un hecho importante pero tangencial, así que no es tanto el propio hecho de suicidarse sino el reflejo en sus obras de ello (Sylvia, mi Sylvia Plath es un ejemplo de genialidad), o Mishima o Kawabata, todos merodean el filo (como dice Sylvia) .Por ejemplo no me convencen demasiado Lowell o Sexton, pero sí Mayakowsky en su rotundidad contradictoria, en fin podría rellenar hojas y hojas pero mejor me callo.:)
Hablando del libro, estoy fascinado por la literatura portuguesa, desde mi muy muy muy amado, admirado.. lo que quieras.. Lobo Antunes(del que, sshh, tengo ya todos sus libros jaaj) he encontrado un filón de escritores fuera de lo común: desde Peixoto, Gonçalo M. Tavares, Lidia Jorge, Mario de Carvalho, Vergilio Ferreira, Helia Correira, Agustina Bessa Luis , Fernanda Botelho, Mafalda Ivo,.. . Así que este aun siendo antiguo, me gustará (aunque debo confesarte una cosa Paco, no me gusta nada, pero es que nada, Pessoa y su libro del desasosiego.) ajja
un abrazo
cuídate
¿Cómoooooooo.......... que no te gusta nada Pessoa? eso si que me resulta incomprensible, adoro el Libro del desasosiego, encuentro en él todo: belleza, sentimiento, sabiduría, un tono pesimista con el que me identifico, un individualismo ácrata que me resulta muy atractivo... en fin, tú te lo pierdes.
EliminarPaco, me he colado en sitio ajeno, lo siento.
Un abrazo a los dos.
Hola Wineruda.
EliminarEstá claro que la cuestión primordial se limita a si el escritor tiene, o no, talento al margen de que se suicide o no, pero tal acto, al menos yo, no lo veo meramente aledaño o tangencial al pulso creativo del autor, si bien destacas su importancia, algo en lo que todos coincidimos.
Mishima y kawabata escriben desde esa interioridad suicida, no hay más que leer sus obras, la presencia de la muerte y el suicidio atraviesan casi toda su producción, y es como si esa presencia siempre “visible” de la muerte dotase a sus obras con un “alma distinta” a la de aquellas creadas por alguien reconciliado con la vida, con sus altibajos existenciales por supuesto, pero deseando el aire que respira.
Cuando he leído a Mishima (un buen ejemplo es El Pabellón de oro) y a kawabata (Una grulla en la taza de té), ya sé que estoy leyendo un libro de un escritor que persigue abandonar este mundo, pues tengo la impresión de que esas palabras están, en última instancia, no para los lectores, sino para el escritor mismo, como una catarsis que va acomodando la mente del autor a su desenlace trágico. Las alusiones al suicidio, el hecho de la muerte, son una constante en ellos.
Heinrich von klein buscó la muerte desde muy joven, y fue esa interioridad del ser la que dio forma y contenido a gran parte de su obra. Igual que otros tantos. Y de tantos poetas, aunque en esa cuestión sabes tú mucho más que yo.
Por eso creo que desde ese estado atormentado de quien quiere morir surge un acto creativo que tiene una pulsión enigmática y poderosa, distinta en todo caso, pero con un magnetismo palpable.
Es “algo” que desafía y logra anular al poderosísimo instinto de supervivencia, con el que todos nacemos, y esa victoria de la voluntad sobre la naturaleza siempre ha desconcertado y fascinado al ser humano.
Sí, reconozco que no paso por alto esa consideración si leo un libro de alguien que se lanzó al vacío… Por decirlo así.
Y por favor, Wineruda, habla, habla y rellena hojas, no te imaginas lo que aprendo contigo, te lo agradezco y es un placer leerte.
Cuídate amigo :)
Laura :) en un momento estoy contigo!
Hola Paco,
ResponderEliminarTe leía y me preguntaba contigo sobre ese rostro especial de los suicidas. Me has hecho pensar en una reflexión que tuvimos hace unos días sobre el suicidio, el elevado número de personas que se quitan la vida y como se sigue silenciando escondido detrás de un falso efecto contagio, ese dolor que queda en familiares que encima se avergüenzan de esa muerte. No, no creo que los suicidas tengan un rostro ni mirada peculiar ni siquiera aunque sean genios escribiendo, creo que son personas que sufren mucho y que no consiguen encontrarse a gusto en el mundo.
Igual sí las últimas obras de estos escritores suicidas sean geniales pero más bien para mi es debido a que han ido madurando sus letras, no porque el hecho de pensar en quitarse la vida los ilumine y como lectora pienso en todo aquello que nos hemos perdido y que podían haber seguido escribiendo.
Un beso y feliz fin de semana
Hola Conxita.
EliminarAl final lo que vengo a decir (coincidiendo con tu apreciación), con más o menos claridad, es que quienes se suicidan no tienen un rostro especial, más allá de la singularidad que todos poseemos, cualquier rostro es el de un suicida, he conocido algún caso cercano, un antiguo amigo de la pandilla juvenil, excelente estudiante y, además, un chico muy apuesto... Ninguno dábamos crédito a lo acontecido.
En cuánto a la inminencia del suicidio y su reflejo en la forma de escribir... No lo tengo tan claro como tú, escribir no es en su totalidad un acto racional, también hay una parte emocional desde la que se gesta la escritura (en definitiva es como somos nosotros mismos; razón y emoción), y esa parte emocional (que también mueve la pluma del escritor) ha de verse alterada ante la consciencia de ese cercano final trágico ... Me cuesta imaginar que eso no se traslade a la forma de escribir.
En cualquier caso no tengo respuestas definitivas, esas cosas siempre permanecen en el limbo.
Un beso, Conxita :)
Pese a que no le gusta Pessoa, coincido con Winerudad, tampoco me atraen los escritores suicidas, solo me gustan los buenos escritores, el suicidio no le añade ni le quita nada a la obra suicidaron es un hecho importante pero tangencial, así que no es tanto el propio hecho de suicidarse sino el reflejo en sus obras.
ResponderEliminarLa literatura portuguesa es muy interesantee y tiene un elenco de escritores muy bueno como Gonçalo M. Tavares, Mario de Carvalho, Agustina Bessa Luis , Fernanda Botelho, José Saramago y, por supuesto, Pessoa.
Un fuerte abrazo (me parece muy bueno tu texto).
Laura, no tienes que disculparte de nada (por tu comentario de arriba), aquí tienes licencia para disparar a diestro y siniestro, eso sí, con pistola de agua... Igual que la de mi hija, jeje :)
EliminarRespecto a tu parecer; "el suicidio no le añade ni le quita nada a la obra", en la línea de Wineruda y Conxita, valgan mis consideraciones anteriores para no resultaros cansino. Sinceramente, no lo veo con la claridad que manifestáis. Creo que todo suma, la escritura no es un acto que permanezca impasible ante la catarsis emocional de un escritor que tiene en mente suicidarse.
Como he dicho, se escribe desde el intelecto, la razón, pero también (y mucho) desde un estado anímico, desde la emoción, desde la entrañas... Ya lo decía Clarice Lispector en su obra final, consciente de su inminente final (aunque hay que aclarar que no por suicidio, sino de cáncer), un libro "escrito en agonía" ("Un soplo de vida", es la obra). Un libro que nació de un "impulso doloroso", como relataba su biógrafa.
Dicho esto, reconozco que en estas cuestiones un tanto brumosas, siempre hay en mis reflexiones un asomo de duda e incertidumbre, no tengo certezas absolutas.
Entre Wineruda y tú... habéis engordado mi libreta con un buen elenco de las letras portuguesas :)).
Yo añado otro que tengo frente a mi escritorio, Fernando Namora, poeta primero, novelista después, magnífico antes, y después.
Un fuerte abrazo, Laura. Muchas gracias por tus palabras!!
A mí me gustan los escritores que dominan su oficio y escriben bien. La vida de los autores, su ideología y los temas que abordan no encabezan mis prioridades.
ResponderEliminarAprovecho, amigo Paco, para decirte que me encanta tu estilo y todo lo que compartes.
Un abrazo
Luis Antonio, coincidimos en mucho, para mí tampoco es determinante (o algo que priorice) la ideología de un escritor, y otras circunstancias de su vida. Sin embargo admito que tengo en cuenta, y le doy vueltas, al hecho de que se haya suicidado, no lo puedo evitar, ¿curiosidad morbosa?, ¿fascinación por algo que se sitúa en el límite? Supongo que de todo un poco, y todo con mi descarada subjetividad, jaja.
EliminarGracias, amigo, el entusiasmo es compartido.
Un abrazo!
Hola, Paco!
ResponderEliminarSoy de los que no cree que el suicidio del autor tenga influencia en su literatura; pero no tengo dudas de que el suicidio vende. Y bien. Si no, John Kennedy Toole no hubiera desencadenado masivas ventas de sus libros que en vida no pudo publicar -los que, por lo demás, considero sobrevalorados-. Las obras de Mishima o Kawabata no necesitaron de su suicidio para trascender.
Desconocía a autor y obra que hoy nos traes así que... gracias.
Tus líneas, impecables como siempre.
Un gran abrazo, campeón (nunca más acertado que ahora)!
Hola Marcelo.
EliminarSigo pensando que la decisión del suicidio es de tan hondo calado que, inevitablemente, altera tu estado anímico, y está comprobado que un autor escribe bajo el influjo de su estado anímico.
Simplemente se trata de hacer un ejercicio mental (empatía), y considerar si tu escribirías igual sabiendo que luego te irás a dar un paseo tranquilo por el campo, o ponerte una soga al cuello para dejar este mundo.
Pero es muy cierto lo que dices, el suicidio es bien aprovechado por las editoriales para vender más.
Jaja, así es, campeones, aunque hace mucho que lo vivo de una manera muy desapasionada :(
Un abrazo, querido Marcelo!!