Las inquietudes de Shanti Andía. Pío
Baroja (San Sebastián, 1872 – Madrid, 1956)
Libro. Editorial Espasa – Calpe.
Colección Austral, duodécima edición, 1977. 269 páginas.
Antes de nada, hubiera querido ambientar
las fotografías sobre el comentario del libro en el mar, como se merecía. Pero
viviendo en el centro del país era complicado.
Aprovechando, cámara y libro en mano, que por estas tierras
tenemos unos cielos con reconocida fama literaria y pictórica, los he escogido
como un océano en las alturas. Las aves, cuando aparezcan, serán los delfines
que tantas veces acompañaban a nuestros protagonistas. Las nubes se convierten
en olas perfectas. Al fin y al cabo los marinos, una vez en alta mar, no dejan
de observar el cielo.
Foto Paco Castillo, febrero 2016
Esta novela de Pío Baroja, publicada en
1911, la enmarcó su autor en la serie “El mar”.
De igual suerte que redescubres el placer
de la lluvia en la edad madura, cuando los chaparrones eran un enemigo
implacable de aquella infancia fraguada en los juegos callejeros, a los que nos
avocaban (entonces felizmente) la ausencia de vídeo juegos, tablets y demás dispositivos
tecnológicos, asistes también al deleite de leer viejos libros y autores
injustamente vilipendiados por la confusa rebeldía adolescente, cuando estas
lecturas eran objeto de férreas imposiciones escolares. Alguna lectura me
agradó, claro, pero siempre quedaba la sensación del encuentro forzado, bajo la
amenaza del suspenso en lengua o literatura.
Así, mientras don Luis, el maestro,
sostenía el libro de Pío Baroja a mano alzada, con la otra no dejaba de
acariciar la regla de madera, esa que nos dejaba los dedos rojos como
chistorras.
¡Qué difícil me resultaba admirar a esos
viejos escritores en aquellos momentos!
En fin. Reconvertida la acritud juvenil
en complaciente melancolía, he ido saldando cuentas literarias con libros y
autores que habían sufrido, lo mismo que yo, el efecto perverso de aquella
decimonónica regla de madera.
Y mira por dónde, al final tendré que conceder
un gesto de gratitud a aquel trozo de madera, porque el placer sosegado que me
causa hoy este “Shanti Andía”, simplemente por el hecho de leer una prosa tan
bien resuelta por Pío Baroja, es un disfrute del que no gozaría sin el
andamiaje lector que ahora tengo… Los libros llegan cuando tienen que llegar.
Paseo después de la lluvia. Foto Paco Castillo 2016
Otra cosa que tengo que agradecer a su autor es propiciar el encuentro ante palabras que parecían haberse esfumado con mi niñez. Por ejemplo, “lapa”, unos moluscos pequeñitos adheridos a las rocas costeras, muy abundantes en el norte peninsular y que yo mismo recolectaba de chiquillo en mis veranos asturianos.
También me han entusiasmado, por
similares razones, los pasajes que discurren en mi querido litoral cantábrico.
Me he encontrado, a través de los ojos de Shanti Andía, husmeando por aquellas
solitarias y salvajes playas escondidas tras espesos bosques de helechos,
robles (ahora hay más eucaliptos), o tras enormes acantilados de un verde
imposible.
¿Está el cielo en venta? Paco Castillo 2016
Más allá de las memorables narraciones que atesora este libro, una vez concluido hay que abrirse paso entre sus historias hasta tocar su alma, su corazón tiene forma de profundo homenaje al mar, a los mares como propuesta para quienes buscaban la libertad entre los vientos que agitan las velas, a quienes dormían al raso de las estrellas y las observan como el rumbo que habrían de seguir sus destinos, o sus sueños mecidos por la eterna cadencia de las olas. Un deseo de libertad al que muchos se entregaban sabiendo que se dejarían la vida en el intento… aunque algunos regresaran para contarlo a generaciones futuras.
Es evidente la influencia del elemento
telúrico en esta historia, el cual atraviesa toda la narración e imprime
sobriedad y carácter a la obra.
Ya en los primeros compases la escritura
de Pío Baroja para dar vida a Shanti Andía, tiene una personalidad tan genuina
como las arrugas que surcan el rostro curtido de los marineros.
Presiento que el capitán Ahab de Melville
no desentonaría entre los marinos de las costas vascas, en los pueblos
balleneros del cantábrico, pues tanto el personaje de Melville como los de
Baroja en este libro, son la personificación de un espíritu indómito, que
impulsa a sus poseedores hacia la búsqueda de un sueño, una quimera agazapada
tras el confín del horizonte marino, que parece aguardarles en la lejana línea
que separa el cielo del mar. Pero nunca se alcanza, siempre está más allá…
Paseo después de la lluvia. Foto Paco Castillo 2016
Ese telurismo, en cuanto a la descripción
de la imponente orografía vasca, su abrupto litoral, sus aisladas villas de
pescadores, las brumas boscosas, son un vehículo inmejorable para mostrar la
idiosincrasia de sus gentes.
Ahora bien, Baroja no se deja embaucar
por la vanidad que tiende hacia la idealización de un pueblo y su cultura. Pone
a cada personaje en su lugar, es más, se sirve de algunos para ridiculizar las
ínfulas de grandeza que afloran en otros.
Si hay algo que se reviste de idílico en
esta obra es la relación del hombre con el mar, que tiene para los marineros
aspecto de mujer. En el encuentro del marino con esa libertad que representa la inmensidad oceánica reside
el encanto de este libro.
“La mayoría de los hombres se sienten muy
orgullosos de su constancia, de la permanencia de sus propósitos. (…)
Saben adonde van, de donde vienen. Cada
paso en el camino de la vida lo llevan contado y calculado. Si les escuchamos
nos dirán: «No nos detengamos a contemplar el mar o las estrellas; no hay que
distraerse. El camino espera. Corremos el peligro de no llegar al fin.»
¡El fin! ¡Qué ilusión! No hay fin en la
vida. El fin es un punto en el espacio y en el tiempo, no más trascendental que
el punto precedente o el siguiente.”
Y prosigue unas líneas más abajo con estas
palabras sobre el mar, pasaje cuya belleza me ha sobrecogido:
“Realmente, el mar nos aniquila y nos
consume, agota nuestra fantasía y nuestra voluntad. Su infinita monotonía, sus
infinitos cambios, su soledad inmensa nos arrastra a la contemplación.
Esas olas verdes, mansas, esas espumas
blanquecinas donde se mece nuestra pupila, van como rozando nuestra alma,
desgastando nuestra personalidad, hasta hacerla puramente contemplativa, hasta
identificarla con la Naturaleza.
Queremos comprender el mar, y no le
comprendemos; queremos hallarle una razón, y no se la hallamos. (…)
Muchas veces sospechamos si habrá en él
escondido algo como una lección; en momentos se figura uno haber descifrado su
misterio, en otros, se nos escapa su enseñanza y se pierde en el reflejo de las
olas y en el silbido del viento. (…)
En la Naturaleza, en los árboles y en las
plantas hay una vaga sombra de justicia y de bondad; en el mar, no; el mar nos
sonríe, nos acaricia, nos amenaza, nos aplasta caprichosamente” (p.14).
Me ha sorprendido encontrarme a P. Baroja exhibiendo un excelente sentido del humor, ese valor que Julio Cortázar echaba en falta en las obras literarias de sus contemporáneos.
Digo sorprendido porque cuesta imaginar a
este vasco de semblante taciturno, cuya sonrisa parece desdibujada por la bruma
de su tierra, manejando con soltura tal ingrediente. No faltan en la narración
esos momentos de humor, contrapunto oportuno, y hábilmente dispuesto, a todo lo
majestuoso que el mar y sus cielos tormentosos ocupa en la historia.
Foto Paco Castillo, febrero 2016
Foto Paco Castillo, febrero 2016
La novela cuenta con un narrador en
primera persona, el propio Shanti Andía, quien nos relata de modo retrospectivo
su historia, la de su tío Juan de Aguirre, errante en todos los confines marinos del
mundo, la de la familia en el caserío vasco y la de sus vecinos.
Shanti Andía se hace querer, es una
persona cabal, intrépida pero sensata, solitario que no reniega del amor.
Boadilla del Monte, finales de enero. Foto Paco Castillo 2016
La historia está estructurada en dos partes, cada una con un ritmo narrativo en consonancia con los acontecimientos descritos y sus escenarios.
Los primeros capítulos corresponden a la
infancia de Shanti Andía en su pueblo vasco de pescadores. Es una mirada
melancólica hacia aquel chiquillo y sus correrías con los amigos por los montes
y acantilados de las costa cantábrica. Años inocentes sumidos en la fascinación
por las antiguas historias marineras que escuchaban a los viejos lobos de mar
curtidos en los mares del mundo.
“Nos hablaba, también, Yurrumendi de esos
pulpos gigantescos con sus inmensos tentáculos que pueden hacer naufragar una fragata;
del mar de los Sargazos, en donde se navega por tierra, por verdadera tierra,
que se abre para dejar pasar un buque; de los países donde nievan plumas; de
los delfines, que tienen una extraña simpatía mal explicada por los hombres; de
las sentimentales ballenas, cuya desgracia es pensar que la Humanidad estima
más su aceite que su melancólico corazón; de los mil enanos jorobados y
extravagantes de las costas de Noruega (…)” (p. 44).
Estas y otras historias son las que
escuchaban Shanti Andía y su amigos, Recalde y Chomin Zelayeta, en las tabernas
del pueblo, como la Goizeco Izarra (Estrella de la mañana), la de la Bella
Sirena, o la más célebre, el Guezurrechape de Cay Luce (El Mentidero del muelle
largo).
Por ahí encontrarían a los viejos
marinos, lobos de mar como Yurrumendi, que habían pisado cualquier puerto ubicado
entre Groenlandia y las islas de Polinesia, y siempre, bajo la verbilocuencia
del aguardiente, estaban prestos a satisfacer a una audiencia tan entregada.
La prosa en estos trances sucumbe, como
no puede ser de otra manera, al carácter contemplativo que posee la
rememoración de la niñez. Se impone un ritmo pausado, como si las palabras
fueran acompasadas por las últimas gotas de lluvia, cuando su sonido apenas es
un susurro que golpea sin fuerza las ventanas.
Digo esto porque es justamente lo que
está ocurriendo en mi ventana (ahora mismo) al contemplar el cese de la lluvia.
Mañana lluviosa por aquí.
En la segunda parte Shanti Andía es ya un
hombre hecho y derecho. Flamante capitán de goletas, fragatas o bergantines que
atraviesan los mares.
Ya avanzada esta parte, hay un par de
páginas en las que Shanti Andía, de regreso unas semanas a Lúzaro (su pueblo
vasco), por el fallecimiento de la abuela, rememora con exquisita y sentida
melancolía, que no sensiblería, su infancia. Al escuchar el canto de los
gallos, el traqueteo de las carretas con heno sobre los caminos, el repiqueteo
de la lluvia sobre los tejados, cuando la oscuridad invernal invadía la
existencia de estas gentes, y su presencia se intuía a la luz del candil tras
las ventanas, el lector mediante el ritmo sosegado de la prosa se convierte en
habitante de aquel escenario, envuelto en una atmósfera de decadente belleza.
Foto Paco Castillo, febrero 2016
La sombra de su tío, el enigmático y
desaparecido Juan de Aguirre, se cierne sobre todo el relato en esta fase de la
historia. Su misterioso paradero va saltando de boca en boca por viejos marinos
que dicen haberle visto en los lugares más aislados del mundo.
Así, el marino vasco Itchaco, a quien
Shanti Andía localiza en un apartado muelle de Borgoña, en Francia, cuenta al
protagonista que después de sus largas estancias en los caladeros de Islandia y
de las islas noruegas de Lofoten, lugares que por tierra y por mar conoce como
su propia casa, dice haber coincidido con su tío en un “barco de negreros” que
hacía la ruta de Angola y Mozambique hasta Brasil.
Otros aseguran haber compartido estadía
con el desaparecido en la inhóspita Bahía de la Desesperación, el Puerto del
Hambre o la Isla de la Desolación, parajes que aparecen como espectros en la
inmensidad del Océano Pacífico, en las corrientes navegables del sur cuando ya
se avistan icebergs.
Algunos se han topado con él en la Bahía
de la Soledad, reponiendo fuerzas, al abrigo de las remotas Islas Malvinas.
O recogiendo un cargamento de filipinos,
mano de obra barata, que desde la Polinesia, en Tahití, había que llevar a la
Bahía de San Francisco, en Norteamérica. Y en todos estos escenarios, y en
algunos más, se embarca el lector con Shanti Andía.
Aquí la prosa discurre con el fragor del
viento, de las tempestades, las corrientes marinas, con la puesta y el ocaso
del sol sobre el horizonte, con los amotinamientos de la tripulación, sus
brutales ajustes de cuentas, los imprevisibles piratas ingleses y holandeses y
avatares de similar factura.
Sin embargo ninguna de tan
extraordinarias vivencias allende los mares, sobrecoge tanto el alma de Shanti
Andía como, al cabo de tantos años, la emoción de volver a pasear por la playa
de su pueblo, la playa de las Ánimas, algo triste y solitaria como él, como aquel niño que
un amanecer cualquiera de otoño se escapaba hacia allá, justo cuando la bruma
del mar se encaramaba hacia el monte de helechos y después envolvía a todo el
pueblo como en un abrazo.
Entonces todo desaparecía lentamente de
la vista, igual que en un sueño tranquilo. Y ahí solo quedaba, igual que ahora,
Shanti Andía contemplando el mar.
Boadilla del Monte, finales de enero. Foto Paco Castillo 2016
Hola Paco
ResponderEliminarRetomas, con mas ahínco aún que con “las ciudades invisibles”, libros de larga , digamos, estirpe. En este caso, como dices, se suma el agradable o turbio -depende para quien- pasado, de ser obligada su lectura en BUP -como en mi caso,-¡vaya tiempos!- Este libro fue mi primer libro favorito, en parte por que soy vasco como Shanti, en parte por la cercanía de los pueblos que parecen evocar sus páginas ( Ondarroa o Bermeo por un lado, Getaria u Hondarribia por otro) y el revivir recuerdo de las furiosas olas rompiendo en los malecones o en las escolleras, los barcos saltando entre las las mareas, las grandes redes , los pilotos, los marinos, las gaviotas, el olor a sal, los bruscos temporales, las galernas... Fue también mi libro favorito por la fácil lectura, la prosa diáfana y la evocación y descripción de momentos y aventuras divertidas o interesantes al menos para la edad que yo tenía. Tras este libro siguieron muchos de Baroja, todos los que caían en mis manos, algunos me gustaron más que otros ( la tetralogía del mar, es mi favorita) pero “Zalacaín el aventurero”, “la busca”. “Aviraneta o la vida de un conspirador”, “el árbol de la ciencia”... Es cierto que eran épocas en los que los conocimientos lectores se circunscribían casi a lo que te enseñaban en el colegio o instituto, con lo que leías todo lo que caía en tus manos -el quijote, Unamuno, Azorín, Machado, Cela, Lorca, Aleixandre...-No había -o yo no conocía- donde conocer a otros escritores quitando Márquez o similares. Con el tiempo aprendes y conoces más y mejores escritores, pero Baroja tiene un lugar -pequeñito o grande- de mis memorias lectoras, donde se conservará siempre aunque no lo vuelva a leer.
Un abrazo
Hola Wineruda.
EliminarYa lo creo, aquellos tiempos del BUP... A decir verdad, guardo un grato recuerdo de asignaturas como Lenguaje y Literatura, siempre me entusiasmaron y mis mejores notas iban ahí. Es cierto que algunas lecturas me echaban un poco para atrás... Sobre todo cuando tenías que leer el Teatro Clásico español de Calderón, Rojas, etc. O el Siglo de Oro, son obras que por sus características necesitan cierta maduración lectora, así lo creo, que difícilmente tenía un adolescente como yo. A otros autores como los que citas me causaron mucha mejor impresión y los disfruté - Cervantes, La Generación del 98, la del 27... Y claro, nuestro amigo Baroja. De la época escolar recuerdo haber leído su trilogía (La lucha por la vida), "Zalacaín el aventurero" y, por supuesto, "Las inquietudes de Shanti Andía". Y lo extraordinario es lo mucho que he disfrutado con esta relectura de "Las inquietudes de Shanti Andía", en su momento también me gustó, pero no de la misma forma que ahora y, ni mucho mneos, con la misma intensidad. Supongo que las vivencias acumuladas por los años añaden a determinadas relecturas matices muy valiosos, y provocan que el libro, la historia y el autor "dialoguen" contigo de una manera impensable años atrás. Creo que este libro tiene méritos para estar entre los favoritos de un lector que no se deje imponer por modas, inmediatez, etc, etc.
Totalmente de acuerdo contigo en cuanto a su prosa diáfana, todo un placer leerla, y además, tú siendo vasco lo sabrás muy bien, contiene descripciones bellísimas sobre el mar, los montes, los acantilados, las olas, las ballenas, los marinos... Vives en una tierra muy hermosa, inmejorables escenarios para la inspiración de Baroja. A este "Shanti Andía" lo sitúo en la LITERATURA con MAYÚSCULAS.
Bueno, Wineruda, huelga decir que me alegra tu visita, aquí tienes las puertas abiertas, tómate total libertad para venir cuando te apetezca.
Un abrazo!
En primer lugar, que luego se me olvida, me encanta la variedad de cielos que has fotografiado (me gustaría ver las fotos en tamaño mayor para disfrutarlas mejor) y el libro se desenvuelve a la perfección en ese azul de cielo-mar.
ResponderEliminarNo tengo mal recuerdo de las lecturas obligatorias en el Instituto. Naturalmente leí a Baroja, si no recuerdo mal Aurora Roja dentro de la trilogía que acabé leyendo completa.
Mientras te iba leyendo, recordaba el libro que tanto me gustó Nosotros, los ahogados de Carsten Jensen, pero Pío Baroja es muy anterior y por lo que cuentas no tiene nada que envidiarle a la hora de reflejar la vida de esas poblaciones volcadas al mar y la pesca (u otras actividades).
Según cuentas el encanto del libro reside en ese encuentro del marino con esa libertad que representa la inmensidad oceánica. La vida de los marinos no era nada fácil, sin embargo las familias sabían desde el inicio que los hijos seguirían a los padres en ese duro trabajo que de niños idealizaban al escuchar las historias de los que llegaban a viejos.
Voy a mirar si encuentro esta novela, me has despertado una gran curiosidad por leerlo. Además habla de las Lofoten :))
Un fuerte abrazo!!
Hola Laura.
ResponderEliminarBueno, vamos a ver si he copiado bien los enlaces... a veces me lío con estas cosas.
Si están bien, las podrás ver a mayor tamaño si clicas en el ícono de la lupa, en la parte superior derecha de la ventana. Te envío para que copies y pegues en tu navegador, y ya está.
https://photos.google.com/photo/AF1QipNKdQiMXKYE8cnZYeqwaBb-7UO1cU2MiBpirVfN
https://photos.google.com/photo/AF1QipN1AlGKe0FG984fsfQBQM4zkXP6-ZiUDmiWPuN8
https://photos.google.com/photo/AF1QipPaVzCfWNL22hcNz-1xtiUDIs9jdsY_92RHalsB
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https://photos.google.com/photo/AF1QipMOFZJjKvufA6Z1VL1NT1LyUgtcrPeasnex1P2u
Claro, me acuerdo de tu lectura de Carsten Jensen (y también de la de Agnieszka), y lo tengo bien apuntado. He disfrutado mucho con Shanti Andía, hasta el punto de ser una de las lecturas que más grato recuerdo me han dejado en los últimos tiempos. Lo cual no es difícil, ya que hay pasajes muy conectados con mis recuerdos, por ese escenario cantábrico, las correrías de chiquillo... Por ese sabor tan genuino a mar, tiene un magnetismo sobre mí que no acierto muy bien a explicarlo. Pero algo me dice que tú disfrutarás este libro, Laura. Esa forma que tienes de posar tu mirada sobre el mar, viendo tus fotos marinas, me dice que esta historia es para ti. Espero no equivocarme, porque también es verdad que cada lector es un mundo. Búscala, igual que tu mirada busca el mar.
Otro fuerte abrazo para ti!!
Muchas gracias!!
EliminarAbrazos!!
Ey, Paco! Éste se me pasó! Lo cierto es que soy un bruto, lo reconozco. Creo que sólo tengo 'Zalacaín, el aventurero', de Baroja. Y no he leído nada suyo, qué horror.
ResponderEliminarTus líneas me parecen fantásticas; de hecho, hacen que me mueva a conseguir un ejemplar de éste. Parece muy interesante.
Y las fotos que has tomado, pues... son magníficas. Qué buenos cielos y buenos caminos.
Recibe un fuerte abrazo, amigo. Y gracias por rescatar(nos) un texto y un autor no tan de moda.
Hola Marcelo.
ResponderEliminarQué tal amigo, no te sientas comprometido a escribirme cada vez que publico... Yo te apreciaré igualmente, jajaja. (¡Aunque me encanta verte por aquí, es evidente!).
Es un libro que he recuperado, después de haberlo leído en mi etapa escolar, y su lectura ha sido de lo más gratificante, uno de esos libros que te conmueven por dentro, tal vez porque en la propia historia, en el escenario del Cantábrico, se ha producido un reencuentro con mi propia niñez.
Te animo a leerlo, este libro tiene un "aroma" especial... A relatos que ya no se cuentan.
Un fuerte abrazo Marcelo!!!
La prosa de Baroja es muy contenida y, sin embargo, hay destellos luminosos. Es un libro que deja poso, que se queda en el recuerdo.
ResponderEliminarMedio vasca que soy, comprendo mi interés y alego a mi favor, cierta proclive sintonía a dejarme llevar por esos montes y mares.
Cuán excelentes, los escritores de aquella época:inmensamente vivos, al tanto de todo, críticos y celosos de su entorno: Emilia Pardo Bazán, Clarín, Unamuno..., entre otros.
Hoy, me parece que las personas somos demasiado iguales, que los sentimientos se apartan para que no nos causen dolor, y todavía más las pasiones, algo que no ocurría, creo yo, por aquellos tiempos.
Un abrazo, Paco.
Hola, Pilar.
ResponderEliminarYa lo creo, un libro que deja un poso muy marcado. La tierra, el mar, el viento y la vida de las gentes rurales atravesada por los elementos, y una mirada serena, poética y melancólica para contarlo, Baroja, y otros tantos excelentes escritores como bien citas.
Totalmente de acuerdo, Pilar, hoy las personas parecemos fabricadas en serie, un producto al por mayor... Aún quedan los libros para quitarnos ataduras.
Cuídate, amiga Pilar.