P. Castillo

Safe Creative #1802170294390

miércoles, 3 de febrero de 2016

Las ciudades invisibles. Italo Calvino ( Cuba, 1923 – Italia, 1985)


Libro. Biblioteca EL MUNDO. Colección Milenium, 1999. Traducción de Aurora Bernárdez. Prólogo de Daniel Múgica. Ilustración de la portada, Toño Benavides. 117 páginas. Narrativa.



                       Con el libro en Marqués de Viana, Madrid. Paco Castillo, 2016


                            Último suspiro del atardecer, Pozuelo. Paco Castillo,2016


Suelo empezar el año lector con autores clásicos, me gusta que sobre ese poso literario vayan asentándose el resto de lecturas venideras.

Todo lo escrito en este libro por Italo Calvino es una alegoría de la multiplicidad de ciudades inverosímiles (porque son más inverosímiles que invisibles) que hay en cada ciudad posible, es decir, real.
Por ello, aunque sea una obviedad, requiere una lectura atenta, contiene palabras que te exigen una pausa ante ellas, como si te invitasen a acompañarlas a un destino, retornar a su lugar original.

Marco Polo, ilustre consejero de Kublai Kan, va describiendo al emperador las “ciudades” que ha ido visitando dentro del vastísimo territorio imperial. Le cuenta cómo son esas ciudades, qué  hay en ellas, quienes son sus moradores y todo aquello digno de mención. Así, le habla de “las ciudades y los deseos”, representada, entre otras, por Fedora. “Las ciudades sutiles”, cuyos exponentes pueden ser Zenobia, u Octavia. “Las ciudades y el cielo” como Eudoxia, dónde es fácil perderse. Por mostrar algunos ejemplos. Cuando Marco Polo termina de contarle cada ciudad, él y Kublai Kan entablan un diálogo intercambiando reflexiones sobre lo dicho.
De modo que la filosofía, la poesía y la novela forman un todo uniforme en esta obra, se retroalimentan y se suceden sin solución de continuidad.
Aparte de lo que cuenta Italo Calvino, tenemos el cómo lo cuenta. El autor exhibe una prosa exquisita, es un sibarita de la escritura. Es un deleite leer palabras que se pueden palpar, porque tienen texturas, que pueden olerse, porque desprenden aromas, o que pueden admirarse, porque contienen imágenes.

Cada ciudad proyecta una situación imaginada, inventada o fantástica, que la mente del lector construye como una realidad, en donde es plausible esa manera de ser y estar en el mundo.
Por lo tanto, Italo Calvino nos propone desautomatizar la manera de pensar en relación al lugar que habitamos, te descubres a ti mismo en un escenario donde las “señales” de lo que ves han terminado por usurpar la identidad, mejor dicho, la naturaleza de lo observado, de “eso” que hay detrás de la señal (o el nombre).


                                        Una calle de Madrid. Paco Castillo, 2016


Recuerdo a un profesor de arte contemporáneo que tenía en la universidad, porque nos reiteraba que nuestra forma de ser, estar y observar no es enteramente nuestra, sino que está condicionada por la arquitectura y fisonomía de las ciudades donde vivimos. Un neoyorquino no sabe mirar al horizonte, porque en Nueva York los rascacielos han hecho que éste desaparezca. Un tuareg no hace otra cosa que mirar al horizonte, en el Sáhara solo hay arena y un horizonte inabarcable.
Lo mismo sucede con estas “ciudades fantásticas” que relata Marco Polo al gran Kan, cada una supone una posibilidad diferente de ser y de estar.

Este es un libro muy breve que me ha hecho pensar mucho, retomando lo que refería de las señales… Parece que vemos antes la palabra que la cosa nominada por ella, vemos antes a Emilio, Aurora o Daniel, los nombres, que al ser de carne y hueso que se desplaza hacia nosotros. Vemos abstracciones como sucedáneos de lo vital. Se nos ha olvidado vivir con la materia viva porque vivimos con la materia intangible, eso, las abstracciones.
Un fragmento del relato de Marco Polo , en la ciudad de Ipazia (Las ciudades y los signos):

¿Dónde está el sabio? – El fumador de opio señaló fuera de la ventana. Era un jardín con juegos infantiles: los bolos, el columpio, la peonza. El filósofo estaba sentado en la hierba. Dijo: - Los signos forman una lengua, pero no la que crees conocer –comprendí que debía liberarme de las imágenes que hasta entonces me habían anunciado las cosas que buscaba: solo entonces lograría entender el lenguaje de Ipazia.
(…). No hay Lenguaje sin engaño (p. 44-45)


                                     Madrid. Paco Castillo, 2016


El libro también nos sugiere que lo no aparente, o no visible en las ciudades puede tener una presencia más notoria que las formas y objetos que tienes delante.
Y también es verdad que las ciudades en la lejanía suelen mostrarte aquello que te ocultan si estás dentro de ellas. Por ejemplo, el veneno con el que te mata lentamente, la contaminación. Yo suelo observar Madrid desde mi propia ciudad, Pozuelo, a doce o trece kilómetros de distancia y a mayor altitud que la capital. Es una buena atalaya para escrutar Madrid con los ojos bien abiertos… o entrecerrados si prefieres ignorar algo que te turbe. La “boina” grisácea de contaminación es una visión nítida desde mi atalaya, no así caminando por la Gran Vía madrileña, aunque nadie ignora que está ahí.
Para ver la fealdad de la ciudad en toda su magnitud hay que huir de ella. Para apreciar la ciudad como un todo hermoso también.


                             Madrid, vista desde la Casa de Campo. Paco Castillo,2016

A mi modo también soy viajero y sé que la verdadera imagen de la ciudad, para mí, no era la que presenciaba estando ahí, sino la que ha ido construyendo mi recuerdo una vez abandonada, la ciudad que perdura en la memoria es la que está viva. la presencia real que una vez tuve en ella el tiempo la borró.

“(…) es inútil decidir si ha de clasificarse a Zenovia entre las ciudades felices o entre las infelices. No tiene sentido dividir las ciudades en estas dos clases, sino en otras dos: las que a través de los años y las mutaciones siguen dando su forma a los deseos y aquellas en las que los deseos, o logran borrar la ciudad, o son borrados por ella (p. 37).”

Impresionante forma de decirnos cómo nosotros hacemos a las ciudades y éstas, a su vez, nos van haciendo a nosotros.

Tal vez por eso, después que Marco Polo le haya descrito varias ciudades a Kublai Kan, éste, pensativo, le dice al veneciano que no le cuente las ciudades como las ha visto, más bien que le corrobore si son, acaso, como el Gran Kan las imagina.


                                  Heridas en el cielo, Pozuelo. Paco Castillo,2016


De igual modo que a un lector le gusta departir con otro lector, hay libros que tendrían mucho que dialogar con otros libros. Seguro que “Las ciudades invisibles” de Calvino y la “Ciudad del sol” de Tommaso Campanella tienen de qué conversar. La lista puede ampliarse.

Leer consigue que puedas apreciar, y analizar, la realidad con una cantidad de matices muy superior a quien no lo hace. De modo que  puedes  cotejar la realidad con la lectura que acaba de nutrir tu pensamiento. Miras a tu alrededor con ese título revoloteando por tu cabeza, “Las ciudades invisibles”, y con la mirada expandida terminas  divisando a los exiliados, constatas que hay ciudades dolorosamente reales donde lo invisible son sus ciudadanos, por partida doble. Primero como desheredados en su ciudad. Después como exiliados en otras. Ciudadanos invisibles en ciudades reales.


                                    La vida se abre paso entre las ruinas, Pozuelo. 
                                    Paco Castillo,2016

Retomando el libro, tengo la sensación de que esta obra de Italo Calvino no está concebida tanto para encontrar algo (aunque también) como para buscarlo.
Pero, ¿Buscar el qué? Las ciudades invisibles. ¿Buscarlas dónde? En la imaginación, en el recuerdo, en la memoria, y también en el pasado, y en el presente. Las ciudades invisibles hay que buscarlas fuera de ellas, entre las existentes tal vez. Buscar algo alejándose de ello para solo así hallarlo. Algunos dicen que el amor se busca así. Y la belleza.


                           Pozuelo, vista desde la Casa de Campo. Paco Castillo,2016.

Las ciudades invisibles empiezan a tomar cuerpo cuando se diluye la real. Pienso en esto cuando contemplo desde el tren las luces de una ciudad, diminutas y agazapadas en la noche, y apresurado voy añadiendo historias y rostros antes de que se esfume en la lejanía. Y lo mismo desde el avión, cuando observas a las ciudades empequeñecer más y más, hasta que se paraliza la acción y el movimiento en ellas, la vida parece ausente ahí, si la observas desde el cielo. Ciudades invisibles… 


10 comentarios:

  1. Después de vivir en varias ciudades muy grandes, donde nadie ve porque no mira, prefiero vivir en el pueblo. Aunque muchas veces me moleste la visibilidad de todo y todos. Entonces puedo buscar lo invisible en los libros.
    un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hay cosas esenciales a las que miramos muy poco, el cielo, los árboles... y a los libros, aparte de leerlos, yo los miro mucho.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Soy una urbanita convencida pese a sus muchos inconvenientes, sin embargo vivo en una ciudad de tamaño pequeño, no llega a setenta mil habitantes. Eso sí, estoy cerca de una gran ciudad a la que voy con frecuencia (el viernes voy a escuchar a Donna Leon).

    En toda ciudad hay muchas ciudades, unas visibles y turisteables y otras invisibles y profundamente populares, ese es el encanto que tiene la ciudad, la puedes callejear y te vas encontrando con muchos mundos dentro del mundo. Tu paseo con el libro por la ciudad así lo muestra, me encantan esas fotos que acompañan al libro viajero.

    Me ha gustado mucho esto que has escrito:
    ...prosa exquisita, es un sibarita de la escritura. Es un deleite leer palabras que se pueden palpar, porque tienen texturas, que pueden olerse, porque desprenden aromas, o que pueden admirarse, porque contienen imágenes.

    De hecho es el párrafo con el que más me has tentado para su lectura.

    Un gran abrazo!!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. La verdad es que yo no me definiría como urbanita, no abomino de la ciudad pero tampoco caigo rendido a sus brazos, vivo muy cerca de Madrid pero puedo estar meses sin poner los pies ahí, me acabo sintiendo incómodo en la gran ciudad si paso más tiempo del que estimo razonable. Aunque sé apreciar lo bueno que ofrece, fundamentalmente en el plano cultural. ¡Qué interesante suena lo de Donna Leon!
      La ciudad es una obra que nunca concluye, está continuamente engendrando "nuevas ciudades", como tú bien indicas. Rara es la vez que salgo sin mi cámara... y sin un libro en la mano.
      Italo Calvino es uno de esos grandes escritores que cuando escribe parece que lo hace acariciando las palabras, tiene un dominio magistral de la escritura, si esto lo combinas con su portentosa imaginación, quien aparte de la historia en sí, busque disfrutar con un magnífico dominio estilístico, como es mi caso, Italo Calvino es una apuesta ganadora.
      Gracias Laura.
      Otro gran abrazo!!

      Eliminar
  3. Qué gran regalo me has hecho para mi último día de vacaciones, querido Paco. Me has hecho volver a un texto leído hace mucho, del que solo tengo vagos recuerdos pero guardo de él un buen sabor. Hice la reseña para otro espacio hace años y desde donde me encuentro no tengo acceso a ella.
    Yendo a tus lineas, recuerdo haber tenido la misma sensación de que el lector salía en busca de algo, sin saber qué. Y todas esas descripciones posibles sólo tenían la finalidad de ahondar sobre qué mundo querríamos habitar. Un muy buen libro, sin duda.
    Recibe un fuerte abrazo desde Salta, Argentina.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me alegro, Marcelo. Reavivar gratos recuerdos en torno a un libro es algo que me complace mucho. Es un libro muy sugerente, pues la forma que tiene de escribir Italo Calvino te deja múltiples sensaciones revoloteando alrededor tuyo, su escritura es soberbia. Así es, una lectura que te impulsa a la búsqueda de algo, sin tener muy claro el qué, como bien dices. Quizás el propio título "Las ciudades invisibles" nos sugestiona la búsqueda de algo que no se ve, "invisible" y por tanto no tenemos claro qué es, y a la vez es extraño, porque eso mismo que no tenemos claro, presientes que está muy próximo a ti. Esa es la gran paradoja, el mundo que querríamos habitar es una idea que va quedando más lejos conforme avanza este mundo... pues no dejamos de destruirlo, con sus ciudades, su naturaleza, con las personas, con todo lo que es.
      Una lástima que ya se acaben las vacaciones amigo, espero que las hayas disfrutado bien.
      Gracias, Marcelo.

      Eliminar
  4. Hola Paco, curiosamente rescaté este libro de mis estanterías asturianas durante la navidad pasada. No recordaba de qué iba, el contenido, porque lo leí hace demasiados años. Pero no puedo estar más de acuerdo en que las ciudades en las que vivimos nos condicionan. Más que nada porque en mi caso, lo padezco, ya que vivo en una ciudad que yo le digo "ciudad vampiro". A mí me chupa el alma. Es una ciudad demoledora.

    Me gustan las ciudades pequeñas, pero no soy nada urbanita, prefiero el contacto con la naturaleza, aunque reconozco que de vez en cuando ir a grandes capitales como Madrid, Barcelona, me fascina, ver despertar las calles de las ciudades, el movimiento de las personas, las ventanas, las puertas, y (especialmente) la cultura. Los detalles de las grandes ciudades. Pero sólo puntualmente, si mi mirada tiene que ponerse en modo observador elijo campo, monte o mar.

    Y sí, hay que alejarse de las "cosas" (los lugares, las personas e incluso los recuerdos) para poder acercarse con la perspectiva adecuada. Alejarse para acercarse. Este es un tema, ya sabes, que me tiene enganchada y que da para muchas conversaciones.

    Las fotos, como siempre, preciosas, me he detenido en ellas un buen rato.

    Gracias, Paco. Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Ana :) ¡Qué alegría tenerte por aquí! Se te hecha de menos.

      Veo que somos parecidos en la relación que mantenemos con la ciudad y la naturaleza. Necesito los espacios abiertos de la naturaleza, el campo, el mar. Necesito esa amplitud para mirar y pensar.
      De nuevo la enigmática conexión entre un libro y quienes se detienen ante él. Tus estanterías asturianas se me antojan un excelente lugar para recorrer con la mirada, no me cabe duda por tus gustos literarios.
      Me gusta tu definición:

      “vivo en una ciudad que yo le digo "ciudad vampiro". A mí me chupa el alma. Es una ciudad demoledora.”

      Seguro que Italo Calvino la incluiría en su catálogo.

      Bueno, ya sabes que aquí siempre tendrás las puertas abiertas, te tomes el tiempo que te tomes.

      Gracias a ti, Ana. Un abrazo.

      Eliminar
    2. El espacio abierto (monte, mar, naturaleza, campo...) lo necesito como el respirar. Pero no deja de fascinarme detenerme en una ciudad y observar lo que me rodea, personas, arquitectura, movimiento, quietud... Pero si tengo que elegir, elijo naturaleza, quizás cercana a una ciudad, pero naturaleza (es que en el campo no hay librerías) :P

      Aunque esté... ¿en stand by? (no sé muy bien cómo definir mi momento) no dejo de "vigilar" ciertos lugares que me dan calorcito. Supongo que mi piel lo necesita (y mi alma también). Así que, siento decirte, te tengo "vigilado".

      Me encantan las puertas abiertas. Incluso semiabiertas. Cerradas me machacan.

      Un abrazo, fuerte.

      Eliminar
    3. Tener una vigía en el Faro me parece magnífico :)
      Abrazos!!

      Eliminar