P. Castillo

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jueves, 21 de enero de 2016

Guerra y lenguaje. Adan Kovacsics (Santiago de Chile, 1953)

Libro. Editorial El Acantilado, primera edición, 2007. Ensayo. 160 páginas.






Ayer terminé este libro del chileno Adan Kovacsics, si alguien no conoce al autor es posible que se cruzara con su nombre sin advertirlo, pues quien haya leído a algunos de los escritores húngaros o en lengua alemana que forman el catálogo de la editorial Acantilado, o la editorial Minúscula, lo ha hecho gracias a las excelentes traducciones al castellano de este autor, nacionalizado español e hijo de inmigrantes húngaros.

El debate suscitado en cuanto a la reducida capacidad que tiene el lenguaje para representarnos la realidad ya tiene un largo recorrido histórico. La filosofía y la literatura, entre otras disciplinas, han reflejado ampliamente dicha cuestión.

En el transcurso de la cultura europea se han sucedido casos relevantes de intelectuales muy críticos contra el modo de entender el lenguaje y, sobre todo, contra las formas de “pervertirlo” para originar un discurso dominante, y crear corrientes de opinión conniventes con las esferas del poder económico y político.
Bajo el título de “Guerra y lenguaje” Kovacsics ha desarrollado cuatro interesantes ensayos, cuyo contexto abarca, mayoritariamente, el espacio geopolítico de la Europa Central durante la I Guerra Mundial:

Crisis del lenguaje
Matuschka
Guerra y lenguaje
Danubio

Uno de los escenarios principales a donde nos adentra la obra es la  Viena de dicho período, concretamente al Cuartel de Prensa creado por el ejercito austro-húngaro, allí trabajaron escritores elaborando propaganda que ensalzara el esfuerzo de los soldados en el frente. Todo un organigrama para revestir de heroicidad a aquellos seres pusilánimes que morían en el frente sin gloria alguna, a los altos mandos, etc.

También nos presenta diferentes episodios de esta problemática de la lengua, por ejemplo la relación traumática que algunos escritores han tenido con el lenguaje, o la crítica de otros denunciando su manipulación, como si se experimentase con un animal de laboratorio para comprobar sus efectos en terceros, en el estamento periodístico y político. Críticas de algunos escritores hacia aquellos colegas que pusieron su pluma al servicio de la infame propaganda bélica.

Si uno reflexiona sobre la naturaleza de las guerras, la historia que las contempla, constata que las grandes contiendas necesitan crear previamente un discurso ad hoc, no tanto para justificarse ante el mundo, pues todos saben que los señores de la guerra ni tienen ni necesitan justificación, como para crear el mayor números de acólitos en la sociedad, pues de ella misma se nutre la maquinaria belicista.



Es ahí donde interviene el lenguaje, y los que mejor saben persuadir con él son, sin lugar a dudas, los escritores.
Se crea una retórica que tiene el esperpéntico fin de elevar la mentira a la categoría de axioma, de premisa que por considerarse evidente se asume sin necesidad de demostrarla.
En dicho sentido, ¿Os suena la Guerra de Irak y sus armas de destrucción masiva? Lo menciono ya que aparece en el libro como moderno paradigma del tema que nos ocupa.

Y nos viene a la memoria la “opereta” de Colin Powell ante la ONU, mostrando unas fotografías “manipuladas” de “fábricas de armas”, “enclaves estratégicos en el área oeste”, depósitos de arsenales en la región sur” del territorio enemigo. Digo manipuladas porque luego se comprobó que los encabezados de las fotos no se correspondían exactamente con las imágenes (lo refleja Kovacsics). El caso era sencillo, los encabezados (titulares) de las fotos ya estaban creados antes de las propias fotos, de tal suerte que la cuestión no era buscar un título para cada fotografía, sino preparar una fotografía para cada titular. Así funcionan las guerras, todo empieza con una mentira, la historia está escrita con montones de ellas.

En cuanto a las crisis de algunos intelectuales con el lenguaje, extraigo del libro el caso de Ingebor Bachmann (contiene algunos más), una célebre poeta austriaca, para muchos la más brillante de su generación, que padeció una verdadera crisis de identidad literaria, hasta el punto de abandonar este género (se centró en la narrativa, sobre todo), y de considerar la poesía, supongo que su poesía, una vía muerta para la expresión del lenguaje.
Veamos lo que dice referente a un poema «Ihr Worte»  («Vosotras las palabras») :

“Lo escribí después de que durante cinco años no me atreviera a escribir un poema, no quisiera escribir ninguno, me prohibiera crear una estructura llamada poema. No tengo nada en contra de los poemas, pero debe imaginar usted que de repente una lo puede tener todo contra ellos, contra cada metáfora, cada sonido, cada obligación de juntar palabras, contra ese gesto absoluto y dichoso de hacer aparecer palabras e imágenes. Que dan ganas de asfixiarlo para volver a revisar qué hay en ello, qué es, qué debería ser. Todavía sé poco sobre los poemas, pero a lo poco que sé pertenece la sospecha. Sospecha bastante de ti misma, sospecha de las palabras, del lenguaje, me decía a menudo, profundiza en la sospecha para que algún día pueda surgir, quizá, algo nuevo. Si no, que no surja nada más" (p. 31).




Pero el pasaje del libro que me ha resultado más fascinante tiene que ver con las referencias a dos autores, el austríaco Karl Kraus y el alemán Walter Benjamin, feroces acusadores del maniqueísmo de la prensa, especialmente K. Kraus, por la vil instrumentalización del lenguaje.
También K. Kraus es al que más párrafos ha dedicado Kovacsics, muy merecidos sin duda.
La reacción de ambos intelectuales frente a las proposiciones de colaboracionismo con el ejército austro-húngaro fue el silencio como respuesta intelectual. Mal entendido por algunos coetáneos y críticos al interpretar con ello irresponsabilidad cívica, ausencia de compromiso, encubrimiento, entre otras afirmaciones.

En alusión a la alianza entre lenguaje y guerra, nos apunta Kovacsics unas consideraciones que esclarecen la posición de K. Kraus y W. Benjamin :

(…) se había producido una avalancha de un determinado lenguaje, que exigía una respuesta precisa. Expresarse en contra sin más no era tal vez la fórmula más adecuada. Habría significado añadir una voz más al discurso. La percepción a la que se debía el silencio  era que hasta el eje de la lengua se había movido. Callar debía definirse, en consecuencia, como la respuesta de quien se apartaba ante el alud. (…)
El silencio: el lugar donde se guarda y se protege el verbo ante el arrasamiento, el cajón donde se esconde el tesoro ante las tropas (p. 70).

En sus escasas apariciones públicas Karl Kraus (siempre fue un azote para las instituciones del poder), se expresaba en estos términos, en donde el silencio era una reacción al:

 «Tiempo ruidoso que retumba por la horrenda sinfonía de los actos que generan informaciones y de las informaciones que generan actos»

Y denuncia la alianza entre escritura y guerra de esta manera tan poética:

«Las plumas se sumergen en sangre y las espadas en tinta»

O alude a la relación entre palabra y acción (acción bélica):

«Quien alienta las acciones, profana la palabra y la acción y es doblemente despreciable. La vocación a ello no se ha extinguido. Los que ahora nada tienen que decir, porque la acción tiene la palabra, siguen hablando. Quien tiene algo que decir, ¡que dé un paso al frente y calle! (p. 70).

K. Kraus mencionará la figura de Henrich Heine como ejemplo del uso literario que repudia, es decir la literatura entregada al discurso periodístico. Si bien, reconoce la  genialidad del poeta alemán.
En el libro también se menciona a Stefan Zweig y Rainer Maria Rilke, ya que ellos si pusieron su talento a trabajar para El Cuartel de Prensa del ejército austro-húngaro, sea por sus convicciones personales, o sin ellas, suponen la antítesis de lo que pensaban y hacían K. Kraus y W. Benjamin, para quienes ponerse al servicio del ejército era como claudicar ante la mentira por antonomasia, la guerra. En una época en la que el pacifismo era mal visto y censurable no se amilanaron en defender su ideal.

Otro nombre célebre que acapara algunas líneas es ludwig Wittgenstein, aunque el filósofo vienés si participó en la Gran Guerra, de hecho se alistó voluntario, fue plenamente consciente de la banalización rápida e imparable que el lenguaje estaba padeciendo como consecuencia de doblegarse ante la guerra. Desde esa conciencia angustiosa L. Wittgenstein escribe su Tratactus, centrándose en el sentido que tienen las palabras y su uso u omisión en el lenguaje, una obra que sigue la estela de K. Kraus, autor a quien el propio L. Wittgenstein admiraba y leía profusamente.

Hay párrafos que no me resisto a mostrarlos:

"El periodismo se ha apropiado de la literatura, constata Kraus. Y la guerra se apropia del primero y, de paso, también de la creación literaria. La campaña militar necesita exaltadores, divulgadores y portavoces, necesita la propaganda, necesita a los escritores. La literatura debe convertirse en medio. El fin: la difusión positiva del esfuerzo bélico propio (y de sus razones) y la negativa del ajeno. (…)
Previa a la palabra existe una voluntad, que declara qué es lo bueno y qué lo malo, quién es el amigo y quién el enemigo, (…)"
(p. 80).

O este otro:

"Una guerra es, además de sus actos y sufrimientos, un torrente de palabras. Quien lo percibe no puede menos de sentir un escalofrío. A la crueldad se suma la frivolidad verbal, que impregna hasta a quien la escucha, mancha incluso a quien piensa sobre ello" (p. 124).

Entre pasaje y pasaje salgo a dar un paseo y me pongo  a pensar sobre la asociación del lenguaje y el discurso político. No tardo en encontrarme con ciertas "señales" :



¿Es eso lo único que nos piden los políticos para votar? Poca actitud reflexiva nos reclaman. Y con poco parece que nos conformamos.


Extraigo un mensaje claro en este ejercicio de reflexión que supone  leer estos valiosos ensayos; las palabras tienen la capacidad de “encajarnos” en su realidad cuando quien las utiliza es un mero propagador de conceptos ( esto no es otra cosa que una persona indiferente a la cultura, los libros, el saber…), y hay que fijarse bien en esto, las palabras han de tener un sentido para la realidad que salga desde nuestro pensamiento, desde nuestra reflexión, uno ha de ser sujeto activo con el uso del lenguaje, debe de haber un diálogo interno y fluido entre nuestra mente y nuestro lenguaje, la incomunicación de ambos nos suele convertir en seres teledirigidos, más de lo que ya estamos.

Los políticos se han apropiado el discurso social… “Los españoles han hablado en la urnas…”, “Los españoles han dicho que quieren el consenso político”, “Los ciudadanos han apostado por las políticas sociales…”. Eso dicen todos los políticos.

Pero me temo que millones de españoles no han dicho absolutamente nada, solo han recorrido unos centenares de metros hasta el colegio más cercano, han depositado unas papeletas en las urnas, y se han largado de ahí, de la misma forma mecánica con la que han acudido, sin más.
Si los políticos se apropian con tanta facilidad de nuestro discurso tal vez sea porque no tengamos ningún discurso… Solo unos centenares de metros que recorrer, de ida y vuelta.


6 comentarios:

  1. La "Unión Sagrada" rompió las ilusiones de que los y las trabajadoras eran internacionalistas. Pocas personas tuvieron el coraje de mantener esos principios y posicionarse en contra de la guerra, algunas perdieron la vida por ello como J. Jaurès o fueron acusadas de traidoras. Nada peor que el pacifismo en medio de una guerra. Para justificar la matanza se necesita incentivar los sentimientos patrióticos y crear un clima de peligro que haga colar todo, así que tiene lógica lo que denuncia Kovacsics y que destaca a través de Kraus y Benjamin. No sabía que Zweig había mantenido esa posición de colaboración con la propaganda.

    El empobrecimiento del lenguaje que se produce entre la gente joven por el uso de aparatos electrónicos es terrorífica. Lenguaje pobre, pensamiento pobre, una ratonera de la que será difícil escapar.

    Las elecciones como dice Byung-Chul Han se han convertido en un acto consumista más, cada vez la gente vota más la marca, el ejemplo ha sido Podemos, sin práctica política que los avale se han llevado el codiciado tercer puesto y esperan más. Las frases rimbombantes como España o Cataluña ha hablado, llevamos a cabo el mandado del pueblo (en Cataluña pese a que no han logrado llegar ni a la mitad), etc etc. a mi me preocupan mucho. Pero mucha gente se siente arrastrada por esos lemas simples y manipuladores que los mass media difunden machaconamente.

    En fin, una propuesta que me interesa, ese "Danubio" me deja con las ganas de saber más, ya sabes que me encandiló la obra de Magris.

    Un fuerte abrazo y buena semana!!!

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    1. Así es Laura, lo primero que bombardea la guerra son los principios de la sociedad, una vez hecho esto solo tiene que implantar los suyos a esa población huérfana de convicciones y valores para que sean los máximos alentadores de la guerra, el lenguaje adulterado y propagandístico que manejan los señores de la guerra propicia todo esto. A mi también me sorprendió la colaboración de Zweig, habría que analizar su contexto en profundidad para esclarecernos un poco esa situación.
      Estoy de acuerdo, la gente vota más por "la campaña publicitaria" que hacen los partidos en pleno proceso preelectoral que por sus programas (si es que los hubiera...).
      No lo voy a ocultar, dentro del elenco de partidos con mayores opciones de gobierno, Podemos me parecía el menos malo, tal vez porque ya conocía lo que podían deparar los dos grandes, a Podemos le he concedido el beneficio de la duda. Eso sí, admito que desde el momento que entra en el juego político de este país, ya empiezan a ser visibles algunos gestos, aspavientos y aspiraciones que, como las manchas de chapapote en el mar, pueden presagiar una catástrofe inminente si no se taponan los agujeros.
      Un fuerte abrazo para ti :)

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  2. No en vano la esperanza... Pequeño territorio de los insumisos. Ahí estamos, en esa frontera. Negándonos a dar por aceptada "la frivolidad verbal, que impregna hasta a quien la escucha". Luchar es desoír, pero también es reclamar la palabra.
    Un abrazo.

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    1. Reclamar la palabra es acto necesario para el bienestar de cualquier sociedad, sin embargo hay multitud de países en donde la palabra permanece secuestrada por sus dirigentes, ya sea porque dicen hablar en nombre de la religión, o en el nuestro propio.
      Un abrazo, Pilar.

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  3. Todo acto politico requiere de un discurso propio, Paco; un relato con el que el grueso de la población se pueda identificar, que permita llevar a cabo cualquier atrocidad en su nombre y legitime de esa manera una suerte de representatividad del colectivo, que la mayoría de veces no es tal.
    Interesante entonces lo que has leído; como para recordarnos esos otros efectos -negativos- que pueden tomar las palabras cuando se manipulan con un fin determinado.
    Recibe un abrazo, amigo, desde Salta, en el norte de Argentina, donde paso mis vacaciones.

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    1. Así es, Marcelo. En estos últimos tiempos el lenguaje que está en boca de los políticos, es un idioma maltratado, desprestigiado que, sin embargo, parece encontrar acomodo en las expectativas de muchos ciudadanos, a pesar de que lo pronunciado desde la tribuna suele ser un discurso de palabras vacías, parece que se está más pendiente de cómo se dicen las cosas, que de las cosas que se dicen.
      Disfruta en Salta de tus merecidas vacaciones amigo!!

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