Zalacaín el aventurero. Pío Baroja (Guipúzcoa, 1872 – Madrid, 1956)
Colección Austral, 1984. 156 páginas.
Este verano en Asturias solía “escaparme”, muy temprano, a una de esas
playas cantábricas que conozco de belleza salvaje y apenas frecuentadas, al abrigo
de una vegetación generosa entre el relajante verde de los helechos.
Asturias. Fotos, Paco Castillo
A escasos metros de nuestra casa rural tomaba un sendero campestre, andando
treinta minutos llegaba a mi destino. También detenía el paso para admirar las
flores silvestres, como las bellas
arvejas, cuyo tono rosáceo siempre destaca entre tanto verdor, o las inquietas libélulas, las aves...
Así es el camino, jalonado de exuberancia floral tras la que se esconde la playa, atravesando la umbría refrescante. Una alianza que pacta la naturaleza agreste con la playa, para mitigar nuestras ansias profanadoras o invasivas.
Así es el camino, jalonado de exuberancia floral tras la que se esconde la playa, atravesando la umbría refrescante. Una alianza que pacta la naturaleza agreste con la playa, para mitigar nuestras ansias profanadoras o invasivas.
Arvejas. Foto, Paco Castillo
Foto, Paco Castillo
Libélula, camino de la playa. Paco Castillo
Fotos, Paco Castillo
Con ello se asegura de que quien haya puestos los pies ahí, asumido el
esfuerzo por llegar, lo haga tocado de la serenidad necesaria, sin perturbar la
armonía reinante. Rendido al escenario, te sientes agasajado con su esplendor.
Pío Baroja me recuerda a una de esas playas… poco visitadas. Adentrarse en
su escritura procura sensaciones afines. Esa playa es un lugar en el mundo
hecho para mí. Y lo mismo se puede aplicar a determinados libros, están
escritos para ti.
La mención a la costa del norte es pertinente, pues deseaba reencontrarme
con el Baroja de aires cantábricos que tanto disfruté en “Las inquietudes de
Shanti Andía” (una de mis lecturas preferidas), y “Zalacaín el
aventurero” me trae de nuevo esas brisas, y muchas otras cosas.
Si nos fijamos en las fotografías de Pío Baroja, su mirada
parece ausente, huidiza de su propio presente. La expresión melancólica
y el semblante casi siempre serio, hacen figurarse a un hombre tendente a la
soledad, exceptuando la compañía de algunos buenos amigos (como Azorín), alejado de lo mundano. Todo eso
se insinúa en su mirada distante.
Pío Baroja, fotos internet.
«Hombre humilde y errante», afirmaba de sí mismo.
Por eso me resulta chocante el gran sentido del humor en sus narraciones, una frase precisa e irónica, ilustrando mejor la idiosincrasia de los personajes y el lugar que una página de detallada descripción proustiana. Esos rodeos no van con el carácter de Baroja.
Su estilo narrativo es como un jardín zen, unos pocos elementos
primordiales que conviven en perfecto orden, lo que da al conjunto una
sensación de belleza discreta, que no busca apabullar, sino atraparte sutilmente.
“En Zaro hay siempre un silencio absoluto, casi únicamente interrumpido por
la voz cascada del reloj de la iglesia, que da las horas de una manera
melancólica, con un tañido de lloro. (…)
En el cementerio, alrededor de la iglesia, entre las cruces de piedra,
brillan durante la primavera rosales de varios colores, rojos , amarillos, y
azucenas blancas de aspecto triste.
Desde ese cementerio se ve un valle extensísimo, una paisaje amable y
pastoril. El grave silencio que reina en el camposanto apenas lo turban los
débiles rumores de la vida del pueblo.
De cuando en cuando se oye el chirriar de una puerta, el tintineo del
cencerro de las vacas, la voz de un chiquillo, el zumbido de os moscones…, y de
cuando en cuando se oye también el golpe del martillo del reloj, voz de muerte
apagada, sombría, que tiene en el valle un triste eco.
Tras de estas campanadas fatídicas, el silencio que viene después parece un
tierno halago.
Como protesta de la eterna vida, en el mismo camposanto las malas hierbas
crecen vigorosas, extienden sus vástagos robustos por el suelo y dan un olor
acre en el crepúsculo, tras las horas de sol; pían los pájaros con algarabía
estrepitosa, y los gallos lanzan al aire su cacareo valiente, como un desafío.
La vista alcanza desde allá un extenso panorama de líneas suaves (…). Los
pueblecillos blancos duermen sobre las heredades; las carreteras rechinan en
los caminos; los labradores trabajan con sus bueyes en los campos, y la tierra,
fértil y húmeda, reposa bajo la gran sonrisa del cielo y la inmensa piedad del
sol…” (p.154)
Por eso la Naturaleza, en mayúsculas, realza toda la narración, y también se
erige como personaje fundamental. Y en las dos novelas el rumor del mar nunca deja de escucharse.
Refería más arriba lo de recobrar con esta novela sensaciones que ya obtuve
con Shanti Andía, y aunque cada una pertenezcan a series diferentes (ya sabéis
que Baroja agrupaba sus novelas en tetralogías), existe un cordón umbilical
entre ambas.
Sin ir más lejos; sus protagonistas (Shanti y Zalacaín) son la
personificación de un espíritu indómito, que los impulsa hacia la búsqueda de
un sueño, una quimera agazapada tras el horizonte marino en un caso, o tras los
idílicos valles vascos, en el otro.
La relación de Shanti y Zalacaín con la Naturaleza, la espectacular orografía
cantábrica, hace que las narraciones adquieran esa dimensión idílica, de lograr
un contacto íntimo con la tierra, o el mar.
Martín Zalacaín podría ser considerado un héroe romántico, zozobrante en
sus ideas, como todos ellos. Pero su ambigüedad es cautivadora, en su vida no
tiene más certeza que lo incierto, el imprevisible desenlace de sus andanzas,
de sus días, de sus anhelos.
Alguien que intuyendo la fatalidad de su destino, no tiene intención alguna
de cambiar su actitud vital. ¿No es ese el antihéroe?
Zalacaín crece como uno de esos mozalbetes instruidos en la sabiduría
elemental de los montes, extrayendo todo lo necesario para saber qué es lo
realmente importante para él, y qué no lo es.
Y ahí estará su tío abuelo, Tellagorri, hombre vehemente y singular.
Investido doctor honoris causa… por todas las tascas comarcales, habida cuenta
de su envidiable sapiencia popular. En definitiva, una eminencia tan admirada
por la concurrencia tabernaria, expectante de sus andanzas, como vilipendiado
por las almas puritanas de esas villas brumosas debido a su apostosía, que
vocifera a los cuatro vientos, no tanto de la fe cristiana como de sus
mensajeros, los clérigos. Más que nada porque en el País Vasco de las guerras
carlistas, éstos solían ser partidarios del monarca (salvo excepciones), y la
sangre del abuelo circulaba por sus venas con ímpetu republicano, díscolo.
Aunque solo fuera por eso tan vasco, dicen por ahí, de llevar la contraria.
Pues como sea, es.
“Tellagorri explicaba todo detenidamente a Martín. Tellagorri era un sabio;
nadie conocía la comarca como él; nadie dominaba la geografía del río Ibaya, la
fauna y la flora de sus orillas y de sus aguas como este viejo cínico.” (p.19)
Volviendo a Zalacaín. Su licenciatura campestre y los impagables consejos y
enseñanzas del abuelo, serán una escuela inmejorable para curtirse en un oficio
de futuro tan poco halagüeño como… contrabandista de armas y lo que se
terciara. Ya fuera para el bando republicano o para los carlistas.
Él no abraza una
causa o la otra, ni se siente especialmente vasco ni español, aunque no reniegue
de dichas identidades, que todas esas confrontaciones pone en liza el genial
Pío Baroja.
Zalacaín, paseando con su amigo, “el extranjero”, lo resume muy bien:
"(…) dando un rodeo salieron al paseo de los Llanos. Una campana de un
convento comenzó a tocar…
-Juego, campanas, carlismo y jota. ¡Qué español es esto, mi querido Martín!
–dijo el extranjero.
-Pues yo también soy español, y todo eso me es muy antipático –contestó
Martín.
-Sin embargo, son los caracteres que constituyen la tradición de su país
–dijo el extranjero.
-Mi país es el monte –contestó Zalacaín."
Ahí tenemos al héroe romántico, a su manera demostrará que lo es, turbio a
los ojos ajenos, de una incontestable coherencia para su propio criterio.
Y como suele suceder con estos héroes; aunque acompañados de sus fieles
amigos, pocos, siempre ansían secretamente la soledad. Buscadores de la gloria
para un día o para la eternidad.
Zalacaín, joven osado, dejará que el sentimiento amoroso lo embargue sin
darse a grandes tribulaciones existenciales, el amor viene y te toca… lo mismo
que llega el viento otoñal y estremece las copas de los álamos.
Zalacaín, ya merodeando los veinticinco años, no es ningún intelectual, pero la naturaleza le ha dotado de una inteligencia viva y ágil, rebelándose más valiosa en su entorno que el más enciclopédico de los conocimientos.
Zalacaín, ya merodeando los veinticinco años, no es ningún intelectual, pero la naturaleza le ha dotado de una inteligencia viva y ágil, rebelándose más valiosa en su entorno que el más enciclopédico de los conocimientos.
Además, su condición de tratante con unos y con otros, le ha procurado buen
uso de la palabra, y sus continuos viajes al País Vasco Francés y otras
regiones francófonas cercanas, le confieren un aura cosmopolita opuesto al
provincianismo de su pueblo y caseríos próximos. Todo un personaje, dicen los
vecinos.
Zalacaín, como no podía ser de otra manera, tendrá un enemigo furibundo, Carlos Ohando, perteneciente a una familia pudiente de la villa, simpatizante de la
causa carlista y hermano de Noelia… la prometida de Zalacaín.
Carlos ve en Zalacaín a un ser despreciable y agreste, un arribista incapaz
de comprometerse con nada, no puede impedir que se vea con su hermana, y esto
hace que lo odie con rabia incontrolada.
Sin embargo, Zalacaín, es incapaz de albergar en su ser tanta inquina y
violencia hacia un semejante. En realidad es una persona muy noble, incluso
desprendida de sí misma si tuviese que arriesgar su vida por otro.
En una palabra, todo el odio que corroe a Carlos se traduce en humanidad,
no siempre visible, en el corazón insondable de Zalacaín. La violencia
exultante de Carlos ante la bondad agazapada de Zalacaín. La cobardía del que
grita más fuerte ante la valentía de quien aguanta estoicamente.
La esclavitud de quien se somete al honor frente a la libertad de quien
piensa…
Muchas veces me he planteado volver a leer todas estas novelas maravillosas de Pío Baroja. "Zalacaín..." la leí en 1980 y "Las inquietudes..." en 1988. Fueron unos años en que leía mucha literatura del siglo XIX y principios del XX (de Baroja, tengo 11 novelas leídas, o más bien apuntadas; será alguna más porque en aquellos años no era tan escrupulosa apuntando). No recuerdo en profundidad nada de estas dos novelas, pero sí puedo decir que las sensaciones que sentí leyendo "Las inquietudes de Shanti Andia" son por sí mismas causa suficiente para aficionarse a la lectura hasta la obsesión.
ResponderEliminarMaravilloso Baroja.
Un beso.
Hola Rosa.
EliminarLa verdad es que cuando lees a uno de nuestros grandes autores, dan ganas de ponerse con el resto de magníficos escritores que ha dado nuestro país. Baroja es uno de mis predilectos, un puerto seguro para mí.
Pues también fue por los 80 cuando leí varias obras de Baroja, eso sí, en mi etapa estudiantil, con los altibajos que eso supone, pero está claro que me dejó huella. Shanti Andía... uff, me encanta esa historia, es mi favorita del autor.
Maravilloso Baroja, sin duda.
Fue el primer libro que me compré con mi dinero, ahorrando de aquellas escasas pagas de entonces, después de leer “Shanti Andia”- comprado para el instituto con dinero de mi madre-, me gustó tanto que ahorré para aquella edición de Rafael Caro Raggio, que aún está por aquí, lo manoseé durante días, me encantaba aquel libro, todo de él. Pasado el tiempo y sus estragos, me queda poco recuerdo de él, que ahora tú me refrescas, pero era la versión terrena de Andia, la de andar, la de las montañas de aquí que adoro. A mí si me vienes a buscar no me busques en el mar, búscame en las montañas. Así que Zalacaín fue mi amigo durante bastante tiempo. Las montañas, él y yo. Pero ya no quedan estos tiempos. Mientras escribo oigo y pienso en mis montañas vascas y quizá, al menos hoy, se expresan con este sonido: algo de la soledad, algo de murmullo de hoja, algo de lo repetido, algo del eco, algo que se va, algo triste del otoño que viene y la muerte de las hojas y de los vientos…
ResponderEliminarhttps://www.youtube.com/watch?v=-toZDIJxeg8&list=PLHYqlFSrjiDJISg5IB_-zf59w6Y_onqkW
un abrazo Paco
gracias
cuídate
Me gusta mucho Benito Lertxundi, lo descubrí hacia finales de los 80, gracias a un programa de radio que me fascinaba, Diálogos 3, presentado por el gran Ramón Trecet.
EliminarA mí también búscame en las montañas, la playa no es lo mío, aunque las del Cantábrico tienen mucho encanto... pero me canso pronto, en las montañas no.
Recuerdo tu apego por Baroja, despliega una mirada limpia y profunda sobre lo pequeño y lo majestuoso, lo mismo un ocaso en los valles vascos, que un chascarrillo de taberna, y eso me fascina. Hay tabernas míticas en las novelas de Baroja, lugares de donde sale la música de un acordeón, mientras la lluvia moja las calles empedradas y desiertas... ese Baroja no me cansará nunca.
Igual que esas palabras finales que escribes, atesoran la esencia de Baroja... por fortuna sus libros siempre los tengo cerca.
Gracias a ti por tus palabras y esa música deliciosa.
Cuídate Wineruda.
"Zalacaín…" fue la primera novela que leí de Baroja. Desde entonces no ha cesado mi interés por este autor...Y eso que es un poco "cascarrabias"...
ResponderEliminarUn abrazo
No sé si era muy cascarrabias, pero mirando sus retratos bien lo parece ;)
EliminarBaroja, con su talento y sensibilidad para narrar, merece todo nuestro interés.
Un abrazo!
Cascarrabias y misógino, pero eso - nadie es perfecto - no está reñido con que sea un gran escritor que nos ha dejado un legado incomparable
EliminarAsí es, Luis Antonio. De puertas adentro uno se encuentra de todo... sin embargo le agradecemos el legado literario que nos ha dejado. Cuídate.
EliminarMe ha encantado el símil entre esas playas solitarias y poco conocidas y esos escritores que parece que escriben para uno.
ResponderEliminarDe Pío Baroja solo he leído El árbol de la ciencia, libro del que tan solo recuerdo su título. Lo leí como lectura obligatoria en el instituto aunque doy fe de que mi desmemoria no se debe a los años transcurridos desde entonces, que son unos cuantos, sino al hecho irrefutable de que no me enteré absolutamente de nada. Era yo ya muy lectora por aquella época pero, aunque no reniego de los libros que leía por aquel entonces porque todo suma y todo te conduce hasta el momento actual, no tienen absolutamente nada que ver con los que leo ahora. Bueno, el resultado de mi soporífera experiencia con Pío Baroja fue que no me he vuelto a acercar ni a él ni a ninguno de sus coetáneos. Por eso se agradecen tanto reseñas como la tuya, porque es como si me descubrieras una de esas playas apartadas y tan poco transitadas, uno de esos tesoros por descubrir del que, afortunadamente, ya estoy un pasito más cerca.
Un abrazo
Pues mira, yo también tuve como lectura escolar El árbol de la ciencia, y es cierto que las lecturas obligatorias en el cole o instituto se topan las más de las veces, con el muro de nuestra rebeldía adolescente, eso era así, jeje. Con el tiempo queda, sin embargo, el poso, y a veces te aboca hacia un encuentro mucho más afortunado, todo va sumando, como bien dices, Lorena.
EliminarEl símil con las playas cantábricas me pareció bonito y oportuno, me alegro que te gustara, eso motiva.
Anímate con Baroja, Lorena, Zalacaín o Shanti Andía son dos excelentes opciones.
Un abrazo!!
Hola Paco
ResponderEliminarHe disfrutado entrando en esa playa solitaria, con esos helechos, arvejas y libélulas y me gusta como con esa entrada nos das pie a los comentarios sobre el solitario Baroja. Y he imaginado que esas excursiones debían ser un auténtico lujo, lectura y naturaleza.
Cuando leía el fragmento que has incorporado me venía una palabra, rotundo, y es así como veo a Baroja y sus libros.
Como otras compañeras comentan lo leí hace años, como lecturas obligatorias en la escuela y creo que muchas de esas lecturas, de acuerdo con Lorena, ni las disfruté ni las entendí. Con frecuencia me propongo hacer relecturas de todas esas obras ahora pero tengo tantos pendientes por cubrir que añadir las relecturas me parece una tarea ardua.
Estas vacaciones he disfrutado poniéndome al día de muchas lecturas que tu blog y otros amigos recomendáis, de hecho creo que hacía mucho tiempo que no aprovechaba tan bien el tiempo y he leído muchísimo.
Un abrazo de vuelta
Bienvenida Conxita! Tenerte por aquí siempre me alegra ;)
EliminarYa sabes que siempre cruzo libros y experiencias, la lectura de un buen libro nunca puede agotarse al cerrarlo, hay que trasladarla al camino que transitas en la vida, así me gusta leer.
Muy acertada tu impresión sobre ese párrafo, rotundo, es una palabra perfecta para describirlo.
Ayy, esas lecturas estudiantiles, jeje, menos mal que con los años el acercamiento ha sido mucho más amable.
Baroja y la Naturaleza se entienden muy bien, sus libros te lo dejan claro, y eso me atrae mucho.
Es imposible dar salida a tanto libro pendiente, mejor no marearse con eso y leer lo que te apetezca, sin más.
Un abrazo de regreso, Conxita!
Hace un tiempo fue lectura obligatoria en los institutos, este y "El árbol de la ciencia" a Pío Baroja se le ha tratado bien desde lo institucional. Recuerdo este título como una gran novela de aventuras, pero con un toque personal inconfundible. Tengo en casa una edición de sus cuentos donde hay de todo, pero merecería la pena hacer un expurgo porque algunos son memorables. De mi último viaje al norte guardo un buen recuerdo de la playa de Cóbreces, creo que era el nombre, encajada entre bosques y acantilados. En fin, llegó la vuelta al cole y toca pensar en otras cosas.
ResponderEliminarUn abrazo.
Sí, Gerardo, recuerdo esas lecturas estudiantiles con un sabor agridulce, a veces triunfaban, pero otras... éramos jóvenes díscolos, jeje.
EliminarPues no estaría mal leer alguno de esos cuentos, anímate, que con tu buen hacer seguro que nos pones los dientes largos.
¿No llegaste a ir al norte este verano? Esas playas cantábricas se quedan grabadas en la retina, sin duda.
Está claro, con la vuelta al cole hay que aplicarse en otros menesteres, pero un hueco a Baroja, o a quien se tercie... hay que buscarlo. Un fuerte abrazo!
Buenas y santas, Paco! (-una expresión muy del campo, de aquí-).
ResponderEliminarLo bueno de visitar tu espacio es que siempre me voy con algo nuevo, olvidado o desconocido, apuntado gracias a tus líneas. Me he tomado la molestia de buscar, y héte aquí que tengo una edición de este mismo título aunque en cartoné.
No soy de frecuentar libros de esa época, lo que disparó mi curiosidad por saber si estaba.
Veré en qué momento lo podré agregar a la lista de salientes. Gracias por recordarme que aún en viejos libros queda buena literatura por leer.
Un gran abrazo, chaval!
Hola Marcelo, satisfacer expectativas de un gran lector como tú, me resulta muy gratificante.
EliminarLa verdad es que Baroja es un valor seguro para mí, me gusta mucho esa mirada de hombre solitario sobre la naturaleza, apacible o agreste, que siempre nos ofrece lo más grandioso a partir de lo más sencillo.
Gracias a ti, amigo ;)