P. Castillo

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viernes, 14 de septiembre de 2018


Zalacaín el aventurero. Pío Baroja (Guipúzcoa, 1872 – Madrid, 1956)
Colección Austral, 1984. 156 páginas.




Este verano en Asturias solía “escaparme”, muy temprano, a una de esas playas cantábricas que conozco de belleza salvaje y apenas frecuentadas, al abrigo de una vegetación generosa entre el relajante verde de los helechos.




 Asturias. Fotos, Paco Castillo

A escasos metros de nuestra casa rural tomaba un sendero campestre, andando treinta minutos llegaba a mi destino. También detenía el paso para admirar las flores silvestres, como las bellas  arvejas, cuyo tono rosáceo siempre destaca entre tanto verdor, o las inquietas libélulas, las aves...

Así es el camino, jalonado de exuberancia floral tras la que se esconde la playa, atravesando la umbría refrescante. Una alianza que pacta la naturaleza agreste con la playa, para mitigar nuestras ansias profanadoras o invasivas.



Arvejas. Foto, Paco Castillo

Foto, Paco Castillo

Libélula, camino de la playa. Paco Castillo






Avanzando entre la vegetación, a medio camino.

Fotos, Paco Castillo


Con ello se asegura de que quien haya puestos los pies ahí, asumido el esfuerzo por llegar, lo haga tocado de la serenidad necesaria, sin perturbar la armonía reinante. Rendido al escenario, te sientes agasajado con su esplendor.

No encontraba un alma. Solo el mar frente a mí.






Pío Baroja me recuerda a una de esas playas… poco visitadas. Adentrarse en su escritura procura sensaciones afines. Esa playa es un lugar en el mundo hecho para mí. Y lo mismo se puede aplicar a determinados libros, están escritos para ti.

La mención a la costa del norte es pertinente, pues deseaba reencontrarme con el Baroja de aires cantábricos que tanto disfruté en “Las inquietudes de Shanti Andía” (una de mis lecturas preferidas), y “Zalacaín el aventurero” me trae de nuevo esas brisas, y muchas otras cosas.



Si nos fijamos en las fotografías de Pío Baroja, su mirada parece ausente, huidiza de su propio presente. La expresión melancólica y el semblante casi siempre serio, hacen figurarse a un hombre tendente a la soledad, exceptuando la compañía de algunos buenos amigos (como Azorín), alejado de lo mundano. Todo eso  se insinúa en su mirada distante.






Pío Baroja, fotos internet.

«Hombre humilde y errante», afirmaba de sí mismo.


Por eso me resulta chocante el gran sentido del humor en sus narraciones, una frase precisa e irónica, ilustrando mejor la idiosincrasia de los personajes y el lugar que una página de detallada descripción proustiana. Esos rodeos no van con el carácter de Baroja.

Su estilo narrativo es como un jardín zen, unos pocos elementos primordiales que conviven en perfecto orden, lo que da al conjunto una sensación de belleza discreta, que no busca apabullar, sino atraparte sutilmente.

“En Zaro hay siempre un silencio absoluto, casi únicamente interrumpido por la voz cascada del reloj de la iglesia, que da las horas de una manera melancólica, con un tañido de lloro. (…)

En el cementerio, alrededor de la iglesia, entre las cruces de piedra, brillan durante la primavera rosales de varios colores, rojos , amarillos, y azucenas blancas de aspecto triste.
Desde ese cementerio se ve un valle extensísimo, una paisaje amable y pastoril. El grave silencio que reina en el camposanto apenas lo turban los débiles rumores de la vida del pueblo.

De cuando en cuando se oye el chirriar de una puerta, el tintineo del cencerro de las vacas, la voz de un chiquillo, el zumbido de os moscones…, y de cuando en cuando se oye también el golpe del martillo del reloj, voz de muerte apagada, sombría, que tiene en el valle un triste eco.

Tras de estas campanadas fatídicas, el silencio que viene después parece un tierno halago.

Como protesta de la eterna vida, en el mismo camposanto las malas hierbas crecen vigorosas, extienden sus vástagos robustos por el suelo y dan un olor acre en el crepúsculo, tras las horas de sol; pían los pájaros con algarabía estrepitosa, y los gallos lanzan al aire su cacareo valiente, como un desafío.

La vista alcanza desde allá un extenso panorama de líneas suaves (…). Los pueblecillos blancos duermen sobre las heredades; las carreteras rechinan en los caminos; los labradores trabajan con sus bueyes en los campos, y la tierra, fértil y húmeda, reposa bajo la gran sonrisa del cielo y la inmensa piedad del sol…” (p.154)


Ese es el Baroja que escribe para mí.





Refería más arriba lo de recobrar con esta novela sensaciones que ya obtuve con Shanti Andía, y aunque cada una pertenezcan a series diferentes (ya sabéis que Baroja agrupaba sus novelas en tetralogías), existe un cordón umbilical entre ambas. 

Sin ir más lejos; sus protagonistas (Shanti y Zalacaín) son la personificación de un espíritu indómito, que los impulsa hacia la búsqueda de un sueño, una quimera agazapada tras el horizonte marino en un caso, o tras los idílicos valles vascos, en el otro.

La relación de Shanti y Zalacaín con la Naturaleza, la espectacular orografía cantábrica, hace que las narraciones adquieran esa dimensión idílica, de lograr un contacto íntimo con la tierra, o el mar.





Por eso la Naturaleza, en mayúsculas, realza toda la narración, y también se erige como personaje fundamental. Y en las dos novelas el rumor del mar nunca deja de escucharse.

Martín Zalacaín podría ser considerado un héroe romántico, zozobrante en sus ideas, como todos ellos. Pero su ambigüedad es cautivadora, en su vida no tiene más certeza que lo incierto, el imprevisible desenlace de sus andanzas, de sus días, de sus anhelos.

Alguien que intuyendo la fatalidad de su destino, no tiene intención alguna de cambiar su actitud vital. ¿No es ese el antihéroe?




Zalacaín crece como uno de esos mozalbetes instruidos en la sabiduría elemental de los montes, extrayendo todo lo necesario para saber qué es lo realmente importante para él, y qué no lo es.

Y ahí estará su tío abuelo, Tellagorri, hombre vehemente y singular. Investido doctor honoris causa… por todas las tascas comarcales, habida cuenta de su envidiable sapiencia popular. En definitiva, una eminencia tan admirada por la concurrencia tabernaria, expectante de sus andanzas, como vilipendiado por las almas puritanas de esas villas brumosas debido a su apostosía, que vocifera a los cuatro vientos, no tanto de la fe cristiana como de sus mensajeros, los clérigos. Más que nada porque en el País Vasco de las guerras carlistas, éstos solían ser partidarios del monarca (salvo excepciones), y la sangre del abuelo circulaba por sus venas con ímpetu republicano, díscolo. Aunque solo fuera por eso tan vasco, dicen por ahí, de llevar la contraria. Pues como sea, es.

“Tellagorri explicaba todo detenidamente a Martín. Tellagorri era un sabio; nadie conocía la comarca como él; nadie dominaba la geografía del río Ibaya, la fauna y la flora de sus orillas y de sus aguas como este viejo cínico.” (p.19)

Hay en Tellagorri un evidente guiño autobiográfico, pues Baroja era un redomado anticlerical.





Volviendo a Zalacaín. Su licenciatura campestre y los impagables consejos y enseñanzas del abuelo, serán una escuela inmejorable para curtirse en un oficio de futuro tan poco halagüeño como… contrabandista de armas y lo que se terciara. Ya fuera para el bando republicano o para los carlistas. 

Él no abraza una causa o la otra, ni se siente especialmente vasco ni español, aunque no reniegue de dichas identidades, que todas esas confrontaciones pone en liza el genial Pío Baroja.

Zalacaín, paseando con su amigo, “el extranjero”, lo resume muy bien:

"(…) dando un rodeo salieron al paseo de los Llanos. Una campana de un convento comenzó a tocar…

-Juego, campanas, carlismo y jota. ¡Qué español es esto, mi querido Martín! –dijo el extranjero.

-Pues yo también soy español, y todo eso me es muy antipático –contestó Martín.

-Sin embargo, son los caracteres que constituyen la tradición de su país –dijo el extranjero.

-Mi país es el monte –contestó Zalacaín."

Ahí tenemos al héroe romántico, a su manera demostrará que lo es, turbio a los ojos ajenos, de una incontestable coherencia para su propio criterio.

Y como suele suceder con estos héroes; aunque acompañados de sus fieles amigos, pocos, siempre ansían secretamente la soledad. Buscadores de la gloria para un día o para la eternidad.

Zalacaín, joven osado, dejará que el sentimiento amoroso lo embargue sin darse a grandes tribulaciones existenciales, el amor viene y te toca… lo mismo que llega el viento otoñal y estremece las copas de los álamos.





Zalacaín, ya merodeando los veinticinco años, no es ningún intelectual, pero la naturaleza le ha dotado de una inteligencia viva y ágil, rebelándose más valiosa en su entorno que el más enciclopédico de los conocimientos.

Además, su condición de tratante con unos y con otros, le ha procurado buen uso de la palabra, y sus continuos viajes al País Vasco Francés y otras regiones francófonas cercanas, le confieren un aura cosmopolita opuesto al provincianismo de su pueblo y caseríos próximos. Todo un personaje, dicen los vecinos.

Zalacaín, como no podía ser de otra manera, tendrá un enemigo furibundo, Carlos Ohando, perteneciente a una familia pudiente de la villa, simpatizante de la causa carlista y hermano de Noelia… la prometida de Zalacaín.

Carlos ve en Zalacaín a un ser despreciable y agreste, un arribista incapaz de comprometerse con nada, no puede impedir que se vea con su hermana, y esto hace que lo odie con rabia incontrolada.

Sin embargo, Zalacaín, es incapaz de albergar en su ser tanta inquina y violencia hacia un semejante. En realidad es una persona muy noble, incluso desprendida de sí misma si tuviese que arriesgar su vida por otro.

En una palabra, todo el odio que corroe a Carlos se traduce en humanidad, no siempre visible, en el corazón insondable de Zalacaín. La violencia exultante de Carlos ante la bondad agazapada de Zalacaín. La cobardía del que grita más fuerte ante la valentía de quien aguanta estoicamente.

La esclavitud de quien se somete al honor frente a la libertad de quien piensa…

“Mi país es el monte -contestó Zalacaín-.”






16 comentarios:

  1. Muchas veces me he planteado volver a leer todas estas novelas maravillosas de Pío Baroja. "Zalacaín..." la leí en 1980 y "Las inquietudes..." en 1988. Fueron unos años en que leía mucha literatura del siglo XIX y principios del XX (de Baroja, tengo 11 novelas leídas, o más bien apuntadas; será alguna más porque en aquellos años no era tan escrupulosa apuntando). No recuerdo en profundidad nada de estas dos novelas, pero sí puedo decir que las sensaciones que sentí leyendo "Las inquietudes de Shanti Andia" son por sí mismas causa suficiente para aficionarse a la lectura hasta la obsesión.
    Maravilloso Baroja.
    Un beso.

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    1. Hola Rosa.
      La verdad es que cuando lees a uno de nuestros grandes autores, dan ganas de ponerse con el resto de magníficos escritores que ha dado nuestro país. Baroja es uno de mis predilectos, un puerto seguro para mí.


      Pues también fue por los 80 cuando leí varias obras de Baroja, eso sí, en mi etapa estudiantil, con los altibajos que eso supone, pero está claro que me dejó huella. Shanti Andía... uff, me encanta esa historia, es mi favorita del autor.

      Maravilloso Baroja, sin duda.

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  2. Fue el primer libro que me compré con mi dinero, ahorrando de aquellas escasas pagas de entonces, después de leer “Shanti Andia”- comprado para el instituto con dinero de mi madre-, me gustó tanto que ahorré para aquella edición de Rafael Caro Raggio, que aún está por aquí, lo manoseé durante días, me encantaba aquel libro, todo de él. Pasado el tiempo y sus estragos, me queda poco recuerdo de él, que ahora tú me refrescas, pero era la versión terrena de Andia, la de andar, la de las montañas de aquí que adoro. A mí si me vienes a buscar no me busques en el mar, búscame en las montañas. Así que Zalacaín fue mi amigo durante bastante tiempo. Las montañas, él y yo. Pero ya no quedan estos tiempos. Mientras escribo oigo y pienso en mis montañas vascas y quizá, al menos hoy, se expresan con este sonido: algo de la soledad, algo de murmullo de hoja, algo de lo repetido, algo del eco, algo que se va, algo triste del otoño que viene y la muerte de las hojas y de los vientos…

    https://www.youtube.com/watch?v=-toZDIJxeg8&list=PLHYqlFSrjiDJISg5IB_-zf59w6Y_onqkW

    un abrazo Paco
    gracias
    cuídate

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    1. Me gusta mucho Benito Lertxundi, lo descubrí hacia finales de los 80, gracias a un programa de radio que me fascinaba, Diálogos 3, presentado por el gran Ramón Trecet.

      A mí también búscame en las montañas, la playa no es lo mío, aunque las del Cantábrico tienen mucho encanto... pero me canso pronto, en las montañas no.

      Recuerdo tu apego por Baroja, despliega una mirada limpia y profunda sobre lo pequeño y lo majestuoso, lo mismo un ocaso en los valles vascos, que un chascarrillo de taberna, y eso me fascina. Hay tabernas míticas en las novelas de Baroja, lugares de donde sale la música de un acordeón, mientras la lluvia moja las calles empedradas y desiertas... ese Baroja no me cansará nunca.

      Igual que esas palabras finales que escribes, atesoran la esencia de Baroja... por fortuna sus libros siempre los tengo cerca.

      Gracias a ti por tus palabras y esa música deliciosa.

      Cuídate Wineruda.

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  3. "Zalacaín…" fue la primera novela que leí de Baroja. Desde entonces no ha cesado mi interés por este autor...Y eso que es un poco "cascarrabias"...

    Un abrazo

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    1. No sé si era muy cascarrabias, pero mirando sus retratos bien lo parece ;)
      Baroja, con su talento y sensibilidad para narrar, merece todo nuestro interés.
      Un abrazo!

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    2. Cascarrabias y misógino, pero eso - nadie es perfecto - no está reñido con que sea un gran escritor que nos ha dejado un legado incomparable

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    3. Así es, Luis Antonio. De puertas adentro uno se encuentra de todo... sin embargo le agradecemos el legado literario que nos ha dejado. Cuídate.

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  4. Me ha encantado el símil entre esas playas solitarias y poco conocidas y esos escritores que parece que escriben para uno.
    De Pío Baroja solo he leído El árbol de la ciencia, libro del que tan solo recuerdo su título. Lo leí como lectura obligatoria en el instituto aunque doy fe de que mi desmemoria no se debe a los años transcurridos desde entonces, que son unos cuantos, sino al hecho irrefutable de que no me enteré absolutamente de nada. Era yo ya muy lectora por aquella época pero, aunque no reniego de los libros que leía por aquel entonces porque todo suma y todo te conduce hasta el momento actual, no tienen absolutamente nada que ver con los que leo ahora. Bueno, el resultado de mi soporífera experiencia con Pío Baroja fue que no me he vuelto a acercar ni a él ni a ninguno de sus coetáneos. Por eso se agradecen tanto reseñas como la tuya, porque es como si me descubrieras una de esas playas apartadas y tan poco transitadas, uno de esos tesoros por descubrir del que, afortunadamente, ya estoy un pasito más cerca.
    Un abrazo

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    1. Pues mira, yo también tuve como lectura escolar El árbol de la ciencia, y es cierto que las lecturas obligatorias en el cole o instituto se topan las más de las veces, con el muro de nuestra rebeldía adolescente, eso era así, jeje. Con el tiempo queda, sin embargo, el poso, y a veces te aboca hacia un encuentro mucho más afortunado, todo va sumando, como bien dices, Lorena.

      El símil con las playas cantábricas me pareció bonito y oportuno, me alegro que te gustara, eso motiva.

      Anímate con Baroja, Lorena, Zalacaín o Shanti Andía son dos excelentes opciones.
      Un abrazo!!

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  5. Hola Paco
    He disfrutado entrando en esa playa solitaria, con esos helechos, arvejas y libélulas y me gusta como con esa entrada nos das pie a los comentarios sobre el solitario Baroja. Y he imaginado que esas excursiones debían ser un auténtico lujo, lectura y naturaleza.
    Cuando leía el fragmento que has incorporado me venía una palabra, rotundo, y es así como veo a Baroja y sus libros.
    Como otras compañeras comentan lo leí hace años, como lecturas obligatorias en la escuela y creo que muchas de esas lecturas, de acuerdo con Lorena, ni las disfruté ni las entendí. Con frecuencia me propongo hacer relecturas de todas esas obras ahora pero tengo tantos pendientes por cubrir que añadir las relecturas me parece una tarea ardua.
    Estas vacaciones he disfrutado poniéndome al día de muchas lecturas que tu blog y otros amigos recomendáis, de hecho creo que hacía mucho tiempo que no aprovechaba tan bien el tiempo y he leído muchísimo.

    Un abrazo de vuelta

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    1. Bienvenida Conxita! Tenerte por aquí siempre me alegra ;)
      Ya sabes que siempre cruzo libros y experiencias, la lectura de un buen libro nunca puede agotarse al cerrarlo, hay que trasladarla al camino que transitas en la vida, así me gusta leer.
      Muy acertada tu impresión sobre ese párrafo, rotundo, es una palabra perfecta para describirlo.
      Ayy, esas lecturas estudiantiles, jeje, menos mal que con los años el acercamiento ha sido mucho más amable.

      Baroja y la Naturaleza se entienden muy bien, sus libros te lo dejan claro, y eso me atrae mucho.

      Es imposible dar salida a tanto libro pendiente, mejor no marearse con eso y leer lo que te apetezca, sin más.

      Un abrazo de regreso, Conxita!

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  6. Hace un tiempo fue lectura obligatoria en los institutos, este y "El árbol de la ciencia" a Pío Baroja se le ha tratado bien desde lo institucional. Recuerdo este título como una gran novela de aventuras, pero con un toque personal inconfundible. Tengo en casa una edición de sus cuentos donde hay de todo, pero merecería la pena hacer un expurgo porque algunos son memorables. De mi último viaje al norte guardo un buen recuerdo de la playa de Cóbreces, creo que era el nombre, encajada entre bosques y acantilados. En fin, llegó la vuelta al cole y toca pensar en otras cosas.
    Un abrazo.

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    1. Sí, Gerardo, recuerdo esas lecturas estudiantiles con un sabor agridulce, a veces triunfaban, pero otras... éramos jóvenes díscolos, jeje.

      Pues no estaría mal leer alguno de esos cuentos, anímate, que con tu buen hacer seguro que nos pones los dientes largos.

      ¿No llegaste a ir al norte este verano? Esas playas cantábricas se quedan grabadas en la retina, sin duda.

      Está claro, con la vuelta al cole hay que aplicarse en otros menesteres, pero un hueco a Baroja, o a quien se tercie... hay que buscarlo. Un fuerte abrazo!

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  7. Buenas y santas, Paco! (-una expresión muy del campo, de aquí-).
    Lo bueno de visitar tu espacio es que siempre me voy con algo nuevo, olvidado o desconocido, apuntado gracias a tus líneas. Me he tomado la molestia de buscar, y héte aquí que tengo una edición de este mismo título aunque en cartoné.
    No soy de frecuentar libros de esa época, lo que disparó mi curiosidad por saber si estaba.
    Veré en qué momento lo podré agregar a la lista de salientes. Gracias por recordarme que aún en viejos libros queda buena literatura por leer.
    Un gran abrazo, chaval!

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    1. Hola Marcelo, satisfacer expectativas de un gran lector como tú, me resulta muy gratificante.

      La verdad es que Baroja es un valor seguro para mí, me gusta mucho esa mirada de hombre solitario sobre la naturaleza, apacible o agreste, que siempre nos ofrece lo más grandioso a partir de lo más sencillo.
      Gracias a ti, amigo ;)

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