Tierras del Ebro (1932). Sebastià
Juan Arbó (San Carlos de la Rápita, Tarragona, 28 de octubre de 1902 -
Barcelona, 2 de enero de 1984)
Plaza & Janés, 1ª edición,
1977. Prólogo de Ignacio Agustí. Narrativa, 312 páginas.
Fotos de la entrada, Paco Castillo.
Creo que la masa de aire sahariana
nos ha dado un respiro por el centro… uff. Aprovecharé la tregua para salir de
la cueva.
Por cierto, ese aire sahariano tan
demoledor aquí, es un valiosísimo fertilizante para la Amazonía, por la
cantidad de minerales del gran Sahara depositados en el suelo amazónico. Pues
nada, nada… a ver si se queda una temporadita maja allá.
Vamos al meollo. Apenas rozando los treinta años, Sebastià Juan Arbó ya deslumbró con una prosa de cariz trágico y tono poético, pues la
tragedia cuando se narra con sensibilidad poética se hace más honda y penetrante en su
desolación, más impactante cuando se reviste de belleza.
Pero tan notable fue su obra
narrativa como su talento para el ensayo biográfico versado en algunas ilustres
figuras literarias, entre otras la de Oscar Wilde, la de su amigo Pío Baroja, o
la maravillosa biografía que escribió sobre Cervantes con gran repercusión
internacional.
De la última tengo un ejemplar publicado por Ediciones del Zodiaco; Barcelona, lanzada en 1945. Un librazo de 600 páginas con su encuadernación en tela,
bonito espécimen.
Esta es una de las semblanzas
clásicas sobre el creador del Quijote, muy valorada por la crítica y los
coleccionistas de libros.
Además, las cuarenta fotografías inéditas de Gabriel Casas distribuidas
por las páginas, es un caramelo muy
goloso para los lectores, excepcional documento visual de aquella
España, aún rural y tenebrosa, como sacada de un cuadro pintado por José Gutiérrez
Solana, varios años antes, eso sí.
Tal como indicaba al comienzo, Arbó refleja en sus novelas, así es en “Tierras del Ebro”, un entorno amenazado siempre
por la tragedia silenciosa. Aquí se cierne sobre los extenuados labradores en los arrozales regados por el Ebro, que jalonan la Cuenca
Mediterránea. Sufridores entregados a un esfuerzo descomunal para el exiguo beneficio, un pulso desigual con una tierra inmisericorde, que roba con
angustiosa velocidad los días, los meses y los años de vida a estas gentes
castigadas por las inclemencias del tiempo.
Arbó fue hijo de
labradores que faenaban a orillas del Ebro, con ocho años la familia se instaló
en Amposta. Conocía de primera mano ese ambiente mediterráneo de barracas y cañaverales que retratara genialmente otro colega, Vicente Blasco Ibáñez con "Cañas y barro", un enorme escritor.
Son narraciones en las que el drama siempre está acechante, como un milano que suelo encontrarme en mis paseos campestres.
Son narraciones en las que el drama siempre está acechante, como un milano que suelo encontrarme en mis paseos campestres.
Escribió la novela muy joven, apunto de cumplir los treinta, trastocado por sus lecturas de
Balzac, las Tragedias de Eurípides y, muy especialmente, Dostoievski… “Los hermanos karamazov” será para
nuestro escritor el LIBRO, en mayúsculas, el poder e influjo que ejerce en su
novelística es palpable, jamás se quitaría de la cabeza esta lectura, la verdad es que comparto la sensación con "Los hermanos Karamazov", es uno de los grandes libros de mi vida, tal vez el más determinante para mi pasión lectora, por ahí anda mi desgastada edición de Cátedra.
Tierras del Ebro,
escrita desde la deslumbrante sensibilidad del autor, encajaría si echamos mano de los manuales, en la
denominada novela costumbrista. Cierto, la descripción de usos y costumbres de
los campesinos arroceros del Ebro está ahí, pero circunscribir la dimensión de
lo que allí ocurre, de la narración en definitiva, a un terreno acotado por
los ismos es un ejercicio de lectura miope, de corto
recorrido.
Tierras del Ebro "habla" de la vida, esa que se nos va escapando de las manos, lenta pero inexorablemente, sin haber concedido una oportunidad a lo que verdaderamente da sentido a tantas existencias, al menos en cuanto a los personajes del libro; el amor profundo de un padre hacia el hijo, afecto que el padre escatima en su enfermiza cruzada contra la ingratitud que la vida le ofrece.
La prosa de Arbó hace gala de un delicado lirismo, nunca recargado, una elocuencia descriptiva que percibimos con los sentidos, como si las palabras se diluyesen en la visión del paisaje, o el transcurrir anodino en el pueblo.
Esta obra es un buen ejemplo de la fuerza todopoderosa del narrador omnisciente, voz que Arbó dosifica con maestría.
Asistimos a la historia del soterrado y profundo amor de un padre hacia su hijo. Un hijo que jamás llegará a sospechar el verdadero sentimiento que su padre le profesa.
Un padre embrutecido
por los golpes de la vida, por la súbita muerte de la esposa y madre de su
hijo, el pequeño Joanet.
Juan, el padre
huraño, se enfrenta a la fatalidad de su suerte con un estoicismo que le hace
renegar de su naturaleza sensible, de los gestos de ternura que la mirada, cada
vez más ausente, de Joanet parece mendigar. Pareciera que la mísera vida
retase al rudo campesino y éste respondiese mostrándose incólume ante el
sufrimiento, o ante el amor.
No caben
contemplaciones para quien trabaja de sol a sol, para un hombre impasible sin atisbo de debilidad, pero, ¿hasta cuándo?
Y así crecerá Joanet, entre el miedo, la soledad y el enmudecimiento que han ocupado el espacio vital que dejó la madre. El despertar amoroso de Joanet, se debate entre el impulso desbocado de la juventud y el estigma de una infancia carente del abrazo firme y tranquilizador del padre, de la caricia suave y el beso de buenas noches. Con ese bagaje el joven asiste a sus primeras experiencias sentimentales.
La muerte puede ser una despedida agradecida ante lo bueno que la vida tuvo a bien entregarte, un acto de reconciliación. Pero también puede acontecer en la más absoluta indiferencia, como si todo y todos hubiesen ignorado tu existencia, sin más compañía final que el silencio y la imperturbable soledad del campo, aunque al día siguiente el petirrojo vuelva a cantar, posado en la rama del sauce, sobre una raíz que se extingue bajo la hierba.
S. J. Arbó escribió Tierras del Ebro henchido de juventud, siendo ya capaz de regalarnos estas sutilezas:
"Todo el valle era un murmullo de agua corriente y un brillar de reverberaciones de sol entre los chopos. Sobre el valle, sobre los arrozales, la amplia noche, la sucesión de noches infinitas, el parpadeo inextinguible de las estrellas. tal es el ámbito, tal la dimensión.
Entre ambos
planos paralelos, la vida humana; pequeña vida ferviente que se extingue y
reanuda con el tránsito levísimo de las horas, los días y los siglos sin dejar
rastro alguno en el arrozal, en la acequia, en los canales que desembocan
inexorablemente en el mar; sin dejar rastro alguno en la eternidad sonora de la
noche y de los campos de arroz, mosaico dibujado por el susurro interminable de
diminutas y mortales palpitaciones; el bullir incesante de las estrellas en el
techo profundo, el croar de las ranas, obsesionante en la balsas, el amor, el
amor que pulsa en las venas de los hombres.
Fugaces estelas,
hombres y mujeres bracean contra la abrumadora soledad, y el latigazo de los
tiempos los devuelve a la espesura de los rumores, levantada con savia e ímpetu
vegetal; hienden entonces la azada, ateridos, contra la fresca tierra, como
contra una carne enemiga y cercana, contra su única proximidad".
Una bellísima manera de narrar la dureza de la vida. Gran novela.
Serrat y Mediterráneo, jamás ha dejado de emocionarme...
No conozco el autor del que escribes ni ese libro. Descuento que las penurias del arrozal del Ebro serán, a su manera, iguales a las de cualquier parte y tiempo, la invariable aceptación de la realidad, cualquiera sea.
ResponderEliminarPero aquí mi intervención va por los paisajes que develas a este auditorio.
Sin duda alguna podría instalarme ya mismo en cualquiera de ellos. Allí, junto a mis afectos, esperaría el fin de los tiempos, sabiendo que en esos no nos alcanzaría. Sana envidia, qué privilegio, disfrútalos día a día desde la conciencia de tenerles.
Me recuerdan mi estancia por esas villas, hace ya tantos años. La sensación sigue intacta, el viento caliente, el aroma, el color, "mi música" de entonces, el famoso adagio de Albinoni.
Por un ratito hiciste que estuviera allí, muchas gracias, Selva
Así es, Selva, el padecimiento de este labrador es el mismo que otros campesinos han sufrido a lo largo del tiempo, en todo lugar, penuria universal sobre la que el escritor pone su marco y personaje particular.
EliminarA mi escaso auditorio, al menos el que yo puedo contabilizar, me complace sentarlo en primera fila; pasen, lean y vean, y si solo buscan ver, encantado igualmente, me gusta esmerarme por mi audiencia.
Te revelaré un detalle, aunque es muy posible que te hayas percatado; si te fijas en la fotografía que encabeza este blog… podrás reconocer el mismo lugar, está fotografiado en esta entrada, con el libro; median dos meses entre ambas estampas, diferentes estaciones, diferente luz y colores, diferentes vidas… pero permanece su belleza, aquella que está en el alma de quien contempla esa soledad.
Machado disfrutaría estas eras desnudas, humildes, es una belleza serena, sin frondosidades, ideal para inspirar poesía.
Estos son campos de escasos paseantes, muchas veces soy el único caminante, y tengo la certeza de no ser yo quien los tiene, mi conciencia me dice que son esos parajes los que me poseen a mí.
Me alegro mucho de haberte instalado en ese hogar de vientos cálidos y tonos dorados, avivando antiguas sensaciones que renacen con esos cielos.
Quédate a vivir el tiempo que desees, el vecindario suele ser respetuoso; grajos, conejos, algún zorro, milanos, urracas, cigüeñas, abubillas, grullas, etc, etc… y otros bastante más pequeños, aquí la mayoría somos emigrantes, los hay que van y vienen de África, Escandinavia…
No les he preguntado si les gusta el adagio de Albinoni, doy por hecho que sí, a mí me gusta, y soy muy parecido a ellos, y puestos al asunto, tampoco iría mal por esos paisajes el Valse Triste de Sibelius, y por supuesto Pavana para una infanta difunta de Ravel, se acoplaría a la perfección.
Gracias a ti, Selva.
Lo primero, gracias por mencionarme. La verdad es que eso de rescatar entradas tiene la doble ventaja de salvar momentos en que, por la razón que sea, no tenemos nada que publicar y sacar del baúl publicaciones que pasaron sin pena ni gloria y que merecen otra oportunidad. Y ahora, además, añado una tercera que es dar a conocer lecturas a algunas personas que, cuando se publicaron por primera vez, aun no habían descubierto nuestro blog.
ResponderEliminarYo, por ejemplo, no tenía ni idea de este autor. Es que no me suena ni el nombre y mira que he leído a autores de la época. Por haber aparecido aquí, diré que he leído a Blasco Ibáñez y a Ignacio Agustí (me compré por internet en librerías de segunda mano toda la saga de los Rius; un disfrute total), pero a Arbó, no lo había oído mencionar hasta ahora. Tomo buena nota porque si las historias de madres e hijas (o hijos) me encantan, no va a ser menos con las de padres.
Me temo que cuando las arenas del Sahara y sus vientos abrasadores vienen por aquí, dejan de llegar a la Amazonia, aunque puede que no sea así y a la vez que una parte nos ataca, otra se la lleven los alisios hacia allá junto a las nubes que riegan la zona.
Has hacho muy bien en rescatar esta entrada. Yo te lo agradezco profundamente.
Un beso.
Siempre se olvida algo. "Mediterráneo" también me emociona cada vez que la oigo. Me emociona desde siempre, pero desde que he ido acumulando vivencias, ahora, además, me trae recuerdos de mis tardes de verano entre pinos y genistas, buscando plantas, anillando pájaros o simplemente paseando. Fue en mi otra vida y, aunque no era cerca del Mediterráneo, sí podía recordarlo por el calor y los suelos calcinados de sequía.
EliminarHola, Rosa.
EliminarSiempre decimos esta frase que, aunque manida, es incontestable; es imposible conocer toda la literatura, incluso podemos pasar casi rozando a ciertos autores sin encontrarnos con ellos, a mí me pasa con cierta frecuencia. Así que me alegro mucho de haberte puesto sobre la pista de S. J. Arbó, fue un escritor admirado en su época, obtuvo un Nadal en 1948 (Sobre las piedras grises), aparte de los libros mostrados en mi entrada tengo otro suyo, "La tempestad".
Tierras del Ebro, tiene un tinte dramático que Arbó despliega con una prosa muy evocadora, lírica, logra pasajes de gran belleza y profundidad, de los que se te meten en el alma. Blasco Ibáñez tengo por casa alguna de sus obras, pero no de Ignacio Agustí, aunque recuerdo muy bien la serie televisiva basada en la obra escrita.
Pues tal vez las arenas saharianas que lleguen a Europa ahí se queden, y sean otras masas saharianas las destinadas al Amazonas, los vientos a veces son caprichosos ;)
Es difícil dar una razón exacta de por qué el Mediterráneo de Serrat nos llega tan adentro, nos toca la fibra sensible, supongo que entran en juego variables diversas en cada uno, aunque haya un sustrato común en ese impacto emocional. También recuerdo muchas tardes de verano entre la fragancia de pinos y genistas, cuando era niño y el verano era un tiempo sin fin, entre el canto de las golondrinas... me gusta ese regreso al tiempo sin fin, Mediterráneo y la voz de Serrat me trasladan allí.
Un beso.
No deja de sorprenderme cuánto se puede mimetizar el carácter de una persona con el ambiente en el que vive. La vida del campesino es dura y así de sacrificado, estoico y cerrado es ese padre. Qué pena tanto amor sentido y no expresado y cuánto dolor puede causar la omisión de gestos y palabras. Yo también ignoraba la existencia de este autor pero, gracias al rescate de esta entrada, ya no me es tan desconocido.
ResponderEliminarUn abrazo
Así es, Lorena, el factor ambiental ejerce mucha influencia en nuestro carácter, luego entran en juego otras variables que van dejando su impronta en nuestro ser. Juan, el padre, es víctima a su vez de una época, una cultura que oprime la sensibilidad masculina... Todo va sumando.
EliminarArbó fue un descubrimiento maravilloso, Tierras del Ebro es un libro que permanece claro en el recuerdo.
Un abrazo.
Hola Paco desconocía la obra y el autor.
ResponderEliminarEl trabajo de la tierra, mi reconocimiento a aquellos que la trabajan a todas horas y todos los días porque no tienen horarios. Estos días por aquí hemos tenido un incendio terrible y se ha vuelto a recordar que el olvido del trabajo callado y malpagado de tantos campesinos (nuestros pageses) hacen que cada vez más tierras queden sin trabajar y eso favorece que los incendios se propaguen con más facilidad. Nos olvidamos de su esforzado trabajo, nos olvidamos de ellos y se debería apostar mucho más por recuperar el cuidado de la tierra y que estas personas pudieran vivir con dignidad de su esfuerzo. Este trabajo tan duro afecta al carácter, no hay tiempo para expresar sentimientos y como dice Lorena es una pena que no sepan decirse ese amor que se tienen.
Y de esa contención, a la explosión de sentimientos que generan las canciones de Serrat.
Besos
Hola Conxita, me alegro por brindarte el descubrimiento.
EliminarHe de decirte que estos campesinos de Arbó, buena parte de ellos, repudian trabajar la tierra, no les queda otra...
Pero es verdad, hay que reconocer el esfuerzo de estas gentes, esfuerzo duro y callado. El abandono del campo es una realidad inquietante, de malas consecuencias como bien indicas, me da pena, aunque entiendo que hay personas cansadas de esa vida, que para ellos no tiene nada de romántica.
Espero que siempre nos quede Serrat.
Besos.
Supongo que lo bello y lo triste aparece de nuevo en esta novela: la vida trite y la belelza de los escritos, siempre aparece esa dualidad en las buenas novelas.
ResponderEliminargracias Paco
cuídate
Es curioso, Wineruda, lo triste siempre parece más triste al lado de lo bello, y lo bello más bello al lado de lo triste. Dices bien, los buenos escritores hilan fino con esas paradojas.
EliminarGracias a ti.
Cuídate
No recuerdo haber leído tu entrada sobre Arbó, pero si que hace ya bastante tiempo hiciste un comentario en mi blog sobre ese libro. No he podido localizar la entrada, pero lo cierto es que te hice caso. Busqué en la biblioteca de mi ciudad, tenían un ejemplar en depósito. Cuando lo pedí, me miraron como si fuera una cabeza de gamba o un cefalópodo. Un tío raro, vaya. Pero la lectura la devoré (2016, así consta en mi archivo: ¡tres años!), me resultó apabullante. Como dices, son personajes que no se olvidan. Ya no se escribe así.
ResponderEliminarMe ha gustado la repesca.
Un abrazo.
Es muy posible que no la leyeses... no sé si la llegó a leer alguien, fue mi segunda entrada en el blog y no tuvo ningún comentario. Jaja, no me extraña que te miraran raro... ¿quién iba a leer a Arbó? Esa tipo de preguntas sobre las que conviene reflexionar. Apabullante es un adjetivo que me gusta para definir tu experiencia con este libro. Gracias Gerardo por acercarte.
EliminarUn abrazo.
Una vez más lo has logrado, Paco. Has refrendado tu título de 'Rescatador de libros' con esta nueva entrega. No tenía idea ni de autor ni de obra y lo has expuesto de manera fantástica.
ResponderEliminarImagino que a la mayoría de campesinos no les ha quedado otra que sobrevivir del trabajo de la tierra que habitan, sin otra opción.
Es interesante también la asociación con el Nano; ese tema mantiene vigencia medio siglo después de aparecer.
Gracias por brindarnos una nueva oportunidad de leer tus líneas.
Un abrazo grande, chaval!
Bueno, Marcelo, con lectores como tú siempre me siento en deuda, en un sentido literario creo que me das tanto, o más diría, de lo que yo pueda ofrecerte a ti. La labor campesina parece un anacronismo en nuestra era tecnológica... y sin embargo sigue siendo imprescindible para el sostenimiento de este mundo, me parece algo fascinante. Es cierto que muchos campesinos, agricultores, simplemente heredan la historia familiar, se ven inmersos en ese sino, los habrá que amen su trabajo, muchos seguramente.
EliminarEl Nano sobrevive a todas las modas... será por que lo llevamos dentro, fuera de zozobras modernas.
Gracias pibe por tu aliento, se agradece mucho.
Fuerte abrazo pibe!!!